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La Flecha Negra De Eros por _Islander_

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Los autobuses que fueron a recogerles al aeropuerto les dejaron a las afueras de Rodorio, a eso de la media tarde. De allí siguieron el empinado camino hacia el santuario a pie. Una vez cruzaron la entrada de la sagrada tierra de Atenea, Aioria a punto estuvo de arrodillarse y besar el suelo. Por fin estaba en casa. Por fin terminó aquella pesadilla. Ahora, solo debía esperar unos días a que sus compañeros olvidasen aquel incidente que había sido culpa de él y de sus febriles ocurrencias. Aunque, irónicamente, lo que parecía que el resto de caballeros había olvidado era, precisamente, que Aioria fue el indirecto causante de todo lo vivido en los últimos días, pues por el incidente en sí ellos parecían encantados. A pesar de la negativa inicial, los caballeros había regresado de Corfú más felices que  nunca. Felices por las experiencia y aún extasiados por el caluroso cariño del público y de la gente que conocieron en el hotel. Así de caprichosa era la vida... Bueno, como se suele decir; una de cal y otra de arena. Al menos, el león tenía ahora un gran problema menos en el que gastar energías. Ahora solo le restaban los otros mil. Por lo pronto, dedicaría todo lo que quedaba de ese día a descansar, que bien se lo merecía.

Una vez se despidieron y organizaron un poco en la entrada, comenzaron el camino hasta el hogar. A cada peldaño que subía, Aioria se sentía más contento. Ya casi podía ver su templo y sentir el suave tacto de las sábanas de su cama. Casi se sentía levitar sobre los escalones que conducían a su templo, de no ser porque de pronto algo lo agarró y lo sostuvo en el frío e inclemente suelo.

-¡Que ganas tengo de llegar a casa!

La pletórica voz de Shun fue como el sonido de un gong finiquitando la ceremonia de felicidad que se celebraba dentro de Aioria. De vuelta a su desgraciada realidad. Resultaba increíble la tirantez que ejercía ese muchacho sobre él para lo poco que pesaba. lo asía del brazo de forma tan inconscientemente posesíva que creía que se lo iba a arrancar. El castaño, nervioso, miró en todas direcciones para comprobar que nadie más se estaba fijando en aquella escena. Frente a ellos subían Afrodita, Camus y Shura. Ninguno se volvió. Bien. Por detrás iban Shaka y DeathMask, conversando entre ellos. Perfecto. Nadie pareció verles. Ya iba siendo hora de tener una seria y clara conversación con Shun.  Aunque había meditado bastante las palabras de la gitana, no estaba del todo seguro de lo que ocurría ni de lo que de verdad sentían ambos. ¿Sentir? Aquello seguía teniendo demasiado peso. No, desde luego aún no estaba preparado para afrontar, de la forma que fuese, lo que sucedía. Era imposible cuando ni él mismo lo entendía aún. Lo mejor por el momento era volver a su plan inicial de dedicar lo que quedaba de aquel día a descansar. Estaba mentalmente agotado. Al día siguiente lo vería todo de otra manera.

-¡Estoy agotado! ¡En cuanto lleguemos nos echaremos una siesta!

¡¿Pero porqué Shun tenía que hablar a voces?! Un momento... ¿Había  dicho "nos"? Algo dentro de Aioria hizo "crack". ¡¿Es que nunca lo dejarían descansar?! Lo único que quería era relajarse un rato. Solo, en su cama. Pero parecía que todas las fuerzas celestiales seguían en pie de guerra en su contra. En fin. Lo único que podía hacer era seguir resignándose a que Shun e Ikki... ¡Un momento! ¡Ikki! ¡Eso es! Con Ikki viviendo en con ellos en el templo del león Shun no se atrevería a hacer nada. Al menos, no como en el hotel. Si, así era. Con el fénix de carabina podría relajarse un poco. Dejaría la puerta de la habitación abierta, y como el mayor de los hermanos tenía la costumbre de estar todo el tiempo paseándose de un lado a otro, Shun se estaría quieto por las posibles reacciones de este.

Aioria fue a abrir la puerta del templo, saboreando ya su merecido descanso cuando esta se abrió sola. Aún con la mano estirada, observó, con estupor, a Ikki frente a él, que salía, con su petate. Al parecer se había adelantado a los demás cuando llegaron al Santuario.

-Me marchó -dijo, con aquella imparcial frialdad suya. Como quien te dice la hora.

-¿Qué...?

Aioria seguía con la mano estirada y una boba expresión de incredulidad. Su cerebro se negaba a interpretar correctamente las dos únicas palabras dichas por el Caballero de Bronce.

-Pero, Ikki ¿A dónde piensas ir? -Preguntó Shun, preocupado.

-Hablé con Shaka y me ofreció quedarme en su templo, aquí somos demasiados.

-¿Qué...? -Aioria seguía igual. Solo oía sonidos a su alrededor, no era capaz de entender las frases construidas.

-Tranquilo, estaré aquí al lado. Es lo mejor, así estaremos más cómodos.

-Sí, creo que tienes razón.

-¿Qué...?

Y por ahí llegaba Shaka, que ya se había despedido de DeathMask.

-Bien, Ikki ¿Tienes ya tus cosas? -Preguntó el rubio.

-Sí.

-Pues vamos. Aioria, Shun, descansad.

-También vosotros -Se despedía el peliverde, agitando una mano, feliz.

Y así, Ikki siguió subiendo junto con Shaka hacia el Templo de Virgo.

-Aioria ¿Entramos? ¿Eh? ¿Airoia?

El león seguía en la misma pose, como congelado en el tiempo en el además de abrir la puerta de su hogar.

-¿Qué...?

-¡Aioria! -Shun le zarandeo con delicadeza y este pareció por fin reaccionar-. ¿Qué te pasa?

El castaño lo miró, sin verle.

-En... Entremos.

Y una vez más, Aioria podía considerarse oficialmente metido en un lío. Eso fue lo único que pudo pensar mientras cerraba la puerta de su templo, sintiendo, en el proceso, que se estaba encerrando a sí mismo en un laberinto lleno de peligros del que era imposible salir.

***

Unos metros más allá, Shaka e Ikki llegaban ya al templo del dorado.

-¿De verdad no sientes el no haber querido participar en la obra? -Preguntó el rubio.

-No especialmente.

-Fue una experiencia.

-Me alegro por vosotros.

Shaka no pudo evitar reír ante la total indiferencia de Ikki.

-Nunca cambiarás -Abrió la puerta del templo y le invitó a pasar -. Adelante. Te ensañaré tu habitación.

Una vez dentro del Templo de la Virgen, Shaka guió a Ikki hasta lo que serían sus propios aposentos. Lo cierto era que el interior de los templos no era excesivamente grande. Solían contar de una sala principal, una habitación, cocina y baño. y un pequeño cuarto auxiliar. Y fue justo ahí dónde Shaka lo dispuso todo para que el fénix se acomodase.

-Solía usarlo como cuarto de meditación -informó el dorado, abriendo la puerta para mostrárselo-. Pero como suelo meditar casi siempre en el jardín de los Sales Gemelos puedes usarla tú. Atenea llamó desde el Hotel de Corfú para que trajesen una cama, el armario y la mesita de noche.

Efectivamente, entre la, en opinión de Ikki, sobrecargada decoración del hogar de Shaka, reflejada también en aquella habitación con tapices en las paredes, y alguna que otra figurilla de algún Dios Hindú que el de bronce no lograba ni tenía interés en identificar, habían dispuesto una cama, con una pequeña  mesilla en un lateral, y un armario. No demasiado lejos de allí, a cierto caballero de ensortijados cabellos castaños y libido descontrolado, se le enrojecieron las orejas en una ironía karmica en torno a esa simplísima idea que jamás se pasó por su cabeza y que tantos problemas podría haberle ahorrado.

-Está muy bien, gracias -Masculló el peliazul.

-No hay de qué -Le respondió Shaka, con una brillante sonrisa -Bueno, te dejo que te instales. Estás en tu casa. Yo iré también a deshacer mis maletas.

Con un movimiento de cabeza que podía interpretarse como un "Pues muy bien por ti", Ikki le dio a entender al rubio que estaba de acuerdo, y entró en la habitación mientras el otro se iba a la suya. Dejó su petate sobre la cama y se lo quedó mirando, en estado de aparente hipnosis. Lo cierto era, que el sujeto principal de esta trama, es decir, nuestro querido Airora, no era el único que estaba teniendo luchas internas en torno a un desproporcionado montón de dudas y miedos... No, nada más lejos de la realidad. El propio Ikki de fénix llevaba desde la mañana anterior dándole vueltas a cierto asunto ligado a cierto compañero de cierto templo situado bastantes escalones más arriba. Desde que despertara aquella mañana, con Camus entre sus brazos, una resaca espantosa y varias y muy sospechosas en marcas repartidas por todo su cuerpo, la imperecedera ave mitológica había estado atravesando una crisis existencial como no recordaba en vida. Es más, la última vez que se vio inmerso en tal amalgama de pensamientos y preocupaciones de bien niño, cuando decidió irse a la Isla de la Muerte en lugar de su hermano.  Camus... Caballero de Oro de Acuario. Mentor de su compañero de armas y amigo Hyoga. Un hombre frío y reservado por naturaleza.  Diligente... Centrado... A Ikki solo se le ocurría un término con el que describirlo: Aburrido. La única persona de ese bendito lugar que se le ocurría que podía acercarse un poco a su manera de ser era Mu. Sí, resultaba difícil pensar que alguien como Camus podía acabar cometiendo ese tipo de desliz. Un momento... ¿Desliz? ¿Qué desliz? Sí, la borrachera estaba por descontado. Pero además de eso... Ikki sabía que algo había pasado. Aunque su mente estaba llena de lagunas por el alcohol. Tan conservaba imágenes sueltas y... Algunas sensaciones. Un leve escalofrío recorrió su espalda. Aunque no fue por desagrado y eso le preocupó aún más. ÉL sabía que algo había pasado. No solo lo sabía, es que no hacía falta ser ningún maldito genio para adivinarlo. La cuestión era hasta dónde había llegado ese algo. Dio un fuerte resoplido. No estaba acostumbrado a lidiar con ese tipo de cosas. Él no era así, esas cosas no iban con él.  Debía hablar con Camus, aunque le resultaba difícil. No por vergüenza, ni muchísimo menos. Ikki de Fénix no sabía lo que era la vergüenza, pero se  trataba de Camus. El aburrido y extremadamente responsable Camus. Tal vez lo que pasaba es que le preocupaba la reacción del mayor a la hora de abordar el asunto, aunque... Un momento ¿Desde cuándo Ikki de Fénix se preocupaba por eso tipo de cosas? No, eso sí que no iba con él. No se lo pensó dos veces a la hora de atacar a sus propios compañeros. No le temblaron las piernas a la hora de intentar inmolarse en el espacio. Ni tan siquiera había pestañeado a la hora de lanzare de cabeza al mismo infierno. Por todos los Dioses, se había criado al pie de un volcán en activo bajo la tutela de un megalómano misántropo que intentaba matarlo desde que se despertaba hasta que volvía a acostarse. No iba a amedrentarse ahora ante una tontería de ese calibre, no señor.  Irísa a ver a Camus, en ese mismo momento. ¡Pues solo faltaba!

Shaka lo vio pasar como una bala por el pasillo desde su habitación.

-¿Ikki?

-Salgo.

Lo siguiente que el rubio escuchó fue el ruido de la puerta al cerrarse.

-Bien...

Subió con decisión los peldaños de la gran escalera hacia el Templo de Acuario. Hablaría con Camus y dejaría la cosas claras. Era necesario. Primero intentaría arrojar luz sobre lo ocurrido aquella noche, tal vez Camus recordase más detalles. Y si de verdad había pasado lo él casi estaba seguro que había pasado... Pues mira, le diría que seguramente no fue tan horrible y que son cosas que pasan. Sobre todo inmersos en el ambiente en el que estaban y en el estado en que se encontraban. Le diría que lo pasado, pasado estaba. Que no había que darle más vueltas a algo tan superfluo que ni tan siquiera era capaz de recordar.  Todo esto, por supuesto, sería para calmar al pobre Camus. Para reconfortar a su compañero. Porque, por supuesto, él no estaba preocupado. Para nada. ¿Preocupado él? ¿Ikki? ¡Ja! Nunca. Jamás de los jamases.

-Preocupado yo... -Se dijo así mismo, con una sonrisa de suficiencia. Antes de darse de morros contra una columna-. ¡Au! -Dijo llevándose una mano a su dolorida nariz-. ¡¿Quién demonios ha puesto esto aquí?!

-Algunos piensan que Euricles -habló una voz cerca de él-. Hace unos tres mil años...

Ikki se volvió hacia aquel había hablado. Se trataba de Shura. Sumido en sus pensamientos, Ikki había llegado hasta el Templo de Capricornio, y estaba tan inmerso en sus cavilaciones que ni vio la columna que prácticamente se acababa de comer. ¿Preocupado él? Que va..                          

-¿Te encuentras bien?

-Sí, no es nada -respondió el fénix, aún palpándose la nariz.

Shura le miró, divertido.

-No puedo creer que te hayas dado de morros con una columna. ¿Qué te tenía tan distraído?

-¡No estaba distraído!

-Entonces sí que debería preocuparme.

-Pues no deberías. Adiós.

-Está bien Ikki, no insistiré más -Dijo Shura, cuando el otro volvió a echar a andar, para que se detuviese de nuevo-.  Pero ya que estás pasando por mi templo ¿Podrías al menos decirme a dónde te diriges?

Técnicamente los cinco famosos Caballeros de Bronce que le plantaban cara a los mismos a los mismos Dioses se habían ganado una especie de salvoconducto testimonial por el que no necesitaba ni anunciarse ni dar explicaciones de su ir y venir por el Santuario de Atenea pero... Bueno, de todos era sabido que Shura era de esos caballeros especialmente cumplidos.  Amante de la regla establecida y feliz cumplidor de la misma. Y bueno, que demonios, sentía curiosidad. Había sentido el cosmos de Ikki aproximarse, que por cierto, aumentaba y dismuía de manera intermitente, como si el de bronce estuviese herido o.. preocupado. Esa fue la razón que empujó al de oro al salir a su encuentro. Cuán grande fue su sorpresa al encontrarse con un Ikki del Fénix cabizbajo, cavilante y distraído hasta el punto de salirse del camino y no ver una columna de más de diez metros de altura que llevaba allí dispuesta desde Grecia era un Imperio.  Además, no había pasado ni una hora desde que regresasen al Santuario ¿A dónde podría ir ahora Ikki?

El de bronce areció pensarse un poco la respuesta. Le fastidiaba tener que inventarse escusas. Aunque bien mirado... ¿Escusas para qué? Shura solo quería saber a dónde iba , no tenía porque darle más explicaciones.

-Voy a ver a Camus.

Shura enarcó una ceja.

-¿A Camus?

-Eso he dicho -Ikki le miró con una irónica sonrisa-. No hay muchas más paradas desde tu Templo, Shura.

-¿Y por qué quieres ver a Camus?

Ikki trató de serenarse para no mandarlo al infierno.

-Dime, Shura ¿Has desecho ya tu maleta?

Al Caballero de Capricornio le sorprendió un poco la pregunta.

-Pues en ello estaba ahora mismo, iba a...

-¿Porqué? -Le cortó Ikki.

-¿Qué porqué estaba deshaciendo mi maleta? -Shura no entendía a que venía eso. Más al ver que Ikki asentía, respondió, confuso-. Pues porque tengo que lavar la ropa y ordenarla.

-¿Porqué?

-Pues porque... -Se detuvo. Ya comprendió el infantil e impertinente jueguecito del peliazul-. Está bien, Ikki, pasa -le dijo, con algo de molestia. Aunque tampoco podía tenérselo muy en cuenta. Después  de todo él mismo se lo había buscado.

-Gracias -Le dijo el fénix, con una deliberadamente forzada sonrisa.

Y siguió su camino. Shuro le vio alejarse escalera arriba durante unos instantes antes de volver a su Templo. Lo cierto es que le intrigaba bastante saber que era lo que Ikki podría querer con Camus en ese momento. Afortunadamente para ambos caballeros, lo supuestamente ocurrido en el hotel no había transcendido. Nadie les había visto y desde luego Aioria no había dicho ni pensaba decir nada. Bastantes problemas tenía ya.

Camus de Acuario se encontraba en su templo, más concretamente en su cocina, poniendo una cafetera, cuando oyó como llamaban a la puerta. Sabía de sobra quien era. Había sentido su extrañamente parpadeante cosmos desde el templo de Shura. No tenía ningunas ganas de hablar con él. Desde aquel doloroso despertar en el hotel junto a él. O más concretamente... Entre sus brazos, se había sentido confundido, por no recordar gran parte de lo ocurrido. Decepcionado consigo mismo, por dejarse llevar por la, por otra parte, atrayente fiebre de la fiesta, por mucho que su Diosa les hubiese prácticamente ordenado hacerlo. Y por último se sentía deshonrado por que ciertas zonas de su cuerpo habían terminado bastante... doloridas. Las últimas palabras que había intercambiado con Ikki fueron en el pasillo del hotel cuando Aioria les arrastró fuera de su habitación. Desde entonces había tratado de evitar todo contacto con él, cosa que le irritaba, y mucho. Él era Camus. El serio, regio, reflexivo y maduro Camus. Y aquella actitud tan pueril chocaba con todo aquello que tenía que ver con él. Por suerte para él, sus intentos de evadir al fénix tampoco habían sido especialmente destacables, pues el chico había parecido tener exactamente la misma intención y se lo había puesto bastante fácil. O al menos eso era lo que había pensado hasta que lo sintió llegar.

Volvieron a golpear la puerta. Esta vez con más fuerza. Pues ya podía cansarse, no pensaba abrirle la puerta. Había hecho decrecer su cosmos hasta hacerlo imperceptible. Por lo que a Ikki respectaba, él no se encontraba en casa en ese momento.

-¡Ya voy!

Hyoga corrió hacia la puerta.

¡Demonios! Camus maldijo para sus adentros. ¿Cómo pudo olvidarse de que ya llevaba días con un inquilino en su templo? Ese tipo de despistes sí que no pegaban con él. Lo ocurrido con Ikki le estaba afectando a su concentración y eso sí que no iba a permitirlo. ¡Pero lo solucionaría en otro momento!

Rápidamente salió de la cocina e interceptó a su pupilo, agarrándole del brazo, con tanta firmeza que la sorpresa del Caballero del Cisne pasó rápidamente a un gesto de dolor.

-Camus, me haces daño...

-Lo siento -aflojó un poco la tenaza, sintiéndose bastante estúpido-. No se te ocurra abrir.

-¡¿Qué?! ¡¿Porqué?!

-¡Chst! Baja la voz -le puso una mano en la boca cuando vio que el rubio iba a replicar de nuevo-. No estamos Hyoga, hemos salido. Estamos hablando con Saga, o lo que sea, ya lo pensaré pero no estamos ¿Entendido? -Esperó la respuesta del chico, pero este solo le miraba ceñudo, como si hubiese perdido la razón-. ¡¿Entendido?! -Insistió, en un siseo amenazador que provocó que Hyoga asintiese rápidamente con la cabeza.

-¡Vamos, Hyoga, te he oído, abre de una maldita vez! -Demandaba la voz de Ikki desde el otro lado.

Camus puso los ojos en blanco y liberó a Hyoga del agarre, con un suspiro.

-Vale, ábrele,  pero si pregunta por mí no estoy. Estoy hablando con Saga de algo muy importante. ¿De acuerdo? Que no entre, Hyoga, que no entre bajo ningún concepto.

Y aunque seguía mirándole con el más superlativo de los escepticismos, Hyoga asintió. Ya se lo explicaría más tarde.

-¡Hyoga!

Ikki daba tales golpes a la puerta que en cualquier momento podía echarla abajo. Camus huyó de nuevo a la cocina.

-¡Ya voy, ya voy! ¡Deja de aporrear la puerta así! -El cisne corrió hasta la puerta y la abrió, encontrándose con un muy molesto fénix-. ¡¿Te has vuelto loco?!

-¿Por qué has tardado tanto en abrirme? -Preguntó Ikki, con sumo enfado.

-Em... Bueno... es... -Hyoga, al igual que la mayoría de sus compañeros, no era muy ducho en el tema de inventar escusas-. Es que estaba vistiéndome -concluyó, con una sonrisa de satisfacción por su rapidez mental.

Ikki alzó una ceja y lo miró de arriba abajo.

-Hyoga.

-¿Sí?

-Estás en calzoncillos...

-Bueno, pero... No los encontraba.

Ikki dejó escapar un resoplido de impaciencia, llevándose una mano al rostro para sobarse ambos ojos. No tenía ganas de conversaciones estúpidas en ese momento, bastante tenía ya con la que se le avecinaba.

-Mira, como sea, tengo que hablar con Camus.

El peliazul fue a pasar sin invitación, pero Hyoga le cortó el paso, extendiendo los brazos contra el marco de la puerta, a modo de barrera.

-Ya, bueno, verás, es que...  Camus no está. Ha ido a hablar con Saga... Sí, eso, con Saga.

-Bien, pues le esperaré dentro.

Hizo otro amago de entrar pero Hyoga continuó bloqueando la entrada. La ceja de Ikki volvió a arquearse, esta vez con molestia.

-Claro, si, por supuesto, pero... Es que verás... Está todo muy desordenado... Yo estaba recogiendo y...

-Vale, pues te miro mientras recoges, no voy a molestar.

-Ya... sí, pero...

En ese momento comenzó a sonar el pitido de la cafetera. Hyoga seguía mirándole con aquella boba y nerviosa sonrisa.

-¿No vas a apagarla?

-Sí...

-Ahá...

Pero el rubio no se movía y el pitido era cada vez más fuerte. Hyoga no podía abandonar su puesto, y tampoco podía cerrarle la puerta en las narices... ¿O sí podía? Camus no le había dejado nada claro. Y mientras él sopesaba las escasísimas opciones de las que disponía, la vena de la sien de Ikki comenzaba a hincharse.

-¡¿Qué estás haciendo, Hyoha?! ¡Échale de una maldita vez?! -Murmuraba Camus, desde la cocina. Su mirada no dejaba de ir de la puerta a la cafetera, que no dejaba de vibrar y echar vapor-. ¡Maldita sea!

Desde que le envió a hacer ese paripé sabía que su alumno iba a meter la pata. Serían grandes guerreros, pero de picardía no tenían ni un ápice. No le quedaba otra. Se apresuró a apagar la cafetera, rezando internamente porque Ikki creyese que era algún tipo de cafetera inteligente a la que si no la hacías caso a los tres minutos... Pues se apagaba sola.

Pero las prisas nunca eran buenas, y menos cuando uno llevaba deliberadamente su cosmos a los niveles más bajos. Al apartar la cafetera la rozó un poco, quemándose.

-¡Ah, mierda!

Se tapó la boca con ambas manos, aunque sabía que de poco iba a servirle, su maldición debía de haberse oído hasta en el templo de Mu.

Y de nuevo nos encontramos en la entrada del Templo de Acuario, con Hyoga con una forzadísima sonrisa cada vez más ridícula y ya empezando a sudar, y con Ikki, aún con su ceja en alto y cara de estar perdiendo la paciencia.

-¿Y eso? -Preguntó Ikki.

-¿El qué?

-Ese grito.

-¿Grito? ¿Qué grito? Yo no he oído nada, jejeje... -Pero al ver el cada vez más impaciente rostro de su compañero decidió cambiar de táctica-. ¡Oh! Te refieres a ese sonido... jejeje... Pues es... la alarma de... la cafetera que...

Su voz se fue apagando poco a poco, a la par que el semblante de Ikki se iba oscureciendo.

-Hyoga.

-¿Sí...?

-Aparta.

-Sí...

El avergonzado Caballero del Cisne se hizo a un lado e Ikki entró en el templo, yendo directo a la cocina, dónde se encontró con Camus, refrescado la mano herida bajo el grifo. Al oirla entrar giró el cuello para verle.

Ikki se apoyó contra el marco de la puerta, cruzándose de brazos, con expresión de suficiencia.

-Así que te comunicas con el Patriarca a gritos desde la ventana. Muy cómodo.

-Muy gracioso -respondió el aguador, dándole de nuevo la espalda.

Minutos más tarde Ikki se encontraba sentado en el sofá de la sala principal del Templo de Acuario. Camus ocupaba el sillón, no muy alejado de él. Hyoga entró en la estancia, dejando sobre la mesa una bandeja con el café y unas galletas.

-Gracias, Hyoga, ahora, si me haces el favor, me  gustaría que te marcharas un rato mientras hablo con Ikki.

No le gustaba tener que echar así a su pupilo pero no quería que escuchase absolutamente nada de aquella conversación. Bastantes explicaciones tendría que inventarse ya después del numerito que acababa de montar.

-Oh, de acuerdo... -Hyoga no entendía absolutamente nada, pero estaba claro que aquel no era momento para indagar-. Iré al templo de Aioros a verles a él y a Seiya.

-Bien.

Y se marchó de allí.

Silencio...

Ambos caballeros no dejaban de mirarse, con neutro semblante. Fue Ikki, que desde luego tenía infinitamente menos paciencia y ningún reparo en admitirlo, quien rompió el sepulcral silencio.

-Bueno, pues hablemos.

-Espera, Ikki -Camus extendió la mano, en un gesto que indicaba a Ikki que se detuviese-. Déjame empezar a mí.

Ikki hizo un extraño gesto y asintió.

-Pues si querías empezar tú haberlo hecho -Murmuró, aunque estaba claro que quería que el otro le escuchase.

Camus no le dio importancia. Tomó aire y se dispuso a empezar.

-No sé qué es exactamente lo que piensas que ocurrió en el hotel aquella noche -Camus vio como el fénix abría la boca para decir algo, pero bastó con arqueara ambas cejas para que este se guardase su réplica para más tarde y poder continuar-.  Pero no podemos prescindir de detalles tan importantes como el hecho de que nos encontrábamos en estado de embriaguez supina -ahora fue Ikki quien alzó ambas cejas, en un gesto de absoluto escepticismo, por lo que Camus decidió dejarse de tecnicismos y ser más simple y claro con el chico-. Que estábamos muy borrachos, Ikki.

-Ah.

- No creo necesario tener que decirte que cuando una persona abusa del alcohol a veces deja de ser dueño de sí. Si a eso le añadimos el ambiente de la fiesta, ya sabes, la música, la gente que se halla en el mismo estado... Son un conjunto de cosas que se retroalimentan  entre sí, haciendo que todo se magnifique, que hasta lo que parece más superfluo se torne en...

¿Camus estaba divagando? Vaya que si lo hacía. Divaga a base de bien. Ikki lo observaba con la  ceja en alto y sin perder detalle, pues sentía una mezcla de confusión por lado, por toda aquella verborrea que esa boca estaba soltando, y de asombro por otro, pues aquello era un espectáculo digno de ver. Y no era solo por el hecho de ver al Caballero de Acuario soltando una retahíla de frases que no iban a ninguna parte, sino por las reacciones que estaba teniendo. Ikki estaba seguro de que ni él mismo era consciente, pero a Camus le temblaban las piernas, evitaba por todos los medios mirarle directamente a la cara y ya iba por la octava cucharadita de azúcar en esa taza de café que había empezado a prepararse seguramente para no tener que mirarle y que ahora no paraba de remover.

-...  Por eso hay ciertos impulsos biológicos que no podemos controlar, son casi como un acto reflejo, y sí a eso le añadimos el factor de que el alcohol nos desinhibe...

-¡Basta!

Ikki ya no soportaba más aquello. Estaba claro que Camus no estaba acostumbrado a que lo interrumpiesen, pues la cara que se le había quedado era para haberla fotografiado.

-No he terminado.

-Ya, ya lo sé, Camus. Pero verás, es que había algo dentro de mí que me decía que no pensabas terminar pronto -Entonces sus ojos se posaron en la maldita taza de café, que no dejaba de remover, y cuyo tintineo ya estaba haciendo que empezasen a rechinarle los dientes-. ¡Para ya!

-Lo siento -Camus se detuvo, al parecer ni se había dado cuenta de aquel gesto-. Solo intentaba dejar las cosas claras antes de...

-¡¿Antes de qué?! ¡¿De seguir hablando de algo que no recuerdo?!

Los ojos de Camus se abrieron de par en par. Casi tuvo que sujetarse a uno de los reposabrazos para no dar un bote y quedar clavado en el techo.

-Entonces... Quieres decir que... ¿No... recuerdas lo que paso?

-No, pero tampoco hace falta ser muy listo para hacerse una lejana idea. Además, por tus reacciones algo me dice que lo pasó fue lo que he estado sospechando.

-¡¿Qué?! -Ahora sí que Camus dio un bote en la butaca,  casi derramando el café. Comenzó a hacer aspavientos con la mano que tenía libre, en actitud más que nerviosa... histérica-. ¡No, no, no, no, no, no! Yo tampoco recuerdo lo que paso.

-Ya, pero seguro que has pensado lo mismo.

-¿Eres consciente de la cantidad de alcohol que habíamos ingerido? Terminamos prácticamente sin conocimiento.

-Sí, bueno ¿Y hasta ese momento qué?

-¿De verdad crees que en ese estado estábamos en condiciones de...?  -El tono de piel de Camus comenzó a volver más rojizo, otra cosa totalmente inusual en él-. Bueno... De... ¿De hacer nada?

Por toda respuesta Ikki volvió a esgrimir su escéptica ceja y se señaló el cuello, dónde tenía una más que evidente marca. Luego se puso en pie, se levanto la camiseta y empezó a señalar, una a una, las demás marcas que tenía repartidas por todo el cuerpo, ante la alarmada mirada de Camus.

-Y puedo enseñarte más -dijo el peliazul, con sencillez.

-¡No!

El Caballero de Bronce se sentó de nuevo, fijándose en la camiseta de cuello alto que llevaba el mayor.

-Y supongo que no soy el único.

Ikki se inclinó hacia él, estirando la mano hacia el cuello de la camisa del dorado, que rápidamente se pegó aún más al respaldo de su asiento, y casi le dio un manotazo al fénix or invadir su espacio personal. Ikki retrocedió de nuevo, sonriendo.

-Bueno -dijo, casi en un suspiro-.Debemos admitir entonces que...

-¡No, un momento! -Le cortó Camus-. Ninguno de los dos lo recordamos.

-Claramente -le corrigió Ikki-. Ninguno de los dos los recordamos claramente. Pero tenemos flashes y sospechas más que evidentes. Entre las que se encuentran las marcas...

-¡Yo no tengo marcas!

-Quítate la camiseta.

-¡No!

-Como iba diciendo; las marcas y... No sé, quitando la resaca, no guardé ningún tipo de mal recuerdo, o sensación desagradable. Es más, me atrevería a decir que hasta fue agradable.

La boca de Camus se abrió hasta casi desencajársele la mandíbula. No daba crédito a lo que oía.

-Pero como puedes decir... -Ni siquiera podía terminar la frase.

-Mira, Camus, pienso que le estás dando demasiada importancia a algo tan estúpido. Creo que hasta lo llegaste a decir entre todas esas sandeces que estuviste soltando hace un rato, son cosas que pasan. No es nada grave. Es más, pienso que algún día, si te apetece, podríamos hacer la prueba. Quizá nos sirva para recordar y de paso ver si fue algo malo o algo genial.

-Ikki...

-Dime.

-Quiero que te vayas de aquí. Ahora. Ya. Ipso facto. Vete... Largo...  ¡Fuera!

Lo mejor en esos momento era hacer mutis, desde luego. Hasta Ikki sabía cuando no era aconsejable decir nada más. Iba a abrir la puerta cuando de pronto recordó algo y dio media vuelta, regresando a presencia de Camus, que seguía removiendo ese café como si le fuese la vida en ello.

-Perdona, Camus, pero me olvidaba de algo... -se metió la mano al bolsillo de atrás del pantalón y sacó algo que le mostró al dorado. Eran... unos calzoncillos. Azul oscuro. Camus los observaba como quien mira una escena especialmente sangrienta de una película de terror -. Cuando fui a ducharme me di cuenta del cambio, supongo que tú tendrás los míos ¿Podrías devolvérmelos? Oh, tranquilo, los he lavado jejeje.

Ikki sintió como la temperatura de la estancia comenzaba a descender alarmantemente rápido, a la par que el cosmos de Camus aumentaba. Un aura oscura rodeaba al cabizbajo guardián del undécimo templo.

-En otro momento quizá -Con una risita nerviosa, el fénix se marchó de allí lo más rápido que pudo.

El dorado por fin pudo relajarse un poco. Se había propuesto intentar minimizar los daños con la conversación con Ikki, pero al final entre los dos habían logrado llegar al peor resultado que el francés podía haberse imaginado. Ofuscado, se llevó la bendita taza de café a los labios y dio un sorbo. Tuvo que hacer un soberano esfuerzo por no escupirlo en su impecable alfombra.

-¿Pero qué...?

***

Shaka de Virgo ya había terminado de desempacar y ahora de dedicaba a labores de limpieza en su templo. Concretamente en esos momentos se hallaba limpiando el polvo de su habitación.  Cualquiera que pudiese ver al Caballero de Virgo, sin necesidad de conocerlo si quiera, podría darse cuenta fácilmente de que estaba bastante distraído y evidentemente preocupado por algo. Llevaba ya cinco minutos de reloj pasando el plumero por la misma figura de Buda mientras su mirada se iba pasando del ídolo a un sobre abierto que había sobre su escritorio. Solo le había echado una ojeada al contenido una vez, en el hotel de Corfú, cuando se lo entregaron, y ahora sentía ganas de volver a mirarlo, aunque solo fuese para verificar que el contenido seguía siendo el mismo y que no se lo había imaginado. Pero una especie de pudor interno le impedía abrir de nuevo aquel sobre. Tras un resoplido de frustración dejó en paz la estatua de Buda y fue hasta el escritorio, tomó el sobre y extrajo lo que había dentro de este, observándolo detenidamente mientras su rostro iba ruborizándose en crescendo .  ¿Esas palpitaciones y esa sensación de calor en la cara era lo que llamaban vergüenza? Vergüenza de la buena, claro, de la inocente. Pudor. Era una de las muchas cosas que el Caballero de Virgo no había sentido jamás hasta llegados aquellos últimos días. Volvió a meter aquello en el sobre y se mordió el labio inferior, conteniendo una carcajada. Aquello no estaba tan mal. Esa sensación de hormigueo por todo el cuerpo, el cosquilleo en el estómago.  Todas esas sensaciones de las que tanto había oído hablar pero que jamás había experimentado ahora las vivía en sus propias carnes y le parecía algo apasionante y hasta divertido. Pero sabía que aquello no le concernía solo a él. Había otra persona cuya opinión quería conocer, así podría constatar las opiniones de dicho sujeto y comprarlas con las suyas propias. Tal vez esa persona no viese las cosas como él. Pudiera ser incluso que ni tan siquiera le hubiese dedicado un pensamiento al asunto. Que para esa persona en cuestión todo aquello hubiese resultado ser algo totalmente irrelevante. Pero claro, eso nunca lo sabría si no iba a hablarlo con él.

Asintiendo, como si se estuviese dando así mismo ánimos o el pistoletazo de salida que necesitaba para iniciar su pequeña empresa personal, Shaka tomó el sobre y salió de su templo.

Desde que se iniciara el tema de la obra de teatro y todo aquello que se había ido sucediendo en su vida en los últimos días, Shaka había estado desarrollando una mente más abierta. O mejor dicho, más receptiva. Receptiva al cambio. A todo lo nuevo. O para ser más justos a la verdad, a todo aquello que ni él ni la mayoría de sus compañeros había vivido en su ardua y sacrificada labor como Caballeros de Atenea. Cosas que para una persona "normal" resultaban evidentes y cotidianas para ellos eran algo nuevo. Algo que conocían, sí, pero solo de palabra. Que no habían experimentado internamente nunca. Su viaje a Corfú les había aportado de golpe y porrazo muchas de esas desconocidas experiencias. Aquellos últimos días habían sido para Shaka más enriquecedores que varios años estudiando en un templo. Estaba descubriendo lo que era ser persona. Ni Caballero ni reencarnación de Buda. Tan solo un joven muchacho que abría los ojos ante un mundo lleno de posibilidades. Un mundo al que había consagrado su vida para proteger pero que nunca había podido pararse a mirar que era lo que le ofrecía.  Y eran muchas cosas. Infinitas. Y la gran mayoría podían alcanzarse tan fácilmente...

Haciendo recopilación mental de sus últimas vivencias personales, Shaka alcanzó el último templo. El cosmos de Afrodita se elevó levemente durante un segundo, dándole a entender que tenía permiso para pasar. Ascendió el último tramo hasta el Templo de Patriarca, con una sonrisa de oreja a oreja.

-Descansad -Saori recogía unos papeles de una mesa y los introducía dentro de una carpeta-. Mañana tendremos que reanudar el trabajo.

-Está bien, pero haz tú lo mismo -Le dijo Julián Solo, con algo de paternal reproche-. Estás agotada.

-Sí, tranquilo, me iré a mi habitación enseguida. Tengo que recuperar horas de sueño -respondió la chica, con una sonrisa.

-Yo puedo terminar eso ahora -habló ahora Shion, señalando la carpeta que la chica tenía entre las manos-. Si así os quedáis más tranquila.

-De eso nada, Shion. Tú te vas a descansar también. Llevo tiempo preguntándome si duermes alguna vez -Le regaño la Diosa-. Duerme bien hoy y mañana nos pondremos manos a la obra -se quedó unos segundos pensativa-. ¿Porqué no estás con Dhoko?

Shion frunció el ceño.

-¿Porqué todos pensáis que tengo que estar con Dhoko?

Y dicho esto salió de allí, casi llevándose por delante a Saga, que entraba en ese momento, ante la confusa mirada de Julián y Saori.

-¿Pasa algo? -Preguntó el nuevo Patriarca.

Ambos se encogieron de hombros.

-Bien, lo dicho. Estáis en vuestra casa. Descansad bien hoy -dijo Atenea, y entonces se volvió hacia Saga-. Y tú también.

Saga asintió, con una sonrisa.

-Descansad.

-Hasta mañana -la despidió Julián.

La joven se marchó.

-¿Necesitáis algo?

-Estamos bien, Saga, gracias. Ve a descansar. Nosotros haremos lo mismo en breves también.

-Está bien, hasta mañana entonces.

Una vez Saga se había marchado, Julián se acercó a la ventana, donde estaba Sorrento, que no se había movido ni dicho palabra alguna desde que llegasen. El recipiente carnal del Dios de los Mares se acercó a la cristalera y miró hacia el exterior para comprobar si de verdad había algo que podía llamar tan poderosamente la atención de su amigo o si estaba, simplemente, abstraído por alguna razón. Efectivamente no parecía haber nada relevante en los jardines del Templo del Patriarca. Su mirada se deslizó entonces hacia el ex general marino, que ni parecía haber reparado en su presencia.

-Sorrento.

-¿Uhm?

-Atenea acaba de marcharse.

-Ahá.

-Y el Patriarca.

-Claro.

-Se han despedido de nosotros y ni te has girado.

-Sí.

No era propio de Sorrento estar tan... ¿Lejos? Julián puso una mano sobre su hombro y le zarandeo levemente.

-¡Sorrento!

Y ahora sí que pareció reaccionar. Volviéndose hacia Julián, sorprendido, como si no hubiese reparado en su presencia hasta ese momento.

-¡Señor!

el peliazul arrugó un poco el entrecejo, no le gustaba que su "ayudante" lo tratase con esa cortesía, y él intentaba complacerle siempre, así que estaba claro que le había pillado con la guardia baja.

-¿Pero en qué estás pensando? -Le dijo Julián, en tono de reproche-. Atenea y Saga nos han deseado buenas noches y tú ni te has vuelto a mirarles.

-¿Eh?

Y fue entonces cuando Sorrento tomó conciencia de hasta qué punto sus pensamientos internos lo habían evadido de la realidad. No corresponder a la amabilidad de tus anfitriones, aunque solo fuese de palabra, ya resultaba una grave falta de educación, pero... Ignorar a la Diosa protectora de la Tierra, en su propio Santuario, y a su máximo representante entre los mortales, cuando estaban ocupando habitaciones de su mismo templo era, cuanto menos, un sacrilegio.  El joven de ojos rosados agachó la mirada, avergonzado, aún sin poder creerse que aquella gravísima afrenta hubiese salido de él. Sabía de sobra que ni Saori ni Saga se lo tendrían en cuenta. Es más, conociéndolos, ni se habían percatado. Pero eso no le restaba gravedad al asunto.

-¿Se puede saber en qué estás pensando?

La voz de su señor le trajo de nueva cuenta al mundo real.

-Yo... No sé... Simplemente... Me distraje.

-Tú no sueles distraerte. Y menos así.

-Ya...

-Sorrento -la voz de Julián sonó ahora más calmada. Más comprensiva-. Sabes que si algo te preocupa puedes contármelo.

-Sí, lo sé.

Otro  momento de silencio. Julián lo observaba a espera de algo. De algún tipo de justificación o lo que fuese que arrojase luz sobre los motivos que estaban haciendo que su mejor amigo luciese tan distante. Pero al ver que Sorrento solo se limitaba a apartar la mirada y que claramente no tenía intención de decir nada dejó escapar un suspiro.

-¿Y bien? -Le apremió-. ¿Quieres hablar?

Sorrento no podía ignorar a su señor. A su amigo. Ni mucho menos mentirle. Volvió a encarar su mirada.

-Verás, en realidad no es nada importante, es solo que...

-Señor Solo.

Uno de los guardias del Santuario entró en la sala. El hombre hizo una leve reverencia ante él.

-¿Qué ocurre?

-Shaka de Virgo pregunta por el general Sorrento.

El aludido se tensó. Aunque rápidamente trató de aparentar normalidad antes de que Julián pudiese percatarse. Aunque el susodicho aún seguía con su atención en el guardia.

-¿Ah, sí? -Miró entonces a Sorrento, como esperando una respuesta por parte de este al hecho de que Shaka estuviese allí, preguntando por él, pero al ver que este parecía tan sorprendido  como él se volvió de nuevo al guardia-. Bueno, pues puedes decirle que está aquí. O mejor aún, Sorrento ¿Porqué no vas tú?

-¡No!

Tanto el guardia como el propio Julián se quedaron mirando a Sorrento, muy sorprendidos por su reacción.

-¿No? -Repitió el peliazul, con una mezcla de extrañeza y pasmo.

-Quiero decir... Sí, sí -Miró entonces al guardia-. Adelántate y dile a Shaka que ya voy -Le dijo, con una amplia sonrisa, tratando de restarle importancia a su anterior reacción.

Aún desconcertado pero obediente, el guardia asintió y salió de allí.

-En serio, Sorrento, me estás empezando a preocupar.

-Estoy bien, Julián, en serio.

-Claro ¿Y lo de ahora mismo? ¿Te ha pasado algo con Shaka?

-¡No!

Y ahí estaba de nuevo. La misma alarmada reacción. Julián arqueó una ceja.

-Supongo que debo tomarme ese "no" como un rotundo sí.

-No, no, de verdad, no me pasa nada con Shaka -se apresuró a excusarse el pelilila-. Es solo que me ha sorprendido que quiera verme.

-Sí, eso puedo verlo.

-En serio, no tienes que preocuparte -le decía el ex general, entre bobas risitas, mientras se iba alejando hacia la puerta ante la escéptica mirada de su señor que, claramente, no se estaba creyendo una sola palabra-. Iré a ver que quiere Shaka y volveré enseguida. Tú deberías irte ya a descansar, ha sido un largo día jejeje...

Y salió de allí, disimuladamente rápido.

Sabía de sobra que Julián no se lo habría tragado, y no era para menos. Pero bueno, ya se inventaría alguna escusa para él más tarde. Ahora tenía un problema más grave entre manos. Y es que, tal y como había evidenciado con su cantosa reacción, en esos momentos no tenía ningunas ganas de ver a Shaka. Y sí, efectivamente, era el propio Shaka el motivo principal de su extraño y distante comportamiento. Y es que desde que se despertara aquella mañana después de "La Gran Fiesta" en el hotel de Corfú, Sorrento había sido presa de una absorbente vorágine de sentimientos y sensaciones muy diversas, muy fuertes y sobre todo, muy contradictorias. Lo cierto era que, en medio de su horrible resaca post fiesta, apenas tenía mucho recuerdo de lo que había ocurrido. Flashes... Comentarios de algunos de sus compañeros y de invitados de las bodas... Pero ningún recuerdo completo ni sólido. Pero eso había cambiado esa misma mañana. Cuando salieron del hotel para tomar los autobuses uno de los chicos de la boda de Julian y Robert le entregó un sobre diciéndole "que seguramente querría conservar un recuerdo tan bonito como ese". Al abrir dicho sobre y ver lo que había  dentro se quedó sin respiración durante un segundo. Afortunadamente nadie más lo vio, y se había preocupado concienzudamente de ocultar el sobre en su maleta, que ahora mismo estaba en su habitación en el templo del Patriarca. Ahora debía enfrentarse al verdadero origen de su problema, la persona que estaba tan ligada al interior de ese sobre como él: Shaka.

Mientras caminaba, muy despacio, por el largo pasillo, trataba de hallar la manera más rápida y eficaz de librarse de tener que encontrarse con el dorado. Aunque en el fondo sabía que con ello solo retrasaría lo inevitable, en esos momentos no se sentía aún preparado para enfrentarse a él.  Su mirada se giró entonces hacia uno de los ventanales.  ¡Claro! ¡Eso era! Saltaría por la ventana. O bueno, teniendo en cuenta que ahora se hallaba en la parte baja del templo, lo más correcto sería decir que iba a "salir por la ventana".  Sonaba ridículo y cobarde, sí, y sabía de sobra que luego tendría que dar muchas, demasiadas explicaciones, pero en aquellos precisos instantes... Su elocuente idea se la antojó como la más sabia y coherente que podría haber gestado. Abrió una de las amplias cristaleras y observó el hermoso jardín, bañado por la anaranjada luz del atardecer. Tampoco faltaba mucho para que comenzase a hacerse de noche, lo cual también le vendría bien. Shaka no seguiría buscándole al caer la noche.  Ya tenía una pierna fuera cuando Shaka y el guardia que antes les había informado doblaron la esquina y le vieron. Ambos se quedaron mirándole y Sorrento les devolvió la mirada, con la pierna aún sobre el alfeizar de la venta, la boca abierta en una muda escusa que nunca llegaría a salir de entre esos labios y la más bobalicona de las expresiones dibujada en el rostro. Pillado infraganti.

Shaka abrió la boca, y aunque tardó un poco en articular palabra, su bloqueo no fue tan monumental como el del ex general marino.

-Sorrento... ¿Qué estás haciendo? -Preguntó, muy despacio,  casi en un susurro. Como si aquello fuese un infantil secreto. O bien como si estuviese hablando con alguien que estaba... loco.

-Pues... -Llegados a ese punto, el joven peliazul tampoco tenía muchas opciones. ¿Decir la verdad? ¿Seguir mintiendo? Como suele decirse: De perdidos al río-. Es que me había asomado y... ¡Se me calló una lentilla!

Y dicho esto... Sorrento saltó al exterior por la ventana., ante la atónita mirada de Shaka y el guardia.

-Una lentilla... -Repitió el boquiabierto Shaka, aún presa del estupor.

"Una lentilla", se repitió internamente Sorrento, mientras corría pisoteando el sagrado pasto de los jardines del Patriarca. Otro delito divino más a añadir a su lista de pecados de ese día. ¿Pero en qué demonios había estado pensando?  Casi hubiese quedado menos ridículo saltar al exterior sin más. Sin decir nada. Ya estaba llegando a la entrada del templo. Se marcharía de allí, bajaría hasta el pueblo y permanecería en algún bar hasta bien entrada la noche, después regresaría lo más sigilosamente posible, sin dejar rastro alguno de cosmos, y ya mañana pensaría qué decir y hacer. Seguramente este planteamiento resultase extremadamente simple y profundamente absurdo, pero en esos precisos instantes para  el pelilila aquello era una elaboradísima estrategia de precisión militar que de seguro iba a funcionar. Cosas de la tensión y la ansiedad.

Ya saboreaba la libertad cuando algo lo detuvo. Alguien lo asió del brazo. Sorrento se vio detenido en seco. Y al volverse y ver al propio Shaka sujetándole del brazo y con aquel interrogante gesto se sintió más estúpido que nunca. Había salido tan rápido y tan sumido en sus bobos pensamientos que ni se percató de que el rubio le perseguía.

-¿Por qué has salido corriendo así?

La pregunta de Shaka se le antojó a Sorrento tan justificada como inocente. Cualquier otro le habría preguntado directamente si había antecedentes de algún tipo de trastorno mental en su familia.

-Pues... Es que... La lentilla salió volando.

Unos segundos de silencio...

-Sorrento.

-¿Sí?

-¿Usas lentillas?

-No.

-Ya...

Silencio de nuevo...

-Sorrento.

-¿Sí?

-¿Estabas huyendo de mí?

-Eh... Sí.

-Ya...

Bueno, al menos las cartas ya estaban sobre la mesa, y el pelilila había demostrado ya de sobra que era nefasto tirándose faroles, así que ya no le quedaba más remedio que jugársela.

Seguían en la misma posición, Shaka aún lo sostenía del brazo, y pareció no darse cuenta de este detalle hasta que el propio Sorrento hizo un gesto con los ojos. Señalando que... Bueno, que aún lo estaba sujetando y que no estaría del todo mal que lo liberase. Total, muy lejos ya no iba a escapar.

-Oh, lo siento.

Shaka le soltó. Bueno,  ahora la cuestión para Sorrento era: ¿Por dónde empezar? Afortunadamente para él, el bueno de Shaka no tenía inconveniente alguno en empezar allanándole el camino.

-¿Porqué huías de mi?

-Bueno, verás, es que...

-Yo solo quería hablar contigo. De la fiesta en el hotel -le cortó el rubio.

Sorrento trató de ocultar su creciente nerviosismo. Sí, ese era precisamente el motivo por el que había salido corriendo.

-Yo también quería hablar de ello, pero...

-Pasaron muchas cosas -Shaka volvió a cortar a Sorrento, que lo miraba con cada vez más incredulidad-. ¿Y sabes? No creo que sea algo que haya que sacar de quicio.

-Estoy de acuerdo  -coincidió Sorrento, cada vez más relajado.

Al final no iba a ser para tanto. Shaka no solo le estaba ahorrando el trabajo de tener que sacar el tema y explicarse, sino que además le estaba restando toda la importancia que él le había dado.  A no ser... Que no estuviesen hablando de lo mismo.

Entonces Shaka se sacó algo del bolsillo interior de la chaqueta que traía puesta. Era un sobre. Sorrento no le dio (o no quiso darle) mayor importancia hasta que Shaka extrajo lo que había dentro y se lo plantó delante de las narices. Sí. Al parecer sí que estaban hablando de lo mismo.

Shaka le mostraba una fotografía. Una fotografía especialmente nítida a pesar de haber sido hecha dentro de la discoteca del hotel de Corfú, tan solo iluminado por las parpadeantes lucecillas de neón propias de esos ambientes. La fotografía mostraba una imagen clara y concisa, que no dejaba opción alguna al error: Eran Shaka y Sorrento besándose. Más concretamente, Era Sorrento de espaldas a la de barra, prácticamente echado sobre esta, con Shaka sobre él devorándole la boca. A pesar de que Sorrento ya conocía muy bien esa foto, eso no le restaba impacto al hecho de volver a verla, y encima de mano de su compañero de modelaje...

-¿Lo recuerdas? -Le preguntó Shaka, al ver que su amigo no parecía tener intención de reaccionar con premura.

-Tengo... Esa misma foto... -respondió en un hilo de voz.

Shaka lo miró, sorprendido, luego volvió a mirar la foto y de nuevo a Sorrento.

-¿Ah, sí? ¿A ti también te la dio ese chico a la salida del hotel?

-Sí...

-Qué curioso.

-Mucho...

A Sorrento no le parecía curioso. Le parecía preocupante. ¿Qué más fotos tendría esa gente? Se notaba que Shaka, como la mayoría de sus compañeros de armas, estaban bastante desconectados del resto del mundo, ignorando cosas como internet, donde tu vida privada puede dejar de ser... privada. Y en el caso de los, hasta el momento al menos, anónimos Caballeros de Atenea, tampoco era algo tan importante. Un simple grupo de chicos borrachos haciendo el tonto. Pero tanto su señor, Julián Solo, como Saori Kido, eran personajes públicos. Propietarios únicos y máximos accionistas de importantísimas compañías. Y cosas como esas podían resultar un escándalo. Podrían estropear su imagen y empañar la hermosa y desinteresada labor que estaban llevando a cabo en esos momentos para las víctimas del cataclismo de Poseidón. Eso era algo que Sorrento nunca podría perdonarse. Se había visto tentado de tener una pequeña charla con el chico que le entregó la foto. Pero su instinto le había dicho que no era una mala persona. Y bueno, la vergüenza tras ver la susodicha foto también habían tenido bastante que ver, pero ahora se arrepentía de haberse marchado sin más.

-¿Sorrento?

De nuevo la voz de Shaka le devolvió a la realidad.

-¿Sí?

-¿Entonces lo recuerdas?

-Bueno... No exactamente... Lo cierto es que solo tengo imágenes sueltas en la cabeza... Y el recuerdo de Nadine chillando.

Shaka rió.

-Sí, me pasa lo mismo. Bueno... ¿Y qué piensas?

Ahora era Shaka el que parecía más tímido y Sorrento el extrañado.

-¿Que qué pienso de qué?

-Bueno, pues... De eso. Del beso. La fiesta... De todo en general.

-Ah...

Aquí había un grave choque de convicciones. Para Shaka aquello se acercaba más a una especie de experimento social. Estaba viviendo en sus propias carnes cosas que siempre había sabido que existían pero que no había sentido. Y quería saber más. Su curiosidad era absoluta, hasta el punto de que, inconscientemente, podía parecer que el fondo aquello tampoco le importaba tanto. Que aquello era más bien algo que debía comprobar para poder analizarlo más tarde. Y no tenía muy claro si era porque él estaba demasiado nervioso o Shaka demasiado relajado, pero el caso es que Sorrento, en parte, captó parte de esa curiosidad técnica que el rubio tenía, y tampoco sabía si eso le molestaba... o no. Por su parte, Sorrento, al margen de las repercusiones sociales que lo que fuese que habría fotografiado ese tío en la fiesta pudiesen tener,  estaba preocupado por lo que "sus actos con Shaka" durante la fiesta pudiesen significar para él mismo. Había muchas cosas en su corazón y en su mente. Muchas cosas que aún no había querido pararse a pensar detenidamente y que quería meditar con calma. Y muchas, muchas dudas. Shaka también noto las dudas en él, y se sintió entonces algo mal por haberle abordado de esa manera cuando estaba más que claro que el ex general no quería hablar del tema.

-Shaka... No creo que eso sea lo más importante ahora.

El rubio mostró una triste sonrisa. En fin, tampoco quería seguir atosigándolo.

-Tienes razón, supongo que es una estupidez.

-No, no me refiero a eso.

-¿Eh?

-Hablo del chico que nos dio la foto. Puede que no recuerde cosas concretas, pero tengo flashes de muchas de las cosas que pasaron. Y sí... ¡Y sí tiene más! -Estalló por fin, presa de la inquietud-. ¡¿Y si hizo más fotos?! Fotos de Julián o de Saori... Sí esas fotos apareciesen en cualquier medio podrían arruinar su imagen.

Shaka, que lo había observando muy sorprendido por su reacción, comenzó a relajar su semblante, hasta el punto de mostrar una divertida sonrisa.

-¿Eso era lo que te preocupaba?

-¿Es  que no te parece motivo suficiente? -Replicó el pelilila, molesto por la reacción del otro. Y ya la gota que colmó el vaso fue cuando Shaka se echó a reír-. No puedo creer que algo como esto te parezca gracioso, Shaka -le recriminó, soberanamente molesto.

-No, claro que no me parece  gracioso, es solo que...

-¡¿Solo que qué?!

Shaka trató de controlarse y recuperar la calma, no quería molestar aún más a Sorrento. Pero no podía evitar dejar de sonreír.

-Puedes estar tranquilo, Sorrento. No pasará nada.

-¿Y cómo estás tan seguro?

-Pues porque ya hablé con el chico. Y hasta me enseñó su cámara. Créeme, no había nada que pudiese comprometer ni  a Julián ni a Saori.

Sorrento le miró durante unos segundos, asombrado. Pero la incertidumbre no tardó en volver a adueñarse de él.

-¡¿Pero y si te mintió?!

-Sorrento -Y esta vez fue Shaka el que lució sorprendido, como si el ex general hubiese dicho algo totalmente impensable-. Soy Shaka de Virgo. No es tan fácil engañarme -añadió, con una traviese sonrisa, totalmente impropia en él. Pero bueno, en los últimos días todos los caballeros no habían hecho más que mostrar cualidades y reacciones técnicamente impropias de ellos.

Fuese como fuese Sorrento finalmente se relajó. No hacía falta más que ver y escuchar a Shaka para saber que lo que decía era cierto. Aunque no hizo que se sintiese menos molesto consigo mismo por no haber tenido la misma iniciativa que Shaka y haber finiquitado aquel asunto en el momento. ¿Qué clase de ayudante era? Bueno, ya se flagelaría más tarde por ello. Ahora tenía otras cosas en las que centrar su atención. Aclarado el asunto de las fotos solo les quedaba volver al tema inicial... El beso. O mejor dicho, los muchos besos y  magreos que intercambiaron entre ellos.

-Bueno, no quiero agobiarte, pero... -Shaka volvía  al carga-. Lo cierto es que necesito saberlo ¿Qué te pareció lo que pasó?

Que necesitaba saberlo, dijo.  Eso sí que era un problema. Sorrento ya no podía hacer otra cosa...

-¡Shaka, Saori te está llamando! -Exclamó, señalando a espaldas del rubio.

-¡¿Eh?!

El Caballero de Virgo se giró para encontrarse con un montón de árboles y setos. Cuando se volvió de nuevo hacia Sorrento, sin entender, vio que este ya bajaba las escaleras del santuario de dos en dos. Casi no podía creerse que hubiese hecho eso. Por un lado le hizo gracia, y por el otro... le molestó. No era fácil perturbar a Shaka y Sorrento lo había conseguido.

-Pero será...

Y corrió tras él. Sorrento no tardó el volver la vista atrás y ver como Shaka le iba ganando terreno. No se atrevía a elevar su cosmos y acelerar pues, además de que sabía que tenía las de perder, tampoco quería llamar la atención del resto de dorados y formar una escena en medio del Santuario de Atenea. Aquello era una estupidez. Algo completamente pueril y fuera de lugar. Sin embargo no se detuvo. Cada vez que pasaba delante de uno de los templos del Zodiaco rezaba internamente porque ninguno de sus guardianes estuviese fuera y les viese. Aunque su preocupación tampoco duró mucho más, pues Shaka terminó dándole alcance una vez más. De nuevo el Santo de Virgo lo agarró del brazo, deteniéndole.

-¡¿Pero qué estás haciendo?!

llegados a ese punto, Sorrento ya no pudo más.

-¡No! ¡¿Qué estás haciendo tú?!

Shaka se vio un poco bloqueado ante esa reacción por parte del pelilia.

-¿A qué te refieres?

-¡Pues a esto! ¡¿Porqué le das tanta importancia, Shaka?! Que yo sepa esa noche bebimos mucho, tocamos mucho y nos besamos entre muchos. Con ese condenado juego de la botella te besé a ti, besé a Julián, a DeathMask, a Nadine, a Saori, a varios chicos de la boda de Julian y Robert, y hasta obligamos al pobre camarero. ¿Porqué masificas tanto el nuestro?

Shaka pareció volver a relajarse, y sonrió con ternura al ver la reacción del pobre Sorrento. En el fondo él se sentía parecido.

-Porque tú y yo tuvimos más.

-Con Julián y DeathMask también tuve más de uno.

-Los nuestros fueron bastante más.

-Causalidades de la botella.

-¿Y los chupitos en la boca?

-...

-¿Y esto?

Le mostró de nuevo la foto, cosa que hizo que la piel de Sorrento su pusiese de un tono hasta más oscuro que el de sus ojos.

-Eso fue...

-Los dos sabemos que fue más de una vez -le cortó el rubio.

-¿Y si solo fue el alcohol?

-Tal vez solo fue eso -coincidió Shaka, dando un paso hacia él, cosa que el otro respondió retrocediendo otro-. Tal vez solo fue cosa del alcohol. Pero hay quien dice que el alcohol te desinhibe. Que te hace hacer cosas que en el fondo de tu ser deseabas hacer.

¿De verdad ese era Shaka? Sonaba igual de tranquilo y seguro de sí mismo que Shaka, si, pero lo que estaba diciendo... Y esa forma de acercarse a él...  Sorrento seguía retrocediendo a cada paso que el otro daba. Pero una columna terminó frenando su evasiva.  Shaka acortó la distancia hasta que apenas unos centímetros separaron sus rostros. Verle tan sumamente tranquilo solo le puso más nervioso.

-¿Qué vas  a hacer...? -Preguntó, con voz queda.

Shaka sonrió.

-Salir de dudas.

***

-¿De verdad no tienes hambre? Volvió a preguntar Shun, por enésima vez, asomando por la puerta del salón-. Puedo prepararte algo de cenar.

-Tranquilo -respondió Aioria, desde el sofá, dónde se hallaba sentado esperando... Ni él sabía el qué-. Te lo agradezco, pero ya te dije que no tengo apetito. Estoy demasiado agotado.

-Sí, me siento igual... ¡Iré a preparar la cama! -Añadió el peliverde, pletórico, y fue hacia la habitación.

El momento que tanto trataba Aioria de evitar estaba ya ahí. Tal vez si le hubiese dicho que si tenía hambre podría haber hecho tiempo alargando su yantar hasta que el más joven se quedase dormido... Pero después de tantas negativas pedirle ahora que hiciese la cena quedaría raro. Por no decir que conociendo a Shun era capaz de quedarse sentado frente a él viéndolo comer, a espera de que terminase para arrastrarlo luego a la cama... "Bienvenido de nuevo a tu infierno personal en casa, Aiora ¿Lo echabas de menos?", se dijo así mismo, con amarga ironía. Ahora que Ikki no estaba ya nada perturbaba su intimidad... ¡Y eso era horrible!

¿Qué podía hacer? Por un momento se le pasó por la mente la idea se siempre: Salir corriendo. Sin más. Abrir la puerta del templo, echar a correr escaleras abajo y no dejar de correr hasta que el mar le cortase el paso. Desechado. Otra idea que pasó fugazmente por su mente fue la de ir hacerle otra visita a ese funesto médico. Aunque se juró y perjuró muchas veces no volver a acercarse a ese hombre a menos de cien metros, lo cierto era que tras su última conversación este pareció haber sentado algo la cabeza. Tal vez si fuese ahora y le pidiese algo para dormir, podría tomárselo o dárselo a Shun y... No. Rotundamente no. La experiencia le había enseñado de sobra que no era bueno jugar con esas cosas. Y menos con ese sujeto de licencia médica de origen cuestionable que tenían por médico allí. Además ya era tarde y se suponía que estaban todos cansados, y ya había levantado suficientes sospechas en general y había ido veces más que suficientes a ver al médico como para turbar aún más la situación. No, aquella no era opción viable.

-¡Ah...!  -Aioria dejó escapar un largo, profundo y sonoro suspiro.

Se puso en pie y fue hacia la puerta. Necesitaba pensar, y rápido. Y para ello necesitaba aire fresco. Abrió la puerta y se quedó dónde estaba, con neutro semblante, como si de repente aquello fuese una película y alguien le hubiese dado al botón del "pause". Aioria se había quedado en el sitio. Ni tan siquiera tuvo tiempo de hacer una mueca o reaccionar. Nada. Tan solo se quedó donde estaba, con la vista en aquello que lo había congelado en el tiempo. Ahí estaban. Shaka inmovilizando a Sorrento contra una columna y prácticamente devorando su boca y su cuello, mientras este, que aparentemente no lo estaba sufriendo en absoluto, no daba a basto con las manos, que parecían no saber muy bien a que parte de la anatomía del rubio agarrarse.

Aioria no tenía la más mínima idea de lo que había pasado, de cómo habían llegado a aquello. Y ni le interesaba. Lo único que se preguntaba era porque esos acontecimientos, fuesen los que fuesen, tenían que culminarse justo delante de su templo.  Esos pensamientos, veloces como lo viento, fueron los últimos que se pasaron por su mente antes de quedar completamente bloqueado.

Tras unos segundos. Unos largos segundos. Aioria, cual autómata, reculó,  penetrando de nuevo es su morada, cerró la puerta con cuidado y se giró, encontrándose con Shun, que lucía una brillante sonrisa de oreja a oreja.

-¿Vamos a la cama?


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