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Alma Azul por Lariett

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Notas del fanfic:

Este fan fic es una continuación alternativa del final de la primera temporada. Hace mucho que lo tenía escrito y no quería dejarlo en el olvido, espero que les guste.


Los personajes de Kuroshitsuji no me pertenecen, son obra de Yana Toboso.

Capítulo 1: Caso

-Joven Amo, es hora de despertar. -anunció Sebastián mientras recorría las cortinas de la ventana de la habitación.

Ciel abrió los ojos con pesadez y se incorporó; en seguida Sebastián se apresuró a quitarle el camisón con el que el niño dormía y le puso la ropa del día que consistía en una camisa blanca, saco y pantalones cortos verdes, una corbata atada a moño color azul, calcetines largos negros, zapatos color marrón y el parche color negro en el ojo derecho. Le arregló un poco el cabello negro y le preparó algo de té para que lo bebiera. Mientras hacía todo eso le recitaba lo que le había preparado para el almuerzo y los compromisos del día. Al final, como siempre después de terminado el ritual de todas las mañanas, Sebastián salió de la habitación para esperar a su amo en el comedor.

Antes de bajar, Ciel echó una mirada por la ventana, era un lindo día, despejado y soleado como pocos en Inglaterra. Suspiró aburrido y se dispuso a bajar.

***************************************************
Un terrible estruendo se escuchó en la cocina, instantáneamente comenzó a salir humo y un tipo alto, rubio, de ojos azul celeste salió tosiendo de ahí.

-¡Maldición! -murmuró.

-¡Bard! -gritó Sebastián enfadado. -¿Pero qué demonios...? ¿Cuántas veces te he dicho que no cocines con dinamita?

-Lo lamento. -consiguió decir -Es que quería cocinar algo especial para el Joven Amo.

Sebastián resopló molesto. Bard era el cocinero de la mansión pero no hacía muy buen trabajo; cocinaba siempre con prisa, por esa razón al cocinar algo usaba dinamita o un lanzallamas y la mayoría de las veces hacía explotar la cocina. Y Sebastián siempre terminaba limpiandolo todo, por eso casi siempre Sebastián se encargaba de la comida en la mansión.

-Déjamelo a mi. -dijo Sebastián -Yo me encargo de hacer el desayuno para el Joven Amo.

-¡Permiteme ayudarte! -pidió Bard.

-¡De ninguna manera! -se negó al instante -Calladito y quieto te ves más bonito. -después le pasó una escoba -Mejor limpia este desastre.

-Bien.- aceptó resignado.

Afortunadamente antes de que Ciel bajara, Sebastián ya había preparado el desayuno y arreglado la mesa. Mientras tanto Bard aún no terminaba de limpiar la cocina.

-¡Increíble Sebastián! -exclamó Bard sorprendido. -Terminaste y arreglaste todo antes de que el Joven Amo bajara.

A lo que Sebastián contestó:

-Si el mayordomo de la familia Phantomhive no pudiera hacer algo tan simple como esto ¿qué pasaría?

**************************************************
-¿Por qué será?- se preguntaba Ciel así mismo. -¿Por qué será que tengo este sentimiento?

Ciel se encontraba en su estudio, había ido ahí después del desayuno y había estado metido dentro casi toda la mañana. Después de tanto trabajo decidió descansar un rato y fué a mirar por la ventana del estudio. El día estaba precioso, soleado, despejado, sin una sola nube, con una temperatura agradable; desde la ventana tenía vista al jardín, era simplemente perfecto; pero, no sabía por qué razón algo no estaba bien. Era como si le faltara algo, como sino pudiera recordar un suceso importante, pero ¿qué?

Todo era normal, aparentemente...

-Compermiso. -escuchó decir a Sebastián entrando a la habitación con un carrito con una tetera y unas tazas, sacándolo de sus pensamientos. -El día de hoy le he preparado algo de té negro. -dijo sirviéndole en una taza.

Ciel la tomó y le dió un sorbo; después siguió mirando hacia afuera como si su mente no se hallara en ningún lugar. Suspiró.

-El día de hoy se encuentra más callado de lo usual. -comentó Sebastián. -¿Le sucede algo?

-No, no es nada. -respondió cortante.

-Hum, ya veo. -murmuró Sebastián. -Por cierto, le recuerdo que el señor Lau vendrá más tarde a tomar el té.

-Ese idiota... -murmuró Ciel. -Siempre me causa problemas con sus ventas ilegales en el mercado negro...

-Pero matarlo le causaría muchos inconvenientes, ¿no es así Joven Amo?

-Sí, además ese idiota me sirve, me mantiene informado sobre los negocios en el bajo mundo aunque, de todas formas no me puedo confiar de él porque me podría traicionar en cualquier momento.

-A propósito Joven Amo, tengo algo para usted. -dijo mostrándole la bandeja de plata con una carta con el sello Real en ella.

-¿Una carta de la Reina?

***************************************************
-¿Así que tiene un nuevo caso Conde? -preguntó curioso Lau, un sujeto de nacionalidad china que vestía ropas del mismo país. Tenía sentada en sus piernas a Ranmao, una hermosa joven que no debía pasar los diescisiete años, tenía cabello negro y siempre lo llevaba recogido, aparte de que siempre se vestía con las piernas descubiertas. Aunque se sentaba encima de Lau y este siempre le acariciaba las piernas y el cabello, ambos eran hermanos.

-Así es. -respondió Ciel. Para él la presencia de Lau le era indiferente, ni le agradaba ni le detestaba.

Se encontraban los cuatro en la sala de estar, bebiendo té. Lau sentado en un sillón, Ranmao sentada en sus piernas, Ciel sentado en un sillón individual y Sebastián parado a un lado de él.

-Es un caso muy interesante. -mencionó Ciel. -Al parecer ha habido varias desapariciones en muchachas nobles de entre doce y quince años, tiempo después de las desapariciones se han encontrado sus cuerpos tirados en ríos y arrollos cercanos, los cadáveres de las víctimas han presentado características en común, como que todas muestran signos de tortura y les han cosido la boca. Un caso así que Scotland Yard (la policía inglesa) no ha podido resolver le ha causado mucha preocupación a la Reina, así que por esa razón me ha pedido a mi que lo resuelva.

Ciel era conocido como el Perro Guardián de la Reina ya que resolvía casos difíciles para ella, casos que Scotland Yard no podía resolver.

-También hay otra pista. -comenzó a decir Ciel nuevamente. -Todas las víctimas asistieron a las innumerables fiestas que se han dado en la mansión del Duque Earnshaw y han desaparecido al día siguiente. Eso lo convierte en sospechoso.

-Muy interesante. -mencionó Lau.

-También habrá otra fiesta mañana en la noche en la mansión Earnshaw. -comentó Sebastián.

-Exacto. -comentó Ciel. -Ahí atacaremos; averiguaremos si realmente el Duque Earnshaw es el culpable.

-Y ¿de verdad tiene el coraje para resolver un caso como este Conde? -preguntó Lau desafiante.

Ciel hizo una mueca de enfado.

-Yo estoy aquí para borrar el dolor de la Reina. -dijo Ciel. -Por supuesto que tengo el coraje suficiente como para resolver este caso.

Sebastián sonrió, le gustaba escuchar a su niño hablar así.

Un momento... ¿Su niño?

¿De dónde había salido eso?

 

*   *   *

 

-Que apariencia tan humillante. -se quejó Ciel -Nunca creí que tendría que repetir este disfraz.

La Reina le había encargado a Ciel resolver el caso de las misteriosas desapariciones de muchachas; el principal sospechoso era el Duque Earnshaw ya que había festejado varias fiestas en su mansión y todas las víctimas habían asistido un día antes de su desaparición. Esa noche iba a haber una fiesta en la mansión Earnshaw; Ciel y Sebastián iban a asistir encubiertos para que no se descubrieran sus verdaderas intenciones, pero Ciel no estaba nada felíz con su disfraz; iba vestido de niña. ¡De niña! Aunque Ciel era un chico, con un vestido, algo de maquillaje y peluca si que parecía una adorable niña. El vestido era muy lindo, color rosa con blanco, con adornos florales y unos cuantos encajes y llevaba un sombrero a juego; tenía una peluca de cabello largo peinado en dos coletas de su color natural. Había objetado por otro tipo de disfraz pero Sebastián lo obligó a vestirse así.

Incluso Sebastián llevaba un disfraz, iba vestido como si fuera un noble, con un elegante traje color negro.

-Muy bien, entremos. -propuso Sebastián cuando ambos estuvieron en la entrada donde habian varias personas.

-Mejor me quedo afuera; entra tú. -dijo Ciel apenado de que alguien lo llegara a ver así.

-No tiene por que sentir vergüenza. -aseguró Sebastián. -Le aseguro que se ve increíblemente adorable.

Tal comentario hizo que Ciel se ruborizara.

-Así me gusta. -dijo Sebastián con una pequeña sonrisa, levantando un poco el rostro de Ciel. -Ese tono rojo de sus mejillas le combina perfecto con el vestido.

-Ya basta. -dijo Ciel apartando de sí la mano de Sebastián. -Entremos.

-Como diga, señorita.

El interior de la mansión era hermoso, grande y espacioso; había un gran candelabro que colgaba sobre el techo que había sido traído desde Escocia en el siglo XVI, herencia familiar; también habían varias mesas largas con manteles de un blanco impecable repletas de comida y varios meseros estratégicamente esparcidos por el salón que ofrecían bebidas y aperitivos. Había mucha gente en el lugar de todas las edades; adultos empresarios que disfrutaban del vino, uno que otro veterano que platicaba que en sus años todo era más barato, mujeres que parloteaban entre sí sobre los últimos chismes, jóvenes que recién se habían independizado y comenzaban su ascenso en el mundo social y empresarial, y jóvenes chicas luciendo sus hermosos vestidos.

Ciel entró de la mano de Sebastián. Irremediablemente se sintió fuera de lugar, como si no encajara. A él no se le daba muy bien el convivir con las personas. Era un chico muy reservado.

-¿Hay que soportar esto? -preguntó sin ánimos.

-Así es. -contestó Sebastián. -Aparte usted le dió su palabra a la Reina de que resolvería todos los casos que ella le encargara. ¿Piensa faltar a su palabra?

-No digas estupideces. -replicó Ciel molesto. -La palabra de un Phantomhive es palabra de honor. Ahora ve a inspeccionar la mansión. -le ordenó recobrando su porte serio, distante y frío.

Sebastián sonrió complacido.

-Sí señorita. -y acto seguido comenzó a caminar entre la multitud alejandose de Ciel para así registrar la mansión con toda la discreción posible, esperando encontrar algo que incriminara al sospechoso.

Ciel echó un vistazo alrededor y suspiró aburrido. Sin lugar a dudas esa noche sí que sería larga. Entonces pasó algo que Ciel no tenía previsto; escuchó una voz que le puso los pelos de punta.

-¡Al fin te vuelvo a ver! ¡Mi pequeño pelirrojo! -exclamó un hombre con verdadera alegría.

-¡Vizconde Druilt! -exclamó Ciel espantado.

El Vizconde Druilt era un tipo joven de unos veintitres años, alto, de cabello rubio. Ciel había tenido la desgracia de conocerlo en una fiesta en casa del Vizconde mientras Ciel usaba el mismo vestido. La Reina le había encargado en ese tiempo resolver el caso de Jack el Destripador, quien mataba prostitutas. Ciel tenía fuertes sospechas de que el Vizconde había sido el culpable pero al final se equivocó. El Vizconde era culpable de subastar jovencitas en el mercado negro, pero para nada estaba implicado en el caso de Jack el Destripador.

Ciel había actuado en ese caso justo como en el actual. Lo obligaron a vestirse de niña aquella vez, y el Vizconde como era tan estúpido en verdad creía que Ciel-vestido-de-niña era una chica; pero ni se imaginaba que en realidad era un chico de doce años. Y lo peor era que el Vizconde creía estar enamorado de "ella".

-Inocente chiquilla, -comenzó a decir -es un sueño hecho realidad el poder volver a verte. Desde aquella noche en la que nos conocimos no he dejado de pensar en ti. -tal comentario hizo que a Ciel se le erizara el vello de los brazos y se le pusiera la carne de gallina. Comenzó a temblar de puro terror. -¡Es el destino que quiere que estemos juntos! ¡Ven a mis brazos! -exclamó lanzándose sobre Ciel con los brazos abiertos.

En ese instante llegó Sebastián y con un sutil pero certero golpe derribó al Vizconde.

-Disculpe -comenzó a decir Sebastián. -le rogaría que no moleste a mi prometida.

"¡Prometida!", tal palabra retumbó en los oídos de Ciel.

-¡Prometida! -exclamó el Vizconde sorprendido. -Un momento -pidió levantando el dedo índice y mirando levemente hacia arriba tratando de hacer memoria. -¿Qué acaso usted no era el tutor de ella?

-Así es. -contestó Sebastián con una encantadora sonrisa -Pero ambos nos enamoramos y ahora estamos comprometidos.

-Perdone usted pero ¿qué no es un poco grande para ella?- formuló el Vizconde la pregunta con una mirada en los ojos que acusaba a Sebastián de pederastia.

-Sólo unos años, admito que tengo veintitres y ella doce, pero aún así el amor nació en nosotros y como dice la frase: para el amor no hay edad. Además, estoy dispuesto a esperar a que ella cumpla la mayoría de edad para hacerla mi esposa.

La palabra "prometida" aún tenía aturdido a Ciel, aún así estaba al pendiente de cada palabra de aquella incómoda plática. Ciel estaba sorprendido de la facilidad con la que Sebastián mentía. Pero no era de extrañarse ya que era un demonio. Se podía sentir la tensión que había entre el Vizconde Druilt y Sebastián, Ciel apenas y podía creer que se estuvieran peleando por él; incluso llegó a temer que todo ese asunto terminara en una pelea a golpes, pero no porque temiera que Sebastián saliera lastimado, sino porque no quería para nada atraer la atención.

-Si me disculpa -comenzó a decir Sebastián tomando de la mano a Ciel -voy a pasar un tiempo a solas con mi hermosa prometida, compermiso. -ambos echaron a caminar hacia el lado opuesto del salón.

Cuando hubieron llegado a un sitio lo suficientemente alejado del Vizconde, comenzaron a hablar.

-¿Por qué dijiste que era tu prometida? -preguntó Ciel molesto.

-Perdóneme Joven Amo, pero si no inventaba algo así el Vizcode Druilt estaría rondándolo toda la noche y no podríamos hacer bien nuestro trabajo.

-Podrías haberte inventado una mentira menos estúpida. -opinó Ciel.

Entonces escucharon algo que realmente les importaba a ambos.

-Duque Earnshaw, que gusto verlo. -oyeron que decia un hombre a lo lejos.

Agudizaron los oídos y voltearon la vista hacia donde habían oído la voz. En ese momento vieron que el hombre al que habían escuchado se dirigía a un joven de unos veintidos años, alto, de cabello color púrpura, ojos castaños y facciones agradables.

-¿Aquel tipo es el Duque Earnshaw? -preguntó Ciel incrédulo.

-Al parecer sí. -confirmó Sebastián.

-Hay que buscar una forma de hacercarnos a él.

-¿Le agradaría bailar un rato?

-¿Estás demente? -Ciel apenas y podía creer lo que oía.

-Es la única forma de mezclarnos y acercarnos a él. -agregó Sebastián en voz baja.

Y sin esperar la repuesta del niño lo tomó de la mano y lo arrastró a la pista de baile donde la gente se movía a ritmo de vals. Estuvieron bailando unos cuantos minutos y despúes fueron a tomar algo actuando como si en verdad fueran novios; Sebastián no soltaba la mano de Ciel por nada hasta que el pequeño se hartó y se soltó de su agarre.

-Pero ¿qué tenemos aquí? -escucharon la voz de un hombre dirigirse a ellos. Era el Duque. -Pero que hermosa pareja, ¿no te lo parece Isabella? -le preguntó a una chica menor que él pero que poseía rasgos similares a él.

-Así es hermano. -contestó la aludida.

-Soy el Duque Edmund Earnshaw, para servirles -se presentó -y ella es mi hermana menor, Isabella Earnshaw.

-Es un gusto. -dijo ella.

-Al fin tengo el placer de conocerlo Duque. -mencionó Sebastián. -Mi nombre es Sebastián Michaelis y ella es mi prometida, la señorita Catherine... Smith, Catherine Smith.

Ciel le dió un pisotón a Sebastián; ¿Catherine Smith? ¡Que nombre tan carente de ingenio! Aunque el pisotón lo hizo con la punta del tacón de su bota, Sebastián hizo como si no le doliera, aunque no pudo evitar hacer una ligera mueca de dolor.

-¿Le ocurre algo, señor Sebastián? -preguntó el Duque.

-No, no es nada. -contestó él.

-Debo decir señor, que tiene una prometida hermosa. -dijo el Duque.

-Lo sé. -respondió Sebastián mirando a Ciel como si estubiera enamorado de él.

-¡Pero qué hermoso vestido! -soltó de pronto Isabella -¿Dónde lo compraste?

-Lo mandaron a hacer. -contestó Ciel fingiendo la voz para que sonara de chica.

-¡Está precioso! -dijo sin dejar de admirarlo -te aseguro que tienes el vestido más lindo de todo el baile.

Ambos continuaron platicando con el Duque y su hermana. No le quitaban la vista de encima, lo escudriñaban de arriba a abajo buscando cualquier indicio, cualquier mueca en su rostro que lo incriminara, pero, nada; al parecer era un sujeto muy agradable, sabía mantener una conversación, poseía un caracter amable y era divertido. Aunque Ciel estaba seguro que bajo esa máscara de buena persona se ocultaba una mente criminal perversa. Y su hermana, bueno, ella parecía una chica normal de sociedad como cualquier otra; parecía no saber hablar de otra cosa que no fueran vestidos, peinados, maquillaje, etcétera. Una chica común, hueca, como todas.

-... y tengo una enorme colección de muñecas de porcelana en mi cuarto... -decía Isabella.

Ciel no podría estar más aburrido.

-Disculpenme, voy a ir un momento al tocador. -anunció Ciel con la esperanza de zafarse de Isabella y encontrar unos minutos de paz a solas.

-De a cuerdo, -dijo Isabella -y yo iré a mi habitación y te traeré una de mis muñecas para que la veas. -y salió dando saltitos de alegría hacia su cuarto.

-Mujeres. -suspiró el Duque Earnshaw divertido una vez que se hubiera quedado sólo con Sebastián.

Sebastián consideró oportuno sonreír.

************************************************
Ciel iba saliendo del baño, estaba preocupado, ¿Cómo se supone que provaría que el Duque Earnshaw era el culpable de todas aquellas desapariciones y muertes si no encontraba indicio alguno de que estaba involucrado?

Entonces de pronto sintió que una mano le tapaba la boca con una servilleta blanca y lo sujetaba con la otra. Intentó forcejear o gritar pero fué inútil; segundos después sintió como el somnífero hacía efecto y con el último gramo de conciencia que le quedaba se maldijo por ser tan débil y ser presa fácil. "Al parecer el Duque Earnshaw no es un santo como todos creen", pensó antes de perder el conocimiento por completo.

 

*   *   *

 

-¿Pero dónde demonios se metió este niño? -se preguntó Sebastián malhumorado y aunque no quisiera admitirlo, preocupado por Ciel.

-¡Señor Sebastián! -escuchó que lo llamaban. Era el Duque. -¡Señor Sebastián, aguarde!

El Duque logró alcanzar a Sebastián.

-Usted camina muy rápido. -dijo el Duque divertido. -Pareciera que se quiere escapar de mi.

-No es eso, solo creo que Catherine ya se tardó mucho y la estoy buscando.

-¿Su prometida? De seguro sigue en el baño retocándose el maquillaje o haciendo algo por el estilo, ya sabe como son las mujeres.

-Si. -contestó Sebastián incómodo. -Bueno, si me disculpa...

-Aguarde, hay un par de cosas que quiero platicar con usted...

*******************************************************
Ciel poco a poco recobró el conocimiento. De lo primero que se dió cuenta era de que estaba sentado en el suelo y estaba amarrado de manos; abrió y cerró los ojos varias veces tratando de acostumbrarse a la oscuridad, había solo un par de velas que iluminaban un poco el sitio. De pronto Ciel sintió que no estaba solo ahí.

-Tenía razón al sospechar de ti, Duque Earnshaw. -dijo Ciel.

-Creo que me estás confundiendo. -le respondió una voz femenina.

Ciel quedó boquiabierto al ver que su raptora era Isabella.

-¿Isabella? -preguntó incrédulo. -Pero... ¿porqué?

-Pareces sorprendida.

-Así que, ¿tú fuiste la culpable de aquellas muertes? -Ciel se molestó al ver que Isabella sonreía burlonamente. -¿Por qué lo hiciste?

-Por una simple razón. -dijo ella -Celos.

-¿Celos? -Ciel cada vez entendía menos.

-Te voy a explicar. -dijo -El año pasado conocí a un hombre, era un aristócrata. Él me gustaba; yo se lo contaba todo a mi mejor amiga, incluso le conté de él. -de pronto su voz adquirió un matiz de tristeza. -Aún cuando se decía mi amiga, no dudó en robarme su amor. Ellos comenzaron a salir; se veían felices. Por más que intenté, me fué imposible el odiarle, pero a ella... la detestaba, la odiaba, la quería ver muerta... Entonces un día tuvieron un accidente; él murió pero ella siguió con vida. Y cuando veía sus ojos, esos ojos azules... ¡me daba tanta rabia! ¡Ella debía morir en aquel accidente, él no! Así que por eso, un día... decidí matarla.

Ciel estaba helado.

-La traje a este mismo sitio, como a todas; las torturé de mil maneras diferentes, y cuando me cansé de escuchar sus gritos, le cosí la boca. -Isabella platicaba de una forma tan común sobre ese tema, como si hablara del clima; mientras hablaba o dejaba de acariciarle el cabello largo y negro a una muñeca de porcelana que tenía entre las manos.

-Bueno, te vengaste de ella, pero, ¿por qué matar a las demás chicas?- preguntó Ciel.

-Porqué... -Isabella rió un poco. -creí que con matarla a ella bastaba pero, al ir por la calle, a cada chica que veía con ojos. Yo no... no podía... no podía soportar esa mirada... Era como tenerla frente a mí. Por eso también merecían morir. -dijo con un hilo de voz quitándole la cabeza a la muñeca y tirándola al suelo. La cabeza rodó hasta Ciel. Él la vió. La muñeca tenía ojos azules.

"¡Claro!", pensó Ciel, "Recuerdo las fotos de las chicas fallecidas, todas tenían ojos azules; pero no lo tomé en cuenta por que me parecía un dato irrelevante."

-Y ahora, -prosiguió Isabella -Te mataré a ti también.

-¿Por qué yo? -preguntó Ciel con furia.

-Por que tienes todo lo que yo un día quise. Belleza. -dijo mientras levantaba el rostro de Ciel para poder verlo fijamente. -Y amor.

-¿Amor? -preguntó Ciel desconcertado. El amor era un sentimiento tan distante para él; hacía tiempo que nadie lo amaba, y hacía tiempo que el no amaba a nadie.

-Si, no creas que soy ciega. He visto como te mira Sebastián, es obvio que te ama enserio.

Ciel sonrió divertido, era obvio que ella aún no se daba cuenta de que todo el rollo de que él y Sebastián era una finta.

-Lástima que no lo volverás a ver. -dijo ella acercándose peligrosamente hacia Ciel con un cuchillo de gran filo en la mano. -Primero acabamos con tu belleza.

Ciel estaba decidido a llamar a Sebastián para que lo salvara pero entonces pasó algo que no esperaba. Alguien golpeó en la cabeza a Isabella dejandola inconsciente en el suelo antes de que pudiera dañar a Ciel.

-¡Duque Earnshaw!- exclamó sin aliento sorprendido. ¡Era el Duque el que lo estaba salvando!

-Catherine, tranquila; todo va a estar bien. Te sacaré de aquí muy pronto. -dijo él tratando de desatar las cuerdas que Ciel tenía atadas a las muñecas.

-¡Cuidado! -trató de advertirle Ciel pero fué tarde por que Isabella golpeó aún más fuerte en la cabeza a su hermano; este cayó inconsiente al suelo.

-Ya me harté de todo este asunto. -se quejó Ciel. -¡Sebastián! -llamó con voz firme -Es una orden, ¡Sálvame! -y el pentagrama en el ojo derecho de Ciel que simbolizaba el contrato con Sebastián se iluminó en la oscuridad.

Las vela fueron apagadas por un repentino aire helado; Ciel sólo logró escuchar un golpe seco y el ruido que hizo el cuerpo de Isabella al caer al suelo. Las velas se encendieron de nuevo permitiendole al niño ver a Sebastián que estaba a unos pocos metros de él sonriéndole con esa sonrisa que oscilaba entre la amabilidad y la pretensión.

-Llegas tarde. -lo regañó ante la sorpresa del mayordomo que se acercó para ponerlo en pié y liberarlo de sus ataduras.

-Lo lamento. -se excusó -es que esta mansión está llena de habitaciones y pasadizos secretos.

-Al parecer al final el Duque era inocente.

-Si, ¿quien iba a pensar que la verdadera asesina era su hermana?

-Vamonos de una vez. -ordenó Ciel. -y dejemos que Scotland Yard se encargue de la "limpieza".

-Como ordene Joven Amo.

Ciel echó una mirada al cuerpo del Duque que yacía en el suelo.

-Ven. -llamó Ciel a Sebastián -Ayúdame a sacarlo de aquí.

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El Duque Earnshaw ya se había repuesto de aquel golpe, Scotland Yard se había encargado de Isabella y arriba la fiesta continuaba.

-¡Qué caso más estúpido! -se quejó Ciel.

-¿Es así? -preguntó Sebastián -¿No fué lo sufcientemente interesante para usted?

Antes de que Ciel contestara, el Duque se acercó a ellos.

-Bien hecho -les dijo -otro caso resuelto, Conde Ciel Phantomhive.

-Pero... ¿Cómo lo...? -Ciel estaba realmente sorprendido de que descubrieran su verdadera idéntidad.

-No soy un hombre al que se le engañe con facilidad. -aseguró el Duque -Una chica hermosa y acompañada de un hombre atractivo y mayor que ella, era de esperarse que tramaban algo. Además, escuché cuando Sebastián te decía "Joven Amo". -confesó -Usted también me sorprendió señor Sebastián. Es un mayordomo muy hábil.

-Es muy amable de su parte que lo diga, pero yo solo soy un simple mayordomo. -respondió Sebastián.

-Es usted una persona muy modesta, señor Sebastián. -admitió el Duque. -Bueno, -dijo dirigiéndose a Ciel -espero que esta no sea la última vez que nos veamos Conde.

-¿A dónde quieres llegar?

-Me refiero que podríamos llegar a formar una amistad, nos podríamos ayudar mutuamente, y si no me quieres como amigo, podría ser tu aliado, estoy seguro de que juntos...

-Me niego. -respondió Ciel al instánte.

-Pero Ciel... -trató de persuadirlo el Duque.

-No necesito amigos ni aliados; estoy bien solo. Me basta con poseer las piezas del juego. Y te aconsejo que si quieres seguir con vida te alejes de mi. Todos los ue se me acercan terminan muertos.

-Ciel... -el Duque miraba al niño con tristeza-De acuerdo. -dijo con una triste sonrisa. -Nos vemos. -y echó a caminar.

Después como si recordara algo, se volvió hacia ambos y los miró con curiosidad y asombro.

-¿Qué ocurre? -preguntó el niño fastidiado.

-Nada, es solo que, ustedes se ven muy bien juntos.- dijo ante el asombro de ambos, y se fué.

-¡Pero que idiota!- dijo Ciel depués de un rato.

Escucharon que los musicos interpretaban una linda tonada de vals.

-¿Qué le parece u último baile, Joven Amo?- preguntó Sebastián. -Solo uno y después nos vamos a casa.

-De acuerdo. -accedió Ciel no sabiendo muy bien porque.

Sebastián tomó la mano del niño con delicadeza y comenzaron a bailar.

 

Lariett

 

 

 

 

Notas finales:

Je, je. Bueno, ojalá les haya gustado el primer capítulo.


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