Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Mundo corrompido por PalomaNegra

[Reviews - 264]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo VI: Cicatriz que perdura 

 

Gaara se encontraba medio dormido en su patio. Tenía un fuerte dolor de cabeza. Sintió su cara un poco hinchada. Se pasó las manos por su rostro para sentir las heridas, pero toda la sangre ya estaba seca y solo sentía un dolor al presionar su piel. Se puso de pie mientras sacudía sus pantalones. En ese momento se percató que andaba con una camiseta de manga larga color negra y unos pantalones del mismo color. Se extrañó bastante, sin embargo no le dio mucha importancia. Decidió entrar a su casa porque a esa hora de la noche hacía mucho frío. Al tocar la puerta, Kankuro abrió rápidamente. Le preguntó dónde se había metido. El pelirrojo no tenía idea, y sin hacer mayor esfuerzo por recordar, caminó hacia la cocina por un vaso con agua. Se lo bebió de un sorbo y luego se dirigió a su habitación.

 

Al sacarse esa extraña ropa negra, se metió a la cama y se acostó. Lo único que quería era dormir para que se le pasara ese dolor. Cerró sus ojos y no logró quedarse dormido fácilmente, unos recuerdos aparecieron en su mente sin aviso. Una serie de recuerdos que revivían  solo para atormentarlo.

 

—Gaara, vamos a jugar.- dijo un pequeño niño de cabello castaño corriendo en las cercanías de un parque.

 

El pequeño pelirrojo, sonrió muy animado. No tendría más de cuatro años. Siguió a su hermano mayor y ambos se pusieron a correr hasta llegar a la zona de juegos. Se acomodaron en un sube y baja, para luego impulsarse con los pies. Ambos hermanos reían. Kankuro, el niño de cabello castaño, al ser cuatro años mayor que Gaara, era mucho más alto. Además era bueno para comer, por lo que tenía una contextura gruesa. Al ser más grande que el pelirrojo, solía quedarse por varios minutos apoyando sus pies en el suelo dejando a su hermanito en lo más alto de ese juego. Gaara gritaba asustado para que lo bajara, porque no le gustaba estar mucho tiempo a esa altura. Kankuro solo se largaba a reír en tanto el pelirrojo seguía gritando.

 

Una vez que ambos salieron de ese juego, el menor retó a su hermano a un duelo. Ambos se largaron a pelear. Al final siempre terminaba ganado el pequeño, pues contaba con una gran fuerza, pese a su edad.

 

Ya pasada las horas, decidieron regresar a casa.

Estaban sucios, cansados y hambrientos. Llamaron a la puerta muy entusiasmados. Un hombre les abrió la puerta.

 

— ¿Cómo se les ocurre estar llegando a estas horas, mocosos?- preguntó a viva voz el mayor. Tendría unos 34 años. Su cabello era de color castaño. Vestía un chaleco café, pantalones azul oscuro y unas sandalias del mismo tono.

 

Los niños agacharon su cabeza con culpa y entraron a la casa.

 

— ¡Solo mírense! ¡Llegan sucios, llenos de barro! ¡Y además se les ocurre llegar tarde! ¡Vayan a ducharse rápido y luego preparan la cena!- volvió a gritar el hombre dando un portazo a la puerta principal.

 

Los menores fueron a ducharse rápidamente cómo le habían ordenado. Cuando estuvieron listos se dirigieron a la cocina y rápidamente prepararon la cena. Kankuro era el más hábil en comparación a su hermano menor. Pero aun así, les costaba preparar la comida, pues no tenía mucha experiencia.

 

—Hermano, ¿por qué tenemos que hacer esto todos los días?- preguntó el pelirrojo un poco triste, pues un poco antes de cumplir cuatro años, tenía la obligación de hacer los quehaceres de la casa junto a sus otros dos hermanos.

 

—Gaara, ese hombre nos mantiene. Sin él estaríamos en la calle. Ya sabes que mi papá murió hace poco y desde ese día,  me vine a vivir  junto a Temari contigo. Si él no se hubiera hecho cargo, estaríamos en cualquier parte. Aquí tenemos comida, techo y protección.

 

—Pero estoy cansando.- se quejó el pelirrojo.

 

—Tendrás que aguantarte, esta es la vida que nos tocó vivir.- dijo Kankuro mientras sacaba los platos de un mueble. —Ten, anda a poner la mesa, tu padre se enojará con nosotros si nos demoramos mucho.

 

Gaara tomó los platos y caminó hasta llegar al comedor. El hombre estaba sentando en un sillón mirando la televisión. A esa hora fumaba un cigarrillo y tenía una botella de licor abierta en el suelo. A veces dejaba su cigarrillo de lado y tomaba un buen sorbo de alcohol.

 

— ¡Apúrense! ¡Me muero de hambre!- gritó el hombre. Gaara justo pasaba cerca del lugar y llegó a asustarse por el grito. Se apresuró en llegar al comedor, pero en el caminó tropezó con la alfombra y calló de golpe al suelo. El hombre suspiró muy enojado. Se puso de pie y caminó hasta donde estaba su único hijo. Vio que había quebrado un plato y eso lo enfureció. Tomó al menor de su ropa y lo levantó. Luego lo agarró del cabello y acercó su rostro al del menor.

 

— ¿Crees que me regalan esos platos? ¿¡Ah!? – le preguntaba en voz alta mientras lo miraba con enojo. — ¡Por qué eres tan inútil, mocoso!

 

Gaara cerró sus ojos y se puso a llorar. Tenía miedo. Además le era muy desagradable el olor de cigarro y licor que tenía su padre. El hombre lo volvió a regañar mientras le sacudía con fuerza su cabello. Kankuro estaba en la cocina escuchando todo, se mordía los labios mientras rogaba para que eso pasara rápido.

 

— ¡Te vas a tu habitación sin cenar! – se escuchó otro grito. Gaara se fue corriendo a su pieza. Se sacó sus zapatillas y se metió debajo de la cama. Abrazó su almohada muy triste y nuevamente se largó a llorar.

 

Su habitación no era muy acogedora para un niño. Solo era una alcoba con tres camas, un ropero y un escritorio. No habían juguetes, no habían un televisor, no había biblioteca, muchas cosas que eran normales para un niño de ese pueblo, ellos no lo tenían. No es que fueran pobres, el hombre ganaba dinero suficiente para comprar ese tipo de cosas, además recibía dinero extra del gobierno por tener al cuidado dos niños que no eran suyos. Solo que el dinero se iba en vicios.

 

Temari, la hermana mayor de Gaara y Kankuro, tenía un año más que el castaño. Justamente tenía un paseo en su curso donde irían a acampar, por lo que se libraría de su padrastro durante ese fin de semana y por esa misma razón no llegaría a cenar.

 

El niño de cabello castaño ya se encontraba lavando los platos. El hombre se quedó mirando televisión por un largo rato. No le importaba ver programas con contenidos para adultos estando esos niños en la casa. Lo peor de todo es que tenía el volumen muy alto y eso no dejaba dormir bien a los menores.

 

Ya cuando Kankuro terminó de hacer todo, fue a su habitación escondiendo algo entre su ropa. Al entrar a su pieza, cerró la puerta con seguro y fue a donde estaba Gaara.

 

—Hermanito…- susurró el castaño mientras movía con delicadeza al pelirrojo.

 

El menor despertó algo afligido. Su estómago sonó por el hambre y bajó su mirada.

 

—Te traje un emparedado. Tiene jamón, lechuga, tomate y mayonesa. – dijo Kankuro sacando ese alimento de su ropa. Estaba envuelto en papel aluminio. A Gaara le brillaron los ojos y le volvió a sonar el estómago. Le agradeció, y rápidamente se puso a comer. A veces se atragantaba, pero estaba tan hambriento que le era imposible hacer pausas.

 

Los días iban pasando, y el hombre se volvía más  violento. Había días en que dejaba sin comer a los niños. Era hasta capaz de dejarlos afuera toda la noche si no llegaban a la hora. Siempre que podía les gritaba, pues la situación de su trabajo estaba difícil, y no hallaba nada mejor que descargarse con los menores. También no era de extrañarse que los golpeara. Solo Temari se salvaba la mayoría de las veces, porque Kankuro o el mismo Gaara prefería tomar su castigo. Por ningún motivo querían ver a su hermana siendo golpeada.

 

Los constantes golpes y abusos que recibían estos menores, solo conseguían que su odio aumentara. No lo soportaban, estaban desesperados. Por más que trataran de hacer al pie de la letra todo lo que el mayor les ordenaba, este siempre terminaba enojándose.

 

Su comportamiento había cambiado con los años. Ya no eran unos niños con sueños, con tiempo libre para jugar y correr. Sabían que en menos de diez años tendrían que empezar a trabajar afuera de la casa.

 

Hubo un día que marcó la vida de estos tres hermanos. Temari tenía trece años años. Era más alta y su cuerpo se había desarrollado bastante rápido. Ahora volvía de la escuela algo cansada con ganas de dormir esa tarde, porque sabía que no estaría ese hombre que le hacía la vida imposible. Al llegar, se sacó los zapatos, se aflojó aun más la corbata y caminó hasta su habitación que seguía compartiendo con sus hermanos. Se sacó la blusa y se puso una camiseta de manga corta. Pensaba sacarse la falda, pero el sueño la vencía, por lo que decidió echarse en el colchón, tapándose con una delgada manta. Las horas pasaban y la joven seguía durmiendo. Fue de pronto, que el malvado hombre llegó a casa más borracho que nunca. Dio un portazo tan fuerte, que la rubia despertó asustada. Se pasó sus manos por los ojos y decidió cambiarse rápidamente para ir a cumplir las órdenes del mayor. Cuando se puso de pie, sintió algo raro en su cuerpo. Se sentó en la cama y miró sus sábanas. Tenía una pequeña mancha roja. Temari se sorprendió. No sabía qué era y tampoco nadie le había mencionado esos cambios que tendría en su adolescencia. La ausencia de una figura materna, y las constantes falta a clases por andar haciendo labores domésticos junto a sus hermanos, le impidieron advertir de qué  trataba esa mancha roja. La joven rubia reaccionó rápidamente, tendría que lavar su ropa y su cobertor. En tanto dejaba todo en una canasta y se ponía unos pantalones deportivos, caminó hacia el baño rápidamente para dejar lavando esas telas en la lavadora. En el pasillo se encontró con el hombre, que la tomó del brazo sin decirle nada.

 

—Oye, niña, ¿dónde llevas tanta ropa?- preguntó el hombre  que emanaba un aliento desagradable.

 

—Voy al baño…Solo eso.- contestó Temari algo nerviosa y un poco avergonzada. Trató de apresurar el paso para llegar a su destino, pero el hombre le apretó el brazo y la lanzó contra el suelo. La ropa y el cobertor estaban esparcidos por el suelo. Sonrió al ver la falda y la ropa interior de la menor.

 

—Ya no eres tan niña…- comentó el padrastro sonriendo maliciosamente. —Tal vez en unos años más te vuelvas como tu hermosa madre. Aunque ya estás presentando un cuerpo de mujer muy bien desarrollado, ven conmigo, Temari.

 

La rubia se puso de pie muy asustada. Sus ojos brillaban porque estaba a punto de llorar.

 

—Déjeme lavar esto primero.- dijo en voz baja la menor mientras recogía la ropa. El hombre la observaba con atención. La siguió a pocos pasos y se quedó al pie de la puerta temiendo que la menor se encerrara en el baño. Temari al notar que su plan se había arruinado, tragó saliva y caminó hasta donde estaba el hombre con una expresión de preocupación.

 

—No te asustes, todo estará bien.- dijo el hombre pasando su mano por la espalda de la rubia y acariciándola suavemente. Ambos llegaron a la habitación del hombre. Tenía muchos lujos. Computadoras, electrodomésticos, escritorio de fina madera, una cama de dos plazas, un enorme armario, velador a cada lado de la cama, lámparas de cristal. Tenías  objetos innecesarios en su habitación que tanto como Gaara, Kankuro y la propia Temari, habían visto con anterioridad. Para ellos era normal que ese hombre se diera esos lujos, mientras ellos vivían con lo básico.

 

El hombre cerró la puerta con llave y se llevó a la rubia hasta un enorme sillón con finas terminaciones. Ambos se sentaron mientras la menor trataba de alejarse discretamente. El hombre la abrazó y le acarició el mentón.

 

—No te haré nada malo…- dijo el hombre acercándose a la rubia y besándole la mejilla y posando su mano sobre el muslo de la menor. La joven le dio una fuerte cachetada y se puso de pie. Le había dado tanto asco la acción del hombre, que la hizo reaccionar de forma violenta. Corrió a buscar la lámpara  que estaba sobre el velador y se quedó en un rincón.

 

— ¡No me vuelvas a tocar, viejo de mierda! – gritó la niña apretando sus dientes.

 

El hombre sonrió estando sentado. Se sobó la mejilla mientras reía. Caminó hacia su armario y sin que la rubia se diera cuenta, el hombre la apuntó con un arma.

 

—Suelta eso, mocosa insolente.- le dijo el hombre mientras cargaba el revolver sin dejar de apuntarla. —Acuéstate en la cama ahora, o te disparo.

 

Temari había quedado paralizada. Había varias películas en dónde se mostraban las armas, pero por primera vez veía una de cerca y apuntándola directamente al rostro.

 

— ¡Apresúrate! – gritó dando un disparo al aire rompiendo parte del techo. La rubia reaccionó inmediatamente, sintió su corazón latir muy rápido. Hizo caso a las palabras del hombre y se recostó sobre la cama. El hombre se fue acercando lentamente, se subió a la cama quedando  al frente de la menor. —Quítate la ropa…

 

—No…- contestó la rubia en voz baja mirándolo con miedo. —Por favor, no…- volvió a suplicar desviando la mirada horrorizada al saber que el hombre no reaccionaría de la mejor forma.

 

—Entonces, ¡deja tus manos detrás de tu espalda!- gritó dando otro disparo hacia el techo. Temari se largó a llorar mientras le hacía caso a la orden del adulto. —Quédate quieta- murmuró el hombre dejando el arma de lado y bajando el pantalón de la pre-adolescente. La rubia frunció el ceño mientras sentía que la despojaban de sus ropas. Sin pensar mucho si perdía la vida al hacer un intento de escapar,  le dio un fuerte puñetazo al rostro de su padrastro.  Luego tomó el arma que estaba en la cama y golpeó la entrepierna del mayor con ese objeto. Esto provocó que el hombre se quedara un buen rato retorciéndose de dolor. Temari se puso de pie y caminó hacia la ventana, pues la puerta la había cerrado con llave y no tendría tiempo de buscarla. Abrió la ventana y trató de escapar, pero el hombre se apresuró y la tomó de las piernas, impidiendo que se escapara.

 

— ¡¡¡Suéltame!!!- gritaba la rubia desesperadamente mientras daba patadas en el aire. — ¡¡¡Ayuda!!!- volvió a gritar ya que esa ventana daba hacia la calle. La rubia lanzó el arma al patio. No paraba de gritar pidiendo ayuda. Fue en ese entonces que apareció Gaara, corriendo lo más rápido posible para llegar a la casa, pues había oído los gritos y sabía que su hermana estaba en peligro.

 El pequeño niño de cabello rojo, que a penas tendría unos 8 años cumplidos buscó un hacha en el patio trasero. Su mente se había puesto en blanco. No llamaría a la policía y tampoco lo pensó, ya que no sabía que podía hacer eso. Solo sabía que era el momento de tomar justicias por sus propias manos. Ya pondría término a los años de abusos. Su paciencia tenía un límite y si algo lo molestó más de la cuenta fue el hecho de que su propio padre intentara sobrepasarse con su hermana mayor, pues había visto a Temari semi desnuda cerca de la ventana de la habitación de su padre.  Eso simplemente lo cegó. En esos momentos era todo o nada. Lo mataba o el moría.

 

Ya con el hacha en sus manos corrió rápidamente por los pasillos hasta llegar a la puerta  de la habitación de su padre. Dio un fuerte grito mientras golpeaba la madera con esa afilada y peligrosa arma. En pocos segundos había logrado hacer un gran daño a esa puerta, tanto,  que logró derribarla. El menor entró a la habitación respirando pesadamente.

 

—Ándate, maldito…- dijo el pelirrojo tomando con fuerza el arma con ambas manos. —Suéltala ahora.- volvió a exigir al mayor. El hombre rodeó con su brazo el cuello de Temari y amenazó con matarla por asfixia si no dejaba el arma guardada. Su padre no se hizo esperar, comenzó a presionar el cuello de la joven. El niño de ojos verdes asustado al escuchar los quejidos de su hermana, dejó el arma dentro del armario, y apretando sus puños se paró cerca de su padre sin dejar de mirarlo con odio. 

 

—Tienes unos ojos parecidos a los de tu madre, mocoso…Por tu culpa, ella ya no está aquí.- comentó el hombre sin dejar libre a la rubia. Gaara sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. Él había crecido sin su madre, por lo que no sabía qué culpa tendría él. —Cuando tú naciste, ella murió. Le dio una hemorragia durante el parto. Estaba planeado que nacieras en dos meses más, pero ella presentó mucho problemas así que tuvimos que sacarte de ahí. Solo estuvo viva un par de horas. ¡Por tu culpa ella murió y me dejó solo! – gritó enfurecido. —Es horrendo vivir con alguien como tú… Cada vez que te veo me dan ganas de matarte…Por tu culpa ella ya no está conmigo. Yo la amaba como a nadie, pensábamos casarnos e irnos a vivir a otro lado, pero tú lo arruinaste todo. Arruinaste mi felicidad. Y para empeorar toda la situación tengo que aguantar a esos mocosos sin familia. Son un total estorbo, siempre han interferido en mi vida, pero como son hijos de tu madre, tenía que soportarlos. Solo lo he hecho por ella.

 

El pelirrojo bajó la mirada. El odio a su padre había pasado a segundo plano, ya no sabía qué pensar. Tenía ocho años, era un niño. No sabía manejar este tipo de situaciones. No recordaba en qué momento su vida se había vuelto tan miserable.

 

—Perdón…- susurró el menor de ojos verdes sin despegar la vista del suelo. El hombre lo miró sin sentir pena por el niño. Parecía que su ira se apoderaba de él con tan solo ver a pelirrojo que le arrebató a su esposa. Dejó a un lado a Temari, y caminó rápidamente hasta donde estaba el menor. Lo agarró de la ropa y lo amarró contra una silla. El pelirrojo no puso resistencia, estaba tan confundido que no sabía cómo reaccionar. Pies y manos las tenía sujeta improvisadamente con corbatas. La rubia observaba con terror lo que se venía. Con el miedo, no se atrevía ni a mover un dedo. Gaara se quejaba del dolor por la presión que tenía en sus muñecas. También miraba con atención a su padre como se movía de un lado a otro buscando diversos elementos en la habitación. De pronto, se detuvo  a pasos del menor, y abrió un maletín. Sacó una navaja muy pequeña y filuda. El pelirrojo logró aflojarse un poco las ataduras, pero le sería imposible escapar sin ayuda. Siguió con la mirada a su padre que se le acercaba con una sonrisa en sus labios.

 

— ¿Te sientes solo, verdad?

 

El menor miró el suelo y asintió con la cabeza. Ni si quiera se detuvo  a pensar en la respuesta. Se sentía solo. Era infeliz. Necesitaba afecto.

 

— ¿Qué es lo que realmente quieres?- preguntó el hombre nuevamente mientras sacaba un encendedor.

 

—A-amor…- respondió el pequeño justo en el momento en que sus ojos se nublaban.

 

—Eso es algo simple, pero imposible para mí. Tú me quitaste el amor de mi vida. ¿Por qué tendría que darte amor?- preguntó el hombre pasando el fuego del encendedor por su navaja. —Aunque puedo hacer algo por ti…Cierra los ojos.

 

 

Gaara miró la navaja con miedo, cerró sus ojos con fuerza y comenzó a sollozar.

 

 

—Si te mueves, podría sacarte un ojo.- dijo el hombre acercando la navaja a la frente del menor. —Temari, un paso que des, y le corto toda la cara a tu hermano…

 

— ¡¿Qué le vas a hacer, maldito?! – gritó la rubia totalmente asustada.

 

El hombre sonrió, y dejó la punta del cuchillo en la frente del niño. Gaara sintió el contacto del metal, mordió sus labios y se quedó inmóvil. De apoco, el padre del menor, comenzó a cortar la piel. La sangre brotaba de la herida y pasaba por los párpados del pelirrojo. Se mezclaban con las lágrimas y recorrían las blancas mejillas del pequeño. Sus gritos tenía que reprimirlos. Si abría la boca, de seguro el hombre sería capaz de cortarle un ojo. Temari llevó sus manos a sus ojos, ella también se puso a llorar.

 

El hombre estuvo un buen rato pasando su navaja por la frente del niño de ojos verdes. Ya a esas alturas toda la cara del menor estaba manchada con sangre.

 

—Está listo…Ya no necesitas amor. Ahí lo tienes.- dijo el hombre riendo mientras pasaba un pañuelo en su navaja para limpiarla. — Maldición, me dio sed. Iré a comprar algo de cerveza, no se muevan o los mataré a ambos.

 

Eso fue lo último que escucharon del hombre. Cuando se sintió un portazo de la puerta principal Temari fue a liberar a su hermano. No podía sentirse peor al verlo tan herido y ensangrentado.

 

—Gaara, tenemos que salir de aquí.- dijo la rubia mientras se ponía sus pantalones e iba a buscar una toalla para limpiar al pelirrojo.

 

—No Temari, no iré. Mejor vete.- dijo el pequeño al ver que su hermana se acercaba con la toalla. —Ya no aguantaré más. No voy a irme de aquí. No quiero esconderme. Ese hombre tendrá que pagar por todo. Desde ahora, no dejaré que nadie se burle de mí…Debí matarlo cuando llegué a casa, pero no tuve la oportunidad, ahora cuando llegue, volveré a intentarlo, sé que no fallaré.

 

 

— ¡Claro que no!- gritó la joven. —Gaara, tenemos que irnos antes de que regrese. Tú solo tienes ocho años, no podrás hacer mucho. Mejor llamaremos a la policía. ¡Mira! Solo mira lo que te hizo…- dijo la joven tapándose la boca con la palma de su mano y cerrando sus ojos. El pelirrojo le quitó la toalla a su hermana y comenzó a limpiarse.

 

—El arma está en el patio. Al menos anda a esconderla…- dijo Gaara con la mirada perdida. Para el menor no existían palabras que lo convencieran de no matar a su padre. Esa era su decisión y tarde o temprano lo terminaría haciendo. Más ahora, que la ira había vuelto a su ser.

 

—Hermano, no te quedes aquí, al menos yo escaparé, pero tú escóndete. Iré a la casa de al lado para llamar a la policía. Pero por favor, prométeme que te vas a esconder bien.

 

—Lo prometo…- dijo el pelirrojo sonriendo algo desanimado. Temari apretó su puño y salió corriendo de la casa para buscar el arma y hacer la llamada. Gaara se quedó sentado en la silla. Pensativo. Estaba cansado de llorar. Nunca se había imaginado que su padre se atrevería a hacerle algo así. Sentía el ardor en su herida. Aunque todavía no estaba muy seguro qué era lo que tenía escrito en su frente. Al surgir esa curiosidad, se puso de pie y caminó al baño. Su herida seguía sangrando. Se puso un poco de agua en la frente y claramente se notaba que la herida formaba un kanji con la palabra “amor”. Fue en ese instante que recordó cuando su padre le dijo que su nombre significaba “el demonio que solo se ama a sí mismo.” Gaara no era malvado para referirse a él como un demonio, pero en estos momentos de su vida, parecía convertirse en uno.

 

Caminó por los pasillos de su casa con los ojos sin vida. Llevaba en sus manos un hacha. Esperó a que llegara su padre pacientemente.

 

El hombre venía más borracho que antes, andaba con una botella de whisky en la mano y en la otra sujetaba una bolsa que tenía en su interior varias latas de cerveza. Tocó la puerta. Esta se abrió. El hombre entró lentamente cuando recibió un hachazo en el pie. Cayó al suelo gritando de dolor. Gaara volvió a darle otro golpe, con el cual terminaría matándolo. Justo en esos momentos, llegaba la policía.

 

Desde ese día, tendría una culpa por el resto de su vida. Pues bien sabía que él no era nadie para quitar la vida de otra persona. Solo en el momento que vio los vidriosos ojos de su padre, fue que se dio cuenta de que había cometido un crimen que no tenía vuelta atrás. Se sintió mal, pero al mismo tiempo aliviado.

 

Este hecho macabro fue muy confidencial. Solo los policías conocían el caso y para proteger a los menores, prefirieron no hablar con la prensa.

 

Kankuro se enteraría unas horas después que el pelirrojo mató a su padrastro, Temari también, solo que ninguno sabría cómo tratar a su hermano menor desde ese momento. Se volvieron distantes por el miedo. El castaño por su parte, se volvió prepotente, pero en el fondo se sentía culpable de que sus hermanos tuvieron que sufrir sin que él pudiera haber hecho algo. La rubia se convirtió en una mujer seria y con carácter muy fuerte, ya lo era de pequeña, pero esta vez no dejaría que nadie la pase a llevar.

 

Gaara estuvo por años en un tratamiento psicológico, pero se había vuelto tan violento con todas las personas que querían ayudarlo, que lo dejaron estar bajo el cuidado de sus hermanos durante su infancia, quienes eran las únicas personas con las cuales hablaba de una manera más normal.

 

El pelirrojo que seguía acostado en su cama recordando ciertos hechos que marcaron su vida, se tocó la frente con las yemas de sus dedos. Esa cicatriz era algo que tal vez lo tendría de por vida. Luego de varios minutos se quedó dormido. Su vida no había cambiado nada desde el momento en que mató a su padre. No era feliz, no tenía el amor que tanto quiso alguna vez y que sigue esperando que llegue para aliviar su soledad. Su personalidad ha sido y es tan agresiva que le sería muy complicado conseguir una persona que le diera afecto.

 

 

 Continuará...

Notas finales:

Gracias por sus comentarios. Los estaré contestando durante la semana. También gracias por leer mi FF - superé las mil visitas y estoy feliz -

Saludos


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).