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La Flecha Negra De Eros por _Islander_

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Notas del capitulo:

Y aquí va el siguiente ^^

Los golpes en la puerta despertaron a Aioria de uno de sus más incómodos sueños. Casi dio las gracias por ello. Al abrir los ojos y mientras su mente se acostumbraba a la vuelta a la realidad se vio a sí mismo, una vez más, rodeado por los brazos de Shun.

Suspiró.

La noche anterior estuvo tan cerca y tan lejos a la vez que…

Los golpes en la puerta volvieron a  traerlo de nuevo de su vigilia.

Shun se revolvió, soltándose de él y enterrando la cabeza bajo las sabanas, con un quejido.

-Haz que el ruido pare… -se quejó, en un balbuceo.

Era de esperar que el joven peliverde no tuviese un buen despertar después de lo de anoche. Habría que ver luego al resto de sus compañeros.

Resignado, el castaño se levantó de la cama para abrir la puerta y recibir quien fuese que no paraba de llamar.

¡Pero un momento! ¿Y si se trataba de alguno de sus compañeros? Lo que menos podía permitirse ahora era abrir la puerta de una habitación que no era la suya en ropa interior.  Tendría que pensar en una forma de…

-Servicio de habitaciones. Les traemos los trajes para las bodas –habló una voz al otro lado.

-Salvado… -suspiró el león.

-Que se calle… -gimoteaba Shun, desde la cama.

Aioria abrió la puerta, y se encontró a uno de los botones del hotel, con un perchero con ruedas donde había colgados dos trajes, protegidos por una funda de plástico.

-Aquí traigo los trajes del señor Ikki y el señor Shun, de parte de la Fundación Kido ¿Es usted el señor Ikki?

Aioria no tenía ganas ni de inventarse nada.

-Sí, yo mismo.

-¿Podría firmar aquí?

El botones le entregó un impreso y el castaño se inventó la firma de Ikki.

-Ya está.

-Bien gracias.

Pero el botones se quedó ahí, mirándole con una sonrisa.

-Oh, lo siento. No tengo aquí mi cartera.

El botones se marchó dedicándole una no muy halagüeña mirada. A Aioria no le importó, le había dicho la verdad, su cartera estaba en su habitación.

Tomó el perchero para tirar de él hacía en el interior de la habitación, dando gracias de que ninguno de sus compañeros le hubiese visto cuando:

-¿Aioria?

-¡Milo! –Saltó un Aioria en calzoncillos.

-¿Qué haces tú aquí? Y en calzoncillos…

-Pues veras, yo…

-¿Has dormido con Shun?

Al parecer Milo también se hospedaba en el segundo piso.

-Pues… Sí, verás, es que Shun anoche se encontraba muy mal y… -tartamudeaba el león, sin saber muy bien cómo salir de aquella-. Bueno, Ikki se largó y… bueno, yo…

-No tienes que darme explicaciones –le cortó Milo, aparentemente… ¿Molesto?

¡Ahí estaba! ¡Ahí estaba de nuevo! La misma mirada de molestia y reproche que le dedicó en aquel ensayo, cuando dejó de hablarle. ¡¿Pero porqué?!

-Milo, con respecto a lo de anoche…

-Tranquilo, ya dije todo lo que tenía que decir. No pienses mucho más ello. Iba a buscar un zumo para Afrodita. Hasta luego.

Y se marchó de allí, dejando a Aioria con la palabra en su abierta boca.

¡¿Pero qué demonios le pasaba a ese tío?! Se preguntaba Aioria, molesto. Primero dejó de hablarle como si tal cosa, días después se disculpa y ahora vuelta al principio. ¿Y era él el que estaba actuando raro? Milo le ganaba de calle.

Por esa mañana no quería pensar en el asunto, bastante tenían ya por delante a lo largo del día.

Entró con los trajes y cerró la puerta de un portazo, haciendo que Shun se quejase otra vez.

-Shun, levanta –dijo, en tono autoritario.

-No…

Con un bufido, fue hasta los ventanales y subió la persiana. El más joven emitió un quejido y se enterró aún más entre las sabanas.

-Ah, no, de eso nada.

El castaño fue hasta la cama y le arrancó las sabanas de un tirón, dejando el cuerpo del peliverde hecho un ovillo, al aire.

-No quiero…

-Ya basta, Shun. Levántate y ve a la ducha, yo haré que traigan algo de desayunar. Y una aspirina. Tienes que beber mucho.

-No, por favor…

Aioria estaba perdiendo la paciencia.

-Vamos, todos los caballeros estamos invitados a las dos bodas. Ya han traído los trajes. Tenemos que vestirnos y bajar al hall. Supongo que allí nos darán más instrucciones.

-No puedo ir… Estoy fatal…

-En cuanto desayunes te encontrarás mejor –insistía Aioria, qua ya no sabía cuanto más podría controlarse.

-No…

-Shun.

-No…

-¡Shun, levántate! –Estalló el león.

El peliverde se irguió de golpe, quedando sentado sobre la cama, mirando con ojeroso semblante a Aioria, casi tan asustado como confundido.

-Shun, yo…

Pero el más joven no quería escuchar. Se levantó de la cama y fue hasta el baño, cerrando la puerta.

-Shun –Aioria se acercó y llamó la puerta –Shun, perdóname, verás yo… yo…

No hubo respuesta. Tan solo el sonido del agua de la ducha al correr.

Aioria suspiró, apoyando su cabeza contra la puerta del baño.

-Iré a buscar a tu hermano y le haré venir.

Y dicho esto el castaño se vistió y salió de allí. Sintiéndose tan mal como no recordaba haberse sentido.

Lo cierto era que tenía demasiado estrés dentro. Todo lo que le estaba pasando, la incomprensión de su hermano, el extraño comportamiento de Milo… Era solo cuestión de tiempo que todo aquello terminase superándole pero… ¿Estallar así con Shun? ¿Precisamente con Shun? La única persona que se había mostrado siempre  amable con él y que en ningún momento le había juzgado por su extraño compartiendo –y razones no le habían faltado.

Precisamente con él…

Aioria subió pesadamente las escaleras hasta el tercer piso. Ya se estaba sacando la llave de su habitación del bolsillo cuando se encontró en la puerta al mismo botones de antes con otro traje, a punto de llamar a su puerta.

-Genial… -dijo Aioria, para sí-. Yo cogeré eso –le dijo al botones, que al verle llegar le miró con extrañeza.

Aioria metió la llave y entreabrió la puerta (no quería que el botones viese nada inapropiado).

-Pero… Este traje es para el señor… -leyó el impreso que llevaba-. Aioria.

-Sí, ya –dijo el castaño,  sin humor, tomando el impreso, firmándolo, devolviéndoselo y tomando el perchero con ruedas y comenzando a empujarlo hacia el interior de su habitación-. Muchas gracias.

-¿Pero usted no era…?

-Gracias.

Y la puerta le dio en las narices.

El botones se quedó unos instantes en el sitio, procesando lo que acababa de suceder.

Hizo una mueca de molestia.

-Creo que eso significa que ahora tampoco me dará propina –dijo, molesto, y se marchó de allí para continuar con su labor.

Lo que Aioria se encontró al otro lado de su puerta no era del todo lo que se esperaba.

Ambos caballeros estaban despiertos. Sentado cada uno a un lado de la cama, dándole la espalda al otro.

-¿Habéis dormido bien? –Preguntó el castaño, rompiendo el silencio.

No había tiempo que perder con delicadezas y además no estaba para nada de buen humor.

Ninguno de ellos respondió.

El castaño carraspeó ligeramente, con molestia.

-¿Os encontráis bien?

-Sí –respondieron ambos, al unísono. Y al hacerlo se volvieron para mirarse tan rápido como luego volvieron a darse la espalda, totalmente ruborizados.

-Seguramente no lo sabréis pero estamos invitados a las dos bodas que van a celebrarse –les comunicó el león, más no obtuvo respuesta alguna, ni ningún tipo de reacción-. Ikki, tú traje ya está en tu habitación. Tu hermano se está preparando. Y me imagino que el tuyo también, Camus.

-No recuerdo nada de lo que pasó anoche –dijo Ikki. Una declaración que claramente iba para Camus.

-Yo tampoco –contestó Camus.

-Deberíais prepararos y bajar. Seguramente Atenea nos estará esperando –continuó Aioria, hablando solo.

-Perdí el control –continuó Ikki, mirando al suelo.

-Todos lo hicimos –le siguió el de Acuario, en similar estado.

-Tampoco fue algo malo ¿no? Solo nos estábamos divirtiendo. La propia Atenea nos animó.

Ahora parecía que el fénix parecía querer excusar de alguna manera “aquello que no recordaba”.

-Puede que se nos fuese un poco de las manos. Pero nosotros nunca habíamos tenido la oportunidad de divertirnos de verdad.

Y Camus se le unió de nueva cuenta.

-Chicos ¿Podéis discutirlo luego? –Dijo Aioria-. ¿Y en otro sitio?

-Es cierto, para nosotros era algo nuevo, no sabíamos cómo podía terminar –dijo ahora Ikki.

-Y en cualquier caso tampoco fue algo tan terrible. La gente normal hace este tipo de cosas.

Ninguno de ellos parecía escuchar a Aioria, era como si un muro transparente les separará. Y el castaño comenzaba a molestarse profundamente.

-Chicos, veréis…

-Y seguramente los demás hicieron cosas peores –le cortó Ikki,  de nuevo.

Aioria apretó la mandíbula, con fuerza.

-Sí, cuando nos marchamos aquello era un caos, a saber cómo ha amanecido el resto –coincidió Camus.

Aioria dio un paso al frente y se hizo crujir los nudillos.

Y por fin los otros dos caballeros giraron el cuello para mirarle.

-Se acabó… -dijo el león, entre dientes.

Segundos después Ikki y Camus eran arrojados fuera de la habitación, cuya puerta se cerró de un golpe.

Ambos se levantaron del suelo, confusos.

-Esto… ¿Aioria? –Llamaba Camus, golpeando la puerta-. Nuestra ropa.

La puerta se abrió y una lluvia de prendas cayó sobre ellos para cerrarse de nuevo con otro portazo.

-¿Y a este que le pasa? –Habló Ikki, mientras recogía sus prendas.

-No lo sé.

Y entonces se miraron, enrojeciendo de nueva cuenta.

-Me voy –dijo Ikki, dando media vuelta y saliendo rápidamente de allí.

-Yo también.

-¿Porqué me sigues?

-Porque nos hospedamos en la misma planta.

-…

 

Aioria miraba su desecha cama con una ceja arqueada y una mezcla de resignación y molestia en el rostro.

Había pensado en dejarse caer sobre ella y tomarse unos minutos para meditar en soledad. Pero solo de recordar lo que pudo haber ocurrido en esa cama se lo pensó.

Lo más triste de todo el asunto, es que la razón de su molestia no era que no pudiese echarse un rato en su propia cama porque sus compañeros la hubiesen “usado” sino que en realidad se moría de ganas por lanzarse sobre ella y aspirar el aroma de ambos caballeros e imaginar lo que aquella noche…

¡NO!

Sacudió la cabeza con fuerza. Ahí estaban de nuevo esas ideas enfermizas y descabelladas. Una vez más todo se repetía. Últimamente aquellas sensaciones habían mermado, seguramente eclipsadas por los nervios de la obra. Pero la obra ya había terminado, y su mente volvía a estar algo más desocupada. Y si a eso le sumábamos su noche frustrada con Shun, el ataque no consumado de Hyoga, el incidente con el stripper, los mil y un piropos e insinuaciones de los ebrios chicos del LGBT sumado al compartimento del resto de sus compañeros y, como colofón, su última conversación con Milo, daban como resultado un hervidero de sensaciones y sentimientos frustrados. Todos esos elementos habían formado una peligrosa y explosiva mezcla en su interior que no había llegado a detonar.

Y de nuevo le tocaba sufrir.

La vida del león en los últimos días podía resumirse como un quiero y no puedo.

Con resignación y frustración a partes iguales fue a darse una ducha. Una vez más se vía así mismo dándole vueltas a sus muchos problemas mientras el agua caliente caía sobre él. Desde que se levantase aquella mañana todo volvía ser como antes de empezar con los ensayos de la obra. Estaba tan obcecado con sus luchas internas que la boda doble que tenía por delante le era completamente indiferente. Al fin  y al cabo, ni siquiera conocía a los contrayentes.

De pronto llegó a una conclusión. Bien era cierto que todo aquello de la obra le había resultado un total estrés mental pero… Por otro lado, el estar tan preocupado por los ensayos y los nervios por la actuación le había distraído bastante de sus otras muchas internas. Tal vez la clave estuviese ahí. El médico del Santuario (ese peligro público con licencia) ya le había advertido en una de sus primeras consultas que el estrés debe combatirse con algún tipo de actividad que distraiga la mente. Hasta él mismo se lo sugirió a Dhoko y Shion cuando accidentalmente sedó a Shiryu.

Sí, eso era. Debía buscarse alguna otra actividad que mantuviese su mente tan absolutamente ocupada que no tuviese tiempo de pensar en nada.

La cuestión ahora era cual…

El teléfono sonó.

-Cómo no –gruñó Aioria, mientras salía de la ducha y cogía una toalla para cubrirse la cintura. Caminó hasta el teléfono, dejando, una vez más, un reguero de agua a su paso. Maldijo para sus adentros y lo cogió-. Diga.

-¿Aioria? Soy Dhoko.

-¿Dhoko? –Repitió el castaño. No se esperaba oír esa voz al otro lado.

-Sí. Disculpa que te moleste. Os estoy avisando a todos. Hemos quedado en reunirnos todos a las once en el comedor. La boda se celebrará a las doce.

-Está bien, gracias por avisarme.

-Otra cosa –Se apresuró a decir el maestro-. ¿Tú estás bien?

Aioria lo entendió de inmediato.

-Sí, estad tranquilos, yo me encuentro bien –contestó.

-Es un alivio. Bien, Aioria, debo colgar, aún me queda gente de avisar.

-Bien, hasta luego.

Efectivamente, sus compañeros debían estar en un estado bastante lamentable. Acudir a aquellas obras iba a ser un error. Pero estaba claro que Atenea no iba a faltar al respeto a las parejas no presentándose. Además, ellos eran caballeros, si habían luchado contra los mismísimos Dioses y ahora se dejaban vencer por una resaca… ¿Dónde les dejaría eso? Pues en una posición que diría muy poco de ellos.

Miró el reloj. Las diez y media.

Con otro gruñidos, de los que ahora parecía eran costumbre en él (como si de un león de verdad se tratase), regresó al baño para terminar de secarse.

Después de eso procedió a embutirse en ese traje que parecía estar hecho a su medida. Cosa que no le extrañó sabiendo que detrás estaba la Fundación Kido corriendo con los gastos y que Nadine tenía guardadas las medidas de todos tras hacer los trajes para la obra.

Terminó de atarse los cordones de aquellos incomodísimos zapatos que venían con el traje y se dispuso a salir.

Cuando se abrieron las puertas del ascensor comenzó a caminar torpemente hacia el comedor. No estaba acostumbrado a caminar con zapatos tan elegantes. Y esos en particular hacían daño.

Entrar en aquel comedor fue como entrar en el escenario de una película de zombis. Una película de zombis de etiqueta, para ser más exactos.

Saludó al entrar, pero obtuvo bastantes pocas respuestas.

Saori se hallaba la que más al fondo, sentada al final de la mesa que tenían reservada para ellos, con una taza de café en una mano y la otra cubriendo su entrecejo. Nadine se sentaba a su lado, también con una taza de café, pero ella parecía estar como siempre, cosa que no sorprendió al león. Sentado al otro lado de Saori estaba Saga, intentado que su moribundo hermano se tomase una infusión, pero este parecía reprimir una nausea a cada sorbo que daba.

Con ellos se sentaban también Sorrento y Julian, prácticamente apoyados en uno contra el otro, con la boca entreabierta. Parecía que se les salía espíritu a cada exhalación.

Todos los caballeros lucían un traje similar. Lo único que les diferenciaba era la corbata, que cada uno llevaba de un color.

No pudo evitar que su mirada se posase en las dos personas que tenía más cerca. Milo y Afrodita hablaban entre ellos muy cerca de dónde él estaba. Desde que entró había sentido la mirada del escorpión clavarse en él como si de su propio aguijón se tratase.  Pero cuando este se la devolvió el peliazul la apartó de inmediato, centrando de nuevo su atención en Afrodita, a quien dijo algo y luego se alejó.

Malhumorado, Aioria se acercó a Afrodita, quien se giró al sentirle acercarse.

-Buenos días –le saludó él león,  tratando de controlar su humor. Aunque su semblante no tardó mucho en cambiar al de sorpresa.

-Buenos días –le respondió el interpelado. Dándose cuenta del cambio facial de su compañero y de en qué forma tan extraña le miraba - ¿Pasa algo? –Añadió, alzando una ceja.

-¿Eh? Oh, no, nada –se apresuró a contestar el león, borrando su gesto de incredulidad de inmediato-. Es solo que… Bueno, tras lo de anoche imaginé que estarías… Bueno…

-¿Comatoso igual que el resto?

Aioria sonrió.

-La verdad es que sí.

-A mí el alcohol no me afecta como al resto. Aunque sí que es verdad que anoche me pasé un poco.

-Oh, es que antes me encontré a Milo que a iba a buscar un zumo para ti, así que supuse que…

-Sí, se lo pedí yo. Estaba duchándome y él me hizo el favor.

-Entiendo –Aioria guardó silencio unos segundos-. ¿Qué le pasa a Milo?

En realidad había querido preguntar aquello desde el principio.

Afrodita le miró, sin entender.

-¿Qué le pasa de qué? Anoche estuvisteis juntos, ya viste que estaba tan sobrio como tú.

-No me refería eso. Es solo que… -dudó-. Bueno, estabais hablando ahora mismo y le he visto irse.

Afrodita giró la cabeza hasta dar con Milo, que estaba, no muy lejos de allí, hablándole a Shaka, que estaba sentado en la mesa, cabizbajo, aguantándose la cabeza con ambas manos mientras al otro lado Aldebarán le sostenía una botella de agua. Al parecer el Caballero de Tauro había tenido mejor despertar que el resto de sus compañeros, tras su duelo con Shura.

-Tan solo me dijo que iba a ver como estaba el resto –dijo el peliazul, volviendo a mirarle y señalando a continuación de DeathMask, que estaba también sentado a la mesa, con la cara sobre la mesa e inmóvil-. Hay gente por la que preocuparse más ahora que por Milo.

-Iré a ver cómo está DeathMask, disculpa.

Aioria se acercó al aparentemente inconsciente Caballero de Cáncer, encontrándose también con Shion y Dhoko, que habían hecho lo mismo.

-Vamos, DeathMask levántate ya, llevas mucho rato así –dijo Dhoko.

-Dejadme morir en paz… -gruñó el aludido, sin despagar la cara de la mesa.

-Qué cruz… -suspiró Shion.

Entonces miraron a Aioria.

-¿Cómo lo hiciste para no terminar como estos inconscientes? –Le preguntó Dhoko.

-Abstenerme –fue la rápida y concisa respuesta del león.

Abstinencia. Abstinencia total. En eso se resumía ahora su vida.

-Me alegra saber que algunos aún tiene cabeza –dijo Shion-. Parece que solo tú, tu hermano, Aldebarán, Milo, Saga y Afrodita estáis en condiciones.

-Lo de Afrodita es por inmerecida suerte –dijo Dhoko -. Según he escuchado él bebió más que nadie, pero su inmunidad le protege.

-Es igual.

-A todo esto… -habló entonces Aioria, pensativo-. Vosotros también estáis perfectamente. Y no se os vio durante toda la fiesta ¿Dónde estuvisteis?

Ambos se miraron, como si no supiesen muy bien que decir.

-Pues… por ahí –contestó finalmente Dhoko, no muy convencido-. Vamos a… a… A ver como se encuentra Atenea. Sí, eso. Vamos, Shion.

 Y macho de allí, seguido por la mirada de Aioria, que lo veía alejarse de forma escudriñadora.

-¿De verdad vas a ser tú él que nos juzgue por un comportamiento sospechoso? –Le dijo Shion, que seguía allí.

Aiora se llevó una mano a la cabeza y rió.

-No... no…

-Bien.

Y tras guiñarle un ojo, fue en pos de Dhoko.

Aioria tragó saliva, con fuerza. Mejor no jugar con el ex Patriarca del Santuario.

Camus y Hyoga fueron los siguientes en aparecer. El francés parecía en mucho mejor estado que al principio de la mañana. Sin embargo, de su pupilo no podía decirse lo mismo. Con la vista fija al suelo, arrastraba los pies, prácticamente guiado por la mano de su maestro, que parecía muy centrado en que no se chocase con nada ni nadie.

Camus se le hizo un tímido movimiento de cabeza al pasar a su lado. Hyoga ni se dio cuenta de su presencia, cosa que Aioria agradeció. Aunque seguramente el de bronce no recordaría absolutamente nada de lo ocurrido la noche anterior.

Ahora llegaba el turno del zombi del Caballero de Pegaso. En similar estado que su compañero de armas, Seiya caminaba penosamente y sin levantar la vista del suelo. A su lado estaba Aioros, con un brazo sobre los hombros del más joven y una expresión tanto cansina como decepcionada.

Esta vez fue Aioria el que se dio la vuelta para no chocar miradas con su hermano. Y aunque eso dolió de sobremanera al mayor, este prefirió no remover la tierra por el momento. Acompañó al Pegaso para que se sentara también en la mesa.

Ya  solo quedaban de aparecer Ikki y Shun.

No se hicieron de rogar. A los pocos minutos ahí estaban.

Ikki lucía su típica e inmutable expresión malhumorada, nada nuevo, salvo que, en opinión de Aioria, el traje le sentaba francamente bien. Por su parte, Shun, parecía hasta más pálido de lo normal y parecía bastante abatido.  Al pasar a su lado ninguno de ellos se volvió tan siquiera para dirigirle una mirada, cosa de le dolió mucho al león. Entendía que lo de Ikki sería debido a la vergüenza que debía sentir por lo de la noche anterior. Pero Shun… el chico parecía muy dolido por lo ocurrido esa mañana. Y nadie podía reprochárselo.

-Bien, ya estamos todos –habló Shion, captando la atención de todos-. Intentaré ser breve en la explicación, pues solo queda media hora para que empiece la ceremonia. Ambas bodas van a  celebrarse en el salón de actos del hotel que no habéis destrozado –les dedicó una mirada de reproche a todos. Algunos bajaron la cabeza, avergonzados. Otros, los más afectados, seguramente ni le oyeron-. Al terminar se realizará un lunch en los jardines traseros del hotel y, finalmente, el convite. La fundación ya se ha ocupado de hacerles a los contrayentes unos buenos regalos en nombre de todos, así que… -otro mirada de reproche-. Limitaos a no hacer el cafre.

Dhoko se acercó a él y le susurró al oído.

-¿No te has pasado un poco? –Le preguntó el maestro. Pero ante la mirada que le dedicó Shion reculó-. Vale, vale…

-Ahora –continuó Shion, señalando con la cabeza algo tras los caballeros, estos se volvieron y vieron a un joven trajeado con una identificación a un costado del pecho, Presumiblemente un azafato contratado para el evento-. Nos guiarán hacia nuestros asientos.

A duras penas, todos se pusieron en marcha. No eran los únicos. Varios invitados más, tanto de una boda como de la otra, se pusieron también en marcha. Era fácil diferenciarlos. Los de la boda de Julián y Robert eran prácticamente todos jóvenes varones curiosamente atractivos. Los de la boda de Jivan y Aaliyah vestían los típicos trajes ceremoniales hindúes. Había que admitir que la mezcolanza cultural era, cuanto menos, curiosa.

Mientras seguía a sus compañeros Aioria escuchó hablar a unos chicos de la boda de Robert y Julián.

-¿Oíste lo des stripper? –Dijo uno de ellos.

Aioria se paró en seco. Por un lado porque quería oír lo que decían, por otro, porque el miedo lo había paralizado.

-Sí –respondió el otro chico-. He oído que ya ha despertado.

Aioria empezó a sentir mucho calor.

-Pero al parecer no recuerda  nada desde que se metiera en la tarta hasta que despertó en el hospital –dijo el primero que había hablado.

Aioria respiró de nuevo, tranquilo.

-La policía está buscando al repartidor que le levó para interrogarlo –agregó el otro chico.

De nuevo a Aioria se le paró el corazón.

-Bueno, no creo que lleguen a nada. Estoy seguro que no fue más que accidente. Además, el chico está bien, que es lo que importa.

-Sí, tienes razón.

Y se marcharon de allí.

Aioria continuaba estático en el sitio. Era cierto, tal y como habían dicho esos chicos, debía quedarse con lo importante, que el stripper estaba bien. Pero por otro lado… ¿Y si daban con el repartidos y lo interrogaban? ¿Y si él le daba a la policía una descripción de la persona a la que le dejó la tarta gigante y eso les acababa llevando hasta Aioria? Con la suerte que tenía últimamente no era descabaladlo pensar que en algún momento le tocase pagar por todas la meteduras de pata que estaba cometiendo. Aunque ya tuviese bastante castigo con tener que vivir con sus recriminaciones internas.

En fin, por el momento debía calmarse. Cada vez que se ponía nervioso ocurría alguna desgracia a su alrededor y no quería estropear dos bodas al mismo tiempo. 

-¿Aioria?

Esa voz le hizo regresar a la realidad.

Se volvió para ver de quien se trataba. Era su hermano.

-¿Estás bien? –Preguntó.

El arquero le miraba con gesto de suma preocupación mientras sujetaba al zombi de Pegaso para que no se cayese al suelo.

Aioria abrió la boca para decir algo pero ningún sonido salió de ella. Aún se sentía muy molesto con su hermano por como la había tratado días antes (aunque dicho trato hubiese estado bastante justificado). Aún no sabía muy bien cómo dirigirse a él o qué decirle. Y lo cierto era que en esos momentos no se sentía con fuerzas como para pensar en el asunto. Tal vez cuando regresasen al Santuario tendría tiempo para poner sus ideas en orden y abordar mejor el asunto de su hermano. Pues aquello solo podía solucionarse con una larga conversación, y había muchas cosas que decir para las que Aioria aún no estaba preparado.

-Estoy bien –dijo finalmente. Y se dio la vuelta para continuar siguiendo al grupo-. Disculpa.

Aioros le vio alejarse, cada vez más turbado por dentro. Le resultaba insoportable hallarse en esa situación con su querido hermano. Pero él también debería esperar a que terminasen las bodas para arreglar el asunto. Le dio un delicado empujón a  Seiya para que reanudara la marcha.

-Vamos.

Entraron en la enorme sala donde se iban a celebrar ambos eventos simultáneos y todos (los que estaba en condiciones) soltaron una exclamación de sorpresa. Era como si hubiesen divido la gigantesca estancia en dos. Primero estaba el pasillo central, que más adelante recorrerían las dos parejas, flanqueado por los bancos que ocuparían los invitados de cada boda. La mitad izquierda, que correspondía a la boda de Julián y Robert, estaba decorada con rosas blancas y negras. Tal vez dicho así pudiese sonar algo paupérrimo, pero la inmensa cantidad de flores que lo cubría todo llamaba la atención de sobremanera.

El lado derecho era el de la boda de Jivan y Aaliyah. Los bancos estaban tapizados con las típicas pieles ceremoniales hindúes. Y flores rojas y naranjas lo llenaban todo. De no haber estado es estado semicomatoso seguramente Shaka habría estado encantado con ese tributo a su cultura.

El azafato les indicó sus asientos, casi en las filas finales de los bancos que pertenecían al enlace entre Julián y Robert. Era lo lógico. Habían sido invitados a última hora. Además de que era más que evidente que la boda hindú contaba con bastantes más invitados y su aforo estaba completo.

Aioria se fijó en que su hermano no estuviese cerca antes de meterse en el banco que iba a ocupar. Era la único persona junto a la cual no quería sentarse en ese momento. O eso pensaba al ver que frente a él iba Milo. Sin embargo este último se dio cuenta y se sentó un poco más allá quedando así Afrodita entre ellos dos. Al otro lado del león se sentó Camus, con su moribundo alumno. .Los Caballeros vieron entonces como Saori y Nadine seguían hasta la primera fila donde, al parecer, los contrayentes las habían reservado un asiento de honor.

Ahora se pudo apreciar bien el hermoso vestido que lucían ambas mujeres. El de Atenea era de color azul celeste, con la espalda al descubierto y un corte en la falda. Llevaba el pelo recogido en un moño al lateral de la cabeza. Nadine lucía un largo vestido color rojo sin tirantes. Una nota de color que contrastaba bastante con los oscuros colores que lucía siempre. Su pelo estaba suelto pero se lo había ondulado. Y llevaba varias gargantillas al cuello.

Tras unos minutos la música empezó a sonar. Lógicamente una pieza musical típica hindú no habría ligado mucho con la boda de los otros chicos, de la misma manera que la típica marcha nupcial Cristiana no habría sido de recibo en una unión hindú. Y tampoco habría sido plausible meter dos bandas diferentes tocando al mismo tiempo. Así que ambas parejas llegaron a un consenso común y decidieron tocar la marcha nupcial clásica con instrumentos musicales típicos de la cultura hindú.

Aquellos que orquestarían ambas ceremonias aparecieron entonces en el florido altar. Para la boda hindú estaba un anciano ataviado con un largo manto rojo y para la otra un pastor de mediana edad y gesto jovial.

Y ahí llegaban los novios. Jivan y Julián caminaban a la par por el pasillo central, acompañados por sus respectivas madres. Jivan lucía un traje  típico de su país, en color blanco, con varios adornos dorados y rojos. Llevaba puesto un  turbante rojo y en de su cintura pendía una hermosa cimitarra en una vaina de oro. Por su parte, Julián, llevaba el típico traje negro de novio. Con una camisa blanca y corbata negra. Las madres de ambos, a su estilo, estaban también deslumbrantes.

Al llegar al altar besaron a sus respectivas madres y se colocaron en su sitio, a espera de sus parejas.

Ahora era el turno de “las novias”. O en este caso, de la novia y el otro novio.

Aaleyah relucían con luz propia. La joven había sido concienzudamente arreglada en base a su cultura y si a eso se le añadía su juvenil belleza natural daba como resultado una obligada exclamación de asombro de todo aquel que la mirase. Robert lucía un traje blanco y portaba un ramo de rosas azules. Parecía bastante nervioso. A Aaliyah le acompañaba su padre, elegantemente vestido. Sin embargo Robert estaba acompañado de su madre.

De igual manera que hicieran los novios antes, besaron a sus parientes y se colocaron junto a sus respectivas parejas.

Y así se iniciaron ambos ritos, de forma simultánea. Cada vez que uno de los sacerdotes decía algo, le seguía el otro. Aunque el sacerdote hindú lo hacía en su lengua madre y nadie fuera de esa esfera, a  excepción de Shaka, le entendía.

Aunque la mayoría de invitados no podían verle bien, debido a la distancia y a que estaba de espaldas a ellos, Julián lucía bastante mal. Hasta de vez en cuando se tambaleaba. Robert no dejaba de mirarle con espanto mientras las manos le temblaban.

Ahora el pastor se dirigía a Julián.

-¿Aceptas a Robert como tu legítimo esposo? –Concluyó el pastor.

Julián no contestó. Todas las miradas estaban fijas en él. Hasta las de la otra boda.

-Julián –le apremió Robert, entre dientes, perdiendo la paciencia a cada segundo que pasaba.

Julián abrió la boca.

Todos se inclinaron hacia delante para escucharle, más lo que oyeron a continuación no era exactamente lo que esperaban.

Todos los presentes se quedaron con la boca abierta, presas del shock.

Robert tenía una expresión de espanto desdibujado en el rostro.

Julián le había vomitado al pastor encima.

Silencio absoluto. Inmediatamente roto por el llanto de un bebé y el lamento de una invitada de la boda hindú que se desmayó.

Robert comenzó a retroceder, con piernas temblorosas.

-Ah… ¡Aaah…! ¡AAAAHHHH!

Comenzó a  gritar en medio de aquel silencio.

Julián lo miraba, presa de los nervios, sin saber muy bien qué hacer. Por su parte el pastor no dejaba de mirarse la sotana, llena de vomito.

Entonces Robert dejó de gritar y miró a su alrededor, a los boquiabiertos invitados. Enrojeciendo debido al presento ridículo que había hecho delante de decenas de amigos y desconocidos le dedicó a Robert una mirada asesina y apretó el ramo con todas su fuerzas.

-Se… ¡Acabó!

Y dicho eso, salió corriendo de allí.

-¡Gobegt! –Gritó Nadine.

Y salió corriendo tras él, seguida por otros dos invitados.

Julián se quedó en el sitio, paralizado.

Les vieron salir del lugar pero nadie más movió un solo músculo. Aquella situación había sido, cuanto menos, surrealista.

-¿Deberíamos hacer algo? –Habló Aldebarán.

-¿Y qué se supone que íbamos a hacer? –Dijo ahora Afrodita-. No es asunto nuestro.

En ese momento pasó junto a ellos Saori, tirando del brazo del Julián y prácticamente arrastrándolo fuera de allí.

-Bueno, ahora que Atenea ha ido detrás… tal vez deberíamos seguirla  -dijo Aioros.

Aioria puso los ojos en blanco y resopló. El deber se mezclaba con el morbo.

Y así, los caballeros siguieron a su Diosa. Acompañados por algún que otro invitado más.

Salieron de la sala de ceremonias y no tardaron en escuchar los lamentos de Robert.

-¡Estúpido, estúpido, estúpido! –Le gritaba a su novio-. ¡Sabía que te lo cargarías todo! ¡Todo! ¡No has dejado de cagarla desde que nos bajamos del maldito avión! ¡Y lo peor es que yo no he hecho más que regañarte y tú no me has hecho ni caso!

Nadie se espera ver al tímido y aparentemente delicado Robert gritar como lo estaba haciendo Estaba totalmente fuera de sí. No siquiera Nadine se atrevía a acercarse mucho.

Julián osó dar un paso hacia él.

-Cielo, yo…

-¡No te atrevas a decir nada! ¡Nada! ¡Primero me convences para cruzar el océano para celebrar nuestra boda! ¡Luego me convences para retrasarla y celebrarla al mismo tiempo que una boda hindú! ¡Y luego invitas a un montón de desconocidos! –Se volvió hacia Atenea, con gesto de disculpa-. No me lo tengáis en cuanta, estoy ofuscado.

-Tranquilo… -contestó la chica, nerviosa.

Volvió a encarar a su pareja, adoptando de nuevo aquella mirada asesina.

- ¡Luego la maldita despedida de soltero! ¡Te dije claramente que no quería y que si la hacías no contases conmigo! ¡¿Y qué haces tú?! ¡Enviarme a un maldito stripper que nunca llegó y que encima ahora está en el hospital y por el que, seguramente, tengamos que compadecer ante un tribunal! Dios, menos mal que nuestros padre no llegaron hasta esta mañana…

-Pero eso fue cosa de tus amigos…

-¡QUE TE CALLES!

-Sí, cielo.

-¡Y como guinda final, no se te ocurre otra genialidad que vomitarle encima al cura! ¡¿Sabes lo que me costó encontrar a un pastor que quisiese casarnos?!

-Verás, deja que te explique…

Entonces Robert corrió hacia él y comenzó a golpearle con el ramo.

-¡Has vomitado sobre la Biblia, maldito imbécil!

Entre Nadine y Saori lograron separarles. El resto no tuvo valor para moverse del sitio.

Entonces Robert se echó a llorar de nuevo.

-Se suponía que este iba a ser el día más feliz de nuestras vidas –decía, entre sollozos-. ¡Y tú te lo has cargado, pedazo de cretino!

Las lágrimas también amenazaban con salir de los ojos de Julián, que una vez más taró de acercarse a su histérico y desconsolado novio.

-Cielo…

-¡No te me acerques! Esto se acabó… ¡Se acabó!

Fue entonces Nadine la que se acercó a él.

-¿Estás ya más calmado?

-¡No!

La soberana bofetada que Nadine le dio en mitad de la cara resonó por todo el lugar. Todos se quedaron con la boca abierta, aunque no extrañados. Ya tenían muy asimilada la imprevisible y violenta personalidad de la mujer.

Robert había dejado de llorar, y la miraba con una mezcla de sorpresa y total incredulidad.

-¿Y ahoga? Puedo dagte otga, si quiegues –le dijo la mujer, con sencillez.

-Estoy… calmado… -balbuceó Robert, aún presa del estupor.

-Me alegga oíg eso. Y ahoga ¿Qué tal si seguimos con la boda?

-Pero…

-Escucha, Gobegt. Es nogmal que estés disgutado pg el desastge que ha ocasionado este inconsciente –dijo la mujer, señalando a Julián con la cabeza-. Y como tengo pagte de culpa, me veo obligada a haceg algo –cayó un momento-. Bueno, en guealidad tengo bastante de culpa –añadió con una carcajada, causando la típica reacción de resiganación que inspiraba en los caballeros cada vez que hacía alguna de esas. 

-No es tan sencillo –dijo Robert-. Han sido demasiadas cosas y yo…

-Clago que lo es –le cortó Nadine, sonriendo-.  Egues muy joven. Y sé que el matgimonio es algo nuevo paga ti y te asusta –miró a Julián-. Os asusta a los dos. Pego el matgimonio es tgata de eso. Cosas buenas y malas. Esta no segá vuestga pgimega discusión, ni mucho menos la última.

-Pero que ocurra justo en el momento de la boda…

Nadine se echó a reír.

-¿Qué más da cuando sea? Además, este tipo de vivencias serán luego las anécdotas más divertidas que tendréis paga contag.

-¡¿Divertido?! –Dijo Robert, sin dar crédito a lo que oía.

-Oh, vamos, queguido. Sé que los negvios no te dejaban pensag con claguidad pego mígalo ahoga de otga manega ¡Le ha vomitado encima al cuga! La ciegto es que tiene algo de ggacia.

Robert pareció meditarlo unos segundos y una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

-Bueno, algo de gracia sí que tuvo.

-¿Lo ves? –Y entonces la mirada de Nadine cambió. Mostrando una sonrisa maternal-. Vais a teneg muchas discusiones, queguido. Muchas. Si mi maguido estuviese aquí se que ahoga mismo estaguiamos discutiendo. El me guitaguía pog metegme en asuntos que no me conciegnen y yo le guitaguíap og no habegse puesto la cogbata que le dije.

Robert apretó los labios.

-Nadine…

Tal vez él también supiese del trágico pasado de la mujer, pues ese comentario pareció conmoverle mucho.

-Además, miga esto –dijo abriendo los brazos y dando una vuelta sobre sí misma-. Este vestido. Es la pgimega vez que me pongo algo que no sea neggo desde que él no está. ¿Me vas a decig en seguio que esto va a tegminag mal ahoga?

Robert sonrió, y con ojos húmedos fue a abrazar a la mujer, que lo estrechó con fuerza entre sus brazos.

-Oh, queguido… -susurró Nadine, mientras el otro sollozaba en su hombro.

Robert se separó de ella y la miró a los ojos. Ambos sonrieron y él asintió.

-Así me gusta –le dijo la mujer, sacándose un pañuelo del bolso para secarle las lágrimas.

En ese momento apareció el pastor, que lucía una sotana limpia.

-Menos mal que me traje una de recambio –dijo el hombre-. ¿Y bien? ¿Seguimos?

-Pero… -Robert se acercó a él-. ¿De verdad que va usted a…? –Las palabras se le atragantaban-. ¿Después de lo que ha pasado?

-Claro ¿Por qué no? –Dijo el cura, como si aquello fuese lo más normal del mundo. Entonces le sonrió-. Sois jóvenes, estás cosas pasan. Además será una anécdota divertida que contar –añadió, con una carcajada.

-Os lo dije –canturreó Nadine.

Y todos rieron.

-No sabe cuánto se lo agradezco –le dijo Robert.

-No hay de qué.

-Y no sabe cuánto lo siento –dijo ahora Julián, acercándose a él.

-Tranquilo. Bien, y ahora volvamos todos. Los de la otra boda también han parado para esperarnos.

Julián se acercó a Robert, aún con un fuerte nudo en el estómago.

-Robert, yo…

Pero Robert le puso un dedo en los labios, para hacerlo callar.

-Será mejor que no digas nada hasta que te toqué hablar –le dijo este, y le guiñó un ojo antes de iniciar su camino de nuevo al altar.

Entonces Julián fue hasta Nadine.

-No sé cómo darte las gracias… -le dijo el chico, cohibido.

-Oh, no hay de qué, queguido –respondió la mujer, agitando una mano, como si le restase importancia al asunto-. Ahoga ve con él y pgocuga no cagagla más -. Añadió, propinándole una colleja para que echase a andar. Le observó alejarse-. Estos jóvenes…

Atenea se acercó a ella, con una sonrisa de oreja a oreja.

-Vamos –dijo Nadine.

Y tomadas del brazo, ambas mujeres regresaron también. Seguidas por el resto de caballeros e invitados que habían abandonado la sala.

Y sin más incidentes, la ceremonia pudo continuar hasta su conclusión final con el tradicional beso. La sala estalló en aplausos y vítores hacia ambas parejas de contrayentes.

 

Ya en el jardín, el lunch dio comienzo. Parecía que, poco a poco, los invitados más afectados por la noche anterior iban levantado cabeza. Quizá por la comida, o quizá por las copas de Bloody Mary que los anfitriones habían tenido la genialidad de repartir entre las demás bebidas.

Aioria, con una copa de champán en la mano, observaba a su alrededor, solo. Esos zapatos le estaban matando y encima estaba muerto de hambre por no haber desayunado. Afortunadamente  no paraban de pasar camareros con bandejas llenas de canapés a los que Aioria nunca decía que no.

-Aioria.

El joven vio como la propia Atenea se acercaba a él, y casi se atraganta con el canapé que tenía en la boca. Dio un trago a su copa para pasarlo.

-Atenea –dijo, y carraspeó-. Disculpadme.

La chica rió.

-¿Qué tal te lo estás pasando?

-Pues… bien.

-¿Y por qué estás aquí solo?

-Pues… porque… seguí a un camarero para coger una copa y me… me quedé aquí.

Atenea se echó a reír de nueva cuenta, ante un Aioria que enrojecía por segundos a causa de la vergüenza.

-Si tienes cualquier problema sabes que puedes contármelo ¿verdad?

El león no se atrevía a mirar a los ojos a su suma mandataria. Se sentía demasiado avergonzado. Sin embargo, la chica le sonreía con cariño.

-Sí… -respondió, finalmente.

-Tienes a mucha gente preocupada, Aioria.

-…

-Y sea lo que sea, no tienes porqué cargar tú solo con ello.

-¿Ha sido mi hermano quién ha hablado con usted?

-No importa quien haya sido, Aioria. Y por favor, os tengo dicho que me tuteéis –la chica suspiró-. Yo tampoco estoy ciega. Llevo días observándote. Viendo tu comportamiento. Has estado actuando extraño en los últimos días. Y luego esa insistencia por dormir solo en el hotel. En otras circunstancias no habría pensado nada extraño, pero viéndote en los últimos días… Estoy empezando a preocuparme. Hasta ahora lo había dejado pasar porque pensaba que era algo que tú mismo debías solucionar. O con ayuda de tu hermano. Y también porque he andado muy ocupada, por lo cual me disculpo –la chica emitió otro suspiro y trató de sonreír de nuevo-. No me gusta verte así, Aioria.

-Vos tenéis que disculparos –Dijo el castaño, ante lo que Atenea carraspeó y él se apresuró a corregir-. Lo siento. No tienes que disculparte. Y de verdad lamento haberte preocupado. Pero… estoy bien –mintió el castaño-. Sé que los últimos días me estuve comportando de manera extraña y hasta visité al médico del Santuario. Me dijo que era… estrés –admitió, con suma vergüenza-. Después con lo de la obra estuve muy nervioso y… Bueno, te puedo asegurar que ya me encuentro mucho mejor. Solo necesito un poco de tiempo para pensar.

Atenea le observó por unos instantes con preocupación, pero no tardó en sonreír de nuevo.

-Está bien, Aioria. Si es así me alegra mucho saberlo. Pero, de todas maneras, recuerda que si en algún momento necesitas hablar con alguien yo voy a estar allí. Si te pasa cualquier cosa o tienes dudas sobre lo que sea  tan solo ven a verme. Y no te digo esto como Diosa, sino como amiga ¿Está bien?

Aioria terminó por devolverla la sonrisa que le estaba dedicando.

-Está bien.

Saori puso una mano sobre el hombro de su caballero y lo apretó, con dulzura.

-Bien, creo que necesito otro Bloody Mary, aún siento como si estuviesen golpeando una enorme campana de bronce dentro de mi cabeza –dijo la chica.

El león rió y se despidió de ella.

En cuanto la Diosa se hubo alejado de él lo suficiente Aioria sustituyó su sonrisa por un gesto de profunda molestia. Aquello había sido cosa de Aioros, estaba seguro.

Buscó con la mirada entre la gente en la lejanía. Allí estaba. Con Seiya, Shura y Shiryu. Hablaba con ellos, pero Aioria podía ver perfectamente como le dirigía fugaces miradas. De seguro había  estado vigilando su conversación con Atenea. Conver4sación que más que seguro él había provocado.

El león apretó los dientes. Ese metomentodo… Usar a Atenea para hablar con él había sido un truco sucio. Aioros sabía de sobra que a su Diosa no podían mentirla. Sin embargo Aioria lo había hecho, por lo que ahora se sentía aún más despreciable. Aquella se la guardaría a Aioros, sin duda. Cada vez le estaba cogiendo más manía a su hermano.

Tras dedicarle una última mirada asesina, vació lo que le quedaba de copa de un trago y la posó sobre la bandeja del camarero que ahora pasaba a su lado, tomando a  continuación otra llena.

-Aioria.

Otra visita.

-¿Qué? –Contestó el león, de muy mala gana, sin tan siquiera volverse hacia su nuevo interlocutor. Casi al instante se arrepintió de su mal pronto y se volvió hacia la persona que lo había llamado, encontrándose con Shaka-. Disculpa.

-No pasa nada –dijo el rubio, con una sonrisa-. ¿Te encuentras bien?

-Sí ¿y tú? Hace un rato estabas para el arrastre.

El Caballero de Virgo rió.

-Sí, es cierto. Anoche nos pasamos un montón. Pero bueno, Aldebarán me ha dado como cuatro litros de agua, y me he tomado dos Bloody Marys. No es ninguna tenería, aunque no lo parezca funcionan. Ahora me siento mucho mejor.

-Me alegro.

-¿Y  tú porqué estás aquí solo?

Aioria resopló.

-¿Vamos con los demás? –Le propuso al rubio, eludiendo su pregunta y mostrándole una forzadísima sonrisa que al parecer este se creyó.

-Claro –respondió este, en tono jovial.

-Un momento –Aioria vació de nuevo su copa de un trago, la posó sobre la bandeja del nuevo camarero que pasaba y tomó otra-. Ya, vamos.

Se acercaron hasta un corrillo compuesto por Julian Solo, Sorrento, Camus, Hyoga, Aldebarán y DeathMask, que también parecía haberse repuesto de su  resacoso estado.

-Vaya, has vuelto con el desaparecido –dijo Julian Solo, al verlos llegar.

-Sí –rió Shaka.

-¿Y bien, Aioria? ¿Te estás divirtiendo? –Le preguntó el peliazul.

Aioria alzó la copa, con una falsa sonrisa.

-Como nunca –mintió.

-Para diversión la fiesta de noche –dijo DeathMask.

-Aunque algunos se divirtieron más que otros ¿Verdad, Shaka? –Dijo Julian, mirando al rubio con una pícara sonrisa. Y luego miró de igual manera a su ex general marino-. ¿Verdad, Sorrento?

Ambos enrojecieron y Aioria al recordar a lo que esos dos se dedicaron esa noche vació de nuevo su copa, dejándola en una nueva bandeja ambulante y tomando otra.

-Casi no recuerdo nada de lo ocurrido anoche –dijo Shaka, avergonzado.

-Yo tampoco… -le siguió Sorrento, mirando al suelo.

-¿Casi? –Julian alzó una ceja, incrédulo, pero divertido ante la situación. Le dio un trago a su copa-. Tanto mejor.

Mientras ellos seguían hablando de la fiesta de la noche anterior Aioria paseaba su mirada por todo el recinto. No quería seguir allí escuchando. Así que, con mucho disimulo, comenzó a recular poco a poco. Hasta que sintió una presencia a su espalada.

-¿Aioria? –Le susurró una voz al oído, que hizo que se le erizaran los bellos.

Al darse la vuelta se encontró con Ikki.

-Ikki –dijo el león,  sin mucha emoción.

-Sobre lo de anoche… -comenzó a  decir el fénix-. No se lo contarás a nadie ¿verdad?

Un tic apareció en el ojo de Aioria.

-Ikki… si le tienes apreció a tu vida más vale que te alejes de mi  -le siseó el león, entre dientes, juntando peligrosamente su rostro al del de bronce, que intentaba separarse-. ¡Ahora!

El fénix puso pies en polvorosa y Aioria emitió un sonoro gruñido de exasperación. Afortunadamente nadie había visto la escena.

Vació su nueva copa y la dejó sobre otra de las bandejas ambulantes, tomando otra a continuación (aquellos camareros eran como mosquitos, había muchos y estaba por todas partes).

De pronto su mirada dio con Shun. El joven peliverde se hallaba bajo un árbol, solo.

Aioria sintió otro arrebato de culpabilidad al recordar como explotó con el chico unas horas antes. De seguro estaba muy dolido.

 Debía hablar con él. Sí, debía hacerlo.

Vaciando una nueva copa y tomando otra en su lugar, echó andar hacia él, con decisión. Pero una mano le sujeto por el hombro, impidiéndole continuar.

Maldijo para sus adentros. ¡¿Quién demonios lo estaba molestando ahora?!

-Aioria –dijo Dhoko, con su habitual jovialidad-. Vamos, el banquete va a empezar.

-Que bien… -masculló el castaño, entre dientes.

El pobre Airoa solo alcanzó a  echarle otro vistazo a Shun y ver como Hyoga iba a buscarle antes de verse arrastrado por Dhoko  hacia las mesas.

Dhoko le condujo hacia la que sería la mesa de los caballeros. Se sentó junto a Shion, que ocupaba su asiento. E instó (obligó) a Aioria a sentarse a su otro lado.

-Te sentarás conmigo, chico –declaró el de pelo caoba-. Te he notado bastante distante, además Shion como compañero de mesa es bastante muermo.

El ex Patriarca solo contestó a ese comentario alzando una ceja.

El banquete dio comienzo. Aioroa tomó la botella de vino más cercana que tenía comenzó a servirse en su copa ante la sonrisa de Dhoko. Sonrisa que fue apagándose al ver como Aioria no dejaba de verter vino en su enorme copa de mesa hasta que esta estuvo completamente llena y la botella quedó prácticamente por la mitad.

-Tienes sed ¿eh? –Dijo Dhoko, con una carcajada.

-Mucha –fue la seca respuesta de Aioria.

El banquete transcurrió de manera muy amena. Los escarmentados y resacosos caballeros habían preferido dejar el alcohol por el momento y beber otras cosas, a excepción de Aioria y pocos más. Dhoko no dejaba de hablar y Aioria no dejaba de rellenar su copa. Al principio lo hacía de forma inconsciente, pero una vez empezó a animarse se dijo así mismo que, si sus compañeros habían tenido ya su fiesta la noche anterior ¿Porqué no podía divertirse él ahora?

Tras el corte de la tarta nupcial y el brindis por la felicidad de las parejas Nadine se levantó.

-¡A bailag!

Parecía que esa mujer era incombustible.

Todos los invitados fueron al escenario que se había construido para la boda, donde la banda ya comenzaba a tocar canciones de todo tipo. Todos, excepto cierto castaño que no tenía ganas de interactuar con nadie.

Se quedó en la mesa, con su botella de vino y algunos comensales más que todavía seguían hablando. De forma gradual la mesa fue vaciándose hasta que Aioria y el vino se quedaron solos.

Ya comenzaba a atardecer cuando Aioria decidió que ya había cumplido su función como invitado. Agarró la botella de vino que habían empezado y comenzó a caminar hacia el hotel, sintiendo un extraño calor dentro y el dolor que le causaban esos zapatos.

Estaba apuntó de entrar cuando una mano apresó su hombro de nueva cuenta, deteniéndolo.

Se volvió para encontrarse de nuevo con Dhoko.

-Por los Dioses, muchacho, te quito el ojo de encima un momento y te largas.

-No es lo que parece… ¡Hip! –Dijo el afectado castaño.

-¿Ah, no? ¿Pues a dónde ibas?

-A… ¿Mi habitación?

-Entonces es exactamente lo que parecía. ¿Y por qué te vas?

La acalorada mente del león trató de pensar algo, pero parecía no funcionar correctamente. Lo cual tampoco era novedad.

-Me duelen los pies. Estos zapatos son obra del mismísimo Hades ¡Hip!

Dhoko frunció el ceño, ladeando la cabeza, en señal de incredulidad. De todas  Aioria tampoco había mentido.

Una sonrisa de oreja a oreja apareció el rostro del maestro.

-Eso tiene fácil solución –declaró el mayor, con una sonrisa que Aioria no le gustó nada.

-…

Minutos después se encontraba sobre la cama de Dhokjo, con la botella de vino en una mano y los pies sobre el regazo de este último.

-No olvides que la fisioterapia es nuestra especialidad –declaró Dhoko, refiriéndose a él y a su pupilo, enfrascado en su labor de masajear los pies del castaño-. Y la reflexología no iba a ser menos.

Pero Aioria no dejaba de mover los pies.

-¿Quieres estarte quieto? –Le regañó el maestro.

-¡Me haces daño! –protestó el castaño.

-Perdona. Seré más suave.

Pero Aioria seguía moviendo los pies.

-¿Y ahora qué?

-¡Me haces cosquillas!

-Eres un paciente muy quejica –rezongó Dhoko.

Aioria le dio otro largo trago a su botella de vino y se echó hacia atrás. No sabía si era por el alcohol o porque de verdad Dhoko era tan bueno como decía (o ambas cosas), pero lo cierto era que aquello se sentía muy bien. Hasta se permitió el lujo de relajarse un rato. Cerró los ojos y se dejó llevar, hasta el punto de que casi se duerme. Se incorporó de nuevo. No quería quedarse dormido en una cama que no era la suya.

-¿Qué? Se siente bien ¿eh? –Dijo Dhoko, que se había dado cuenta de que su paciente casi pierde el conocimiento.

-Sí, bueno…

-Bien, esto ya está  -dijo el Caballero de Libra, dando por terminada la sesión-. ¿Qué harás ahora? ¿Volverás a la fiesta?

Aioria se puso en pie, no sin dificultad, y le dio otro largo trago a su botella. A continuación se tambaleó y miró a Dhoko.

-Pues… no lo sé.

Dhoko se lo pensó mejor.

-Quizá ahora sí que sería buena idea que volvieses a tu habitación. Creo que has bebido bastante. ¿Intentas recuperar lo que te perdiste anoche? –Añadió el maestro, con una sonrisa.

-¿Eh? –Aioria le miró, sin entender, y le dio otro trago a la botella.

-Nada, déjalo.

Aioria volvió a sentarse sobre la cama para calzarse de nuevo.

-Será mejor que vuelvas a tu habitación y duermas, Airoia –dijo Dhoko, esta vez en un tono más serio.

-Está bien… -farfulló el castaño.

-Yo volveré un rato a la fiesta, me fui sin avisar. ¿Pero quieres que te acompañe antes hasta tu habitación?

-No hace falta –balbuceó el león.

Salieron de la habitación de Dhoko y este le despidió en las escaleras.

Se disponía a ir a su habitación cuando una imagen acudió a su embriagada mente. La de Shun. Debía arreglar las cosas con él. O explicarse al menos. En esos momentos se sentía capaz de hacerlo. Y luego, si le quedaban fuerzas y neuronas activas, intentaría hacer lo mismo con Milo. Había varias cosas que quería decirle a ese alacrán emocionalmente inestable,  y seguramente acompañar sus argumentos con un par de puñetazos, que era lo mínimo que merecía.

Sí, su mente había llegado a  todas esas conclusiones y él las haría realidad. Faltaría más.

Con cuidado, empezó a bajar las escaleras, prácticamente abrazándose a la baranda para no perder el poco equilibrio que le restaba. Pero eso sí, sin soltar su preciada botella de vino.

-¿Porqué se mueve el suelo? –Preguntó al aire.

Ya llegaba a los últimos escalones cuando dio un traspiés y los bajó de corrido, aterrizando de culo sobre el suelo del hall.

A pesar del daño que se había hecho se echó a reír y le dio un nuevo trago a su ya casi vacía botella.

-Viva yo –dijo.

-¿Aiora?

Al oír su nombre alzó la cabeza, encontrándose con Shun, que lo miraba con suma preocupación.

En otras circunstancias Aioria se habría quedado bloqueado. O bien habría comenzado a disculparse de inmediato. Pero en las condiciones en las que se encontraba…

-¡Shun! –Exclamó, con una sonrisa de oreja a oreja, alzando ambos brazos, desde su posición sentado en el suelo-. ¡¿Cómo estás?!

-Bien… -contestó el chico-. Estás… ¿Estás borracho?

Aioria dudó un momento.

-Pues… creo que un poco ¡Hip!

El león se echó a reír.

-¿Necesitas algo?

-A ti.

-¡¿Eh?!

El joven peliverde enrojeció de arriba abajo.

-Sí, sí, justo ahora iba a buscarte, tenía que hablar contigo –decía Aioria, asintiendo muy rápidamente con la cabeza.

-Oh…

Shun parecí algo ¿Decepcionado? Bueno, casi daba lo mismo. En aquel estado Aioria no podía diferenciar muy bien las expresiones de la gente.

Finalmente, Aioria logró ponerse en pie.

-¡Lo conseguí! –exclamó, pletórico por su hazaña personal, y celebrándolo con otro trago de vino.

-Será mejor que te acompañe a tu habitación –dijo Shun-. Apóyate en mí.

Aioria pasó su brazo sobre los hombros de Shun, apoyándose en él, y este le guió hasta el ascensor (Milagroso invento de la humanidad que Aioria debió haber usado desde el principio).

Tuvo que ser Shun el que abriese la puerta ya que Aioria no atinaba a meter la llave. Una vez dentro, Shun cerró la puerta y el castaño se dejó caer sobre la cama.

El más joven se apresuró a  quitarle la botella de la mano justo cuando este se proponía finiquitarla de un último trago.

-¡¿Eh?! –Protestó el león.

-Creo que ya has bebido suficiente.

-Aguafiestas…

Aioria hizo un puchero antes de dejarse caer de nuevo sobre el colchón.

-Bueno… -comenzó a decir el peliverde, con timidez-. ¿Y para qué me querías?

Aunque algo en su interior le decía que Aioria no estaba en condiciones de hablar con nadie. Es más. Posiblemente le dijo que le estaba buscando por decir.

Aioria se incorporó de nuevo.

-Pues porque quería hablar contigo.

-Yo también quería hablar contigo. Por eso vine a buscarte.

Aioria le dedico una boba y embriagada sonrisa.

-Ohhh… ¿En serio?

-Sí… Verás, querías disculparme por lo de esta mañana –comenzó a decir el chico, jugueteando con sus manos-.  Te hice perder la paciencia, después de haberme cuidado durante toda la noche. Y encima luego me enfadé y no te contesté. No sabes lo mal que me siento por todo.

-Alto, alto, Shun –habló ahora el castaño-. Era yo quien se quería disculpar. Te grité y no tenía ningún derecho a hacerlo. Tenía muchas cosas en la cabeza. Pero muchas, muchas, muchas –enfatizaba, mientras movía ambas alrededor de su cabeza, ante la atónita mirada del más joven-. Y al final estallé contigo, cosa que no debí hacer.

-Aioria, no tienes que…

-¡Chst! –El león le chistó para que se callase, y el peliverde cerró la boca, asombrado-. Que no he terminado. Aunque tampoco se por donde iba… ¡Ah, sí! Que no debí haber reaccionado así contigo. Tú me has ayudado mucho desde que llegaste al Santuario. Siempre has tenido una sonrisa y buenas palabras para mí en todo momento. Y no me has juzgado como los demás.

-Oh, Aioria, los demás no te…

-¡Pero será posible que no me dejes terminar!

-Perdón…

-Quiero pedirte perdón por cómo me comportado contigo desde que llagamos a esta condenada isla.  Ya te lo dije una vez, pero desde que te instalaste en mi templo has sido como una luz para mí. Una luz que ha iluminado todos mis días. Y por eso te doy las gracias ¡Hip!

Ni el propio Aioria sabía de don de se había sacado esas palabras. Y tampoco le importaba. Pero lo que estaba claro era que habían funcionado, pues a Shun se le iluminaron los ojos.

-Oh, Aioria… -susurró el peliverde, con ojos húmedos.

-Pero aceptas mis disculpas o no.

-Sí, sí, las aceptó –rió Shun.

-Ven –dijo el castaño, dando unos golpecitos sobre el colchón. Invitándole a que se sentara a su lado. Nervioso, Shun obedeció-. Ahora, me gustaría seguir con algo que dejamos pendiente anoche.

El pobre Shun ya no podía enrojecer más.

El embriagado Aioria no era consciente de lo que hacía y, gracias a ello, podía sucumbir a sus más bajos y ahora superlativos instintos. No había sido su plan cuando empezó a beber de manera inconsciente. Pero se sentía tan ofuscado por todo lo que le estaba ocurriendo que bajó la guardia e hizo aquello que nunca debía hacer. Ahora su mente racional se hallaba dormida y el lívido tomaba el control. Acabase como acabase aquello las lamentaciones llegarían al día siguiente.

-No recuerdo mucho sobre lo que pasó anoche… -murmuró el pobre Shun, que no era capaz de alzar la mirada.

-Yo te ayudaré a recordarlo –le susurró Aioria al oído, de una forma tan inusualmente provocadora en él que el pobre Shun creyó que se derretiría al escucharle al mismo tiempo que sentía su cálido aliento en el cuello, erizándole sus delicados bellos.

Aiora se apartó un poco de él, dejando su rostro muy cerca del de Shun, y tomándole delicadamente con una mano de la barbilla le hizo alzar la mirada.

Ambos estaban completamente rojos y sus miradas estaban cargadas de deseo. La mirada inocente a la par que suplicante de Shun, y la mirada libidinosa e impaciente de Aioria.

El rostro del león comenzó a acortar la distancia. Sus labios se aproximaban a los del otro. Shun cerró los ojos, a espera del contacto. Entonces sintió un peso sobre su entrepierna. Abrió los ojos, confundido, y vio la cabeza de Aioria sobre su entrepierna. Aquello le hizo enrojecer aún más, si es que era posible. Pero cuando se dio cuenta de que Aioria no se movía volvió a extrañarse.

-¿Aioria?

Le llamó el chico, moviéndole con suavidad. Pero la única respuesta que obtuvo  fue un gutural gruñido.

Se había dormido.

Shun soltó un suspiro y sonrió, mientras le acariciaba su suave cabellera.

-Descansa, Aioria  -le dijo, con cariño.

 

Notas finales:

Espero que os haya gustado :D Gracias por leer!


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