El teléfono celular de Reita sonaba. Lo sabía, aquel pequeño artefacto tenía que estar por aquí en algún lugar, cuidadosamente guardado en su mesita de noche, vibrando junto a sus accesorios de plata. Gruñó y sacó su brazo de debajo de su manta calientita. Leer el nombre que aparecía en la pantalla le pareció casi imposible ya que ésta brillaba demasiado, así que, dejó que su cabeza volviera a caer sobre la almohada, aceptó la llamada y puso su celular sobre su oreja.
“¿Hola?” Atendió, su voz ronca, su lengua bien lejos de estar despierta.
“Hola, Reita”, era Ruki, “¿Podrías abrirme la puerta?”
“¿Qué?” El bajista se sentó de golpe y encendió la pequeña lámpara, parpadeando al sentir que sus ojos le ardían por la luz. “Puerta… ¿qué?” Se sobó la cara. “¿Dónde estás?”
“Frente a tu puerta. No quiero tocar el timbre y despertar a Uruha”. Sonaba cansado.
Reita se levantó. “¿Por qué estás aquí a mitad de la noche?” Dirigió una mirada ligeramente más enfocada hacia su reloj despertador. “Son las tres AM, hombre.”
“Te explicaré si me abres la puerta”. Ruki colgó.
El rubió lanzó el teléfono sobre la mesita de noche otra vez y se puso un pantalón de sudadera. No se tomó la molestia de ponerse una camiseta , no después de tres horas de sueño; demasiado corto como para ser un buen descanso, demasiado largo como para ser una siesta refrescante.
“Hermano, ¿sigues despierto? “ Reita frunció el ceño al entrar a la sala. Su mejor amigo, cuyo trasero estaba bien acomodado sobre el sillón, tenía puestos unos audífonos y un control de videojuego en las manos.
“Claro, ¿Por qué no?” Uruha solo esbosó una gran sonrisa, sin siquiera despegar su vista de la pantalla del televisor.
“Tienes una reunión en la mañana en – olvídalo”. Como si el otro lo fuese a escuchar. Negó con la cabeza y se dirigió a la puerta, abriéndola sin necesidad de mirar por la mirilla.
“Hola.” Dijo Ruki, con sus manos en sus bolsillos, su barbilla escondida bajo una gruesa bufanda, un sombrerito de poodle cubriendo su –ahora- cabello rojizo. “¿Puedo pasar?”
Reita se hizo a un lado para cederle el paso al vocalista, quien al entrar, se quitó sus zapatillas apresuradamente.
“¡Hola, Ruki!” canturreó Uruha, quien ahora, estaba sentado sobre la alfombra. Su invitado sólo agitó la mano en forma de saludo y desapareció dentro de la habitación de Reita.
El rubio lo siguió y cerró la puerta tras suyo silenciosamente. “Bueno, ¿Qué es lo que te trae aquí? ¿Pasa algo malo?”
Ruki no respondió; sino que simplemente se quitó la chaqueta y la lanzó sobre el bulto de ropa que Reita usó ayer. Lo mismo hizo con su bufanda, sombrero y capucha.
“¿Ruki?”
“No puedo dormir.” Se sentó sobre la cama del rubio y se quitó sus medias negras. “No puedo dormir ni mierda.” Dirigió su mirada hacia sus pies, sus párpados dolorosamente pesados.
Reita se sentó junto a él, reposando suavemente una de sus manos sobre el muslo de Ruki. “¿Alguna idea del por qué?"
El vocalista negó con la cabeza. “No. Ya me va a volver loco. No he dormido ni una sola noche en toda la semana. Anoche, lo único que logré fue dormir por dos horas y ni siquiera eso se sintió bien.” Podía sentirse a sí mismo reclinándose hacia ese toque, sobre el cuerpo de Reita.
Reita tenía tanto por decir en ese mismo momento, pero nada se podría comparar a lo que en realidad sentía al saber que Ruki lo buscó a él para poder descansar. Era un hombre de pocas palabras después de todo.
Dejó un suave beso sobre la sien del pelirojo. “Vamos, quítate esa ropa”
Un momento después, debajo de aquella manta, el vocalista recostó su cabeza sobre el hombro de Reita, sus manos rodeando torso del bajista. Suspiró, largo y aliviado. Cerró sus ojos, enfocándose en la respiración tranquila del otro, sintiendo su piel bajo las yemas de sus dedos. Y sintió como poco a poco se dormía y ¡por Dios! que se sentía bien.
“Aquí estoy.” Dijo Reita en un susurro.
“Lo sé.”