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La Flecha Negra De Eros por _Islander_

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Todos se habían marchado de la sala a excepción de ellos dos. Milo le miraba de forma bastante dura, y Aioria solo podía esperar a ver qué era lo que tenía que decirle. Aunque podía hacerse una cercana idea. Seguramente su compañero quería una explicación a lo sucedido en el ensayo. El Caballero de Leo se había dejado llevar un poco en su recreación de aquellas escenas carnales y era muy posible que Milo hubiese contenido sus demandas para que sus compañeros no sufriesen las consecuencias. Pero ahora que estaban solos…

-¿Milo…? –Se aventuró a decir el castaño, ya que el otro no parecía muy dispuesto a hacer otra cosa que no fuese fulminarle con la mirada.

Nada…

El peliazul se mantenía sujetándole la mirada de forma heladora. Por fin abrió la boca. Parecía que iba a decir algo, pero entonces…

-¿Aioria? –Aioros asomó por la puerta-. ¿Qué ocurre? ¿No vienes?

-¡¿Eh?! ¡Sí! Sí… Dame solo un momento.

-Ve –habló por fin Milo-. No era nada…

Y así Milo salió del lugar, dejando a Aioria con aún más interrogantes de las que le hacían falta en la cabeza.

 

Ya en el Templo de Leo, e igual que el día anterior, Aioria comía en silencio mientras Shun y Aioros hablaban animadamente de cómo había sido el ensayo.

-¡¿Entonces mañana haréis un ensayo general con el vestuario?! –Exclamó el peliverde, con ojos iluminados.

-Así es –respondió Aioros, orgulloso.

-Me encantaría poder verlo… -suspiró el más joven.

-Entonces ven –dijo Aioros, con sencillez.

-¡¿De verdad?!

Aioros sonrió y le frotó su verde cabellera.

-Claro que sí.

Aioria soltó un suspiro mucho más largo, cansino y a mayor volumen de lo que había querido.

Shun le miró.

-No te importa ¿verdad?

-¿Por qué iba a importarle? Dentro de tres días lo haremos delante de tal vez cientos de personas. No creo que le moleste que una sola nos esté viendo.

El menor de los castaños le dirigió una furibunda mirada de soslayo. Su hermano sí que sabía tranquilizar a la gente.

-Ya pero… No quiero ser una molestia… -Añadió el Caballero de Andrómeda, triste.

-No digas tonterías, Shun –le recriminó el arquero-. Estaremos más que encantados de que nos estés viendo ¿Verdad, Aioria? –Añadió, remarcando sus últimas palabras a modo de aviso y dirigiéndole una dura mirada a su hermano pequeño.

-Claro, Shun, estaremos más que encantados –respondió el castaño menor, forzando de forma bastante cantosa una sonrisa.

Shun, que pareció no captar ese irónico gesto, estalló de felicidad y agradecimientos, sin embargo Aioros le dedicó una reprochadora mirada.

-Recogeré los platos –dijo Shun, con una sonrisa de oreja a oreja.

Cuando desapareció por el umbral de la puerta Aioros volvió a encarar a su hermano.

-¿Se puede saber qué te pasa?

-¿De qué hablas? –Respondió Aioria, molesto.

-Entiendo que estés nervioso por la obra pero no tienes porque ponerte así delante del pobre Shun ¿De verdad te molesta que nos vea?

-Claro que no ¿Por qué siempre tienes que sacar tus propias conclusiones?

-Porque últimamente estas muy raro, Aioria –contestó Aioros, ahora en actitud preocupada-. No sé qué es lo que se te está pasando por la cabeza, y está claro que tú no quieres decírmelo, pero soy tu hermano mayor, Aioria. Y por mucho tiempo que hayamos estado separados te conozco. Y sé que te pasa algo.

Aioria abrió la boca para responderle, pero ninguna palabra salió. Odiaba cuando Aioros hacía alusión al pasado. A aquellos aciagos días dónde él estuvo solo, sin el amparo del hermano que siempre lo había cuidado. Teniendo que lidiar con las horribles acusaciones que se formaron en contra de la persona a la que más quería. Del que antes había sido reconocido por todo el Santuario. Pese que ya habían hablado largo y tendido del tema tras su resurrección Aioros parecía siempre dispuesto a remover la tierra otra vez cuando veía que algo en su hermano se escapaba a su entender. Lo cierto era que siempre le funcionaba. Al final Aioria siempre acaba confesándose ante él. Y esta vez también le habría funcionado de no haber sido por…

-¡El postre! –Anunció Shun, regresando al salón, con una tarta de fresas con nata-. La hice yo esta mañana –anunció con algo de timidez.

-¡Tiene una pinta genial! –Exclamó el siempre complaciente Caballero de Sagitario-. Me muero de ganas de probarla.

Era como si aquel capítulo se hubiese cerrado ahí mismo. Pero Aioria sabía muy bien que su hermano no había olvidado ni iba a olvidar aquella conversación. Pero mientras Shun u otras personas estuviesen delante se contendría. La falta discreción era una de las cosas que Aioria no podía recriminarle a su hermano.

-¡Está deliciosa, Shun! –Saltó el arquero, tras probar el primer trozo de la tarta.

-Gracias… -dijo Shun, cada vez más colorado.

Aioria se metió un trozo en la boca sin mucho entusiasmo, tenía la mente en otra parte. Sin embargo tuvo que reconocer que estaba muy buena…

-Vaya, Shun, está muy buena –comentó el León, mirando asombrado la tarta.

-¿En serio? No sabes cuánto me alegra que os guste.

Shun se unió a ellos en la degustación de su obra maestra de repostería.

Tras la comida y la posterior limpieza, invirtieron la tarde en seguir estudiando el guión de la obra. Y esta vez Aioros se quedó con ellos. Aunque el arquero no tenía mucho texto se ocupó mucho de darle las, en su opinión, oportunas señas y correcciones a su hermano menor, que iba perdiendo la paciencia por momentos. Al mismo tiempo, él y Shun se repartieron los demás papeles de los personajes que interactuaban con Romeo durante la obra.

Y así estuvieron hasta la hora de la cena, a la que Aioros también se quedó. Mientras él y Shun la preparaban, Aioria descansaba su desfasada y sobrecargada mente tendido en su sofá. Le salía Shakespeare por las orejas…

Después de la cena y de un último ensayo, para desgracia del pobre Leo, Aioros regresó a su templo y Shun y él se acostaron.

Mientras se debatía en una refriega personal por encontrar, en vano, una postura cómoda en aquel desmesuradamente incómodo sofá, Aioria no paraba de darle vueltas al asunto con Milo. En ningún momento su preocupación había tenido algo que ver con el hecho de que Shun fuese a verles ensayar al día siguiente como había aventurado el sabelotodo de su hermano. ¿Por qué iba a molestarle la presencia de Shun mientras él hacía el ridículo? Al fin y al cabo, tal y como Aioros había dicho, en un par de días lo estarían haciendo ante tal vez cientos de personas… Aioria no quería pensar en eso ahora. Milo era lo único que ocupaba su mente en ese momento. ¿Qué impresión se habría llevado de él su compañero? Lo cierto era que, dentro de todos los incidentes vividos en los últimos días, Milo había estado presente en la mitad de ellos. Y era el que más motivos tenía para sospechar de él. Primero con su extraña actitud en las duchas. Luego la excursión al lago y aquel incidente. Y por último… Aquellos apasionados besos totalmente salidos de contexto.

En verdad Milo era el que más razones tenía para pensar que algo no iba bien con él.

Y esos pensamientos azotaron la ya de por sí bastante atormentada mente del joven Leo. Y si a eso se le añadía la total imposibilidad de conciliar el sueño en aquel lecho del diablo, al final el pobre Aioria se pasó casi toda la noche en vela.

Debía haber dormido un par de horas. Eran ya casi las ocho de la mañana. No podía seguir así. Tomaría una ducha y subiría al Templo del Patriarca antes del ensayo general. Le haría una visita –aunque no le hiciese gracia alguna- al médico del Santuario para que le diese algo con lo que poder conciliar el sueño esa noche. Si no, estaba seguro de que la falta de descanso al final le haría cometer algún error en la obra, y entonces sí que no se lo perdonaría. Ni el resto de sus compañeros tampoco.

Dicho y hecho, se levantó, notando de nuevo la factura que ese sofá le había pasado a su cada día más dolorido cuello, y fue hasta la ducha, tratando de no hacer demasiado ruido para no despertar a Shun. Pero cuando salió de la ducha se encontró con un somnoliento Shun, que se frotaba el ojo de forma adorable.

-¿Ya te has levantado? –Preguntó el chico.

-Sí, lo siento, no quería despertarte.

-No te preocupes, me he despertado yo solo. Ahora mismo te preparo el desayuno. Pero… ¿No es un poco temprano?

-Eh… Sí, verás. Tengo algo que hablar con Saga primero. Sobre la obra –mintió el castaño-. Tengo que salir ya.

-¿Y no desayunas?

-No tardaré el volver.

-Oh, pues… Iré preparando el desayuno.

-Shun, no es necesario que…

-No es ninguna molestia –le cortó el peliverde, dibujando una primera y matinal sonrisita en su dulce y aun algo adormilado rostro-. Haz lo que tengas que hacer. Cuando regreses lo tendré todo listo.

Aioria solo pudo sonreír. Cada día le cogía más cariño a ese chico.

-Gracias, Shun.

-No tienes por qué darlas.

 Aioria salió de su templo algo turbado. No le gustaba mentir a Shun, pero le gustaba aún menos preocuparlo. Sabía que si le decía que iba a ver al médico el chico se alarmaría y comenzaría a hacer preguntas, y en ese punto Aioria tendría que mentirle aún más para no decirle que iba a ver al médico para que le diese algún tipo de somnífero y así no pensar en él y en el resto de sus compañeros bailando desnudos a su alrededor.

Si, definitivamente una pequeña e inocente mentira –o alteración parcial de la realidad, como Aioria prefería llamarlo- era mucho mejor que ser directo y crear una situación incómoda.

 

-¡Vaya, Señor Aioria! ¿Otra vez por aquí? –Saludó efusivamente el médico cuando Aioria llegó a la consulta.

-Sí… -contestó Aioria, entre dientes-. Buenos días.

Lo cierto era que lo último que quería era tener que volver a ver a ese desgraciado que se hacía llamar a sí mismo médico. Cada vez que le pedía algo alguna catástrofe se sobrevenía casi de inmediato. No olvidaría nunca como casi envenenó a Shun. Aunque en ese caso en concreto… una parte de Aioria no sabía si guardarle rencor o un profundo agradecimiento por aquella noche.

-Así que dice que tiene problemas para dormir –dijo el doctor, tras escuchar el problema de Aioria, del que muy inteligentemente había omitido los detalles más sórdidos, limitándose solo a los síntomas del insomnio-. Bien, puedo darle algo que le irá muy bien –y se levantó para rebuscar en uno de los armarios, hasta dar con un pequeño bote de color rojo, con el que regresó a  su asiento, tras la mesa-. Estás gotas son muy eficaces –dijo, acercándole el bote a Aioria.

El caballero lo tomó y lo examinó, con recelo.

-¿Y cómo debo tomarlo?

-Vierta dos gotas en un vaso de agua, u otra bebida. Sin alcohol, claro –añadió con una carcajada, ante la cual Aioria solo alzó una ceja-. Y tómeselo una hora antes de acostarse. Le aseguro que dormirá muy bien –dijo, guiñándole un ojo, ante lo cual Aioria frunció el ceño.

-Le doy las gracias –dijo el castaño, poniéndose en pie, antes de que ese imbécil hiciese o dijese otra estupidez y él terminara por perder la paciencia. Se la tenía demasiado guardada.

El médico se levantó también para despedirle.

-Recuerde, solo dos gotas. Es un somnífero muy potente, y no queremos ningún susto ¿verdad? –Le avisó, con otra absurda carcajada.

-Descuide…

Y salió de allí casi al galope.

Cuando regresó a su templo Shun ya se había duchado, vestido y arreglado. El chico estaba deseoso de ir a ver el ensayo, y Aioria solo podía fingir un mínimo de interés para no mermar el buen humor de su pequeño y efusivo compañero.

Tras el desayuno subieron juntos hasta el templo del Patriarca, y una vez allí Aioria guió a Shun hasta la habitación donde ensayaban. Poco a poco el resto fue llegando.

-Shun, que sorpresa –dijo Shaka, acercándose a él nada más verlo-. ¿Cómo te encuentras?

-Estoy mucho mejor. Muchas gracias, Shaka. Aioria ha cuidado muy bien de mí.

-No sabes cuánto me alegra oír eso ¿Has venido a vernos ensayar? –Preguntó el rubio, con una sonrisa.

-Así es. Tengo muchas ganas de veros –contestó el peliverde, que apenas podía contener la emoción.

Los otros dorados fueron acercándose a él para preguntarle cómo estaba su estado de salud desde su pequeño incidente. A lo que Shun siempre le atribuía los buenos resultados de su recuperación a los desvelos de Aioria, que solo podía enrojecer. No se había portado ni la mitad de bien que debía haberse portado con el pobre Shun. Sin embargo el inocente Caballero de Andrómeda se lo agradecía de corazón.

De pronto una voz se elevó por encima de todas las demás.

-¡TÚ!

Todos se volvieron, espantados. Ahí estaba…

Nadine caminaba a grandes zancadas hacía Shun. Apartando a un lado a cuantos se encontraba en su camino a empujones.

Cuando llegó hasta él, su mano pinzó las mejillas de Shun, hasta casi hacer que el pobre chico estuviese a punto de tragarse la lengua.

-¡¿Quien egues tú?! ¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Pogqué no nos han pgesentado?! Y sobge todo… ¡¿Pogqué no estás en mi obga?! –Decía  Nadine, con corazones en los ojos-. Egues tan… tan… ¡Tan mono!

-Disculpe… -Trataba de decir Shun, a pesar de lo difícil que resultaba hablar cuando esa loca le sujetaba la boca de esa forma.

Atenea, que venía con Nadine hasta que ella echó a correr hasta su presa, se situó a su lado, con una sonrisa.

-Este es Shun, Nadine –le presentó la diosa-. El caballero que sufrió el accidente y no pudo participar.

-Oh… mi pobge niño… -decía la directora, con ojos vidriosos.

-Creo que se está asfixiando… -dijo Shura.

-No digas tonteguías –le dijo Nadine, soltándole.

-Es un placer, señorita Nadine –se presentó Shun de forma cordial, mientras recuperaba el aliento-. Me hubiese gustado mucho participar en alguna de las obras.

-¡Ohhhh! ¡¿No es adogable?! –Exclamó la mujer, estrechándole entre sus brazos-. Egues el pgimego de esta panda de cabestgos que me dice algo tan bonito.

Todos los presentes miraron la escena con ceño. Y Atenea se echó a  reír.

Cuando finalmente le soltó, Shun tuvo que volver a recuperar su respiración normal.

-Estoy deseoso de ver el ensayo –dijo ahora el peliverde, ocasionando casi las lagrimas por parte de la mujer.

-Cada vez me gusta más… ¡Y segá paga nosotgos un placeg que nos obsegves!

-Shun has estado ayudando a Aioria con su texto, haciendo el papel de Julieta –informó Aioros, con una sonrisa.

-¿Eso es ciegto?

-Bueno… sí… -respondió Shun con timidez.

-Oh, muchachito, no sabes cuánto me hubiese gustado veg eso, Segugo que fuiste una Julieta adogable. No como otgos… -Añadió, lanzándole una furtiva y rápida mirada a Milo.

Atenea volvió a reír ante aquello.

-No te pgeocupes, hijo, no te pegdegas esto –continuó la mujer, acariciando la cabeza de Shun-. Te dagué un papel.

-¡¿De verdad?! –Salto Shun, con ojos iluminados, cosa que complació aún más a Nadine.

-Si tan buena Julieta cree que es que se quede con el mío –dijo Milo.

-¡Tú ciegga esa bocaza!

Y una vez más Atenea volvió a echarse a reír. Todos la miraron sorprendidos. No recordaban haber visto nunca a su Diosa reírse tanto y de esa forma. Es más, si se ponían a pensar con detenimiento no recordaban haberla visto reír nunca.

-A ti te metegué en la otga obga, con el guesto de tus compañegos de bgonce. Es un poco tagde pego… Si hemos podido ogganizag Gomeo y Julieta en menos de una semana con estos desggaciados… Podemos haceg lo que sea.

Todos los dorados solo podían agachar la cabeza y guardar silencio antes las florituras que esa mujer les estaba dedicando.

-¡Bien! –Dijo Nadine, dando una de sus sonoras palmadas-. Es hoga de la pgueba de vestuaguio ¡Ayudante! –Llamó.

Shion dio un suspiro y un paso al frente.

-¿Sí, señora? –Dijo, sin muchas ganas.

-Llévales hasta los vestuaguios.

Con gesto de total resignación, Shion les hizo una seña para que le siguiesen.

-Acompañadme.

Y tan resignados como Shion, todos los dorados le siguieron.

Atenea, Shun y Nadine esperaron en la sala de ensayos hasta que Shion regresó.  El  ex Patriarca llevaba puesta una toga oscura con una capucha.

-Vaya, te queda muy bien, Shion –dijo Shun, con una sonrisa.

-¿En serio? –Respondió este, con cansado ceño, mirando a Shun como si este estuviese ciego, o tal vez diciéndole que se guardarse sus cumplidos.

-Oh, mi amaggado vendedog de venenos –dijo Nadine, con cariño-. Bien…  ¡Empieza la pgesentación!

Shion dio un nuevo suspiro.

-Damas y caballeros… -empezó a decir, con total desgana-. Os presento a Romeo Montesco.

Aioria entró por la puerta. Llevaba puesto un ceñido traje de época color azul, con unas mallas del mismo color pero más claro y más ceñidas aún. También llevaba una cadena dorada alrededor del cuello con un medallón del mismo color. El pobre estaba tan rojo que ni siquiera se atrevía a alzar la mirada.

-¿Habéis visto que piegnas tan bonitas tiene mi Gomeo? –Dijo Nadine, con una sonrisa de total satisfacción.

Atenea se llevó una mano a la boca, conteniendo una inocente risita. Por su parte, Shun parecía embelesado con aquella visión.

-Vaya… Aioria, estás muy guapo –dijo el peliverde, que parecía haber tenido algún tipo de revelación divina.

-Que buen gusto tiene mi chico –dijo Nadine, acariciando de nueva cuenta la cabellera del peliverde.

Aioria deseaba desaparecer de allí. Esfumarse de la manera que fuese. Era imposible sentir más vergüenza de la que estaba sintiendo en ese momento.

-A continuación la protagonista de la obra –continuó Shion, sin efusividad alguna-. Eh aquí a Julieta Capuleto.

Nada…

Shion carraspeó.

-¡Eh aquí a Julieta Capuleto! –Repitió, en voz más alta.

Nada…

-¡Julita Capuleto no me hagas salig a buscagte! –Chilló Nadine, amenazante.

-¡Milo deja de hacer el idiota! –Se oyó a DeathMask al otro lado del umbral.

Y Milo entró de un empujón en la sala. Presumiblemente empujado por el mismo DeathMask.

-¡¿Pero serás…?! –El Caballero de Escorpio se contuvo, y trató de mantener la compostura delante de su Diosa.

Tanto Atenea como Shun se habían quedado con la boca abierta. Por su parte, Nadine sonreía de oreja a oreja.

Lo cierto era que la imagen era digna de ver. Milo lucía un ceñido vestido de color verde, con encajes en las mangas, al final de la falda y en el escote (Donde le habían metido relleno de alguna manera). Le habían dejado su pelo tal cual, pero habían agregado unas extensiones de su mismo color para que la melena le llegase hasta la cintura. También llevaba puesta una diadema dorada y unos pendientes falsos del mismo color. Y como detalle final llevaba los labios pintados de rojo.

-Guau, Milo, estás… -empezó a decir Shun.

-No digas nada… -le cortó este, entre dientes.

-Vaya, vaya, vaya… -habló ahora Nadine, llevándose la mano a la barbilla, en actitud reflexiva, examinando a Milo de arriba abajo-. El vestido te queda aún mejor de lo que pensaba.

-Callase –escupió Milo, dirigiéndole la más letal de sus miradas.

-Estás muy bien, Milo –habló ahora Atenea.

-Oh… Si usted lo dice… -dijo ahora el peliazul, cambiando totalmente de actitud, ante el visto bueno de su señora. Más se le notaba que seguía muy molesto y muy incómodo.

-Bien, colócate junto a Gomeo –le dijo Nadine-. Shion, continua, pog favog.

Milo obedeció y se colocó junto a Aioria, sin mirarle siquiera. Y Aioiria tampoco se atrevía a levantar la mirada del suelo.

-Y a continuación presentamos a los padres de Romeo: Lord y Lady Montesco.

Y con esa presentación, totalmente carente de energía, Aioros y Shaka entraron en la estancia.

El Caballero de Sagitario iba vestido de forma sencilla pero elegante, con un amplio chaquetón de color marrón, con algunos bordados dorados y unos pantalones del mismo color. Por su parte, Shaka, llevaba un largo vestido color naranja apagado, con varios collares dorados colgando de su cuello, y unos largos pendientes falsos del mismo color. Le habían recogido su larga melena rubia en un alto y elegante moño, decorado con una peineta dorada en forma de flor en un lateral. También llevaba los labios pintados de rojo, y le habían puesto sombra de ojos naranja, a juego con el vestido.

-¡Aioros, estás fantástico! –Saltó Shun, cada vez más eufórico-. Y tú Shaka… ¡Estás irreconocible! ¡Los dos estáis genial!

Los aludidos se echaron a  reír y le agradecieron a Shun sus comentarios.

-Estáis muy guapos los dos –dijo Atenea, cuya sonrisa estaba tan iluminada como la Shun.

Ambos caballeros hicieron una leve inclinación de cabeza ante su suma mandataria, en señal de agradecimiento.

-Sí, sí, sí, estupendos los dos –dijo Nadine, haciendo aspavientos con una mano-. Y ahoga apagtaos, que tienen que entgag los siguientes.

Aioros le ofreció un brazo a Shaka.

-¿Cariño? –Le dijo, con una bromista sonrisa.

Con una carcajada, Shaka tomó el brazo que le ofrecía.

-¿Amor mío? –Respondió, siguiéndole la broma.

Y fueron a situarse a junto a Aioria y Milo.

-Migalos… Que metidos están en su papel –dijo Nadie, con una divertida sonrisa.

Atenea y Shun se echaron a reír ante la escenita.

-Por dios… -suspiró Milo, cada vez más cabreado.

Shion les siguió con la mirada, ceñudo, y tras un carraspeo procedió a anunciar a los siguientes.

-Recibamos ahora a los padres de Julieta: Lord y Lady Capuleto.

Saga fue el primero en entrar. Seguía mirando al frente, y su mirada aún parecía perdida. Como si se moviese tan solo por impulsos nerviosos. Al igual que Aioros, llevaba también un chaquetón puesto, pero el suyo era de color negro, con pelo del mismo color sobresaliendo por el cuello y la parte de abajo, y algunos grabados en color plateado. Los pantalones también eran de color negro y el pelo se lo habían dejado tal cual (como al resto de personajes masculinos hasta el momento). Y entonces, con paso lento y mirada gacha, entró Afrodita, y todos se quedaron de piedra. El Caballero de Piscis llevaba un vestido negro, con corte en la falda. A diferencia del de Milo y Shaka, este era más aséptico, no llevaba ningún tipo de encaje u otro tipo de elemento decorativo, salvo un acabado en plateado en los puños de las mangas. Le habían alisado el pelo, que le caía en cascada por los hombros. Sus labios y la sombra de ojos eran de color negro, y llevaba una rosa negra en un lateral de la cabeza y una cadena de plata alrededor del cuello con un camafeo del mismo material colgando de esta. Estaba… realmente atractivo. Era una visión a la que incluso muy pocas mujeres de verdad podrían acercarse. O al menos esa fue la idea que se pasó por la cabeza de todos los presentes cuando le vieron entrar. Había que reconocer que Nadine era un genio eligiendo vestuario. La sencillez y oscuridad del atuendo de Afrodita solo acentuaban su ya desmedida belleza natural. Era, sencillamente, hermoso.

Shun abrió la boca, pero casi no sabía ni que decir (ni él, ni nadie).

-No quiero oír una sola palabra… -siseó el custodio del último templo, con veneno cargado en cada palabra-. Tira –añadió, dándole un empujón a Saga, para que se moviese.

-Me guagdagué mis comentaguios pego… -Nadine soltó el típico silbido que se usaba de forma vulgar para llamar la atención de las mujeres hermosas.

Afrodita la fulminó con la mirada, que con esas sombras negras resultaba ahora aún más fría y letal.

-Continúa, queguido –le dijo la directora a Shion.

-Recibamos ahora a Benvolio.

Y ahora entró Camus, que vestía de forma similar a la de Aioria, pero de color rojo. Le habían recogido el pelo dentro del gorro que llevaba sobre la cabeza, sobre el que había una gran pluma también roja, para que diese la sensación de que lo tenía corto. El aguador mantenía su habitual gesto serio, pero podía apreciarse un ligero rubor en sus mejillas.

-¿Cómo te sientes, queguido? –Preguntó Nadine.

-Esto aprieta… -respondió el interpelado, seguramente haciendo alusión a aquellas ceñidas mallas rosadas.

-Te acostumbgagás. Siguiente.

-Y ahora Teobaldo, el pendenciero primo de Julieta –anunció Shion.

Y llegó la entrada de Mu. Y al igual que pasó con Afrodita, todos se quedaron impresionados. Salvo que en este caso fue por el tremendo cambio. Mu vestía de negro de arriba abajo. Le habían recogido el pelo y le habían puesto una peluca corta de color negro. Además llevaba un cinto de cuero con una espada falsa colgando a un lateral. Y le habían maquillado la cara para que los dos puntos de su frente desapareciesen. Estaba, realmente, tan irreconocible como atractivo.

-¡Mi chico malo! –Saltó Nadine, abanicándose con una mano-. ¡¿No es lo más atgactivo que habéis visto?!

-Caray, Mu, estás irreconocible –dijo Shun, aún presa del estupor.

-Has hecho que hasta Atenea se songoje –dijo Nadine, mirando, bromista, a la Diosa.

Atenea solo apartó la mirada y soltó una pequeña risa ante el comentario de la directora.

Pero aquel pequeño gesto bastó para que, el siempre serie y regio Mu, bajase momentáneamente la cabeza, sonrojándose.

-¡Ja! He hecho que Atenea y Mu de Aguies tengan una gueacción humana normal –Soltó Nadine, posando con sumo descaro uno de sus brazos en el hombro de Atenea-. Puedo considegag esto con un tgiunfo pegsonal.

Resultaba curioso. Los caballeros cada vez estaban más alucinados con el conocimiento de esa mujer sobre la orden y sus excesivas confianzas para con su deidad. Pero lo cierto era que nunca habían visto a Atenea tan feliz. Nadine la hacía reír y era evidente que disfrutaba con las confianzas que esa estrambótica mujer se tomaba con todo el mundo. Estaba claro que, de alguna manera que los caballeros aún ignoraban, a esas dos mujeres las unía una profunda y ya antigua amistad.

-Mu, cielo, sitúate con el guesto –le dijo Nadine.

El carnero dorado obedeció, colocándose junto a Camus.

-Estás fantástico, Mu –dijo Shaka.

-Ya lo creo –añadió Aioros, con una sonrisa.

-Adelante ahora Mercutio –anunció Shion.

Y DeathMask fue el siguiente en entrar. Vestía de forma similar a Aioria y Camus, solo que él iba de color gris.

-Estoy ridículo… -dijo.

-Claro que no, estás muy guapo, DeathMask –le dijo Atenea, de manera conciliadora.

-Oh…

Y al igual que el resto de sus compañeros, el guardián del cuarto templo se sonrojó ante el aprobado de su diosa.

-Es cierto, DeathMask, estás genial –se unió el risueño Shun.

-Sí, todo en esta vida tiene aggeglo –dijo Nadine-. Hasta lo que paguece imposible.

-Cállese… -dijo el peliazul, lanzándola una mirada asesina, a la que ella contestó guiñándole un ojo.

DeathMask fue a colocarse junto al resto, rezongando.

-Entra ahora el Ama de Julieta –continuó Shion.

Y ahí entró Aldebarán, al que habían embutido de arriba abajo en una especie de hábito color blanco, como si fuese una monja. El pobre parecía que casi no podía respirar.

Todos, incluida Atenea, tuvieron que contener una carcajada.

El pobre Tauro agachó la cabeza, avergonzado.

-Dejad las guisas paga el público –les reprendió Nadine-. Y tú no te pgeocupes, queguido –dijo ahora refiriéndose a Aldebarán-. Segás la estgella de la obga –y le guiñó un ojo. 

-Que pase ahora Fray Lorenzo –siguió el ex Patriarca.

A diferencia del resto de sus compañeros, Shura entró de forma bastante decidida. No era para menos, junto con Shion, llevaba el traje más sencillo de todos. Un simple hábito, con capucha, de color marrón.

-No te sientas mal, un hábito también hay que sabeg llevaglo, y tú lo haces genial –dijo Nadine.

-No me siento mal –le dijo Shura, ceñudo. Se sentía muy feliz de no tener que verse tan emperifollado como el resto de sus compañeros.

-Esa es la actitud. Ponte con el guesto.

Shura se colocó con el resto de sus compañeros, sin entender nada.

-Entra ahora el Conde Paris.

Había llegado el turno de Dhoko, que entró con la misma naturalidad que Shura, salvo que él exhibía una sonrisa. Parecía encantado con su disfraz. Vestía muy parecido al resto de chicos, pero su traje estaba más cuidado, y tenía muchos más detalles (como se supone que debe ir alguien de la nobleza). Iba de color blanco, y como Camus, llevaba sobre su cabeza un gorro con una pluma del mismo color y, al igual que Mu, una espada en la cintura.

-Mi guapísimo Conde Paguis –decía Nadine, con satisfacción.

-¡Impresionante, Dhoko! –dijo Shun.

-Gracias, chico, lo cierto es que no me queda mal ¿verdad? –se jactaba el Caballero de Libra.

-Por favor… -masculló Shion-. ¡Entra ahora el Príncipe Escalus! –Anunció, sin darle tiempo a Dhoko de apartarse.

Y así llegó el turno del último miembro del elenco, Kanon. El gemelo menor vestía de arriba debajo de un oscuro y brillante color azul, con varios detalles en plateado. Una larga capa añil caía desde sus hombros hasta el suelo. Y una corona plateada descansaba sobre sus sienes.

-¡Mi pgíncipe azul! –Gritó Nadine, lanzándole un beso con la mano al cada vez más rojo Caballero de Géminis.

-Pareces un príncipe de verdad, Kanon –dijo Shun.

-Estás muy guapo –añadió Atenea.

-Gracias… -atinó a responder el colorado elogiado.

-Bien, dama y caballego –comenzó a decir Nadie, situándose entre actores y espectadores-. Os aggadeceguía que fueseis yendo al jagdín dónde en bgeves pgocedeguemos a guepgesentag la obga.

-Muy bien –dijo Atenea-. Chicos que tengáis mucha suerte –les deseo a sus caballeros.

Nadine carraspeó.

-¡Oh, lo siento! –Se disculpó la diosa-. Eso en teatro trae mala suerte. Bien, esto… ¿Cómo era?

-Mucha miegda –contestó la directora, con total normalidad.

-Eso es. Bueno pues… ¡Micha mierda! –Les dijo a sus caballeros-. Vamos, Shun.

-Mucha mierda, chicos –les dijo también el peliverde, antes de marcharse con la deidad.

Los dorados se habían quedado estáticos. ¿Atenea les había dicho “mucha mierda”? Estaba claro que Nadine era una mala influencia.

Aunque su estupor no duró mucho tiempo, pues una dulce y angelical voz acarició sus oídos, haciéndoles volver suave y delicadamente a la realidad.

-¡Vamos, movegos de una vez! ¡Vuestga Diosa está espegando! ¡No me hagáis llevagos a patadas en el culo hasta el escenaguio!

En verdad esa mujer era un primor…

Salieron por la puerta de atrás del Templo del Patriarca, que daba al jardín que se suponía era privado. Frente a ellos estaba la parte trasera del escenario, que por cierto era de considerables dimensiones para tratarse tan solo de algo que se iba a usar para nada más que los últimos ensayos.

Subieron al escenario, y tras la bambalina Nadine les dio los últimos y sabios consejos. Ya que sería un ensayo general y ella no intervendría. 

-Como metáis la pata os aggepentiguéis –les amenazó, con un puño en alto.

Todos tragaron saliva con fuerza.

Tomando aire, la directora dibujó una amplia sonrisa en su rostro y salió de entra las cortinas del escenario. Allí estaban Shun y Saori, que no eran los únicos espectadores del evento, pues Seiya, Hyoga y Shiryu también estaban ahí, ocupando las sillas allí dispuestas.

-Damas y caballegos –empezó a decir Nadine-. En nombge de nuestgo patgocinador, la Fundación Kido, y de su máxima accionista, la señoguita Saogui Kido, y bajo mi inestimable diguección, es un placeg paga mí pgesentagos la obga de Gomeo y Julieta.

Y dicho esto, bajó del escenario y ocupó la silla junto a Atenea.

-¡VAMOS! –Rugió.

Aioria y Camus fueron los primeros en salir. Al ver al resto de compañeros de Shun, Aioria tuvo otro ataque de pánico. Se suponía que solo iban a estar viéndoles Shun y Atenea, nadie les había dicho que habría más gente.

Afortunadamente la severa mirada de Nadie le hizo sobreponerse  a sus nervios. Prefería cualquier otra cosa a tener que enfrentarse a la furia de ese demonio.

Además, en dos días lo harían delante de muchas, muchas personas más. No tenía porque sentir vergüenza, sobre todo si las personas que lo estaban viendo eran de confianza, y además compartían su mismo y funesto destino, pues ellos tendrían que representar otra obra.

Pronto comenzó la conversación de Romeo y Benvolio sobre Rosalina, el amor no correspondido del sufrido Romeo.

La representación se sucedió de manera bastante fluida y sin fallos. Hubo bastantes exclamaciones de asombro por parte del público (sobre todo de Seiya) cuando Milo, Afrodita y Shaka hicieron su aparición. Y bastantes carcajadas al ver a Aldebarán.

Cuando llegaron a la escena del balcón, y por ende al primer beso, Aioria se sintió aún más nervioso. Milo lo miraba de forma vacía. O mejor dicho, ni lo miraba. Estaban frente a frente, pero sus ojos enfocaban al suelo. Solo se encontraron con los de Aioria en el momento mismo del beso, y Aioria no supo cómo interpretar aquella mirada. ¿Enfado? ¿Desdén? ¿Total y absoluta resignación? Fuese lo que fuese, el castaño tampoco tuvo mucho tiempo para el análisis, pues Milo los cerró de inmediato cuando Aioria le dio el beso. Todos se quedaron asombrados por aquel beso.  Aioria lo sentía como en los anteriores ensayos, Milo seguía respondiendo con total naturalidad. Era como si el hecho de unir sus lenguas se hubiese vuelto ya una costumbre.

Y finalmente llegaron al trágico desenlace. En la escena del Mausoleo, tras haber “matado” al Conde Paris, Aioria lloraba ante el aparente cuerpo sin vida de Milo. Lo cierto era que el tema del llanto lo había llevado casi tan mal como el tema de los besos. Le resultaba muy difícil y al mismo tiempo le daba demasiada vergüenza. Pero había descubierto que si se metía bien en la historia sus lamentos podían no ser tan difíciles. Solo de imaginar una escena así le rompía a uno el corazón, y lo cierto era que Aioria era mucho más sensiblero de lo que quería que le gente pensase. Sobre todo desde que había empezado a tener sus “problemas internos”.

Llegó el momento cúspide, cuando Aioria tomaba el veneno y Milo despertaba de su temporal letargo. Ahora fue el turno de Milo de llorar, desconsolado. Y a pesar de que posiblemente le costaba aún que a Aioria, había que admitir que lo hacía francamente bien. Todo el público presente había derramado alguna lágrima con tan trágica historia. En especial Seiya, que se mordía la manga de la camisa para no echarse a llorar ahí mismo.

Cuando Kanon hizo el monólogo final y Aioros y Saga se dieron la mano, en señal de la unión de ambas familias, la obra terminó.

Todos los participantes salieron a  saludar y el “público” enloqueció en aplausos y vítores. De nuevo con Seiya sobresaliendo con sus gritos de satisfacción y las lágrimas que no dejaban de salir.

¡Hasta Nadine se levantó para aplaudirles!

-Muchas ggacias pog vuestgo esfuegzo –dijo la directora, dirigiéndose a los dorados. Luego volvió a dirigirse a los invitados-. Y ahoga pasaguemos todos al Templo del Patgiagca paga disfgutag de un convite que nuestga queguida Atenea nos ha ofgecido.

Todos estaban encantados con dicha invitación. Pronto regresaron a los vestidores que habían dispuesto dentro para quitarse los disfraces y pasaron a una de las salas de reunión, donde había dispuestas varias mesas repletas de comida y bebida.

Todos charlaban animadamente y se felicitaban mutuamente sobre lo bien que había ido el ensayo general.

-Esto solo ha sido un entgemés. El día de la función dispondgemos de los decogados necesaguios y hagué que algunos de los Caballegos de Plata hagan los papeles de los extgas que nos faltan pog cubgig –comentaba Nadine, que se la veía muy orgullosa.

-Shun ¿Sabes algo de Ikki? –Preguntó Shaka, acercándose al peliverde.

-No, lo cierto es que no –contestó el aludido, con algo de tristeza.

-No os preocupéis –dijo Seiya-. Siempre acaba volviendo.

En una de las mesas más apartadas, solo, se encontraba Aioria, masticando una salchicha, sin apartar la mirada de Milo, que estaba en el otro extremo de la sala, hablando con Afrodita y Kanon. Aún se preguntaba qué era lo que había querido decirle el día anterior. No habían vuelto a hablar. Prácticamente ni a mirarse, más allá de lo que habían tenido que interactuar en la obra. Aioria se sentía francamente mal. Más que lo que la gente pudiese llegar  a pensar de él le dolía saber podría perder su amistad con Milo.

No tardó en darse cuenta de que no se estaba comiendo la salchicha que tenía en la mano, si no que estaba chupando su punta de manera bastante extraña mientras miraba fijamente al Caballero de Escorpio. Se la sacó rápidamente de la boca, lanzando una maldición y mirando a continuación en todas direcciones para asegurarse de que nadie hubiese visto semejante escena. Cada día se volvía más imbécil…

Enfadado, se comió la salchicha de una buena vez y decidió largarse. Estaba tan molesto consigo mismo como agotado. Esa noche a penas había dormido y el ensayo había sido agotador. Ni siquiera tenía apetito en ese momento. Tenía el estómago revuelto. Ya estaba harto de tanto quebradero de cabeza. Necesitaba descansar o al final terminaría volviéndose loco. Se metió la mano al bolsillo y sacó aquel pequeño frasco de color rojo que el médico le había dado. Se suponía que debía tomarlo una hora antes de acostarse. Era perfecto. Se tomaría la dosis, se despediría del resto de sus compañeros, alegando lo cansado que sentía –lo cual no era ninguna mentira- e iría a su templo a echar una larga y merecida siesta. Cogió su vaso de cola y abrió el bote con el fármaco (se suponía que mientras no contuviese alcool, cualquier bebida valía para mezclarlo).

-Solo dos gotas… -susurró para sí mismo, mientras iba inclinando el frasco poco a poco.

Afortunadamente llevaba incorporado un cuentagotas.

Vertió la primera gota, y ya caía la segunda cuando…

¡Horror!

El cuentagotas se salió del frasco.

-¡Argh!

Aioria apartó el frasco pero la mitad del contenido ya se había vertido en su vaso.

-¡Maldita sea!

No le sorprendió. Todo lo que ese doctor le daba terminaba estando gafado de alguna manera. Lo que estaba claro era que no podía tomarse aquello si no quería entrar en coma o algo peor.

Con un gruñido fue hasta la mesa de las bebidas a por otro vaso, dejando el suyo allí. Lo tiraría después por el retrete.

Cuando se hizo de otro vaso de cola, regresó a su solitaria mesa, no quería que nadie le viese tomando aquello, porque estaba claro que empezarían a preguntar y a él no le apetecía responder.

Ya llegó a su mesa cuando…

¡Doble horror!

Afrodita estaba allí, bebiendo de un vaso. Y el vaso de Aioria ya no estaba en la mesa así que…

-¡Afrodita! –Gritó el león, prácticamente lanzándose sobre el  peliazul, y agarrándole de la muñeca con la que sostenían el vaso, apartándolo de su boca.

-¡¿Qué?! ¡¿Qué te pasa?! –Contestó este, alarmado y molesto.

-El… ¡El vaso!

Y se lo quitó de la mano.

Demasiado tarde… Estaba vacío.

-Te… ¿Te has bebido el… el vaso que estaba ahí…? –Preguntó el castaño, señalando la mesa con un dedo tembloroso.

-Pues si –respondió el Caballero de Piscis, ceñudo-. ¿Era tuyo?

-Oh, dios mío…

-Vaya, pues si era tuyo lo siento, pero no es para tanto. Te traeré otro y…

Pero Aioria se lanzó otra vez sobre él, intentado meterle los dedos en la boca.

-¡Tienes que vomitarlo!

Afrodita se zafó de él de un empujón.

-¡¿Pero a ti que te pasa?!

Sin embargo Aioria seguía mirándolo con espanto.

-Cómo… ¿Cómo te encuentras?

-¿Ahora mismo? Bastante molesto –le respondió el cabreado Afrodita.

-No… ¿No te sientes… cansado?

-Desde luego que si –contesto el peliazul-. Cansado de tus tonterías.

Y se marchó de allí.

Aioria le siguió con la mirada. Ahora sí que la había hecho buena. Afrodita podría caer en cualquier momento. Debía estar muy atento o quizá aquello terminase en desgracia. No se movería de allí ni le quitaría el ojo de encima a Afrodita.

-Aioria ¿Qué haces? –Preguntó Aioros, que se había acercado hasta él.

-Nada… -respondió este, con sequedad, sin apartar su mirada de su objetivo.

-Oh…

Y así pasó… Una hora. Y no ocurrió absolutamente nada.

Aioria empezó a pensar que ese maldito médico loco había vuelto a meter la pata. Solo los dioses sabían que era lo que había en ese frasco. En cuanto terminase la fiesta vertería lo que quedaba de su contenido en el retrete.

De pronto alguien más entró en la sala. Era el doctor.

-Hablando del rey de Roma… -dijo Aioria, para sí mismo, mientras le observaba desde la lejanía.

El joven doctor inspeccionó la sala con la mirada hasta que dio con Aioria y fue hacia él. Los temores del castaño se iban cumpliendo.

-Menos mal que le he encontrado –dijo el doctor, respirando con dificultad tras su carrera-. No se habrá tomado aún lo que había en el frasco ¿Verdad?

-No, aún no –respondió Aioria, en tono cansino.

-Menos mal. Hubo una equivocación.

-¿En serio…?

-Lo que le di no era un somnífero.

-No me diga…

El médico pareció relajarse y soltó un suspiro.

-Cuanto me alegro de que no se lo haya tomado. No me hubiese gustado nada que hubiese habido algún incidente.

Ahora fue cuando Aioria le miró, con los ojos muy abiertos.

-¿Qué se supone que me ha dado…?

Notas finales:

Espero que os haya gustado! :D


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