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Rock ya no por favor por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

Los personajes de Katekyo Hitman Reborn, no me pertenecen.  este fic va dedicado a él, a Ángel; tiene OoC mucho, por lo menos en los primeros capítulos. Es un AU en toda regla. 

Los primeros capítulos están medio grotescos por tanta piltrafa sexual hardcore que le metí, pero se suaviza y delimitan las parejas, sobre todo, en el capítulo que tiene 10 mil palabras. (El capítulo 6, incluso antes)

Notas del capitulo:

Mucho de OoC. Más de Blasfemo

 

Capítulo I.

Primer escenario.

         Y se encontraron borrachos, al punto que no recordaron sus nombres hasta la bien ponderada taza de café.

El cuarto del hotel estaba hecho un matadero. Incluso todavía había gente casi muerta allí. Mukuro chasqueó su lengua sonoramente. Maldita resaca. Se levantó, encontrándose desnudo, agarró lo primero que se dejó y este era, por casualidad, un pantalón suyo. Miró en derredor, y agarrando un pequeño sartén terminó por despertar a un rubio que nacía al sol con un nuevo chichón. Un rubio que nacía al sol con un nuevo chichón.

-¡No hagas eso! –le dijo en medio de un murmuro aplacado por el dolor en su cuerpo y cuello. Tenía chupetones marca vampiro en toda la clavícula. Si, la noche había estado de  “pocas pulgas”. Incluso una que otra desnudista estaba tomando un baño.

-Ah, cómo se nota que siguen siendo pésimos a la hora de beber –el más cotizado hombre de ese trío hacía acto de aparición. Sexy, terriblemente sexy se veía con ese cabello revuelto, negro, su pequeña trenza. Sus ojos rasgados de una inteligencia que bordeaba en lo divino. Tomó un sorbo de brandi.

-Silencio, no griten –murmuró el rubio que se sobaba la cabeza con gesto de frustración –, ¿alguien siente una leve brisa? –preguntó, bostezó.

-Será por la ventana que rompiste anoche –contestó el mayor de todos, el que seguía de alcohólico.

Mukuro se levantaba con mucho trabajo. Se sobó la espalda baja.

-Maldijo perro del infierno –masculló, emanando de su delgado cuerpo una pesada aura maligna.

-Já, eso no gritabas anoche –dijo el rubio esquivando patosamente una tetera.

-Ya, clámense los dos –ordenó el de más edad, so profeso de tomar medidas drásticas sí no hacían lo acostumbrado para estos casos: huir (xD)

-De acuerdo –se calmó Mukuro, un ente sin nada de ficticio, cerca de ser considerado un adulto, de cabellos azul índigo y ojos color azules turquesa. Su cabello era largo hasta su menuda cintura. Se paseó semidesnudo en busca de algún rastro de su camisa favorita. Demasiado tarde estaba adornando el cuerpo de un niño pequeño -¡¿Qué hace un niño aquí?!

-Me lo comí anoche, ¿algún problema? –respondió el hombre mayor cubriendo su descarada sonrisa con el vaso.

-Ahora resulta que acusarán a Primo Cavallone de Pedofilia, qué divertido –comentaba el ser que había sido golpeado con el sartén.

-No tiene en absoluto nada de eso, estúpido –dijo Mukuro –, podría ir a la cárcel… ¡Ja, ja, ja, já! –el mismo hechor del comentario se echaba a reír -¡Si! ¡Claro! ¡Cómo si eso llegase a suceder!

-Dejen de armar escándalo –Primo empezaba a fruncir el entrecejo. Cada vez le era más difícil mantener a raya a esos dos. Primero habían sido un par de inocentes copas acompañadas por su primer concierto en un bar bien conocido en una lejana región de esa, y ahora no paraban hasta ver elefantes rosas. Tal vez drogas sería bueno para la próxima, y es que esta vez la habían armado grande. El hotel entero había sido su víctima. Estaban suspirando los dos al mismo tiempo cuando a Dino se le ocurrió abrir la puerta de la bañera.

-¡¡Ah!! –gritaron eufóricas dos chicas que estaban teniendo una intimidad exorbitante antes de aquel suceso. Dino se ruborizó a manera de anciano pervertido. Mukuro fue hasta allí y cerró la puerta de una patada.

-Déjalas en paz, ya era hora de que hicieran algo productivo, ayer no me despertaron nada –dijo molesto. Había vidrios desperdigados por toda la alfombra. Y un león dormía plácidamente en la destruida cama de agua.

-¿Cuál ha sido el número? –preguntó el rubio pisando con cuidado y sacando de una chaqueta color caqui un celular de última edición, lo abrió y empezaba a teclear mientras esperaba la respuesta.

-Bah, ¿qué importa? Hemos dado seis conciertos en este mes, calma tu conteo.

-Debo tener todo en orden para cuando le cuente a mis nietos mis grandes hazañas –respondió, y su sonrisa socarrona se elevó al ir fotografiando cada rincón.

-Ajá, como si a tu pequeño nietecito de seis años le puedas mostrar las fotos tuyas en pelotas, o la fotografía del oral que te hicieron en el elevador, o ¿qué te parece el trío de anoche? Si, sería muy bueno traumar a un infante –Mukuro le daba todo el sarcasmo que su joven mente podría manejar.

-No volveré a ser activo de nadie, jamás en mi vida –juró el rubio.

-Mentiras –bufó Primo encendiendo un cigarrillo y lanzando casi inmediatamente el humo hacia un lado –, te encantó.

-Naaa, lo mío son las mujeres –soltó con tremendo orgullo. Dino Cavallone. Sus ojos, cuando estaba cien por ciento sobrio, eran de color pardo. Su piel morena le daba ese toque apetitoso de canela. Sus músculos estaban criados en el gimnasio –, por otro lado, nuestro pequeño Mukuro dio ayer un gran paso, err, ¿Diste o recibiste, Muku? –preguntó lanzándose al único sillón que permanecía de pie.

-Ya ni recuerdo –viró la vista al encontrarse con el interrogatorio fijo de sus dos mejores camaradas.

-¡Ja, já! –Dino se cubrió el estomago y Mukuro le lanzó una almohada. Primo sacó del armario una pequeña maleta.

-Listo nos vamos –declaro mientras los otros dos se empezaban a pelear, de nuevo.

-¿A dónde? –preguntó Mukuro teniendo a Dino contra las cuerdas, perdón, contra el piso.

-Lo sabrán cuando lleguemos

-¡No! ¡Otro concierto no! –fingió una voz melosa, Dino –, como que quiero algo diferente –dijo en medio de un ronroneo.

-¿Cómo qué? –preguntaron los dos al mismo tiempo.

-No sé –se encogió de hombros antes de dar su respuesta.

-Entonces no opines –le recriminó Primo. Escucharon que el león empezaba a despertar –, independientemente de lo que quieran, tenemos un itinerario.

-Ay, por favor, hemos trabajado mucho estas últimas semanas, nos merecemos algo nuevo. Como que destruir hoteles ya me cansó –derramó una copa de vino encima de un hombre encuerado.

-Yo aún aguanto otra ronda –se echó a reír, Primo.

-Desgraciadamente, pro primera y única ocasión, coincido con Dino –respondió Mukuro, cruzándose de brazos –, quiero cambiar esto. La fiesta de anoche fue grande, no lo negaré, pero es lo mismo todos los días; día tras día, noche y noche…

-Ya, ya, entendí el punto –los menores le vieron con expectación –, tal vez lo que necesitan es un ligero cambio de aires, les daré un chance –dijo dándose la vuelta, se había sobrepuesto una camisa sobre sus deliciosos pectorales de acero. Llamó a recepción, dio un par de indicaciones y colgó. Exhaló el aire del tabaco –, listo. Ahora corran, que les cobren los destrozos a estos parásitos –dijo, sin nada de moralidad, dando un ligero golpe con la puna del pie a un hombre de baja estatura que había llegado anoche para fotografiar a las estrellas. Y como premio había obtenido una golpiza de campeonato.

-¡Cuánta crueldad guarda mi hermano! –se burlaba Dino mientras recogía un par de cosas que le gustaron, como una tanga de color rosa. Si. Dino las coleccionaba. Algo más sumado a su lista de amores.

-Cállate que tu vas para el mismo purgatorio –Mukuro se terminaba de vestir y pasaba sobre los cuerpos desnudos de varios hombres y mujeres.

-Preferiría que pelearan todo lo que quisieran cuando estuviéramos en camino.

-¡Yo manejo! –gritó Dino, arrancándole las llaves del Mustang a su hermano mayor.

-¡No! –pero no lograron detenerlo.

Y las cosas terminaron de la siguiente manera:

Solos. En un paraje inhóspito. Sin comida. Sin agua. Y con la seguridad de que no encontrarían el poblado sino hasta dos horas de camino a pie. El maldito “potro” había salido despedido del hotel, cosa normal y sin problemas, entre el tráfico todo se maneja bien, sin embargo, al ir perdiendo los edificios, las ciudades y a le gente, le embargó un sentimiento de extrañeza. La carencia de exagerado ruido le volvió loco y empezó a acelerar la velocidad como demente. Primo iba de lo más normal, con su cinturón de seguridad bien puesto mientras miraba por la ventana, pero Mukuro era otra historia, venía mentándole la madre a Dino por su estupidez.

-Maldito, eres un maldito idiota –Mukuro trataba de no perder la poca serenidad que ya mantenía al juntarse con esos dos –, diablos ¿por qué tuve que unirme a ustedes? ¿Por qué no mejor me uní a un conservatorio?

-¡Oye! ¡Buena idea! –iban caminando con sus maletas ligeras al hombro, cada quien. Campo y más verde campo se extendía por la derecha e izquierda de la carretera que se perdía al horizonte e incluso alcanzaba la locura de espejismo –, me podría recetar a mí mismo un par de monjitas ¡¿te imaginas?! Sí todas llegan allí vírgenes… -un hilo de baba le corrió por la barbilla. Primo bufó.

-Hey, Dino.

-¿Quép?

-Allí viene una camioneta, detenlo –ordenó fríamente.

-¿Cómo?

-Así… -dijo y le dio una patada hasta mandarlo en medio del asfalto.

-¡¡WAAAAAAAAAAAAAA!! –su grito perforó los oídos de todos. Y el auto tuvo que pegar un “frenón” tremendo, al punto de rechinar las llantas.

-¡Oye, idiota, fíjate lo que haces! –salía, enfurecido por causas entendibles, un chico.

-Espera, espera –bajó rápidamente, el copiloto de esa vieja pik up.

Primo y Mukuro se acercaron con calma. El mayor jaló a Dino del cuello que seguía apreciando la bonita forma de los neumáticos.

-Lamentamos la interrupción de este esparrago –dijo Primo zangoloteando a Dino, sin prestarle atención.

-¿Es un suicida o qué? –soltó despectivamente el conductor que seguía con un pie plantado en el suelo y el resto de su cuerpo aún dentro.

El rubio casi hubiera triturado a su hermano, pero éste le mandó a callar.

-Quisiéramos pedir un pasaje –dijo Mukuro.

-Existen formas más decentes de hacerlo –dijo el copiloto, yendo a revisar que Dino no tuviese heridas serias. Aquel era un hombre guapo. Sus cabellos eran de un color vainilla cenicienta y sus ojos poseían una claridad casi tornasol. Primo le prestó especial atención.

-Vamos ¿qué esperan, suban, Alaude podría quedarse viendo a su inminencia-chan toda la tarde, fufufu –el piloto, ya habiéndose calmado por el susto y por recocer a esos tres sujetos fuereños, cambió la actitud huraña que siempre hubiera podido tener con los “mortales”.

Sin decir mucho más, terminaron colándose a la parte de atrás. Se quedaron un poco incómodos cuando vieron que esos dos sujetos, el conductor y su copiloto, no iban a donde esperaban. Primo decidió guardar cautela. Terminaron en una casa de humildes dimensiones, pero de dos pisos, no muy lejos de la carretera.

-¿Y ahora? –preguntó Mukuro, manteniéndose serio.

-Pasen a nuestra casa… -ofertó el mencionado Alaude, y les dejó con el que casi atropella a Dino.

-Dinos tu nombre –pidió Primo, al ver que el mutismo podría prolongarse.

-Byakuran Gesso –se extendieron la mano mientras esperaban a que Alaude diera una señal. Parecía sospechoso. Mukuro y Dino se sorprendieron de que Primo no se mostrase celoso y por eso les pareció buena idea atender a la invitación.

-Podrían haberme mandado a la carretera, me hubiera desnudado y apuesto a que hubiéramos conseguido un buen par de conejitas, ¡Podríamos haber pasado la noche calientitos!

Mukuro respiró hondo. Ese maldito semental. Siempre era lo mismo.

-¿Hasta cuándo aceptarás que te gusta chutar del otro lado? –preguntó el peli índigo en un murmuro.

-¡jamás! –respondió. El llamado Byakuran prestó atención, y les abrió la puerta –, nunca pondría los ojos en un hombre ¿Cómo crees eso? Las mujeres tienen esa maravilla que nos entregan con un besito y ya, además con los hombres te encuentras imposibilitado para… –se encontraron en un pequeño recibidor que de inmediato tenía las escaleras de madera para el segundo piso –el día en           que me llegue a gustar un hombre, te juro que me cast… -casi termina su oración; El inconveniente para hacerlo, no había sido una mujer, como todo mundo hubiera esperado. No. Fue porque, la persona que bajó de esas escaleras, quedando completamente enfrente de los recién llegados, era un jovencito. Uno de belleza inimaginable. Sexy. Apetitoso. De cabellos cortos y negros. De mirada fiera. Menudo de cuerpo y sagaz de pensar.

-¿Qué dices, Dino, te paso las tijeras para que te castres? –preguntó Mukuro dándole un codazo a Dino; el rubio se había quedado con la boca abierta.


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