Infinitas luces iluminaban la ciudad, alejando la oscuridad que la noche había traído. Pequeños niños paseaban por las calles, tomando las manos de sus padres con fuerza, emocionados mientras veían los escaparates de las tiendas o simplemente disfrutando el momento.
Los envidiaba, envidiaba su inocencia, sus ganas de vivir, esa confianza absoluta y la infinita dulzura que desbordaban sin darse cuenta, esa que el mundo aún no les había robado.
En el cielo no brillaba ninguna estrella, nubes color ceniza anunciaban la inminente llegada de una tormenta y como para remarcar mis palabras truenos estremecieron la ciudad bajo su rugido.
Gritos profundos y aterrados danzaban entonando una melodía inacabable, triste y melancólica. Recuerdos enterrados inundaban mi mente….dolor, miedo, tristeza, decepción, más dolor. Todo era un remolino de recuerdos que se unían y entrelazaban sin sentido ni coherencia.
Sollozos incontrolables sacudían mi cuerpo en fuertes oleadas, lágrimas caían una tras otras por mis mejillas combinándose con las gotas de lluvia que habían comenzado a car del cielo, acompañando mi humor. El viento que, inclemente, azotaba las calles sacudiendo con violencia los árboles enfriaba mi cuerpo, meciéndome a su antojo como a un muñeco de trapo.
Nadie se había dado cuenta de mi presencia. Nadie se había fijado en la figura sentada en la barandilla del puente porque simplemente estaba de espaldas al peligro, nada que temer, nadie pensaría que con un pequeño empuje podría caer a las profundas y turbulentas aguas. No, para todos era invisible, alguien que fácil de confundir con el ambiente, me veían sin realmente verme, un ser inútil e inservible.
Balanceé mi cuerpo, más, más cerca del borde. Un relámpago rasgo el turbio cielo, iluminando por escasos segundos la ciudad con su imponente aparición.
Pasos húmedos retumbaron, una rezagada familia corría mientras reían, buscando refugiarse de la lluvia. Los hijos, un niño y una niña, disfrutaban el sentirse empapados y ver la preocupada cara de su madre. Amor, cariño, comprensión, para mí nada de eso existía, nada de eso se me había brindado, no era lo suficiente importante como para merecer siquiera una mirada de mi madre o un abrazo lleno de cariño por mi padre.
Oraciones se elevaron al cielo con el sonar de las campanas. Fieles creyentes reunidos en un mismo lugar, adorando a un ser que prometía la vida eterna, el ser misericordioso que brindaba su ayuda cuando más la necesitabas y cuando la pedías con fe…pero no conmigo. Él me había abandonado en las heladas manos de mis padres, dándome la espalda cuando suplicaba, alejándose cuando más lo llamaba, después de todo sólo era un error, mi nacimiento era fruto de un error de cálculos. Un ser que no merecía vivir y por eso la vida buscaba arrebatarle lo que por accidente se le había otorgado.
Todos se fueron, a nadie le importaba, tú me odiabas y por eso me hiciste eso ¿no? Querías corromper mi mente, mi inocencia, hacerla añicos hasta que no quedara más que un cuerpo vacío…sin vida.
¿Por qué? Eras mi padre y aun así me violaste, te adueñaste de mi cuerpo a pesar de mis intentos de alejarte, manchaste lo último puro en mí…mi cuerpo. ¿Por qué? ¿Acaso me odias tanto? ¿Qué fue lo que hice? ¿Existir? Porque si es así mátame pero no sigas por favor, acaba con este infierno que has creado, pero eso sería demasiado fácil para mí ¿verdad? Tú preferías algo mejor. Violar mi cuerpo era tu mayor diversión, ver mi dolor era tu gran éxtasis y ver mi cálida sangre abandonar mi cuerpo era tu delirio.
Balanceé mi cuerpo con más fuerza, las aguas se revolvían y agitaban esperando con ansias mi caída, preparándose para tomar mi cuerpo y jamás soltarlo. ¿Para qué seguir viviendo si nadie me extrañaría? Sólo sería un sueño que se desvaneció con la llegada del amanecer, una ilusión que jamás existió y que se desvanece al cerrar los ojos.
Sonreí con dulzura mirando el cielo, la lluvia aún seguía cayendo, limpiando y purificando lo que tocase, balanceándome con más fuerza me dejé caer al vacío aun contemplando la oscuridad del cielo con la esperanza de encontrar la paz en ese lugar al que todos llamaban paraíso. Me dejé caer en las profundas aguas bajo la atenta mirada de aquel niño pequeño que con tristeza observaba como me sumergía para jamás volver a emerger…