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La Flecha Negra De Eros por _Islander_

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Notas del capitulo:

Y aquí estoy de nuevo! A todos los que seguíais el fic, lamento mucho la ausencia pero el verano... es el verano xD Bueno, aquí dejo la continuación. Espero que os guste! :D

 

Tal y como lo había pronosticado, a Shun la idea de la obra de teatro le había parecido algo increíblemente bueno.  Fue tal la subida de ánimo para el convaleciente Caballero de Andrómeda que no dejó de hablar en ningún momento, ni tan siquiera mientras Aioria le bañaba. Lo cual fue una suerte para ambos, ya que Shun estaba demasiado distraído como para sentirse incómodo y Aioria estaba demasiado ocupado contestando a las constantes preguntas de Shun como para que su mente vagase a otros lares más retorcidos.

Aquella había sido la cortina de humo perfecta para dejar de lado (aunque fuese durante unas horas) lo sucedido la noche anterior.

-Es una lástima… -dijo Shun, boca abajo en la cama, mientras Aioria le esparcía aquella crema apestosa por la espalda.

-¿A qué te refieres? –Respondió el castaño de forma automática, tratando por todos los medios de brindarle toda su atención para así no empezar a lamer aquella extremadamente suave piel.

-Bueno… Dijiste que los Caballeros de Bronce también harían una obra. Si no estuviese así podría participar…

Aioria sintió un arrebato de compasión hacía su joven amigo. No sabía que a Shun le atrajesen tanto aquellas cosas. Gustosamente se cambiara por él. Pero el pobre peliverde aún no estaba en condiciones de hacer esfuerzos. Y menos si tenía que lidiar con esa lunática vestida de la época victoriana. El joven Leo sintió escalofríos solo de pensar que al día siguiente tendría que vérselas de nuevo con ella.

Tan pronto como el ungimiento de crema se vio concluido, Aioria hizo la cena. Y tras darle a Shun sus medicinas se acostó en el sofá para leer aquella obra. El propio Shun le había apremiado a hacerlo, ya que solo tenía esa noche para leerla.

El pobre Aioria se sentía mentalmente agotado. Aquel había sido demasiado largo y habían pasado demasiadas cosas. Aunque en el fondo se sentía agradecido de que no hubiese pasado nada… “peligroso” con Shun esa noche, ni de que el joven hubiese evocado lo sucedido la noche anterior. Pero si algo había aprendido Aioria en los últimos días era que cuando algo parecía mejorar era porque… definitivamente algo mucho peor estaba por caerle encima. Y eso le hizo pensar de forma inevitable en el día siguiente.  Sería el primer ensayo de la obra y… ¡Milo era su pareja! Romeo y Julieta… ¡¿Podría pasarle algo peor?!

Tratando de no ahondar más en las posibles repercusiones de aquella nefasta situación se sumergió en la lectura de la obra, y no tardó en darle el sueño…

Indudablemente estaba muy bien escrita pero… Aioria no estaba acostumbrado a leer en verso, y había muchas metáforas que se escapaban a su entender y muchas veces se veía obligado a releer el mismo verso varias veces para comprenderlo.

Eran ya aproximadamente las cuatro de la mañana cuando el Príncipe Escalus les recriminaba a los patriarcas de las dos familias por sus hijos muertos. Aioria se secaba las abundantes lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Sabía que esa obra trágica pero… ¿Tanto? Y además… ¡¿Desde cuándo lloraba de esa manera?! Un nuevo síntoma para anotar en la lista de su actual problema: Sentimentalismo agudizado.

Aquello era un horror…

Terminó de leer la obra y la dejó sobre la mesa para acomodarse mejor en aquel incómodo sofá y tratar de dormir un poco. Debía hacerse con un sofá nuevo o comprar otra cama o acabaría con problemas de espalda. También surcó su mente de forma fugaz la idea de decirle a Shun si no sería mucha molestia que durmiesen juntos, pero la desechó de forma instantánea y se propinó un buen golpe en la cabeza a sí mismo por su ocurrencia ¡Maldita sea su mente depravada!

Afortunadamente se había leído Romeo y Julieta en unas pocas horas y el sueño se apoderó de él casi de forma inmediata.

 

Aioria, vestido con mallas y una especie de calzón extraño, irrumpía apresuradamente en una especia de mezquita. Allí estaba, sobre un lecho de flores, el inerte cuerpo de Milo, que lucía un hermoso vestido blanco que había que reconocer que le sentaba francamente bien.

Con piernas temblorosas, Aioria se acercó a él. Lo observó detenidamente. Parecía tan tranquilo… finalmente, su también temblorosa mano se atrevió a tocar aquel perfecto rostro. Estaba frío. Al final sus piernas le fallaron, y cayó de rodillas junto al cuerpo de Milo, rompiendo a llorar.

Un momento… ¡¿Por qué demonios estaba llorando?! Milo no podía estar muerto… ¡Y menos con ese vestido puesto! Pero de todas formas no podía dejar de hacerlo. Siguió lamentándose junto al lecho de flores donde yacía su compañero, hasta que notó algo moverse detrás de él.

-¡Tú!

Aquella voz le hizo ponerse en pie y girarse hacia aquel que había irrumpido en aquel santo lugar. Aioria no creía lo que veía. Era Dhoko, vestido de forma casi tan ridícula como la suya. Y parecía muy enfadado…

-¡¿Es que ni en el eterno reposo de la muerte la soltarás de tu envenenado lazo?!

Aioria enarcó las cejas.

-¿Disculpa?

Pero Dhoko, lejos de calmar su enfado, desenvainó su espada.

-¡Ella es mía! ¡Ahora y en la muerte!

Aioria, cada vez más confundido, pasaba su mirada del cuerpo de Milo a Dhoko.

-¿Ella?

-¡Ni todas las lagrimas de los ángeles podrían expresar el dolor de su pérdida! ¡Solo crearían un mar de agua salada que nos arrastraría a todos al abismo como una ola de desesperación! ¡Y es  justo así como debería de ser! ¡¿Qué sentido tiene esta vida sin ella?!

El Caballero de Leo no había entendido ni una sola palabra de lo que ese chiflado le había dicho. Pero lo que sí quedó en claro fueron sus intenciones cuando se lanzó sobre él espada en ristre.

A pesar del shock, Aioria tuvo tiempo de desenvainar la espada que al parecer también llevaba atada a sus extraños y holgados calzones. Y así, se enzarzaron en una reyerta que se reducía a, básicamente, un Dhoko fuera de sí que no hacía más que descargar mandoblazos mientras escupía una retahíla de insultos extremadamente largos que Aioria no terminaba de entender, mientras este se defendía como podía de aquellas furiosas arremetidas.

Finalmente, y sin saber muy bien como ya que, no había hecho nada, la espada de Aioria terminó atravesando a Dhoko, que se desplomó sobre el suelo.

-¡Dhoko!

Alarmado, Aioria se arrodilló junto a él y trató de parar la hemorragia con sus propias manos.

-No te esfuerces, ha ganado el mejor –decía el moribundo Caballero de Libra-. Que la etérea muerte me lleve hasta mi amor…

-¡Aguanta, Dhoko!

El castaño mayor le miró.

-¿Por qué me llamas así? ¿Acaso es un nuevo insulto para evidenciar más mi miseria y mi desgracia? ¿No tienes bastante con haber ganado, Romeo?

-¿Ro… Romeo?

-Supongo que ha ganado el mejor… Solo lamento que no hayas podido llegar a abrazar a tu premio una vez más… -Su cansada mirada se desvió hacia el cuerpo de Milo-. Mi amada… -miró de nuevo a Aioria-. Romeo… Sé que fuimos rivales pero… ¿Podrías dejar mis restos reposando junto a los de mí amada Julieta?

La húmeda mirada de Dhoko no le permitió a Aioria decirle contrario.

-Cla… Claro…

Eso pareció calmar al viejo maestro, que cerró los ojos y sonrió.

-Mí amada Julieta… Espérame… Ya voy a tu lado…

Y no dijo nada más…

Aioria lo observó un rato más, con lágrimas en los ojos. Aunque hacia ya rato que había llegado a la conclusión de que aquello no era más que un sueño, no podía evitarlo ¡Acababa de matar a Dhoko! Aunque ni él mismo supiese como. Después de todo solo había estado defendiéndose. Completamente abatido, se arrastró hasta el cuerpo de Milo, y entonces rompió a llorar de nueva cuenta, haciendo que sus llantos resonasen en toda aquella cavernosa estancia. Sabía que nada de aquello era real pero… Sentía tal presión en el pecho que no podía evitarlo. Era increíble de lo que era capaz la mente humana… ¡Sobre todo la mente humana enferma!

Alzando su nublada y humedecida vista, observó el rostro de Milo. Estaba ligeramente maquillado…

A pesar de aquello se tornaba en ridículo por momentos, no pudo evitar acercar su rostro al del peliazul y plantarle un beso en sus labios.

 

Aiora abrió los ojos. Estaba tumbado en su sofá, en la oscuridad de su sala de estar. Puede que aquel no fuese el sueño más… enfermizo, de todos los que había tenido en los últimos días. Pero desde luego fue el más raro. Estaba claro que no era bueno juntar una mente enferma con una noche de lectura de Shakespeare. El resultado podía ser verdaderamente extraño.

Se llevó una mano al rostro. Tenía lágrimas. ¿Tan fuerte podía ser la repercusión de un sueño en la vida real? ¿O quizá el ver a Milo sin vida le había…? ¡No! Desechó de inmediato aquellos pensamientos. Puede que Milo fuese un bocazas, un metomentodo, un camorrero y un plasta con mayúsculas, pero seguía siendo su compañero y, más importante aún, su amigo. Era lógico que la sola idea de perderlo resultase dolorosa.

Dio un largo suspiro. Sí, era normal que aquello resultase doloroso, pero… ¿Tanto?

Con un cansino suspiro dio media vuelta, tratando en vano de encontrar una posición más cómoda en su ahora actual lecho. Debía deshacerse de ese sofá antes de que su columna terminase como un acordeón.

Milagrosamente no tardó en quedarse dormido lo que quedaba de noche.

 

Los rayos del sol le despertaron de su letargo. Tras desperezarse se levantó, sin muchas ganas, y miró el reloj. Las nueve…

Era increíble, el muy imbécil no había puesto la alarma y por poco se queda dormido. Debía estar en el Templo del Patriarca a las diez para empezar con los ridículos ensayos de la ridícula obra. Con un largo bostezo comenzó a caminar, arrastrando los pies, hacía el baño para darse una ducha. Por el camino no pudo evitar pensar en las repercusiones que podría haber causado el hecho de haberse quedado dormido aquel día ¡Y más siendo él protagonista de la obra! Solo de imaginarse a esa estrafalaria mujer gritando debido a su retraso la hacían sentir escalofríos.

Con un nuevo bostezo abrió la puerta del baño y encontró a Shun sentado en el váter…

Se quedaron mirando el uno al otro con la más estúpida de las expresiones. Shun, con el rollo de papel higiénico en la mano y enrojeciendo por momentos, y Aioria, con la mano aún asida al pomo de la puerta y un bloqueo mental sin precedentes. Afortunadamente el riego cerebral del Caballero de Leo reanudó su cauce y cerró rápidamente la puerta.

-¡Oh, Dios, lo siento, Shun! –Dijo.

-No pasa nada… -contestó la entrecortada voz de Shun desde el otro lado de la puerta.

-Soy un imbécil y un desconsiderado. Olvidé que ya no vivo solo… De verdad que lo siento mucho, debí haber llamado.

Por toda respuesta Aioria escuchó el sonido de la cisterna del váter. Shun abrió la puerta y salió del baño, sonriendo. Aunque aún algo colorado.

-No pasa nada, Aioria. Tú mismo lo has dicho; hasta ahora has vivido solo. Soy yo el que debería pedirte disculpas por ser una molestia.

-Vamos, Shun, ya te he dicho que tú… -calló un momento. Miró a Shun de arriba abajo-. Un momento… -le sujetó por los hombros-. ¡Shun! ¡Te has levantado de la cama! ¡Te has levantado solo!

Shun soltó una risita, por el efecto retardado de amigo.

-Sí, esta mañana ya me sentía mucho mejor.

Aioria suspiró, aliviado. Al final ese matasanos pendenciero había acertado en algo. Shun solo estuvo realmente impedido durante los dos primeros días. ¡Quizá incluso ya se sintiese lo suficientemente bien como para ducharse el solo! Aioria le dio la gracias al cielo. Se acabaron aquellos violentos momentos de represión interna bajo la ducha. ¡Al fin algo de suerte!

-Aioria ¿No tenías hoy el primer ensayo de la obra?

La voz de Shun borró sus pensamientos de triunfo.

Nada… Absolutamente nada de suerte…

-Sí –rió el castaño-. Ahora mismo iba a tomar una ducha. Vuelve a la cama, aunque te encuentres mejor el médico dijo que deberías descansar al menos durante una semana. En seguida prepararé el desayuno.

-Está bien.

Aioria le dedicó una sonrisa y entro al baño. Tras ducharse fue a su habitación a por la ropa que iba a ponerse pero Shun no estaba allí.

-¿Shun? –Lo llamó.

-¡Estoy en la cocina!

Aioria fue hasta allí, notando por el camino el aroma a café que ahora impregnaba el templo. Cuando entró en la cocina se encontró con un muy sonriente Shun, con delantal puesto, preparando el desayuno.

-El desayuno ya está listo –dijo el joven peliverde con una amplia y tierna sonrisa.

-Shun, no tenías porqué. Deberías de guardar reposo –le regañó cariñosamente el castaño.

Lo cierto es aquel inocente gesto por parte de su inquilino le había tocado la fibra sensible al dorado, y al verle con ese delantal puesto… Le había tocado un par de fibras más.

-Estoy bien, Aioria, de verdad. Esto es lo mínimo que podía hacer. Además, tan solo he hecho café y unas tostadas, no es para tanto… ¿Te gustaría alguna otra cosa?

-No, está bien así.

Aioria se quedó en sitio, observándole, embobado. Imaginándose al joven de bronce con ese mismo delantal puesto pero sin nada debajo.

-¿Aioria?

-¿Sí…?

-Piensas… ¿Vestirte?

-¿Eh?

Entonces cayó en la cuenta de que seguía en ropa interior. Y pero aún… ¡Que su entrepierna ya amenazaba con un alzamiento involuntario debido a sus insanas fantasías!

Se dio la vuelta rápidamente antes de que Shun lo notase y salió de allí, directo a su ex habitación para vestirse.

Regresó, ya vestido y más calmado, y se sentó a comer con su joven inquilino.

Mientras le daba un trago a su café alzó la mirada y miró el reloj de la cocina. Eran ya las diez menos cuarto.

Se levantó.

-Lo siento, Shun, pero no quiero llegar tarde.

-No pasa nada ¡Buena suerte! –Dijo el peliverde, muy contento-. Espero que cuando vuelvas me cuentes como fue.

-Claro –contestó Aioria, sonriente ante la ilusión del más joven.

Y tomando el libreto de la obra salió de su templo e inició su ascenso hacia el Templo del Patriarca. Lo cierto era que iba bien de tiempo, pero no quería arriesgarse a nada con esa lunática que tenían por directora.

De camino se cruzó con su hermano, Kanon y Aldebarán. Milo y Shura llegaron tras ellos. El resto ya estaba allí. Al parecer nadie quería arriesgarse a provocar a esa mujer.

Esperaban en la sala de audiencias del Patriarca, donde habían tenido su reunión el día anterior con Nadine.

Pronto entró Atenea, acompañada de ella. Ambas sonreían ampliamente.

Todos hicieron una reverencia de cabeza antes su Diosa.

-Chicos, no puedo expresar con palabras la alegría que siento ahora mismo. No sé como  agradeceros que hagáis esto. Este proyecto es muy importante para mí –desvió su mirada hacia Nadine, que parecía tan contenta como ella, y volvió a mirar a sus caballeros-. Nadine me ha hablado de vuestra buena actitud con este trabajo. Está encantada con vuestras actitudes, y dice que vosotros también lo estáis con la obra y eso me hace aún más feliz.

-¿Eso le ha dicho? –Masculló DeathMask, entre dientes.

Shaka le chistó para que guardase silencio.

-Bien, ahora os dejaré solos con Nadine, para que podáis comenzar con los ensayos. Hemos preparado una sala especial con parte del decorado para que estéis más cómodos.

-No, por Dios, no nos dejes solo con esa chiflada –volvió a hablar DeathMask por lo bajo.

Pero Shaka le chistó de nueva cuenta, esta vez más fuerte.

-Que tengáis suerte. Estoy deseosa de veros actuar. Y una vez más muchas gracias.

Y haciéndoles una reverencia de cabeza, en señal de gratitud, salió de allí.

Silencio…

Nadine les observaba con una amplia sonrisa de satisfacción.

-¿Lo veis? –Saltó de pronto, haciendo que todos se sobresaltasen-. Atenea está encantada. Más que encantada. Así que… Tendgemos que haceglo bien. Desggaciadamente hoy ni Sion ni Dhoko podrán estag con nosotgos, ya que tienen que atendeg unos asuntos con vuestga Diosa. –y mostrando una cínica y despiadada sonrisa echó andar-. Segidme.

Y con un suspiro de resignación los dorados la siguieron.

-Esa bruja gabacha nos tiene contras las cuerdas –gruñó DeathMask-. ¡¿Y como lo han hecho esos dos para escaquearse?!

-Por amor de Dios, Deathmask, para ya –protestó Shaka.

-Pero tiene razón –dijo Shura-. No sé qué milongas le ha ido contando a Atenea, pero está encantada. Ahora no tenemos más opción que hacer esto y hacerlo bien.

-¿Queréis dejar de ver esto como un castigo? –Habló Aioros.

-¿Y cómo quieres que lo veamos? –Dijo Afrotida.

-Estamos a merced de esa loca –Se unió Milo.

-Sí, pero ya sabemos de quien es la culpa ¿Verdad? –Dijo DeathMask, lanzándole una inquisidora mirada a Aioria, que solo pudo bajar la suya, avergonzado.

-¡Déjalo ya, DeathMask! –Saltó Aioros.

-¿Pasa algo? –Se oyó la voz de Nadine desde el frente.

-Nada, discúlpenos –contestó Aioros, algo avergonzado-. Dejadlo de una vez. Todos –añadió por lo bajo para sus compañeros.

Y por fin llegaron hasta su destino. Nadine se detuvo ante unas puertas que prácticamente echó debajo de una patada.

-¡Bien, ya estamos! Pasad.

Aquel lugar tan oscuro y apartado solo podía ser alguno de los almacenes del Patriarca, como los que habían estado limpiando tan solo unos días atrás. Y tal como Atenea había dicho estaba lleno de partes del decorado de un teatro.

-¡No hay tiempo que Pegdeg! –Dijo la mujer-. ¡Empecemos!

Dos horas después….

-¡No, no, no, no, no! –Gritó Nadine-. ¡Pog el amog de todos vuestgos dioses! ¡Milo, baja aquí!

El aludido se bajó del cajón sobre el que estaba subido, que simulaba la terraza desde la que Romeo y Julieta se juraron su amor.

-Sabía pegfectamente que no seguíais capaces de apgendegos el texto en tan solo una noche ¡Nadie podgía! ¡Pego lo que no puedo tolegag es tu actitud!

-No entiendo lo que he hecho –dijo Milo.

Nadine alzó las cejas, en actitud escéptica.

-¿Ah, no? Muy bien -Y se volvió hacia los demás, adoptando una pose muy… extraña, separando exageradamente los hombros, sacando pecho y… colocándose una mano descaradamente sobre la entrepierna, en un aparente intento de actitud masculina estándar-. Migadme, soy Julieta Capuleto –dijo con voz ronca y desafiante-. Soy una mujeg extgemadamente femenina ¿No cgeéis? –Se volvió hacía Aioria- ¡Ey, Gomeo! ¡¿Quiegues que salgamos?! ¡Más vale que digas que sí o te pagtigué la caga!

 Todos, a excepción de Aioria, que se había quedado bloqueado, y de Milo, que parecía muy molesto, estallaron en carcajadas.

Nadie cejó en su varonil imitación y se volvió hacia Milo.

-¿Lo entiende ahoga, señoguito? Egues Julieta. Ju-li-e-ta –silabó, clavándole su afilado dedo en proceso a Milo en el pecho-. Egues una mujeg, y no una mujeg cualquiega ¡No puedes hablagle a Gomeo con esa chulería! ¿Acaso no leíste la obga?

-¡Claro que lo hice! –Se defendió Milo, que enrojecía por momentos ante tal bochorno.

-Entonces… -Dijo Nadine con una sonrisa, que pronto fue sustituida con una desdibujada mueca de rabia-. ¡¿Puedes explicagme que demonios estás haciendo?!

Todos dieron un bote en sitio ante tal graznido. Nunca se acostumbrarían a los cambios de humor de esa mujer, y menos a su increíble capacidad pulmonar.

 -Es que… -trastabilló el Caballero de Escorpio-. Yo no sé actuar como una mujer. No puedo hacerlo.

-¡Genial! ¡Lo que me faltaba pog oíg! ¡Un Caballego de Ogo que dice que no puede haceg algo! ¿En seguio que vuestgas agmadugas no os tocagon pog sogteo?

Esa bruja sabía darles donde les dolía…

-Puede decir lo que quiera, pero no puedo hacerlo –dijo Milo, ahora más enfadado por aquel comentario.

-Oh, pegfecto –contestó Nadine-. Entonces ve a veg a Atenea y dila que tú, “nuestga pgotagonista” quiegue dejag el pgoyecto. Con la ilusión que la hace todo esto estoy más que seguga de que la encantaga escuchag tu buena nueva –concluyó, con una dulce sonrisa

Sabía muy bien darles donde les dolía…

-Está bien… -dijo Milo, con desgana.

-¿Disculpa? –Dijo Nadine, llevándose una mano a la oreja-. Cgeo que no te he oído.

Milo soltó un gruñido.

-¡Digo que está bien! ¡Que lo haré! O al menos lo intentaré…

-Eso ya me gusta más. Vuelve a subigte ahí y guepitamos la escena.

Resultaba increíble. Parecía que esa mujer había sido puesta en la tierra con el único objeto de humillarles. ¡Y lo peor era que parecía que disfrutaba!

Repitieron la mítica escena del balcón, pero no se apreciaba mucha mejora, y Nadine ya comenzaba a tirarse de los pelos.

-¡NO, NOOO! –Rugió-. ¡Milo, sácate esa mano del bolsillo, pog Dios! ¡Y tú, Aioguia, la pegsona con la que estás hablando está en un balcón pog encima de tu cabeza! ¡¿Quiegues dejag de migag al suelo?!

-Disculpe… -habló Shaka.

-¡¿QUÉ?!

El Caballero de Virgo tragó saliva con fuerza

-Verá, me preguntaba… Bueno, según tengo entendido esta es una de las escenas más importantes y complicadas de la obra… ¿Por qué hemos empezado por ella?

-Paga copgobag hasta que punto podéis meter la pata… -contestó la desesperada directora, más para ella misma que para Shaka-. Pego tienes gazón. Hemos pegdido mucho tiempo y vosotgos aún no habéis hecho nada. ¡Bien! –Saltó de pronto, dando una fuerte e inesperada palmada, haciendo con todos diesen un bote del susto-. Haguemos un pase gápido de toda la obga. ¡Pgepagaos!

Y así comenzaron el pase de la obra desde el principio.

Lo cierto es que el asunto pasó sin mucho incidente. Los caballeros se limitaron a interactuar, leyendo en libreto, y tratando de sonar lo más convincentes posible, bajo la atenta y escrutadora mirada de Nadine, que por el momento observaba sin hacer comentarios. Al menos, hasta que llegaron de nuevo hasta la escena del balcón.

La directora dio un fuerte carraspeo.

Aioria y Milo la miraron, sin entender.

-Cgeo que os habéis olvidado de algo –dijo.

-¿De qué? –Preguntó Milo, sin entender.

-¿Acaso no sabéis que en un guión de una obga de teatgo las acotaciones son acciones que hay que guealizag?

-¿Eh?

Milo miró su texto, aún sin comprender. Aioria hizo lo miso, y no tardó en enrojecer hasta casi alcanzar tonalidades bermellón, y desear que se lo tragara la tierra.

Milo no tardó mucho más en darse cuenta por fin de a qué se refería la mujer.

-¡¿Qué?! ¡No pretenderá que…! ¡No, no puede!

-¡Oh, pog amog de Dios! ¡Vamos, no hagáis un dgama de esto!

-¡Pero pone que tenemos que besarnos! –Protestó Milo, enrojeciendo casi tanto como Aioria.

El resto de sus compañeros, que por el momento solo observaban, desviaron la mirada hacia otro lado, solidarizándose con el mal trago de los protagonistas.

-¡Pues clago que tenéis que besagos! ¡¿Qué espegabais?! ¡Sois Gomeo y Julieta! ¡Este segá el pgimego de unos cuantos besos que os vais a teneg que dag!

-¡Ah, no, eso sí que no! –Dijo Milo.

Pero Nadine alzó una ceja.

-¿Quiegues que llame a Atenea?

Milo apretó los dientes.

-Es usted una…

Entonces Nadine dio un largo suspiro.

-Escuchadme. Sé que cgeeis que soy un seg despgeciable y que disfguto haciéndooslo pasag mal. Pego no es así. Atenea está muy ilusionada con este pgoyecto, eso ya lo sabéis, pego… ¿Sabéis pog qué? –Ninguno contestó, por lo que la mujer prosiguió-. Pues yo si lo sé. Pogque  yo he estado allí. En uno de los pueblos que fuegon agasados pog los maguemotos. Yo he visto a esas pobges pegnosas que lo han pegdido todo. Incluso a sus familias. Pegnosas que necesitan algo más que dinego o comida. Pegnosas que neceitan olvidag, aunque sea dugante un pag de hogas, su teguible suegte. Pog eso Atenea me llamó. No soy solo una diguectoga de teatgo, soy una voluntaguia de la fundación Kido. Al igual que vosotgos tgabajo paga Atenea, aunque no pelee como lo hacéis. Esa es la otga gazón pog la que Atenea está feliz. Pog que pog fin, vosotgos, sus caballegos, podéis colabogag a su causa sin teneg que degamar vuestga sangge –hizo una pausa, mirándoles de forma severa. Pero pronto su mirada se suavizó y dio un suspiro-. Pog todo eso está tan emocionada ¿Lo entendéis? –Nadie dijo nada, pero agacharon la cabeza, avergonzados-. Así que, si el pgecio pog la felicidad de cientos de pegsonas es un simple beso os besagueis las veces que haga falta –volvió a endurecer el gesto-. ¿Entendido?

Todos asintieron. Lo cierto era que de verdad se sentían muy mal por su actitud pero ¿Qué esperaba esa mujer? Ellos jamás habían hecho algo parecido.

-Bien, Milo, baja aquí –dijo la mujer. Y Milo volvió a bajarse del improvisado balcón-. Bien, ahoga vais a dagos un beso. Vamos.

Aioria y Milo se miraron, completamente ruborizados.

-No… no sé cómo hacerlo…

Nadine alzó una ceja.

-¿Es que nunca has besado a alguien?

-Pues…

Milo agachó la mirada, al igual que Aioria. Nadine les observó a los y dio otro suspiro, suavizando más su severo semblante. Se sentía mal por ellos, pero debían continuar.

-Está bien. A veg… Habgéis visto alguna película, o a una pareja besándose pog la calle, o incluso en alguna fotoggafía ¿no?

Tardaron un poco pero al final asintieron.

-Entonces limitagos a hacer lo que visteis. Vamos, es una tonteguía. Podéis haceglo.  

Ambos la miraron, algo sorprendidos. Esas últimas palabras habían sonado a ánimos. Les estabas animando. Y además, ahora mostraba una tranquila y conciliadora sonrisa.

Milo tragó saliva con fuerza, y se acercó a Aioria.

-Quieto –dijo la directora, agarrándole del brazo-. El hombge es él. No te ofendas –se apresuró a añadir, guiñándole un ojo en señal de complicidad. Miró a Aioria-. Adelante, Gomeo, besa a tu Julieta y sella así la pgomesa de vuestgo amog.

¡¿Por qué demonios tuvo de decir eso?! ¡¿Por qué tenía que hablar de forma figurada?! La mente de Aioria no se encontraba en posición de procesar ese tipo de información, aunque fuese metafórica.

Debía hacerlo. Debía hacerlo sin vacilar. Lo mejor era acabar con aquello lo antes posible.

Armándose de valor –y tratando de controlar sus horribles impulsos internos- dio un paso al frente, acortando la ya de por sí corta distancia que lo separaba del peliazul. Fue acercando su enrojecido rostro al de Milo poco a poco, mientras este le observaba casi con espanto. Mientras la distancia entre sus rostros iba desapareciendo fue preguntándose internamente si debía o no cerrar los ojos. Los recuerdos que él tenía de las películas era que los ojos se cerraban, pero Milo no parecía muy por la labor de hacerlo. Finalmente decidió no hacerlo. Bueno, más que decidirlo fue algo se surgió. Su mirada y la de Milo, ambas llenas de confusión y miedo, se habían atrapado la una a la otra de forma casi tan hipnótica como absurda. Y así, mirándose como condenados a muerte, los labios de Aioria se estrellaron, literalmente, sobre los de Milo, que decidió librarse de los últimos milímetros que les separaban de un golpe. Y así permanecieron unos segundos, con los labios pegados a los del otro y… mirándose fijamente.

Aioria se separó de él, sin cortar el contacto visual. Ambos se habían quedado estáticos. Pero Nadine se encargó de hacerles volver a la realidad.

-Segá una bgoma ¿no?

-¿Disculpe…? –Dijo Aioria, regresando de su estado shock.

-¡¿A eso le llamáis beso?! ¡Pog Dios! ¡Paguecíais dos gobots! Vamos, Milo, ahoga bésalo tú a él.

-¡¿Qué?!

-¡Vamos! Y pog favog, intenta sentiglo un poco.

Y aquel sketch se reanudó, con similar proceso y mismo resultado. El resto de dorados no sabían si reírse o sentirse muy mal por sus pobres compañeros.  A la que desde luego no le hacía gracia era a Nadine, que golpeaba impacientemente el pie contra el suelo.

-No puedo cgeeg que esto esté pasando… ¡¿Va a seg todo así?! –Gritó, mirando al techo y alzando los brazos, en una exagerada escenita de las suyas. Se volvió hacia el resto-. ¿De vegdad vais a decigme que no sabéis dag ni un tgiste beso? –Nadie contestó, lo que originó que diese un bufido-. Muy bien.

Y de dos zancadas se plantó frente a Saga, le puso una mano tras la cintura y otra en la nuca y entonces… Le echó hacia atrás y le dio el beso más estereotipado de toda la historia de la cinematografía.

Todos abrieron los ojos de par en par. No eran capaces de discernir qué era lo que más les llamaba la atención de todo aquello. Si el beso en sí o la fuerza que debía tener esa mujer como para sujetar en el aire a alguien del tamaño de Saga.

Unos segundos después el beso terminó y Nadine levantó a Saga, dejándole como estaba. Saga se quedó en el sitio, en la misma posición que estaba antes de que Nadine literalmente lo derribara, y con los ojos como platos.

-¡¿Lo habéis visto?!  ¡ESO es beso!

Nadie dijo nada… Aún estaban alucinando. Entonces Nadine miró a Afrodita.

-No se ponga celosa, señoga Capuleto, solo somos amigos –le dijo, guiñándole un ojo. Y se echó a reír ella sola, ante la ceñuda mirada del Caballero de Piscis, que la miraba como si estuviese loca-. Bien, bgomas a pagte. Tomad nota –miró su reloj-. Vaya… Ya es muy tagde. Es hoga de comeg –se volvió de nuevo a sus “alumnos”-. Bien, me encantaguía volveg a gueunignos hoy, pego también es el pgimeg días de los caballegos de bgonce y plata así que… pog hoy os habéis libgado –hubo un suspiro general que duro poco-. Pego tened una cosa claga –dijo, señalándoles uno a uno-. Ya podéis ig mentalizándoos con esta obga pogque como sepáis dag una beso mañana os tendgé toda la mañana besándoos entge vosotgos ¿Entendido?

Caminó a grandes zancadas hacia la puerta y la abrió, pero antes de irse se volvió de nuevo hacía ellos, esta vez señalando a Aioria y a Milo.

-Y vosotgos… Mientgas hagáis esta obga no sois Aioguia de Leo ni Milo de Escogpio. Sois Gomeo y Julieta.

Y salió de allí, dando un sonoro portazo al que siguió la caída de un cuadro que había colgado en la pared.

Silencio sepulcral…

-Bueno, no ha sido para tanto –Habló entonces Shaka, rompiendo el silencio.

-¡¿Que no ha sido para tanto?! –Saltó DeathMask-. Que va… ¡Ha sido peor!

-No es así –dijo ahora Aioros, mientras recogía el cuadro del suelo y le colocaba en su sitio-. Ella tiene razón, tenemos que pensar en la obra. No es más que eso. No creo que sea tan difícil. Solo tenemos que… soltarnos.

-¿Y qué más da lo que pensemos? El caso es que vamos a tener que hacerlo queramos lo que queramos –habló ahora Shura.

-Y más después de ese discurso que nos ha soltado –dijo DeathMask-. Esa bruja sí que sabe como manipular a la gente.

-Vamos, dejemos de hacer un drama de esto –dijo Aioros-. Se supone que tiene que ser algo divertido. Mirémoslo así.

-Lo único que puedo ver yo ahora es que como esos dos no se den mañana un beso como es debido estaremos todos besuqueándonos entre nosotros hasta que ese demonio con enaguas este satisfecho –inquirió DeathMask, señalando a Milo y Aioria.

-¡Pero serás…! –Saltó Milo.

-Dice la verdad, Milo –dijo Shura-. Ya podéis hacerlo bien mañana.

-Pero…

-Lo digo por no perder más el tiempo. La obra se estrena en una escasa semana. Vamos, Nadine tiene razón, no es más que un beso. No hagáis un drama de ello. Si hiciese falta yo mismo me cambiaria con alguno de vosotros sin con ello acabábamos con esto rápido.

-¡Pues te lo cambio! –Se apresuró a decir el peliazul.

-No creo que Nadine lo permitiera –dijo Shaka-. Seguro que mañana lo hacéis bien. Ánimo –añadió, con una sonrisa.

-¡Pero somos hombres! ¡Y amigos! ¡¿No es extraño?! –Insistía Milo.

-No puedo creerlo… -bufó Shura-. Es un simple beso, Milo, no les estás declarando tu amor. No es más que una obra de teatro.

-Es cierto, Milo, deja de hacer una montaña de nada –añadió Aioros.

-Exacto, mañanas daos el maldito beso y terminemos con esta estupidez –se unió DeathMask.

Aioria pudo darse el lujo de respirar tranquilamente por primera vez en lo que llevaban de día. Desde que es conversación se inició había estado esperando burlas por parte de sus compañeros, pero ninguno de ellos veía aquello como algo extraño. ¡Hasta DeathMask les había animado! Parecía que poco a poco los caballeros iban asimilando la idea de hacer aquella obra de teatro correctamente.

-Bien, creo que deberíamos ir a comer y empezar a memorizar los textos, así Nadine nos gritará menos mañana –decía Shaka, mientras caminaba hacia la puerta.

-Me encantaría saber que milonga le pusieron como escusa Sion y Dhoko para librarse de esto –protestaba DeathMask mientras salía.

Todos fueron saliendo de la sala hasta que solo quedaron Aioria, Aioros y Saga, que se habían quedado algo más rezagados.

Aioria esperaba quedarse unos minutos más él solo para calmar su habitual problema, que había despertado al besar a Milo y se había acrecentado cuando Nadine les dijo que estaba dispuesta a que se besasen entre ellos una mañana entera.  Aquella aterradora idea despertó los enfermos instintos del pobre y mentalmente agotado Aioria.  

-Aioria ¿Comemos juntos?

-¿Eh? -La voz de su hermano le sacó de su ensoñación-. Sí… Sí, claro.

-Genial –dijo el arquero, con una sonrisa-. Saga ¿Te apuntas? ¿Saga…?

El Patriarca seguía inmóvil en el sitio, con los ojos como platos.

 

Notas finales:

Gracias por leer!


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