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Realidad por natalia clow

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Capítulo 36

«Cambio de llaves»

 

Fue lo suficientemente capaz para poner su paciencia al límite. Seguía convencido que su madre tocaría el tema del divorcio con su papá en algún momento. Confiado dejó que esos días pasar, pero nada sucedió. Su certeza se desvaneció con el sonar del segundero,  su madre no parecía dar muestras de tener algo pendiente con él. El martes de la siguiente semana, anunció el fin de su estancia en la casa de la abuela. La corazonada de saber que algo estaba fuera de lugar sólo se hacía más grande.

— Nos hemos demorado bastante ¿no?

— ¿Te parece?

— Sí, bastante.

El reflejo de sus ojos, estaba apagado cuando en su rango de visión se cruzaba la figura de su madre. ¿Hasta cuándo iba a seguir con esa actitud tan supremamente insoportable? Jugaba con el cable de los audífonos al estar en el taxi que acababan de coger. No miraba a nada en especial, se sintió drenado de un momento a otro, algo parecido a ser poseído por un espíritu, el cuerpo no era propio.

— Había pensado que esta visita a donde mi mamá te habría sentado bien, no me culpes que no hayan estado tus primas.

— Mamá, a mí lo que me sorprende es que sigas fingiendo que me gusta ir a donde mi abuela. No sé cuántas veces he dicho que no me cae bien.

— Eso lo dices porque estás polarizado con tu papá.

Un estallido de furia se produjo en su pecho. Maurice volteó con rabia y le colocó la mano en el hombro de su madre, apretó fuerte y los ojos se clavaron con potencia en la cara asustada de su interlocutora.

— ¿qué es lo que dices? — no gritaba pero su tono era lo suficientemente potente para asustar.

— Ma… Maurice, las cosas siempre son iguales contigo. Pensando que tu papá es libre de pecado, que no importa el error que cometió, nunca te pones a pensar en qué es lo que yo siento. 

Se quedó sin palabras, no porque tuviera razón, sino precisamente lo contrario. Esa mujer estaba encasillada en que era la victima del cuento, que era la pobre viejecita, sin nadita que comer. Le gustara a ella o no, el noventa porciento de las cosas que tenían en esa familia era gracias al esfuerzo de su papá. Ella nunca trabajó, ni nunca hizo nada para aportar. Recientemente fue que le dio el arrebato de trabajar, pero sólo para lograr conseguir cosas que hicieran polarizar a Maurice hacía su bando.

Apretó los dientes y volteó la mirada hacia la ventana. Poco a poco salía de su escondite el apartamento en dónde vivían. Se estremeció sin saber por qué al llegar. Sacó las maletas y se adelantó subiéndolas mientras su mamá pagaba el taxi. Una vez llegó, sacó la llave y la introdujo en la cerradura. Giró la llave, pero no se movía. Una desesperación creció de un momento a otro cual brote de bambú. ¿Qué era lo que había sucedido? ¿Por qué la llaves de las casa no servían? Al escuchar los pasos de su madre por el pasillo, salió a su encuentro.

— Dame un permiso, yo abro.

Siguió con detenimiento el andar de esa mujer que ya ni quería llamarla madre. Hasta que no vio la puerta moverse para dar paso al interior del aposento, no se movió de su puesto. Avanzó con despreocupación, quizás queriendo confiarse en que nada habría de estar mal hasta que hablaran todos, pero sin duda alguna fue un craso error.

Al llegar a la cocina a tomarse un vaso de jugo, miró los platos que había en los estantes y vio que faltaban algunos. Se alarmó. Lo primero que pensó fue en que los robaron, así que antes que nada salió corriendo al cuarto a ver si el computador y el televisor estaban en su lugar.  Todo estaba en orden.

— ¿Qué pasó? ¿Se te perdió algo? — su madre reaccionó ante la carrera que había hecho Maurice.

— No… es que hacen falta algunos platos.

Su madre no dijo nada. Se dirigió hacia el cuarto de ella a dejar su maleta.

— Deberías dejar la ropa sucia en el cuarto de ropas.

Maurice asintió y sacó de su maleta las camisetas que había ensuciado. Al llegar al cuarto de ropas, su pecho se comprimió hasta doler. Antes de irse, había quedado mucha ropa sucia, tanto de él como de su papá y había acordado que el fin de semana Maurice la lavaría. Su padre era demasiado descuidado para haberlo hecho él, así que no podía entender por qué no estaba la ropa sucia de él. Botó las prendas y se dirigió con paso firme hacia el cuarto de su papá y allí todo tuvo sentido. 

El cuarto estaba vacío.

Abrió los closet, no había ni una media de él. Revisó los cajones de su mesa de noche, tampoco había ni un papel. No estaban su cosas de aseo, ni siquiera su cepillo de dientes ¿Qué rayos estaba pasado?

Sus pasos apresurados buscaron el camino para llegar a su madre.  Estaba desprevenida desbaratando las maletas.  Una vez en la puerta Maurice en un estado catatónico, la enfrentó.

— ¡¿Por qué nada de mí papá está aquí?! ¡¿Qué pasó con él, qué carajos hablaron hace una semana?! ¡No puedes sacarlo de esta casa de esta manera!

Al terminar su respiración agitada no encontraba la forma de calmarse.  

Su madre abrió los ojos que decían que en cualquier momento se iban a poner a llorar. Dejó las maletas y se acercó a Maurice que estaba en la puerta. Trató de tocarlo con su mano pero Maurice rechazó su gesto.

— Llegamos a ese acuerdo con tu papá, querido. Nos separaremos y él nos dejará el apartamento a nosotros.

— ¡¿Y él dónde está viviendo?!

— No lo sé y no me importa, él ya no hace parte de mi vida.

— No puedo creer… que vayas a ser tan… hija de…  desgraciada de quitarle lo único que le quedó a mi papá de su trabajo ¡Este es el reflejo de lo que él hizo por nosotros así lo odies por sus errores!

— ¡¿Por qué sólo él?! ¡¿Qué tiene él de bueno que todo lo que yo siento es una ofensa para ti?!

— Él… él se ha esforzado todo este tiempo por remediar sus errores, perdió su vida, su motivación, sus sueños, ahora sólo es un hombre conformista que quiere morir mediocremente y ha sido así durante los últimos diez años de su vida ¡Ya pagó por sus errores lo suficiente!

— ¡Nunca! ¡Nunca en la vida será suficiente para que ese hombre pague lo que me hizo pasar!

— ¡Y nunca en esta vida podré estar con una persona como tú! ¡¿Quieres el apartamento?! ¡Quédatelo, pero para vivir sola, yo sin mi papá no me quedo aquí ni loco!

Una vez terminada esa ráfaga de ira, cerró la puerta con fuerza y se fue corriendo a su habitación a meter lo primero que encontraba. Él se iba de la casa, no sabía a dónde, pero se iba. Su mamá después de un momento, llegó al cuarto tratando de detener que siguiera empacando las cosas, llorando como una histérica.

— ¡Eres lo único bueno que me pasó en este matrimonio! ¡No puedes dejarme! ¡Eres mi hijo, yo te di la vida!

— ¡Cállate! Me diste la vida… pero no soy de tu propiedad y yo… ¡Quiero estar con mi papá!

Una vez terminó de empacar, su mamá cogió la maleta y salió corriendo a tratar de encerrarse en algún cuarto y así evitar que se fuera. A Maurice eso lo enfureció más, tanto así, que en su persecución no se imaginó que fuera capaz de arremeter contra ella. La empujó contra una pared y le arrebató la maleta. Ella quedó recostada en el piso, llorando desesperada y sin fuerza para levantarse. Al final Maurice salió corriendo y dejó ese apartamento atrás.

¿Qué carajos iba a hacer ahora?

 

***

 

Eran las nueve de la noche. Había estado vagabundeando tratando de pensar que iba a hacer con cincuenta libras y un tiempo indefinido fuera de casa. Por su mente pasó hablar con Joshua e intentar que le dejase quedar en su casa. Eran buenos amigos y sabía que entenderían si entendía por qué situación estaban pasando en su casa. Sacó su celular y le llamó. Tras unos segundos de esperar, sonó la voz de su amigo al otro lado.

— ¿Maurice? ¿Qué ha pasado?

— Hola Joshua, quisiera saber si es posible que me hicieras un favor enorme.

— Pues claro, dime en qué te puedo ayudar.

— Me he ido de casa y necesito un lugar en dónde quedarme ¿Podría quedarme en tu casa? Allá te cuento qué pasó.

— Maurice… me dejas de una sola pieza, te lo juro. Qué más daría yo para poderte ayudar, pero ahora no estoy en mi casa.

— ¿Dónde estás?

— Nos estamos quedando en la casa de mi padrastro, porque están remodelando nuestra casa. Ha habido un corto circuito y más de la mitad de la casa no tiene luz, así que mientras arreglan todo, nos tocó irnos.

— Ya veo, sé que suena desesperado, pero no me importaría quedarme en la casa a oscuras ¿Tienes alguna llave de emergencia que esté disponible?

— Lo siento, ninguna ¿Por qué no pruebas a llamar a tu exnovia? Sé que no es la mejor idea, pero de pronto te pueda dar posada mientras ya miro como te ayudo.

— Vale… lo intentaré, gracias y perdón por molestarte.

— Me siento mal contigo, en serio. Después me cuentas qué fue lo que pasó, yo te llamo.

— Sí, chao.

Y su más fiable opción lo había traicionado. No tenía ni idea qué hacer, pero tomaría consejo de Joshua, trataría de llamar a su exnovia, quizás ella pudiese hacerle el favor.  Cogió su teléfono y marcó de nuevo.

— ¿Aló?

— Hola, hablas con Maurice.

— ¡Guaa! ¡Qué sorpresa!

— Sí lo sé, no llamo mucho. — Se rió aminorando la euforia inicial.

— ¿Y a qué se debe ese milagro?

— Quería saber si era posible que me hicieras un favor enorme. Salvarías una vida con este favor.

— ¿Qué pasó? Si es dinero, no tengo en absoluto.

— No es eso. Quería saber si era posible que me dieras posada por esta noche. Me he ido de casa y no tengo dónde quedarme.

La voz le salió rápida y directa. No quería darle tiempo de que preguntara sobre la situación. De por sí ya sabía que lo que estaba haciendo era una mala idea.

— ¿Qué pasó?... es decir, escogiste un mal momento. Sé que antes era fácil porque vivía sola, pero ahora me estoy quedando con mi hermana y mi mamá y debo decir que ellas te detestan, no creo que puedas quedarte.

— Ya veo, lamento molestarte. Entonces hablamos después.

— ¡Espera! Antes que cuelgues, cuéntame por qué te fuiste de casa.

— Problemas con mi mamá, como siempre, ya tú sabes.

— Pero debió ser serio en esta ocasión, para que te hayas ido de la casa.

— Lo fue, bueno, no te molesto más. Chao.

— Vale… Chao.

Maurice se cogió la cabeza a dos manos y fue embargado por una frustración y una ira que donde alguien le buscase pelea en este momento, estaría gustoso de romperse a hostias con él. No quería gastarse la plata en un motel de mala muerte, esas cincuenta libras eran su único capital y debía administrarlas bien.

Se sentó en el andén y empezó a mirar su lista de contactos. En ese momento se dio cuenta que nunca había hecho amistad con nadie de sus conocidos, lo suficientemente profunda como para pedirle un favor como este. Se quedó capturado en cuanto el nombre de Matthew hizo su aparición.

¿Y si lo llamaba a él?

Antes de que pensase en algo más, ya estaba con el celular en la oreja. El celular seguía timbrando y en su corazón los latidos se acrecentaron con fuerza ¿Si pudiera él ayudarlo?

— ¿Aló?

Un  suspiró salió automáticamente al escuchar la voz de Matthew.

— Soy Maurice.

— Lo sé, lo dice el identificador de llamadas. — se rió con inocencia.

— Tienes razón— hizo una pausa mientras organizaba qué le iba a decir. — ¿Cómo estás?

—… Bien, gracias ¿Pasó algo?

— Bueno… verás, me he ido de casa y no tengo dónde quedarme ¿Me podrías dar posada?  Yo allá te cuento todo.

Cuando terminó su lengua de gesticular, les rogó a todos los dioses de los que conocía el nombre que esa oportunidad fuera posible.

— ¡Pues claro! — Matthew en verdad sonó preocupado. — ¿Pero estás bien? ¿No te ha pasado nada grave?

— Estoy bien… de una pieza por lo menos.

—  Vete para la casa de mis abuelos, nos encontramos allá. Yo estoy en los dormitorios de la universidad, pero no importa. Nos vemos allá.

Cuando terminaron la conversación, las piernas de Maurice se le hicieron gelatina. No podía creer que en serio eso pudiese estar pasando. Había llamado a Matthew con una idea mil porciento derrotista y ahora iba a encaminado a su casa.

Se colgó la maleta al hombro y se dirigió sin dudar a su nuevo destino.


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