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Dinocho por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

GOMEEEEEEEEEEEEN :P

DINOCHO. SEGUNDA PARTE.

−¿Y luego? –preguntó Kyo, tallándose con pereza el ojo derecho –¿Qué pasó, papá?

−Bueno, digamos que Hakuro-chan aceptó la propuesta. Lo hizo talves para divertirse un rato, pero aquello le metería en más problemas de los que se pudiera desear.

 

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La pequeña marioneta era algo extraordinario. Parecía un niño, sin duda alguna, de cercanos ocho años. Por eso Byakuran-peto decidió arruinarle la vida, perdón, ponerle un nombre digno.

−Te llamarás Dinocho.

−¿Dinocho? –le preguntaron, tanto el Lucero como el niño de madera al mismo tiempo.

−Sip, ¿Algún problema?

−¿Es que no se te ocurría otra cosa? –recriminó Hakuro.

−La verdad se me ocurría que en lugar de llamarte Hadakuro, te llame Mukuro –seguían en el taller; el hechicero sólo bufó y desapareció un instante para sentarse en la mesa de trabajo, junto al pequeño niño de madera que miraba a todos lados, con lentitud, como ente diabólico.

−Yo hablaba del nombre para tu hijo, no del mío.

−Mmm, ¿qué te parece entonces: Lucero de mi Alma?

−Eso no tiene… ¿para quién es el nombre? –tuvo miedo de la respuesta.

−¡Por supuesto que para ti, dulce encanto! –fue hasta el lugar del hechicero para intentar tomarle en brazos, pero escapó con velocidad –. Tch, algún día te lamentarás de dejarme ir vivo.

−Ya lo estoy haciendo –masculló, sentado en el bajo techo de la humilde casa –. Además, deja de prestarme tanta atención, mejor dedícasela a tu hijo que va directo a la calle –señaló sin mucho interés a la puerta, donde los deditos de madera pulida estaban tratando de girar la perilla, pero le era difícil, pues su mano no era al cien por ciento adaptable.

−¡Hey, espera! –le detuvo, gentilmente por el antebrazo, el niño de aparentes diez años, le miró con amor.

−¡Papá! –le abrazó –¡Papá se preocupa por mí!

−Pero claro que sí, ¿cómo no habría de preocuparme por el producto de nuestro amor? –miró de soslayo a Mukuro.

−Me causas malos calofríos –contestó el hechicero –. ¿Y bien? ¿No deberían dormir para empezar mañana con buen humor? –bajó del techo, pero viendo los ojos brillosos de Byakuran-peto decidió regresar con gracia –. Yo me quedo aquí, muchas gracias –aseguró antes de que el padre abriera la boca para ofrecer el lecho matrimonial.

−La gente como tú se ha de aburrir mucho, amado Mukuro-kun –frunció el ceño con aire tétrico –. Pero me conformaré con verle el fino ombligo desde abajo –murmuró para sí mismo, cargó en brazos a su pequeño paquete-niño de madera y lo colocó dulcemente en la cama.

La verdad, por rara que suene, a Byakuran-peto le causaba una alegría enorme ser padre al fin. Además de que la preciosa hada del Lucero más próximo le ahorró el embarazo, aunque, en su mente maquiavélica, sería algo digno de ver, ya que Mukuro de seguro parecería un bocado apetecible aun así…

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−Cavallone –le llamó la atención.

−Papá, ¿qué es bocado apetecible? –preguntó uno de los hijos.

−¿Ves a lo que me refiero? –reprochó Kyōya –. Ya quiero ver cómo les resuelves las dudas –pero se acomodó en la cama para apreciar el gesto apurado de su marido.

−De acuerdo –dijo –. Cuando no sepan qué quiere decir una frase del cuento…¡Se la preguntan a mamá!

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Cuando amaneció, Byakuran-peto se dio cuenta de que su querido hijo no estaba, y que Mukuro seguía tranquilamente en el techo, lanzando un suspiro de vez en cuando. Byakuran-peto casi se queda embobado por pensar otras cosas, pero el recuerdo de su hijo ausente le levantó de la cama.

−Dinocho~, oh, Dinocho~, no preocupes a papá –revisó abajo del colchón y nada –. Vamos, vamos, sal de donde quiera que estés~ -también se fijó en las altas repisas y en las cajas, detrás de los juguetes y debajo de la alfombra. Pero nada.

Se rascó la cabeza con pesadez, y sacando una escalera, se dispuso a despertar al hada.

−Amor de mis amores, no encuentro a nuestro pequeño hijo –le jaló de ambas mejillas con mucho ánimo hasta que Mukuro abrió los ojos, apunto de destazar al carpintero.

−¡¿Qué clase de padre eres?!

−El más padre de todos, pero eso no es sobre lo que te quiero hablar –se quitó la camisa gris para ponerse una blanca, miró la reacción del hechicero y se regodeó en la dicha –. Voy a salir a buscarlo, sólo quería avisarte.

−Bi-Bien, que te vaya de lujo –bajó del techo y Byakuran de la escalera, al estar en el suelo, el carpintero se apresuró a halar por la cintura al hechicero para plantarle un sutil beso en la mejilla.

−En seguida regreso, puedes esperarme con el almuerzo (Desnudo) listo –sonrió y cumplió con lo dicho.

Cuando estuvo en las calles, no dudó en ir preguntando a los vecinos sí no habían visto a un niño de madera intentar incendiar casas o a sí mismo en estas últimas horas.

La gente, obviamente, lo miró raro, y le respondieron que no. A excepción de un viejecillo alegre, o eso parecía, porque venía envuelto en una capa café y encorvada era su figura.

−Me dijo muy alegre que iba a la escuela –le dijo el ancianito –. Porque quiere llegar a ser un gran doctor –se apoyó en una pared cercana a la plaza, terminó de sentarse por un viejo banco –. No tiene de qué preocuparse, Dinocho es un niño muy inteligente, sólo apártele los cerillos… y el agua, si, sobre todo el agua –se echó  a reír raramente.

−Gracias, ancianito-chan –siguió con su camino, después de la alegre plaza, seguía un callejón, debía dar una vuelta a la izquierda, una a la derecha para poder llegar al colegio de la villa.

Lo trágico fue, que allí nunca encontró a su querido hijo.

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−¿Qué le pasó a Dinocho? –preguntó Dino Jr, con ansiedad.

−Recuerda que los niños nunca deben confiar en los desconocidos…

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−¿Te creyó? –inquirió un hombre escondido en un rincón cerca de la banca donde seguía sentado el ancianito.

−Fue demasiado fácil –ligeramente apartó la capucha de la capa, y sirvió para que se descubriera sus facciones varoniles y bellas, un militar de diáfanos ojos azules.

−Buen trabajo, al jefe le complacerá el nuevo juguete.

En otro pueblo, en una casa que sobresalía de las demás, por estar hecha de buen concreto y techos altos, se encontraba nuestro protagonista, el pequeño Dinocho despertó, y se dio cuenta de que estaba sobre una mesa de madera, tal como él. Pasó las manos por los ojos y trató de averiguar más, para ello, se bajó del tabloide con cuidado, ya estaba grandecito de edad, pero aún era tan patoso como cierta persona conocida, además tenía algo de miedo, se pregunta dónde estaba su querido y guapo padre.

La pequeña habitación no ayudaba de mucho, así que fue andando de puerta en puerta, abriendo y tocando todo cuanto estuviese a su paso. Incluso aprendió a ser mas cuidadoso, le gustaban los cuadros colgados en las paredes, y un hermoso florero con la imagen de un magnifico corcel encendió una llamita de felicidad.

−No vagabundees –aunque llegaba algo tarde la orden, apareció el anfitrión –. Bienvenido seas, mocoso –le dijo un hombre de menos de treinta años, de cabello negro y patillas largas, lacias y perfecto acorde a su persona.

−¿Quién eres? –inquirió Dinocho, pero al momento siguiente, el adulto lo levantó en vilo.

−No pesas –declaró y lo movió de lado a otro –, pero te ves resistente… -una sádica sonrisa bañó su rostro –. Eres justo lo que necesitaba –y con el niño en brazos se retiro al patio de la casa.

Dinocho le miró sin entender.

−Quiero regresar a casa –murmuró apretando sus dedos en la camisa amarilla del adulto –. Papá se va a preocupar.

−Ésta es tu nueva casa, y yo soy tu nuevo padre –alegó –. Deja de llorar aserrín –se detuvo en la andanza para elevar al muñeco mucho más, como si estuviera luciendo a un verdadero hijo suyo –, ven, te mostraré algo.

Por otra parte, Byakuran se dejó caer derrotado en la calle hecha de adoquines, hundió la cabeza entre las piernas y respiró lo más profundo que pudo.  

−Esto no puede ser –movió la cabeza negándose a sí mismo. Él nunca debió convertirse en padre, ni siquiera había transcurrido un día y ya el hijo fue perdido. El sentimiento de derrota que Byakuran-peto sintió fue algo extraño, él solía ser el típico sujeto manipulador y alegre, al que todos huían por ser tan extravagante en sus gustos, aunque su trabajo le hacía cambiar de parecer a la gente. Era todo un artista, por eso la anterior noche se esforzó en hacer algo para él.

Siempre trabajaba para otros, y veía que los hacía felices; esta vez, la primera que hacía algo con madera para consolar su solitario corazón, resultó que…

−¿Qué? –le inquirieron con una burla natural –. ¿Tan pronto te rindes? –se sentó a su lado, muy cerca –. Sólo porque hubo un incidente no deberías ser tan patético.

−Hada-kun~ -se lanzó a sus brazos –, sí te soy sincero… hueles a perfume de París –hundió su nariz entre los cabellos del Lucero.

−Arg, eres un oportunista –sonrió estrellando la vena del enojo en su frente –. Anda, levántate, puedo ayudarte si dejas de… Byakuran, carpintero de____ saca tu mano de allí –le ordenó dejando relucir su pulido tridente ante la garganta desnuda del padre desesperado.

−Tu amor es sádico~

Así, hada y carpintero, se hicieron a la mar, navegaron durante meses en las oscuras aguas, encontrándose con sirenas, tritones y ballenas. Vaya, incluso se terminaron… por estar en el estómago de un cachalote bebé. Le limpiaron los “dientes” y establecieron una modesta casita en medio del estómago, al final tuvieron miles de amores salados.

Todo en vano.

Porque por el chisme de una vaca marina de nombre Lambo que por razones raras también fue tragado por el cachalote cantó así:

−¿Creen que un muñeco de madera aguantaría éste ambiente? –les preguntó –. Además, gracias que tengo un amigo gaviota, de nombre Falco, me enteré de que el pequeño Dinocho está en la casa del Arcobaleno del Sol…

−¡Maldito carpintero! –masculló Mukuro –¡Dijiste que un anciano te había dado la ubicación de Dinocho en el mar! –le atacó.

−¿Eso dije? ¿Qué no era esto nuestra luna de miel?

−… Kufufu, te rostizaré aquí adentro, el humo hará estornudar a la ballena, sí mueres ¡La felicidad retorne a mis brazos!

Bueno, en resumen, perdieron, en realidad, dos meses. Byakuran molido a palos de amor, llegó al pueblo que la vaca marina les indicó. Mientras que Mukuro venía de lo mas norma en la parte trasera de una carreta que había hecho con magia.

−¿Cómo haremos para recuperarlo? –quiso saber el padre, mirando al hada que estaba muy cómodo en la paja que cargaba la carreta.

−Yo no sé –respondió –. Ocúpate tu de ello, es tu hijo.

−¡Madre desnaturalizada! –chilló y dio un frenó al motor de dos, literalmente, caballos de fuerza que sacudió al ente mágico –¡Ya sé!

Horas después, frente a la casa del Arcobaleno del Sol.

−Venimos por el empleo que ofertaban.

−¿Ah? –les recibió el fiel guardaespaldas del líder de la familia –, no recuerdo que Beborn haya solicitado dos mucamas…

−Se equivoca señor Colonnello-chan, es un mayordomo y una mucama –señaló un guapo sujeto de cabellos blancos con traje del mismo color haciendo una reverencia –, sabemos que su amo está ansioso por ver nuestro trabajo.

El mencionado Colonnello examinó de pies a cabeza a los dos estrambóticos sujetos y se rascó la cabeza.

−Humm –meditó un minuto y a Mukuro le escurría una gota de hastío –. De acuerdo, sí le causan problemas, por mí, mejor –y les dejó pasar, a cargo de una chacha, de nombre Tsuna, hicieron un par de malabares domésticos durante quince minutos para escaparse e ir a buscar a su hijo.

−¿Por qué rayos tenía yo que usar éste maldito vestido? –hizo alusión a su vestimenta casi erótica, con cintillo y botas negras, falda corta.

−A mí no se me vería tan bien –lo devoró con la mirada, subieron al segundo piso y se pusieron ante la puerta donde un claro letrero decía: Habitación 13.

Quién sabe por qué razones entraron, pero algo en su suspicaz mente les decía que ésa era la correcta.

Maravillosa fue la sorpresa, y mágico, como el hada, el encuentro.

Dinocho, sin rasguños y sonriente, estaba jugando tranquilamente en la moqueta color ocre, mostraba un par de avioncitos y luego los chocaba entre sí con una desgarradora sonrisa.

−Dinocho… -murmuró Byakuran sacando un pañuelo de su traje para limpiarse las lágrimas –. Hijo, yo soy tu padre~

El niño viró la mirada y en cuanto recabó en el dato de que sus padres, sus abandonadores padres libertinos, al fin habían llegado para regresar a casa, lo único que pudo responder fue:

−Ya no quiero.

−¿Eh? –soltaron los dos al mismo tiempo.

−Ya no quiero volver –se levantó, aún era de madera y del mismo tamaño, Byakuran se le acercó, se hincó ante él.

−¿Por qué no? –no lo exigió saber en tono de regaño.

−Es que… Kyōya… -lentamente dirigió su vista a donde un precioso niño de cuatro años estaba esperando el retorno de su compañero de juegos con cara de ansiedad y miedo ante los desconocidos que deseaban llevárselo.

−¿Quién es ése? –dijo Mukuro acercándose al más pequeño.

−Es mi amo –dijo Dinocho mas reluciente que el oro mismo.

−¿Perdón?

−Tal como lo oyen –tras bambalinas aparecía Reborn, el padre del bebé Kyoya para ir por él –. Dinocho se queda en ésta casa porque es el único capaz de aguantar el maltrato de mi hijo.

−Errr, pues consíguete otro juguete, Arcobaleno-chan, porque Dinocho es el hijo, el fruto del amor, de Mukuro y mío.

−Habla por ti –murmuró el hada.

−¡No peleen! –intervino el objeto de discordia –. También los quiero, a ti –miró a Byakuran –y a mamá –corrió a los brazos de un Mukuro en estado de shock –, pero quiero a Kyōya.

−Ya lo escucharon –dijo Reborn –. El pedazo de madera se quedará aquí a menos que hagan una oferta mejor –Kyōya se rebatía por volver a jugar con el rubio muñeco.

−Una oferta –repensó Byakuran –, ¿y si le hacemos como Perséfone y Hades? La mitad del año con nosotros, y la mitad del año en tu casa… -se mordió el labio –. Nah, no quiero compartir a mi pedazo de madera –fue a abrazar a Dinocho.

−Piensa bien, carpintero –dijo Mukuro suspirando –¿qué debes hacer como padre?

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−Padrino Reborn es malo incluso en los cuentos –se echó a reír Dino jr.

−Es un amor cuando se sabe manejar –bufó el padre, vio que tanto Kyo como su primer vástago ya tenían mucho sueño –. Al final se decidió…

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−Irán juntos a la escuela dentro de un par de años, ya que Kyōya desea estar con Dino tendrán clases privadas todas las tardes en un pueblo que quede en medio de los nuestros mientras ése día llega. Cada tercer fin de semana se quedará en casa del Arcobaleno, en vacaciones se reunirán las dos familias en una cabaña a las afueras, y no se me ocurre otra cosa –suspiró Byakuran dejando a Dinocho en el suelo que corrió para pedir a Kyōya en brazos –. Estoy dispuesto a eso, pero mi hijo no es ningún pedazo de madera, no quiero que tu hijito lo astille y lo rompa, porque lo mato –sonrió tétricamente.

−Digo lo mismo –le correspondió el gesto el líder de la casa.

Por ésa noche Dinocho regresó con su primera familia, algo triste por despedirse temporalmente de su propio Lucero, pero ya se verían pronto. Cuando estuvieron en casa, respiraron tranquilos por diversas razones.

Por último, Byakuran cargó a Dinocho para ponerlo a dormir en la cama junto a él, lo que le sorprendió fue que Mukuro también se acomodó allí.

−Sólo por esta noche.

El juguetero contentísimo durmió dichoso, tremendamente dichoso. Abrazó a su querida familia y durmió.

Al día siguiente, el milagro ocurrió. El carpintero en lugar de sentir el cuerpo de su “marido” y el de madera de su hijo, sintió su piel, pero esta vez de carne y hueso.

Fin.

−Un final demasiado simple –bostezó Kyoya y se levantó dejando a su hijo en la cama –. Por suerte no prestaron demasiada atención a tus palabras mofó.

−Eres cruel, esposo mío –hizo lo mismo y fue hasta donde estaba el aludido para besarle rápidamente –. ¿Recuerdas que día es hoy? –inquirió juguetón al morderle la oreja.

−Wooow, claro que lo recuerdo –sonrió cómplice –, es el día en que te dejo en abstinencia por preferir contarles un cuento.  

−¡Kyōya! –lanzó el reclamo al punto de que los herederos despertaron asustados.

Eso ocurrió una noche de un buen mes.

Notas finales:

Uff, me tómo toda la mañana. Espero les haya gustado, yo lo amé XD sobre todo porque ya no me aguanto las ganas de meter R56 hasta por donde no se debe eUe

Kiss!

Atte. Sebieth Suzakuran.


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