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La Flecha Negra De Eros por _Islander_

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Notas del capitulo:

Una vez más solo puedo pedir disculpas por la tardanza. De verdad que lo lamento. Espero que este capítulo os guste a los que habéis estado esperándolo y compense un poco lo descuidado que lo he tenido. Y muchas gracias a todos los que me habéis insistido para que me diese prisa. Acabo de hacer este capítulo practicamente del tirón en esta noche, espero que esté a la altuta de vuestras espectativas.

Una vez más me disculpo y espero que os guste.

Atenea, Nadine, Julián Solo y Sorrento, se encontraban tomando un refresco en una de los puestos cercanos al escenario cuando empezaron a oír gritos de gente.

-¿Qué ocurre por allí?  -Preguntó un extrañado Julián, volviéndose hacia el origen de aquel escándalo.

-¿Eso es humo? –Habló Sorrento, que creyó ver algo salir de la carpa.

-Fuego… -Masculló Atenea, que parecía no poder creérselo.

-¡Fuego! –Saltó ahora Nadine, espantada-. ¡Mi escenaguio! ¡Mi obga!

Y recogiéndose sus faldones, Nadine salió corrió hacía el escenario, seguida por los otros tres.

-¡Nadine, espera! –Gritaba Atenea.

Afortunadamente, en medio de todo aquel jolgorio que se había formado en la isla, también estaban los bomberos (por si acaso), que no tardaron en llegar.

Sin embargo, la intervención de los bomberos finalmente fue innecesaria, pues Camus se había ocupado de apagarlo en cuanto él y sus compañeros lo notaron.

Al final no hubo que lamentar daños mayores. El fuego no llegó a extenderse mucho más allá de la  carpa central. Y aunque quedó un buen agujero sobre sus cabezas en esa parte, el escenario y los camerinos estaban intactos.

 Atenea y todos sus caballeros (los dorados ya vestidos para la obra) se hallaban reunidos fuera de la carpa, por la parte de atrás. El jefe de bomberos salió en entre aquellas telas, rascándose la cabeza, confuso.

-Bien, pues… -empezó a decir el hombre-. Aunque el fuego parecía haberse extendido bastante y… Bueno, la temperatura y el material de la carpa eran los ideales para un incendio en toda regla… Parece que ya no peligro alguno. Deben tener unos buenos extintores.

-Los mejores –confirmó Saori, tratando de sonreír, aunque nerviosa.

-Lamentándolo mucho, me temo que no podemos concluir si el incendio fue provocado o accidental –explicaba ahora el jefe de bomberos-. Todo estaba desperdigado por el suelo. Había mucho desorden. Era… -intentaba buscar la comparación adecuada-. Era como si un pequeño tornado hubiese pasado por dentro de esa carpa.

-Que cosas ¿Eh? –Decía Saori, que no sabía dónde meterse ni qué decir.

-Bueno, celebremos  pues que todo ha quedado en un susto –habló de pronto Julián Solo. Y posó su brazo alrededor del cuello del hombre-. Permítame invitarle a usted y a sus hombres a un refrigerio.

Julián se lo llevo de allí, acompañado de Sorrento. Y Atenea y sus caballeros pudieron respirar tranquilos.

-Oh, Camus. Dios bendiga tus pequeñas ventiscas gélidas –Suspiró Nadine, apoyándose en el hombro del Caballero de Acuario.

La mujer había estado al borde del colapso nervioso cuando vio su carpa arder.  Ahora, sumamente aliviada por no haber tenido que lamentar un desastre mayor, le dedicó lo que pareció una serie de alabanzas a  Camus en su idioma natal, a los que él contestó de igual manera, con una carcajada.

Pero aquel semblante de alivio en el rostro de Nadine duró poco.  De pronto, comenzó a pasear una mirada asesinada de caballero en caballero.

En ese momento regresaron Julián y Sorrento.

-Les hemos dejado pagadas unas rondas a los bomberos y… -el joven se detuvo, pasando su mirada de la muy tensa Nadine a los bastante acongojados caballeros-. ¿Ocurre algo?

-¿Quién…? –Gruñó la mujer, entre dientes-. ¿Quién ha sido el inconsciente que ha estado a punto echag pog tiegga todo nuestgo tgabajo? ¡¿Quién?! –Tronó-. ¡Quiego un nombge!  Y en cuanto  lo sepa… Atenea va a teneg un caballego menos entge sus filas. ¿Pensabais que Hades os suponía una amenaza? No conocéis a Nadine Touvais enfadada…

Todos los caballeros tragaron saliva, con fuerza. Aquella mujer daba mucho miedo. Era como un depredador tensándose poco a poco sobre su agazapada presa. Parecía que en cualquier momento iba a saltar sobre ellos y a despedazarles vivos.

-Tranquila, Nadine –intervino Atenea, tomándola del brazo para calmar a su furibunda amiga-. Camus –le habló ahora al Caballero de Acuario-. ¿Qué fue lo que pasó?

-Salí de mi camerino al mismo tiempo que Aioria –empezó a contar el interpelado, con la vacuidad típica de su forma de hablar-. Nos encontramos con que la sala principal había comenzado a arder. Al parecer, una de las muchas velas tan estratégicamente mal dispuestas había caído de su sitio y rodado hasta las telas de las paredes.

Silencio…

-Os dije que lo de las velas no era buena idea –dijo Julián Solo.

La cabeza de Nadine se giró tan rápido hacia él que todos dieron un bote de la impresión, y se preguntaron cómo era posible que ese cuello no se partiera.

-¿Estás insinuando a caso que ha sido culpa mía, chico? –preguntó la directora con una sonrisa que denotaba demencia total.

-No, no, que va –respondió rápidamente Julián, escondiéndose tras Sorrento-.  Solo digo que ha sido un simple accidente y que afortunadamente no hay daños importantes que lamentar. Podemos seguir con la función.

-Tiene razón, Nadine, por fortuna Camus impidió que la cosa fuese peor. Podemos seguir con la programación tal y como estaba previsto –dijo Atenea, de forma conciliadora-. Además, nuestros invitados especiales ya han llegado.

Aquello sorprendió a algunos… y asustó a otros.

-¿Qué invitados? –Preguntó Shaka.

-Oh, cierto, no habíamos dicho nada –Saori sonreía, emocionada-. Hemos conseguido que cuatro de los tenores más importantes de Europa acudan a nuestro evento. Y tras las obras clausurarán el espectáculo con una canción.

Todos se quedaron alucinados ante aquella nueva sorpresa. Aquel evento se estaba tornando en algo de cada vez más envergadura.

Nadie se llevó dos dedos a la boca y emitió un ensordecedor silbido. Como por arte de magia, cuatro mujeres aparecieron en el lugar.

-Bien, muchachos, estas chicas son vuestgas esteticistas –explicó la directora-. Ahoga volved dentgo de la cagpa, vamos con el tiempo muy justo.

Las esteticistas fueron acicalando uno por uno a todos los caballeros, incluso a los que tenían papel de varón, cosa que no le gustó nada a DeathMask, que no hacía más que protestar mientras le empolvaban la cara al mismo tiempo que Nadine le gritaba para que dejase de quejarse.

Cuando las esteticistas terminaron su labor, Nadine se ocupó de ir dándole el visto bueno a cada uno de ellos. Cuando todo estuvo correcto para la mujer Atenea, Julián y Sorrento entraron. Los tres se sorprendieron mucho ante lo atractivos que estaban todos, pero sus mandíbulas se desencajaron cuando sus ojos se posaron en Afrodita. De igual manera que ocurrió en la prueba de vestuario, la imagen del Caballero de Piscis vestido como la madre de Julieta, con ese vestido negro, su cabello completamente alisado, cayendo en cascada sobre su pecho y ahora con un maquillaje mucho más elaborado no dejaba indiferente a nadie que posase su vista sobre él.

-Cielo santo, Afrodita, estás… -Julián no sabía ni como terminar la frase.

-Puedes deciglo, queguido, va pgovocando humadades –concluyó Nadine, sin pudor alguno.

Todos enrojecieron ante aquel descarado y vulgar comentario por parte de la mujer. Atenea hasta se rió, cosa se sorprendió aún más a los presentes.

-Agradecería que no hicieseis ningún comentario más –habló ahora Afrodita, cuya vena de la sien amenazaba con una inminente eyección.

-¡Es la hoga! –Chilló Nadie, haciendo que todos los presentes diesen un bote. Los pobres dorados, que ya estaban bastante nerviosos de por sí, creyeron que les daría un infarto-. Todos a vuestgos puestos. Voy a haceg la pgesentación.

-Mucha… mierda –les deseó torpemente su Diosa-. Estaremos en primera fila.

Y se marchó junto a Julián y Sorrento.

Todos se pusieron en su lugar. La presión era tremenda. Nadine salió la primera. Las grandes cortinas rojas se abrieron de par en par y la multitud estalló en aplausos. Los inocentes dorados se asomaron entre bambalinas y al ver la ingente cantidad de personas allí aposentadas creyeron que se desmallarían allí mismos. Mientras Nadine le daba las gracias al público por su asistencia, reconocía la labor de la Fundación Kido y presentaba la obra, Aioria comenzó a hiperventilar.  Aunque el pobre león trató de ocultarlo no pudo hacerlo.

-Vamos, cálmate, Aioria –le dijo Shaka, en tono conciliador, poniendo una consoladora mano sobre su tembloroso hombro.

-No es raro que esté así. Nadie nos dijo que iba a haber tantísima gente –gruñó DeathMask.

-A ver, tranquilizaos todos –habló Aioros- Recordad lo que siempre nos decía Nadine. No existe público. Allá dónde este el público imaginaos que hay una pared. Estamos solos. Y esto es como un ensayo más. Tratad de hacerlo lo mejor posible –suspiró-. Ahora, respirad muy hondo y relajaos.

Todos obedecieron y respiraron hondo. Lo cierto era que, una vez más, Aioros les había tranquilizado como solo él sabía hacerlo.

-… Que lo disfguten- concluyó Nadine con su oratoria, y se dirigió hacia el interior del escenario mientras las cortinas se cerraban de nuevo, respaldada por los aplausos del cada vez más impaciente público. Se paró frente a ellos y sonrío-. Estaré en la cabina del apuntadog pog si necesitáis ayuda, así que estag tganquilos, lo haguéis muy bien –les guiñó un ojo y se perdió entre las cortinas-. A vuestgos puestos.

Era la primera escena, que concernía a Romeo y Benvolio. Aioria y Camus tomaron sus puestos en el decorado del escenario. El contraste entre ambos era absoluto. Aioria temblaba como un flan, mientras que Camus se mantenía impávido, como era natural en él.

-Tranquilízate, Aioria, lo harás muy bien –le consoló Camus, con una calidez en su voz bastante inusitada en él.

-Aún tengo que darte las gracias por lo de antes en los camerinos.

-Ahora céntrate en la obra.

-Sí…

Y las grandes cortinas rojas se abrieron una vez más, mostrando al ahora silencioso y expectante público.

Aioria tragó saliva con fuerza y tomó aire profundamente.

Por lo pronto la obra iba a las mil maravillas. Aioria no pensaba en otra cosa que no fuese la función. Estaba totalmente metido en su personaje, sin siquiera habérselo propuesto. Nada parecía enturbiar su labor. O al menos nada lo hacía hasta que Julieta hizo su aparición. Cuando Milo apareció con su despampanante disfraz Aioria se quedó prendado de aquella visión una vez más. Sin embargo esta vez ese sentimiento tan atrayente vino acompañado del recuerdo de todo lo ocurrido los días antes. Las esquivas de Milo, su extraño comportamiento… Todo aquello había estallado junto dentro de la mente del pobre león en el peor y más inoportuno de los momentos.  Si no lograba sobreponerse a sus pensamientos aquello podía terminar en desastre. Y aunque por el momento había continuado perfectamente con su papel casi de forma mecánica, no dejaba de pensar que en cualquier momento podía meter la pata, y eso era lo peor que podía pensar en esos momentos.

Y así llegó la tan temida escena del balcón. Y el aún más temido broche final de esa escena.

Aioria extendió una brazo hacía Julieta mientras esta se alejaba hacía el interior de su casa.

-¿Pero vas a dejarme tan desconsolado?

Milo se volvió.

-¿Qué consuelo podrías lograr esta noche?

-Que me des tu juramento de amor a cambio del mío.

-Te di mi amor antes de tú pedírmelo. Y desearía no habértelo dado aún.

-¿Querrías quitármelo? ¿Con qué objeto, mi bien?

-Para ser generosa y volver a dártelo. Aunque no es más que desear lo que aún tengo.

Milo se acercó al borde de la barandilla de la terraza y Aioria hizo lo mismo, inclinándose hacia delante.

Era el momento.

Más Aioria no hizo nada. Se quedó mirando fijamente a un interrogante Milo.

El público comenzó a murmurar.

-¡¿Aioguia qué estás haciendo?! –Siseaba Nadine desde la cabina del apuntador, retorciendo las hojas del guión entre sus dedos-. Sigue… ¡Sigue!

¿Por qué? ¿Por qué era tan hermoso? ¿Por qué ahora lo evitaba? ¿Por qué no podía dejar de mirarlo? ¿Por qué se sentía tan atraído como hastiado por su actitud? Milo… Milo… Milo… Milo… Milo…

Aquel nombre resonaba como un eco en su cabeza.  Finalmente ocurrió aquello que Aioria tanto había temido. Su inevitable encuentro con Milo había concluido con una derrota total hacia su voluntad. No entendía por qué pero a pesar de haberse preparado mentalmente para ese momento al final se había derrumbado. Se acabó. Todo acabó. Su cuerpo entero temblaba. Una lágrima amenazó con salir de uno de sus ojos. Esto no pasó desapercibido para los ojos de Milo. A pesar de ser muy consciente de lo que implicaba venirse abajo y arruinar la obra en la que tanto habían trabajado, Aioria no podía evitarlo. Estaba a punto de salir de allí corriendo. Y así habría sido de no ser por lo que Milo hizo a continuación. Pues el Caballero de Escorpio le sonrió, de una manera tan intima, tan cómplice, tan… Aioria solo supo que era la primera vez que veía ese tipo de sonrisa en una persona. Los perfectos labios de Milo, recubiertos de aquel sutil carmín, se separaron casi de forma inapreciable, susurrando algo que solo Aioria pudo oír.

-Puedes hacerlo.

Aioria le devolvió la sonrisa y le besó. Ambos se sumergieron en aquel beso de una forma que ni siquiera se habían propuesto. Se dejaron de llevar por una fuerza que ninguno de los dos entendía. No fue ni de cerca como los fríos besos de los ensayos. Aquello era definitivamente diferente. Y sumamente… placentero.

La voz del Ama Aldebarán interrumpió  aquel íntimo momento.  Julieta debía volver a su habitación.

Las cortinas se cerraron de nuevo para preparar el siguiente acto.

El resto de la obra pasó de forma tan perfecta que hasta la propia Nadine no pudo contener las lágrimas de la emoción. Su labor como apuntadora no fue necesaria, pues los caballeros estaban haciendo un trabajo digno de actores profesionales. Sin duda alguna, y en opinión interna de la propia Nadine, brillaban con luz propia.

El discurso final de Kanon y la caída del telón marcaron el final de la obra.

El telón volvió a abrirse para que todos los actores saludasen. Nadine les hizo una seña y Aioros y Kanon la ayudaron a  salir del cubículo del apuntador. Ahora, los actores en compañía de su directora, saludaron con una reverencia al encantadísimo público, que aplaudía con todas su fuerzas. La propia Atenea, en primera fila, aplaudía al mismo tiempo que se secaba las lágrimas que parecían no querer dejar de salir.

Ya cambiado de ropa, Aioria salió de su camerino, encontrándose, para su sorpresa, a todos sus compañeros esperándole, con una amplia sonrisa.

-Pa… ¿Pasa algo? –Preguntó el dorado, nervioso.

-Aioria, tú… -Empezó a decir Shaka, pero parecía no poder seguir.

-Has estado increíble –habló entonces Mu.

-Estoy muy orgulloso –Dijo entonces Aioros, que le sonreía como hacía mucho que no hacía.

En ese momento entró Atenea en la carpa, y fue directa hacia Aioria. El león no sabía lo que ocurría hasta que la joven lo estrechó entre sus brazo con fuerza.

Cuando se apartó un poco de él Aioria pudo observar que lloraba. El castaño se sabía qué hacer ni que decir, todo el cuerpo le temblaba.

-Aioria, no tengo palabras para describir lo que me has hecho sentir con tu actuación -dijo la chica-. Ni tengo palabras para darte las gracias como te mereces por lo que has hecho.

Aioria se había quedado mudo.

-Yo… Yo…

En ese momento entró Nadine.

-Vamos, vamos, las felicitaciones paga más tagde, es el tugno de la Bella Dugmiente.

En ese momento entraron los caballeros de bronce y plata, que al pasar fueron felicitando a los dorados por su trabajo. Sobre todo a Aioria.

Atenea volvió a desearles “mucha mierda” antes de volver a su lugar entre el público. Nadine les felicitó también y se fue con los otros actores. Todo el regocijo que Aioria había estado sintiendo desde que terminara la obra se esfumó al notar perfectamente como Nadine ni tan siquiera le miró.

Los dorados se colocaron como pudieron entre el público para ver la obra de la Bella Durmiente. Y aunque Aioria trataba de prestar atención, no podía sacar de su mente todo lo ocurrido momentos antes. Aquel momento tan íntimo con Milo… ¿Qué había significado? Milo llevaba días evitándole y mostrándose frío con él ¿Por qué hizo aquello? ¿Había sido sincero? ¿O solo lo había hecho para que Aioria no arruinase la obra? Si aquella sonrisa y aquel beso habían sido solo una treta estaba claro que Milo era mil veces mejor actor que Aioria. Y el hecho de que una vez más Milo se mantenía alejado de él le daba a Aioria más razones para seguir taladrándose la cabeza con sus paranoicas dudas.

La obra de la Bella Durmiente concluyó con otra ola de aplausos. Y así llegó el momento de la clausura.

Tal y como Saori les había dicho, los cuatro tenores salieron al escenario a cantar. Y entonces ocurrió algo insólito. A Mitad de la canción, Nadine apareció en el escenario, micrófono en mano. Llevaba puesto un precioso vestido blanco (era la primera vez que la veían llevar un color que no fuese negro), y su larga melena castaña estaba suelta. Estaba, francamente, hermosa. Los tenores la hicieron corrillo y… se unió a la canción. Comenzó a  cantar en su lengua natal, a pesar de que la canción era en inglés.  Todos los caballeros, incluidos los de bronce y plata, que acaban de salir, ya cambiados, se acercaron más al escenario, para ver mejor a su directora. Impresionados por su voz. Igual de potente que cuando les gritaba, pero al mismo tiempo tan dulce y armoniosa que no parecía ella. Los cinco cantaron a coro, de nuevo en inglés y en el momento del estribillo final Nadine señaló a Aioria, con una amplia sonrisa. El castaño se quedó con la boca abierta. A pesar de no saber mucho de inglés, si que entendió aquella frase que Nadine dijo cuando le señaló: “Creo en ti”. El joven Caballero de Leo no pudo evitar que las lágrimas aflorasen en sus ojos. De pronto sintió una mano sobre su hombro. Rápidamente se secó las lágrimas y se volvió para encontrarse con el sonriente rostro de su hermano.

Aioria le devolvió la sonrisa y se volvió de nuevo para aplaudir a los cantantes.

Como broche final, Atenea, que era la máxima filántropa del evento y Julián Solo, subieron junto con Nadine al escenario para dar el último saludo y las gracias a tan maravilloso público, que los cubrió de aplausos y vítores.

 Y así terminaron las funciones y comenzó la fiesta.

A pesar de que tan solo eran las diez de la noche y de que aquella feria que la Fundación Kido había montado estaba en su máximo apogeo, los caballeros decidieron retirarse para continuar su fiesta privada en el hotel.

Los autobuses les llevaron de nuevo al hotel. Y en cuanto llegaron vieron que no eran los únicos que había decidido seguir con su celebración allí. Otro autobús había traído de vuelta a los chicos del LGBT. Todos se encontraron en el hall del hotel. En cuanto les vieron llegar, los chicos se lanzaron casi de cabeza sobre los caballeros. Felicitándoles por su increíble obra.

-¡Habéis estado increíbles!

-No sabéis lo que me habéis hecho llorar.

-Yo creo que me he enamorado.

-¡Y yo!

-¡Sois fantásticos, chicos!

-Mereció la pena retrasar la boda.

Los pobres caballeros no sabían dónde meterse entre tanto halago.

-Os agradecemos muchos vuestras palabras –Dijo Shaka.

-¿Cómo es que no os habéis quedado en la feria? –Preguntó Saori.

-Bueno, aunque la boda es mañana tenemos intención de hacer una fiesta como Dios manda, así que mejor hacerla en el hotel para luego poder arrastrarnos hasta nuestras camas –dijo uno de los chicos, con una carcajada.

-¡Sí! –Le corearon los demás.

-¡Venga chicos, es la última noche de solteros de Julian y Rober, démoslo todo! –Gritó de nuevo el mismo joven. Luego se volvió hacia Saori-. ¿Queréis uniros a nosotros? También hay que celebrar la pedazo actuación que habéis hecho.

-Bueno, pues… -comenzó a decir Saori.

Entonces Nadine la apartó con un cariñoso empujón.

-¡Pog supuesto que nos unimos! –Dijo, alzando una botella champán que segundos antes no tenía, y se la llevó a la boca, dando un largo trago-. ¡Fiesta!

Y como si algún ser superior la hubiese oído, de pronto comenzó a sonar música por toda la estancia. Las luces se apagaron, sustituidas ahora por luces intermitentes de neón.

-¡Sí! ¡Viva Nadine! ¡Fiesta! –Gritaban los chicos del LGBT, y comenzaron a seguirla al ritmo de sus caderas.

Las puertas del fondo, que conducían al salón de fiestas, se abrieron. Nadine caminó bailando hacía su interior, seguida de los chicos del LGBT, como si de una conga se tratase.

Los caballeros cada vez tenían más claro que aquella mujer debía ser una bruja o algo así. 

Saori soltó una risita y se volvió hacia sus caballeros.

-Vamos, chicos. Nadine ya lo tenía todo preparado.

Y obedeciendo a su mandataria, la siguieron hasta el interior del salón de fiestas donde, una vez más, alucinaron. Todo estaba decorado y dispuesto como si de una enorme sala de discoteca se tratase. Las bolas de espejos proyectaban sus coloridas luces por toda la oscuridad de la sala. La música resonaba e invitaba al baile. Mesas y mesas llenas de comida y cuatro barras libres dispuestas con sus camareros para que todos pudiesen tomar lo que más les guste. Y como colofón, una inmensa pancarta sobre la pared que rezaba: “Felicidades, Actores del Santuario” y debajo “Y Felicidades a los Novios”.

Tal y como había dicho Saori, Nadie había preparado anticipadamente aquella fiesta conjunta.

-Vaya… Yo no he ido a muchas fiestas… -Decía Shiryu, que no sabía muy bien qué hacer o como actuar.

Entonces Shaka dio un paso al frente, con una sonrisa de oreja a oreja.

-Ninguno estamos acostumbrados a este tipo de fiestas –dijo-. Pero… -y se volvió hacia ellos, con una misteriosa sonrisa-. Creo que debemos dejarnos llevar y… ¡Divertirnos!

Y dicho esto se metió en la fiesta, con los brazos en alto, como si acabase de cruzar el primero una línea de meta.

-¡Dadme vino, hidromiel o lo que sea que se beba en una fiesta! –Gritó el rubio.

-¡Ese es mi pgíncipe hindú! –Respondió Nadine, alzando su botella de champán, y se lanzó a brazos de Shaka-. ¡Todos a divegtigse!

El resto de caballeros no daba crédito a lo que acaban de ver. ¿De verdad ese era Shaka? ¿El regio y diligente Shaka?

Atenea se echó  reír. Parecía encantada con que sus caballeros se dejasen llevar y se divirtiesen de verdad por una vez en su vida.

-¡Vamos, chicos! –Dijo ahora la chica, que fue la siguiente en sumergirse en la fiesta. Dónde Nadine y Shaka la recibieron.

-Bien, vamos allá –dijo Aioros, con una amplia sonrisa.

Y así fueron todos entrando en la gran fiesta.

Todos menos cierto caballero de ensortijado pelo castaño, que se quedó en la puerta, mirando con recelo aquella bacanal que se había montado de repente. No estaba tan loco como para meterse ahí.  La ecuación era bastante simple:

Una fiesta + sus compañeros borrachos + él borracho + un montón de jóvenes del LGBT borrachos y con las hormonas casi tan revueltas como él = Desastre.

Reculó un poco. Se marcharía de allí con todo el disimulo del mundo para que nadie se diese cuenta.

Un par de chicos que iban a la fiesta pasaron a su lado. Uno le silbó.

-Culito precioso –dijo el otro.

Aioria se quedó con la boca abierta de par en par. ¡A la porra el disimulo! Dio media vuelta y se marchó de allí.

Debía alejarse lo máximo posible de aquel lugar. Acababan de piropearle como si de una dama pasando junto a obra pública se tratase. ¡Y lo peor era que le había gustado! Debía huir.

Al fin en su habitación respiró hondo. Por fin estaba a salvo.

Miró el reloj. Las once menos cuarto. Aún era muy pronto. Y lo cierto era que no tenía nada de sueño. Es más, estaba curiosamente animado. Y el hecho de ver aquella increíble fiesta abajo no dejaba de hacerle sentir envidia. ¡Pero debía mantenerse fuerte! 

En eso que llamaron a la puerta. Maldijo para sus adentros. Seguro que era Shun o su hermano que le habían visto marchar. Su plan de confinamiento absoluto se iba al traste.

En un primer momento pensó en hacer como que no estaba. Pero al ver que la persona al otro lado insistía dio por sentado que alguien le debió de ver marchar. Con un resoplido de resignación fue a abrir la puerta, encontrándose con alguien que no esperaba.

-¡Camus! –Exclamó.

-Vi como te marchabas ¿te ocurre algo?

-Esto… no, verás, es solo que… -trastabilló el castaño, intentando dar con la mejor escusa-. Bueno, es solo que estaba cansado.

-Entiendo, ha sido un día duro. Pero creo que deberías bajar a la fiesta aunque solo se aun rato y divertirte un poco. Estoy seguro de que te vendrá bien.

-Sí, pero…  -suspiró, aquello era verdaderamente difícil-. De verdad que no me siento con fuerzas para fiestas ahora mismo. De todas formas muchas gracias por preocuparte por mí.

-Me tienes muy preocupado Aioria. Llevas días actuando muy extrañado. Y no soy el único que lo ha notado. Shun y tu hermano están muy preocupados por ti.

-Oh…

-Y en cuanto a lo que ocurrió esta tarde antes de la obra…

Aioria tragó saliva con fuerza, recordando su metedura de pata de horas antes.

 

Flash Back

 

Aioria buscaba desesperadamente algo con que apagar las llamas, que no dejaban de extenderse por toda la carpa. Lo lógico en una situación como esa sería gritar para avisar a sus compañeros. Pero en esos momentos el Caballero de Leo no podía pensar ni a los niveles más básicos. Era cuestión de tiempo que todos descubriesen que le había prendido fuego al escenario y entonces sí que sería su fin.

Fue cuando estaba casi al borde del colapso nervioso cuando, como si algún Dios bondadoso lo hubiese enviado, salió Camus de su camerino.

-Aioria… ¡¿Pero qué…?!

No había tiempo de preguntas en esos momentos. El peliazul alzó una mano, concentrando algo de cosmos. Una pequeñas ventisca en forma de remolino acabó con las llamas casi al instante.

-Aioria ¿Qué demonios ha pasado?

-Yo… yo… No… no lo sé… yo solo… Tropecé y una de las velas se calló y rodo hasta la carpa, y las telas comenzaron a arder y…

-¿Y por qué no avisaste a nadie?

-Pues… porque… yo… -el pobre castaño está a punto de venirse abajo-. No… no sé… yo…

En esos momentos comenzaron salir los demás.

-Camus, hemos sentido tu cosmos –dijo Shaka.

-¿Por qué huele a quemado? –Preguntó ahora Shura.

-¡¿Pero qué ha pasado aquí?! –Saga fue el siguiente en salir.

Todos se reunieron alrededor de Aioria y Camus en busca de explicaciones.

-Veréis, Aioria y yo salimos el mismo tiempo de nuestros camerinos y vimos como la carpa había empezado  arder. Al aparecer una de esas velas se calló al suelo y rodó hasta la pared de la carpa.

-¿A quién se le ocurre llenar de velas encendidas un lugar hecho de tela? –Gruñó DeathMask.

-Pues menos mal que salisteis a tiempo –dijo Shaka.

Al parecer la mentira de Camus había colado. Aioria pudo respirar tranquilo.

 

Fin del Flash Back

 

-Después de aquello me dejaste muy preocupado, Aioria –continuó Camus-. No me gusta mentir, así que al menos me tranquilizaría saber si hice bien en cubrirte. Te lo preguntaré una vez más Aioria; ¿Estás bien? 

¿Qué si estaba bien? La respuesta era un rotundo no. Y ahora se sentía aún peor por haber hecho mentir a Camus. Y peor se sentía aún, si es que cabía, al saber que iba a volver a mentirle.

-Sí, Camus, verás… Es cierto que en los últimos días he andado un poco espeso. Pero fue todo por los nervios de la obra. En cuanto a lo que sucedió en la carpa… Supongo que me bloqueé. Estaba tan preocupado por la obra que no supe cómo actuar. Lo siento…

Tras unos instantes de silencio, Camus sonrió.

-Creo que es algo normal. Sin embargo al final tu actuación nos dejó a  todos los demás a la altura del betún –dijo ahora el guardián de Acuario, en tono más conciliador.

-Para serte sincero, la obra pasó ante mí como un sueño. No sabría decirte ni como lo hice.

Camus rió y le miró como si de un inocente chiquillo se tratase.

-Está bien, Aioria, no insistiré más. Pero de verdad, si en algún momento algo te turba o necesitas hablar con alguien yo estaré ahí. Aunque creo que tu hermano estaría muy agradecido de que fuese él a quien le contases las cosas.

Aioria suspiró.

-Muchas gracias, Camus.

-¿Seguro que no quieres bajar un rato?

-Seguro, gracias. No tardaré en acostarme.

-Bien, descansa entonces.

-Hasta mañana.

Aioria cerró la puerta con un suspiro. Después de aclarar las cosas con Camus se había quitado uno de sus muchos pesos de encima. Sin embargo no podía dejar de sentirse mal por mentirle. Ya que el Caballero de Leo ni siquiera tenía intención de acostarse aún. Es más, había decido hacer su propia y solitaria fiesta privada.

Tomó el teléfono y llamó al servicio de habitaciones. Pediría una botella de vino. No era algo que acostumbrara a hacer, pero en esos momentos lo necesitaba de verdad.

-Buenas noches, soy Aioria, de la habitación 309. Me gustaría pedir una botella de vino.

-…

-Pues… no lo sé. Uno tinto supongo.

-…

-Me vale cualquiera.

-…

-Tranquilo, cuando puedan.

Y colgó el teléfono. Al parecer estaban bastante ocupados con la macrofiesta de Nadine y tardarían un poco. Aioria decidió toma runa ducha mientras.

Sumergido en aquel lujoso jacuzzi, Aioria creyó que esas burbujas iban a matarlo de placer.

Sonó la puerta.

-Que oportunos… -gruñó el león-. ¿No dijeron que iban a  tardar?

Otra vez llamaron.

-Maldita sea.

Aioria apagó el jacuzzi y tomó la toalla que tenía más cerca para taparse sus vergüenzas.

-Ya voy, ya voy –decía Aioria a la persona que no paraba de llamar a la puerta.

El castaño caminaba con cuidado de no resbalar, maldiciendo para sus adentros el reguero de agua que iba dejando a su paso y que luego tendría que fregar.

Al final llegó hasta la puerta y la abrió, pero lo que allí se encontró no era lo que esperaba.

Sí, era un empleado del hotel, pero no traía con él una botella de vino, sino una tarta de color rosa con unas proporciones exageradas

-¿Podría firmar aquí? –Dijo el joven botones, entregándole una carpeta con un papel y un bolígrafo.

-Pero… pero….

-Firme, por favor.

Y sin ser invitado, el hombre entró empujando el carrito de la inmensa tarta al interior. Aioria le siguió con la mirada, sin entender, mientras inconscientemente firmaba el papel que le dieron.

El chico dejó la tarta en medio la habitación y volvió a situarse frente a Aioria, con una mano dispuesta para recibir una propina.

-Oh…

Aioria fue por su cartera y le dio la hoja firmada y una propina al botones, que le devolvió otro impreso.

-Creo que se han…

-¡Muchas gracias, señor! –Dijo el botones, encantado con la propina que Aioria le había dado-. Y muchas felicidades.

Y se marchó.

Aioria cerró la puerta, más confuso que nunca.

-¿Felicidades? –Repitió para sí mismo, sin entender-. ¿Felicidades por qué?

Tal vez había sido por su actuación en la obra. Desde que terminará no habían parado de felicitarle. Entonces su mirada bajó hasta el papel que el botones le había dejado.

Sus ojos se abrieron como platos.

-Disfruta de tu último día de soltero, guapetón –leía el castaño, con voz baja y temblorosa-. Con cariño… tus chicos.

Una alarma de peligro inminente resonó en el interior de Aioria. De pronto comenzó a salir música del interior de la tarta. Aioria tragó saliva con fuerza y fue girando la cabeza muy lentamente hacia la tarta que tenía detrás.

La parte de arriba de esta fue levantada desde el interior por un par de manos. Poco a poco comenzó a salir un hombre ridículamente atractivo del interior. Tan solo llevaba puesto un tanga, un chaleco con tiras colgando y sombrero vaquero. El joven bailaba de forma extremadamente sugerente al compás de la igualmente sugerente música que venía del interior de la tarta.

-Di… Disculpe, pero creo que se han confundido… yo… -tartamudeaba el pobre castaño, medio hipnotizado por aquella visión.

Pero el joven parecía no oírle. Tan solo le sonreía mientras salía completamente del interior de la tarta entre movimientos de brazos y cadera que dejaban al castaño con la boca abierta y la baba colgando.

-No… no lo entiende. Ha… ha habido un error. Yo no soy…

-Vaya, veo que te pillé mientras te duchabas –decía el joven, haciendo caso omiso de los tartamudeos de Aioria mientras se acercaba peligrosamente a él.

-Es… espere… yo…

Y de un tirón le quitó la toalla.

-¡Argh!

Aioria trató de ocultar sus vergüenzas, pero su prominente erección no pasó inadvertida para el striper.

-Vaya ¿eso es que te alegras de verme? –Rió el chico.

-¡No!

El joven comenzó a frotar su semidesnudo trasero contra el muslo de Aioria, que creía que iba a desmayarse allí mismo.

-¡No, por favor, por favor!

Aiora trató de apartarse ante las risas del otro.

-Venga, no seas tímido.

El joven volvió a la carga, acercándose al aterrorizado Airoia, con tan mala suerte que resbaló con el agua que chorreaba del cuerpo del dorado, cayendo al suelo.

-Oh, Dios… -Dijo Aioria, petrificado.

Le dio unos golpecitos con el pie al inerte cuerpo del bailarín pero este no se movió.

-¡Oh, Dios!

Se agachó de inmediato para tomarle el pulso. Respiró, aliviado. Estaba vivo. Pero… ¡¿Y si le había pasado algo?! Había sido una caída muy mala.

Aioria le examinó de la mejor manera que sabía. No parecía haber nada grave, pero lo mejor sería llevarlo a un médico. Aunque bien pensado… Si ahora bajaba con un hombre semidesnudo mientras todo el hotel estaba de fiesta… Tendría que dar demasiadas explicaciones.

-¡AAAAARGH! –Gritó el león, desesperado.

De pronto tuvo una incómoda sensación de déjà vu. Aquello era horriblemente similar a lo que le había pasado con Afrodita. ¡Su vida era un infierno!  

-¡¿Por qué?! ¡¿Por qué a mí?! –Gritaba el león, exasperado.

Entonces cayó en la cuenta de algo. Miró el papel que aún tenía en la mano. ¡Eso es!

Dejaría la tarta con el striper dentro frente a la puerta del verdadero destinatario de ese “regalo”. Y luego paz y después gloria.

Lo primero que hizo fue apagar el radiocasete que había dentro de la falsa tarta vacía. Después fue hasta el teléfono.

-Hola, soy Aioria, de la habitación 309. Me gustaría saber en qué habitación se hospeda… -leyó el papel-. Robert Jones.

-…

-Bien, muchas gracias.

Colgó, y se quedó mirando el vacío.

-415… ¡¿En qué demonios se parece el 309 al 415?! –Alzó la cabeza, mirando al techo de la habitación-. ¡¿Qué queréis de mí?! –Le grito a las divinidades que fuesen las que le estaban arruinando la vida.

No había tiempo ahora de lamentarse. Debía librarse de la escena del crimen una vez más. De nuevo se vio repitiendo algo vivido poco tiempo antes. Aquella vez con Shiryu.

Debía darse prisa.

Lo primero que hizo fue colocarse de nuevo la toalla en su lugar. Después tomó el cuerpo inerte del joven. Al palpar aquel tan bien formado cuerpo Aioria comenzó a sentir cosas. Y puesto que los dos iban ligeros de ropa, el roce de ambas pieles hizo que se le erizaran los pelos.

-Demonios… -gruñó el castaño.

Debía acabar con aquello cuanto antes o si no ya se veía así mismo cometiendo una atrocidad con alguien inconsciente.  Queriendo terminar de inmediato metió el cuerpo de cabeza dentro de la tarta.

-Oh, Dios…

Masculló el joven, viendo esos pies que sobresalían por la parte superior de la tarta. Estaba claro que el Caballero de Leo era un desastre para eso de perpetrar delitos. Con sumo cuidado presionó los pies del bailarín para terminar de meterle completamente dentro de la tarta, y luego la tapó.

Suspiro…

Ahora debía llevarla hasta el cuarto piso, dejarla delante de la habitación de Robert, llamar a la puerta… y salir corriendo.

Con sumo cuidado abrió la puerta de su habitación y sacó la cabeza, comprobando que no había nadie por los pasillos.

Vía libre.

Empujó el carrito hasta el pasillo y cerró la puerta. Estaba tan nervioso que ni siquiera se había dado cuenta de que había salido con tan solo la toalla amarrada a su cintura.

Llevó el carrito de la tarta por el pasillo, rezando internamente porque nadie apareciera en esos momentos.

¡Por fin llego al ascensor! Se apoyó en el carrito y soltó un muy largo suspiro. La primera parte ya estaba hecha.

Oprimió el botón y espero lo que parecían los segundos más largos de vida. Estaba tan concentrado en que llegara el ascensor que no se dio cuenta de que en el suelo había un desnivel y que el carrito comenzaba a alejarse de él. Para más desgracia del pobre Aioria su toalla se había enganchado al carrito al apoyarse en él, y cuando notó que algo tiraba de ella se volvió para ver con espanto como el carrito se precipitaba hacia las escaleras.

-¡Oh, Dios!

En ese momento se abrió una puerta junto a él.

-¡Oh, Dios…!

Y echó a correr hacia su habitación por acto reflejo, perdiendo la toalla por el camino, que le fue arrebatada por el carrito de la tarta que se precipitó hacia las escaleras y cayó por estás haciendo un tremendo estruendo.

-¡¡¡OH, DIOS!!!

Un completamente desnudo Aioria se volvió de nuevo para ir en pos del carrito, pero al puerta de antes termino de abrirse y Aioria no tuvo más opción que ocultarse tras una de las plantas de interior que decoraban en pasillo.

Un joven, en bata, se asomó.

-¿Qué ocurre?

Se oyó otra voz masculina desde el interior de la habitación.

-Creí que era el servicio de habitaciones con nuestro champán –dijo el joven que estaba asomado.

-Vuelve dentro, ya vendrán.

-¿No has oído esos golpes?

-Se les habrá caído algo. Vamos vuelve dentro –decía la voz del chico que estaba dentro de forma juguetona.

El chico asomado rió.

-Está bien.

La puerta se cerró y Aioria pudo volver a respirar.

¡¿Pero qué clase de hotel de lujo eres ese?! ¡¿Cómo podía haber semejantes desniveles en el suelo?!

Aquello era cada vez más horrible. Primero Shun, luego Afrodita, después Shiryu… Y ahora un pobre bailarín al que ni siquiera conocía. ¡¿A cuánta gente tenía que medio matar para que el cielo se quedase tranquilo?!

Se incorporó con cuidado de su escondite y corrió hacia su habitación. Su conciencia le exigía volver para ver cómo estaba ese pobre chico. Pero su retorcido sentido común le prohibía bajar desnudo hasta sabían los Dioses que piso.

Por fin llegó hasta su habitación. Aliviado fue a abrir la puerta pero… no se abrió.

-Oh…

Había salido sin las llaves.

¡¿Podía pasarle algo más?!

La puerta de al lado de abrió y un chico se le quedó mirando con la boca abierta. Otro chico salió detrás de él y sufrió similar reacción al ver al desnudo Aioria.

-¿Tú no eras uno de los actores de la obra? –Preguntó uno de los chicos, sin apartar la mirada de la entrepierna de Aioria, cosa que también hacía su compañero.

Aioria lo notó y rápidamente trató de taparse con las manos, ahora que había pasado el shock inicial.

-S-sí…

-¿Y qué haces aquí fuera… desnudo?

-Me… me he quedado encerrado fuera… -señaló la puerta de su habitación.

-Oh… -fue la conjunta respuesta de ambos jóvenes, que no apartaban la mirada de la entrepierna de Aioria.

-Sí que están bien dotados estos actores –rió uno.

-¿Dónde se tallan esos cuerpos? ¿En el Olimpo?

-Más o menos… -respondió Aioria, con desgana, pero pronto sacudió la cabeza-.  Por favor ¿Podríais llamar al servicio de habitaciones para que me traigan otra llave?

Por toda respuesta se mantuvieron en el sitio, sin apartar la mirada de la entrepierna de Aioria, que enrojecía de pudor por momentos.

-Por favor… -insistió el castaño.

-¡¿Eh?! ¡Sí, claro! –Saltó uno de ellos volviendo al interior de la habitación para llamar-. Eres la 309 ¿no?

-Sí.

El otro chico se quedó dónde estaba, hipnotizado por la anatomía del pobre Aioria, que rezaba porque aquello terminase ya.

A los pocos minutos un botones le abría la puerta al pobre Aioria.

-Bueno, nosotros vamos a la fiesta –dijo uno de los chicos que habían ayudado a Aioria.

-Vayan por el ascensor, por favor, un grupo de paramédicos se está llevando a un chico.

-¿Qué ha pasado?

-Aún no lo sabemos, al parecer era un striper para una de las despedías de soltero que se están celebrando en el hotel. Debió caerse por las escaleras.

Los dos chicos se miraron.

-¡¿El striper?! –Dijeron al unísono.

-Pobre Rober… adiós a su regalo.

-¡No seas tan insensible! ¿Y si el pobre chico está mal?

-Perdona…

Aioria tragó saliva, con fuerza,

-Bien, nosotros nos vamos a decírselo al resto. Ten más cuidado la próxima vez –dijo uno de los chicos al pasar junto a Aioria, y le rozó sutilmente sus desnudas nalgas con la mano.

Aioria dio un respingo.

-Bien, esto ya está –dijo el botones tras abrirle la puerta-. ¿Puedo preguntarle que estaba…?

-No, no puede –le cortó Aioria entrando en su habitación y cerrando la puerta de un portazo.

-De nada… dijo el botones.

Ahora sí que estaba a salvo. O al menos lo estaría si el servicio secreto no llegaba a la escena del crimen para cotejar pistas. A cada momento que pasaba Aioria tenía más claro que iba a terminar de cabeza en el infierno, y lo más triste de todo es que él no estaba haciéndolo a  posta.

Lo rimero que hizo fue vestirse. No quería más incidentes nudistas. En cuanto se vio de nuevo cubierto de ropa llamaron a la puerta y creyó que le daba un infarto.

Temeroso, se acercó a la puerta. Debía ser la policía, en busca de explicaciones. Más cuando abrió fue con Ikki con quien se encontró. El Caballero del Fénix se tambaleaba en el sitió y llevaba una botella de licor en la mano.

-A… Aioria ¡hip! Te… tenemos que… ¡hip! Que… ¡hip! Hablar…

Aioria solo atinó a abrir la boca en una mueca de absoluta confusión mezclada con espanto.

Sin siquiera esperar a que lo invitaran, Ikki entró la habitación, casi llevándose por delante a Aioria en el proceso. El león cerró la puerta y se volvió hacía él.

Ikki se sentó en la cama y dio un largo trago a su botella.

-¡Hip! Pri… primero de todo… tengo que darte las… ¡hip! Las gracias por cuidar tan tan tan tan tan tan… ¡hip! Tan bien de mí y de mi hermano –cayó un momento-. ¿O serías más correcto decir de mi hermano y de mí? –Miró al infinito con gesto de total concentración y luego volvió a mirar a Aioria-. Ve… ¡Hip! Verás. Siento haberme marchado así cuando todo lo de Shun ¡Hip! Pasó… Me sentí… sentí… ¡hip! Sentía tan asustado y tan… tan… ¡hip! Impotente. Pero… -se levantó de repente, dándole un susto de muerte a Aioria, que no dejaba de mirarle con la misma cara de momentos antes-. ¡No volveré a hacerlo! ¡Hip! ¡Nunca! A partir de… ¡hip! De ahora seré el mejor hermano del… ¡hip! Del mundo…

Silencio…

Aioria tardó en reaccionar. Aquella era la madre de todas las situaciones surrealistas.

-Genial, Ikki –fue lo único que logro decir, con un hilo de voz-. Genial…

-A… Aioria, yo… yo… ¡hip! Me veo con la… ¡hip! Con la obligación de pagarte de alguna manera.

-Ikki no es necesario que… ¡IKKI!

El fénix había dejado la botella en suelo y se estaba quitando la camiseta.

-¡¿Pero qué haces?! –Dijo Aioria, espantado.

-Pues… ¡hip! Pa… pagarte –fue la respuesta-. No tengo dinero. Po… podría pedírselo a… ¡hip! A Saori, pero no me gusta tener que pedir nada ¡hip! Así que solo tengo mi cuerpo.

Y comenzó a  desabrocharse el pantalón.

 -¡Ikki, por lo que más quieras no sigas! ¡Estas borrachísimo! –Gritaba desesperado el león, mientras su entrepierna comenzaba a hacer de las suyas de nueva cuenta.

-Pe… pero tengo que… ¡hip! Que pagarte. Vamos, te dejo que hagas lo que quieras conmigo.

¡¿Por qué?! ¡¿Por qué tuvo de decir eso?! Una vez más el cuerpo y la mente de Aioria comenzaron a actuar por sí solos. Si Ikki seguía así estaba convencido de que esa vez no lograría contenerse.

-Ikki, detente por favor…

Pero sus pantalones ya estaban fuera. Ahora solo su ropa interior era lo único que separaba a Aioria de la total locura.

Ikki puso los brazos en cruz.

-Vamos,  soy… ¡hip! Soy todo tuyo.

Aioria se mordió el labio inferior.

-Ikki…

Y sin quererlo, sus pies comenzaron a llevarlo hacia el fénix.

La puerta sonó. ¡Salvado por la campana! O no… ¡No podía dejar que nadie viese a Ikki medio desnudo y borracho en su habitación!

-¡Ikki, escóndete! –le siseó, mientras iba hacia la puerta.

Sin siquiera pararse a mirar si su invitado había obedecido, abrió la puerta.

-¿Camus?

El guardián del undécimo templo estaba parado frente a él, tambaleándose como un tentetieso y con una botella de vino en la mano.

-Madre mía… -dijo el león.

-Aioria tengo que… ¡hip! Decirte algo muy importante.

-¡¿Pero se puede saber que estáis haciendo allí abajo?! –Gritó el castaño al cielo.

Cada vez se alegraba más de no haberse quedado en la fiesta. Solo los Dioses sabían que hubiese podido llegar a pasar.

-Aioria… ¡hip! Estuviste tan genial en la obra que… ¡hip! Que creo que me he… ¡hip! Enamo… ¡hip! Enamorado… Sí, eso creo. De ti, de Romeo… ¡De todos! ¡Hip!

-Que bien… -dijo Aioria, entre dientes.

Aquello sí que era surrealista.

-Mi personaje no se besaba con nadie, no es… ¡hip! Justo… Yo no he besado nunca a… ¡hip! A nadie… y… y… ¡hip! Y no es justo ¡hip! Y… y… -Abrió los brazos, comenzando a  avanzar hacia Aioria-. ¡Bésame, Aioria!

-¡Argh!

Aioria retrocedió, pero Camus seguía avanzando.

-Va… ¡hip! Vamos, solo un… ¡hip! Solo un beso…

Aioria se hizo a un lado y Camus chocó contra Ikki, que no se había movido del sitio. Y por muy difícil de creer que resultase… Comenzaron a besarse.

Aioria se les quedó mirando con cara de póker. No podía creerlo. Ahora sí que no podía creerlo.

Ambos cayeron al suelo, Ikki quedó debajo. No dejaron de besarse apasionadamente en ningún momento, mientras refrotaban sus cuerpos entre sí y se tocaba con las manos por doquier.

Durante un fugaz momento Aioria se vio tentado de unirse a ellos. Era muy posible que al día siguiente ellos ni lo recordaran y puesto que él no había bebido a una hora prudente podría sacarlos de allí y dejarlos frente a sus habitaciones. Aunque tras sopesar mejor su plan y recordar lo que habían pasado con el bailarín… prefirió desecharlo. ¿Qué hacer entonces? Si se quedaba allí sabía que al final no respondería de sus actos. Lo mejor sería marcharse de allí y dejarles.

Se calzó, tomó la llave de su habitación y se dispuso a salir de allí, como un zombi. Adiós a su noche de paz.

Al abrir la puerta se encontró con un botones parado en el umbral, con la mano dispuesta para llamar a la puerta.

-Servicio de habitaciones –dijo el chico, enseñándole la botella de vino que Aioria ya no recordaba que había pedido.

-Genial, que oportuno –dijo el castaño, cerrando la puerta al salir y tomando la botella.

El botones lo vio marcharse por el pasillo sin entender.

Aioria caminaba como un alma en pena por los pasillos, sin saber muy bien hacía donde ir. Desde luego no pensaba ni asomarse a la fiesta. Entre pensamiento y pensamiento le daba un trago a su botella de vino. Finalmente llegó al primer piso, donde había una gran terraza, y salió al exterior. Era una muy agradable noche que anunciaba la inminente llegada del verano. El cielo estaba plagado de estrellas. Aioria respiró hondo. Trataba de no pensar en nada de lo ocurrido desde que llagaran esa noche al hotel. Se acercó a la baranda de piedra y observó el tranquilo mar en la lejanía.

-¿Aiora?

Una voz muy familiar le hizo volverse.

-Milo –dijo, casi sin poder creérselo.

-Todos en la fiesta preguntaban por ti.

-Oh…

-Tienes a tu hermano y a Shun muy preocupados –bajó la mirada-. Y a mí también.

-Milo…

El Caballero de Escorpio se acercó también a la baranda, poniéndose a su lado y mirando hacia el mar.

Aiora le ofreció la botella.

-¿Quieres?

Milo la miró con una sonrisa y la tomó.

-Solo un trago. He intentado mantenerse sobrio toda la noche para cuidar del resto.

-¿Pero qué es lo que están haciendo?

-Pues se les ha ido un poco de las manos creo yo. Shaka y Hyoga terminaron sin camiseta bailando sobre una de las barras.

-No puede ser…

Milo le dio un largo trago a la botella y chascó la lengua.

-Lo es. Cuando me he ido les he dejado algunos de ellos jugando a la botella con Saori, Nadine y varios de esos chicos de la otra fiesta.

-¿La botella?

-Sí, ya sabes, ese juego en el que haces girar una botella y tienes que besar al que apunte cuando se pare.

-¡¿Atenea está jugando a eso?!

Milo asintió.

-Se ha besado con nueve chicos y cuatro veces con Nadine.

Aiora le quitó la botella de la mano a Milo y le dio un larguísimo trago. Una vez más tuvo que darle las gracias al cielo por no haberse quedado en esa fiesta.

Milo rió.

-Tranquilo, no es para tanto. Tal y como nos dice siempre Atenea… Yo también creo que nos merecíamos divertirnos de verdad.

-Tú no pareces divertirte –dijo Aioria, mirándole.

Milo suspiró.

-Como te dije, alguien tenía que mantenerse cuerdo para cuidarles –entonces el también le miro, cuando sus ojos se encontraron ninguno de ellos supo interpretar que veía en los del otro-. Tú tampoco pareces divertirte. Y no sé tus motivos.

Aioria apartó la mirada, abatido.

Milo sonrió, con algo de amargura.

-Tranquilo, no voy a pedirte que me digas tus motivos cuando ni siquiera yo soy capaz de decirte los míos.

Entonces Aioria volvió a alzar la mirada para mirarle y esta vez fue Milo quien la apartó. Al parecer dijo algo que no quería haber dicho.

-Milo…

-Verás, Aioria, yo… -se mordió el labio inferior-. Respecto a mi comportamiento contigo en los últimos días… esto… yo… ¡Maldita sea! –Saltó, mirando de nuevo hacia el mar. Parecía frustrado por no poder decir lo que quería.

-Milo, quiero pedirte perdón por…

-No, Aioria –le cortó el peliazul, mirándole de nuevo. Lucía en el rostro una expresión de dolor que Aioria nunca había visto en él-. Soy yo quien tiene que disculparse, he sido un completo imbécil y…

-El único imbécil aquí soy yo –le cortó ahora Aioria-. Yo he sido el único que de verdad ha estado actuando extraño. El único que… -suspiró-. Que ha estado ocultando algo y… -cada vez le resultaba más difícil respirar y seguir hablando-. Y ya no sé si podré seguir con esto. Necesito contarte que… que…

Ahora era el turno de Aioria de no poder decir lo que verdad quería.

-Aioria, tranquilo, no hace falta que…

Sin siquiera proponérselo ninguno de los dos, sus cuerpos, ya de por sí bastante cerca el uno del otro, comenzaron a inclinarse hacia el otro. Sus rostros estaban cada vez más cerca el uno del otro, los ojos de ambos se cerraron.

-¡Al fin os encuentro!

Ambos caballeros se volvieron rápidamente hacia la persona que había irrumpido en su intimidad en aquella terraza. Era Aioros.

-Os he buscado por todas partes –dijo el arquero.

Notas finales:

Gracias por leer!!!


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