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La Flecha Negra De Eros por _Islander_

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Notas del capitulo:

Y de vuelta estoy con las amargas aventuras del pobre Aioria. Esta vez compensaré mi tardanza con un capítulo algo más largo. Espero que lo disfrutéis :D

-¡Shiryu! ¡Shiryu! ¡¿Qué te ha pasado?!

La preocupada voz de Dhoko sonó para el ahora paralizado Aioria como una alarma que avisaba de una inminente desgracia.

Ahora sí que lo tenía claro. Si Shiryu llegó a verle con la cerbatana en la boca antes de desplomarse tendría que rendir cuentas con ellos. ¡¿Por qué demonios no había contando la verdad cuando pudo?! Vale que perdiera los nervios pero… ¡Un Caballero jamás pierde la compostura! Y menos un Caballero de Oro. Estaban entrenados para guardar la calma, analizar situaciones extremas al momento y pensar con frialdad. Estaba claro para Aioria que se estaba volviendo tonto. Aquel “mal” que ahora tenía dentro no solo le desinhibía y despertaba sus más bajos instintos sino que le estaba atrofiando sus otros sentidos. Cada día era menos caballero y más… ¿Humano? Bueno, usar ese terminó resultaba demasiado ambiguo, después de todo, todos eran humano, pero…

-¡Shiryu!

La voz de Dhoko le hizo regresar una vez más a la realidad. Rápidamente, terminó de vestirse y se dirigió hacia donde estaban Dhoko y Shaka, que trataban, entre los dos, de ayudar a ponerse en pie al dragón, que parecía muy mareado.

-¿Shiryu, qué te ha pasado? –preguntaba Dhoko, pero el dragón no parecía muy por la labor de responder en ese momento.

 -Sentémosle –dijo Shaka.

Le llevaron hasta el salón y le sentaron en el sofá.

Shiryu mantenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad.

-Shaka, por favor ¿Puedes traerle un vaso de agua? –Pidió Dhoko.

-Enseguida.

El rubio volvió en seguida con el vaso de agua y se lo tendió a Shiryu, que dio un pequeño trago.

-¿Estás mejor? –Le preguntó su cada vez más preocupado maestro.

-Sí… -respondió el moreno-. Solo estoy un poco mareado.

Le dejaron tranquilo unos momentos para que se recuperara y entonces Dhoko volvió a preguntarle.

-Shiryu ¿Qué es lo que ha pasado?

El dragón meditó unos instantes.

-No lo sé… Iba a buscar el aceite relajante para terminar con el masaje de Aioria y… Me desperté en el suelo de mi habitación. Creo que debí desmayarme, pero no recuerdo nada más.

-Qué extraño… -murmuró el maestro.

 Aioria, que observaba en silencio, respiró tranquilo. Al parecer todo iba bien.

-Creo que lo más aconsejable es que fuese a ver al médico –habló entonces Shaka.

-Estoy de acuerdo –secundó Dhoko.

No, nada iba bien… ¡Todo iba mal! Si ahora llevaban Shiryu al médico tal vez le hiciesen análisis o algo así, y descubriesen que la causa de su desmayo había sido un imbécil haciendo el indio con una cerbatana. Una vez más, aquella montaña de mentiras que había formado se le venía encima al león.

-Esto empieza a preocuparme –dijo Shaka, mientras se llevaba una mano a la barbilla y adoptaba una actitud reflexiva.

-Vamos, tranquilízate, Shaka –le dijo Dhoko-. De momento tan solo ha sido un desmayo, tal vez una bajada de tensión. No debemos preocuparnos.

-No lo digo solo por Shiryu.

-¿Entonces?

-¿No crees que es muy extraño? Primero Aioria se desmayó hace unos días en el Templo del Patriarca, hoy me enteré de que a Afrodita le pasó lo mismo anoche, tras el ensayo general. Y ahora Shiryu…

-Ahora que lo dices sí que es extraño.

Ambos caballeros se quedaron pensativos, mientras Aioria les observaba en nervioso silencio.

-Yo… Yo no me preocuparía –soltó de pronto el castaño, aunque su boca había actuado más rápido que su cerebro, pues no sabía muy bien como argumentar ahora su objeción.

-¿Por qué dices eso? –Preguntó Shaka.

-Bueno… pues…  -tragó saliva, con dificultad, debía ser rápido o sus compañeros sospecharían más de lo que ya estaban sospechando-. Como dijo Shaka… Esto ya nos pasó a Afrodita y a mí… Y bueno… el médico nos dijo lo mismo a los dos. Nos dijo que… Bueno, pues… lo que nos dijo fue que… que todo había sido cosa del agotamiento.

Dhoko y Shaka alzaron la ceja al mismo tiempo.

-¿Agotamiento? –Repitió Shaka, incrédulo.

-Tengo entendido que cuando tú te desmayaste estabas limpiando las cámaras del tesoro del Templo del Patriarca ¿no? –Inquirió ahora Dhoko.

-Así es…

-¿Y qué fue lo que estuvo haciendo Afrodita?

-Pues… Supongo que el ensayo general.

-Ahá… Pero si no recuerdo mal, tras el ensayo tuvimos un largo descanso. Comimos juntos y después vimos la representación de los caballeros de bronce –continuó evocando Dhoko.

-Sí…

-Bien ¿Y pretendes que creamos que dos Caballeros de Oro terminaron desvanecidos de agotamiento por haberle quitado el polvo a unas figuritas de oro y por haber repetido un texto dos veces? Eso sin mencionar que el papel de Afrodita tampoco es muy recurrente en la obra que digamos.

-Visto así…

Estaba claro que Aioria no escaparía de esa tan fácilmente. Dhoko se había ocupado muy eficazmente de echar por tierra sus inventadas teorías.

-Bueno, también pudo ser cosa del… del calor –dijo ahora el desesperado león.

-Es cierto que estos días hace bastante calor. Habló ahora Shaka-. Pero aún falta para que llegue el verano.

-¡Y aunque fuese verano! ¡Somos Caballeros de Oro, por el amor de Atenea! Aioria ¿Cómo puedes pensar que un caballero caería ante tales banalidades?

-Pues yo… yo…

El Caballero de Libra se dirigió ahora a su discípulo.

-Shiryu ¿Estuviste haciendo algún tipo de esfuerzo hoy?

-No… -contestó el aún adormecido dragón.

-¿Ves? No, estoy seguro de que es algo grave –sentenció el viejo maestro.

Aquello se le escapaba cada vez más de las manos. No era para menos… Ya había tenido mucha, demasiada suerte hasta el momento. Además que engañar a dos caballeros como Shaka y Dhoko no era precisamente una labor que pudiese obrarse tan fácilmente. Y menos con argumentos tan pobres. No obstante debía pensar rápidamente en algo, antes de que la cosa fuese a peor.

-¡Estrés! –Saltó de pronto.

Ambos dorados le miraron al mismo tiempo, con la misma expresión de incredulidad.

-¿Qué quieres decir? –Preguntó Dhoko.

-Veréis… Cuando yo me desmayé mi hermano se preocupó mucho, y he de admitir que yo también. Por lo que fui a ver al médico para que me hiciese un chequeo completo.

-¿Y qué lo que te dijo? –Preguntó ahora Shaka.

-Que estaba totalmente sano.

-¿Entonces?

-Yo no me encontraba del todo bien, y el médico dijo que podía ser debido a la ansiedad. Ya que ahora, al no tener ninguna misión que nos permita dar uso de nuestro rango como caballeros, inconscientemente, estamos acumulando mucho estrés.

Silencio…

Tanto Dhoko como Shaka parecían estar digiriendo concienzudamente aquellas palabras de Aioria.

-Tiene sentido –dijo finalmente Dhoko.

Aioria alzó una ceja, incrédulo de que aquello hubiese funcionado.

-¿Ah, sí…? ¡Quiero decir…! ¡Por supuesto! Al fin y al cabo me lo dijo un médico –dijo el león, llevándose una mano a la cabeza y riendo estúpidamente.

-Aún así… No estaría de más que a Shiryu le hiciesen un pequeño chequeo –reflexionaba Shaka.

-Lo que Shiryu necesita es salir a despejarse un poco –terció Aioria, manteniendo aquella boba expresión-. Todo esto es por el estrés de la obra, en cuanto haya pasado todo volverá a la normalidad, ya lo veréis. Mañana todo terminará.

-Es posible –dijo Dhoko, pensativo-. Aunque de todas maneras…

¡¿Pero qué les ha dado a todos con ir a ver al médico?! Pensaba Aioria, perdiendo la paciencia. ¡Si era un psicópata con acceso a fármacos inestables! 

Pero milagrosamente la mente de Aioria dio de pronto con una muy ingeniosa idea.

-¿Sabes qué es lo que yo creo, Dhoko? –Habló el león, en un tono zalamero bastante inusual en él-. Qué Shiryu necesita una sesión como la que me has dado a mí. Hasta hace un rato mi espalda me estaba matando y gracias a vosotros estoy como nuevo. En verdad tenéis unas manos mágicas.

Los ojos de Dhoko se iluminaron ante tales alabanzas hacia su persona.

-¿Tú crees?

-Desde luego que lo creo. Mírame, me siento como nunca –dijo, haciendo girar los brazos en una demostración de que ya no le dolían los hombros-. Un rato con Shiryu en vuestra consulta y lo dejarás como nuevo.

 -Puede que sí –dijo Shaka-. Pero yo creo que…

-¡Sí, Aioria tiene toda la razón! –Saltó Dhoko, cortando a Shaka-. ¡Mis manos son mágicas! ¡¿Verdad, Shiryu?! ¡Vamos, mi joven aprendiz, yo haré que te sientas mejor!

El pobre y aún algo aturdido Shiryu le miraba con una expresión casi tan preocupada como asustada.

-Maestro, con todos mis respetos, no creo que sea necesario que…

-¡Ah, no, chico! ¡Esto es por tu salud, no admitiré un no por respuesta!

Y dictada la sentencia Dhoko comenzó a desnudar a Shiryu en contra de la voluntad de este último, bajo la preocupada y espantada mirada de Shaka y la sonrisa de pleno triunfo de Aioria, que se sacudía las manos, satisfecho con el buen resultado de sus ardides. Al pobre Dhoko le perdía la vanidad en algunos aspectos.

-Bien, Shaka, creo que deberíamos irnos –dijo Aioria, mientras se dirigía, triunfante, hacia la salida.

-Sí…

Una vez salieron fuera, Aioria se estiró y respiró hondo. Feliz de que sus dolores hubiesen, prácticamente desparecido y de que se hubiese librado de aquel marrón.

Sin embargo, Shaka, no parecía tan tranquilo.

-¿Seguro que Shiryu estará bien…? –Preguntó el rubio, con inocencia.

Por toda respuesta, empezaron a oírse gritos provenientes del interior del templo.

-¡No, maestro, por favor, ya basta!

-¡No seas crío! ¡No te entrené para ser tan quejica!

-Sí, seguro que estará bien –dijo Aioria, encogiéndose de hombros y con una sonrisa de oreja a oreja-. Vámonos.

Y comenzó a descender las escaleras, seguido de un preocupado Shaka que no las tenía todas consigo de que hubiese sido una buena idea dejar a esos dos solos. 

-¿Qué harás ahora? –Preguntó el rubio mientras descendían.

-Creo que me quedaré en mi templo. Supongo que me pondré a leer el guión. Ya me lo sé pero… Nunca está de más repasar un poco.

- Sí, opino igual. Tal vez haga lo mismo. No tengo ni la mitad de texto que tú pero… lo cierto es que estoy muy nervioso.

-Sí… Yo también.

Shaka sonrió.

-Quién iba a decírnoslo ¿Eh? Unos Caballeros de Oro nerviosos.

-Es extraño…

-Supongo que al hacer algo tan… Nuevo para nosotros…

-Aún así unos caballeros como nosotros no deberían perder los nervios por muy… ridícula que sea la situación.

-¿Ridícula? ¿Aún piensas así? Yo sigo creyendo que esta será una experiencia muy enriquecedora para nosotros.

Aioria le miró, con ceño.

-¿Qué puede tener de enriquecedor subirse a un escenario a hacer el tonto?

-¿Por qué dices eso?

-Bueno, nosotros no somos actores. Por muy bien que nos sepamos el guión vamos a hacer el ridículo. Esto no es para caballeros.

-¿Vas a negarme que no te lo has pasado bien en ningún momento?

Aioria dudó durante unos instantes.

-¡¿Cómo iba a pasármelo bien?! –Saltó finalmente-. ¡¿Has visto la ropa que tenemos que llevar?! ¡Y yo no sé actuar! Y lo de los besos…

Pero Shaka volvió a sonreír.

-Solo me estás dando escusas. Dudaste cuando te lo pregunté. Vamos, Aioria, no hay nada de malo en admitir que esto te divierte.

Aioria meditó aquello durante un momento. Y lo cierto era que, a pesar de los nervios, el ridículo que sentía y los alaridos ensordecedores de Nadine, sí que habían vivido momentos jocosos entre ellos durante los ensayos. Habían reído, se habían divertido. Aioria jamás podría olvidar como Aioros y Shaka hacían el paripé de estar casados de verdad, tratándose entre ellos de cielo, o cariño. O como Afrodita le gritaba a Saga cuando este se bloqueaba con sus frases (el pobre lo pasaba realmente mal), ellos, sin proponérselo, si que parecían un matrimonio de verdad con sus discusiones. O como entre Dhoko y DeathMask trataban de retar a duelo con sus espadas de mentira  al siempre recio Mu, que en esos momentos casi se le podía ver enrojecer, algo totalmente inusual en él. Sobre todo cuando durante los ensayos… era uno de los que mejor lo hacían. ¿Quién diría que el siempre afable Caballero de Aires supiese hacer tan bien de villano? Se metía muy bien en su papel, aunque fuera de él sintiese vergüenza. Tal vez él fuese el que más se acercase a un actor de verdad de entre todos ellos.

Rememorando todos estos momentos Aioria no pudo evitar sonreír.

-Tal vez tengas razón –admitió finalmente el castaño.

Shaka pareció encantado con que Aioria se sincerase.

-Claro que sí. Gracias a esto hemos descubierto algo nuevo, nos hemos distraído, hemos aprendido… Por eso decía que nos estaba enriqueciendo. Y además…

Shaka se detuvo su marcha, sonriendo. Aioria se detuvo también y le miró, curioso.

-¿Qué?

-Tal y como nos dijeron Atenea y Nadine; vamos a poder ayudar a muchas personas que lo están pasando francamente mal. Hasta ahora la ayuda que le hemos prestado al mundo ha sido la de protegerle, y aunque por el momento no haya peligros, ahora podemos brindar una ayuda muy distinta pero a la vez igual de necesaria.  Y la verdad es que a mí me consuela mucho saber que podemos seguir ayudando al mundo, aunque sea de otras formas.

Aioria escuchó las palabras de Shaka con mucha atención, y finalmente sonrió. Shaka estaba en lo cierto.

-Sí, tienes razón, Shaka.

Cuando llegaron al Templo de Virgo se despidieron y Aioria siguió su camino hasta el Templo de Leo.

Con renovado humor, entró en su morada, dispuesto a enfrascarse en el estudio de sus líneas para la obra.

-Buenas –Saludó Ikki, desde el sofá, dónde se hallaba enclaustrado, zapeando con el mando a distancia de la televisión.

Aiora cerró la puerta, con un suspiro, preguntándose cuanto tiempo se quedaría ese “parásito” en su templo.

-¿Ya te encuentras mejor? –Preguntó el castaño, con una sonrisa mordaz que Ikki no vio porque ni siquiera se digno a apartar la mirada de la pantalla para verle.

-Supongo –fue la seca respuesta.

Y aunque Aioria le había dicho a Shun que aquello era un asunto entre hermanos que ellos debían solucionar, la curiosidad pudo al felino.

-¿Se puede saber que se te pasó por la cabeza para acabar en ese estado?

Ikki se encogió de hombros.

-Supongo que me excedí, eso es todo.

-Sí, eso nos quedó claro a todos anoche. Pero dime, Ikki, ¿Desde cuándo bebes?

-Bebo cuando me apetece, no es tan extraño.

-¿Tú solo?

-¿Quién te dice que estaba solo?

-Es un pálpito.

Aioria pudo apreciar como una pequeña mueca de molestia se dibujaba en la boca del Fénix, que seguía sin apartar la mirada de la televisión.

En vista de que el de bronce no parecía muy por la labor de responder Aioria decidió continuar con interrogatorio.

-¿Todo esto ha sido por Shun? –Preguntó ahora el castaño, tratando de no sonar muy perspicaz, pues ya resultaba bastante difícil captar la atención de Ikki como para encima provocarle.

-¿Quién sabe? –Fue la apática contra cuestión-. Han sido muchas cosas.

Aquello estaba tomando derroteros que no le gustaban nada al León. Bastantes problemas tenía ya en la cabeza como para encima tener que estar cargando con los problemas familiares de los dos hermanos que ahora estaba viviendo en su templo.

-Y quieres… ¿Hablar de ello? –Terminó preguntando el dorado. Aunque se arrepintió nada más hacerlo.

-No.

Aioria suspiró.

-Gracias a Dios… -dijo, como si se hubiese quitado un enorme peso de encima.

Y ahora sí que captó la tención del Fénix, que le miró, ceñudo.

-¿Qué?

Aioria cayó en la cuenta de que había pensado en voz alta y rápidamente trató de retractarse como pudo (arte en el que cada vez era más experto).

-Que… Quería decir que… em… Que gracias a Dios no ha sido algo más grave –trastabilló, riendo como un imbécil.

-Ah…

Y la atención de Ikki regresó a la pantalla ante él.

-Bien, pues… Si me disculpas, estaré en mi habitación estudiando la obra.

-Vale.

Una vez salió de salón, Aioria volvió a respirar tranquilo. De nuevo había hecho alarde de una singular habilidad para provocar situaciones comprometidas.

En fin, lo mejor ahora era no darle más vueltas a nada que no fuese la obra. Al día siguiente sería el estreno y debía centrarse en memorizar perfectamente todas sus líneas.

Decidido a ponerse manos a la obra. Fue al baño, luego a la cocina a por una lata de refresco y después a su habitación. Se descalzó, se quitó los pantalones y se tumbó en la cama, apoyando la espalda contra el cabecero.

Aioria se sentía tan a gusto como no recordaba haberlo estado. Cómodamente tumbado en su cama, sin ser molestado. Pero sobre todo porque, gracias a Shiryu y Dhoko, su dolor de espalda había desaparecido. O mejor dicho; en comparación a los últimos días ahora resultaba casi imperceptible. Era tal el relax que ahora sentía que se permitió el lujo de soltar un suspiro de placer.

-¿Te pasa algo?

Aiora miró de improviso hacia el umbral de la puerta de su habitación, la cual había dejado abierta, y vio a Ikki allí parado, mirándole, ceñudo. Pues la cara de tonto que se le había dibujado al león era digna de fotografiar.

-Eh… no -contestó el aludido, intentando recuperar la compostura.

-Voy a tomar una ducha –anunció el fénix.

-Bien.

Y se marchó de allí, dejando que Aioria pudiese volver a concentrarse en lo que estaba haciendo. Salvo que ahora sin poder dejarse llevar  por los pequeños momentos de relax ya cada vez menos frecuentes en su día a día. A veces echaba de menos vivir solo…

Al cabo de un rato, mientras Aioria estaba completamente sumido en la obra, la voz de Ikki volvió a captar su atención.

-Aioria –llamó el broncíneo.

-¿Sí?

Aioria alzó la mirada y su boca se entreabrió, al mismo tiempo que sus cejas se alzaron. Ikki estaba de nuevo en el umbral de su puerta, salvo que estaba  completamente desnudo. Además de completamente mojado.

-Necesito una toalla –dijo el peliazul, con aquel tono apático que tanto le caracterizaba, como si aquello fuese lo más normal del mundo.

Aioria intentó decir algo, pero de su garganta solo salió una especie de lamento ahogado.

En ese momento se escuchó el ruido de la puerta de entrada al cerrarse y unos pasos correr hacia allí.

-¡Ya estoy de vuelta! –Anunció la voz pletórica de Shun, que no tardó en unirse también a aquella singular escena-. ¡Hermano! ¡¿Qué haces desnudo?! Y estás empapado. Mira como estas poniendo el suelo.

-Tomé una ducha y no había toallas.

Shun sonrió y dio un suspiro. Como si Ikki fuese un niño pequeño.

-Espera –dijo el menor. Y entro en la habitación de Aioria, que seguía sobre su cama, con la boca abierta y las cejas arriba. Comenzó a rebuscar en el armario-.  ¿A qué no adivináis? Nadine me ha dado el papel de presentador. Soy el que anuncia a las hadas cuando llegan al castillo a ver la princesa recién nacida. ¡Estoy tan ilusionado!

El joven, que no cabía en sí de felicidad, miró a Aioria, a espera de algún tipo de visto bueno o felicitación. El aún aturdido Caballero de Leo tardó un poco en reaccionar, pero finalmente logró estirar uno de los lados de su aún abierta boca para dibujar algo parecido a una media sonrisa.

-Es… estupendo –dijo.

-¡Sí! ¡Estoy tan contento!

Y Volvió a su labor de buscar en el armario hasta que sacó una toalla y fue hasta donde su hermano.

-Pero mira que llegas a ser desastre… -dijo Shun, mientras comenzaba a secar él mismo a su hermano.

Fue en ese punto cuando la boca Aioria se abrió hasta dónde le era físicamente posible. No sabía que le alucinaba más, si la escena en sí o el hecho de Ikki se dejase hacer de forma tan mansa.

Aioria no podía apartar la mirada de aquella escena. Un sonriente Shun secaba con sumo cuidado el pecho y el estómago de su hermano para luego pasar a su cabeza.

-Ve a ponerte algo encima, anda –dijo Shun, dando su labor por terminada y dejando la toalla sobre la cabeza de su hermano-. Mientras yo fregaré el charco que has formado aquí.

Obediente, Ikki regresó al baño.

-Aioria ¿Quieres cenar? –Preguntó el peliverde mientras se volvía hacia el castaño.

Pero tan rápido como Shun le miró, Aioria bajo el libreto de la obra para ocultar su entrepierna.

-Claro. Estupendo –dijo, con una forzadísima sonrisa de oreja a oreja.

-Está bien.

Shun desapareció del umbral de la puerta. Aioria dejó caer su cabeza contra el cabecero de la cama, con un suspiro. Levantó un poco el libreto de su entrepierna para ver los estragos que había causado en su persona aquella incestuosa escena y al verlo soltó un bufido. Pero en ese momento apareció Shun de nuevo, fregona en mano, y Aioria, veloz como una centalla, volvió a bajar el libreto y a mirar a su inquilino con una amplia sonrisa.

-Enseguida preparo la cena –dijo Shun, mientras fregaba el charco que su hermano había formado en el suelo.

-No hay prisa, tranquilo ¿Necesitas ayuda?

-Tú no te preocupes y sigue a lo tuyo ¿Cómo llevas la obra?

-Bien, creo que ya me la sé. Solo la estoy repasando por si acaso. ¿No deberías de estudiar tú también?

-Que va. Yo solo tengo cuatro frases cortas. Solo apareceré al principio de la obra  -dijo, con algo de nostalgia, pero pronto su risueña sonrisa volvió aparecer-. Bueno, es lo que tiene haber llegado tarde. De todas formas, Nadine me ha dicho que la gustaría contar conmigo para futuros proyectos.

-Eso es estupendo, Shun –le felicitó el castaño, tratando de sonar todo lo emocionado posible por su amigo.

-¡Sí! Creo que en mi vida había estado tan ilusionado.

-me alegro mucho por ti.

-Muchas gracias, Aioria.

Y desapareció del allí, fregona en mano.

Con un nuevo suspiro, Aioria apartó de nuevo el libreto de su entrepierna y comenzó a deslizar su mano hacía…

-¡Aioria! –Llamó Shun, apareciendo de nuevo en umbral de la puerta.

-¡¿Sí?! –Dijo Aioria, tapándose nuevamente, a la velocidad del rayo.

-Mañana debemos estar todos en la entrada del Santuario a las nueve de la mañana. Allí vendrá a buscarnos el autobús que nos llevará al aeropuerto.

-De acuerdo.

-En cuanto cenemos deberíamos preparar la maleta.

-Muy bien.

Y el peliverde volvió a marcharse,  para relajo del mayor.

-Aioria –dijo, volviendo a emerger por el marco de la puerta, como si de un resorte se tratara.

-¿Sí, Shun? –Dijo el castaño entre dientes, tratando de forzar una sonrisa pero perdiendo la paciencia por momentos.

-¿Qué te parecería algo de pasta para cenar?

-Lo que tú quieras estará bien.

Shun sonrió, amenamente.

-Vale.

Aioria se levantó de la cama para cerrar la puerta, pero entonces llegó a la conclusión de que ni haciendo eso se libraría de una nueva y molesta interrupción. Había perdido toda intimidad desde que sus dos inquilinos llegasen.

Frustrado, decidió que lo más sensato era aliviar su “problema” encerrándose en el baño,  por lo que salió de su habitación, usando el libreto para taparse  su  zona activa.

Antes de que su mano llegase siquiera a rozar el pomo de la puerta del baño, esta se abrió, descubriendo a un Ikki, esta vez al menos con una toalla alrededor de la cintura, al otro lado.

-¿Porqué te tapas con eso? –Cuestionó el fénix señalando el libreto con el que Aioria ocultaba sus zonas bajas.

Aioria desencajó la mandíbula, en un gesto que indicaba que ya empezaba a perder la paciencia.

-Me gustaría entrar al baño, Ikki –dijo finalmente, tratando de contenerse la ganas de soltarle una grosería a su inquilino.

-Claro –dijo pasando junto al castaño al salir del baño-. ¿Vas a seguir estudiando esa obra mientras haces tus cosas? –Añadió, mientras se alejaba.

Al oír aquello Aioria enrojeció y cerró la puerta del baño de un golpe ante la impertinencia del peliazul. Ikki podía a veces sacarle de sus casillas.

Una vez terminó de “aliviarse” y ya más relajado, se dispuso a salir del baño. Abrió la puerta y se encontró con  Shun, parado frente a él.

-¡Dios! –Saltó Aioria, llevándose una mano al pecho.

-Perdona, no quería asustarte –dijo Shun, con una risita por la reacción del mayor-. Venía a preguntarte si quieres cenar en el salón o en la cocina.

-Donde tú quieras, Shun –contestó Aioria, sin muchas ganas, mientras se abanicaba con el libreto.

-Entonces quizá lo mejor sea hacerlo en la cocina, así luego podremos recoge más rápido y hacer las maletas.

-Bien.

Mientras seguía a Shun hacia la cocina se dio de morros con Ikki, que salía de su habitación.

-Lo siento –se disculpó el peliazul, sin sentirlo lo más mínimo-. Te he cogido algo de ropa,  toda la que traje está lavando.

-…

A cada minuto que pasaba Aioria tenía más ganas de estrangularles a los dos, enterrar sus cadáveres en la parte de atrás de su templo y dormir tranquilamente esa noche en su templo.

Finalmente llegó el momento de cenar, dónde el único que hablaba era Shun. Comentando de forma incansable lo ilusionado que estaba con la obra y cuanto se iban a divertir en aquel viaje todos juntos. Por su parte Aioria se limitaba a darle la razón cada vez que el de ojos esmeralda le miraba directamente. Ikki se limitaba a juguetear con su comida, tan apático como siempre.

Tras cenar y recoger los platos se pusieron a hacer la maleta. En un primer momento Ikki se negó a ir a, en su opinión, aquel absurdo viaje. Pero ante las insistencias de su hermano de que debía ir para verles actuar, terminó cediendo. Eso sí, su maleta tuvo que correr a cargo del pobre infeliz de su hermano pequeño, que encantado dijo que él se la haría.

Mientras Aioria hacía su maleta Shun entró a su habitación y fue directo a su armario.

-No te importa que te coja algo de ropa prestada para mi hermano ¿verdad? –Preguntó mientras rebuscaba entre las pertenencias del castaño-. Mi hermano solo se trajo de Japón un par camisetas y unos pantalones. No sé que voy a hacer con él. Supongo que tendré que ir con él de compras un día de estos.

-No, que va, adelante –contestó Aioria, que apartaba la mirada de su maleta abierta sobre la cama, vacía.

-Muchas gracias –dijo el  menor, mientras salía de la habitación con las prendas que había seleccionado para su hermano.

Aioria seguía observando el vacío de su maleta. ¿Qué meter…? ¿Una soga para ahorcarse? ¿Cicuta? ¿Una bombona de gas? ¿Una pistola con una única bala? ¿Una cuchilla de afeitar? Las posibilidades eras cuantiosas.

-Esto es un tormento… -suspiró para sí.

No mucho tiempo después, y ya con la maleta  preparada, Aioria se encontraba en su cama, mirando al techo, con los ojos muy abiertos… ¡Y con Shun! Al parecer lo que iba a ser cosa de una noche se prolongo de forma indefinida. Menos mal que al día siguiente se irían de allí. El dorado empezaba a tener unas ganas imperiosas de ir a aquella isla. Era lo que necesitaba. Un fin de semana lejos de allí. Nada más llegar exigiría una habitación de hotel para él solo. Así podría darle vueltas a la cabeza y desesperarse solo ¡Como antes!

Mientras pensaba en lo maravilloso que sería pasar unos días solo, un profundamente dormido Shun se revolvió en sueños, abrazándose a él, de forma cariñosa.

Aioria ni pestañeo. ¡Debían marcharse ya!

 

Lo que sucedió a la mañana siguiente desde que se despertara hasta que fuesen a la entrada del Santuario pasó para el cada vez más resignado Aioria como una película ante sus ojos.

Su despertar con Shun adherido al él como una lapa. Cuando el castaño abrió los ojos se encontró inmovilizado por los brazos y las piernas del peliverde (resultaba increíble lo mucho que ese chico podía llegar a moverse en la cama).

Su encontronazo con Ikki cuando este entró al baño mientras él se duchaba.

Su encontronazo con Shun cuando este entró al baño mientras él se duchaba (Debía poner un pestillo en esa maldita puerta).

Su baño de café cuando Shun derramó accidentalmente su taza sobre él.

Su segundo encontronazo con Ikki mientras se daba su segunda ducha en menos de media hora…

Su siguiente experiencia con los pases de modelo de Ikki desnudo por el pasillo.

Y por fin, en la entrada del Santuario…

-Solo faltan Atenea, Shion y Saga –dijo Shaka.

-Genial, ellos son los que mandan y encima llegan tarde –protestó DeathMask.

-Vamos, no te pongas así, ellos tienen muchas cosas que preparar –les defendió Aldebarán.

-Sí, la maleta, como todos –respondió el Caballero de Cáncer.

-¡DeathMask! –Le regaño Aioros.

-Ahí vienen –anunció Seiya, señalando hacía los mentados, que ya bajaban los últimos escalones hasta la entrada del Santuario.

-Buenos días, chicos –saludó la diosa.

-Buenos días –contestaron sus caballeros al unísono

-Bien, ya hay dos autobuses en la entrada esperándonos. Ellos nos llevaran hasta el aeropuerto y allí tomaremos el avión hasta la isla –les explicó su suma mandataria.

-Disculpad, Atenea. Aún no nos habéis dicho a que isla vamos –fue la cuestión que expuso Shaka.

Atenea sonrió.

-Vamos a la isla de Corfú.

Todos se quedaron de piedra. O mejor dicho, los dorados, que eran los únicos que había escuchado la historia de Nadine de boca de la propia Atenea, se quedaron de piedra.

-Ya sabéis lo que eso significa, así que, por favor, dad lo mejor de vosotros –añadió la chica.

-Sí –contestaron todos, aunque la mitad de ellos no sabían a qué se refería.

-¿Y dónde está Nadine? –Preguntó Aioros.

No la habían vuelto a ver desde aquel desagradable episodio con Aioria. El cual, en ese momento, se sentía tan sumamente avergonzado que prefería no tener que mirarla a la cara.

-Nadine ya se encuentra en la isla –respondió Saori-. Tomó un vuelo anoche para hacer los últimos preparativos antes de la obra y asegurarse de que todo estaba perfecto.

Aioria respiró, aliviado, por el momento no tendría que enfrentarse a ella.

Cuando se subieron a su autobús (el que compartían los dorados y los de bronce), Aioria supuso que Shun se sentaría a su lado, más el peliverde optó por sentarse con su hermano, a pesar de que él quería estar solo. Lo siguiente que paso por la inocente mente del león era que su hermano se sentaría con él. Pero Aioros tomó asiento junto a Shura, bastante lejos de dónde él estaba. Era evidente que el arqueo seguía enfadado con su hermano. Y por supuesto, Milo pasó a su lado sin siquiera dirigirle la mirada, y sentó junto a Afrodita, casi en la parte de atrás del autobús.

Lo cierto era que, ya que Atenea ocupaba la butaca individual junto al conductor del autobús, eran diecinueve, por lo que necesariamente uno debía sentarse solo. Y eso fue lo que le tocó al custodio del quinto templo.

Aioria suspiró. Casi mejor, así tendría un viaje tranquilo.

De todas formas, el viaje hasta el aeropuerto no fue muy largo y en menos de una hora llegaron a su destino.

Mientras se preparaban para embarcar, Aioria pitó en el detector. Y tuvo que hacer grandes esfuerzos por reprimir sus traicioneras reacciones mientras un joven, fornido y atractivo guarda de seguridad le cacheaba de arriba abajo con sus grandes, fuertes y firmes manos. El león no se extrañó por lo sucedido. Ya supuso que aún tendría que pasar por una o dos situaciones embarazosas más antes de abandonar el lugar. Aquello ya se había convertido en parte de su día a día.

Cuando finalmente encontraron el origen del malentendido (un llavero con la forma del Partenón que solo los dioses sabían por qué estaba en uno de sus bolsillos), pudieron fletar el avión.

Y una vez más Aioria se vio sentado solo, y feliz. Casi dio gracias de que la mitad de sus más allegados le viesen ahora como a un apestado. Al fin tendría algo de paz. 

Acomodándose en su asiento, tomó los auriculares que tenía enfrente, sintonizó una de las emisoras de música que ofrecía el avión y cerró los ojos.

Algo se revolvió a su lado.

El león abrió parsimoniosamente un ojo y… se encontró con  el sonriente rostro de Shun.

-¡Hola! –Saludó el peliverde.

-¡Argh! –Saltó el castaño.

Parecía que Shun estaba decidido a provocarle un infarto.

Aún con la respiración agitada por el susto, Aioria se quitó los auriculares.

-Espero que no te moleste, me había sentado con mi hermano, pero me dijo que quería dormir –explicó el chico-. Además, ya te dejé solo en el autobús –rió-. Esta vez me quedo contigo.

-Que bien… -mintió Aioria, con una sonrisa de oreja a oreja.

Lo que iba a ser un pequeño paréntesis para descansar antes del preludio del que seguramente seria (era una certeza interna que tenía) el peor de su vida, se convirtió en un nuevo soliloquio por parte del más joven mientras este le exponía las otras muchas obras que había estado leyendo y que podrían representar en futuros eventos.  Aioria, cuya cabeza iba a estallar y luchaba por no escucharle, le daba la razón en todo, con aquella forzadísima sonrisa de cual estaba convencido le acabaría provocando yagas.

Afortunadamente el avión era un gran invento de la humanidad, y en menos de media hora ya aterrizaban en la isla de Corfú.

Ya a la salida del aeropuerto otros dos autobuses esperaban a las estrellas para llevarles hasta el hotel. Y una vez más Shun se sentó junto a Aioria, que estaba claro que no descansaría hasta que llegasen al hotel.

Cerca de su destino pudieron empezar a ver varios furgones tanto de la cruz roja como de la Corporación Kido. Aunque Atenea ya les avisó que la mayoría de afectados estaban cerca de la costa, y allí se concentraban los focos de ayuda.

Y por fin llegaron al hotel. Nada más cruzar aquellas grandes puertas de cristal automáticas se encontraron con varias cosas en el enorme hall del hotel. Por un lado un enorme grupo bastante grande de personas que, por su llamativa indumentaria, debían de ser hindúes. Por el otro, un vasto grupo de hombres bastante bien parecidos… (Lo cual empezó a poner nervioso a Aioria). Y por último, en el centro, la inimitable, la única: Nadine. Mirándoles con una sonrisa de oreja a oreja, los brazos en jarras y luciendo uno de sus llamativos vestidos negros.

-¡Mis actogues! –Gritó, abriendo los brazos, como si quiese abarcarles a todos en un enorme abrazo.

Pero fue Atenea la única que cayó en esos brazos.

-¿Todo bien? –Preguntó la Diosa.

-Desde luego, queguida ¿Quién cgees que soy? Está dispuesto paga dagles a estas gentes el espectáculo que meguecen. Además… Es mi debeg infogmagos que contamos con vaguios invitados muy especiales. Con los cuales, casualmente, vais a hospedagos en este magavilloso hotel –informó la directora artística, dejando a los presentes bastante confusos. Con una risita, Nadiene alzó una mano-. ¡Chicos, las estgellas han llegado! –Bramó.

Y como si de un reclamo se tratase, la voz de Nadie hizo que todo el grupo de hombres que había en el hall corriera hacia ellos, además de varias personas del grupo hindú. Más fue el grupo de los chicos los que más se acercaron, sin pudor alguno.

-¡¿Ellos son los actores??! –Exclamó uno de los chicos-. ¡Vaya! ¡Son aún más guapos de lo que Nadine había dicho!

-¡Si, es increíble! –Dijo otro-. ¡Hicimos muy bien en venir aquí!

-¡No puedo esperar para verles actuar! –Saltaba otro.

Los caballeros no sabían en dónde meterse. Todos enrojecían ante tanta impetuosa atención por parte de esos jóvenes.

Nadine por su parte se limitaba a reír, ante la euforia colectiva que los caballeros habían despertado en el hotel.

-Pegmitidme una gápida pgesentación. Nuestgos actogues queggan instalagse. Bien, queguidos actogues del santuaguio  en un placeg paga mí pgesentagos a… Los chicos –rió-. Podéis haceg las pgesentaciones individuales más tagde. Estos guapísimos muchachos fogman pagte del comité ogganizativo del LGBT eugopeo.

-¿Y eso que es? –Preguntó Shun, con inocencia.

Todos los miembros del grupo de chicos rieron.

-Oh… ¿No es adorable? –Dijo uno de ellos, mirando a Shun como si fuese un tierno cachorrito.

-Sí, sí que lo es –coincidió Nadine-. Y es ni más ni menos que futuga ggan estgella. Puedo que no haya llegadoa  tiempo paga esta guepgesentación pero… le augugo un ggan futugo –y le guiñó un ojo al peliverde, que enrojeció más de lo que estaba-. El LGBT defiende los deguechos de los homosexuales –explicó Nadine.

-Oh… -dijo Shun, que seguía sin entenderlo muy bien.

-Y no es todo… ¡Que se acegque la feliz pagueja!

Dos de los chicos, uno de pelo y ojos oscuros, y otro de cabello dorado y brillantes ojos azules se acercaron.

-Os pgesento a Julian –dijo señalando al chico moreno-. Y a Gobegt –añadió señalando ahora al rubio-. ¡Estos dos muchachitos van a casagse!

-¡Enhorabuena! –Les felicitó Atenea.

-Gracias… -Dijo el chico rubio, con timidez.

-Oh, y no son los únicos –continuó Nadine-. ¡Que se acegquen los otgos contgayentes!

Y fue ahora una pareja hindú, formada por un chico bastante joven y una muchacha de aspecto tímido, los que se acercaron.

-Os pgesento a Aaliyah –osó una mano sobre el hombro de la muchacha, que no se atrevía a levantar la mirada del suelo, pero no obstante tampoco dejaba de mostrar una tímida sonrisa-. Y a Jivan-. Añadió posando ahora su otra mano sobre el chico, el cual les dedicó una leve inclinación de cabeza a modo de saludo-. También van a casagse ¿No es magavilloso? Una boda típica hindú. Eso no se ve todos los días.

-Os deseo lo mejor –Les dijo Saori.

-Se lo agradecemos –respondió el chico, con extrema cortesía.

-Y eso no es todo –habló de nuevo Nadine-. Estás dos adogables paguejas iban a casagse mañana, pego han decidido posponeg sus nupcias hasta el domingo para podeg veg nuestga obga.

-Vaya, no puedo creerlo –dijo Atenea, sumamente sorprendida.

-Nadine nos habló tanto de esta obra que sentimos mucha curiosidad –dijo Julian, uno de los chicos que iban a casarse.

-Además también nos contó la labor que estáis haciendo para con estas pobre gentes –añadió su pareja, Robert.

-Así que decidimos posponer nuestras bodas un día para poder daros nuestro apoyo –dijo Jivan.

-Es para nosotros todo un honor –agregó Aaliyah.

-No sé qué decir… -musitó Atenea, casi al borde de las lagrimas.

-Tan solo diles que les ofgeceguemos un ggan espectáculo –dijo Nadine, guiñándola un ojo.

-¡Sí! –Salto Atenea-. Sé que mis caballeros darán lo mejor de sí mismos.

-¡Bien! Ahoga id a instalagos en vuestgas habitaciones. Yo  tengo que volveg al escenaguio a dag los últimos detalles. Recogdag descansag bien esta noche. Y nada de estudiagos en texto. Si no os lo sabéis aún ya no llevagá guemedio. Concentgaos en descansag y guelajagos. ¿De acuegdo?

-¡Sí! –Contestaron todos los caballeros al unísono.

-Entonces hasta mañana.

Y Nadine se marchó de allí. Pasó justo al lado de Aioria y ni le miró, cosa que hizo sentirse al león aún peor de lo que ya se sentía.

Los Caballeros siguieron a Atenea hasta la recepción del hotel, bajo los pícaros comentarios de los chicos del LGBT.

Aioria creyó que iba a colapsar por dentro cuando uno de esos chicos hizo un comentario bastante sugerente de su trasero. Aquello, tal y como previamente había augurado, tenía toda la pinta de terminar tornándose en tragedia.

-Bien, chicos –habló la diosa, volviéndose hacia ellos, mientras Shion hablaba con una recepcionista-. Ahora os daremos las llaves de vuestras habitaciones. Podéis emparejaros como queráis.

Al oír aquello la alarma interna de Aioria saltó, anunciando peligro inminente. ¡Ah, no! ¡Esta vez no! Pensó el león.

Con suma discreción se acercó a la chica.

-Disculpad, Atenea ¿Puedo hablaros? –Le casi susurró el león.

-Claro, Aioria.

-Bueno, verá… ¿Podría…? Esto… ¿Sería posible tener una habitación para mí solo?

En un primer momento Atenea le miró con algo de sorpresa, pero no tardó en sonreír.

-Por supuesto, Aioria. Si es lo que quieres.

La propia Atenea en persona fue hasta el mostrador de recepción y no tardó en volver junto al castaño con una llave en la mano.

-Aquí tienes –le dijo, entregándole la llave-. Tu habitación es la trescientos nueve. En la tercera planta.

-Muchísimas gracias.

-No tienes por qué darlas –contestó la chica, con una sonrisa.

-Si me disculpáis me retiraré ya a mi habitación.

-Por supuesto. Nos reuniremos en media hora en el comedor.

-Allí estaré.

Y maleta en mano, Aioria se alejó allí directo al ascensor más cercano, seguido, sin darse cuenta, por la escrutadora mirada de su hermano, que se preguntaba porque su hermano tenía tanta prisa en ausentarse él solo.

El resto del día pasó curiosamente tranquilo para el mentalmente agotado león. Tras la reunión con el resto de sus compañeros para comer, cada uno se fue por su lado. Y Aioira, que ya se había visto acosado en más de una ocasión por alguno de los chicos del LGBT, decidió refugiarse en su habitación. Shun no tardó en aparecer para hacerle una visita  (Aioria llegó a blasfemar internamente sobre su diosa por revelar su ubicación). El Caballero de Andrómeda parecía preocupado por él y quería saber porqué había decidido pernoctar solo. Pero Aioria esta vez se mantuvo firme y le explicó que necesitaba descanso. El pobre Shun decidió no insistir y terminó marchándose para dejarle tranquilo.

Aioria pasó la tarde entera sin salir de su habitación. Tirado en la cama viendo películas. Hasta se tomó la libertad de pedir un enorme helado al servicio de habitaciones. ¡Aquello era vida! Ya no recordaba lo que era la intimidad ni el relax. Aquella tarde había sido, simplemente, maravillosa.

Y tras la tarde llegó la noche, que sorprendió a Aioria con su cuarta película del día. El agotado león se quedó profundamente dormido. Nada de molestas externas… ni internas. Sin pesadillas extrañas, sin calentones nocturnos… Tan solo un profundo y placentero sueño.

Un hecho insólito, sin duda. Pero se ve que hasta las fuerzas divinas podían llegar a tener algo piedad hacia el pobre Caballero de Leo. Por esa noche Aioria tendría algo de cuartel.

 

A la mañana siguiente, Aioria se despertó extrañamente feliz por aquel tranquilo y reparador sueño. Sin embargo su moral volvió a mermar cuando recordó que ese día era… el gran día. Había llegado, inexorable. En tan solo unas horas estaría de pie, delante de solo dios sabía cuantas personas, actuando.  Un escalofrío recorrió su espalada.

En fin, no le quedaba otra. Cuanto antes acabasen con aquello antes se lo quitaría de encima.

Tras tomar una ducha bajó al comedor, donde casi todos sus compañeros ya estaban reunidos, desayunando. Aiora eligió lo que iba a comer de entre todo lo que ofrecía el buffet (que no era poco), y se sentó en una mesa, apartado del resto.

Mientras comía, notó de vez en cuando alguna mirada posada sobre él. En especial la de su hermano y la de Milo. Pero ni siquiera les prestó atención. Debía concentrarse únicamente en la obra. Debía mentalizarse de lo que tenía que hacer y pensar únicamente en su papel. Estaba totalmente seguro de que si se ponía a interactuar con cualquiera de sus compañeros, una nueva desgracia se sobrevendría, tal y como llevaba pasando desde que toda aquella locura empezase. No, por ese día debía mantenerse alejado de todos. Al menos hasta el final de la obra.

Tal fue su resolución al respecto que en cuanto vio como Shun caminaba hacia donde él se encontraba se levantó de la mesa y se marchó. El pobre peliverde se quedó quieto dónde estaba, viendo como se alejaba. Tan preocupado como confundido.

Aioria no salió su habitación el resto de la mañana, ni siquiera para comer. Pidió algo al servicio de habitaciones y se lo comió en su habitación.

A las cinco de la tarde llegó el momento de salir de su encierro, pues era la hora a la que habían quedado para ir al lugar de la representación.

Una vez más, dos autobuses les llevarían hacia el lugar indicado. Y durante este viaje, Shun ni siquiera trató de sentarse junto a Aioria. El castaño había dejado muy claro que no quería ser molestado, y aunque le dolía profundamente actuar de esa manera, sobre todo con Shun, sabía que su descortesías era fatalmente necesaria en aquellos momentos.

Cuando llegaron a su destino y se bajaron del autobús, todos los caballeros soltaron una exclamación de sorpresa. Se encontraban en un enorme solar cubierto de hierba, al fondo, cerca de la costa, podían verse las tiendas de la cruz roja. Pero donde se encontraban estaba completamente atestado de multitud de puestos de comida  y bebida y todo tipo de atracciones. Pero la tracción principal se encontraba en el centro del solar. Un enorme escenario, oculto tras una inmensa cortina roja, se erguía por encima de todo lo demás. Tras él, había una serie de carpas que se conectaban a él. Atenea les indicó que eran los camerinos.

La gente iba y venía, reía y se divertía. Muchos de los caballeros empezaron  a  ponerse nerviosos. En ningún momento se les pasó por la cabeza que el escenario fuese tan grande o que hubiese tantísima gente. Creían que actuarían exclusivamente para las víctimas del cataclismos pero… ¡Allí había cientos! Y estaba claro que la mayoría eran turistas. Aioria empezó a sentir nauseas.

Cuando ya llegaban al escenario Nadine llegó para recibirles, acompañada de Julián Solo y Sorrento.

-¡Bienvenidos! –Saludó Nadine, que su efusividad característica.

-Todos estamos impacientes por ver la representación –dijo Julián Solo, mientras se inclinaba y besaba la mano de Saori.

-Habéis hecho un gran trabajo en todo este tiempo –dijo la diosa, encantada con todo cuanto estaba viendo.

-Es un honor teneros de vuelta –dijo Sorrento, haciendo una leve reverencia.

-Nadine nos ha dicho que los Caballeros de Atenea son unos actores de mucho talento –dijo Julián Solo, mirando a los mentados, con una sonrisa.

-Y Nadine no exagera –confirmó la Diosa, con una carcajada.

-¡Exactamente! –Exclamó la directora, y dio una de sus fulminantes palmadas-. ¡Bien! Chicos, id pasando a los cameguinos. Ha llegado el momento de embutigos con las gopas de vuestgos pegsonajes. En media hoga yo iré a pasag guevista uno pog uno. Y en cuanto a los de Bgonce y Plata, empezagueis a cambiagos en cuanto la función de los dogados empiece.

-Pero entonces no podremos verla –dijo Shun, apesadumbrado.

-Oh, lo siento, cielo. Pego si os cambiáis gápido podgéis salid a vegla o migag entge bambalinas. De todas fogmas un cámaga de la fundación va a ggabaglo. Ya sé que no es lo mismo pego… el tgabajo es lo pgimego. ¡Bien! ¡Vamos, movegos! ¡La función empieza a las siete!

-¡Un momento! –Habló DeathMask.

-¡DeathMask! ¡¿Qué te pasa ahoga?!

-¡¿Qué es eso de que van a grabarnos?! No irán a emitirlo por televisión o algo así ¿verdad? Bastante tenemos ya con tener que actuar delante de tanta gente.

Nadine abrió los ojos de par en par, con una expresión que denotaba instintos asesinos aflorando y apuntando a DeathMask poniendo los dedos en forma de garras.

-¿Puedo abofeteagle? –le preguntó la mujer a Saori.

La chica rió.

-Tranquilo, DeathMask, lo graban solo a petición mía porque quiero guardarlo como recuerdo. Esta función es privada –dijo, guiñándole un ojo al más protestón de sus caballeros, que no pudo evitar enrojecer.

-¡Vamos, id a cambiagos ya!

Y obedientes a las sonoras demandas de su directora, los caballeros fueron a sus camerinos.

A pesar de que no eran más que un cúmulo de carpas unidas entre sí, cada camerino era una pequeña estructura individual con una puerta con el nombre de cada uno de los caballeros grabado. Se notaba que la Corporación Kido estaba detrás de aquello. En el caso de los dorados, no tardaron en encontrar cada uno el suyo, pues los camerinos estaban colocados en el mismo orden que las casas del zodiaco.

Aiora entró en el suyo. Era pequeño. Tan solo contaba con un pequeño tocador con un espejo, rodeado de bombillas (como los típicos de las estrellas), sobre él había lo que parecían varios cosméticos. Después otra pequeña mesa sobre la que había un jarrón con flores, una caja de bombones y una botella de vino y una copa de cristal (eso sí que le vendría bien). Y por último, dispuesto en un maniquí, su vestuario.

Aioria observó la que iba a ser su vestimenta mientras descorchaba la botella de vino con los dientes y daba un largo trago. No solía beber alcohol, pero… en aquel momento necesitaba un trago.

Cuando se hubo cambiado salió de su camerino y se dirigió a una especie de sala principal, en el centro de la carpa. Allí había varios sofás dispuestos, y mesitas decorativas con velas encendidas. En el centro, una mesa más grande estaba llena de cajas de bombones y había también una botella de cristal llena de un liquido trasparente y varios vasos a su alrededor.  Las paredes no eran más que un cúmulo de telas de varios colores apagados. Por el momento no había nadie más. Sus compañeros debían seguir cambiándose.

Aioria cogió un bombón y se lo metió en la boca, mientras caminaba distraídamente por aquella estancia, a espera de que lo demás o Nadine llegasen.

De pronto Aioria sintió algo caer a sus pies. Miró abajo y vio uno de los botones que decoraban los puños de su camisa en el suelo. Se agachó a cogerlo, con tan mala suerte que al incorporarse tropezó con una de las mesitas decorativas y la tiró.

-¡Mierda! –Exclamó, molesto.

Y fue entonces cuando una de las velas rodó hasta la pared de tela y… esta empezó a arder.

-¡Oh, mierda!  -Exclamó, horrorizado.

En un primer momento intentó apagar la débil llama abanicándola con las manos, pero esta, rápidamente, se hizo más grande. Asustado y sin saber cómo reaccionar, arrancó uno de los extremos de tela colgantes de la pared y trató apagarla la llama con él. Craso error…

El trozo de tela que tenía en la mano comenzó a arder también.

-¡Argh!

Aioria agitaba el trozo de tela en llamas como un poseso hasta que, finalmente, lo soltó. Con tan mala suerte que voló hasta otro extremo de la pared, dónde el fuego empezó a propagarse también.

-Oh… ¡Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda!

Aiora miró en todas direcciones buscando una solución hasta que dio con algo. ¡La botella sobre la mesa!

Raido como una bala, tomó aquella botella de cristal, la destaponó y vertió una gran parte de su contendido sobre uno de los focos del fuego. El resultado fue una pequeña explosión que propagó el fuego aún más.

-¡MIERDA!

¡¿A quien demonios se le había ocurrido poner un alcohol tan fuerte a un grupo de personas que iban a salir a actuar?! Aunque bien pesado… Quizá la botella era para celebrar a posteriori.

¡¿Pero qué hacía perdiendo el tiempo con tonterías?! ¡Le había prendido fuego a la carpa! Y si seguía extendiéndose llegaría hasta el escenario.

Aioria observaba la rápida propagación del fuego con desesperación. ¡No sabía qué hacer!

De todas las meteduras de pata que había cometido en los últimos días, esa, sin lugar a dudas, se llevaba la palma.

Antes si quiera de embarcar en el avión sabía que algo horrible pasaría en esa isla pero… ¡¿Tanto?!

Una cosa estaba clara… No saldría de esa tan fácilmente.

Notas finales:

Espero que os haya gustado. Gracias por leer! 


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