-Adrian…- escuchaba como pronunciaba entre susurros acercándose cada vez más a mi oído, justo como si de esa forma pudiera contener sus gritos.
-Adrian…- decía dejando penetrar su dulce voz por mis tímpanos, respirando cada vez con más dificultad, haciéndome sentir como cada parte de mi cuerpo respondía sin pensar a cada uno de sus movimientos, sintiendo cada vez con más fuerza como nuestros cuerpos empezaban a fundirse en uno solo, moviéndose en perfecta sincronización, deseando más y más.
-Adrian…- decía una y otra vez a mi oído mientras los dos nos dejábamos llevar por una melodía improvisada, completamente acompasados, completamente perdidos en medio de una danza sensual y prohibida que solo los dos podíamos conocer.
Sus manos se paseaban por todo mi cuerpo, haciendo que cada centímetro de piel despertara ante su rose y que mi corazón empezara a latir cada vez con más fuerza. Mi mente era un desastre, los pensamientos parecían no querer formarse con claridad, tan solo quería perderme en ese momento y olvidar porque estaba mal que eso sucediera, tan solo quería perderme en ese instante y olvidarme de todo lo anterior, como si no hubiera existido antes de ese momento, antes de conocerle y tenerle.
Mis brazos se cerraban alrededor suyo en un vano intento de no dejarlo ir, al igual que sus manos, que se aferraban a mi cuerpo como si fuera a desvanecerse en la nada. Los dos estábamos igual de desesperados, añorándonos, sintiendo cada centímetro de la piel del otro, como si aquello no fuera real, como si fuera un sueño imposible del que ninguno de los dos quería despertar, yo no quería dejarlo ir y sabia a la perfección que él tampoco; sin embargo era todo una fantasía, yo, no era más que una ilusión de lo que él quería, pero jamás seria lo que él deseaba en realidad, porque sin importar cuán fuerte lo deseara, yo… simplemente, no podía dejar de ser yo.
La única forma en la que podíamos estar juntos era aquella, esa era la única forma que teníamos de entendernos. Mediante nuestros cuerpos, desesperados por seguir con aquella danza cada vez mas desenfrenada, cada vez más cercana, cada vez más personal.
Aquella era la única forma que conocía de mostrarle quien era. Dejándome llevar por una pasión irrevocable, dolorosa y adictiva que nos iba consumiendo poco a poco. En medio de besos y caricias desesperadas, de gritos reprimidos y un placer que jamás creí posible.
Sentir su excitación y ansiedad de mi cuerpo me volvían loco, podía sentir que pronto los dos llegaríamos al límite.
-Te amo Adrian- dijo justo antes de que su esencia se derramara en mi interior seguida de la mía. Nuestras respiraciones estaban aceleradas aún, pero a medida que se hacía más fácil respirar, era más fácil darnos cuenta del error que acabábamos de cometer. No habían pasado más de unos segundos cuando él ya estaba acomodando su ropa y su cabello para disponerse a salir como si nada hubiera sucedido. Aquello había sido un error, una equivocación producida por la desesperación y el dolor que le había ocasionado alguien muy parecido a mí, -más que nadie en el mundo se podía agregar-, lo sabía a la perfección, él mismo me lo había dicho, estaba enamorado de alguien más, alguien que a pesar de nuestro parecido. No era yo.
-Gracias- dije en tono sarcástico, sintiendo por primera vez desde que era niño, un nudo en mi garganta que anunciaba que estaba a punto de llorar. No podía evitar ese sentimiento que había crecido gradualmente en mi corazón y mi alma, aquel que me hacia querer ser esa otra persona. No podía entender que era lo que él tenía que yo no, y nunca lo sabría.
-lo siento Gabriel- dijo evitando mirarme mientras se dirigía hacia la puerta y tomaba la perilla entre sus manos que hace tan solo unos segundos se aferraban a mí.
-No lo sientas- dije prácticamente en un susurro, que sin embargo, él había alcanzado a escuchar.
-no sé qué puedo hacer para compensarlo… yo… lo siento- cada una de sus palabras me dolía mucho más que la anterior, era insoportable para mí estar en aquel lugar; pero mis piernas no querían obedecerme y no tenía más opción que quedarme allí, sentado en el borde de la cama que aún estaba tendida, vestido con tan solo una camisa blanca que me cubría hasta los muslos y que yo me había encargado de abotonar hace tan solo unos segundos.
Saque fuerzas de donde no las tenía, me levante con rapidez y me dirigí hacia la puerta por la que él se disponía a salir, golpeándola con fuerza antes de que pudiera terminar de abrirla y dejarme solo. Allí estaba yo, frente a frente con él, y pretendía por lo menos recordar algo bueno de aquella noche, quería tener un recuerdo que fuera para mí y no para aquella persona a la que él amaba.
-solo te pido una cosa, solo una ¿podrías?- pregunté cabizbajo, evitando su penetrante mirada, sus hermosos ojos, y el dolor que verlo me ocasionaría.
-Cualquier cosa- dijo tomando mi barbilla y elevando mi cabeza a su altura.
-tan solo di mi nombre una vez, solo una. Es todo lo que pido- dije evadiendo su mirada.
-Gabriel…- susurro en mi oído de una manera tan sensual y encantadora que casi logra que mi dolor desapareciera, pero eso no era suficiente. Retire su mano de mi barbilla agarrándolo fuertemente por la muñeca, atrayéndolo hacia mí y dándole un suave beso en los labios, dejando que mi lengua se pasara delicadamente por ellos, para así poder recordar el sabor de sus besos. Lo que no esperaba era su respuesta, me aferro con fuerza por la cintura y me beso con ternura, haciendo que cada célula de mi cuerpo se estremeciera.
Ese debió haber sido nuestro primer beso, porque a pesar de todo lo que había ocurrido aquella noche, esa era la primera vez en la que podía estar completamente seguro de que él estaba pensando en mi y en nadie más. Aquel beso me pareció fugaz. Hace mucho que había soñado con aquel momento, pero en definitiva ni en mis más locos sueños pensé que sucedería así. En cuanto nuestros labios se separaron, lo empujé, haciendo uso de la última gota orgullo que me quedaba, ocasionando que soltara su agarre y todo mi cuerpo quedara desprotegido. Parecía que fuera a caer por un precipicio, y justo antes de que callera y quedara destrozado para siempre, algo sucedió.
-gracias Gabriel- dijo suavemente mientras salía, dejando la puerta cerrada tras de sí. Aquellas palabras habían sido de alguna forma una especie de paracaídas que había evitado que callera al abismo. Caí de rodillas y me quede en blanco, observando el paisaje a través de la puerta de cristal que daba al balcón de mi habitación, viendo como la luna empezaba a ocultarse y los primeros rayos del sol se vislumbraban en la lejanía.