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La Flecha Negra De Eros por _Islander_

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Notas del capitulo:

Muy buenas! Lamento mucho está tan larga tardanza en actualizar. Un PC roto más un prolongado abandono de la musa (Y otras cosas) me apartaron bastante tiempo de la escritura :/ Pero aquí estoy de nuevo!

Está vez el capítulo trae un triste pero pequeño episodio. No me gustó tener que romper un poco el buen rollito que tenía la historia pero necesitaba explicar algunas cosas sobre Nadine. En fin... El resto sigue como hasta ahora xD

Espero que sigais disfrutando de esta historia.

Shun tanteaba el inerte cuerpo de su hermano, con gesto de suma preocupación.

-¡Ikki! ¡Ikki!

-Yo estoy bien, gracias… -dijo Aioria, que seguía debajo de Ikki,  aún con su resignada mirada clavada en el cielo.

-No sé qué ha pasado, llegó hace unos minutos. Le abrí la puerta y entró diciendo cosas extrañas y pidiéndome perdón –explicaba el asustado peliverde-. Él aliento le olía muy fuerte…

-¡Ikki, haz el favor de quitarte de encima! –Gritó Aioria, que ya había perdido la paciencia.

Pero por toda respuesta solo obtuvo un gutural suspiro y un eructo.

-Mi hermano… -decía Shun, con ojos húmedos.

-¡Vale, se acabó!

Aioria se quitó a Ikki de encima, que rodó hasta quedar baca arriba en el suelo. El león se puso en pie.

-¡Aioria, tenemos que hacer algo!

-Por Dios… -el castaño suspiró-. Está bien, le meteremos dentro.

Aioria arrastró el cuerpo hasta el interior del templo y lo tumbó sobre el sofá. El cuello iba a matarle.

-Te he fallado, Shun… ¡He fallado a mi hermano pequeño! –Gimoteaba Ikki.

-Tú no me has fallado, hermano –se apresuró a decir este, arrodillándose a su lado y tomándole la mano, como si se estuviese muriendo o algo así.

Aioria observaba la escena, con ceño.

-Sí, te he fallado. Dejé que cayeses por esa pendiente ¡Y casi mueres!

-¿Qué? Pero si no fue nada –dijo Shun-. Tan solo una reacción alérgica. Además el que me empujó fue Aioria.

-¡¿Qué?! –Saltaron Ikki y Aioria, al mismo tiempo.

-Ahora que recuerdo… ¡Es verdad! –Dijo el fénix, incorporándose, no sin dificultad-. ¡Aioria, te mataré!

El completamente embriagado Ikki se tambaleó hacia Aioria, alzando los puños.

-¡No, Ikki! –Se apresuró a detenerlo su hermano-. Lo que quería decir es que solo fue un accidente. Nadie tuvo la culpa.

Entonces Ikki volvió a dejarse caer sobre el sofá, sollozando.

-Pero te dejé solo cuando lo estabas pasando mal… Me sentí tan impotente y culpable cuando… ¡hip! Cuando te vi en ese estado que… ¡hip! Que me entró el pánico. Soy el peor… ¡hip! ¡El peor hermano del mundo!

Ikki lloraba e hipaba desconsoladamente ante la desolada mirada de su hermano pequeño, y la mirada de total confusión de Aioria, para el que aquello se estaba volviendo cada vez más surrealista.

-¡Shun! –Exclamó el moreno, atrapando a su pobre hermano entre sus brazos, asfixiándolo-. ¡Mi pequeño Shun! ¡Prometo que nunca volveré a dejarte solo! ¡Nunca!

Shun notó como el abrazo de su hermano se iba aflojando hasta que este se dejó caer totalmente sobre el sofá, inconsciente. Lo siguiente que escucharon fueron ronquidos.

-Ikki… -decía Shun, con los ojos desbordantes de lágrimas.

Aioria resopló.

-Lo único que podemos hacer ahora es dejar que duerma –dijo. Y le subió las piernas y le acomodó en el sofá-. Vamos, ve a acostarte.

-¿Pero dónde dormirás tú?

-Quizá en el fondo del mar… -suspiró el castaño, agotado.

-¿Cómo?

-¡Oh! No me hagas caso –rió-. No te preocupes por mí, Shun, tú vete a dormir.

-¿Porqué no compartimos la cama?

-¡NO!

Shun le miró, asustado por aquella repentina reacción.

-Esto… Es que no quiero molestarte –rectificó el león, con una boba risita.

-No es molestia –rebatió el peliverde, con sencillez.

¿Pero porqué tenía que insistir tanto? Aioria se resignó. Estaba tan sumamente agotado que no tenía ganas de discutir ni de inventarse escusas.

-De acuerdo, Shun, si de verdad no te importar compartiré la cama contigo esta noche.

Shun le dedicó una de sus angelicales sonrisitas.

-Muy bien.

-Iré a tomar una ducha antes –dijo el castaño mientras arrastraba los pies hacia el cuarto de baño.

-¿Quieres cenar?

-Quiero morirme…

-¿Qué?

-Que no tengo hambre, no te molestes.

Aioria se metió bajo aquel chorro de revitalizante y cálida agua. En verdad lo necesitaba. Había sudado bastante en su persecución de Afrodita. Estaba tan física y mentalmente agotado que ni siquiera su mente le jugaba malas pasadas. No veía sórdidas imágenes de sus compañeros al cerrar los ojos ni se imaginaba las posibles consecuencias de dormir con Shun.  Lo cierto era que su nivel  de cansancio era tal que hasta pensó que ni su cuerpo reaccionaria por la proximidad de Shun. Y si lo hacía… ¡Pues al diablo! Lo acusarían de violador impúdico y lo crucificarían, y quizá así acabaría todo aquel calvario. Por ese día ya había tenido bastante. El silencio de Milo, La casi intoxicación de Afrodita y su posterior episodio psicótico, la borrachera de Ikki y como guinda del pastel una noche en la cama con Shun… ¡Y para colmo su dolor de cuello y espalda! Lo único que quería ahora era dormirse y finiquitar aquel caótico día.

Salió del baño, tan solo en ropa interior, y fluctuó, cual alma en pena, hacía lo que hasta el día de la llegada de Shun había sido su habitación. Allí lo esperaba su joven inquilino, ya metido en la cama, leyendo un libro, iluminado con la luz de la lámpara de la mesita de noche.

Cuando lo sintió llegar levantó la vista de su libro y le sonrió.

-¿Quieres dormir ya?

-Puedes seguir leyendo, si quieres, no me molesta.

-No, yo también estoy cansado –dijo el Caballero de Andrómeda, cerrando el libro y dejándole sobre la mesita-. Le he puesto a Ikki una manta por encima para que no coja frío.

-Bien…

Aioria se metió en la cama y Shun apagó la luz.

-Buenas noches, Aioria.

-Buenas noches…

Y aunque sea difícil de creer… No pasó nada.

 

A la mañana siguiente un resacoso Ikki emergía por la puerta de la cocina, con rostro enfermizo.

Aioria le siguió con la mirada mientras se servía una taza de café.

-Buenos días –saludo el dueño del templo con un claro tono de reproche que el fénix no notó o ignoró.

Al oír aquello, Shun, que estaba de espaldas a la puerta, haciendo unas tostadas en la cocina, se giró.

-¡Hermano! –Saltó, llenó de alegría-. ¡¿Cómo te encuentras?!

-No grites, por favor… -masculló el aludido, cerrando los ojos con gesto de dolor.

-Oh, lo siento.

-Anoche debiste de pasártelo en grande –habló Aioria, que mantenía aquel tono de sutil reprimenda, como el de un padre disgustado por el comportamiento de su hijo.

Ikki no contestó. Caminó parsimoniosamente hasta la mesa y se dejó caer sobre una de las sillas, con un largo resoplido.

-Hermano ¿Quieres unas tostadas? O si quieres puedo freírte unos huevos o un poco de beicon.

Al oír aquello Ikki se llevó una mano a la boca, ahogando una arcada, y salió corriendo de allí en dirección al baño.

-Creo que no tiene demasiado apetito –dijo Aioria, sin darle importancia alguna. Mientras le daba un largo trago a su taza de café.

-No entiendo que pudo pasársele por la cabeza para acabar en ese estado –comentaba Shun, con preocupación.

-Bueno, háblalo con él, cuando este mejor –y dicho aquello se dispuso a salir-. Me voy ya, hoy es el último ensayo.

-Que tengas mucha suerte –le deseó Shun, recuperando su sonrisa-. ¿Sabes qué? Nadine me dijo que fuese esta tarde al ensayo de los de Bronce, para ver dónde me colocaba ¿Puedes creerlo? Al final podré salir en la obra.

-Es fantástico –contestó el castaño, tratando de sonar alegre-. Bueno, hasta luego.

-Que vaya todo bien.

 

Cuando cerró la puerta de su templo se apoyó sobre esta y dejó escapar un largo bufido. Desde que se levantara su mente se había mantenido completamente en blanco. Pero no porque ya se sintiese mejor, si no todo lo contrario. Dentro de su cabeza había tal avalancha de información que estaba seguro de que en cualquier momento iba a colapsar. Y lo peor de todo era que aquella noche había dormido tan profunda y placenteramente (ni siquiera tuvo sueños turbios) que al levantarse por la mañana creyó que lo vería todo mejor. Pero se equivocaba. El hecho de haber descansado solo hizo que ahora su cerebro trabajase mejor y pudiese así poner en orden todo el caótico desorden de sucesos que albergaba.

Con resignación comenzó a subir en dirección al templo del Patriarca. No tenía ninguna gana de llegar. No quería tener que lidiar con los ensordecedores gritos de Nadine, no quería tener que ponerse a recitar su texto otra vez, pero lo que de verdad no quería era tener que encontrarse con Milo. Aquella preocupación por el silencio del Caballero de Escorpio comenzaba a tornarse en molestia. Si Milo quería decirle algo, ya fuese para bien o para mal, que lo hiciese ya. Empezaba a estar harto de su actitud. Aunque él fuese el menos indicado para tener algo como aquello en cuenta, ya que le estaba ocultando cosas a todos sus compañeros. Sin embargo esa mañana Aioria no podía evitar estar de muy mal humor. Y para colmo la noche anterior Ikki se había presentado en su casa después de una semana desaparecido, y además borracho. Y Aioria estaba convencido de que encima querría quedarse allí una temporada, con su hermano. Como si no tuviese ya suficientes problemas. Se llevó una mano a su dolorido cuello y emitió un quejido.

Cuando llegó al Templo de Piscis se sorprendió al ver salir de él a su guardián y de pronto todo lo ocurrido la noche anterior comenzó a pasar ante los ojos del Caballero de Leo a modo de diapositivas. ¡¿Cómo pudo haberse olvidado de él?! Entre Milo, Ikki, la obra y sus doloridos huesos había pasado totalmente por alto su odisea de la noche anterior con el descontrolado Afrodita.

Aioria vio que el peliazul ya había reparado en su presencia, pero para sorpresa de este Afrodita apartó la mirada.

-Buenos días, Afrodita –saludó el león, tratando de sonar… ¿normal?

-Buenos días –respondió Afrodita, por lo bajo.

-Estás… ¿Estás bien?

Ante aquella pregunta Afrodita pareció reaccionar y… ¿enrojecer? Aioria comenzó a preocuparse.

-Ehm… Si… ¡Sí! Estoy bien –y dicho aquello dio media vuelta, comenzando a subir los escalones hacia el Templo del Patriarca-. Vamos, o llegaremos tarde.

Aioria lo veía alejarse con una mezcla de extrañeza y preocupación ¿Qué era lo que ese médico le había dicho?

Continuó su camino, en pos de Afrodita, pero antes de ir a la sala de ensayos le haría una breve visita a alguien.

 

Cinco minutos después…

-¿Que qué le dije a Afrodita? –Repitió el doctor con aquella boba sonrisa con la que siempre parecía querer restar importancia a sus descomunales meteduras de pata-. No fue nada fuera de lo común. Solo le dije que le encontré desmayado cerca de su templo y le traje a la consulta –explicó-. Le dije que fue tan solo una bajada de tensión. Que no fue nada grave.

-Pues por su cara no parecía que él pensase igual.

-Hombre ¿Cómo se sentiría usted si de repente despierta, desnudo, en una consulta médica y sin recodar nada de lo que ha ocurrido la noche anterior?

-Bueno, visto así…

-No le dé más vueltas. Afrodita está bien.

Aioria suspiro.

-De acuerdo.

 

Algo más tranquilo salió de allí y fue hasta la sala de ensayos, dónde reinaba un silencio sepulcral tan solo interrumpido por el taconeo de cierta directora teatral que golpeaba el suelo con el pie y lucía bastante molesta.

-Vaya… es un placeg que decidas hongagnos con tu pgesencia –dijo Nadie, con evidente sarcasmo.

Aioria no tenía humor para discutir.

-¿Podemos empezar? –Se limitó a decir.

-¡Oh! Clago, tú mandas.

El castaño soltó un bufido.

Comenzaron el ensayo y estaba más que claro que ese día Aioria no estaba muy metido en su papel. Sonaba muy seco y monocorde. Sin embargo Nadine se mantenía en silencio, o al menos hasta que llegaron a la escena del balcón.

Una vez más llegó el momento del beso. Ambos protagonistas se miraban, y Milo lucía aquella mirada vacía de la última vez, parecía incluso hastiado. Aioria se molestó ante aquello, pero se aguantó y le dio el beso. Sin embargo este no fue como los anteriores. Fue un beso rápido y totalmente carente de sentimiento. Cuando se apartó del peliazul este le miró un poco confundido, y por su parte el castaño le dedico una dura mirada. Sin embargo aquel momento de tensión no duro mucho.

-¡¿Qué cgees que estás haciendo?! –Tronó Nadine-. ¡¿A eso le llamas beso?! ¡¿Dónde has dejado esa pasión que tanto te costó loggag?!

-He hecho lo que he podido –respondió Aioria, con frialdad, sin siquiera mirarla.

-¡Oh! ¡Entonces supongo que no hay pgoblema! ¡¿No?! ¡¿Quién te cgees que egues?! –Y de dos zancadas se puso ante él. Aioria levantó la vista para enfrentarla-. Pgimego llegas tagde al ensayo. Y ahoga no haces pegdeg el tiempo con tonteguias.

-¡¿Tonterías?! –Gritó ahora Aioria, perdiendo totalmente la poca paciencia que le quedaba-. Voy a decirle lo que es una tontería ¡Esto! Esto es una tontería. Toda esta absurda pantomima que a usted se le ha antojado es una soberana estupidez.

-Pegmiteme guecogdagte que esta sobegana estupidez ha sido un pedido de vuestga diosa al que vosotgos os pgestasteis. Y que la felicidad de muchas pegsonas depende de ella.

-¡Por favor! ¡Lo que esas personas necesitan son casas nuevas, no a doce hombres haciendo el idiota sobre un escenario! ¡Además somos nefastos! ¡Usted misma lo dijo! –Nadine abrió la boca para replicarle pero por increíble que pareciese Aioria no la dejó-. ¡En cuanto nos vean actuar empezaran a lamentarse por que el maremoto no se les llevase a ellos también!

Silencio…

Nadine se quedó estática, mirando a Aioria con una expresión indefinible.

Pronto Aioria se fue relajando y comenzó a ser consciente de lo que acababa de decir. Miró a su alrededor. Todos sus compañeros se habían quedado de piedra. Mudos por el estupor ante aquel arrebato de furia por parte del castaño y la dureza desmedida de sus palabras. Hasta Milo se había quedado con la boca abierta.

Casi temblando, Aioria se volvió de nuevo hacia la directora.

-Yo…

Pero Nadine no le dejó hablar. Dio media vuelta y salió de allí, encontrándose en el umbral de la puerta a Atenea, que fue a decirla algo pero no se detuvo.

La Diosa la vio alejarse con un suspiro y se volvió hacia Aioria, endureciendo la mirada de forma inusual en ella. Caminó hasta él ante las inclinaciones de cabeza del resto de sus caballeros. Aioria no sabía dónde meterse.

-¿En qué estabas pensando? –Le dijo, incapaz de disimular su enfado.

-Yo… Bueno… Verá…

-No tienes ni la más mínima idea de lo que acabas de hacer. De lo que le has hecho a ella –se volvió hacía el resto de sus súbditos-. Acercaos.

Todos obedecieron y entonces Atenea se sacó una foto de la cartera que lleva en un bolsillo de la falda y se la mostro a los dorados. En ella podía verse a un chico más o menos de la edad Shun. Tenía el pelo castaño y algo largo, y unos vivaces ojos azules. Era muy atractivo y a la vez lucía muy inocente, como el Caballero de Andrómeda.

-Este es Rafael, el hijo de Nadine –informó la diosa, para sorpresa de todos-. Una víctima del cataclismo de Poseidón –añadió, con dureza.

Todos se quedaron anonadados. Y Aioria se sintió como la más despreciable y sucia de las alimañas.

-Yo… yo no tenía ni idea de que… -trataba de excusase el león-. Si lo hubiese sabido yo…

-Déjalo, Aioria –le cortó Saori, aún con evidente molestia-. Y ahora prestadme atención todos, porque voy a explicaros quien es Nadine Touvais y porqué sabe tanto de vosotros.

Atenea cerró los ojos y dio un largo suspiro, Como si se preparase mentalmente para revelar aquella información. Todos la observaban, en expectante silencio.

-El marido de Nadine trabajaba para la Fundación Kido –comenzó a narrar la Diosa-. Se llamaba Alexander y era un contable. Su mujer, Nadine, era una actriz de mucho talento y éxito en Francia. Incluso había debutado en Broadway. Nadine trabajaba mucho, pero siempre encontraba tiempo para ir a Japón a visitar a su marido y a su hijo. En una de estas visitas Alexander me la presentó. Era una mujer muy vivaz y bromista –decía Atenea, cerrando sus ojos y sonriendo, como si evocase aquel momento en su mente-. Y muy hermosa. Era una persona única… -su gesto pareció entristecerse-. Nadine me regaló unas entradas para ir a verla a uno de sus estrenos. Por aquel entonces estaba casi continuamente de gira y en ese momento la tocaba actuar en Londres. Yo la dije que posiblemente no podría ir pero… -rió-. Ella insistió tanto que al final la acompañé junto a su familia a Londres para ver la obra. Y dejadme deciros que me maravilló. Nadine en el escenario podía arrancarte lágrimas o risas a su voluntad. Era increíble –volvió a suspirar y sus caballeros, que no perdían detalle de la historia, observaron como su gesto volvía a entristecerse-. Semanas después su gira llegó a Grecia. Iban a debutar en Atenas pero antes hicieron una actuación en la isla de Corfú, en un anfiteatro situado muy cerca del mar. Alexander había vuelto a Japón a trabajar pero Rafael quiso quedarse con su madre. Adoraba el teatro y le encantaba verla actuar –Hizo una pausa, y una lagrima comenzó a resbalar por su mejilla. Todos se preocuparon pero no dijeron nada-. Fue entonces cuando Poseidón despertó. Una inmensa ola azotó toda la costa de la isla y se llevó por delante todo el anfiteatro en medio de la representación. Nadine, que estaba en el escenario logró sobrevivir, pero Rafael… él estaba entre el público –hubo unos segundos de silencio, estaba más que claro que a Atenea le costaba mucho evocar aquel suceso-. Cuando me enteré fui de inmediato al hospital de Atenas donde se encontraba ingresada. Estaba fuera de peligro pero tenía muchas contusiones y la noticia de la pérdida de su hijo… -negó con la cabeza-. Nadine no volvió a hablar, ni siquiera con su marido, que no se apartaba de su lado. Días después, cuando Seiya y sus compañeros lograron vencer a Poseidón y comenzó la labor de la fundación de ayudar a la víctimas de los desastres, Alexander, que se sentía tan destrozado como Nadine por la pérdida de su hijo, decidió ayudar en la labores de rescate. Sin embargo él también murió en un accidente. Estaban tratando de liberar el curso de un rio de unas rocas que cortaban su cauce cuando el río se desbordó –los dorados estaban cada vez más atónitos con aquellas terribles revelaciones. Aparentemente agotada, la diosa se sentó en una silla para continuar-. Yo en persona fui al hospital a infórmala, pero cuando se lo dije ella no reaccionó. Seguía sin pronunciar palabra. Y yo me sentí en la obligación de ayudarla. Siempre que tenía tiempo iba al hospital y hablaba con ella. Ella no respondía nunca pero sé que me escuchaba. Sabía que muy dentro de ese cuerpo herido y sin ganas de seguir con vida seguía aquella mujer tan fuerte y llena de vida que conocí, así que me descubrí ante ella. Sentía que podía hacerlo sin miedo. Le hablé de quién era yo en realidad. Incluso bromeé con ello –añadió, con una risita-. Porque sé que de haber hablado ella habría hecho alguna broma con aquello. Le conté todo sobre nuestra orden, le hablé de cada uno de vosotros y de cuanto habías hecho. Convertí nuestras vidas en una especie de historia de ficción para animarla –su semblante volvió a ensombrecerse-. Pero… Hades regresó y yo tuve que dejarla. Cuando todo pasó y yo retomé mis labores como líder de la compañía empecé a visitar todas las zonas dañadas por Poseidón en las que estábamos ayudando. Y en una de ellas la encontré. Ya andaba y lucía aquella sonrisa radiante que tenía el día que la conocí. En cuanto la vi corrí a abrazarla. Ella se rió y me dijo: ¿Por qué has tardado tanto? ¿Acaso los dioses han vuelto a molestarte? –Sonrió, con extrema ternura-. No sabría describiros con palabras la felicidad que sentí al volver a oírla hablar. A verla otra vez tal y como era. Ella me dio las gracias y me dijo que haría todo lo posible por ayudarme con el desastre de Poseidón. Nadine se convirtió en mi más intima amiga, además de mi confidente. Por eso tengo plena confianza en ella y por eso espero que vosotros también la tengáis.

Atenea se puso en pie y les miró. Ninguno de los presenten dijo nada. Aún estaban digiriendo aquel relato.

-Quiero que sigáis con el ensayo. Os aseguro, que esto ayudará a muchas personas. Incluida a Nadine.

-Sí –contestaron todos al unísono.

Atenea caminó hacia la puerta, pero antes de salir se volvió una vez más hacia sus caballeros.

-Nadine no es un miembro de la fundación de ayuda para las víctimas del cataclismo –dijo-. Es una víctima más.

Y salió de allí. Dejando el lugar en sepulcral silencio.

-Pues yo creo que Aioria tenía algo de razón –dijo DeathMask, rompiendo el mutismo.

-¡DeathMask! –Le reprocharon, todos a la vez.

Se hizo el silencio…

-¿Y qué hacemos ahora? –Preguntó entonces Shura-. Nadine no está.

-Creo que deberíamos seguir con el ensayo de todas formas –dijo Aioros, y le dedicó una fulminante mirada de soslayo a Aioria, que solo puedo agachar la cabeza-. Tal vez vuelva en un rato.

-Vamos a empezar –habló ahora Shion, tomando la copia del guión que Nadine había dejado sobre la mesa-. Colocaos los primeros en intervenir. Venga, desde el principio.

Y así Shion tomó el relevo de Nadine como director de la obra. 

Y el ensayo se sucedió bastante bien, en parte porque ya tenían muy asimilados a sus personajes y también… Por la reciente reprimenda de Atenea y el descubrimiento del pasado de Nadine. Ahora aquella obra se había convertido en algo personal.

Por su parte, Aioria y Milo parecían haber adoptado una actitud bastante distinta a la del anterior ensayo. Aioria se mantenía ahora serio y metido en su papel, aunque se le notaba bastante nervioso, pues la culpa le carcomía por ser el causante de aquel alboroto y haber herido de esa forma –aunque no hubiese sido conocedor de los detalles- los sentimientos de Nadine. Por otro lado Milo, parecía haber dejado de lado aquella cerrada y desafiante actitud y cada vez que interactuaba con Aioria parecía hasta algo asustado. Cosa que no le era de ayuda al ya de por sí bastante nervioso León.

Hicieron dos pases completos de la obra por estricta orden de Shion antes de que este les dieses permiso para poder ir a comer.

Aliviados, todos comenzaron a salir. Milo salió el primero, y Aioria decidió rezagarse un poco para no tener que encontrarse con él (aunque estaba claro que él tampoco quería).

Cuando salió al exterior inhaló el fresco aire con fuerza. Escuchó pasos tras él, y vio que su hermano salía.

Se preparó mentalmente para una reprimenda. Sin embargo, un muy serio Aioros se paró junto a él, sin mirarle, y no dijo nada.

Aioria no sabía muy bien que decir para romper el hielo, aquella actitud era bastante poco propia de su hermano, y menos con él.

-Quieres… ¿Quieres que comamos juntos? Ikki ha vuelto y…

-No, Aioria, no quiero comer contigo –le cortó el mayor, de forma tajante. Y entonces le miró. Aioria tragó saliva con fuerza-. Porque si comemos juntos voy a querer una explicación que tú no vas a darme –dio un suspiro y su serio semblante pareció relajarse, pero eso preocupó aún más a su hermano pequeño-.  Estoy muy preocupado por ti Aioira. Te pasa algo, y debe ser algo muy grave como para que no puedas contármelo ni siquiera a mí. Pero también empiezo a estar cansado de tu actitud –negó con la cabeza-. En el momento en que quieras hablar yo estaré dispuesto a escucharte y ten por seguro que haré lo que sea para ayudarte. Hasta entonces… Espero que reflexiones un poco sobre tu actitud.

Y dicho eso… se marchó de allí. Dejando a Aioria al borde del llanto. Se sentía demasiado culpable de demasiadas cosas.  Eran ya demasiadas cosas para el pobre Caballero de Leo. Ahora no solo debía lidiar con las cargas que había ido aculando desde que aquellas extrañas sensaciones en su interior comenzaran a manifestarse, también había herido de forma cruel a una pobre mujer que seguramente había sufrido más de lo que él jamás podría imaginar. Y para colmo de males, había hecho lo que nunca creyó que podría lograr: Decepcionar a su hermano. Ahora sí que podía considerar que había tocado fondo.

Se secó con el dorso de la mano aquella lagrima que no había podido controlar y entonces sintió otro pinchazo detrás de su hombro. Estaba claro que todo aquel estrés no era ni de cerca bueno para sus problemas lumbares.

-¿Te encuentras bien, Aioira?

El aludido se giró para encontrarse con Dhoko y Shion, que salían ahora.

 -Sí, no es nada.

-¿Seguro?

Evidentemente nada convencido por aquella respuesta, Dhoko le dio un manotazo en el hombro. Ante el que Aioria se retorció de forma mecánica.

-¡Au!

-¿Te diste algún golpe ahí? –Preguntó el Caballero de Libra.

-No… -contestó el dolorido Aioria, masajeándose la zona golpeada-. Hace ya días que me duele. Empezó a dolerme el cuello, luego la espalda… y creo que ahora me duele todo.

-¡Pero Aioria, eso no está nada bien! –Saltó Dhoko.

-¿Porqué no fuiste a ver al médico? –preguntó ahora Shion.

-¡NO!

Tan solo la mera mención de ese sujeto crispaba al joven león, pero pronto fue consciente de su reacción al ver los gestos de sorpresa e incredulidad de sus compañeros.

-No, bueno… Es solo que… No me gustan mucho los médicos –trataba de excusarse nerviosamente el castaño-. Además, seguro que no es nada. Se me terminará pasando.

-Cuando el dolor va a más no puedes decir que no es nada –le recriminó Dhoko, serio.

-Tiene razón, Aioria –añadió Shion.

Y una vez más se vio envuelto en un aprieto ¿Cómo decirles que no quería ir a ver a ese médico porque ya había ido más veces de las que podía recodar en los últimos días y todas y cada una de sus visitas habían terminado peor que la anterior?

-Bueno, quizá no sea necesario un médico –dijo Dhoko.

Y sin miramiento alguno empezó a palpar con sus manos los hombros de Aioria, clavándole los dedos y haciendo que su propia víctima se retorciese de dolor. 

-¡Au! ¡¿Pero qué estás…?! ¡Au! ¡Para! ¡Au!

Dhoko le soltó.

-Cielos, Aioria, tienes los músculos muy agarrotados.

-Si… Tenía una ligera idea de ello… -contestó Aioria, masajeándose las zonas dañadas y dedicándome una muy poco halagüeña mirada a Dhoko.

-No te preocupes, conozco a un genio de la fisioterapia que podrá ayudarte.

-¿De verdad? ¿Es algún médico del pueblo?

-No, que va. Está aquí mismo, en el Santuario.

-Oh, y… ¿Quién es?

-Pues Shiryu –respondió Dhoko, con una sonrisa de oreja a oreja.

-Shiryu… -repitió Aioria, bastante escéptico.

-Así es, tiene unas manos que obran milagros. Pásate después de comer por mi templo –miró ahora a Shion-. ¿Te vienes a comer?

-No, tengo cosas que hacer.

-Ah ¿Y no comes?

-Claro que comeré.

-Bien, pues invítame a comer contigo.

-Creo que no has captado con mi declinación de tu oferta de ir a tu templo mi sutil manera de decirte que quiero comer solo.

-Como te pasas de tosco a veces…

-No quería ofenderte.

-Pues lo has hecho.

-Pues perdona.

-¿Y se puede saber porque no quieres que comamos juntos? Casi siempre comemos juntos.

-Tú lo has dicho, casi siempre.

-¿Y hoy por qué no?

-Ya te lo he dicho, tengo cosas que hacer.

-¿Y qué? No voy a molestarte.

-Sí, sí que lo harás. Siempre lo haces.

-Porque nunca sabes cuándo parar de trabajar. ¿Te recuerdo que ahora el Patriarca es Saga? Y ya tiene experiencia de sobra.

-Hay muchas cosas que Saga aún tiene que aprender. Y te recuerdo que la mayor parte de mi trabajo ahora está enfocado a la Fundación Kido no al Santuario.

-Oh, había olvidado esas nuevas labores tuyas como directivo de empresa. ¿Podrías enseñarme tu título de empresariales?

-Por supuesto, creo que lo guardé en el mismo sitio que tu alumno guardó el suyo de fisioterapia.

-Me encanta cuando sacas a pasear esa lengua venenosa tuya.

-Y yo odio cuando no paras hasta que lo logras.

Silencio….

Aioira, que había observado en sepulcral silencio aquella “escenita” creyó ver como una pequeña y sutil sonrisa se dibuja en el rostro de ambos. Muy disimulada en Dhoko y casi imperceptible en Shion.

-Bien, te libras porque hoy tenemos un paciente en nuestro templo –dijo Dhoko, dándole un señor manotazo en toda la espalda al dolorido joven.

-¡AU!

-Vamos, Aioria, te acompaño.

-Hasta luego –se despidió Shion, antes de entrar de nuevo en el Templo del Patriarca.

Dhoko se despidió de él en el Templo de Libra (con otro sonoro golpe en su zona más dolorida) y Airoa se arrastró unos escalones más hasta el suyo.

Y al fin tuvo una alegría en medio de todo aquel nefasto día. Nada más entrar en su templo un embriagador aroma llenó sus fosas nasales.  Además el templo estaba reluciente.  Se notaba que lo habían limpiado a  conciencia.

Shun salió de la cocina, con un delantal puesto y un pañuelo  sobre la cabeza.

-Bienvenido, Aioria ¿Cómo te ha ido el día?

Aioria solo atinó a sonreír y cerrar los ojos. Por unos momentos se dejó llevar por aquel idílico momento. Así debían sentirse las familias que salían en los programas de televisión. Cuando el hombre llegaba cansado tras un duro día de trabajo y era recibido por su cariñosa esposa y agasajado con los más exquisitos manjares para su deleite como recompensa por sus esfuerzos.

Pero desde luego aquella estampa tan tierna poco iba a durar.

Ikki emergió del salón, arrastrando los pies y con cara de muy pocos amigos.

-¿Qué hay? –Saludo cuando paso junto a Aioria, sin mirarle si quiera.

En fin… En toda familia feliz debía haber siempre un hijo rebelde.

Con un suspiro, Aioria fue hasta el sofá y se sentó.

Shun se acercó a él, sin dejar de lucir su radiante y atrayente sonrisa.

-¿Qué tal el ensayo?

-Pues… -Aioria pensó que era mejor omitir lo detalles de su arrebato de ira frente a todos sus compañeros-. Bien –mintió finalmente, con una fingida sonrisa.

-No sabes cuánto me alegra oír eso ¡Mañana es el gran día!

-Sí…

-Y esta tarde sabré que papel me ha guardado Nadine. Ikki ¿Quieres que la pida un papel para ti?

-¡No! –Se oyó desde la cocina.

-Le comenté lo de la obra antes y después de reírse dijo que le parecía una soberana estupidez –comentó el peliverde, haciendo un adorable mohín.

-Bueno, déjale –le respondió Aioria, sin muchas ganas. Se encontraba cansado y su espalda le dolía más que nunca después de esas delicadas muestras de afecto por parte de Dhoko.

-En fin, comamos.

Aioria ayudó a Shun a llevar las cosas al salón para comer allí (Shun había insistido puesto que quería celebrar el regreso de Ikki). Por su puesto Ikki no movió un dedo para ayudar, y eso que ya parecía sentirse bastante mejor desde su turbio despertar.

Comieron en silencio por parte del anfitrión del templo y el nuevo invitado, Shun se encargaba de hablar por todos.

-Mañana por la mañana un autobús vendrá a buscarnos para llevarnos al aeropuerto y de allí iremos en avión hasta la isla donde haremos la representación –comentaba Shun, que cada vez parecía más deseoso de que el día siguiente llegara.

-¿Ya le has dicho a los demás que has vuelto? –Le preguntó Aioria a Ikki.

-Aún no –contestó este, sin dejar de comer.

-¿Y a qué esperas? Al menos deberías presentarte ante Atenea.

-Eso mismo le dije yo –se unió Shun.

-Iré después, cuando Shun se marché a ese ridículo ensayo.

-Hermano, no hables así. Hacemos algo muy importante –le regañó el menor.

-Sí, lo que tú digas.

Aioria no dijo nada, ya que antes habría estado totalmente de acuerdo con Ikki.

Cuando terminaron de comer Aioria ayudó a Shun a recogerlo todo. Y una vez más Ikki no hizo absolutamente nada.

-Bueno, yo ahora tengo que salir –le dijo el castaño al peliverde.

-¿Eh? ¿A dónde vas?

-Al templo de Dhoko –contestó Aioria, llevándose una mano a uno de sus doloridos hombros.

-Ah ¿Por fin vas a hacer algo con tu espalda?

-¿Qué? ¿Cómo sabes qué…?

-Bueno, hace días que veo que te duele –comentó Shun, algo avergonzado-. Pero no quise decirte nada porque te veía muy estresado y no quería molestar. Quise darte unos días antes de regañarte –añadió con una de sus encantadoras sonrisas-.  Además, lo he supuesto cuando has dicho que ibas al templo de Dhoko. Shiryu tiene en verdad unas manos mágicas para esto. Siempre que teníamos algún dolor en algún músculo  él lo arreglaba casi de inmediato ¿Verdad, Ikki?

-Sí, si… -contestó el fénix desde el sofá, donde zapeaba con el mando a distancia de la televisión.

-Shiryu hará que te sientas mejor, ya lo verás.

-Bien, gracias… -contestó Aioria, algo sorprendido. Shun le había ahorrado las explicaciones-. Bueno pues… Me marchó ya. Buena suerte en tu papel en la obra. Espero que luego me lo cuentes todo.

-¡Claro que sí! –Contestó Shun, emocionado por el interés de Aioria-. Que te vaya bien con Shiryu.

Y dicho eso… Shun le plantó un beso en la mejilla a Aioria.

Se quedaron mirando. Aioria se había quedado estático y con una expresión indescriptible. Shun, por su parte, consciente ahora de lo que cavaba de hacer enrojecía por momentos.

-Me… me marcho.

Esas fueron las últimas palabras de Aioria antes de salir y cerrar la puerta tras él. Entonces sus ojos se abrieron como platos.

Aquello sí que era el colmo de lo inusual, y si tomamos en cuenta todas las cosas que le habían pasado a Aioria en los últimos días, era ya decir mucho…

Pareció que Shun también se dejó llevar por aquella ensoñadora escena del matrimonio feliz, solo que él terminó por exteriorizarlo. ¿Qué debía pensar Aioria de todo aquello? Cualquier conclusión a la que llegase le parecía demasiado irreal. Tan irreal como apetecible.

Una nueva punzada de dolor le hizo regresar a la realidad. Debía llegar al Templo de Libra y rezar porque Shiryu tuviese de verdad aquellas “manos mágicas”.

Mientras ascendía hasta el siguiente tempo Aioria no podía sacarse de la cabeza lo ocurrido, a pesar de los horribles dolores. A la única conclusión lógica que podía llegar era que Shun simplemente se sentía extremadamente feliz y no había podido evitar demostrárselo a Aioria con aquella pequeña y simple muestra de afecto. Sí, solo podía ser eso. Shun estaba radiante de felicidad. Había pasado varios días en cama, dolorido, y ahora se sentía mucho mejor, su hermano había regresado y además iba a participar en la obra, cosa que estaba deseando desde que Aioria le habló de ello. Por no decir que la relación entre él y el Caballero de Leo había mejorado mucho en los últimos días. No debía tratar de buscarle motivos retorcidos a algo tan simple como un simple beso en la mejilla. ¿O sí…?

Por el momento sus existenciales luchas internas tendrían que esperar. Ya se encontraba frente a la puerta del templo de Dhoko. Llamó.

La puerta no tardó en abrirse, descubriendo tras ella a un sonriente Dhoko.

-Te esperábamos. No te cortes, pasa.

-Hola –saludó el castaño, entrando en el templo.

-¡Shiryu, tu paciente ha llegado! –Avisó el maestro.

Shiryu se presentó de inmediato, luciendo una tranquila sonrisa.

-Hola, Aioria –saludó-. El maestro ya me ha comentado que tienes algunos problemas musculares.

-Sí…

-Bien, siéntate en el sofá y veamos cómo estás.

-De acuerdo…

Aioria obedeció y se sentó en el sofá. Shiryu se colocó a su lado, sin sentarse, y colocó sus manos sobre sus hombros. El castaño notó como el dragón le exploraba con sus dedos, pero curiosamente no sintió ningún dolor, si no todo lo contrario, a diferencia de Dhoko, Shiryu era mucho más delicado y, había que decirlo, se notaba que sabía lo que hacía.

-Vaya… -murmuró el moreno.

-¿Qué ocurre? –Preguntó Aioria, preocupado, aquel tono de voz no le había gustado demasiado.

-Sí que tienes los músculos agarrotados, Aioria. Tienes muchos nudos.

-Te lo dije –dijo Dhoko.

-Túmbate boca abajo sobre el sofá –pidió ahora Shiryu-. Quiero explorarte bien la espalda.

-Está bien.

Aioria hizo lo mandado y Shiryu realizó el mismo proceso exploratorio en la fuerte espalda del león.

-Y la espalda tampoco está mucho mejor –comentó ahora el de bronce-. ¿Hace cuanto que te duele?

-Unos días. El dolor comenzó a molestarme de verdad a principios de esta semana.

-No debiste haber esperado tanto a que te lo viese alguien.

-Eso le dije –siguió añadiendo Dhoko, que permanecía allí, observándolo todo.

-Ya puedes incorporarte –le indicó el dragón. Aioria volvió a sentarse en el sofá-. Me temo que esto nos llevará más de una sesión –declaró finalmente.

-Pero mañana tenemos el estreno de la obra –les recordó Dhoko.

-Es cierto –Shiryu pareció meditar un momento el asunto-. Hoy podría hacerte un pequeño arreglo. Desde luego no podré solucionarlo en tan poco tiempo pero al menos mañana te sentirás mucho mejor comparado con estos días. Pero cuando volvamos tendremos que seguir con las sesiones.

-No sabes cuánto te lo agradezco, Shiryu –dijo Aioria.

El dragón sonrió.

-No tienes porque agradecérmelo, para mí es un placer poder ayudaros.

-Bien, pues pasemos a la sala de terapia –anunció Dhoko, con una sonrisa.

Aioria fue guiado hasta la habitación que se encontraba más al fondo del templo.

Lo primero que notó Aioria en cuanto entró fue un intenso aroma a algo parecido al incienso. Aquella habitación estaba completamente cerrada, iluminada tan solo por la luz de varias velas. Había posters con dibujos de la fisionomía del cuerpo humano donde podían apreciarse los músculos y los huesos y varios libros apilados en una estantería y sobre una mesa. También había un pequeño armario. Y en el centro una camilla junto a la que había una pequeña lámpara alógena, ahora apagada. Otro detalle curioso era que en una de las paredes había extrañas máscaras tribales cuya procedencia Aioria no lograba determinar.  También había algunos cuchillos de madera, un arco y una cerbatana. El castaño no tenía muy claro que tenía que ver todo aquello con los dolores musculares, sin embargo prefirió no darle vueltas al asunto.

-Bien –dijo Shiryu-. Voy a por unas cosas. Tú mientras desnúdate.

 Aioria se volvió de improviso hacía él.

-¿Qué…?

Shiryu tomó una toalla que había ya preparada sobre la camilla y se la tendió.

-Puedes taparte con esto. Bien, regresaré en un momento.

-Si necesitáis cualquier cosa tan solo llamadme –dijo Dhoko.

Ambos salieron y la puerta se cerró. Y Aioria se quedó en el sitio, con la toalla en una mano y la boca aún abierta.

No supo porqué no vio venir aquello mucho antes. Sus dolores habían sido tan grandes que habían bloqueado las señales de alarma que debieron de informarle  que una sesión de masaje con Shiryu no podía ir a buen puerto. Y allí estaba ahora, con la expresión más boba de todos los tiempos desdibujada en su rostro y haciéndose a la idea de que en breves momentos el joven dragón estaría palpando su desnudo cuerpo.

Casi temblando observó la camilla como si fuese el patíbulo donde iban a ejecutarlo. Era una camilla cuya parte central que podía plegarse –Aioria supuso que dependiendo de la zona del cuerpo a tratar- y tenía una agujero en un lo de laterales superiores –Aioria supuso que para poder espirar estando boca abajo- y otro en el centro, un poco más abajo de donde la camilla se plegaba. Pero ese agujero permanecía cerrado, y el león no le atribuía utilidad.

Con un largo suspiro de rendición, Aioria comenzó a desvestirse mientras se preparaba mentalmente para lo que iba a suceder. Debía mantener la mente muy fría y no pensar en nada turbio.

Una vez tan solo le quedó puesta su última y más íntima prenda dudó por unos segundos si sacárselo o no. Pero recordó que Shiryu le había dicho que se tapará con la toalla, así que, finalmente, se quitó su ropa interior y se tapó con la susodicha toalla. Al menos no estaría del todo desnudo.

Mientras esperaba, Aioria se distrajo mirando aquellos objetos colgados en la pared. Lo cierto era que cada vez llamaban más su atención. Aunque de la misma manera le preocupaba pensar que tuviesen algún tipo de aplicación sobre lo que le ocurría.

En ese momento Shiryu entró en la habitación. Llevaba puesta una bata blanca y se había recogido el pelo en un moño tras su cabeza.

Aioria se quedó prendado de tan bella y provocadora estampa.

Shiryu sacó del armario una sabana con dos agujeros, que al doblarla ambos agujeros quedaban uno sobre otro. La colocó sobre la camilla, donde los mencionados agujeros servían para que no tapase la salida dispuesta para la cara.

-¿Aioria?

La voz del moreno parecía venir de muy, muy lejos.

-¿Sí…? –Respondió el león, con una boba y somnolienta sonrisa.

-¿Estás bien?

-Sí…

-Esto… ¿Puedes subirte a la camilla?

-¿Eh…?

-La camilla. Tienes que subirte para que pueda empezar.

Y aunque se tomó su tiempo, Aioria regresó al mundo real.

-¡¿Eh?! ¡Ah, sí! Disculpa…

Con torpeza, el castaño se subió en la camilla.

-Bien, túmbate boca abajo, con la cara sobre el agujero de ahí –le indicó el dragón, señalando aquella vía respiratoria que traía consigo el útil.

-De acuerdo…

Una vez estuvo colocado, Shiryu se situó a su lado.

-Voy a empezar –informó.

-Está bien…

Sus dedos comenzaron a palpar los músculos del dorado desde el cuello, pasando por los hombros, hasta la mitad de la espalda.

-Estoy localizando las zonas donde hay acumulada mayor presión para empezar trabajando sobre ellas.

-Bien…

Una vez la fase exploratoria concluyó, Shiryu fue hasta el armario, de donde extrajo un pequeño frasco. Regresó donde Aioria y se echó un poco del contenido del frasco en las manos y reanudó su labor.

A pesar de estar boca abajo, Aioria no tardó en notar el fuerte y mentolado aroma de aquel aceite.

El Caballero de Leo no tardó en comprobar que lo decían de Shiryu y sus “manos mágicas” no era ninguna exageración. Pronto comenzó a dejarse llevar y la imagen del suelo ante sus ojos se fue haciendo paulatinamente borrosa mientras estos se cerraban. De vez en cuando sentía algún pinchazo y aunque no se quejaba su cuerpo sí que respondía de forma refleja con una pequeña convulsión, ante lo que inmediatamente Shiryu se disculpaba y un adormilado Aioria contestaba que no tenía importancia.

No supo cuanto tiempo había pasado hasta que empezó a sentir aquella cada vez más familiar sensación, acompañada de una fuerte sensación de presión en su entrepierna. Finalmente las habilidosas y extremadamente delicadas manos de Shiryu habían despertado los más bajos instintos del león, y con ello a aquel maleducado apéndice suyo. 

Aioria se removió, incómodo.

-¿Te hago daño? –Preguntó el moreno, mientras sus dedos amasaban las caderas del cada vez más fuera de sí dorado.

-N-No…

-Avísame si te duele.

Shiryu continúo deshaciendo nudos musculares, liberando presión y…. sin proponérselo, dándole a Aioria más placer de lo que en una sesión de ese tipo cabría esperar.

Por su parte, Airoia solo podía morderse el labio. Su entrepierna le iba a estallar. Shiryu le estaba poniendo cachondo por momentos y al estar boca abajo… su miembro viril estaba sufriendo una insana presión entre la camilla y el peso corporal de su dueño.

Y así estuvieron casi una hora…

A pesar de lo relajantes –y a la vez estimulantes- que resultaban las prodigiosas manos de Shiryu, aquello era cada vez un tormento mayor, y el tiempo parecía no avanzar…

-Bien ¿cómo te sientes, Aioria? –Preguntó de pronto el moreno.

-No lo sé… Creo que bien.

Shiryu rió.

-Bueno, es normal. Llevó bastante rato trabajándote los músculos. Te aseguro que en unos minutos te sentirás mucho mejor –caminó hasta la puerta-. Tú no te muevas de ahí. Voy a buscar un aceite relajante especial que tiene Dhoko y te daré un último masaje para relajar los músculos. Ya verás cómo te sientes mucho mejor.

Y salió de allí.

Aioria dio un largo suspiro. ¿Qué no se moviese había dicho? ¡Eso era imposible!

Se levantó de la camilla de inmediato. Lo primero que sintió fue un fuerte mareo. Demasiado tiempo tumbado boca abajo como para levantarse tan rápido. Pero bueno, eso no fue nada comparado con el alivio al sentir que su miembro volvía  tener espacio para maniobrar, si no fuese por esa toalla.

Meditó muy seriamente que hacer. Necesitaba quitarse esa cada vez más molesta toalla y aliviarse pero… Shriyu no tardaría en regresar. Y tampoco podía arriesgarse a ir hasta el baño y que le descubriesen. Si algo le habían enseñado sus desventuras de los últimos días era que su suerte… Ya no existía.

Debía relajarse. Debía pensar en otra cosa. De forma mecánica su vista se desvió hacia aquella pared decorada con aquellos útiles de alguna tribu. Se acercó, con curiosidad, y tomó aquella cerbatana de madera. Tenía un diseño simple pero resultaba muy atractiva.

Sobre una mesita situada justo debajo había un bote con dardos, decorados con plumas.

Como movido por alguna fuerza invisible, y haciendo honor a la curiosidad de los felinos del signo que representaba, tomó uno de aquellos dardos, lo introdujo dentro de la cerbatana y se la llevó a los labios. Sopló.

Nada.

El dardo no salía.

Volvió a llevarse a la boca y sopló. Sopló y sopló y… nada.

Ofuscado, tomó todo el aire que pudo, cerró los ojos y sopló con todas sus fuerzas.

¡PAM!

Cuando abrió los ojos se encontró con el cuerpo de Shiryu desplomado en el suelo con el dardo clavado en un hombro.

En un primer momento Aioria se había quedado tan bloqueado que no reaccionó.

Pero pasados unos segundos…

-¡Ay, Dios mío!

Corrió hacia el inerte cuerpo de Shiryu. Lo primero que hizo fue quitarle el dardo y tocarle el cuello para ver si tenía pulso.

Suspiró, aliviado. Solo estaba inconsciente.

-Shiryu… ¡Shiryu! –Trataba de reanimarlo Aioria, mientras lo zarandeaba entre sus brazos con cada vez más fuerza-. ¡¿Pero a quién se le ocurre tener dardos de verdad en una casa?! –Aunque otra cuestión le vino seguida a esa-. ¿Y qué imbécil se le ocurre probarlos…?

-¿Shiryu?

La voz de Dhoko se escuchó del otro lado del templo. El Caballero de Libra se acercaba.

-¡Porras! –maldijo-. ¿Qué hago, qué hago, qué, qué hago…? –Se autorrepetía.

Y de improviso se le vino a la cabeza las más absurda e irresponsable de la ideas.

Tomó a Shiryu de los brazos y arrastró su inerte cuerpo hasta la camilla, colocándole bajo esta. Después, desdobló la sabana que el dragón había colocado antes para que cayese por ambos lados hasta el suelo y así ocultar el cuerpo de Shiryu de los ojos de Dhoko.

Pronto lo poco que le quedaba de razón le alertó de que aquello era estúpido y una fatal idea, lo mejor sería admitir ante Dhoko lo que había hecho. Después de todo había sido un accidente…

Aioria estaba a punto de sacar el cuerpo del delito de debajo de la camilla cuando Dhoko apareció por la puerta.

-¿Dónde está Shiryu?

-Ah… Pues no lo sé –contestó Aioria, encogiéndose de hombros y con una boba y nerviosa sonrisa-. Dijo que iba a por un… aceite relajante.

-¿Uhm? –Dhoko se agachó y tomó el frasco que había en el suelo y que momentos antes había estado en manos de Shiryu-. Pero si está aquí.

-Anda, por eso no le encontraba –rió Aioria, cada vez más nervioso.

-¿Y dices que salió? –preguntó Dhoko, mirando el frasco, con extrañeza.

-S-sí…

-Bueno, él sabe que Shion tiene otro frasco del mismo aceite, supongo que como no encontró este fue al Templo del Patriarca a buscar el otro, y como yo estaba en el baño no le vi salir.

-Seguro que fue eso lo que pasó –afirmaba Aioria, asintiendo muy rápido con la cabeza.

Dhoko le estaba ahorrando todas las escusas. Al fin algo de suerte.

-Lo que no entiendo es por qué no me preguntó dónde estaba –seguía cuestionándose Dhoko, mirando aquel frasco.

-Seguro que Shiryu no quería molestarte mientras estaba en la baño –soltó Aioria.

Dhoko suspiró.

-Este chico… Siempre tan cumplidor. Pero mira que no darse cuenta de qué tenía el bote delante –se encogió de hombros-. En fin, a veces olvido que sigue siendo un crío, supongo que es normal que de vez en cuando tenga algún despiste.

-Normalísimo -asentía  Aioria.

-No todo puede ser perfección, entonces ya sería preocupante. Me alegra ver que en el fondo Shiryu también es humano –rió.

-Totalmente humano  -seguía asintiendo Aioria, dándole al maestro la razón en todo, cada vez más nervioso.

-Bueno, supongo que si quería este aceite es porque ya casi había terminado.

-Sí, eso me dijo.

Dhoko sonrió.

-Perfecto, entonces es mi turno.

Aioria fruncía el ceño al tiempo que alzaba una ceja.

-¿Tú turno?

Dhoko asintió, con una amplia sonrisa.

-Así es. Verás, tras hablarle a Shiryu de tu problema y tras haber explorado tus musculos llegamos a la conclusión de que lo mejor era aplicarte dos tratamientos –explicaba el maestro-. Mañana nos iremos para el estreno y estaremos todo el fin de semana fuera así que hasta el lunes Shiryu no podía darte otra sesión de masaje. Por lo que esta opción es la que mejor te va a venir.

-¿Pero qué se supone que me vas a hacer? –Preguntó Aioria, que cada vez entendía menos-. ¿Darme otro masaje?

-No –contestó el de Libra, con una amplia sonrisa-. Lo que vamos a hacer es una buena sesión de acupuntura.

-¿Cómo?

-Oh, no te preocupes, soy muy bueno. Casi tanto como Shiryu con los masajes.

-Pero es que… no entiendo… -trastabillaba, que cada vez sentía más como un conejillo de indias que como un paciente.

-Tranquilo, Aioria, es un remedio ancestral muy eficaz. Confía en mí, te vendrá bien.

-Bueno... Vale…

 Dhoko miró el frasco de aceite que aún tenía entre las manos.

-Pero antes voy a terminar lo que Shiryu empezó. Vamos, vuelve a tumbarte sobre la camilla –le indicó el maestro.

Tragando saliva con fuerza, Aioria obedeció. Se tumbó boca abajo sobre la camilla, introduciendo su cara en aquel agujero y entonces… lo vio.

Ahí estaba, el dormido rostro de Shiryu, a tan solo unos palmos de distancia. Aioria se sintió muy mal por dejar a su “´víctima” sobre el frío y duro suelo. Aunque se sintió aún peor de no contarle la verdad a Dhoko, que gracias a la sabana de la camilla que ahora caía por ambos lados de esta no veía el cuerpo.

-¿Dhoko…? –Habló el león, mientras sentía como el maestro comenzaba a esparcirle aquel aceite de extraño aroma.

-No te preocupes –respondió el aludido, antes de que Aioria terminase lo que fuese que iba a decir-. La fisioterapia no es mi campo, pero esto es solo un masaje para relajarte. No hace falta tener mucha maña, tan solo unas manos cariñosas –rió.

-No es eso… -terció Aioria, que trataba de mantener los ojos cerrados para no tener que ver el rostro de Shiryu-. Es sobre esos objetos que tenéis en la pared.

-¿Oh, eso? Tan solo son baratijas de mis últimos viajes con Shion.

-Ahá… Esto… ¿Y esa cerbatana?

- ¿Te gusta? Es de una tribu amazónica de nuestro viaje por Sudamérica. ¿Y sabes qué? No es ninguna imitación, Shion y yo nos introdujimos juntos en la selva. Sin guía –rió el dorado, mientras narraba sus vivencias-. Nos lo tomamos como una pequeña aventura, aunque luego a los de la agencia de viajes no les hizo gracia que nos separásemos del grupo. En cualquier caso, nos encontramos con esta tribu y nos acogieron con mucha hospitalidad. Lo sé, suena raro, pero deberías saber que estas gentes están más en sintonía con el cosmos y las demás fuerzas de este mundo que el resto de personas. Se parecen mucho a nosotros. Pronto notaron que estábamos en sintonía con las energías de la naturaleza y nos trataron como si fuésemos parte de la tribu. Ya podría el mundo aprender de esas gentes… -suspiró, melancólico-. En fin, también hay que decir que Shion logró entenderse muy bien con ellos, verbalmente hablando. Cada vez que creo que este hombre no puede sorprenderme más… Se pone a conversar con una tribu indígena de la amazonia ¡En su idioma! –Rió-. Entiendo que dedicase años a estudios… generales, pero creo que a veces exagera. 

-Suena interesante –habló por fin el león, que veía que si no interrumpía ahora a su nuevo masajista no podría continuar con sus preguntas-. ¿Y qué me dices de esos dardos? ¿Son de verdad?

-Claro que lo son.

-Oh…

Aioria sintió que le faltaba el aire.

-Tranquilo –le dijo Dhoko al notar como sus músculos se tensaban.

-Y… ¿Y son muy venenosos?

-¿Venenosos? –Repitió el maestro, mientras seguía masajeando la espalda de Aioria-. Que va. Son dardos somníferos.

-¿Somníferos?

Aioria se relajó en el acto.

-Eso es, relájate –dijo el dorado, complacido-. Sí, tan solo son dardos somníferos –continuó con su explicación-. Verás, al internarnos por la selva solos… Bueno, está claro que al haber animales salvajes no es un lugar seguro. Y nosotros no podríamos matar nunca a un animal, y menos cuando hemos sido nosotros los que nos hemos introducido en su territorio. Así que las buenas gentes de esa tribu nos obsequiaron con la cerbatana y esos dardos somníferos, por si nos veíamos en algún apuro poder zafarnos de él sin dañar a ninguna animal.

-Oh… y… ¿Qué pasaría si uno de esos dardos dieses a una persona? –Preguntó ahora el león, como quien no quiere la cosa.

-Supongo que dormiría por unas horas. Dependería de su complexión.

-Digamos… que es uno de nosotros.

-Siendo así… -Dhoko pareció pensárselo un poco-. Nosotros estamos más entrenados que el resto de la gente, así que supongo que uno de nosotros dormiría más o menos durante una hora. O menos.

-Ah…

Dhoko rió.

-¿Te interesan las culturas amazónicas?

-No especialmente…

-Bueno, basta de charla por ahora. Debes relajarte.

Dhoko continuó con aquel masaje relajante. Pero en esos momentos ni siquiera las manos de Dhoko podían apartar la mente de Aioria de la horrible realidad. El castaño no podía pensar en otra cosa que no fuese que en quizá en menos de una hora, el muchacho que había bajo la camilla despertaría y querría explicaciones. Y llegado ese momento Aioria querría morir.

Pese a todo, las manos de Dhoko comenzaron a frotar, con un increíble equilibrio entre la delicadeza y la firmeza, las caderas del león.

-Ufff…

Aquel repentino resoplido que se le escapó involuntariamente a Aioria arrancó una carcajada por parte de Dhoko.

-Te gusta ¿Eh? Ya te lo dije, no soy tan experto como Shiryu en lo que a la parte técnica de los masajes se refiere, pero para esto… solo hacen falta unas manos cariñosas.

Momentos antes, y evocando los golpes que le había dado aquella mañana, Aioria jamás habría catalogado las manos de Dhoko como cariñosas. Pero en esos momentos… Bueno, quizá cariñosas tampoco era la palabra adecuada. Lo cierto era que las manos de Dhoko, su forma de tocarle, la zona donde estaban tocando… Fue inevitable que su erección volviese a despertar

-Ugh… -rezongó el castaño, que trataba de contenerse en vano.

-Tranquilo –reía Dhoko-. Bien, esto ya está. No te muevas. Voy a por unas cosas.

Aioria aprovechó ese momento para llevar su mano a su entrepierna y palpó la superficie de la camilla hasta dar con lo que estaba buscando. ¡Ahí estaba! El otro agujero que tenía la camilla, que gracias a que Aioria había desdoblado la sábana ahora el otro agujero de esta coincidía con el de la camilla. El castaño libero parte de su entrepierna de la toalla que lo cubría y palpó hasta dar con la pestaña que abría aquella pequeña compuerta hasta que dio con ella. Se oyó un click y luego un suspiro de alivio por parte del león. La pequeña puertecilla se había abierto y su ahora endurecido miembro colgaba en el aire. Y gracias a las sabanas Dhoko lo no vería.

Ahora, más relajado, abrió los ojos. Pero al encontrarse de nuevo con el rostro dormido de Shiryu pensó que aquello, quizá, no había sido tan buena idea.

-¡Ya estoy de vuelta! –Anunció Dhoko, en tono jovial-. Bien, vamos a empezar –comenzó a colocar cosas sobre una mesita y volvió a situarse junto a su paciente-. Bien, Aioria ¿Sabes en qué consiste la acupuntura?

-Esto… ¿Agujas?

Dhoko rió.

-Sí, más o menos. Pero no te preocupes –añadió, al ver que Aioria parecía cada vez más nervioso (aunque era por cosas que él ignoraba)-. Tú no vas a notar nada, salvo un tremendo alivio. Solo voy a liberarte los puntos de presión. Eso hará que te sientas mucho mejor. Así mañana podrás dar un gran espectáculo durante la obra. Después de todo eres el protagonista. Y el lunes podrás continuar con Shiryu las sesiones de fisioterapia.

-Está bien…

Dhoko se dispuso a comenzar, ungiendo primero el cuerpo de Aioira con otro aceite.

-Tú sobre todo relájate.

Y ahí fue la primera aguja, la cual Aioria ni notó. Como tampoco notó nada cuando tenía diez clavadas detrás de hombro. Lo que si notó es cuando Dhoko comenzó a bajarle la toalla. Única prenda que cubría sus vergüenzas.

-¡¿Eh?! ¡¿Qué haces?!

-También tengo que trabajar los glúteos –contestó Dhoko, como si fuese lo más normal del mundo.

-Pero…

-No seas crío, Aioria, todos estamos aburridos de vernos los culos en los vestuarios del Coliseo.

-Sí, pero…

-Además, tienes un culo muy bonito -añadió el maestro, con un risotada, y le propinó un azote al león en sus posaderas.

-¡Au!

Aioria se mordió el labio inferior. Aquello estaba adquiriendo un cariz que no le agradaba nada al Caballero de Leo. Todo apuntaba a un inminente desastre.

Tampoco sintió apenas nada cuando Dhoko comenzó a clavar agujas en sus glúteos. Hasta que…

-¡Oh, Dios! –Gritó el castaño, casi sin aire.

Dhoko, rió sonoramente.

-Tranquilízate, Aioria. Es algo normal. Estoy clavando agujas cerca de algunos puntos inhibidores.

¡¿Qué se tranquilizara?! ¡¿Cómo iba a hacer eso después de sentir y oír aquello?! Bastante tenía ya como para que encima Dhoko le desinhibiera con sus extrañas “brujerías”.

-Dhoko… para… para por favor… -suplicaba el castaño, cada vez más extasiado.

-Vamos, Aioria, no seas crío –le regañó este-. Es imposible que te duela.

-No, no es que me duela, es…

Y Dhoko volvió a reír.

-Ya, te gusta demasiado ¿Eh? Tú no te preocupes y déjate llevar.

Sí, claro, como si ese fuese tan fácil. Si se dejase llevar tal y como Dhoko le había dicho aquello podía terminar degenerando mucho. Demasiado. Solo podía morderse el labio, mantener los ojos bien cerrados y rezar porque aquello terminase pronto.

-Bien esto ya casi está… -mascullaba Dhoko, mientras hacía presión con sus dedos  en el trasero de Airoia, en una zona muy, pero que muy comprometida.

-¡…!

Se mordió el labio hasta casi hacerse sangrar. Hasta notó un par de lágrimas escaparse de forma inevitable de sus ojos. No había podido evitarlo, se había venido. Aquellas agujas habían atrofiado su sistema inhibidor (bastante atrofiado ya de por sí) y para colmo Dhoko le había tocado en una zona prohibida y de forma bastante poco aconsejable. Lo único bueno de todo aquello era que Aioria había logrado abrir la pequeña compuerta del agujero inferior de la camilla, con lo cual las pruebas materiales de su delito no se habían desperdigado por la camilla donde Dhoko hubiese podido verlas si no que habían caído al suelo. Ya las limpiaría luego. Al parecer Dhoko no notó nada fuera de normal, puesto que no dejaba de reírse por las reacciones del león.

-Bien –dijo el maestro, mientras comenzaba a quitarle las agujas-. Ahora te daré otro pequeño masaje con el aceite relajante y habremos terminado.

Esas palabras hicieron que Aioria diese gracias al cielo. Por fin había terminado.  Más relajado abrió por fin los ojos para encontrase con… Shiryu. Del cual se había olvidado.

Poco a poco su cerebro empezó a tramitar la información de todo lo que acaba de pasar. Y no tardó en ser consciente de lo que acaba de hacer.

-¡Shiryu! –Gritó.

-¡No te muevas, que te estoy quitando las agujas!

-Lo… Lo siento…

-¿qué te pasa ahora? ¿Se te olvidó decirle algo a Shiryu?

-¿Eh…? No… Es solo que…

-Sí, está tardando mucho en volver –se auto respondió Dhoko-. Terminaré contigo e iré hasta el Templo del Patriarca para ver que está haciendo. De seguro pidió audiencia con Shion y el muy pelma le tiene esperando porque está muy ocupado con su trabajo –el maestro tiñó sus últimas palabras con un irónico tono de reproche-. Este hombre no sabe cuando parar. En fin.

Dhoko volvió a esparcir un poco de aquel aceite por la espalda de Aioria y volvió a masajearle de aquella forma tan sugerente. Solo que esta vez le sacó la toalla de un tirón.

-¡¿Pero qué…?!

-Es el último repaso y la toalla me molesta –dijo el dorado-. Vamos, deja de ser tan pueril y relájate.

Aioria maldijo a Dhoko de mil maneras al mismo tiempo que le agradecía al cielo el que este no pudiese verle la cara y de que no se hubiese percatado de que había abierto la pequeña compuerta que había bajo su estómago. El pobre león trataba de mantener los ojos cerrados en todo momento para así no ver el rostro dormido del ahora mancillado Shiryu. Una vez más Aioria se encontraba inmerso en una horrible pesadilla.

Y aún no había terminado…

Las manos de Dhoko comenzaron a masajear impunemente sus glúteos.

-¡Dhoko!

-¿Qué pasa ahora?

-¿De verdad es necesario que toques ahí?

-Muchacho, creo que no eras muy consciente de cómo tenías los músculos. Además, te puse varias agujas por esta zona, hay que reactivar los nervios.

El león no entendía nada pero aquel contacto tan delicioso volvía a hacer que se evadiese lentamente de la realidad a su personal mundo de exquisitas sensaciones.

-Uhm… -Se mordió el labio una vez más cuando aquel débil pero evidente jadeo de placer se le escapó-. Lo… ¡Lo siento! –Se apresuró a disculparse.

Pero Dhoko volvió a reírse.

-No tienes que disculparte. Ay… que muchacho. Eres igual que Shion. Ya puede estar disfrutando al máximo que nunca lo demuestra. Y si se le escapa algún indicio de ello se disculpa. Cómo si fuese algo malo –suspiró-. Los dos deberíais aprender a relajaros un poco. ¡Vamos, no te cortes!

Aioria no supo cómo interpretar aquellas revelaciones. Pero lo que sí tenía claro era que no pensaba dejarse llevar y exteriorizar todo lo que llevaba dentro, porque estaba convencido de que hasta el propio Dhoko se asustaría. No, desde luego aquella no era una buena idea.

-Bueno, esto ya está –anunció, dándole una última cachetada en el trasero.

-Au…

Dhoko tomó otra toalla pequeña del armario para limpiarse las manos.

-Tú vete vistiéndote mientras yo voy hasta el templo del Patriarca a ver qué demonios está haciendo Shiryu.

En cuanto Dhoko salió de allí Aioria se levantó de la camilla casi de un bote, a lo que sobrevino otro mareo. Pero trató de recuperarse rápido.

-Bien, tranquilo, Aioria –se dijo así mismo-. Debes guardar la calma y actuar con rapidez –respiró hondo-. Bien… Lo primero es deshacerme del cuerpo –momento de silencio-. ¡¿Pero por qué estoy hablando como si fuese alguna especie de asesino?! Y digo más ¡¿Qué hago hablando solo?!

Moviendo fuertemente la cabeza para espabilarse, se agachó de inmediato y tiro de los pies de Shiryu hasta sacarle de debajo de la camilla, y entonces pudo ver el desastre que momentos antes había ocasionado en todo su esplendor.

Todo el estómago de Shiryu estaba lleno de su simiente, que había caído justo encima del pobre e inconsciente Caballero de Bronce.

-Oh, Shiryu… -se lamentó el castaño-. No sabes cuánto lo siento. Pero no te preocupes, lo arreglaré.

-Uhm…

Shiryu comenzó a revolverse.

-¿Shiryu?

-Uhm…

¡Se estaba despertando! ¡No, no, no, no! Aquello no podía ser. Si Shiryu se despertaba ahora tendría que darle explicaciones a él y luego a Dhoko. No podía dejar la pantomima que empezó antes por ser tan estúpido. Ahora debería mantener aquella farsa hasta el final.

Desesperado miró en todas direcciones de la habitación y entonces la vio. La cerbatana…

Lamentándolo antes de hacer nada, la cogió, metió uno de los dardos y apuntó a Shiryu, que parecía que empezaba a abrir los ojos.

-Que Dios me perdone…

Y disparó aquel dardo, que le dio a Shiryu en el otro hombro. Segundos después el dragón volvía  estar dormido.

Aioria respiró, ahora tan calmado como horrorizado por lo que acaba de hacer. Pero ahora no había tiempo que perder. Dhoko no tardaría en regresar.

Tras quitarle el dardo, agarró el cuerpo de Shiryu por debajo de los brazos y comenzó a arrastrarle por el pasillo hasta el baño.

Una vez allí se apresuro a quitarle la bata –que afortunadamente, al estar abierta, no se había manchado- y la camiseta. Se supo a lavarla en el lavabo, con el primer jabón que encontró. Aioria frotaba aquella prenda como si le fuese la vida en ello, mientras su mirada se desviaba sin poder evitarlo hacia el torso desnudo del moreno. Hacía aquel perfectamente trabajo torso desnudo. Ese torso desnudo que parecía tan fuerte como suave al tacto. Ese torso desnudo que… ¡No! Aioria agitó la cabeza, en un vano intento de liberarse una vez más de la sobrecarga de ideas enfermizas y deseos prohibidos. Pero tampoco podía dejar a Shiryu así… ¡Debía limpiarlo! Tomó una esponja, la empapó en jabón y agua y se agacho junto a  él, para frotar aquel estómago. El cual empezó a frotar con la esponja pero que no tardó en frotar con sus propias manos. Y lo primero que comprobó fue que, efectivamente el cuerpo de Shiryu era suave y extremadamente agradable al tacto. Los ojos de Aioria, hipnotizados en aquella bella anatomía, subieron hasta el rostro. Dormía tranquilamente. Tal vez podría… ¡No! Aioria se horrorizaba cada vez más de sí mismo ¡¿Pero en qué demonios estaba pensando?! Aprovecharse del pobre e inconsciente Shiryu… ¡Y más cuando estaba así por su culpa! ¡Y más cuando Dhoko estaba a punto  de regresar!

Dhoko… ¡Dhoko! ¡Debía darse prisa!

Rápidamente tomó una toalla y comenzó a secar el estómago de Shiryu. Después buscó por los armarios hasta que, milagrosamente, dio con aquello que buscaba y no esperaba encontrar: Un secador de pelo.

Comenzó a secar con impaciencia la camiseta de Shiryu para luego volver a ponérsela –con bastante esfuerzo- y colocarle de nuevo la bata.

Bueno, la primera parte estaba concluida. Ahora debía ocultar el cuerpo… Y dejar de pensar como si se estuviese deshaciendo de la pruebas de un asesinato.

Arrastró de nuevo el cuerpo de Shiryu, esta vez hasta su habitación. Y como no se le ocurrió nada mejor, lo ocultó junto a la cama, pero en el lado contrario al que se veía desde la puerta, junto a la ventana, así si Dhoko pasaba por ahí no le vería.

Aioria se sacudió las manos.

-Bien, ya está.

Salió de la habitación, ahora ya bastante más calmado.

-¿Aioria?

-¡Dhoko! –Saltó el castaño.

Casi se habían dado de morros en el pasillo. El Caballero de Libra venía acompañado de Shaka, y ambos le miraban de forma muy extraña.

-Hola… Shaka… ¿Qué… haces aquí?

-Pues… me encontré con Dhoko en la entrada y me dijo que estabas teniendo problemas de espalda, y así que pasé para ver como estabas pero…

No era normal que Shaka pareciese tan indeciso a la hora de hablar. Sus dos compañeros seguían mirándole de forma extraña y Aioria no le lograba entender porqué.

-¿Aioria…? –Comenzó a decir Shaka, pero no parecía poder terminar la frase.

-¿Sí?

-Por… ¿Por qué…?

-¿Pero qué pasa?

Entonces fue Dhoko el que se tomó la libertad de terminar la pregunta que Shaka no se animaba a concluir.

-¿Por qué estás desnudo?

-¿Eh…?

Aioria bajó la mirada.

Sí. Efectivamente, Aioria estaba completamente desnudo. El muy imbécil, habiendo entrado en pánico, se había olvidado por completo de vestirse. Ni tan siquiera se preocupó de colocarse de nuevo la toalla que le había quitado Dhoko durante el masaje. Estaba… Completamente desnudo. Paseándose desnudo por un templo que no era el suyo como si fuese lo más normal del mundo.

-¿Aioria? –Le llamó Dhoko, al ver que el castaño parecía haberse quedado en trance.

-¿Eh…? Sí… verás… -comenzó a tartamudear el león, sin mirarles-. Iba al baño y… Bueno, el caso es que no me di cuenta de que… Entonces yo… -y dio media vuelta-. Disculpad –dijo, mientras se alejaba hacia la sala de masaje para vestirse.

-¿Crees que está bien? –Le preguntó Shaka a Dhoko, mientras veía como Aioria se alejaba de ellos, como un robot.

-Seguro que sí  -contestó Dhoko, restándole importancia-. Se habrá mareado al bajarse de la camilla y se ha desorientado un poco, es normal. Tienen muy mala costumbre de bajarse rápidamente.

Mientras el Caballero de Leo se vestía, aún abochornado por aquel mal trago recién vivido, trataba de pensar algún tipo de escusa para cuando Shiryu despertase. Tampoco podía irse y dejar las cosas así.

-¡Shiryu! ¡¿Estás bien?!

La voz de Dhoko se escuchó desde el otro lado del templo.

Aioria tragó saliva con fuerza. Fuese cual fuese su escusa, más le valía darse prisa en pensársela.

 

Notas finales:

Espero que os haya gustado! Gracias por leer! :D


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