Ahí viene, puedo sentirlo detrás de mí, no me detendré aun cuando no tengo esperanza… mis manos golpeaban las ramas que estorbaban mi camino, tenía que escapar, él que hace unos momentos consideraba mi amigo ya no lo era más, acepte hacer todas esas cosas a las chicas sólo por diversión, además su profesión no estaba muy alejada a lo que les habíamos hecho. Pero Tyler, él era un homicida. Tropecé con un troco de algún árbol caído, intente levantarme pero el dolor punzante me impidió caminar.
-¡Detente!- el grito de Tyler me sobresalto, alcé la vista y lo encontré erguido ante mí.
-Por favor… -suplique- no me mates.
-¿De qué diablos hablas Will?- vi la navaja en su mano.
-Te vi matar aquella chica, ¡vi como la asfixiaste!- negué con la cabeza alejando el recuerdo de mi mente.
-¡Sólo la deje inconsciente! No soy un jodido psicópata. - lo miré detenidamente, su pantalón tenía gotas de sangre fresca. Con cada paso que daba yo me arrastraba alejándome de él, sin dejar de verlo. -¡Date prisa debemos huir!- me tendió la mano intentando levantarme.
-¿Huir de quién?- estaba confundido.
-De Albert, lo vi degollando a una de esas perras, nuestra fraternidad termino… – Tyler miró alrededor como si estuviéramos siendo espiados- ya no nos necesita Will, se deshará de nosotros como lo ha hecho con ellas.
Albert salió de entre los árboles, quedando entre Tyler y yo, sujetaba un bate de beisbol con ambas manos. Con un movimiento rápido el bate golpeo la cabeza de Tyler, Albert no se detuvo dio golpe tras golpe, hasta que el rostro de Tyler era irreconocible.
-¿Estas bien?- Albert volteó a verme, una mancha roja pintaba su camiseta, justo donde la navaja de Tyler se había enterrado en su cuerpo; asentí - Sabía que vendría por ti, corrí lo más rápido que pude para salvarte.- tiro el bate al suelo y se inclinó sobre mí.- tenía tanto miedo que te hiciera daño.
La palma de su mano acaricio mi mejilla, sentí sus labios contra los míos, no me importo el lugar, ni que ambos fuéramos hombres, necesitaba relajarme. Me aferre a él, buscando tocar su tez con ambición, arrebatando la ropa de nuestros cuerpos, caímos piel contra piel sobre la hierba. Masturbarme delante de su mirada envió electricidad al fondo de mis huesos, sus besos me enviciaban, cada estocada suya nos unía en una danza de pasión y lujuria. Sentirlo dentro de mí y el vaivén de sus caderas, fue suficiente para hacerme llegar a la sensación más excitante de mi vida. Fui consciente de su explosión en mí interior, enterré mis dedos en su espalda, mientras Albert sujeto mi cuello con ambas manos. La sensación fue placentera aumentando mi culminación unos segundos más, pero cuando mis pulmones suplicaron por aire, se volvió tortuosa. Albert no cedió, rasguñe su espalda, me retorcí para liberarme pero fue inútil.
Siempre había sido él, el asesino… mi vista se nublo, agradecí ver por última vez los hermosos ojos azules y la belleza descomunal de mí verdugo.