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El bosque. por Grella

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Notas del fanfic:

Antes de que alguien trate de saltarme al cuello aclaro que no es plagio, si lo veis publicado en otras webs bajo el seudónimo de VoxDei o CassandraYellow he de aclarar que soy yo con mis otros nicks. 


Disclaimer: los personajes no me pertenecen (de ser así jugaría con ellos como si fuesen mis muñequitas, todo el día) y no recibo remuneración económica alguna por hacer esto, mi único fin es entretener al lector.


Notas del capitulo:

Si comentan sería la persona más feliz del mundo, ni qué hablar de si dejan una crítica *__*. Por favor, si no os gusta el crack, la pareja o alguno de los integrantes, limitadse a no leer ._. Opiniones y sugerencias técnicas o algún error que a mí se me haya escapado son bien recibidas. Opiniones subjetivas y negativas no, por favor. 

 En la clase de Pociones Draco había recibido una nota en un pequeño papelito volador, el cual decía, con la caligrafía de Tom, que le esperaba a las tres en la puerta de la Biblioteca para mostrarle algo que había descubierto en el bosque que rodeaba el castillo. “Ugh, problemas” fue lo que pensó justo antes de hacer un bollito el papel y guardárselo en un bolsillo.

Ambos se habían conocido el primer día de clases en la escuela de magia Hogwarts y congeniaron fácilmente, aunque el sombrero que agrupaba a los alumnos en equipos (también llamados casas), les había separado. De todas formas, ellos se las arreglaban para hacer coincidir sus horarios y así juntarse a estudiar, hacer deberes de materias en común o simplemente holgazaneaban por el castillo, más de una vez llegando a meterse en problemas.

Draco, como era su costumbre, llegó unos minutos antes de la hora pactada y se había sentado en el frío suelo a esperar a su amigo mientras practicaba la pronunciación de algunos hechizos. Era de esperarse que Tom se retrasara, él siempre llegaba tarde a todas partes y Draco ya se había acostumbrado a ello. Ambos eran muy diferentes. Draco, más bien alto para sus once años, delgaducho, de piel muy blanca y cabello rubio, tenía unos ojos grises que desprendían arrogancia y su carácter era bastante prepotente, además de ser muy caprichoso y consentido. Él había sido educado por Lucius y Narcissa, sus padres; dos magos de sangre pura y linaje noble que habían hecho del niño todo un señorito de modales y gustos exquisitos, pero con la lengua tan afilada como la de una serpiente. A diferencia de Draco, Tom había sido criado por Simone y Jörg unos padres más permisivos y liberales, que le habían enseñado a respetar, querer y tratar a todos por igual; más bajito que su amigo, de piel trigueña y ojos color miel, llevaba el cabello de forma extraña y le había explicado a Draco que los muggles (así se denominaba a los seres no mágicos) las llamaban “rastas”. Tom tocaba la guitarra y siempre que tenía tiempo libre le mostraba al rubio todas las canciones nuevas que había aprendido, cosa que hacía maravillar a su amigo.

El sonido de libros cayéndose seguidos por una serie de gritos e insultos le obligaron a levantar la vista para ver quién había causado todo ese alboroto. Sonrió al niño que se dirigía hacia él, con varios chicos de cursos superiores siguiéndole de cerca, muy enojados.

—¡Tom! —fue lo único que llegó a decir antes de ser tomado de la mano y arrastrado a correr, escapando de la furia de los más grandes.

Sólo tuvieron que atravesar un par de corredores más para llegar a la puerta que daba al patio y escabullirse hasta los árboles.
Tom se apoyó contra un árbol, riendo y todavía algo agitado por semejante carrera. Draco se dejó caer a su lado, jadeando también pero sin reír.

—Tom, ¡tú estás demente! —dijo Draco despegándose del árbol y ubicándose frente a Tom—. Esos chicos podrían habernos convertido en escarabajos, o en sapos, o…

—Eres tan cobarde —se burló Tom—, ven, quiero enseñarte algo.

No había terminado de pronunciar las palabras cuando comenzó a adentrarse en el Bosque Prohibido que, casualmente, estaba prohibido para todos los alumnos de Hogwarts. Tom caminaba a paso rápido y a Draco se le hacía casi imposible seguirle, a pesar de que estaba casi corriendo.

—Espérame, ¿quieres? —Tom se volvió hacia su amigo que había dejado de caminar; estaba algo encorvado, con las manos sobre las rodillas y respirando con dificultad.

—No puedo creer cuán dramático eres, Malfoy —Rodó los ojos antes de mirarle de nuevo—. Anda, levántate y sigamos que si alguien nos pilla aquí...

Draco se quedó helado y mirando un punto fijo justo detrás de su amigo el cual, sorprendido por la reacción del otro se giró para ver qué era lo que le había asustado tanto y también él pudo sentir cómo el color abandonaba la piel de su rostro. Efectivamente, el panorama era aterrorizador. Un cuerpo enfundado en una capa negra se hallaba erguido a unos pocos metros de ellos, con una amenaza clara en sus ojos café.

Como Draco había supuesto, estaban en problemas. Graves problemas. El profesor Snape, maestro de Pociones, detestaba toda infracción a las reglas, por más mínima que fuese. Aún más si la falta era cometida por alumnos de su misma casa, y ese era el caso de Draco. Les llevó de vuelta al castillo, regañándoles todo el camino y haciéndoles notar cuán irresponsables habían sido al huir de esa forma y, además, habiendo entrado al bosque.

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Durante varias horas les habían tenido sentados en un banquito de piedra justo afuera del despacho del Director, mientras el profesor Snape y él discutían qué tipo de castigo deberían cumplir.

La puerta se abrió de golpe y Snape salió hecho una furia, comunicándoles a ambos estudiantes que si tanto les gustaba el bosque, esa misma noche deberían acompañar a Hagrid, el guarda parques, a una misión que se le había encomendado. Draco tragó en seco y le dirigió una mirada asesina a Tom, quien se encogió de hombros y sonrió de lado. Ni bien el profesor desapareció, ambos fueron enviados por Dumbledore, el director de la escuela, hacia la cabaña del guarda parques para que les explicase qué debían hacer esa noche.

Ya habían salido del castillo cuando la primera muestra de disgusto por parte del rubio hizo presencia.

—¡Tú! —gritó Draco—. Por tu culpa tendremos que ir ahora al bosque y…¡Hay criaturas salvajes ansiosas por descuartizarnos y beberse nuestra sangre!

Tom no sabía si carcajearse delante de su amigo o aguantar un rato para no desatar aún peor la ira del otro. El resto de la distancia que separaba la casa de Hagrid del colegio la cubrieron en un silencio sepulcral, sólo interrumpido por algún que otro aullido proveniente del bosque. Draco no era la persona más valiente que conocía.

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Llevaban horas caminando en el Bosque Prohibido sin hallar la maldita planta que Hagrid precisaba. Draco estaba nervioso y Tom ya estaba comenzando a aburrirse y a pensar en qué podía hacer para divertirse. Avistó un árbol lo suficientemente grande como para subirse y poder esconderse entre sus ramas durante un rato y jugarle una broma al otro. Sigiloso, se separó de él y caminó hacia el árbol para comenzar a escalarlo, con mucho cuidado de no romper ninguna rama y así no arruinar el momento. 

Conteniendo las risas vio cómo su compañero de castigo se desesperó al dejar de sentir sus pasos detrás de él y comenzaba a buscarle con desesperación, temiendo lo peor. Cuando Draco estuvo lo suficientemente cerca del árbol, Tom saltó hacia el suelo, gritando y moviendo mucho las manos, con tanta mala suerte que aterrizó justo sobre Draco que ya para ese momento estaba histérico.

Tom supuso, por cómo se revolvía furioso el otro debajo de él, que si se apartaba y le dejaba incorporarse, le golpearía o le lanzaría algún hechizo nada agradable, así que se limitó a tener el cuerpo de su amigo inmovilizado con el suyo arriba, sosteniéndole las manos con las suyas.

Miró cada una de las facciones del iracundo Draco, que aullaba como poseído, olvidando a todo hombre lobo o vampiro que pudiese merodear por ahí, clamando porque se moviera, que le mataría.

Ni Tom supo en ese momento qué le impulsó a hacerlo, ni Draco pudo darse cuenta de nada porque de un momento a otro, los labios de Tom se encontraron sobre los suyos, cubriendo toda palabra que él pudiese emitir.

Para cuando el de rastas se separó e incorporó el otro ya se hallaba completamente calmo y, algo extrañado, se llevó una mano a los labios y le interrogó con la mirada.

—Es que no te callabas, ibas a alertar a todo Hogwarts y a mí me regañarían por tontear en el bosque siendo que estábamos castigados. Además…—Se frenó sólo un minuto antes de proseguir—, te ves tan lindo cuando estás asustado —Terminando la oración y antes de voltearse y seguir caminando le guiñó un ojo, dejando a un Draco aún sentado en el suelo, sorprendido y ruborizado, muy, muy ruborizado.

Notas finales:

¿Y bien? ¿Gustó? ¿No gustó? ¿Ya tenéis los tomates en las manos? x3 


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