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Solo quería un café por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

Dedicatoria: Cumpleaños de una de las torres del santísimo pecado, mi amiga, mi girasol. Ya lo dije arriba y sé muy bien que ella ya sabe lo que viene en esta dedicatoria y el porqué de esta canción. como sé que ella lo sabe, entonces no veo la necesidad de materializarlo aquí. Es tuyo, lo sabes. El amor todo lo puede.
Comentarios adicionales: Este fic lo publiqué hace casi dos meses en el foro de Saint Seiya Yaoi, pero ya le corregí las pequeñas fallas que tenía.

Notas del capitulo:

Solo quería un café: Ricardo Arjona

Afanado por el diario vivir y la rutina, un joven se metió a aquel lugar de largos venales, escondido entre los locales del centro. Hacía calor; el calentamiento global había afectado considerablemente el clima y aunque ya estaba acostumbrado a algo de ello, el humo del tráfico, el smog de la ciudad, la gente y el solo hecho de tener estrés lo había hecho incluso más insoportable. ¿Cómo era posible que las temperaturas no descendieran de 30°? Aunque su sangre tenía raíces de la India, el hecho de haber vivido casi toda su vida en Londres hacía reacio el acostumbrarse, así que al joven, bancario, solo le quedaba tratar de hidratarse cada vez que pudiera. Solo que en ese momento no iba a buscar una bebida refrescante, no, no la quería. A pesar que hacía calor, también debía terminar su proyecto, y fue por eso que abrumado también por la falta de sueño decidió que antes de ir a su próximo destino, bebería un café.

El sonido de la campanilla al entrar le dio la bienvenida al pequeño local de decoración algo sesentera. Estaba la barra donde había un bufet con el almuerzo del día, aunque siendo ya pasadas las tres de la tarde apenas había algunas reservas de ensaladas. También podía ver las tortas y los dulces esperando encima de las bandejas, con su distinta nota de precio, cada una dándole valor a una porción para quien quisiera aprovecharla. Y si le quedaba duda de los costos estaba la cartelera gigante con unas imágenes ilustrativas detrás de los asistentes de cocina. Las mesas, redondas y de un color rojo caoba, estaban acompañadas de pequeños asientos de madera, con su respaldar curvilíneo y acolchados con una graciosa tela blanca estampada. Un lugar acogedor, pensó el hindú, mientras con su camisa del banco y amarrada la corbata, visualizada constatando si seguía los mínimos requerimientos de higiene para decidir si tomaría el café allí. Finalmente, se decidió.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo servirle?—la sonrisa de la pelirroja frente a él era ancha y agradable, perfectamente cuidada. Su maquillaje sencillo a su vez y su vestido sobrio le daba un aire de profesionalidad y recato que le agradaba. El chico sonrió.

—Solo quiero un café.

—¿Cómo lo desea? Tenemos descafeinado, con leche…

—Solo café.

—Tome asiento. ¿Lo quiere en una taza pequeña o mediana?

—Mediana.

—Le estaré llevando el pedido.

Asintiendo el joven se sentó en una mesa apartada, cerca de la esquina y con la vista al ventanal que daba hacia la calle, mediante la cual podía ver la rutina en ella, el cómo los automóviles y las personas se movían a su ritmo siguiendo la rutina impuesta por los medios y la economía del país. Shaka observaba con su ceño relajado y las manos juntas bajo su barbilla, pensando en si había algo fuera de lugar en su propia vida y si era necesario hacer algunas estructuraciones sistemática para hacerla mejor. Como buen licenciado en administración valoraba el orden y el equilibrio, incluso en cuestiones personales y no estaba seguro del por qué, o del qué, pero era una materia pendiente para él.

Queriendo despejar ese tema de su mente se metió en el navegador de su celular para revisar los últimos twists de la noticia, como iba afectando cada nueva decisión en la forma de vivir de la sociedad, qué nuevo hecho había, que otro nuevo plan o desdicha estaba por cernirse en ellos. Todo estaba en crisis los últimos años, él lo admitía, las formas de poder poco a poco se iba desquebrajando y al leer, en esos últimos anuncios, sobre las revueltas ocurridas en su ciudad Londres, frunció el ceño con preocupación.

—Señor, su café—escuchó la dulce voz a su lado, volteando para corresponder el pedido tomando la taza de café servida y los sobrecitos de azúcar dietética—. ¿Quiere un Croissant para acompañar?

Sólo quería un café con poca azúcar quizá un croissant 
no iba por la tertulia o el flirteo.
Sólo quería un café quizá echarle algún vistazo
a las malas nuevas de los diarios o sacudirme
esa pereza crónica de mis amaneceres.

—Mmm… después quizás—le sonrió en respuesta y la mujer, con delicadeza, le dejó con la taza servida.

Su vista viajó por un momento en el café, moviéndolo con la cucharilla mientras observaba la superficie brillantina, pensando de nuevo en las mismas cosas, las mismas razones y en todas las tareas que tenía pendiente. Sabiendo que no era momento para divagar y que el tiempo se le escapaba de mano, abrió los sobrecitos de azúcar para endulzar la bebida y empezar a probarla, con cierta rapidez.

No notó el movimiento que hacían, a unos metros frente a él, acomodando asientos y el aparataje de sonido. No prestó atención cuando alguien tomó el micrófono e hizo primero unas comprobaciones de las condiciones del sonido antes de proseguir. Le pareció para él totalmente desinteresado ver qué era lo que planeaban hacer, quizás una actividad cultural, quizás un cantante buscando su minuto de fama, para él eso no era importante; así que con su café, y tomando una servilleta empezó a escribir con su bolígrafo azul sobre las cosas que debía hacer al acabar su bebida caliente.

—“Recoger los documentos de la oficina del MCN”—murmuraba sorbiendo algo del líquido—“… y luego llevar las copias del contrato a la sucursal del norte. Tengo que terminar el balance del mes, me faltan unas…”

—Para que tú me oigas mis palabras se adelgazan a veces…

Su vista se levantó, ojos azules que buscaron entre la multitud la procedencia de esa voz. El poema cinco de Neruda, claro que lo reconocería, pero no era eso lo que le había llamado la atención de una manera tal que había dejado de escribir la lista de cosas por hacer. Era la voz, gruesa, varonil, con una entonación suave y pausada, vibrante en el sentimiento de cada palabra, de cada rima y de cada verso que un hombre enamorado había escrito años atrás. La buscó, vio al círculo de personas que sentadas alrededor de una tarima improvisada disfrutaba de la declaración, también vio al hombre que sentado en una banquilla de madera, con una pierna al suelo, la otra sosteniéndose de la madera, una mano en el micrófono, la otra en el libro.

Y su voz, adelgazándose tanto que penetraba en cada poro de él.

La disertación terminó, pasando ahora a un poema de Rubén Darío, donde la voz de manera increíble lograba emular los sobresaltos y exclamaciones, con soltura, con elegancia, con una mirada verde que iba y venía entre los rostros como si enfocara sus palabras a ellos y que iban desgranando las voces como si fuera solo de él. Encantado, Shaka había dejado la servilleta y el bolígrafo de lado, pues quería seguir escuchándole con toda su atención. Por un momento para él el tiempo había dejado de ser un elemento medible, sus unidades se iban esparciendo y alargando como la entonación de su voz, de forma que le parecían horas los pocos minutos que duraba de un poema a otro. No sintió entonces como ocurrió el desenlace, solo lo extrañó, desde el mismo segundo en que su voz dejó de sonar él empezó a extrañarlo.

Explicar qué sintió tras eso no era algo posible al menos en ese instante, pero Shaka tuvo que dejar un mensaje escrito en una servilleta antes de beber de golpe el café servido ya que primero se le había enfriado, y segundo se le había hecho tarde. El mensaje fue corto pero conciso y sin más, dejando su nombre como firma, lo dejó debajo de la taza de café antes de partir y preguntarle a la mesonera cuantas veces se daban esas actividades. Memorizó aquello y partió con una determinación.

Juro por mi que solo fui por un café,
Pero te vi...

Luego de ello, fue inevitable lo siguiente. Gracias a su horario el ir los días entre la semana se le hacía complicado y hasta un tanto difícil, pero los sábados estaba allí, a la misma hora, con el pedido del café y su móvil a un lado dejando olvidadas noticias, mensajes y llamados, totalmente embebido por la voz de aquel hombre que recitaba poemas tanto de conocidos poetas, como algunos suyos.

Para ello había tenido que ajustar varias cosas. Por ejemplo sus clases de italiano las había cambiado a un día entre semana por las noches y al gimnasio entonces iba en la mañana. Se alistaba, conversaba con su padre y entonces salía a tomar un café en el mismo restaurant de aquella vez, entrando, pidiendo uno sin importar el tipo o el tamaño, porque este terminaba enfriándose cuando sus ojos desde aquella esquina se fijaban en él, en el largo de su cabello en leves ondulaciones, en lo ancha y poblada que era su mirada y en cómo su voz como terciopelo decían tanto en tan poco.

Eran solo palabras, pero para Shaka las palabras tenían un significado mayor y más potente, no podía dejar de pensar en ellas cuando venían de él, de esa voz, y del cómo sus cejas se alzaban formando ángulos cuando realizaba una entonación. Tristeza, dolor, ira y sorpresa tan increíblemente mostrados a través de su rostro, que hasta llegó a pensar tenía varias caras.

Y así… así le admiraba, desde lejos, dejando como siempre una servilleta que no sabía si llegaba a sus manos o no.

Sus felicitaciones, sus impresiones, su nombre…

Para cuando se dio cuenta, le mencionaba a todos los compañeros que le seguían en su oficina; contaba que había alguien que recitaba poemas y dejaba a todos absortos ante su increíble oratoria. Solo tenía su nombre y no se atrevía buscar su apellido, cada acercamiento era mitigado por la vergüenza aunque le perseguía con la mirada en el silencio.

¿Cuándo comenzó? No supo en qué momento se habían acumulado los tres meses, y en cómo los recitales semana a semana iban mudando de los poemas famosos hasta poemas inéditos, poemas que no había leído y oído de ningún otro lado, aquellos que parecían estar llenos de tanto significado que le había hecho ver de forma diferente lo que tenía a su alrededor.

Así fue, que cuando Shaka se dio cuenta, al pasear por una plaza y ver los rayos del sol colarse por las enramadas de los arboles que cubrían las jardineras, rememoró y se acordó de él y de uno de los versos.  De esa manera, sin siquiera proponérselo, a veces mientras almorzaba entre semana en el cubículo de su oficina, se sonreía recordando uno de los poemas que oía cada sábado.

Así fue que el sábado, y con él los inicios de semana, tuvieron un significado, desde aquella tarde.

Y cambiaste mi vida, mi ritmo, mi espacio,
Mi tiempo, mi historia, mis sueños y todo
Y me agregaste risas, dos dudas, un duende,
Un par de fantasmas
Y este amor que te tengo.

—¿Este Sábado?

—Estoy seguro que te gustara—continuaba el rubio.

—Mmm… no lo sé, tengo cosas que hacer.

—Vamos, tienes que acompañarme. Es un lugar céntrico, pero tiene buena ambientación. Además el servicio es muy bueno y ni hablar del café.

La persona que era invitada lo miró con cierto recelo. No fue para él extraño escuchar de su amigo sobre aquel café metido en una de las calles de la ciudad. Shaka le había hablado de él desde hacia tiempo, sabía que lo visitaba todos los sábados y que algunas veces, cuando podía, se dirigía ya en las noches al mismo lugar aunque en esas ocasiones, de forma interesante, no se veía tan entusiasmado. Renegando con su rostro se sentó en el asiento frente al escritorio, mientras el rubio, con un bolígrafo en su cabeza, seguía revisando el archivo digital que le había enviado por correo y que necesitaba su firma para proceder.

—A ver Shaka, ¿qué hay en ese café para tenerte tan interesado?

—Ya te dije: Buen ambiente, una excelente atención, precios accesibles…—murmuraba aunque no le veía, solo iba marcando algunas celdas de la hoja de cálculo con un color distinto para resaltarlas.

El joven a su lado apegó su barbilla contra su palma, conociendo muy bien a su compañero, al menos durante esos meses, como para saber que ese sitio debía tener algo más que lo antes mencionado para ser tan importante y haberse convertido en una de sus paradas de su rutina diaria. El hindú, mirando fijamente la pantalla, parecía no percatarse de la manera en que su compañero lo observaba, analizando fríamente cada uno de sus gestos y buscando entre las palabras ya mencionadas algún indicio de qué era lo que había allí. Pronto su vista giró hacía el otro lado del escritorio, viendo un libro de portada sencilla y amarillo.

Llevado por la curiosidad, tomó el libro y abrió justo en el poema que estaba marcado, uno de Pablo Neruda. Notó la fecha marcada sobre la hoja y con curiosidad fue hojeando hasta encontrar otros poemas con otras fechas sobre la parte superior de sus páginas. Intrigado vio el calendario de la empresa que estaba en el escritorio y constató las fechas… los sábados.

—Shaka, ¿cómo encontraste ese lugar?

—Entré a tomar un café.

Era evidente, pensó su amigo, que había algo más que un café en ese lugar.

Y juro por mi qué solo fui por un café
Pero te vi...

Un martes, día festivo. Cuando Shaka entró al lugar de nuevo observó la forma en que estaba decorado, la simpleza de sus sillas y lo tranquilo que se sentía el ambiente con una leve música instrumental en piano y saxofón. Para el rubio no había mucho ese día que hacer,  solo sabía que no quería pasarlo en casa y por ello salió muy temprano, con el viento matutino y el sol pegándose a su espalda hasta que entró al local a refrescarse. El periódico de ese día, su ipod con una colección de música y el libro que había comprado con la mejor colección de poemas, en el cual iban marcando los que eran recitados por ese hombre que había sabido capturar su atención.

La invitación que había hecho se declinó a última hora pero habían acordado llevarla cabo en un día siguiente. Lo único que quería era compartir su hallazgo aunque, no entendía muy bien por qué, ese hombre se había convertido en algo tan importante de su diario vivir, algo que había marcado una pauta. Como fuese, aunque él no estuviera allí, el solo hecho de estar en el lugar y poder rememorar las tardes de tertulias al lado de su voz eran suficientes para hacerle mitigar, un poco, las ansias de que llegara el siguiente sábado.

—¿Lo de siempre?—preguntó la pelirroja con una sonrisa al reconocerlo, usando el mismo uniforme, la misma sonrisa cordial.

—Lo de siempre…—mencionó el muchacho sentándose, contrario a las otras veces, en la barra.

—Es raro verte hoy, aunque supongo que es por ser día festivo. ¿Descansando?

—Bastante, hay que aprovechar el día—le sonrió y ella, con coquetería, también lo hizo.

La mujer hizo el pedido y fue ella misma a servirlo, cuidando de la pulcritud de la taza, de darle el café caliente y al punto, hasta dejárselo al lado de su mano con el platillo y la cucharilla, junto a los sobres de azúcar. Shaka le sonrió en modo de agradecimiento, entregándole de inmediato el pago.

—Te gusta la poesía, ¿no?—ella le comentó y el joven cliente levantó la mirada hacia ella para notar que la mujer mantenía la propia en su libro—. Tengo ese libro.

—Siempre me gustó la poesía, pero había dejado de leerla desde que entré a la universidad. Me absorbieron los números.

—Suele ocurrir—murmuró la mujer afincando su codo en la barra, quitando toda barrera de cliente y servidor para tratarlo como un conocido más cercano. El rubio asintió a su proposición—. Yo también me olvidé de ellos, pero desde que el dueño le dio el permiso a Saga me he reencontrado con esa parte de mí.

—Ya veo…—dio conteniendo una sonrisa.

—Oh, ¡allí viene!

—¿Mmm…?

Quien iba a imaginar
Que esa mañana, en el café
Yo iría a coincidir con el milagro
De pisar el mismo espacio
A la misma hora que tu

 

—Buen día Mary.

Sin poderlo evitar su sangre se espesó en sus venas al escuchar la voz detrás de él, justo detrás de él, a su espalda, a escasos centímetros de su persona. Su cuerpo se vio atrapado por tantas señales nerviosas que no le dio tiempo de poder organizar ninguna de ellas, solo estaba seguro que sentía demasiado como para poderlo llamar algo normal. Eran demasiado nervios, y demasiadas ansias, un desborde de deseos de voltear y ver su rostro de cerca y al menos sentir su voz pronunciando su nombre extranjero.

¿Cómo sería estar frente a frente a él? ¿Cómo sería el ver sus labios por fin cuando las silabas saliesen acompañadas de su voz ronca alargándose contra él y enredándole entre cada sonido, cada movimiento fonético, cada vibración bucal? Escuchaba su voz y se sentía preso de tantas cosas que tuvo miedo, miedo de su cuerpo y de sus pensamientos, terror de lo que reaccionaba de él, de cómo su corazón parecía revelarse ante todo para hacerle sentir, con tanta facilidad, como si el mundo girara alrededor de ese ínfimo instante. Oír su voz a través del micrófono a lo lejos era muy distinto a oírla de forma natural y pegado a escasos centímetros de él.

Para empeorar más su situación, el poeta se sentó justo en la banquilla de al lado, dejando un periódico, un cuadernillo de espiral en la barra y pidiendo un cappuccino. La misma que había atendido al rubio salió a hacer el pedido y Shaka sintió, que en ese justo momento que lo dejaron solo a su lado era sin lugar a duda la misma eternidad. Manos sudando, pupilas dilatadas, un leve brillar en manos y piernas, una gota de sudor que corrió por su mejilla para caer en su barbilla, la desesperación, las ansias, el café que se enfriaba.

—Y dime, ¿qué te trae por aquí hoy tan temprano?

—Vine a buscar unas facturas aquí cerca, estoy con el trabajo de la imprenta. Si todo sale bien saldrá mi tercer libro de poemas publicado.

—¡Qué maravilla Saga! ¿Piensas en dar ahora un tour o algo así? ¡Pediré tu autógrafo!

Y entonces rió, y al reírse Shaka por fin entendió qué era lo que estaba pasando dentro de él. Fue como si algo estallara dentro, algo como un festival de colores que iban y explotaban en su mente, fuegos artificiales alumbrando una noche de lunas y estrellas, quizás reflejados además en un lado tranquilo, un lugar apartado y único donde ese hombre lo era todo.

En un segundo, dejándose llevar por el deseo de al menos verle de perfil, de al menos llevarse una imagen más cercana de él, Shaka decidió hacer uso de su valentía para girar un poco su rostro y detenerse a ver cómo el hombre llevaba la taza de café a sus labios. Sus ojos azules, así dilatados, le observaron por un efímero instante, lo suficiente como para poder grabar cada línea de su rostro frente a él y llevárselo como si fuera algo sagrado y prohibido. En el siguiente, fue el hombre quien volteó, volteando el mundo de Shaka de cabeza.

Y cómo si esto fuera poco
Que tus ojos se fijaran justamente en mí

Juro por mi qué solo fui por un café
Pero te vi...

Jamás olvidaría ese día, ese instante en que sus miradas se cruzaron y aquel hombre pareció observarlo como si le preguntara que sucedía. No podría olvidar cómo simplemente desvió su mirada a otro punto e hizo como si nada pasara, haciendo acopio de todo su control aunque por dentro se sentía superado, por las emociones, por los pensamientos y si, por sentimientos se dio cuenta después.

Aún así, tras ese acercamiento no hubo ningún tipo de avance. Shaka tal como entró salió del lugar, el hombre se quedó hablando con la chica del local, y él, con el corazón palpitándole a mil por horas, no detuvo su paso hasta hallarse en el parque y poder respirar mejor, poder tomar aire. Pensó en no ir más, porque si aquello lo ponía de semejante manera no quería volverlo a sentir, pero fue en vano tan siquiera pensarlo cuando ya el otro sábado estaba allí, fingiendo que compraba una taza de café para sentarse en la parte más alejada y ver a Saga recitar poemas desde el otro lado del local, como siempre, como había sido su rutina.

Quizás se trataba de un deseo masoquista, pero simplemente no podía despegarse de él, se había convertido en una condena dulce el oírle recitar versos. Por esa razón, cuando Saga empezó su interpretación para Shaka acababan los problemas, las condiciones y los prejuicios. Estaba seguro de lo que sentía, de cómo le desvariaba, del por qué sonreía recordando la voz de ese hombre mientras intentaba emular la entonación al recitar cada poema y terminaba comprendiendo que no era el más diestro para ello. Le dejaría esas habilidades histriónicas a él que las tenía, se conformaría con ser solo un fiel oyente, uno que dejaba anotada en servilletas su impresiones para luego dejarlas en las taza de café, retirarse, invisible y sin necesidad de hacerse notar porque desde la sombra era más que suficiente,

Un amor platónico, idílico, pero esperanzador al menos para él.

Lo que si nunca esperó es que, después de lo ocurrido cuatro semanas después, mientras escuchaba la disertación, la mujer que siempre atendía al café se acercara sentándose a su lado, en la mesa. Totalmente abrumado Shaka desvió la vista del escenario hacía ella que parecía sonreírle, con un brillo en sus ojos que en particular le impresionó. No supo cómo tomarlo, pero de haber pensado que iba a verificar el pedido no se hubiera incomodado, era evidente que no se trataba de eso. La mirada se lo decía.

—¿Dejará otra servilleta?

—¿Eh?

—Otra servilleta, con sus comentarios, siempre deja una con la taza—el rubio, totalmente perplejo, la observó mientras ella le guiñaba el ojo—. Soy la que limpio su mesa.

—Comprendo…

—¿Dejara otra servilleta?

—Quizás…

—Mmm… ya veo…

El silencio consecuente con esa extraña conversación tuvo a Shaka en vilo por varios minutos, mientras la mujer simplemente tenía la vista puesta en el poeta con una discreta sonrisa. Shaka no sabía qué esperar, solo sabía que algo venía, que las dudas se agolpaban pero un latido de fe se acrecentaba en su pecho, comiéndole los bordes y absorbiéndolo sin dejarle una sola pizca de posibilidad de escape. Los ojos claros de la mujer al verlo le dieron la prueba irrefutable que definitivamente vendría algo, y ese algo daría vuelco a todo lo que había estado viviendo en esas semanas.

—No te vayas.

Y cambiaste mi vida, mi ritmo, mi espacio,
Mi tiempo, mi historia, mis sueños y todo
Y me agregaste risas, dos dudas, un duende,
Un par de fantasmas
Y este amor que te tengo.

Cuando la mujer le mencionó esas palabras, Shaka se dio cuenta que efectivamente la tertulia había acabado y solo se oían los aplausos de los presentes, un grupo pequeño pero bastante ameno que siempre estaba allí para la disertación. La mujer se levantó y él, totalmente asaltado por los nervios, empezó a girar la vista en varios puntos, primero en la servilleta en blanco, luego en su celular, la mesa, los transeúntes que pasaban por la calle, en la acera, el olor a café, el del cuchicheo de las personas… cualquier punto para Shaka era más que aceptable si eso le permitía estar más tiempo sobre sus pies y sin tener esa necesidad de huir. Seguro estaba que no era el momento de hacerlo, que debía tener valor, que si algo debía ocurrir él debía estar allí para afrontarlo, pero mentiría si eso era suficiente para aplacar el ataque de pánico al preguntarse qué le diría, como le hablaría, de qué forma se dirigía a él.

¿O acaso de eso se trataba?

Aunque no estaba seguro de ello, la sola idea lo había convertido en un manojo de nervios. Asfixiado como estaba buscó acomodarse en el asiento para lucir algo más relajado, miraba la autopista queriendo buscar un nuevo punto de enfoque. Lo necesitaba, y estaba seguro que de no hacerlo simplemente no encontraría la manera de llevar a buen término lo que fuera que iba a ocurrir. Tan distraído estuvo que no oyó los pasos, no oyó el acercamiento, ni las voces que aminoraban, ni notó el hecho de que poco a poco el café recobraba la tranquilidad con pocos clientes.

No lo notó, como tampoco notó que aquel hombre estaba frente a él hasta que habló.

—¿Puedo sentarme?—el rubio subió la mirada totalmente absortó.

Si, era él, ese hombre estaba allí frente a su mesa pidiendo un espacio. Estaba allí…

—Me ha comentado Mary que eres un cliente habitual y que, además, eres quien me ha dejado las notas—las miradas se mantuvieron por un instante, el tembloroso azul allí afilado frente al verde que lucha tranquilo, sereno… y magnético para él—. ¿Siempre viene por un café?

Shaka no hubiera sabido qué responder si no fuera por aquella sonrisa ladeada con la que Saga, el poeta, había terminado aquella oración interrogativa. Sus ojos se quedaron prendados de él y sin poderlo evitar la entonación, el movimiento de sus cejas, todo había terminado por captar por entero su atención y no pensaba cambiar aquello. En respuesta, fue Shaka quien sonrió, sintiendo como si todo el nerviosismo hubiera dejado de ser importante, como si todo aquel pesó que sintió segundos antes se hubiera esfumado. Ladeó su rostro, sonrió.

—Al principio, sí.

Juro por mi qué solo fui por un café
Pero te vi...

Notas finales:

Espero que les guste este trabajo. Es sencillo pero hecho con amor :)


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