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La Flecha Negra De Eros por _Islander_

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Sentía que alguien le abofeteaba la cara…

-¡¿Aioria?! ¡¿Aioria?!

-Seiya, no de le des tan fuerte…

-¿Qué es lo que ha pasado?

-No lo sé. Iba a tomar una ducha, estaba cogiendo una toalla cuando Aioria entró en la habitación y entonces… se desmayó.

-Qué extraño.

-Acababa de regresar del médico, tal vez esté enfermo.

-¡Vamos, Aioria, despierta!

-¡¿Quieres dejar de darle tan fuerte?!

Aioria abrió de pronto los ojos, clavándolos de forma furibunda en el joven moreno.

-¡¿Quieres dejar de darme tan fuerte?!

Seiya cesó en su… nada delicado intento de reanimación.

-Oh… Lo siento…

-¡Aioria! Menos mal que estás bien –dijo Shun, profundamente aliviado-. ¿Cómo te sientes?

-Bien… -contestó de mala gana el castaño, mientras trataba de incorporarse.

Aunque para su desgracia lo primero que enfocó su mirada fue la aun desnuda figura del peliverde, aunque afortunadamente ahora sus bajos estaban cubiertos por una toalla. Sin embargo eso no fue un aliciente suficiente como para que Aioria no perdiera de nuevo la conciencia, desplomándose una vez más en el suelo.

-¡Se ha vuelto a desmayar! –Gritó Shun, asustado.

-¡Deja, yo le despierto! –Intervino Seiya, ya con la mano preparada.

-¡No! –Gritó ahora Aioria, regresando milagrosamente a la vida, y propinándole un buen capón a ese aprendiz de socorrista.

 

Unos minutos después Aioria se hallaba sentado en el sofá de su salón, con una bolsa de hielo sobre la cabeza, y con Seiya sentado a su lado, sujetándose la suya, con una mueca de dolor.

-Podrías pasarme eso –le dijo a Aioria, haciendo un puchero. Pero este le ignoró-. Eres un desagradecido. Encima que intentaba salvarte…

Shun hizo acto de presencia, ya duchado y (para fortuna de Aioria) vestido.

-Y bien, Seiya ¿Qué era lo que querías decirme?

-¡Ah, cierto! Verás, como hace un día tan bueno pensé que sería una buena idea bajar de excursión al río. Se lo comenté a Aioros y le pareció un buen plan.

-¿En serio? –Preguntó Shun, con ojos brillantes. Aquella idea parecía gustarle mucho.

-¡Sí! Así que ve preparando tú bañador ¡Nos vamos todos al río!

Sí, claro. Al río, en bañador. Eso era justo no que Aioria necesitaba… ¡Nunca! ¡Jamás! ¡No existía fuerza en el universo capaz de hacerle ir a esa ridícula excursión! ¡Por ningún motivo! ¡De ninguna de las maneras! Esta vez sí que se mantendría fuerte. Nada empujaría en esta ocasión al Caballero de Leo a caer en la trampa. Aioria no se dejaría llevar esta vez.

-¿Aioria, vendrás con nosotros? –Preguntó Shun.

-Sí, claro.

-¡Genial! –Saltó Seiya-. Preparad algo para comer, nos vemos en media hora en el Templo de Mu.

Y se marchó de allí.

-Iré a por mí bañador –anunció Shun.

Y así Aioria se quedó solo, con la bolsa de hielo aún sobre su cabeza…

No tardó en asir la bolsa con fuerza y golpearse con ella en la cabeza hasta convertir los hielos en granizado.

-¡Imbécil, imbécil y dos veces imbécil! –Se auto flagelaba el castaño.

¡¿Y ese médico de pega le dijo que estaba bien?! ¡¿Cómo iba a estar bien?! ¡Su mente pensaba una cosa y su cuerpo hacía otra! Aquello se estaba convirtiendo en una muy mala costumbre…

Ahí estaba de nuevo… Al borde de un precipicio y sin poder retroceder…

-¿Aioria, como me veo? –Preguntó Shun, apareciendo por el umbral de la puerta con un ajustado bañador rosa.

Sin poder retroceder ni un solo paso…

El mentalmente agotado Caballero de Leo pasó al lado de Shun, sin mirarle, sin contestarle. Como un fantasma. Fue hasta su habitación (que no lo sería por mucho más tiempo) y abrió su armario. Ahí estaba. El bañador que Shaka le regaló el día anterior. Ya estaba resignado a su funesto destino así que… Acudiría a aquella ridícula excursión. Y aquella ocasión era tan buena como cualquier otra para estrenar el regalo de Shaka. Además, estaba completamente seguro que, de no hacerlo, el guardián del séptimo templo se lo reprocharía, y en esos momentos no se encontraba con fuerzas para discutir con nadie.

Comenzó a quitarse la ropa para ponerse el bañador, momento que Shun escogió para volver a aparecer.

-¿Aioria, de verdad que estás…?

-¡Argh! –Gritó el amo del templo, tratando de ocultar sus vergüenzas, de igual manera que hizo Shun momentos antes.

-¡Oh, Lo siento! –Se disculpó Shun, desapareciendo de allí.

Estaba claro que en la isla de Andrómeda tampoco enseñaban buenos modales…

Aiora se puso el bañador y una camiseta encima. Ya estaba listo. Ahora debía preparar algo para comer para él y para Shun.

De camino a la cocina se encontró con su cabizbajo inquilino, que no se atrevía a mirarle.

-De verdad que lo lamento mucho –insistió el peliverde en sus disculpas-. Debí haber llamado.

-No pasa nada, Shun –mintió el castaño, con una sonrisa.

-Solo quería saber si de verdad te sentías bien.

-Sí, estoy muy bien –mintió de nuevo-. Iré a hacer algo de comer, tú mientras termina de prepararte.

 

-Bien…

Aioria dio mil gracias al cielo porque Shun fuese pudoroso, de haberse sucedido aquella situación con Milo  u otro de los cafres de sus compañeros seguramente no solo abrían entrado en la habitación, sino que le habrían recriminado el reaccionar de esa manera. Después de todo eran hombres ¿no? No había porque mostrarse violento, no había nada que no hubiesen visto ya. Pero Shun no era así. Él era recatado, comedido y tímido. Lo cierto era que, dentro de lo penoso de su situación, había sido una suerte que le asignasen a Shun. De haber sido Seiya o Hyoga… o peor, Ikky. Aioria prefirió no pensar en aquello. Para su desgracia, desde que se levantara aquella noche, cada vez que los Caballeros de Bronce se le venían a la cabeza los veía semidesnudos y con pajarita. Y en cuanto a Shun… ¡Mejor no pensar en ello!

Ya en la cocina, Aioria no tenía ni idea de que preparar para comer. Lo común en las excursiones era preparar unos bocadillos pero le preguntaría a su invitado si se le antojaba algo en especial.

-¡¿Shun, que te apetece para comer?! –Gritó, para que su huésped le escuchase.

-¡Lo que tú quieras estará bien! -Se oyó la voz del peliverde, al otro lado del templo.

Aioria sonrió. Si, así era Shun. Un chico tranquilo y sencillo. Tenerle allí quizá no estuviese tan mal como creía…

-¿Aioria, podrías darme crema? –Preguntó el joven caballero de bronce, apareciendo (aún únicamente en bañador), con un bote de protector solar en la mano-. Mi piel es muy sensible al sol y quizá sea mejor que me diese la protección antes de salir. ¿Te importaría dármela en la espalda? No me llego…

No, aquello no estaba tan mal… ¡Estaba peor! ¡Era una maldición! ¡Un castigo! ¡Una condena!

-Claro… Como no… -respondió el castaño, tomando el bote de crema, con una sonrisa tan forzada que le temblaban los labios.

El sonriente Shun se dio la vuelta, dejando a la vista del aturdido Aioria aquella espalda que parecía esculpida de la forma más exquisita en el más puro mármol blanco. Se echó un pequeño chorro de aquella crema en una mano, la frotó un poco contra la otra y las colocó sobre aquella perfección de espalda. Shun dio un pequeño respingo, debido al frio.

-Disculpa.

-No pasa nada –respondió Aioria.

Y de nuevo se sucedía la escena de las duchas con Milo. Estaba claro que Aioria había caído en un bucle de desgracias.

Continuó con su labor de esparcir aquella sustancia sobre la espalda de su invitado, sorprendiéndose de la increíble suavidad de aquella piel. Bien era cierto que cualquiera que viese a Shun (O a Afrodita) no podría evitar pensar que aquella piel debía ser suave a la fuerza pero… ¿tanto? Aquello era tan terso y suave como el culito de un bebé. Era increíble que pudiese existir algo tan sumamente agradable al tacto. Aioria ni siquiera fue consciente de que se le cerraron los ojos. Se había dejado llevar a un mundo de sensaciones menos retorcido que el que le perseguía últimamente, pero casi igual de placentero. Pronto sintió dos pequeñas protuberancias en aquella inmaculada espalda. El pobre Shun parecía tener dos pequeños nudos musculares, seguramente provocados por el estrés o algún reflejo no tratado de sus anteriores batallas. Aioria se tomó la libertad de ejercer un poco de presión y masajearlos para así aliviar la tensión. Shun se lo agradecería luego. Además, aquello le estaba resultando cada vez más y más agradable. No entendía como simplemente a través de sus manos podía sentir tanto bienestar, tanta harmonía… Aquello trascendía mucho más allá del mero ritual de poner protector solar en una piel delicada. Desde luego ahora era algo mucho más…

-¿Aioria…?

El aludido abrió los ojos, regresando a la realidad y encontrándose con los ojos de Shun.

Un momento… ¿Lo ojos de Shun? ¿No se suponía que le estaba dando crema en la espalda?

Aioria bajó, muy lentamente la mirada, para encontrase con sus propias manos sobre el pecho del peliverde, y sus dos pulgares sobre aquellos dos pequeños y rosados pezones. Ahí estaban sus dos nudos musculares…

Deseó que se lo tragase la tierra. ¿De verdad se había vuelto tan tonto? Cuando uno cierra los ojos… ¡No ve!

Ni siquiera se dio cuenta de cuando el confundido Shun se dio la vuelta para ver porque aquella sencilla unción de crema se estaba alargando de esa manera.

-Ahí… Ahí ya me llegó yo –dijo el peliverde, algo sonrojado, puesto que Aioria se había quedado estático y sus dedos seguían oprimiendo sus tetillas.

-¿Eh…? ¡Ah! -Apartó las manos y retrocedió un paso-. Lo siento –rió, para tratar de restar importancia a aquella infamia-. Debí distraerme.

Shun lo miró, preocupado. Pero no por lo que había hecho, sino por su reacción. Lo cierto era que le estaba resultando agradable la forma en la que Aioria le aplicaba la crema, por lo que se lo dijo. Pero al no obtener respuesta comenzó a llamarle hasta que se giró para ver que le pasaba y… Bueno, pareció que las manos de Aioria continuaban con su labor de forma mecánica mientras él parecía haberse quedado dormido en medio de su faena.

Si, Aioria había vuelto a perder la noción del tiempo. Y además esta vez se había quedado dormido de pie. Cada vez hacía alarde de nuevos y más extraños síntomas de aquel mal que padecía.

-Prepararé unos bocadillos –anunció Aioria, rompiendo aquel silencio tan incómodo que se había formado, en un desesperado intento de restar importancia al reciente suceso. Era lo mejor que podía hacer.

-Me parece bien –respondió Shun, aún algo ruborizado-. ¿Te ayudo?

-No, no es necesario. Tú sigue con lo que estabas haciendo.

-Bien pues… terminaré de preparar mi mochila.

Cuando el peliverde se marchó de allí Aioria dio un largo suspiro. Se sintió obligado a darle las gracias al cielo otra vez porque Shun fuese la inocencia hecha persona.

Algo más calmado, se enfrascó en su labor de cortar pan, tratando de no pensar en lo sucedido. Pero estaba tan absorto en sus demenciales cábalas que ni se dio cuenta de que rellenó el primer bocadillo con el protector solar con el que se había quedado en la mano…

Shun reapareció en la cocina.

-Aioria ¿Me he dejado aquí el protector solar?

-Sí, aquí lo tienes.

-Gracias.

Volvió a irse y Aioria tiró el bocadillo a la basura. Lo mejor sería sacar primero de la nevera lo que fuese que pensase usar en los bocadillos. Estaba perdiendo la cabeza por momentos.

Cuando estuvieron listos, metió los bocadillos en una bolsa, junto con unas latas de refresco, una botella de agua, algo de fruta y una cazuela. Dos minutos después se dio cuenta de que la bolsa pesaba más de la cuenta y sacó la cazuela de su interior. No había caso, su cabeza llevaba perdida desde hacía ya tiempo…

Shun ya esperaba en la entrada, con su mochila a la espalda y (gracias a la divina prominencia) una camiseta puesta. Lucía además una visera roja sobre su cabeza. Aioria se lo quedó mirando fijamente, como si fuese una pieza de museo. Era tan perfecto, tan inocente, tan mono, tan…

-Ya es casi la hora –habló Shun, con timidez, sacándole de su ensoñación.

-Ah… Sí, claro. Un momento.

Aioria fue hasta su habitación y metió la bolsa de la comida junto con su toalla y un libro en su mochila. El libro era porque no tenía intención alguna de meter un pie en el agua. Algo en su interior le decía que eso sería una mala idea. La toalla era porque estaba seguro de que si Milo, DeathMask o algún otro de sus compañeros graciosillos acudían a la excursión no permitirían, bajo ninguna circunstancia, que él saliese seco de allí.

Ahora sí que estaba todo listo.

-Bien ¿Nos vamos? –Dijo Aioria, tratando de sonar lo más motivado posible.

-¡Sí!

Bajaron hasta el Templo de Mu. Allí ya les esperaban el resto de Caballeros de Bronce, menos Ikky y, para sorpresa de Aioria, todos los dorados a excepción de Saga. Todos iban igual. Con un bañador y una camiseta. Aquello era lo más normal para ir a la playa, al río o a una piscina ¿no? Aioria no tenía por qué tener los temblores que estaba sintiendo. Aquello era muy normal.

-¡Llegáis tarde! –Protestó Seiya, por todo saludo.

Pero Aioros le dio un capón.

-No seas impertinente.

-¡Auch! ¡Ey!

-Perdona, Seiya –se disculpaba Shun, con un risita.

-¿Dónde está Saga? –Preguntó Aioria.

-Ha tenido que quedarse con Atenea a ocuparse de unos asuntos de la fundación –respondió Aioros.

-¿Y mi hermano? –Preguntó ahora Shun.

-Dijo que no contásemos con él para nuestras tonterías –contestó ahora Hyoga.

-Típico de él…

-Pues yo opino igual –habló ahora Shura, en tono cansino-. Pero Atena insistió en que os diésemos la bienvenida.

-Vamos, Shura, anímate –reía Aldebarán-. Ya verás cómo nos divertimos.

-¡Claro que sí! –Saltó Seiya-. ¡Venga, vámonos!

Y así salieron del Santuario y comenzaron su descenso hacía el río.

Shaka, que caminaba junto a Aioria, le echó un vistazo de arriba abajo al castaño. Este lo notó, pero trató de hacerse el distraído.

-Me alegro de hayas estrenado el bañador que te regalé –dijo, con una sonrisa.

-Sí, gracias.

-Yo también he estrenado este –añadió, mirándose el bañador color lila que llevaba puesto-. Me hubiese gustado estrenarlos en la playa pero… Aún no hacen el suficiente buen tiempo para eso.

Y era cierto. A pesar de que ya estaba bien entrado el mes de mayo, la temperatura aún no era óptima para ir a la playa. Aquello era una simple excursión al lecho del río. Si llevaban bañadores era como medida de precaución. Eso pensaba Aioria, deseando con todas sus fuerzas que el cielo se nublase y empezase a llover. Así todos tendrían que volver al Santuario. Pero tan pronto como deseó aquello pareció que el sol golpeaba con más fuerza… Aquello solo podía ser obra de aquellos dioses que, por razones que él desconocía, le odiaban.

Tomaron la bifurcación que separaba el camino que conducía al pueblo con el que llevaba al bosque. Justo a la entrada de este había un pequeño parque natural, por donde circulaba el caudaloso pero tranquilo río. Allí se instalarían.

Todos extendieron de forma desordenada sus toallas por la verde hierba. Aioria se sentó en la suya y sacó su libro de la mochila. Tal y como se prometió a sí mismo antes de salir de casa él no participaría en ningún tipo de actividad con el resto de sus compañeros. No, desde luego que no. Estaba completamente convencido que si hacía algo al final le…

¡Uy! Lo siento, Aioria –se disculpaba Seiya, con una boba risita.

Aioria se quitó de la cabeza la camiseta de Seiya, que había volado hasta su cara.

-No pasa nada… -respondió Aioria, con su cada vez más entrenada falsa sonrisa, y aquel pequeño tick en el ojo que aparecía de vez en cuando.

-¡Bien! ¡¿Quién se viene al agua?! –Propuso el Caballero de Pegaso, a pleno pulmón y ya preparado para zambullirse.

-¿No crees que deberíamos comer antes? –Cuestionó el Hyoga.

-Estoy de acuerdo, es ya una buena hora para comer –lo secundó Aioros.

-Vamos, no seáis aburridos –insistía el inquieto Pegaso, haciendo pucheros-. ¡Venga! ¡El que sea valiente que me siga!

Corrió hasta la orilla y, sin pensárselo dos veces, se lanzó al agua. Aioros lo observaba con una sonrisa, mientras negaba con la cabeza.

-Este chico…

-¡Vamos, venid, el agua esta genial! –Gritaba Seiya, haciendo aspavientos con los brazos.

-Yo voy con él –dijo Shun, y corrió hacia el río.

-Está bien, comeremos después –habló ahora Hyoga, siguiendo a su compañero.

Shiryu fue detrás de él.

Aioria se limitaba a observar.

-¿No vienes?

Alzó la mirada para encontrarse con la de su hermano.

-No, yo paso. Quizá me bañe luego.

-Como quieras.

Y también se marcho.

Afortunadamente Aioros esa vez no insistió más. Aioria fue inteligente y le dijo que tal vez luego se uniría pero no tenía intención alguna de moverse de donde estaba salvo en el momento de regresar al Santuario. Ya se le ocurriría otra escusa para después.

Vio como, poco a poco, todas iban animándose a meterse en el agua. Perfecto, así nadie le molestaría. Lo que debía hacer ahora era concentrarse en su libro y no pensar en nada más. Y mucho menos alzar la mirada. Aquel desfile de caballeros mojados en bañador era demasiado… Un escalofrío recorrió su espalda. Agitó la cabeza y se dispuso a leer. Entonces se dio cuenta de que aún tenía la camiseta de Seiya entre las manos. El Caballero de Leo observaba, absorto, aquella fina camiseta color rojo. Quería desecharla, arrojarla lejos de él. Pero una fuerza invisible le había agarrado el brazo y estaba atrayendo aquella prenda hacia su cara. Quería parar pero no podía. Ya la tenía pegada a la cara cuando se resignó. Aspiró fuertemente el dulce aroma de aquel trozo de tela. Era maravilloso… Era el aroma más exquisito que sus fosas nasales habían captado nunca. Pero al mismo tiempo que Aioria divagaba con aquel placer, por otro lado estaba pensando lo estúpido que resultaba todo aquello. Aquel olor sería el de un detergente corriente pero… Solo pensar que esa prenda había estado, momentos antes, ceñida a ese joven y atlético cuerpo… A esa bronceada y tersa piel… A esos estilizados y bien formados músculos… Aiora aspiró con más fuerza aquel aroma. Se sentía tan…

-¿Aioria?

Muy, muy lentamente, Aioria separó la camiseta de su cara y alzó su nerviosa y asustada mirada para encontrase con Shaka, que lo miraba con una ceja arqueada.

-¿Sí…?

-¿Qué haces con la camiseta de Seiya?

-Pues… -trataba de buscar una escusa pero, como siempre, no era fácil-. He… ¡He estornudado!

Shaka frunció aún más el ceño.

-¿Y te estás limpiando con su camiseta?

-¡Me la tiró a la cara!

Ante aquella respuesta Shaka rió.

-Sí, es cierto, supongo que se lo merecía. Bueno ¿No vas a bañarte?

-No, prefiero hacerlo luego. Ahora no me apetece.

-Oh, está bien. Yo penaba igual pero creo que iré a ver cómo está el agua. Hasta luego.

-Hasta luego…

Al fin solo. Todos estaban bañándose en el río, sin excepción. Sin embargo Aioria miró en todas direcciones para cerciorarse.

Nada…

Suspiró. Ahora nadie lo vería cuando… ¡Un momento! ¡¿Nadie le vería cuando qué?! ¡No, no podía volver a hacer eso! ¡Era absurdo! ¡Demencial! ¡No podía…!

Resistirse…

Eso era lo que no podía hacer. Resistirse.

Se llevó de nuevo la camiseta de Seiya a la cara y aspiró aquel aroma, imaginando, aunque no quisiese hacerlo, que aún estaba sobre el cuerpo del muchacho. Que ese olor provenía directamente de él. Cerró los ojos y aspiró con más fuerza, dejándose llevar una vez más a su retorcido pero maravilloso mundo de sensaciones.

Pero debía mantener la mente fría. No podría permanecer así mucho tiempo. Sabía que si se dejaba llevar terminaría perdiendo la noción del tiempo otra vez, y sus compañeros lo pillarían infraganti en medio de sus extraños rituales, y entonces sí que no tendría escusa.

Tras una última y profunda inhalación más de aquella camiseta abrió los ojos y fue bajándola poco a poco para encontrarse, a apenas diez centímetros de su cara, otro rostro que lo observaba con una ceja arqueada y una mueca de incredulidad.

Airoia retrocedió, debido al susto y a la vergüenza, completamente ruborizado.

-¡Milo!


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