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The Queen of the Darkness por Carla F Lockhart

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Notas del capitulo:

Espero les guste ^^

Durante varios años el mundo se sumió en la desesperación, en la agonía. Todos imploraban clemencia, deseaban detener a aquel ser cruel y despiadado que destruyó sus vidas. Fue una mujer dueña de todo y nada. Sus rojos orbes podían confundirse con la sangre derramada sobre la faz de la Tierra al punto de volver los mares rojos y hacer que sus manos se tiñeran. No, ella jamás utilizó una espada o una pistola. Esas cosas eran innecesarias pues no existió jamás arma más poderosa o letal que su propio cuerpo. Muchos la consideraron un demonio, muchos como la misma muerte pero aquellos que conocieron la historia completa sabían que ella era un ángel o al menos lo fue en algún momento. Un ser divino condenado por amor. Ningún humano conoció su nombre, todos los que la enfrentaron perecieron entre sus manos, así se convirtió en tan sólo una leyenda. Un cuento de terror contado en noches escalofriantes.

Aquellos seres habitantes del cielo que deberían ser portadores de amor, luz y paz, llevaron al fin más cruel a una de los mejores ángeles. La llevaron a la locura. El peor castigo para un ángel bondadoso es verse obligado a matar y destruir. Su condena fue llevar por el mundo a siete caballos. Ella perdió el control, no de los equinos sino de ella misma. Los mortales pagaron el precio de un capricho pues el poder de aquella mujer era tanto que ni los mismos Dioses pudieron contener la furia en esos ojos albergada. La muerte se vio vencida incontable cantidad de veces hasta que la propia locura consumió a la fatal belleza.

El hermoso ángel cayó de los cielos por enamorarse de la persona equivocada. Aquel ser al cual una vez amó le arrancó las alas y el corazón convirtiéndola en una bestia, en un demonio, en el ángel de la muerte o como ella prefería llamarse: la reina de la oscuridad.

Y aquí comienza su historia…

Capítulo 1 An Angel Without wings

El mundo se encuentra en calma. Los humanos conviven en paz unos con otros. Aquellos que disfrutan del día lo hacen bajo un sol radiante y cálido. Se dedican a pasear por los parques, jugar con sus hijos, tener una cita romántica o simplemente descansando en casa mientras leen un libro sentados en el pasto del jardín. Los humanos que disfrutan de la noche observan el cielo oscurecido lleno de brillantes y lejanas estrellas. Muchos van al cine o a cenar con los amigos ya que después de todo es fin de semana. Muchos simplemente han ido a casa para descansar luego de días exhaustivos de trabajo. No hay sufrimiento ni dolor. Las lágrimas sólo se deslizan por las mejillas de las mujeres a las que les han propuesto matrimonio y de los bebés que recién han llegado al mundo. Tanto hombres como mujeres sonríen felices.

Se podría pensar que en el reino de los ángeles todo debería ser similar y lo es, hasta cierto punto. En el lugar más apartado del cielo, en una vieja casa abandona al borde de las nubes se encuentra un ángel. Sus largos cabellos negros caen sobre su rostro sin embargo esa es la menor de sus preocupaciones. Sus manos están atadas tras el respaldo de la silla que la mantiene por la fuerza en aquel polvoriento lugar. La luz es escasa pues gruesas cortinas negras cubren todas las ventanas. El aire es denso, pesado, hace difícil el respirar. Huele a humedad, a madera podrida pero sobre todo a miedo. La hermosa joven está completamente inmóvil con la cabeza gacha sin poder ver nada más que la oscuridad pues un paño negro cubre sus ojos. Ha intentado una y otra vez zafarse de sus ataduras pero solamente se ha hecho daño. Sus muñecas y tobillos ya muestras las heridas provocadas por el roce constante de las cuerdas contra la piel sensible. Diminutas gotas de sangre han comenzado a cubrir los tablones de madera que componen el suelo. El silencio parece absoluto pero un casi inaudible ruido lo rompe constantemente. El ángel llora. Sus sollozos van siempre acompañados de ligeros temblores. El objeto que cubre sus ojos lentamente se hace incapaz de absorber sus lágrimas, las cuales caen al piso junto a la poca sangre.

-¿Hija? – Una voz masculina se escucha desde fuera de la casa en ruinas. La puerta cede con un rechinido. La pelinegra no puede ver nada de todas maneras sin embargo reconoce al hombre como su padre. Jamás olvidará su cálida voz. – Aquí estás, pequeña. – En la voz profunda puede distinguirse cierto aire de alivio que esconde algo más.

-Padre. – En unos segundos la poca luz se vuelve cegadora para los ojos del joven ángel. - ¿Qué pasa? – Ella está siendo castigada pero ni siquiera sabe el motivo de su estancia en ese lugar. No tiene idea de que mal ha hecho para merecer el castigo del aislamiento. Su padre es un hombre alto, fornido. Su hija es su viva imagen. Cabello negro y ojos rojos no pueden negar que son familia. El hombre calla por unos segundos que parecen eternos.

-Perdóname. – La niña no comprende y frunce el ceño como signo claro de su confusión. – En verdad lo lamento. – El pelinegro se arrodilla frente a su hija para luego envolverla en un abrazo. Llora desconsolado en su hombro pues sabe lo que su descendiente está por sufrir. – Necesito que me prometas algo cariño…- La ojirubí asiente. – Si algún día nos volvemos a ver mátame sin pensarlo dos veces. – Esas palabras le hielan la sangre al hermoso ángel. Su respiración se acelera pues su corazón se llena de desesperanza y miedo. ¿Su padre no va a desatar las cuerdas?

-¿Qué sucede padre? – Es inevitable volver a llorar. Necesita despertar de aquella horrible pesadilla.

-Promételo, por favor. – Ella asiente llevada por sus emociones. No sabe por qué lo ha hecho pues ama a su padre más que a cualquier otra persona en el mundo. No quiere lastimarlo pero al parecer nadie va a darle una explicación.

-Te lo prometo. – La puerta vuelve a abrirse dejando entrar la luz solar por un par de segundos.

-Ya es hora Vincent, debemos comenzar. – Aquel intruso observa al ángel atado con una pequeña sonrisa de satisfacción. El hombre pelinegro observa a su asustada hija para después con gesto derrotado salir del lugar.

-¿Qué quieres de mí? – El hombre no contesta, se acerca al bello ángel. Está lo suficientemente cerca para observar el tono rojo de los orbes. - ¿Qué he hecho? – El tono lleva implícita una súplica.

-¿Te atreves a preguntarlo? Pues bien…te lo diré. – Se aleja comenzando a caminar de un lado a otro dentro del reducido espacio. – Tú, Tifa Lockhart eres la vergüenza más grande que jamás  haya pisado este lugar. Nadie, entiéndelo bien, nadie nos había llevado a este extremo. Los Dioses ya no pueden justificar tus acciones y han tomado decisiones extremas. Desde hoy, perderás tus alas, dejarás de ser un ángel para convertirte en algo similar a un mortal. Ya no podrás pisar de nuevo este mundo. Merecías dejar de existir, merecías perecer esta misma noche, tu muerte hubiese limpiado tu traición pero como siempre Aeris ha intercedido por ti dejándote vivir. – El hombre suelta una risa entre dientes. – Ella intentó salvarte sin embargo creo que te condenó sin saberlo, a un fin mucho peor. Es lo único buena que esa niña ha hecho.

-¿Por qué? – El hombre, cuya apariencia es la de un ángel bondadoso, se llenó de furia ante la interrupción.

-¡Aún no he terminado de hablar! – Perdiendo los estribos abofeteó a Tifa. Su sangre cayó de nuevo al piso. – Angeal te dará el veredicto final. Espero disfrutes lo que queda de tu existencia ya que luego de unos días de sufrimiento por fin acabarás como tenías que estarlo hace varios años; muerta. – El hombre sale de la casa sacudiendo hábilmente su traje blanco que lo acredita como un ser de luz aunque él sea todo lo contrario.

Tifa vuelve a llorar. Tiene miedo, su corazón ha perdido toda esperanza. Su padre le abandonó ahí sin darle ninguna explicación. Ha sido condenada a algo mucho peor que la muerte y ni siquiera es consciente de su “traición”. Quiere gritar cuando una tibia mano se posa sobre su rostro. Sobresaltada levanta la mirada pues no ha escuchado el chirriar de la puerta. Un par de ojos verdes le devuelven un poco el aliento, la calma y por qué no, la esperanza.

-¿Qué sucede? Necesito una explicación y tú eres mi última opción. – El par de ojos verdes se llena de angustia.

-No puedo decirte nada más de lo que ya sabes. – Su voz ligera como el viento está cargada de dolor y arrepentimiento.

-¿Por qué? – Las lágrimas regresan al fino rostro. La figura recién llegada se apresura a limpiar las gotas saladas y a su paso la sangre que aún emana del labio roto. La pregunta es contestada con un beso. Un gesto cálido, lleno de amor pero lamentablemente el último que esos dos seres de luz se podrán dar.

-Perdóname. En verdad lo lamento. – Tifa cierra los ojos pues esas son las mismas palabras que dijo su padre antes de abandonarla. Mueve la cabeza enérgicamente negándose a creer la realidad. – Lo siento. – El silencio prevalece un minuto. La pelinegra siente una tibia mano acariciar sus alas y sin poder evitarlo las extiende. Son ligeramente más grandes que las de un ángel promedio pero no puede ser ese el motivo de su condena. Sin previo aviso un agudo dolor invade su cuerpo. Aquella persona a la cual ama acaba de arrancarle una de sus alas desde la base rompiendo el hueso y desgarrando la piel. El desgarrador grito surcó los aires. Los ángeles cerraron los ojos intentando reprimir las lágrimas, los niños pequeños corrieron al regazo de su madre dejando libre su dolor. La hermosa y noble joven que siempre les había ayudado estaba sufriendo y ninguno de ellos podía hacer nada para salvarle de su cruel destino. Pronto un segundo grito igual de lastimoso llegó a los oídos de todos. Varios de los hombres más fuertes cayeron de rodillas gritando su frustración.

-¡No! – Vincent no podía soportar más el martirio pero pronto acabaría.

Incluso en la Tierra de los mortales aquel acto salvaje pudo sentirse. El cielo se llenó de nubes y un gélido viento comenzó a soplar después del primer grito. Después del segundo la lluvia azotó con furia cada rincón del planeta. Sí, la madre naturaleza también lamentaba el fin de uno de sus seres preferidos. En el séptimo cielo los Dioses veían tristes como Tifa lloraba desconsoladamente luego de que sus alas fueran arrancadas bestialmente por la persona que ella amaba.

En el preciso instante en el que la última pluma blanca cayó de la espalda de Tifa bañada en sangre la pelinegra dejó de ser un ángel. El líquido rojo y espeso pronto cubrió el suelo, la pérdida de la sustancia llevó a la ojirubí al borde de la inconsciencia. Los ojos verdes que no habían tenido piedad se encontraban anegados en lágrimas mientras las manos llenas de sangre desataban las cuerdas. La hermosa joven cayó hacia el frente pero un hombre ya se encontraba en esa posición preparado para hacerse cargo. Su rostro parecía impasible a excepción de sus ojos que mostraban su verdadero dolor.

-Lo siento amor. – Aquellas palabras llegaron a la pelinegra quién levantó la mirada para ver los orbes verdes una última vez. Las palabras se esfumaron cuando el ser que Tifa amó observó la mirada rubí. En ella no había miedo, ni dolor, ni odio ni nada. Era como ver los ojos de un muerto. Abiertos pero inexpresivos y por primera vez aquel ser de luz sintió temor.

El ángel que cargaba a Tifa tenía largo cabello plateado resplandeciendo con la luz dorada del Sol. Aunque en la Tierra la tormenta se violentara más a cada instante el cielo seguía impasible. El hombre bajó a la pelinegra dejándola al borde de las nubes. La hermosa mujer apenas pudo mantenerse en pie tambaleándose ligeramente. Pudo escucharse un suspiro antes de que una fuerte mano hiciera presión sobre el vientre de la ojirubí quién al dar un paso atrás cayó inevitablemente al vacío. Ya no se escucharon más gritos, tampoco lamentos simplemente el sonido desesperante de un silencio perturbador. Las nubes protegían a los ángeles pero ella dejó de serlo al perder sus blancas alas. Sus ojos se cerraron mientras esperaba el contacto mortal contra cualquier superficie ya fuese tierra o agua ambas resultaban igual de densas cayendo desde esa altura. Además no sabía si la enviaban a la Tierra de los humanos o su destino era caer hasta que la muerte se apiadara de su alma.

Pasaron segundos, tal vez minutos o incluso horas antes de que su cuerpo tocara de nuevo una superficie sólida. No sintió el golpe. Sus ojos recorrieron el lugar. El cielo se mostraba rojo. Las nubes no permitían ver algo más allá de unos metros. Al menos podía respirar. El dolor regresó a su cuerpo en cuestión de segundos, tuvo que obligarse a sentarse para evitar que su espalda estuviera presionada contra cualquier objeto. Dolía demasiado pues sus alas estaban conectadas a muchos otros huesos que se habían roto al retirar los objetos de orgullo para un ángel. Suspiró lamentando su suerte.

-¿Hera? – Una voz masculina la hiso girar la cabeza. Se encontró con un hombre apuesto, alto, esbelto, cabello castaño, ojos verdes y de forma extraña tenía un ala. Un ala negra. Él se quedó sorprendido al observar su rostro e inevitablemente cayó de rodillas ante el asombro. En verdad era ella. Por fin había vuelto.

Notas finales:

Si les ha gustado dejad un comentario.

"Oh tú, demonio alado que con tu furia al mundo has acabado, seré tu fiel corcel y estaré siempre a tu lado."


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