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La Flecha Negra De Eros por _Islander_

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Una cosa estaba clara, la decoración de su sala de estar había cambiado radicalmente, lo demás, no tenía sentido. Aioria de Leo se hallaba sentado frente a una amplia mesa cubierta con un hermoso mantel blanco y decorada con exquisitos candelabros de plata (o eso parecía) con velas encendidas. A su alrededor no había mucho más… tan solo la penumbra, que lidiaba en una pequeña batalla con la tenue luz de las velas. La que fuera la sala principal del Templo de Leo había sido casi despejada de los efectos personales de su amo. Y Aioria no entendía por qué. Como tampoco entendía porque llevaba puesto aquel elegante traje… Nada tenía sentido. Pero aquella feria de incongruencias solo acaba de empezar, y el desfile principal ya hacia acto de presencia.

Cuatro figuras entraron en salón. Aioria casi sufre un paro cardiaco cuando la luz de las velas les iluminó, permitiéndole ver mejor. Ahí estaban, cuatro de los Caballeros de Bronce: Seiya, Hyoga, Shiryu e Ikky. Hasta ahí todo bien. Lo cosa no hubiese sido tan mala si no fuese porque  dichos caballeros iban ataviados, únicamente, con un ajustadísimo tanga color negro, una pajarita al cuello y… nada más…

Aioria abrió su temblorosa boca para decir algo pero ningún sonido salió de ella. Aquellos sonrientes cuatro jóvenes portaban una enorme bandeja de plata, cubierta por una tapa igual de grande. Dejaron aquella enorme bandeja, con cuidado, sobre la mesa, frente al aún boquiabierto señor del templo.

-Aquí esta su cena, señor –habló Hyoga, de forma servicial y, en opinión del castaño, insinuante.

Entre Seiya y Shiryu levantaron la tapa, y Aioria tuvo el impulso de alejarse de aquella mesa, pero se había quedado clavado en el sitio por la impresión.

Sobre la bandeja, en medio de un lecho de vegetales de guarnición, se hallaba el desnudo cuerpo de Shun de Andrómeda, atado de pies y manos. El joven caballero lucía una mirada entre asustada y suplicante, y emitía una serie de débiles quejidos, pero no podía hablar, pues tenía una pequeña manzana roja atada a la boca.  Afortunadamente, las partes más íntimas del chico estaban cubiertas… Tenía pequeños montoncitos de ensalada sobre los pezones, en el ombligo y… en la entrepierna. Aunque Aioria se temía que eso no iba a ser especialmente bueno.

-Ahí tiene sus cubiertos –le indicó Shiryu al aturdido Aioria, señalando justo bajo la mirada del castaño-. Adelante, sírvase.

Aioria bajó la mirada y vio aquellas hermosas piezas de artesanía. Tomó el tenedor y lo alzó muy lentamente, ante la asustada mirada de Shun, que trataba, inútilmente, de revolverse.

De forma inconsciente, el Caballero de Leo deslizó las puntas de aquel cubierto por la suave y tersa piel del peliverde, justo por la zona del estómago. El pobre Shun cerró los ojos y se retorció, entre pequeños espasmos, emitiendo un adorable quejido.

La muñeca de Aioria se detuvo. Nervioso, dejó el tenedor donde estaba. Le resultaba imposible hacerle aquello a ese pobre muchacho. Era demasiado para él.

-¿Ocurre algo, señor? –Preguntó Ikky-. Adelante, no sea tímido, o se le enfriará su comida.

Era como si cada vez que uno de esos retorcidos y sonrientes camareros de burdel abriese la boca una fuerza le empujase a cumplir sus insanas órdenes.

Ahora, la temblorosa mano de Aioria, tomó el cuchillo. Y de nuevo volvió a alzarlo, ante la desvalida y aterrada mirada del peliverde que, con ojos húmedos, negaba con la cabeza mientras seguía emitiendo aquellas incoherentes suplicas. Pero Aioria no se detuvo. Deslizo aquella herramienta por el pecho de su “comida”. Pasando muy suavemente el filo del cuchillo por aquella piel de terciepelo, con mucho cuidado de no hacerla ningún daño, pero incapaz de evitar que la víctima se retorciese. Todo aquel espectáculo era observado en primera fila por aquel corro de extraños y sonrientes camareros semidesnudos.

¡No podía seguir con aquello! Pronto terminaría perdiendo el control…

-Vaya ¿Qué ocurre, señor? –Habló ahora Seiya-. ¿Tal vez su comida está muy hecha?

-Lo lamentamos, ha sido culpa nuestra –se unió Hyoga.

-Sabemos que a usted le gusta la carne fresca –dijo entonces Shiryu.

-Pero no se preocupe, nosotros le ayudaremos –concluyó Ikky.

Aioria no entendía porque esos cuatro tenían que hablar de forma tan sugerente…

Los cuatro camareros se acercaron a aquel desvalido “plato principal”, con largos tenedores (como los que se usan para trinchar un pavo). Y comenzaron a pinchar y a arañar con delicadeza aquel impoluto cuerpo, que solo podía retorcerse y quejarse, mientras las lágrimas ya escapaban de aquellos ojos como esmeraldas.

-¿Aún no, señor? –Preguntó Seiya, sin cesar en sus sádicos actos, con una sonrisa de oreja a oreja-. Quizá aún está demasiado caliente para usted. Pero no se apure, nosotros daremos el primer bocado por su bien.

Y, posando los tenedores, aquellos cuatro calenturientos jóvenes acercaron sus rostros al cuerpo del pobre Shun, abriendo aquellas hambrientas bocas y devorando las porciones de alimento que tapaban las más íntimas vergüenzas del sonrojado Caballero de Andrómeda, que no hacía más quejarse y retorcerse en vano.

Esos cuatro camareros del apocalipsis terminaron de devorar todas las porciones de comida que cubrían el desnudo cuerpo de Shun excepto una… Pero ahora estaban muy ocupados limpiándose la boca los unos a los otros con sus lenguas ante la perpleja mirada de Aioria ¡¿Es que no había servilletas?!

-Bien, señor –dijo Hyoga, cuando terminaron-. Puede empezar cuando quiera.

Y le señaló la única porción de comida que quedaba, la que cubría la entrepierna de Shun.

Aioria tragó saliva con fuerza. Miró a su pobre comida. Shun le miraba con ojos suplicantes pero… ¿Por qué suplicaba? ¿Por qué no lo hiciera? ¿O por qué se diese prisa y empezase? Era imposible saberlo, y eso turbaba aún más al pobre Leo.

-Adelante –le apremió el Caballero del Cisne-. Le aseguro que le encantará.

Y de nuevo ahí estaba aquella irresistible fuerza que obligaba a Aioria a cumplir los mandatos de aquellos cuatro enfermos. ¿O era en realidad su propia voluntad? Lo mejor era no pensarlo…

Entre Hyoga y Seiya separaron las piernas del indefenso Shun. Aioria se inclinó entre estás, cerró los ojos, y fue acercándose poco a poco mientras abría su boca para…

-¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAH!!!!!

…Para gritar…

Aioria se encontraba incorporado sobre su cama, respirando agitadamente y cubierto de sudor.

Había sido un sueño. O mejor dicho, la pesadilla más horrible que había tenido (O eso e obligó a pensar).

Se mantuvo en la postura en la que estaba hasta que su respiración se normalizó. Pronto sintió una incómoda humedad en sus bajos. Apartó las sabanas y se encontró con un horrible y empapado espectáculo. Su masculinidad había vuelto a hacer de las suyas durante la noche… ¡Y encima la muy canalla seguía erecta como un garrote!

Con un gruñido, Aioria no tuvo más opción que rebajar la presión con sus aún temblorosas manos.

Cuando concluyó aquella labor que poco a poco iba tornándose en costumbre, miró la hora en el reloj de su mesita de noche. Eran ya pasadas las ocho de la mañana. Tenía tiempo de sobra para ocuparse de sus asuntos pendientes antes de que llegasen los Caballeros de Bronce al Santuario.

Se levantó de la cama a toda prisa, tomó una ducha, se vistió, desayuno y se marchó a toda prisa de allí. Había algo muy importante que debía esclarecer cuanto antes.

 

Saga esperaba tranquilamente en una de las salas del Templo del Patriarca. Una sonrisa de tranquilidad se dibujó en su rostro cuando se abrió la puerta y Aioria, acompañado de un hombre ataviado con una bata blanca, salían de allí.

-Y recuerde, ante todo, trate de relajarse –dijo el hombre de blanco.

-Cómo usted diga… -respondió Aioria, sin muchas ganas.

El hombre se fue y Saga se acercó a su compañero.

-¿Y bien? ¿Qué te ha dicho el médico?

-Que estoy más sano que una rosa –contestó el interpelado, con molestia.

-Pero eso es bueno –dijo Saga, demasiado contento para el ánimo actual de Aioria.

-Supongo…

-¿Supones?

Saga no entendía la actitud del Caballero de Leo.

-Tengo que irme. Seiya y los demás no tardarán en venir.

Pero antes de que se fuera Saga lo llamó una vez más.

-Aioria ¿A que vino esta repentina visita al médico? ¿Te ocurre algo?

-Solo ha sido un simple chequeo –mintió el castaño-. Es bueno hacérselos de vez en cuando ¿no?

-Aioria, tienes que saber que…

Pero el guardián del quinto templo ya se marchaba de allí, dejando a Saga algo intrigado. El joven Leo no quería escuchar nada más.

Aioria bajaba los escalones del Santuario maldiciendo para sus adentros. Ese estúpido médico… ¡¿En qué tómbola le tocó su título?! Ese inepto del que se decía que era médico había explorado a Airoia de arriba abajo, tal y como este le había pedido. En el proceso, tocando impunemente el cuerpo del León, que tuvo que librar una fiera batalla interior para que aquellos fogosos impulsos no se adueñasen de él. Ya fue mala suerte que el médico fuese un joven que se acababa de sacar el título. Y encima un joven demasiado atractivo, en opinión del cabreado Aioria. También le había hecho análisis de sangre y radiografías. ¡Hasta un TAC craneal! (Ya que le mencionó al médico sobre su desmayo). Nada… Tenía una salud que ya quisiesen muchos.  ¡¿Entonces por qué le estaba pasando todo aquello?! Por supuesto, Aioria no le mencionó nada al doctor sobre su actual… “comportamiento”. Por muy médico que fuese, aquello resultaba demasiado embarazoso.  

En resumen, aquel bufón con bata que se hacía llamar a sí mismo médico, le había dicho a Aioria que ese “malestar” del que hablaba se debía, únicamente, al estrés. ¿Estrés? ¡¿Qué estrés?! Llevaban semanas sin más actividad que la de sus entrenamientos en el Coliseo. Dedicados únicamente al saneamiento y mantenimiento del Santuario. Aunque, según la opinión de ese sabiondo de dedos largos y bata… Aquella, precisamente, era la causa de dicho estrés. En definitiva, Aioria debía buscarse algo que hacer. Algo en que distraer su mente y, sobre todo, relajarse. Aunque eso era muy fácil decirlo.

Así estaban las cosas. Físicamente estaba sano. Entonces… ¡¿A qué demonios venían esas nuevas tendencias de las que era víctima?! ¡¿Qué tipo de significado podía tener el sueño que había tenido esa noche?!

Se detuvo en seco, cuando ya alcanzaba el Templo de Piscis.

El sueño… ¡El sueño! ¡Shun!

Aioria sintió de nuevo que todo daba vueltas. Si aquel había sido un sueño premonitorio… ¡Se avecinaba una catástrofe!

Debía impedirlo, al precio que fuese. Por ningún motivo ese chico podía instalarse en su Templo ¡No! De ninguna manera. Tenía que pensar en algo para hacer que a Shun le instalasen en otro lugar, por el bien de los dos.

Ya tenía un plan en mente. Iría a hablar con Atenea. Le diría que era mejor Shun compartiese templo con… Con Shaka, por ejemplo. Si, era perfecto. Si se quedaba con Shaka también estaría cerca de su hermano, que iba a instalarse en Libra. Y también estaría más cerca de Seiya, Shiryu y Hyoga. También le diría a la diosa que últimamente no se encontraba muy bien, que puede que estuviese incubando algún tipo de enfermedad y no quería contagiársela al pobre Shun. Si, aquello no podía fallar. Acababa de visitar a uno de los médicos de los que disponía el Santuario así que tenía un justificante. Todo era perfecto. Pero tendría que haber algo de actuación por su parte… ¡Lo tenía! Iría a su templo, se metería a la cama y no se movería de allí. No iría a recibir a los Caballeros de Bronce a la entrada del Santuario como estaba acordado. Estaba seguro de que Aioros iría a verle de inmediato y entonces empezaría la pantomima. Atenea sería la siguiente en ir a visitarlo y se lo contaría, así se libraría de tener que compartir templo con Shun y de las más que posibles y horribles consecuencias que aquello podía implicar.

Ya más tranquilo, llegó a su templo. Abrió la puerta y entró.

-Buenos días, Aioria –saludó Shun, con una hermosa sonrisa.

-Bueno días –contestó Aioria, de forma mecánica.

Y pasó a su lado, directo a su habitación.

Diez segundos después Aioria reapareció en la sala de estar, donde se encontraba el joven Caballero de Andrómeda.

-¿Shun…?

El peliverde de sonreía de forma encantadora.

-¿Cómo has estado? –Preguntó, de forma jovial.

Una mueca de espanto se dibujó el rostro del castaño.

-¡¿Qué haces aquí?!

-Pues… Me dijeron que me quedaría aquí y…

Aquella reacción tan violenta por parte del dueño de templo pareció descolocar un poco al pobre Shun.

-¡¿Cómo has entrado?!

-Saga me abrió la puerta… -contestó el chico, con timidez-. Me dijo que tú estabas en una revisión médica y que quizá tardarías un poco asique… me dejó entrar para que me instalase.

Aioria discernió que aquel pequeño detalle fue lo último que intentó decirle Saga antes de marcharse del Templo del Patriarca.

¡¿Pero cómo?! Se suponía que no llegarían hasta las once de la mañana. Aioria miró el reloj de la pared. Eran pasadas las doce. ¡¿Cómo no se dio cuenta antes?! Le pidió al médico que le realizase todas las pruebas médicas existentes, se había pasado prácticamente toda la mañana en la consulta… ¡Una vez más había perdido la noción del tiempo!

El mundo se le vino encima.

-¿Te pasa algo, Aioria…?

El pobre Shun parecía muy preocupado. Aioria tomó aire, con firmeza, debía ser fuerte.

-Verás, Shun, es que…

Pero no dijo más. Se había quedado colapsado, con la boca aún abierta y una boba expresión en el rostro. Y no era para menos, después de todo ¿Qué iba a decirle? Sin embargo, y en contra de todo pronóstico, el muchacho de ojos verdes sonrío, con tristeza.

-Lo entiendo –dijo, con la mirada gacha-. Si mi presencia te molesta me iré a otro sitio. Debes estar acostumbrado a vivir solo, no quiero incomodarte.

El Caballero de Andrómeda, luciendo el más triste de los semblantes, tomó sus maletas y comenzó a avanzar hacia la puerta, bajo la atenta mirada de Aioria, que lo veía con el corazón encogido. Aquella escena lo desgarró por dentro. Era como ver a un huerfanito en mitad de la nieve, pasando frío. O a un pobre corderito que había perdido a su mamá. Aquello era tan tierno como turbador. Aioria se sintió como la más vil y repulsiva de las criaturas al privar de un techo a alguien tan inocente y encantador como Shun.

Se maldijo a sí mismo… Pero no por el hecho de estar echando de su templo a Shun, sino porque estaba totalmente seguro de que ese arrepentimiento de sentía era en gran parte provocado por su situación actual. Si, veía a Shun como a un animal indefenso, pero también lo veía como a una provocación carnal con brazos y piernas… ¡Era una maldición!

-¡Shun, espera! –Le detuvo el custodio del quinto templo. Confundido, Shun se volvió hacía él, clavándole esos ojazos verdes, que lo miraban sin entender-. No… No era eso lo que quería decir.

-¿Ah, no…? –Preguntó el chico, con timidez.

Aioria soltó una carcajada.

-Claro que no, Shun. Estoy encantado de que te quedes en mi templo. Es todo un honor.

-¡¿En serio?!

Los ojos del peliverde se iluminaron, haciendo aún más mella en el cada vez más sensitivo Aioria.

-En serio.

Shun volvió a posar sus maletas en el suelo.

-¡Cuánto me alegra oír eso! Pensé… Bueno, que quizá te molestase. Lamento mucho haber pensado así, pero cuando…

Shun estaba hablando, pero Aioria no escuchaba. Solo veía aquella boquita moverse y sentía como un agudo zumbido escapaba de esos labios, pero no entendía nada de lo que estaba hablando. No, Aioria estaba ahora mismo muy lejos de allí. Seguía de pie, en el sitio, mirando a Shun con aquella estúpida sonrisa que se obligo a esbozar, pero su mente deambulaba por otros lares. Una vez más… ¡Una vez más! De nuevo había dejado escapar la oportunidad de librarse de un problema de proporciones titánicas. Solo tenía que haber dicho “Sí, Shun, lo siento, pero debes irte”. ¡Tan solo eso! Y se habría librado de aquel marrón. ¡Pero no! Ahí estaban su maldita conciencia, que al parecer se había confabulado con aquel lado pecaminoso que había nacido en su mente. Ya no había vuelta de hoja. Shun iba a quedarse en su templo… ¡Por tiempo indefinido! Esta vez Aioria pensó que aunque el destino, o los dioses en su complot, pusiesen todo su énfasis, era imposible que aquella situación pudiese tornarse en algo peor.

En fin, Aioria tendría que hacer de tripas corazón y enfrentarse, como mejor pudiese, a todo aquello. Por lo pronto debía regresar a la realidad. Shun seguía hablando el solo y su cuerpo se limitaba a asentir ante sus palabras con cara de tonto. Debía regresar antes de que le tocase tener que responderle algo.

-…Y entonces… ¿Qué era lo que ibas a decirme?

Aioria regresó a la realidad justo a tiempo.

-Ah, pues… -a tiempo para meter la pata otra vez, porque no tenía ni la más mínima idea de que contestar-. Pues que… ¡Que solo tengo una cama!

-Oh… ¿Eso era todo? –Shun sonrió-. Es igual. A mí no me importa tener que dormir en el sofá, o donde sea.

-¡¿Qué?! De ninguna manera, Shun, tú eres mi invitado y dormirás en la cama –declaró entonces el castaño, aunque no supo qué extraña fuerza le obligó a soltar semejante estupidez-. Yo me dormiré en el sofá.

-¿Qué? No, Aioria, no puedo quitarte tu cama. Eso no.

-Vamos, Shun, ve a mi habitación e instálate –insistió el león.

-Pero, Aioria…

-¡Que te instales! –Tronó.

Shun se quedó unos segundos en blanco, tomó sus maletas y fue hasta la habitación de su casero.

-Es… Está bien…

Aioria se dejó caer en el sofá, con un largo, agotado y cansino suspiro. No todo estaba tan mal. Al menos, Shun dormiría en el dormitorio y él en la sala de estar. Si se lo montaba bien podría limitar el contacto con el caballero de bronce a únicamente las comidas. Solo tenía que tener cuidado y puede que aquello pudiese ser controlado.

Alguien llamó a la puerta.

El mentalmente agotado Aioria se levantó, molesto, para abrir. Al otro lado del umbral se encontró con la sonriente figura de Seiya.

-¡Hola, Aioria! –Saludó el castaño, con su característico buen humor-. ¿Qué tal estás? No te vimos en la entrada con los demás. Me dijeron que habías estado enfermo o algo así ¿Estás ahora mejor?

Aquel muchacho hablaba mucho y muy deprisa, y Aioria no estaba de humor en esos momentos. Quería tumbarse y descansar un poco.

-Si, Seiya, estoy bien, gracias por preocuparte –mintió castaño, con una sonrisa igual de forzada-. ¿Querías algo?

-Venía a hablar con Shun.

-Claro, adelante, pasa. Iré a buscarle.

Seiya entró en el Templo de Leo y su guardián fue hasta los que, momentos antes, habían sido sus aposentos personales, para avisar a su invitado de su visita.

Abrió la puerta de la habitación para encontrase con…

-Shun, Seiya está…

Shun totalmente desnudo.

-… Aquí…  -concluyó el castaño, con un hilo de voz. Y esas fueron sus últimas palabras.

¡Maldición! Le habían enseñado a luchar, le habían enseñado sobre la cultura de la orden, sobre historia, sobre literatura. ¡Pero ni uno solo de esos inútiles maestros de la orden de Atenea le había enseñado buenos modales! ¡A ninguno se le pasó por la cabeza enseñarle a llamar antes de entrar a ningún sitio!

Y ahí estaban… Mirándose, fijamente. Aioria con la boca abierta, el pobre Shun enrojeciendo por momentos y tratando de cubrirse sus zonas más intimas.

Aquello fue ya demasiado para Aioria, que se desmalló. 


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