Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Mortal Hoguera por PukitChan

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Esta historia la escribí para un concurso de relatos eróticos. ^w^ 

Lamento decir esto, pero... 

 

Esta historia, está registrada bajo derechos de autor, con mi nombre. Por favor, no nos creemos problemas innecesarios. 

Notas del capitulo:

Gracias ^0^

 

Disfrutenlo. 

Mortal hoguera

 

Por:

 

PukitChan

 

No somos como ellos. Nunca lo fuimos, pese a que habíamos en cierto modo, descendido de estos; los vampiros no éramos como los humanos y nunca seríamos eso. Lo comprendí en realidad hace mucho tiempo, cuando la sangre –manjar más exquisito de mi menú-, se volvió más que eso.

 

Todo comenzó aquella noche de luna nueva, poco después de la media noche cuando viajaba de ventana en ventana, buscando el hombre ideal para atacar. Tenía a uno favorito, cuya esencia rojiza me elevaba a grados de placer insospechados para mi mismo. Pensaba visitarlo aquella ocasión, invadir su mente y causarle pesadillas que  elevaran su ritmo cardiaco, para que su sangre fluyera rápidamente  y yo, al beberla, sintiera todavía ese sabor amargo junto con una buena dosis de adrenalina. Pero no, algo irrumpió mis planes, algo que nunca contemplé anteriormente, un hecho que me golpeó directamente en la cara sin que yo pudiese evitarlo.

 

Él, mi humano, estaba con alguien. Otro hombre que le besaba y le devoraba el cuello con la misma pasión desenfrenada con la que yo lo hacía. Fijé mi vista en sus manos que le recorrían totalmente, cada pedazo de esa blanca anatomía. Y sentí celos desde mi posición, parado frente a la ventana del segundo piso de aquella casucha vieja, apoyándome en la rama del árbol que conducía directamente a su habitación.

 

Su rostro era de placer. Lo notaba gimiendo descontrolado, mientras el desconocido hombre se movía de atrás hacia adelante sobre él, pareciendo fundidos en uno mismo. El sudor cubría a ambos y él, mi fuente de alimento, se aferró a su espalda, arañándola, rasgándola y haciéndola sangrar. Me enfurecí completamente. ¡No tenía tal derecho! Su cuerpo, que me pertenecía, no podía tocar otro que no fuese el mío. No resistí el impulso de romper tan asquerosa escena, por lo que, con una simple mirada llena de rabia, el vidrio de la ventana se hizo añicos, cayendo en una lluvia de sonidos irritantes. Tal como lo predije, ellos se detuvieron, asustados por el acontecimiento. No me retiré del lugar hasta que comprobé que ese estúpido hombre no volvería a tocar a mi humano.  ¿Por qué tan seguro de mis palabras…? Porque yo mismo me aseguré de ello.

 

Las cosas no pararon ahí, no me encontré satisfecho simplemente con ello.

 

Desde aquella noche, me volví un enfermo con mi humano, dependiente de él, como lo era de su sangre. Pensando que tal vez, no debería considerar su sangre sólo como mía, no, esa marca no debía ser suficiente. También su cuerpo debería marcarlo con el sello de mi exclusividad. Nadie, ni humano ni vampiro deberían acercársele sin mi autorización.

 

Así las noches de mutua y desconocida compañía fueron pasando.

 

Me sentaba en la rama, mirándole fijamente, observando como se tocaba a si mismo, como se exploraba y como gemía y jadeaba, buscando a su calor consuelo. Su desnudez me hacía pensar en lo más inimaginable, el vapor de su aliento lograba que buscara el mío, sin hallarlo.

 

Comprendí nuestras diferencias. Él era puro fuego, que brillaba y ardía mientras sus manos recorrían el largo de su falo. El explotaba cuando en su mano eyaculaba. Yo, en cambio, era frío, tan frio que seguramente correría a cubrir su débil  frágil complexión humana para buscar la tibieza que le haría falta.  Eso me detenía, era la única cosa que me impedía avanzar más allá, pero sabía que eso no me ataría para siempre…

 

…hoy era ese para siempre.

 

Abrí su ventana en absoluto silencio, caminando a su cama, aspirando su húmedo aroma. Por que él tenía un aroma especial, tibio, mojado… sensual. Con arrogancia, mis ojos exploraron su cuerpo oculto bajo las sábanas de la cama. Descarado yo, se las arrebaté violentamente para verle desnudo, la forma con la que amaba dormir, seduciéndome a propósito con ello.

 

Yo no era humano, por eso, mi forma de desearlo era diferente a la de los mortales. Me hinqué en su cama, me hundí en sus pensamientos, removí sus deseos y repentinamente pasaba a formar parte de sus sueños. Él se remueve inquieto, apretando sus piernas y abriendo sus labios para respirar. En su mente violada, unas manos le tocaban, la yema de un dedo índice recorría su columna hasta donde se pierde la espalda, delineando la textura de sus nalgas. Una cavidad húmeda mojaba cada rincón de su cuerpo y aquello que momentos atrás estaba en reposo cobraba firmeza. Era un goce total de placer corrompido totalmente.

 

Mis pupilas dilatadas se centraban entonces en su erguido sexo que goteaba y me llamaba una y otra vez. Relamía mis labios, pasando mi lengua por los afilados colmillos que me llegaban a dañar inclusive a mi mismo. Tomaba su mano y le daba vuelta para revelar su muñeca, misma donde cada noche desde aquel momento, yo enterraba mis colmillos para beber de su sangre bendita. Él gime y se curvea perfectamente, agonizando y temblando, estremecido por tantas emociones reunidas en una sola noche.

 

Su sangre, líquido sagrado, me decía lo mucho que gozaba aquellas atenciones, de mis labios congelados sobre su piel caliente, del choque de nuestras temperaturas que formaban una descarga eléctrica que lo hacia convulsionar. Imaginé entonces cómo sería que nuestros cuerpos se fundieran en uno solo, cómo le haría delirar de placer, gimiendo, haciendo ecos de su voz, gritando que él me pertenecía, con la fidelidad que le entrega un sirviente a su señor, o mejor aun, un esclavo a su amo.

 

Sé por qué no despierta: es mi entera culpa, por no quererle ver lejos de mi, asustado como un cachorro perdido; sin embargo, ésta noche parece que mis pensamientos no concuerdan demasiado con mis acciones pues suelto su mano, retiro los colmillos y me incorporó para tocarle con los dedos sus labios carnosos que ahora mismo estaban rotos de lo jadeante que se encontraba.

 

Su calor pareció encontrar alivio en mi congelado cuerpo, pues un gemido de placer fue inevitable. Sus párpados se movían, no llagaban a abrirse, como si realmente le pesaran, como si para enseñarme sus ojos necesitase todo un proceso cuidadoso. Yo tenía unos segundos para escapar, pero me detuve, estando paralizado ante esa presencia que, inquieto, deseaba suplicarme algo.

 

—Sigue… házmelo… te he estado esperando…

 

No hice movimiento alguno cuando esa voz masculina y ronca por el deseo invadió mi oído. Si acaso parpadeé estúpidamente, mirándole, preguntándome qué era lo que había pasado. ¿Estaba teniendo alucinantes? ¿Quién? ¿Él… o yo?

 

El brillo de mi mirada chocó cuando él, entreabriendo sus ojos grises, los fijó en los míos, como si me conociera desde siempre, como si supiera que cada noche quien invadía sus sueños era solamente yo.

 

Me dejé llevar.

 

La cama se hundió cuando recargué una mano en ella y subía, trepando para colocarme a horcajadas sobre él, con una pierna de cada lado para mirarle. No pretendía apresurarme y por sus ojos, supe que tampoco quería que lo hiciera… la noche era nuestra, después de todo.

 

Una de mis manos acarició su cuello, palpando la zona en donde fluía a gran velocidad su sangre. Sudaba, temblaba y levantó sus manos para rodearme por la espalda, aferrando sus uñas a mi piel. Su sexo estimulaba el mío, porque en roce continuó estaban. Al acercarme, su boca se abrió para que su aliento saliera a recibirme, mientras yo estiraba los labios, mostrándole la blanca dentadura y como mi lengua deseaba hacer el primero contacto húmedo.

 

En el mundo, tanto en el suyo como en el mío, había muchas cosas apasionantes; ser besado era una de ellas, pues para eso era preciso todo un eclético arte. En el primer beso, seres cómo él comprendían cuán gemelas eran nuestras almas, no era necesario que yo averiguara eso, su sangre me había revelado tal información vital desde el momento en el que accidentalmente la conocí. Pero aun así, deseé que sintiera lo mismo, dejándose llevar como tal cuando mis labios y los suyos entraron en contacto. Tan fríos como debían ser los míos, hicieron tiritar a los suyos, intentando entibiarlos en una pelea desorbitada por explorarnos mutuamente, comprendernos y descífranos. Inclusive la sangre comenzó a fluir entre la saliva debido a mis colmillos, rasgándosela.

 

Deslicé mis manos sin prisa, iniciando cerca del pecho, formando la curva de su cintura. Atrapé sus pezones rozados, sintiendo finalmente como estos reaccionaban ante mí, ante cada sutil roce, cada curiosa cercanía y sobre todo, cada pasión desmedida entregada.

 

Su cuerpo afiebrado desgarraba el mío, gimiendo alto, retumbando sin importar hasta qué punto llegásemos esta noche. Buscó la forma de arrebatar mis ropas, mismo hecho que me hacía extender una sonrisa casi ingenua por su acción. Dejé que sus manos temblorosas hicieran su trabajo, hasta que sus manos se colocaron en mi frío pecho de marfil, dándole toques a los pectorales.

 

—Tantas noches, deseando tocarte…

 

Le ayudé con mi pantalón, bajado el zipper que emitió un chillido al ser movido. No había nada más debajo que sólo una capa de piel que revelaba el objetivo endurecido. Su mirada bajó, tratando de verme, mas inmediatamente se lo impedí cuando mis labios se deslizaron por su pecho, jugueteando debajo de su ombligo hasta llegar al lugar esperado. Él abrió sus piernas sin recelo, sin pudor ni timidez, porque a pesar de ser una primera vez, no éramos desconocidos, quizás nunca lo fuimos.

 

Mi boca se hundió en su cuerpo, tragándose la erguida extensión. El movimiento de él era casi llegando a lo violento, sus ojos estaban cerrados y clavaba sus dedos en mi cabellera larga, rodeándome con sus piernas. Yo presionaba, lamía y succionaba mientras más le escuchaba rugir sus emociones, exaltándolas, decidido a alcanzar la nota más alta. Si alguien más ya había tocado, yo borraba todo rastro de ello y lo volvía un dulce virginal al que corrompía con la misma pasión que el negro invade al color blanco.

 

No sabía exactamente lo que hacía, ni por qué lo hacía. Sólo sabía que el no tenerlo pronto me enloquecería. Entonces, sería yo quien me adelantara al destino y volvería loco de placer al ser humano tan frágil, tan sensible y tan hirviente.

 

—Te necesito dentro…

 

Yo no era un humano, y a veces no comprendía su modo de expresarse, sin embargo esta noche, todo se fundió para que no hubiese obstáculos. Como si la pared que me había impedido acércame todo este tiempo, él la derrumbó con unas cuántas palabras.

 

Yo no sentía muchas veces el dolor, pero él sí. Penetrar su cuerpo con el mío iba ser una experiencia llena de sangre y dolor, con la dosis de placer necesaria. Cuando de la comisura de sus labios escurría saliva y sus ojos estaban nublados por el deseo, separé la parte de su cuerpo que impedía llegar al rincón deseado. Estaba ahí, palpitando por mi, contrayéndose de temor, pero al mismo tiempo, deseoso de recibirme.

 

—Masoquista… —musité. Pude ver que él sonrió.

—Sólo de esta manera, yo podría hallarte.

 

La fusión de nuestros fue la gloria. Un grito de dolor le motivo a remover su cuerpo, a jalarme el cabello hasta desear arrancármelo, cuando el aroma de la sangre invadió no sólo la habitación sino también las sabanas blancas, repletas de su aroma fuerte. Sufrimiento, agonía, estremecimiento… todo al ser uno solo.

 

La cama retumbó, los vidrios temblaron fácilmente ante mi gemido. Yo gozaba mirándole, abriéndome paso con mi cuerpo hacia el suyo, moviéndome en un vaivén feroz y violento, rasgándole con los colmillos para que la sangre bañara sus pectorales. Me rodeaba, me necesitaba de una manera casi perturbada, porque se había dado cuenta de mi existencia.  Había aceptado que este desconocido que estaba en si habitación siempre lo poseyera, porque mientras nuestros cuerpos chocaban y sonaban, justo en el momento en el que el aroma de sexo me hacia apoyarme y aplicar cada miligramo de mi fuerza, le reiteraba al oído que no debía ser tocado por nadie más y entre jadeos ahogados, él aceptaba las condiciones de mi presencia y las tomaba como el punto más alto de su creencia y devoción. Inclusive, mientras nuestras posiciones cambiaban y él me tocaba con más libertad el rostro, a pesar de que yo separaba su cuerpo y lo utilizaba para casi llegar a romperle, sabía que su corazón se incendiaba con nuestra pasión.

 

Quema. Su cuerpo quema.

 

Para un ser como yo, cuya frialdad es permanente y los rayos de un sol harían polvo mi existencia, él era una hoguera que me consumía y me arrastraba sin llegar a matarme, mostrándome lo más cerca que pude estar del cielo al que alguna vez renuncié. Su cintura servía de apoyo para subirle y bajarle, enterrándome más en él para descubrir un solo punto que le haría vibrar de una forma que ambos recordaríamos en la eternidad.

 

Inclusive si la hoguera se apagara, las cenizas quemarían todavía.

 

A pesar del liquido blanco hirviente que derramas entre nuestros cuerpo, a pesar de que el mío es absorbido por su interior, ésta no es nuestra conclusión. Dos cuerpos temblantes, llenos de descontrol, estremecidos, húmedos, erizados y agitados parecían querer fundirse en uno mismo, pegando ambas pieles como una sola y nuestras voces rotas y roncas querían susurrar pese que todos habían sido testigos auditivos de una pasión que no podría tener prisión.

 

—No te vayas…

 

—Estas noches son heladas.

 

—Aquí tengo una hoguera.

 

“Tu calor asciende por mi piel, quema mi cuerpo, asfixia mi interior. No dejes que me apague, enciéndeme, lléname de fuego y entonces, marca de quemaduras el alma que no tengo, para que quede una huella imborrable de tu persona... para que nunca muera de frío.”


Notas finales:

Muchas gracias por leer. También muchas gracias, si les nace escribir un review a esta humilde escritora nwn 

 

¡Felices fiestas! 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).