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Realidad por natalia clow

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Notas del capitulo:

Buenas y santas y muchas tantas. 

al fin pude hacer un capítulo presentable. Olviden la versión anterior del capítulo 26 y espero que les guste esto. 

 

Buena lectura. 

 

 

Capítulo 26

« ¿Tu cumpleaños? »

 

Matthew sentía el renacer más vívidamente. Collin había partido hacía dos meses atrás. Había tenido tiempo suficiente para pensar en esas vacaciones y comienzo del semestre. Quiso consignar todo ese capítulo, con letra bien grande y esclarecedora. Esta vez iba a hacer las cosas correctamente.  

Allan había estado acompañándolo como su ángel de la guarda.  Parecía una pareja de viejos casados que se conocen todos sus guardados. Ya no había nada sexual entre ellos.  Pero existía una profunda amistad además de sentido del respeto.

Estaba próximo a acabarse el mes. El calendario marcaba un veintiséis de octubre.  Las hojas se desprendían de las ramas lloviendo al ritmo del viento. El clima era agradable.  Ese día debía presentar una previa a la cual no había estado muy pendiente.  Macroeconomía, no sonaba tentando ni aunque lo intentase.  Estaba destinado exclusivamente a probar suerte. Quizás alguna fuerza mística le confiriera el conocimiento inexistente.

Caminando enfilado para entrar al salón de clase,  vio la cabellera rebelde de Elliot. Desde hacía tiempo lo había estado evitando con cortes maestría. No sabía si estaba enojado con él, o en general con todo lo que lo conectara con Joshua. De hecho, a él tampoco lo había visto muy animado, es más, ni siquiera había sabido de él en esos dos meses.

Cedric ni parecía pertenecer a esta dimensión. Estaba tan abstraído con su amor platónico, que había que tener mucha paciencia cada vez que quisieses hablarle. Ya se imaginaba lo que había tenido que aguantar Elliot, en tal caso. No iba a intentar saludar, pero al parecer había la convergencia de ese evento dispuesto a suceder. 

El examen de macroeconomía, para la sorpresa de todo el mundo, fue en parejas. Y por configuración del orden de lista, quedó emparejado con Elliot. Este no parecía ni molesto, ni agradado.

— Tiempo sin hablarlos ¿eh?

— Es verdad, ha pasado tiempo.

No hubo tiempo para más conversación. La hoja que acuchillaba el gran porcentaje de posibilidades de pasar la materia había llegado.  Por fortuna, Elliot parecía seguro con respecto al examen y después de una breve discusión, se repartieron los temas según supiesen.  Para su sorpresa había preguntas de las que podía dar idea.

El esfero se movía llenando la hoja, pero las miradas fugaces que le daba a Elliot eran inevitables. No tanto por revisar que estaba contestando (cosa que estaba seguro que tenía más claro que él), sino más bien, era por su aura abrasiva.  Era como si delimitara el espacio hasta donde estaba permitido adentrarse sin sufrir daño alguno. Quería saber. Debía haber alguna causa para esa impositiva barrera que había colocado.  

Después de dos horas de andar adornando las respuestas que le correspondían, esperó a que Elliot se levantara a entregar el trabajo. Luego de disuelta la clase, Elliot parecía apurado por irse.

— Elliot, me gustaría hablar algo contigo ¿Puedes?

— Lo siento, no puedo en este momento.

— ¿Por qué? ¿Qué sucede?

— Tengo unas cosas pendientes que hacer.

— ¿Qué cosas?

— Bueno, ya sabes, terminar de hacer unos trabajos y entregar unos ensayos.

— ¿Ensayos?

— Sí, tengo una electiva.

— ¿Cómo se llama?

— Psicoanálisis.

— ¿Eh? ¿Y por qué metiste eso?

— No lo sé, curiosidad. — no quería encontrarme con ustedes por nada del mundo, pensó en realidad Elliot.

— Ya veo, entonces…

Antes de permitírsele hablar más, le sonó el celular. Al mirar la pantalla, estaba el nombre de Joshua marcado allí. Elliot se quedó mirándole fijamente durante unos segundos, como esperando la confirmación de que su conversación había acabado.

— Espérame un segundo ¿Sí? Mientras contesto —intentó retenerlo.

— Nos vemos luego Matthew.

Elliot no espero a más para poderse ir.

— Sí, aló.

— Hola.

— Milagro que te acuerdas de uno.

— Ahm… sí, bueno, quería comentarte algo.

— ¿Qué pasó?

— Se me había olvidado por completo, pero hoy es el cumpleaños de  Maurice y tenemos que hacerle algo.

— ¿Eh? ¿Qué son estas horas de decirme?  No tengo idea de nada.

— Estábamos pensando en llevar un pastel y hacer un plan improvisado en uno de los bares  que frecuenta.

— ¿Estábamos?  ¿Quiénes?

— Unas amigas nuestras y su exnovia.

Esas palabras lo dejaron un tanto descolocado.

— Entiendo ¿Con cuanto tengo que aportar?

— No será nada grande, así que tráete unas 15 libras, entre todos cubrimos, después de todo.

— Está bien.

Y no fue más. No había pensado que hubiese la posibilidad de que  Maurice todavía tuviese novia, bueno en pasado. Tenía curiosidad por preguntar si era una novia de hacía mucho tiempo, o quizás era reciente. Aunque así obtuviera esas respuestas ¿Qué haría? O más bien debería preguntar ¿En qué cambiaría la situación?

Guardó en el locker sus pocos implementos que había llevado para el examen, se dispuso a revisar su billetera. No tenía que devolverse a la habitación, tenía ya el dinero listo. Al salir de la facultad, vio a Elliot hablando con unas chicas que no conocía. La escena se fotografió en su memoria fuertemente y más aún la actitud coqueta que tenía el conocido pelirrojo.

Ensayos… sí claro,  se masculló para sí mismo.  Las palabra que le viento recibió las acaballó con los sonidos externos. Siguió su camino hacia la parada del bus.

 

***

 

— ¡Feliz cumpleaños!

Una mesa apartada de todos. Las cinco personas reunidas por común conveniencia, rodeando al cumpleañero.  Conmovedor, por no decir además de incómodo. Maurice había estado fulminándolo desde que le había visto entrar y la que suponía que era su exnovia, no lo dejaba de mirar con menos intensidad.

— Bueno, dejando un poco menos el protocolo, esperamos que la pases bien, nuestro querido anciano. Tener 19 debe ser duro en verdad.

Las risas no esperaron. No sabía en dónde meterse, no pertenecía a ese grupo ya establecido.

— Un placer en conocerte, mi nombre  es Lizbeth.  

Fue asaltado en el acto. Era una chica un tanto difícil de describir. No era propiamente bonita, pero tampoco fea. Algo en su cara no cuadraba debidamente, pero de hecho ahí radicaba el encanto, en querer seguir pensando en qué es lo que no cuadra. Un cabello negro, que se notaba que estaba claramente tinturado, caía en divertidos bucles hasta sus hombros. Y los ojos verdes no ocultaban su bien reconocida nacionalidad. No era propiamente alta, pero con su esbelta figura te daba la impresión de que debía rondar por los 1,70 m.

— Mucho gusto, soy Matthew.

La chica extendió su mano que contrariaba a su cuerpo, es decir, su cuerpo era estilizado, pero sus manos eran pequeñas y gordas. Cuando tomó su mano, la sintió extrañamente cálida. Era un calor discreto, pero penetrante.  Daban ganas de que esas manos tocaran más lugares, no en el sentido sexual, sino más bien como un accesorio para el frío del  invierno.

Y así, sin pensarlo, esa reunión se había vuelto más como una fiesta de compromiso. Cada uno estaba con su pareja  y no se extrañó que la exnovia de Maurice, pareciera tan servicial a no dejar que nadie más se le acercara. Aparentemente estaban todos en una fiesta, pero las miradas no se encontraban.

Joshua parecía ser amigo de la chica con la que se había sentado. La confianza afloraba sola. Mientras que si veía un rato a Maurice, este se veía con ganas de salir corriendo.

— No eres muy hablador  ¿verdad?

— Cierto, perdón por eso.

— No hay problema.  

Lizbeth hablaba como si su vida dependiera de ello, hasta el punto en que se pensaba, ¿Es necesario que abra mi boca para algo? Ella sostiene una conversación consigo misma. Tenía como propósito hacer un poco de ambiente, así que trató de seguir atento a toda la descarga indolente de temas que no le interesaban en lo más mínimo.

Si había algo que recalcar, es la suprema confianza con la que se desenvolvía Lizbeth. No era atrevida, pero te daba la sensación de camaradería. Después de un largo rato lo pensó así.

No parecía que la fiesta se fuese a dirigir a algún lado. De hecho ni siquiera sabía que estaba esperando ¿Una reunión solo los tres? ¿Discreta? ¿Apartada? ¿Sobria? Quizás,  eso hubiese estado bien.

Cuando fue Maurice quien le dio el punto final a la fiesta después de 4 horas,  todos quedaron expectantes al siguiente plan. Dijo que estaba antojado de escuchar algo de música fuerte, así que los invitó a su casa.

Matthew repentinamente se puso nervioso. ¿Ir a la casa de Maurice? Nunca lo había hecho, ni se lo había planteado siquiera. Repentinamente sintió un cosquilleo en la punta de los dedos.

— Se hizo un poco tarde, yo creo que es mejor que me vaya. — Matthew intentó huir.

— No, tú te vienes, así me toque arrastrarte. — Maurice declaró con voz imperativa.

Todos hicieron un voto de silencio mientras las mirabas se encontraban entre esos dos.

El camino a la casa de Maurice fue una bifurcación entre la lentitud y la rapidez de los pasos. Quería llegar pronto pero a la vez, sentía que debían caminar más despacio.

— ¿Estás seguro que no hay nadie en casa? — la exnovia preguntó.

— Tú sabes que ellos nunca están.

Matthew se sintió un poco triste con esa respuesta. Él no sabía nada de Maurice realmente.  No podía esperar menos, fue una separación de mucho tiempo.

Antes de darse cuenta, el complejo de apartamentos hizo su presencia. Joshua parecía familiarizado con el lugar. Eso lo puso más molesto.

— Me quiero ir Joshua. —en un susurro esperó encontrar ayuda.

— No te pongas de aguafiestas. Aquí se puede hacer de todo, es genial.

La confirmación de una vida en donde no tenía cabida, era perturbadora. No quería entrar a un mundo del cual no tenía recuerdos. Se sentía en terreno baldío; difuminándose con la infinidad de columnas de ladillo que constituían la fachada.

Subieron por las escaleras hasta el cuarto piso. Maurice al abrir la puerta se llevó una sorpresa junto a todos los demás.

— Oh, llegaste, me alegro mucho.

La apagada figura de un señor de mediana edad,  hizo su aparición.

— Papá… pensé que habías dicho que no ibas a estar hoy.

— Quería darte una sorpresa. — No sonaba alegre como quería dar a entender.

Los cabellos grises enmarcaban su cara. Las arrugas que existían en su rostro, lo esculpían demasiado cansado para la edad que debía tener.

— Pues sí que lo has hecho.

Todos se quedaron callados en el pasillo esperando a que Maurice diera alguna señal de que era posible entrar o sencillamente se devolvían todos para sus respectivas casas.

 — Me alegro que hayas traído amigos, así la comida que está por venir no se desperdiciará.

— ¿Comida?

— He ordenado 3 pizzas gigantes de tres carnes, napolitana y marinera.

Estuvo callado durante unos segundos y se hizo un nudo en su garganta.  Ese era un lindo gesto de alguien que había resultado ser tan apático con respecto a su vida.

— Gracias papá.

— Con gusto hijo. Sigan todos, no se queden en  pasillo que hace frío.

La exnovia  fue la que parecía estar familiarizada con todas las circunstancias. El padre de Maurice la saludó tan jovial, que Matthew no pudo evitar desear no estar ahí.

El apartamento no era propiamente grande.  A penas se entraba era como un salón en dónde solo se veía la delimitación entre la sala de estar, comedor y cocina por una barra americana que estaba al fondo a la izquierda  del salón, enmarcando un pequeño espacio que era la cocina.

Se hizo una pequeña ceremonia con el pastel que el padre de Maurice había comprado.

De alguna forma, todos entendieron que era un momento importante para Maurice.  Con la energía con la que venía, solo quedaba el rezago. Ahora estaba meditabundo, pero se notaba que estaba conmovido.

El papá de Maurice desapareció poco después de llegado el pedido de las pizzas. Maurice se sentó en el sofá y se puso a masticar silenciosamente, un pedazo tras otro. No invitó a nadie a sentarse a comer. Nadie entendía si era porque daba por sentado que podían comer o porque no quería compartir el regalo que le había hecho su padre.

Después de verlo terminarse solo la pizza gigante de tres carnes. Se quedó mirando hacia el techo. Todos los demás lo rodeaban  en silencio. La exnovia, se sentó a su lado y esperó a que notara su presencia.

— Es verdad… coman también. —el susurro llegó a oídos de todos.

Como si también hubiese dado permiso para respirar, todo el mundo soltó un suspiró y rodeó las dos pizzas restantes.

Matthew no pudo quitar su mirada de Maurice durante todo el proceso. Era un evento insólito. Quería memorizar hasta el más mínimo detalle. Le gustaba aprender eso de él, sobre su familia, sus secretos y lo que es importante para él. Nunca tuvieron la oportunidad de compartir esas cosas.

Gradualmente recuperaron el entusiasmo perdido. Maurice volvió a sus cabales y empezó a colocar el teatro en casa a un volumen alto poniendo las canciones de metal que tanto le gustaban. Todos los demás aportaron su grado de locura al caso.

***

Las tres de la mañana marcaba el reloj. Hacía una hora todo el mundo se  había ido a dormir pero Matthew no podía. Se levantó sin hacer ruido y caminó hacía la gran ventana que estaba al fondo del salón. Miró el cielo y encontró una noche sin luna y con muchas estrellas. Se quedó contemplándola sin percatarse de nada más.

— No pensé que alguien más estuviera despierto.

La voz grave hizo voltear a Matthew. Maurice se acercaba con pasos felinos.

— Lo siento, no puedo dormir.

No hubo respuesta. Solo Maurice se paró al lado de él mirando para el cielo. Parecía que también tenía problemas para dormir.

— Me alegra haber conocido a tu papá y haber venido a tu casa.

Soltó desprevenido, pensando que había sido una buena oración que resumía su montaña rusa de emociones. Sin embargo, no había tenido ese buen efecto planeado.

— Yo… quería que tú me lo hubieses pedido, no tenerte que haber arrastrado hasta aquí.

— Lo siento, nunca se dio la oportunidad. Pero ahora cuando quiera venir te preguntaré.

— Espero que sea así.

El silencio los acompañó. Era como una ligera tensión que nadie quería romper. Matthew volteó sus ojos a Maurice. Estaba muy oscuro como para poderlo detallar bien, pero las luces callejeras ayudaban. Ahora le veía el cambio y pensaba que se acercaba más al ideal que tenía cuando llegó hacía diez meses.

— Sé que no te importa, pero en las vacaciones de verano terminé con Collin.

No tenía ni idea de por qué había dicho eso o qué esperaba ganar, pero pensó que le interesaría. Maurice volteó la mirada, pero no había nada recalcable por mencionar.  ¿Alegría? ¿Ira? ¿Desprecio? No… nada. Tampoco hubo respuesta.

Después de un veintenar de minutos, Matthew se sintió estúpido por haber mencionado algo tan problemático. No agregó nada más, pero quería irse de ese ambiente turbio que él mismo había construido.

— ¿Qué esperas que diga? — Maurice cercó su intento de huida.

— No… no estaba esperando nada, solo quería contarte.

El silencio otra vez reinó. Matthew se comenzó a alejar, pero Maurice lo detuvo.

— Quiero mi regalo de cumpleaños. 

— ¿Eh? ¿No fue suficiente todo esto? No seas avaro. — trató de sonar bromista.

— El regalo que me puedes dar tú, es gratis.

— ¿Qué?

Maurice con precisión militar en sus movimientos, empujó a Matthew contra la barra americana y buscó abruptamente sus labios.  La mente de Matthew quedó en blanco durante unos minutos. Maurice acariciaba sus labios con los propios. No era un beso propiamente pasional, era más emocional. Bramaban por la nariz los dos. Comenzaban a quedarse sin aire y aumentaban el ritmo de contacto. Maurice se estrechó más contra el contrario. Abrió sus piernas para poderse acercar más. Las manos de Matthew estaban apretando los hombros de su compañero.   Y en el momento en el que menos se dio cuenta, no supo por qué se puso a llorar.  No pudo alejar a Maurice, no pudo negarse. Esta vez el juego tenía involucrado otro tipo de cosas. Maurice no estaba jugando limpio, lo sabía. 

Perdió la capacidad de contar. No sabría rendir una respuesta clara si le preguntaran cuanto tiempo duraron besándose, pero sin lugar a duda fue mucho. Solo quedaba en su memoria, que sus labios dolían.

Dolían… dolían en un placer pérfido de la culpa y el juego deshonesto con su propia moral. 


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