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La Flecha Negra De Eros por _Islander_

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Notas del capitulo:

Lamento la espera, aquí está el siguiente :D

Se encontraban comiendo tranquilamente en el Templo de Leo. Aioria, que no consideraba que Shun tuviese aún las fuerzas necesarias como para desplazarse, decidió que comiesen allí. Y Aioros, que quería hacer gala de sus dotes culinarias, se ofreció a preparar la comida.

Durante la pitanza, Shun no paraba de preguntarle a Aioros cosas sobre la obra. Cuestiones que el arquero respondía de soberana buena gana. Por su parte, Aioria, prefería no abrir la boca ni evocar ninguno de los horribles y vejatorios momentos vividos aquella mañana. Y Saga –su invitado a la mesa- seguía en aparente estado de ictus, tras aquel traumático suceso vivido en sus carnes.

-¿Y qué día se estrena exactamente la obra? –Preguntó Shun.

-Este sábado –contestó el Caballero de Sagitario.

-Vaya… ¿Y creéis que lograreis tenerlo todo listo? Solo quedan 4 días…

-Es difícil, pero no imposible. Mientras nos aprendamos los textos ¿Verdad, Aioria?

-¿Eh? Sí, Claro.

Aioros le miró, ceñudo.

-¿Por qué estás tan distraído?

-No estoy distraído.

-No será por esa tontería del beso ¿no?

Aioria se atragantó con lo que tenía en la boca.

-¿Qué beso? –Preguntó el inocente Shun, sin entender nada.

-¡Ninguno! –Se apresuró a decir Aioria, y luego miró a su hermano-. Y no estoy distraído.

-Entiendo que os dé vergüenza, pero no es más que parte de la obra. Después de todo sois Romeo y Julieta.

-¡Y dale! ¡Que no estoy distraído! ¡Y menos por eso! Solo estaba… Intentando recordar mis frases de la obra.

-¿Tienes que besar a Milo? –Preguntó de pronto Shun, entendiendo por fin el asunto.

-Claro –respondió Aioros, con una sonrisa-. ¿Qué esperabas? Vamos a representar Romeo y Julieta. Es lógico.

-Supongo que sí –dijo Shun, y miró a Aioria- ¿Y te da vergüenza?

Aioria puso los ojos en blanco y dio un exasperado bufido ¡¿Porqué no podían parar?! Puede que ese fuese el motivo exacto de su turbación, pero estaba intentando no pensar ello, y ellos no paraban de restregárselo por la cara.

-En fin, dejemos el tema –dijo Aioros, para alegría de su hermano-. Saga ¿Te gusta la comida?

Pero Saga se mantenía impertérrito, con los ojos platos.

 

Cuando terminaron de comer Aioros ayudó a Aioria a recogerlo y limpiarlo todo. Shun intentó ayudarles, pero le mandaron a la cama a descansar. Tras eso, el arquero y Saga se marcharon a sus respectivos templos, para seguir estudiando sus textos.

Aioria se dejó caer pesadamente sobre su sofá, y comenzó a estudiar sus líneas. Al poco rato Shun apareció.

-Disculpa… -Dijo el muchacho, con voz queda.

Aioria levantó la vista de su libreto, para prestarle atención.

-¿Necesitas algo?

-No… yo no… pero…

Parecía que el joven Caballero de Bronce no sabía muy bien como decir lo que quería decir, o no se atrevía a hacerlo.

Aioria le mostró una conciliadora sonrisa para animarle a seguir.

-Vamos, Shun. Dime qué pasa.

-Es solo que… Bueno. Que si necesitas… ayuda para memorizar tu texto yo podría ayudarte. Dándote la réplica y eso…

Aioria tragó saliva con fuerza. Aquello sí que era una buena idea. Un compañero siempre ayudaba a memorizar mejor aquel tipo de cosas pero… La solo idea de imaginar a Shun interpretando a Julieta, con aquellos diálogos tan apasionados y con tal carga emocional… No pudo evitar imaginar a Shun con un hermoso y ajustado vestido de época como tampoco pudo evitar imaginar la escena del beso… ¡No! ¡Definitivamente aquello era una mala idea! ¡Una idea horrible!

Al ver la cara de susto que a Aioria se le había quedado, Shun se entristeció. Negó con la cabeza.

-Lo siento, olvídalo. No quería molestarte –dijo, disponiéndose a salir de allí-. Supongo que me aburro demasiado.

Al ver aquella expresión de decepción en el rostro del chico Aioria sintió un arrebato de compasión hacia él. Y uno de desprecio hacía sí mismo. Había olvidado la ilusión que le hacía a Shun el tema de la obra, y lo que le entristeció no poder participar debido a su estado. Estado del que Aioria era casi directamente culpable. Además, tal y como el propio chico había dicho, se aburría. Había pasado dos días completos en cama, y aún le quedaban unos cuantos días de arresto domiciliario. No había sido para nada justa su actitud con el pobre Shun, que solo quería ayudarle de buena voluntad, y él solo era capaz de escudarse tras sus retorcidos y enfermizos pensamientos.

-Espera, Shun –le detuvo el castaño.

El chico se volvió para mirarle.

-Claro que puedes ayudarme.

-No tienes por qué dejar que te ayude para complacerme, Aioria, de verdad, no quiero molestar. Ya bastantes problemas te estoy causando viviendo aquí.

Aquello sí que molestó a león, que endureció la mirada.

-Shun, tienes que dejar de hacer eso –dijo.

-¿Eh? ¿El qué? –El joven peliverde parecía no entender.

-Pues dejar de pedir disculpas por todo y pensar que eres una molestia.

El chico bajó la cabeza, triste.

-Lo siento…

Aioria suspiró.

-Escucha, Shun. Sé que últimamente me he estado comportando de forma… extraña. Pero necesito que sepas que no tiene nada que ver contigo. En todo caso sería yo quien debería pedirte disculpas por mi manera de actuar en estos días –hizo una pausa y le miró a los ojos-. Shun, quiero que te quede claro que estoy muy contento con tu presencia. Aunque creas que no lo demuestro soy muy feliz desde que estás aquí conmigo. Solo te pido que tengas un poco de paciencia hasta que se me pase… lo que me pasa.

Shun, que lo había estado escuchando con suma y muda atención esbozó una emocionada sonrisa.

-De… ¿De verdad?

Aioria soltó una carcajada.

-Pues claro que sí. Y ahora siéntate aquí, necesito que me ayudes.

Shun mostró una de sus más brillantes y encantadoras sonrisas.

-¡Sí!

 Y así comenzaron a leer la obra. Aioria se sentía ahora mucho más relajado y liberado. Al fin se había sincerado con Shun. Llevaba tiempo queriendo decirle al pobre chico todo aquello. Era muy consciente de que su comportamiento había estado haciéndole sentir incómodo e incluso despreciado. Por eso tenía que dejarle claras algunas cosas y hacerle saber que de verdad estaba encantado con su presencia en su templo. Shun era un chico tan encantador y risueño que lograba iluminar el lugar donde se encontrase. Y eso era lo que había hecho desde que llegó al templo de Aioria, iluminarlo. A pesar de las sombras en las que se encontraba sumido en aquellos momentos. Sombras que se volvieron mucho más densas cuando llegaron a la escena del balcón…

Shun, muy metido en su papel de Julieta, le estaba reprochando a Romeo que no jurase por la inconstante luna, pero Aioria ya se estaba perdiendo de nuevo en sus febriles pensamientos.

Shun ya había terminado de hablar y le observaba, expectante, para que le diese la réplica.

-Entonces… ¿Por quién juraré? –Respondió el castaño, algo nervioso.

-No expreses ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu persona que es el dios que adoro y en quien he de creer.

Era innegable que Shun sabía interpretar muy bien. Cosa que provocaba que la imaginación de Aioria volase aún más.

Tragó saliva con fuerza.

-Ojalá que la hoguera de mi amor…

-¡No jures! –le cortó muy debidamente Shun, aunque le puso tanto énfasis que Aioria casi dio un bote en el sitio.

Shun continuaba con líneas pero su voz no llegaba a oídos del custodio del quinto templo. Sus ochos sentidos –y casi despertando el noveno otra vez- estaban centrados en esa horrible y pendenciera acotación en el texto en la que podía leerse claramente “se besan” y a la que se acercaban de forma inexorable.

Tenía que mantener la calma. Seguramente Shun la ignoraría. Además, solo estaban leyendo ¿no? Aunque Shun estuviese tan alucinantemente metido en el papel. ¿Y si al final se motivaba hasta el punto de…?

Sus ideas fueron momentáneamente interrumpidas cuando le llegó el turno de responder de nuevo, cosa que hizo de forma casi mecánica.

Había llegado el momento. Aioria se sintió verdaderamente estúpido cuando se vio a sí mismo cerrando los ojos ante un supuesto tan lejano como las estrellas. Pero, a fin de cuentas, su cuerpo ahora hacía lo que daba la gana.

-¡Enseguida voy! –Gritó el peliverde.

 -¡¿Qué?! –Salto el castaño, abriendo los ojos de golpe.

Shun le miro, casi tan sorprendido como él.

-Es… La respuesta que le da al Ama mientras esta la llama –aclaró Shun, señalando el reglón del guión-. ¿Es que no lees las acotaciones?

-¿Eh…? Eh… Sí. Sí, claro –respondió Aioria, con una boba sonrisa-. No como otros… -añadió por la bajo, con un sombrío matiz de desprecio.

-¿Has dicho algo?

-¡¿Eh?! No, que va, sigue.

E hizo alarde de otro de sus estúpidas risitas. ¡¿Pero en qué demonios estaba pensado?! Si a partir de ahora ni siquiera iba a poder callarse sus incontrolables perversiones podía darse por acabado.

Continuaron leyendo todas las partes en la que ambos interactuaban entre ellos hasta haberla terminado y, por insistencias de Shun, una vez hubieron terminado le dieron otro repaso.

Cuando había leído el libreto por segunda vez Aioria miró el reloj, ya bastante agobiado. Eran casi las nueve.

-Bien, creo que deberíamos dejarlo por hoy, es tarde.

Shun miró la hora.

-Vaya, no me había dado cuenta. Estaba disfrutando mucho con esto-añadió, con una sonrisa, que inevitablemente se le contagió a Arioa. Le alegraba que Shun hubiese disfrutado con aquello-. ¿Te ha servido mi ayuda? –Preguntó, bastante dubitativo.

-Claro, me has ayudado mucho –se apresuró a responder Aioria-. Gracias a ti esa loca no se ensañará mucho conmigo.

-No la llames así –le regañó Shun-. No la conozco, pero seguro que en el fondo es una mujer encantadora.

-Si eso es verdad… ese fondo debe estar más profundo que el Hades…

-¡Aioria!

Y ambos se echaron a reír.

Aioria contempló el risueño rostro de Shun mientras reía. Era fabuloso verle sonreír otra vez. Durante los últimos días no se lo había puesto nada fácil al joven Caballero de Bronce. Agradecía volver a escuchar risas en su templo y disfrutar de momentos jocosos.

-Bien, iré a preparar la cena –dijo Shun.

-¿Qué? De eso nada. Eres mi invitado, Shun ¿recuerdas?

-Sí, lo soy. Pero también estoy viviendo aquí, así que lo justo es que ayude. No puedo pretender vivir en un hotel.

-Pero si ya me has ayudado. Con el texto.

-Vamos, Aioria, eso no ha sido ningún sacrificio para mí. Como tampoco lo es preparar la cena. Además… -Le escudriñó con la mirada-. Creo que te vendría bien salir un poco y despejarte. Mañana te espera otro día de ensayos y te vendría bien relajarte un poco e ir asimilando toda la información de hoy.

Ante los sólidos argumentos de Shun, Aioria se vio vencido, y solo pudo alcanzar a sonreír. Agradecía mucho que ese muchacho fuese tan atento con él y se preocupase de esa manera. Y no podía negar que tenía razón en todo. Entre sus propios problemas internos y aquella tarde de continua lectura de la obra sentía que su cabeza estaba por colapsar. Necesitaba salir.

-De acuerdo. Pues, si no te importa…

-Claro que no –le cortó Shun, casi empujándolo hasta la puerta, de forma cariñosa-. Vamos. Cuando regreses procuraré tener la cena preparada.

Y así, Aioria se vio en la calle, con la misma boba sonrisa que se le había quedado dibujada. Shun era tan preocupado como una madre. Resultaba adorable. 

Aioria inhaló profundamente una bocanada de aquel agradable y dulce aire primaveral. Era una noche maravillosa.

Pensó durante un momento en ir hasta el pueblo. Pero ya era muy tarde y Shun estaba haciendo la cena. Así que caminara hasta el Coliseo de entrenamientos y regresaría.

Una vez allí observo como el estrellado cielo iluminaba tenuemente aquella maravillosa construcción circular. Consideró que aún era temprano para volver así que descendió más hasta llegar a la zona de entrada. Pronto se dio cuenta de que no estaba solo.

Sentado en el suelo, apoyado contra una columna, se encontraba Hyoga, con la cabeza apoyada sobre las rodillas. Parecía preocupado.

A Aioria le extrañó verlo allí. Se acercó hacía él.

-¿Hyoga?

-¡¿Eh?!

El joven Caballero del Cisne casi dio un bote, debido a la sorpresa. Fuese en lo que fuese en lo que estuviese pensando, estaba tan abstraído que no había reparado en la presencia del dorado.

-Aioria…

-Lamento haberte asustado –se disculpó el castaño-. ¿Qué haces aquí? ¿Ocurre algo?

El rubio se puso en pie y le miró durante unos segundos. Parecía preocupado y como si no supiese muy bien que contestar.

-Aioria –dijo por fin-. ¿Cómo lleváis vosotros la obra?

Aquella pregunta chocó un poco al Caballero de Leo, pero pronto lo entendió todo. Aquella bruja bohemia también estaría haciéndoselo pasar muy mal al otro grupo.

Sonrió.

-¿Qué os ha hecho Nadine?

Hyoga soltó un suspiro, pero pareció relajarse un poco. Parecía que Aioria le entendía.

-Vamos a representar la Bella Durmiente, y bueno, yo soy el príncipe –comenzó a decir el rubio, algo nervioso-. Y al final de la obra tengo que besar a la princesa.

-Eso me suena… -murmuró Aioria-. ¿Y cuál es el problema?

-Pues que yo nunca había besado a nadie y… -se mordió el lado inferior, nervioso-.  La princesa es Seiya.

A Aioria se le quedaron los ojos como platos.

-¿Pero no se suponía que Shaina y Marin estaban en vuestro grupo?

-Sí, pero… Nadine dijo que debíamos ser buenos actores, y como los buenos actores… Saber enfrentarnos a cualquier papel.

-¿Y qué papel les ha dado a ellas?

-Dos soldados del castillo…

-Esa mujer tiene un serio problema… -dijo Aioria, más para sí mismo que para Hyoga.

Hyoga se apoyó contra la columna y soltó un profundo suspiro.

-No sé qué hacer. Dijo que si mañana no besaba a Seiya como es debido nos tendría a todos besándonos entre nosotros toda la tarde.

Esa mujer tenía un problema muy, muy serio.

Solidarizándose con su compañero, Aioria le dedicó una conciliadora sonrisa.

-Te entiendo muy bien. Si yo no beso mañana a Milo correctamente nos hará lo mismo.

Ante aquella revelación Hyoga alzó la vista para mirarle a los ojos, con una expresión que a Aioria le dijo que debió de haberse callado la boca y limitado a dar simples ánimos.

-¡¿De verdad?!

-Ehm… sí…

-¿Y cómo lo llevas?

-Pues… -se estaban acercando a terreno peligroso, Aioria estaba convencido de ello. Demasiadas malas experiencias hasta el momento se lo decían-. Bien… lo llevó más o menos bien –mintió.

-¿De verdad? ¿Podrías ayudarme?

E inevitablemente arribaron a terreno peligroso, para variar. ¡¿Por qué nunca decía lo apropiado para evitar situaciones como aquella?! Maldijo desde dentro al cielo una vez más por su suerte.

-Bueno… Lo cierto es que yo tampoco lo llevo muy bien. No sé muy bien cómo hacerlo –rió, de forma nerviosa.

Aunque esta vez había dicho la verdad.

-Entonces podríamos ayudarnos mutuamente –dijo entonces Hyoga, cada vez más esperanzado.

Aquello era ridículo. Sí mentía  la cosa empeoraba, y si decía la verdad… Empeoraba aún más. ¡¿Qué diablos era lo que tenía que hacer?!

-Bueno, verás… -El pobre Aioria no sabía cómo salir de aquello.

Hyoga se acercó a él, con los ojos iluminados.

-Podríamos practicar entre nosotros. Sé que suena extraño y… entiendo que la idea no te haga gracia. Pero mañana tendremos que hacerlo lo queramos o no, y si lo hacemos mal nuestros compañeros nos odiaran. ¿No sería mejor tratar de hacerlo bien?

Lo cierto era que razón no le faltaba pero… Aioria se sentía aterrado. Estando allí, solos, en la noche y… con permiso del propio Hyoga para besarle. Temía que sus ahora superlativos bajos instintos le traicionasen y le hiciesen hacer algo de lo que estaba seguro se arrepentiría para el resto de su vida.

¿Pero qué escusa podía darle? Aquello había terminado así porque él no sabía mantener la boca cerrada. Y Hyoga tenía razón, si practicaban al día siguiente estarían preparados para hacerlo bien –o al menos tener más confianza- y evitar así que sus pobres compañeros tuviesen que pasar por lo mismo. Aquel era un entrenamiento como otro cualquiera. Debía mirarlo así.

-¿Qué me dices? ¿Me ayudarías, Aioria? Por favor

Aquellos ojitos brillantes y suplicantes que Hyoga le puso no le pegaban mucho pero… Aioria no podía resistirse a ellos, ni a ese puchero, ni a la invitación en sí. Resultaba increíble… ¿Y ese era el otro caballero de los hielos? Pues era un experto derritiendo corazones.

-Es… está bien –accedió finalmente Aioria, nervioso.

De todas maneras, no tenía más opciones. Además, aquello era por el bien común ¿no?

-Muy bien…  -dijo Hyoga.

Y el rubio comenzó a acercarse, claramente nervioso. Aioria se mantenía en el sitio, viéndole acercarse, paralizado, como quien se queda mirando como algún tipo de vehículo va a arroyarte, resignado a su funesto destino.

Entonces Hoya se detuvo, cuando ya apenas unos centímetros los separaban.

-¿Y cómo hacemos el…? Quiero decir… ¿Hago yo de Julieta? ¿O tú de la Bella Durmiente?

Aioria dudó un momento.

-Bueno… Supongo que la Bella Durmiente debería estar tumbada…

-Tienes razón. Haré yo de Julieta entonces –dijo el rubio.

Silencio…

-¿Hyoga?

-Bueno… Nadine dijo que era el hombre el que debía dar el primer paso.

Efectivamente, esa horrible mujer les había dicho lo mismo a todos.

-Cierto…

Tragando saliva con fuerza, Aioria tomó ambos brazos de Hyoga, con más firmeza de la que se suponía debía tomarse a la grácil dama de la que estabas perdidamente enamorado.

Y de igual manera que hizo con Milo, fue adelanto de su cuello, casi de forma mecánica, dejando su cuerpo donde estaba, y plantó sus labios sobre los de Hyoga.

Ninguno de los dos había cerrado los ojos, y no tardaron en ver como los colores del otro se subían.

Aioria concluyó el beso y se separó de él. Hyoga carraspeó, apartando la mirada.

-Esto no funciona.

-Perdona… -se disculpó Aioria, avergonzado por su torpeza.

-No, no –se apresuró a decir el rubio-. No ha sido culpa tuya. Además, yo tampoco he puesto mucho de mi parte, y se supone que la idea ha sido mía. Lamento no conocer mejor tu obra para meterte más en situación. La nuestra es más fácil, ella solo tiene que estar dormida.

-Oh…

-¿Por qué no probamos primero con mi obra? Haz tú de la Bella Durmiente.

-Es… está bien…

Silencio de nuevo…

-Bueno… túmbate –dijo el rubio.

-Ah, ya, claro.

Y el castaño se tumbó sobre el frío suelo de piedra.

-Lamento hacerte tumbarte sobre suelo. No debe ser cómodo –se disculpó Hyoga-. No te preocupes, seré rápido.

-No pasa nada.

-Bien, ahora cierra los ojos. Debes hacerte el dormido.

Aioria obedeció.

-Está bien…

-No debes abrirlos hasta que me haya separado de ti.

-De… De acuerdo…

Hyoga se arrodilló a su lado y lo observó. Aioira trataba de no temblar, a pesar de sentir aquella cálida presencia tan cerca de él.

Poco a poco, Hyoga fue acercándose a su rostro, hasta plantar sus labios sobre los de Aioria, tal y como el otro había hecho antes con él.

El tener los ojos cerrados era una buena idea por un lado, ya que así no vería el cautivador y atrapante rostro del rubio. Pero… por otro lado al tener los ojos cerrados su mente lo tenía más fácil a la hora de proyectar en su cabeza las más escabrosas y sucias imágenes sobre él mismo y su desdichado e inocente compañero. Aioria estaba tan sumido en esa película particular que se estaba filmando en su cerebro que no fue consciente de que sus brazos comenzaban a alzarse solos, con la aviesa intención de capturar a cierto rubio de labios cálidos y suaves. Afortunadamente, y ajeno a los involuntarios movimientos de su febril compañero, el Caballero del Cisne dio por finalizado aquel corto, sutil, delicado pero exquisito beso.

Cuando el rubio se separó de él Aioira se encontró con el aparentemente decepcionado rostro de su compañero.

-Se supone que ya está –dijo-. Aunque Nadine dijo que el beso grande nos lo daríamos al final de la obra…

-Esa mujer… -suspiró el castaño.

Cada vez estaba más claro que su directora artística tenía un serio problema.

-¿Cómo se supone que alguien puede despertar de una maldición solo con eso? –Cuestionó  Hyoga.

-¿Magia?

El rubio rió.

-Sí –y se puso en pie, tendiéndole una mano a Aioria para ayudarle a levantarse-. Vamos, ahora haré el beso final, y luego puedes intentarlo tú otra vez.

-Cómo quieras…

Una vez estuvieron en pie volvieron al principio. De nuevo se miraban fijamente sin saber muy bien qué hacer.

-Está bien, sigo siendo el príncipe y  esta vez lo haré bien –dijo Hyoga, resuelto. Aunque lo dijo más para sí mismo que para su compañero. Miró a Aioria-. Voy a intentar besarte de verdad –le dijo-. Aunque si te desagrada mucho…

-¿Eh?

Aioria se perdía por momentos.

-Ya sabes… Hay que abrir la boca y…

-Oh…

-Nadine dijo que si como Caballeros no teníamos reparos en romperles los huesos a otros hombres y empaparnos con su sangre, tampoco debíamos tenerlo para algo tan banal como meter nuestra lengua en su boca…

Aioria se llevó una mano a la cabeza.

-Esa mujer…

-¿Eres escrupuloso?

-Pues… no…

Hyoga sonrió, aliviado.

-Menos mal. De todas formas espero no estar forzándote con mis tonterías.

-Ya te dije que no. A mí también me vendrá bien –mintió parcialmente el castaño, igual de nervioso que al principio.

-Bien, haya voy -Hyoga se acercó a él, y con una mano le tomó por la cintura-. Se supone que se hace así –aclaró.

-Bien…

Colocó su otra mano, torpemente, detrás de uno de los omóplatos del castaño, y acortó la distancia que separaba sus rostros. Esta vez Aioria vio como cerraba sus ojos, así que hizo lo mismo.

Hyoga le besó con extrema delicadeza, y Aioira… simplemente se dejó llevar.

Con sumo cuidado, el rubio fue abriendo su boca e introdujo su lengua en la boca del castaño. Este seguía dejándose hacer, dándole total vía libre a esa lengua extraña para que campase a sus anchas por su cavidad bucal. Pero… Aunque Hyoga fuese el príncipe no podía dejarle todo el trabajo a él ¿no? Ya había dado el primer paso, por lo que ahora él también debía tomar parte en el asunto ¿verdad?

Así pensó Aioria cuando decidió poner en marcha su propia lengua, que empezó a frotarse delicadamente con la de Hyoga.

Parecía que ninguno de los dos se estaba dando cuenta de que aquel beso estaba durando más de lo que se suponía iba a durar. Pero en fin. La práctica hacía al maestro ¿no?

De la misma manera, Aioria tampoco fue consciente de como sus propios brazos, hasta entonces caídos, habían imitado a los de su compañero, rodeando su cuerpo.

Pero de lo que si fue muy consciente, fue del momento en el que la mano que Hyoga que sujetaba su cintura bajó unos centímetros, hasta rozar sus posaderas. Aunque parecía que el perpetrador de aquella violación a su espacio personal no se había percatado de ello. De hecho, Hyoga parecía estar tan sumido en su labor que no estaba claro si pretendía terminar con aquello en algún momento cercano. Por supuesto que a Aioria aquello no le importaba, más bien lo contrario. Pero… Si Hyoga seguía con esa actitud puede que él también terminase dejándose llevar. Y eso no sería bueno para nadie.

Aioria abrió los ojos, encontrándose con los de Hyoga que seguían cerrados. ¿Qué debía hacer? ¿Carraspear? ¿Soltarle? ¿Alejarse?

Finalmente Hyoga fue abriendo los ojos, encontrándose con los de Aioria, que se abrieron como platos al verlos. Y no era para menos. La mirada que Hyoga lucía ahora… Sus ojos estaban entre abiertos, iluminados, cargados de cariño  y de… ¿Deseo? Y esa casi inapreciable pero cariñosa sonrisa que se había dibujado en sus labios… ¡¿Qué demonios quería decir eso?! Se preguntaba Aioria, desesperado. ¿Acaso le había gustado? ¿Había disfrutado con ello? Después de todo… Lo había alargado mucho.

-¿Y bien? –Saltó de pronto Hyoga, luciendo ahora una sonrisa más normal, y encantada-. ¿Cómo he estado?

-Esto… pues… -Aioria no sabía muy bien cómo calificar lo ocurrido sin sonar como un pervertido o algo por el estilo-. Creo que has estado bien.

-Pensé que iba a ser más difícil, pero en cuanto empecé fue muy sencillo. Solo tuve que dejarme llevar –comentaba el rubio, lleno de felicidad, como sí aquello fuese lo más normal del mundo. Cosa que descolocaba aún más al castaño, que se sentía cada vez más aturullado.

Y no tardó en darse cuenta de que una de las manos de Hyoga seguía adherida a su trasero, por lo que carraspeó.

-¡Oh, lo siento! –Se disculpó el rubio, apartando inmediatamente su mano de ahí, riendo-. Supongo que me dejé llevar más de la cuenta.

-Sí…

Aquello resultaba increíble ¿Qué conclusión se suponía que debía sacar Aioria de todo eso? ¿Que Hyoga se había divertido inocentemente? ¿Qué había disfrutado con todo aquello? ¿O simplemente no le estaba dando ningún tipo de especial importancia? Maldijo una vez más a todos los Dioses del Olimpo. Bastante confundido se encontraba ya con respecto a sus sentimientos como para que encima le pusiesen en aquellos aprietos. No sabía si coger a Hyoga y darle otro beso o partirle la cara.

-Bien, ahora yo seré Julieta y tú me besarás –dijo Hyoga, curiosamente animado.

-Muy bien…

Tragó saliva con fuerza. Hyoga la miraba fijamente, a espera de que lo besara, con aquella amigable sonrisa que, en opinión del castaño, sobraba, porque le estaba dando mucha vía librea a su imaginación.

Debía ser fuerte. Debía pensar que si no lo hacía bien al día siguiente sería mucho peor, cuando esa especia de furia reencarnada que tenían como directora les hiciese besarse entre ellos durante toda la mañana. Tenía que acabar rápido con aquello si no quería levantar sospechas (aunque en aquel caso concreto era Hyoga el que más sospechas estaba levantado…). Además no podía entretenerse mucho más tiempo, ya que Shun estaba preparando la cena. ¡Shun! Al recordar al joven peliverde Aioria sufrió un arrebato de prisa. No podía tenerle esperando. Incluso podría pedirle explicaciones y en esos momentos no sentía con fuerzas para inventarse nada.

Poseído por algún tipo de fuerza extraña, tomó a Hyoga entra sus brazos, depositando, de igual manera que hizo antes el rubio, una de sus manos sobre el trasero ajeno, solo que él lo hizo con bastante más fuerza y descaro, y le plantó un beso. Un beso que degeneró a velocidades de espanto, pues Aioria metió su lengua en la boca Hyoga casi al instante, y de forma mucho más violenta que en el anterior beso. Fue tal la ferocidad no propuesta por el castaño que incluso echó un poco a Hyoga hacía atrás, sujetándole él mismo con su otro brazo por la espalda.  Gran parte de la ejecución de ese beso había salido involuntariamente de aquella sórdida imagen de Nadine besando a Saga. Y aunque Hyoga, en un primer momento, pareció sorprenderse bastante, no tardó en corresponder al beso. Dándo por ello que la obra de Aioria era mucho más apasionada que la suya, y que él solo obraba tal como su personaje debía hacerlo.

Cuando Aioria fue consciente de la burrada que acaba de hacer en su intento por acelerar las cosas y volver con Shun decidió dar por terminado el beso. Colocando a su “Julieta provisional” en su sitió y separándose un poco.

Se le quedó mirando, en silencio, rojo como un tomate. Mientras que Hyoga, que también estaba algo acalorado y respiraba algo agitado, sonreía, ceñudo. Como si aquello hubiese sido tan intenso como absurdo.

-Vaya… Ha sido…

El rubio no sabía muy bien que decir.

Aioria ya se temía lo peor. Pero bueno. Llevaba días tratando de ocultar sus impulsos, estaba más que claro que en algún momento una desgracia así tenía que sobrevenirse y sacar a luz sus recién adquiridas perversiones.

-Lo siento… Creo que me he paso –se disculpó el castaño, bajando la mirada, avergonzado.

-No, que va –se apresuró  decir el rubio, casi con emoción-. Si me ha encantado.

Aioria le miraba con la boca abierta y un gesto de estupefacción digno de ver.

-¿Que te ha…?

-Ese Romeo debe estar muy enamorado –le cortó Hyoga, que seguía en su análisis crítico de besos-. Y lo de poner una mano ahí atrás funciona ¿Eh? –Añadió, guiñándole un ojo en señal de complicidad.

-Sí… -respondió Aioria, con el entrecejo fruncido.

-Si mañana lo hacemos como hoy esa bruja no podrá decirnos nada –decía el rubio, pletórico.

Aioria simplemente no podía creer lo que estaba pasando. Desde que empezará, tan solo unos días atrás, a tener aquellos pensamientos retorcidos sobre sus compañeros, esos deseos enfermizos, y esas necesidades físicas que él solo no podía paliar, había hecho todo lo posible para contenerlas y pasar inadvertido delante de sus compañeros, para no incomodarlos ni provocar alguna situación que pudiese llegar  aponer en peligro tanto su propia integridad como su amistad con ellos. Y hasta entonces, y aunque había parecido que el destino se había puesto en su contra, lo había conseguido. Y ahora, de pronto, resultaba que a sus compañeros parecía no importarles tanto. Aunque lo que acaban de hacer era un ensayo para pasar una prueba impuesta por esa lunática, Hyoga había dicho claramente que le había gustado. Y de igual manera, la noche que confundió la pastillas de Shun… ¡Shun!

De nuevo recordó a su pobre y solitario cocinero. Debía volver de inmediato. Además, estaba claro que por Hyoga no debía preocuparse.

-Hyoga, lo siento mucho, pero tengo que volver a mi templo. Dejé a Shun preparando la cena.

-No hay problema, yo también tengo que volver, Camus estará esperándome ¿Subimos juntos?

-Claro.

No tenía muy claro si había sido por aquel breve instante de desfogo de sus irrefrenables inhibiciones o por el hecho de que para Hyoga aquello había sido algo normal, pero el que el caso es que por primera vez en mucho tiempo Aioria se sentía desahogado, e incluso feliz. Hasta el punto de permitirse el lujo de sonreír con naturalidad e ir charlando animadamente con Aioria de camino a su templo. Una conversación que básicamente estaba centrada en críticas hacía su directora. Ambos caballeros reían animadamente ante las anécdotas del otro.  Nadine les hacía exactamente las mismas cosas a ambos grupos.

-Se tomo muy enserio su profesión de actriz, parece que lo tiene todo escrito, como un guión –decía Aioria.

-Sí –raía Aioria.

Y por fin llegaron al Templo de Leo.

-Bien, buenas noches, Aioria –se despidió el rubio.

-Buenas noches, Hyoga.

-Espero que mañana tengas suerte.

-Lo mismo te digo.

-Y no te preocupes –añadió el Caballero del Cisne, llevándose un dedo a los labios –Esté será nuestro secreto.

-Oh…

-Si se enterasen de que practicamos, tal vez piensen que hicimos trampas, o que somos uno inútiles.

Aioria se relajó.

-Ah…

-Hasta mañana.

Y despidiéndose con la mano, continuó su ascenso hacia el Templo de Acuario.

Aioria le vio alejarse, con una sonrisa. Y con un suspiro de total plenitud, abrió la puerta de su templo para recibir un revés del más delicioso de los aromas. Fuese lo que fuese lo que Shun había cocinado, olía estupendamente.

-Ya he vuelto –se anunció el castaño.

Shun salió a recibirle, con un delantal color fucsia y una sonrisa en su angelical rostro.

-Bienvenido. Llegas justo a  tiempo. La cena está lista.

Al entrar al salón Aioria vio que la mesa estaba puesta. Puesta perfectamente, cabía mencionar.

-¿Y esto? –Pregunto el amo del templo, con una sonrisa.

-Bueno… siempre comemos en la cocina –dijo el peliverde, con timidez-. Y pensé que estaría bien comer alguna vez en el salón. Pero no te preocupes, en cuanto terminemos lo recogeré todo -se apresuró a añadir.

-Tranquilo, Shun –le calmó Aioria, con una sonrisa-. Es una gran idea. Y yo te ayudaré encantado a  recoger en cuando terminemos.

Los ojos de Shun se iluminaron como dos luceros en el firmamento. Aioria estaba de un inusual buen humor, y eso le hacía muy feliz.

-Bien, siéntate, traeré la cena.

-¿Te ayudo?

-Tú solo siéntate –insistía el joven, que parecía pletórico.

Pasaron aquella pequeña e inesperada velada comiendo y charlando amenamente. Resultó maravilloso. Cuando terminaron recogieron y fregaron todo entre los dos y fueron a costarse. Después de todo, Aioria al día siguiente debía madrugar.

Mientras estaba tumbado en el sofá esperando a que el sueño le llevase, Aioria rememoraba plácidamente aquella maravillosa cena con Shun. Lo cierto era que aquel día había sido curiosamente bueno (y más si tenía en cuenta lo horribles que habían sido los días anteriores).

Se sentía tan gusto, relajado y tranquilo que ni tan siquiera recordó que al día siguiente debía vérselas de nuevo con esa condenada mujer y besar a Milo delante de todos sus compañeros de armas.

Estaba tan sumamente a gusto que por primera vez en mucho tiempo el sueño se le llevó casi de inmediato. Hacía mucho que no recordaba sentirse tan bien.

 

****

 

Unas horas después, Aioria no recordaba haberse sentido tan mal. Eran ya casi las diez de la mañana cuando atravesaba los grandes portones del Templo del Patriarca hacía su funesto e inmerecido destino. Ni tan siquiera los cariñosos ánimos de Shun antes de que saliese por la puerta le habían ayudado. En cuanto se despertó y recordó lo que le esperaba, su negro y cada más triste mundo volvió a hundirse. Y para colmo el cuello le estaba matando. Si seguía durmiendo en ese sofá acabaría con serias secuelas a la larga. Debía comprar otra coma y meterle aunque fuese en la cocina. Eso o probar a dormir en el suelo.

Ya estaban todos reunidos en la sala de ensayos que Atenea les facilitó. Milo estaba bastante alejado de él, hablando con Afrodita y Dhoko, que esta vez se había dignado a aparecer junto con Shion. Tal vez solo para ver el momento de máxima humillación que el Caballero de Leo iba a vivir hasta ese momento de su vida. O así pensó la cansadísima mente del castaño.

Un cada vez más cercano y escandaloso taconeo les advirtió de la llegada de un depredador.

La puerta se abrió de un golpe.

Ahí estaba…

-Muy buenos días, mis queguidos habitantes de Vegona –saludó Nadine, que iba vestida con uno de sus habituales y emperifollados vestidos negros que parecían sacados del atrezo de alguna película de época-. Espego que hoy como mínimo os sepáis el texto. Bien, no pegdamos más tiempo. Quedan tges días paga el estgeno. ¡Vamos! –Y dio tal sonora palmada que todos los aún adormilados caballeros dieron un bote en el sitio- Haguemos un pase desde el pgincipio.

Durante unos segundos, Aioria pensó, esperanzado, que esa bruja había olvidado sus amenazas. Pero esa esperanza se fue tan rápido como había venido. Era imposible que lo hubiese olvidado. Estaría esperando a que llegasen a ese acto durante el ensayo.

-¡Vamos, Caballeguos de Ogo, no hay tiempo pegdeg! ¡Gomeo y Benvolio, ha escena! –Ordenó la mujer, a voz en grito.

Y con un suspiro de resignación, Aioria y Camus tomaron su posición.

Y al igual que el día anterior, Nadine se mantuvo observándoles en silencio mientras ellos interpretaban su papel, tan solo intervenido en los cambios de escena. Esta vez parecía algo menos tensa, ya que, por lo menos, esta vez se sabían sus textos sin mirar los libretos (salvo en alguna ocasión puntual).

Y una vez más llegó la temida escena del balcón y el momento cúspide, el aún más temido momento del beso.

-Bien, chicos, no hagáis que me disguste ni que vuestgos pobges compañegos lo lamenten –les animó la mujer, con ese encantador tacto de lija que la caracterizaba.

Y ahí estaban de nuevo, estáticos. Mirándose fijamente y enrojeciendo de forma gradual. No estaba seguro de si Milo se había siquiera mentalizado para aquel momento, pero Aioria esta vez sabía lo que tenía que hacer. Aunque las miradas de sus compañeros y la presión que ejercía ese demonio con ligas no ayudasen. Debía ser fuerte y decidido si quería acabar rápido con aquello y no causarle problemas a sus compañeros.

Él era el hombre en la obra, debía tomar la iniciativa, tal y como dijo Nadine. Hasta el resignado Milo parecía estar esperando a que él hiciese algo.

Tomando aire con fuerza, Aioria acortó la ya corta distancia que los separaba de una zancada y tomó a Milo por detrás la cintura, plantando sus labios sobre los de él. Mientras su lengua se abría paso con algo de dificultad por la reacia boca del Caballero de Escorpio, Aioria empezó a preguntase si el primer beso de Romeo y Julieta era de verdad tan apasionado en la obra. Fuese como fuese, y tras su explícita demostración con Saga, aquello era lo que Nadine quería, y él se lo daría. Así les dejaría en paz de una vez. Aioria estaba tan ocupado dándole vueltas a todas aquellas cosas que no venían al caso que no se dio cuenta de que Milo comenzó casi forcejeando, por aquel inesperado y profundo beso, pero que… finalmente, terminó respondiendo a él,  iniciando una lucha de lenguas con Aioria.

Cuando supuso que el beso había durado lo suficiente, Aioria se separó su boca de la de Milo y le soltó, abriendo sus hasta ahora cerrados ojos y encontrándose con los de Milo, que estaban abiertos de par en par. El peliazul le miraba boquiabierto, como si no creyese lo que acababa de pasar.

Aioria no supo cómo interpretar aquello así que desvió la mirada, encontrándose con el resto de sus compañeros que lo miraban exactamente igual que Milo. Ahí fue cuando Aioria terminó por interpretar aquello como algo malo.

Ya está. Por fin lo había conseguido. Todo el Santuario lo señalaría a partir de ese momento como el pervertido y enfermizo Aioria. ¿Por qué tuvo que dejarse llevar de esa manera? Puede que la noche anterior hubiese sido más fácil, pero eso fue porque él y Hyoga estaban solos y él había estado de acuerdo. Hasta había llevado la iniciativa. Pero ahora estaba  delante de todos sus compañeros ¿Cómo pudo ser tan estúpido? Una vez más sus horribles impulsos lo habían traicionado, solo que esta vez había terminado con su vida social. Sería un marginado, un paria, un desecho social…

-¡Bgavísimo!

La voz de Nadie le hizo volver a la realidad, acompañada de sus aplausos.

Aioria la miró, sin entender.

-¿Eh…?

-¿Véis? ¿A que no ega tan difícil? Habéis estado pgacticando ¿Eh? –Dijo, dándole un pequeño codazo a Aioria y guiñándole un ojo.

-¡Claro que no! –Saltó Milo.

-Entonces lo llevabais dentgo pego no queguíais soltaglo. Ayeg podgíamos habegnos ahoggado mucho tiempo si hubieseis empezado así. En fin, lo impgtante es que os habéis soltado. En cualquier caso, Aioguia, la pgóxima vez se más súlti en este beso. Guecuegda que es el pgimego de los dos togtolitos. Guagdate esas eneggías paga los siguientes –rió.

-Claro…

-¡Bien! ¡Sigamos!

Y siguieron con los ensayos.

Tal vez fue por la efusiva actuación de Aioria, o por el peso que se habían quitado de encima al no tener que besarse entre ellos como castigo, pero lo cierto era que los caballeros continuaron con el ensayo bastante más animados. Incluso arrancando algún bravo ocasional de Nadine. Sobre todo cuando Aioria y Milo tenían que besarse. Hasta Milo, a pesar de la sorpresa inicial, parecía haber cogido más soltura. Y aunque aún tenía que suavizar un poco su carácter a la hora de interpretar a Julieta, en lo que concernía a los besos, le seguía muy bien el ritmo a Aioria, que de nuevo no sabía que pensar.

Cuando llegó la hora de comer Nadine anunció el final de los ensayos por aquel día.

-Bgavo, chicos, de vegdad. No me espegaba tal mejoga pog vuestga pagte. Estoy vegdadegamente contenta. Bien, Atenea ha instalado un pequeño escenario en la pagte de atgás del Templo. Mañana ensayaguemos sobge él y haguemos las pguebas de vestuaguio. Hasta entonces seguid guepasando los textos ¿De acuegdo? Muy bien –y fue hasta la puerta y la abrió-. Hoy habéis hecho un ggan tgabajo. Seguid así.

Y guiñándoles un ojo cerró la puerta con uno de sus portazos, provocando que en una de las ventanas apareciese una grieta.

Se quedaron en silencio, digiriendo lo que acaba de ocurrir ¿Nadine les había felicitado?

-¡Sí! ¡Lo hemos hecho, somos unos monstruos! –Salto DeathMask, rompiendo el silencio, eufórico.

-Vaya, que contento está el que más pestes echaba de todo esto –dijo Afrodita, en tono socarrón.

DeathMask recuperó la compostura y carraspeó.

-Solo lo celebraba porque nos hemos librado de tener que besarnos entre nosotros.

-Ya…

-Pero DeathMask tiene razón, hemos hecho un gran trabajo, todos –habló ahora Aioros.

-Es cierto –se unió Shaka, y se volvió hacía Aioria-. Y esos besos han sido increíbles, hasta yo me los he creído.

-Oh… Gracias… -contestó el castaño, mientras imploraba internamente para que se lo tragase la tierra.

-Es cierto, creo que vosotros dos sois los que mejor lo han hecho –dijo Shura.

-No se podía esperar menos de los protagonistas –añadió Dhoko.

Y así, todos comenzaron a felicitar a ambos protagonistas, en especial a Aioria.

Una vez más la situación tomaba un cariz inesperado. Aioria se esperaba preguntas incomodas y reacciones de extrañeza, pero todo el mundo parecía alucinado con su actuación. Parecía que la prominencia no le había abandonado del todo y que de vez en cuando podía ver alguna pequeña luz de esperanza en su desdichada situación. Se sintió muy aliviado. Una vez más había exagerado en demasía las cosas.

-Bien, chicos, Saga tiene que retirarse. –dijo Shion, tomando del brazo a Saga, que desde ayer parecía haberse desmayado con los ojos abiertos.

-Os acompaño –dijo Dhoko, uniéndose a ellos.

Y todos comenzaron a salir de la sala, para ir a sus templos a comer.

-Airoa ¿Comemos juntos? –Preguntó Aioros.

-Claro.

Pero cuando estaba a punto de salir, una mano le agarró del brazo, Aioira se volvió hacia la persona que lo había agarrado.

-¿Milo?

El Caballero de Escorpio parecía muy serio. 

Notas finales:

Gracias por leer!


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