Mi príncipe amado.
Yuuri entró a la habitación, la oscuridad reinaba y con cándida ilusión penetró llevando en los labios una sonrisa de felicidad. Dentro esperaba encontrarse con aquella persona, ese ser que lo envolvía con su dulce aroma a miel, lo arropaba con aquella calidez digna de su fuego pasional y ardiente.
Un mes y estarían casados, aunque sin duda entre ellos era innecesario, su cuerpo y alma se pertenecían el uno al otro, sin medida, sin reparos.
Caminó despacio, no quería perturbar su sueño, si es que dormía, como tantas veces solo entraría en las tibias sabanas, abrazando para sentirse completo, libre y en paz.
El lecho siempre pulcro ostentaba una mancha negra. Frunció el seño, aunque inmediatamente volvió su mueca de felicidad, debía ser algún juego de su amado príncipe.
_Wolf_. Llamó el Maou.
Cuando las yemas de sus manos palparon el tibio liquido, su estomago se revolvió, sus orbes negros se agrandaron y una flama se formo en su mano.
Un alarido de dolor salió de la garganta del rey. Cayó de rodillas sintiendo que la vida se le escaba en cada lagrima, ahí sobre su cama descansaba el cuerpo inerte del ser que lo ataba a ese mundo.
Sus hermanos y dos personas más entraron a la instancia.
_Quiero al culpable_. Exigió enloquecido.
Con las ropas manchadas, el joven ni siquiera intento negar su crimen, simplemente bajo la cabeza, sin palabras o resistencia se dejo conducir.
El rey demonio lo observaba con dolor y odio.
Si alguien ahí debía sentir odio debía ser él, el príncipe mazoku era suyo, estuvo entre sus brazos antes que en los del rey, sus gemidos retozaron primero en sus oídos, y aquella piel suave y blanca porto sus marcas, sus besos y sus huellas, previamente a las Maou.
Su sonrisa se la dedicaba a él, sus ojos brillaban por él. Desde aquel día cuando sus miradas se cruzaron, lo supo, el príncipe mazoku sería su luz, su ilusión y su vida. Sin importar los estatus, él se entregaría en su totalidad.
Cuando sintió por primera vez aquel fuego abrazador, aquella voz incitándolo, le robo la razón, enamorándolo de tal manera que ahora lo sentía cual si fuera su oxigeno. Era un adicto, sumergido en un infierno de abstinencia desde que él apareció.
Cuando el rey de otro mundo llegó, supo que ese joven jamás tuvo necesidad, se notaba en sus decisiones caprichosas, en sus deseos utópicos. Ese mismo rey lo arrebato de su lado, sin saber del tremendo mal que le causara, aquel que siempre predicaba justicia, era quien cometía la mayor de todas. Porque fue él, quien como un vulgar ladrón le arrebato aquello que más valoraba y amaba.
Sabia de buena fuente que casi todas las damas y princesas morían de amor por el Maou, incluyendo a su hermana, que cada noche suspiraba y escribía versos, maquinado quimeras de una vida conyugal. Pero de entre toda posibilidad solo eligió a quien ya no podía ser. Sabía que por ser un príncipe merecía un rey, pero su amado jamás le seria infiel.
Fue de boca de su hermana de dónde provino la noticia. El Maou contraería nupcias con su prometido exactamente en un mes, y ella lloraba, porque su sueño se terminaba.
Su corazón se rompió en mil pedazos, y una sola idea se formo, si no era suyo, de nadie seria. Lo prefería muerto antes que de él.
E incluso, mirándolo dormir, sus manos temblaron, sin duda era una joya única, deslumbrante e invaluable; no era tonto, sabía que el príncipe amaba al rey. Los pasos afuera le dieron el empuje final, la daga entro firme y rápido en ese corazón.
_Era mío._ Gritó en un momento de euforia, al recordar lo sucedido.
El pelinegro cargaba entre sus brazos el cuerpo de quien se hubiese convertido en su consorte. _Te daré la muerte más cruel y horrenda que te puedas imaginar.
_Si algún día nuevamente vuelvo a renacer, quisiera ser príncipe y verte de nuevo, no sé cómo, ni cuando, ni donde estarás, pero mía por siempre tu alma será. _dijo suave y triste antes de ser arrastrado hacia las mazmorras bajo el castillo.
Fin.