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Irresistible por starsdust

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Kardia permaneció bajo el agua hasta que esta se llevó todos los restos de manzana que habían quedado enredados en su melena. Al salir del baño, aún podía percibirse el débil resto de un aroma frutal que impregnaba su piel, pero nadie se daría cuenta de eso a no ser que se acercara hasta poder apoyar su nariz contra ella, así que no importaba. Además, no era realmente desagradable.

El templo de Acuario estaba silencioso. Dégel había insistido en que Kardia fuera para allí, mientras los destrozos en Escorpio eran reparados. Kardia fingió creer la excusa, sabiendo que probablemente Dégel quisiera tenerlo vigilado. No importaba. Podría sacar provecho de eso. Se dirigió a la biblioteca, seguro de que allí encontraría al dueño de casa, y tenía razón. Lo vio revolviendo nuevamente sus notas, aunque esta vez se veía ansioso, más que preocupado. Estaba arrugando varios de aquellos papeles, y poniéndolos a un lado. Y había algo más en él que llamaba la atención.

—¿Dónde están tus lentes? —preguntó Kardia, sin grandes preámbulos. Dégel lo miró con sorpresa, y luego se llevó una mano a la cara, como para ajustar unas gafas invisibles que en realidad no estaban allí.

—No sé dónde están —respondió.

La habitación estaba incluso más desordenada que la última vez. Era un caos controlado, pero aún así no era delirante imaginar que un objeto pudiera perderse en ese lugar. De todas maneras, a Kardia le bastó apenas un vistazo para encontrar los anteojos, lo que le hizo preguntarse cómo podía Dégel no haberlos visto.

—¿No te parece que es hora de dejar de lado un poco esos papeles y hacer otra cosa?

—Quizás tienes razón —concedió Dégel—. Quizás estoy demasiado cansado.

La rapidez con que Dégel aceptó el consejo descolocó a Kardia, que ya se había preparado para comenzar a discutir. No hizo falta decir nada más para convencerlo. Dégel se alejó de la mesa y fue hacia él. Luego puso una mano sobre su mejilla y un beso sobre sus labios.

—¿Qué es lo que pasa exactamente con Aspros, entonces? —preguntó Kardia.

—Creí que querías que dejara de lado ese tema por un tiempo —respondió Dégel, utilizando cierto tono de reproche. Kardia desvió la vista. No iba a admitirlo, pero estaba preocupado.

—Sí, pero...

—Creo que tú también necesitas descansar.

Eso sonaba más como él, pensó Kardia distraídamente, y Dégel sonrió como si lo hubiera escuchado. Se encaminaron hacia un cuarto contiguo, y allí una pequeña cama que daba la impresión de estar siempre a punto de derrumbarse los recibió a ambos. A Kardia le divertía la incertidumbre de no saber hasta cuándo aguantaría. Mientras buscaba el sitio perfecto donde colocarse, la cama se tambaleó. Encontró su lugar sobre Dégel, que estaba acostado boca arriba, y que lo atrajo contra sí con ansiedad, para besarlo con una intensidad desesperada, profunda, absorbente. Lo dejó ir cuando no hubo más remedio.

—Esto no es suficiente —susurró Dégel, frunciendo el ceño—. Necesito poseerte.

—Cuánta formalidad, señor —respondió Kardia, riendo—. Cambiemos lugares, entonces —agregó, y buscó la manera de acostarse boca abajo sobre el colchón. Esto obligó a Dégel a incorporarse, ya que no había suficiente espacio para que ambos yacieran allí.

Estando de espaldas a Dégel, Kardia sintió que este retiraba la ropa que estaba en su camino y estudiaba su cuerpo con las manos antes de proceder a cualquier otra cosa. Esto no era raro en él, pero el cuidado con que lo hizo le recordó a la primera vez que habían estado juntos.

—Eres muy hermoso —comentó Dégel, mientras se apoyaba sobre sus muslos y luego iba más arriba, en busca del punto justo desde donde partir. Kardia estuvo a punto de reír de nuevo al escucharlo decir aquello, pero una ola de placentero calor le nubló los sentidos. Podía sentir la firmeza de Dégel contra su piel, y también la suya propia. Su ingle estaba siendo devorada por el fuego.

Quiso aliviarse utilizando sus propias manos, pero Dégel notó sus intenciones y se lo impidió. Kardia sintió que su compañero tomaba sus manos, acariciaba la punta de sus dedos, y luego los lamía, como si estuvieran embadurnados de algo delicioso. Una vez que estuvo satisfecho, lo tomó por las muñecas y cruzó estas sobre su espalda. Allí se detuvo durante un tiempo, como dudando sobre qué sería lo correcto.

—¿Y? ¿Qué vas a hacer? Decídete. No tengo todo el día —dijo Kardia en tono burlón, mirando hacia atrás por encima del hombro.

En realidad le agradaba bastante el suspenso de la incertidumbre. Por ahora no tenía pensado resistirse, aunque a veces era divertido. Aguardaba con ansias lo que fuera a venir a continuación, así que dejó a su compañero experimentar, como solía hacer usualmente. Después de probar varias posiciones restrictivas, Dégel le soltó las muñecas, y le hizo colocar los brazos al costado del cuerpo, flexionándolos un poco, hasta que las manos quedaron descansando a la altura de los hombros. Entonces las cubrió con las suyas, entrelazando sus dedos con los de Kardia. Para Kardia era una posición cómoda, pero pronto descubriría que le dejaba muy poco margen de movimiento.

—Son muchas las cosas que quiero hacer contigo —murmuró Dégel en su oído, al tiempo que internaba en él.

El cuerpo de Kardia reaccionó de manera inusual. No fue una impresión agradable, sino una que se asemejó a la de un cuchillo hundiéndose en su carne. Se sintió asqueado por unos instantes, hasta que la sensación se disipó y dejó lugar a un extraño placer atontado que lo hizo sentirse mareado, aunque sus músculos continuaron tensos. Por alguna razón, su cuerpo no reconocía al de Dégel y lo rechazaba.

—Espera un poco —jadeó Kardia. En una situación normal, Dégel se hubiera detenido de inmediato, pero esta vez el pedido fue en vano. El ritmo se volvió más intenso, al igual que la contradictoria sensación de placer e incomodidad que venía con él. Kardia tuvo la certeza entonces de que aquel no era Dégel, y esto fue confirmado por lo que escuchó a continuación.

—No te resistas, si te resistes será peor —dijo Dégel, con una voz ronca y poco pulida, parecida a la que había salido de Aspros antes.

Cuando Kardia intentó moverse fue cuando se dio cuenta de que simplemente no había manera de hacerlo. Sus movimientos estaban trabados por la manera en que esa cosa que usaba el cuerpo de Dégel se había colocado encima de él y tenía apresadas sus manos. Su Aguja Escarlata estaba neutralizada, por esa misma razón. Ese ser había aprendido que era conveniente evitarla, y se había encargado de buscar una manera de impedirle utilizarla desde un principio. Kardia gruñó de rabia, enojado consigo mismo por no haberse dado cuenta antes. Tenía que pensar en una estrategia; se negaba a dejarse pasar por encima por aquella cosa.

De repente, la ventana de una oportunidad se abrió cuando la presión que estaba siendo ejercida sobre él se aflojó un poco de un momento a otro.

—Kardia —susurró lo que sonaba nuevamente como la voz de Dégel. Kardia volvió la cabeza para mirarlo como pudo, y lo que vio fueron lágrimas en sus ojos.

—Dégel...

—Apártate —dijo Dégel con esfuerzo. Kardia obedeció, y al alejarse le pareció que Dégel, que permaneció de rodillas sobre la cama, apoyándose en sus manos a duras penas, estaba soportando un peso terrible sobre sus espaldas—. No te acerques, Kardia. No podré detenerlo por mucho tiempo. Está dentro de mí. No dejes que pase a tu cuerpo.

—¿Pero quién es? ¿Qué está pasando?

—Es un dios antiguo. Príapo. Se alimenta de energía sexual. Debe ser sellado, utilizando... —alcanzó a decir, antes de que su voluntad volviera a ser anulada—. ¿Sellado? —chilló Príapo, de nuevo en control de Dégel. Ahora que había sido descubierto ya no tenía que seguir guardando las apariencias, y su mirada se volvió rabiosa y desafiante que había visto en Aspros antes—. Jamás dejaré que me sellen de nuevo. Maldita Atenea. Egoísta, hipócrita, manipuladora, arrogante desde siempre, se cree la única con el derecho de vivir sobre la tierra, la única que puede decidir lo que es bueno para los humanos. Se declara protectora de los hombres, y los envía a morir en guerras sangrientas. ¿Desde cuándo las guerras son mejores que el sexo? Yo no tengo intenciones de matar a nadie, después de todo. En su nombre, en cambio, han muerto miles de personas. ¿Te parece justo?

A decir verdad, Kardia podía entender las razones del enojo de aquel dios, por más que sus métodos de reclamar justicia llegaran a ser bastante repulsivos. Pero no era una buena idea darle la razón al enemigo en plena crisis, así que convocó su armadura y se preparó para pelear.

Continuará~ 

Notas finales:

Un poco más de yaoi en este capítulo xD No hay mucho que decir. En este caso Kardia tardó en sospechar porque la situación era familiar para él y posible, lo que le hizo pasar por alto algunos de los signos sospechosos. Esa cosa que tuvo sexo con Kardia era una mezcla de Príapo y Dégel. Aunque fuera mayormente Príapo, Dégel no estaba del todo anulado, y por eso consiguió resurgir un poco al final.

Por si alguien se pregunta "dónde está X personaje que hace mucho que no aparece", aviso que en el siguiente capítulo aparecerán más, y también se explicarán más cosas. En realidad, la historia está cerca del final (pero no va a ser tan fácil, falta una vuelta de tuerca importante xD).

Imagino que debe de haber algunas preguntas sobre la manera en que Príapo pasa de un cuerpo a otro, y por qué en un momento lo hace y en el otro no (por ejemplo, ¿Por qué no pasó a Kardia con el beso?). Eso será explicado en el futuro. También luego se explicará más sobre Príapo en sí. Ese es el dios que había usado para Zona Prohibida, pero que aquí usa métodos diferentes a los de allí.

Gracias por leer :3

PD: Cuando Príapo/Dégel dice que quiere poseer a Kardia, se refiere a realizar el intercambio de cuerpos xD Lo bueno es que esa frase tiene doble sentido.


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