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La Flecha Negra De Eros por _Islander_

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Notas del capitulo:

Aviso: No pude evitar escribir fonéticamente el acento de Nadine xD Si a alguien le ha costado seguirlo o directamente no lo ha entendido... lo siento :S

Todos los presentes observaban a su máxima mandataria como si no la hubiesen entendido bien.

Aioros fue el primero que se atrevió a abrir la boca.

-Disculpe… ¿Qué ha dicho que vamos a hacer…?

-Una obra de teatro –repitió la Diosa, con la más amplia y satisfecha de las sonrisas-. Gracias a Aioria vais a poder ser todos participes de algo que podrá ayudar a levantar el ánimo a muchas personas que lo han perdido todo. 

Todas las miradas volvieron a  posarse en la persona de Aioria, solo que ahora en vez de ser miradas de orgullo y agradecimiento, eran miradas fulminantes y cargadas de enfado.

El pobre Caballero de Leo solo atinó a encogerse en su asiento, enrojeciendo por momentos.

-Bien, ahora hay alguien a quien quiero que conozcáis –dijo Atenea, captando de nuevo la atención de todos-. Ya estaba en Grecia para ayudarnos con otro proyecto y la hice venir mientras os convoqué a vosotros –caminó hacia las puertas de salida-. Disculpadme un momento.

Y salió de allí.

Ahora que su deidad no estaba presente, los caballeros eran libres de poder volcar su frustración en el cabecilla de toda aquella  ridiculez.

-Muy bien, Aioria –habló DeathMask el primero-. Me congratula que sientas curiosidad por el mundo de la farándula pero… ¡¿Tenías que arrastrarnos a todos los demás a tus locuras?!

-Yo… yo… -Aioria no sabía que decir.

-Vamos, DeathMask, no seas así –le recriminó Aioros, tratando de defender a su mudo y enrojecido hermano.

-Pero DeathMask tiene razón –habló ahora Shura-. Somos Caballeros no actores. Nosotros no hacemos esas cosas.

-¿Cómo se te pudo ocurrir? –Le reprochó ahora Camus al león.

-Yo… Solo la dije que queríamos ayudar en algo… no… no sabía que quisiese hacer una… obra de teatro… -trataba de excusarse el pobre castaño.

-No te preocupes, Aioria, sé que lo hiciste con la mejor de las intenciones –dijo ahora Shaka, en tono conciliador. Y a continuación lanzó una dura mirada a todos los presentes-. Todos lo sabemos.

-Sí, lo que tú digas –dijo DeathMask-. Lo que desde luego no sabemos es como nos vamos a librar ahora de este marrón.

-Ya que ha sido Aioria quien nos ha metido en él, que sea él el que nos saque –declaró Camus.

-Pero Atenea ya lo ha decidido, no podemos echarnos atrás –observó Aldebarán.

Ante aquello solo pudieron guardar silencio. Era cierto.

-Vamos, no os pongáis así –habló ahora Milo-. Quizá sea divertido.

-¡¿Milo, que tonterías estás diciendo?! –Estalló ahora Afrodita.

-¿Y por qué es una tontería? –Cuestionó Milo, sin perder su juguetona sonrisa-. Ni que tuviésemos mucho más que hacer en estos días. Esto es algo nuevo y, a mis ojos, divertido. Y encima estaremos ayudando a gente que lo necesita. Para eso existimos ¿no? Además, siempre será mejor que estar limpiando la porquería que han ido almacenando los Patriarcas.

-¡Ey! –Le reprochó Saga.

-Yo estoy de acuerdo con Milo –dijo Shaka, con una sonrisa.

-Lo cierto es que yo también –se le unió Aioros-. Además, tal y como ha dicho Aldebarán, Atenea ya lo ha decidido. Tenemos que obedecer.

-¿Vosotros que pensáis? –Preguntó Shaka, mirando a Mu y luego a Kanon, que eran los únicos que no habían abierto la boca.

-Sí es decisión de Atenea estaré de acuerdo –contestó Kanon.

-Sí, digo lo mismo –habló a continuación Mu.

Aioria se tranquilizó un poco. Al menos no todos le odiaban por su enorme bocaza y su terriblemente mala forma de explicarse.

-No puedo creer que nos veamos reducidos a esto –rezongó de nuevo DeathMask.

-Deja ya de protestar, DeathMask –le reprendió Saga.

En ese momento volvieron a abrirse las puertas, y Atenea entró de nuevo, esta vez acompañada de otra mujer. Una mujer de mediana edad, de geste severo, y una larga melena ondulada color rubio cenizo y unos ojos profundamente azules. Iba ataviada con un largo vestido negro de aspecto bastante antiguo.

-Quiere presentaros a Nadine Touvais, una directora de teatro que ha venido desde Paris para ayudarnos con nuestro proyecto.

-Es un placeg conoceg a los Caballegos de Ogo del Santuaguio –dijo aquella enorme mujer, con un pronunciadísimo acento francés.

-El placer es todo nuestro –respondió Saga, haciendo de portavoz de todos sus compañeros, como buen Patriarca que era.

-Bien, pues os dejo solos –anunció Atenea, saliendo por la puerta-. Nadine os explicará todo.

Y sin más se marchó de allí.

-Bien, bien, bien… -decía aquella mujer, mientras se paseaba por la sala mirándoles de arriba abajo a todos los presentes-. Apaguentemente tenemos buen mateguial. Sois todos jóvenes muy atgactivos y bien fogmados. Pego… Ninguno tiene ni la más mínima noción de integpgetación ¿me equivoco?

-Es cierto –habló Shaka, con una humilde sonrisa-. No sabemos mucho sobre esto.

-Bien –dijo Nadine, dando un fuerte aletazo de su melena al girarse para ir hasta el trono de Atenea, donde se sentó con todo el descaro del mundo, ante la atónita mirada de todos los presentes, que no concebían sacrilegio semejante-. Tenemos mucho que tgabajag.

-Disculpe… Señorita Touvais –empezó a decir Saga-, pero ese asiento…

-Jovencito si no sabes pgonunciag mi apellido no lo hagas, guesulta ofensivo –le cortó la mujer, con una amplia pero desafiante sonrisa-. Bien ¿Pog donde iba? Ah, sí. Tenemos mucho tgabajo pog delante. Pego sé que no segá difícil. Al fin y al cabo sois la élite de los caballegos de Atenea -dijo, con evidente exageración-. O eso se dice.

Y se echó a reír ella sola.

-¿Qué obra vamos a representar? – Se atrevió a preguntó Shaka. Prácticamente todo el resto de sus compañeros estaban aterrados con esa estrambótica mujer.

-Ya ega hoga de que alguien me lo pgeguntase. Bien, sé que estáis acostumbgados a los guetos, así que… Yo os pgopondge un buen gueto… Gomeo y Julieta.

Todos abrieron los ojos de par en par. Puede que no fuesen muy duchos en el teatro en sí pero… Esa historia si la conocían. O como mínimo les sonaba.

Esta vez fue Shura el que se atrevió a abrir la boca. Aunque de poco le sirvió.

-Pero…

-Ponegos en pie –ordenó Nadine, cortando al guardián del décimo templo.

Todos obedecieron casi de forma mecánica. Resultaba extraño, pero de alguna manera ilógica esa mujer imponía.

La directora también se levantó de aquel trono que no la pertenecía, y de nuevo volvió a pasearse entre los caballeros, parándose uno a uno junto a ellos, observándoles de arriba abajo en absoluto silencio y con gesto severo, como si estuviese pasando lista de algo que solo ella entendía. Aquello les estaba poniendo muy nerviosos a todos.

Cuando terminó de “chequear” a todos los presentes, volvió hasta donde estaba Aioria, al que por primera vez miró a los ojos, con una dura sonrisa. Este tragó saliva con dificultad.

-Me gustas, chico ¿Tu nombge?

-A… Aioria…

-Oh, Aioguia de Leo ¿no es así? –Aunque no esperó ningún tipo de respuesta afirmativa-. De Guecia. Si, Atenea ya me habló de todos vosotgos.

Ninguno de los presentes era capaz de discernir que resultaba más extraño. Si el hecho de que esa mujer tuviese conocimiento tanto de la encarnación de Atenea en el mundo como de sus Caballeros o de que aquello le pareciese, además, lo más normal del mundo.

Lo único que podían pensar era que si tenía tantos conocimientos sobre ellos y además trabaja con la mismísima Atenea era porque debía ser una persona de confianza para su deidad, asique solo podían escucharla y obedecerla.  

-Bien, tienes el pegfil pegfecto de un pgíncipe de cuento –declaró la mujer-. Tú segás Gomeo.

Ante aquellas palabras una risita se le escapó a Milo. Nadie se volvió hacía él tan rápido como si la hubiesen pinchado con aguja en el trasero. Hasta el propio Milo dio un respingo.

-¿Te hace gacia? –Le cuestionó, con sencillez, aunque con un evidente matiz de desafío.

Milo bajó la mirada.

-Bueno… no…

-¿Tu nombge?

-Milo…

-Oh, Milo de Escogpio. Un caballego con mucha eneggía, según cgeo. Y al pagueceg con una lengua casi tan lagga como su aguijón.

Todos los presentes acallaron una risita. Milo enrojeció, molesto.

-Y también egues Guiego –más que una pregunta fue una afirmación por parte de la mujer-. Bien, tú también tienes un buen físico. Y espego que tengas tanta facilidad paga llogag como la tienes paga gueig. Porgque tú vas a seg Julieta.

-¿Perdone?

Ahora sí que ninguno de los presentes pudo contener las risas. 

-¡Ya basta! –Tronó Nadie. El silencio se hizo al momento-. Julieta no es un papel paga tomagse a bgoma. Julieta guepgesenta la caga tanto de la máxima felicidad como de la más absoluta desespegación. Hace falta teneg mucha aptitud paga encagnagla.

-¿Sabe? Creo que también hace falta otra cosa –dijo Milo-. ¡Una mujer!

Nadine le miró a los ojos, de forma desafiante, y todo el valor que Milo había reunido para decirla aquello se esfumó al momento.

-¿Qué quiegues decig, chico?

-Pues… que Julieta… ¡Es una mujer! Tendría que hacerlo una mujer.

-Me temo que no disponemos de más mujegues en nuestgo gupo –aclaró Nadine, que se mantenía igual de inflexible-. Los papeles se guepagtigan entge vosotgos.

-¡¿Pero qué pasa con Marin, o con Shaina?! –Insistía Milo. A punto estuvo de incluir a la propia Atenea en su lista, pero se contuvo. 

 -Me temo que ellas están en otgo gupo –contestó Nadie-. Ellas guealizagán otga obga con algunos de los caballegos de plata y los de bgonce.

Aquello sorprendió a todos los presentes. Al parecer Atenea había metido en aquello a más gente de la que creían.

-Vosotgos, los Caballegos de Ogo –continuó la directora-. Haguéis una obga pgopia. Vostgos mismos habéis aceptado haceglo, al pagueceg. Y la pgopia Atenea me ha puesto al mando de este pgoyecto. Pego clago, si no estás de acuegdo con mis decisiones… Siempge puedo ig a hablag con Atenea y decigla que no quiegues pagticipag en este pgoyecto que es tan impogtante paga ella.

Milo dio un profundo gruñido. Esa bruja sabía cómo manejarlos. Estaban atados de pies y manos, a su merced.

Con una última y fulminante mirada (dirigida Aioria, que solo pudo agachar la suya) el Caballero de Escorpio se dio por vencido.

-Está bien. Haré lo que usted diga.

-Eso es justo lo que queguía oíg –dijo Nadine, con una socarrona y burlesca sonrisa. Volvió a dirigirse a todos en general-. Dejad de haceg un dgama. Siempge ha habido hombges encagnando papeles de mujeg a lo laggo de la histoguia de la integpgetación. Y también a la invgesa. Debéis sabeg que antiguamente a las mujegues se las pgohibía pisag los escenaguios. Egan los hombges los únicos que podían tgansmitg las gandes obgas escgitas.  

-Lo que dice es cierto –dijo Shaka.

Todos los presentes fulminaron al señor sabiondo con la mirada, y este enrojeció.

De pronto, la mirada de Nadine se desvió hacía Afrodita, y este sintió casi como si le atravesase. Se plantó ante él casi de dos zancadas.

-¡Tú! –Gritó. Y Afrodita casi retrocedió un paso-. Egues… Egues… ¡Hegmosa!

-¡¿Qué?!

Tuvieron que sujetarle entre Camus y Mu para que no se lanzase sobre ella y la despedazase. Por su parte, Nadine solo reía ante la reacción del Caballero de Piscis.

-Vamos, cálmate, sé que egues un hombge hecho y deguecho. Y a ti no necesito pgeguntagte tu nombge. Debes seg Afgodita, el letal Caballego de Piscis. El Caballego más hegmoso de la ogden de Atenea. Las histoguias egan ciegtas.

Afrodita pareció relajarse un poco y sus compañeros le soltaron, pero aún se le veía muy molesto. Los piropos no eran algo que precisamente le gustase.

-Debería cuidar sus palabras –le “aconsejó” el peliazul, tiñendo de veneno cada una de sus propias palabras.

Pero Nadie soltó otra sonora y exagerada carcajada.

-¡Eso es! ¡Muy bien! Tú actitud da testimonio de la sangue nógdica que cogue pog tus venas. ¿Sabes? Había pensado en ti en un pgimeg momento paga el papel de Julieta, pego… Después de la gacia de tu compañego… -lanzó una dura mirada de soslayo a Milo-. Y de veg tu duga y bgava actitud, he llegado a la conclusión de que egues el candidato pegfecto paga seg la señoga Capuleto.

Afrodita alzó una ceja. No lo había entendido todo aquello del todo bien pero si sabía que no le había gustado como sonaba.

-¿Para ser quien?

-¡La Señoga Capuleto! ¡La madge de Julieta! –Ladró Nadie, haciendo exagerados aspavientos con los brazos, como si aquello fuese lo más normal del mundo y Afrodita fuese un completo imbécil por no entender-. Un pegsonaje muy complejo. Una mujeg llena de cagacteg. Igascible, luchadoga. Pego al mismo tiempo condicionado pog la bestia de su maguido. La señoga Capuleto guepesenta una categba de emociones a flog de piel. Es un pegsonaje casi tan sufgido como la pgopia Julieta.

Nadine había explicado el rol del personaje de Afrodita de una forma tan exagerada que sus “alumnos” solo pudieron perderse más, absortos en la forma que tenía esa mujer de moverse en el sitio, como una especie de mimo. Enfatizaba de forma histriónica cada palabra que decía y gesticulaba con infinidad gestos faciales y repentinos movimientos de brazos. Resultaba casi tan hipnótica como repelente.

 -Y hablando de maguidos guetgógados –saltó de improviso, dirigiendo su mirada de lunática hacia Saga, ante el que se colocó en menos de dos segundos-. Eh, aquí al Señog Capuleto.

Saga frunció el ceño, entre asustado y reacio.

-Verá… señorita… Yo tengo mucho trabajo y…

-Ya, ya… El Patgiagca del Santuaguio ¿no? –Le cortó la mujer-. Saga, ex Caballego de Géminis y hegmano gemelo de Kanon –le lanzó una fugaz mirada al recién mentado y de nuevo miró a Saga-. Sí… Sois idénticos, sin embaggo tu semblante es más sevego y tu migada mas fgía. Y pog tu físico egues el idóneo paga el papel del cguel y desalmado padge de Julieta.

  -Ya le he dicho que…

-Atenea dijo que todos estabais de acuegdo, incluido tú. No nos llevaga tanto tiempo como cgees.

Nadine era muy rápida interrumpiendo a la gente, con argumentos irrefutables, además.

Saga solo pudo resignarse. A fin de cuentas tampoco le resultaba justo que solo él se librase por ser el Patriarca mientras el resto de sus compatriotas debían lidiar con esa chiflada.

-Como usted quiera –dijo finalmente el Patriarca.

-Muy bien ¿Veis lo fácil que es tenegme contenta? –Se giró de nuevo hacia Kanon-. Hagué un pequeño cambio en vuestgos goles habituales –caminó hasta él-. Tú segás el Pgíncipe Escalus, sobegano del gueino que Vegona. Aquel que impagte justicia entge sus súbditos –se inclinó un poco más hacia él, como si fuese a decirle algún tipo de secreto, pero toda la sala la oyó-. Así podgás, dugante unos minutos, sabeg que es lo que siente tu hegmano el Patgiagca.

Y de nuevo se echó a reír ella sola ante su ocurrencia, dándole una palmada en el hombro a Kanon que a punto estuvo de desencajárselo. Todos los presentes la observaban desternillarse de risa con una expresión tanto de preocupación como de miedo. Esa mujer estaba verdaderamente loca.

De pronto dejó de reírse y se giró tan rápido que todos dieron un bote en el sitio. No lograban acostumbrarse a los cambios de humor y a los repentinos movimientos de esa mujer.  

Ahora miraba fijamente a Mu. El Caballero de Aries, como de costumbre, parecía inmutable. Pero cuando Nadine prácticamente se apareció ante sus narices (literalmente) si que se pudo apreciar cierto indicio de incomodidad en el siempre tranquilo semblante de Mu. El rostro de Nadine estaba tan cerca del de Mu que todo el resto de los presentes sintió un fuerte arrebato de compasión por su pobre compañero.

Mu trataba por todos los medios de mantener su rostro imperturbable, pero le estaba costando horrores. De pronto, se dio cuenta de que la mujer no le estaba mirando a los ojos. Miraba más arriba.

Casi al instante de que Mu se diese cuenta de ese detalle, una de las manos de Nadie fue alzándose hacía el rostro del pelilia, que vio como estiraba un dedo para a continuación…

-No sale… -gruñó la mujer, mientras trataba de borrar con su dedo los puntos de la frente de Mu.

-Señora… -empezó a decir el dorado.

Pero en ese momento Nadine se detuvo, y se separo un poco de él. Lo suficiente como para que el pobre Mu pudiese volver a respirar.

-Ah, ya entiendo. Tú debes seg Mu de Aguies, el tibetano. El único que puede guepagag las agmadugas de los caballegos.

Y dicho eso, y sin más, se puso a palpar el tórax de Mu. Y poco a poco fue bajando hasta el estómago y las caderas, presionando con sus dedos sin pudor alguno. Todos se quedaron de piedra ante la escena, nadie se atrevió a hacer nada que no fuese únicamente lamentarlo profundamente por su pobre compañero. Y lo cierto era que tampoco era algo muy común ver al siempre impertérrito Mu enrojeciendo de la manera que lo estaba haciendo. Aquella mujer lo estaba tocando de forma muy extraña.

-Disculpe pero… ¿Qué está haciendo? –Logró preguntar por fin el paralizado Mu, mientras esa mujer seguía manoseándolo impunemente.

-Tienes una anatomía incgeíble, chico. Engañas con esa caga de no habeg goto nunca un plato. Tienes un físico pegfecto. Nunca imaginé que pudiese existig alguien así que vienese del Tíbet. Pensé que allí solo se guezaba y se comía agoz con cugui.

Y volvió a reírse ella solo ante su chiste. Y ahí estaban todos, otra vez, viéndola reírse ella sola.

Mu creyó que ya se había librado, pero de pronto Nadie se escurrió por detrás de él, y antes de que pudiese girar la cabeza si quiera esa zumbada le agarró las nalgas y… apretó con fuerza

Mu abrió los ojos de par en par, debido a la sorpresa y… a la incómoda sensación, pero logró ahogar un quejido.

El pobre pelilila estaba cada vez más rojo, y en su rostro podía ver como trataba de no desdibujar su habitual gesto de calma. Pero eso era algo extremadamente complicado, sobre todo porque Nadie seguía amasando sus posaderas entre sus manos.

-¡Dios mío! –Chilló de pronto la mujer-. Tienes el tgasego mejog puesto que he visto en mi vida. Que idea más equivocada tenía yo de los monjes tibetanos.

-No soy un monje… -logró decir su pobre víctima.

Finalmente Nadine le soltó y se puso de nuevo frente a él.

-Bien, ya me he decidido. Gueunes todas las cualidades. Pagueces un buen chico pego tu semblante guesulta muy fgío. Y tienes un físico alucinante –declaró la mujer, muy satisfecha consigo misma-. Sí, tú segas Teobaldo. El malvado pgimo de Julieta. Un pegsonaje cguel, desalmado y pgofundamente egoísta –le guiñó-. Segugo que nunca te imaginaste a ti mismo de esa fogma ¿Eh? Y segugo que tus compañegos tampoco. Apgovechalo, haceg un papel que nada tiene que veg con uno es siempge un gueto. Y… guesulta mas divegtido –añadió, con una sonora carcajada. Pero nadie más se rió.

Ahora su cuello se giró hacia Camus, que solo atinó a fruncir el ceño.

La mujer se situó frente a él, esgrimiendo su desafiante semblante.

-Luces muy seguio ¿Pog qué esa caga tan lagga?

-Es la que tengo –respondió el aludido, con sequedad.

-Vaya… Hablas muy bien el Guiego, pego tus gaíces no pueden pasag desapegcividas paga alguien de tu tiega. Debes seg Camus, el Caballego de Acuaguio.

-Así es.

-Me alegga veg a alguien de mi tiega.

Ahora sobrevino un pequeño periplo de frases en francés por parte de los dos, por lo que todos los demás presentes se vieron un poco descolocados. Incluso llegaron a sentir algo de curiosidad por lo que pudiesen estar hablando. Aunque, al ver como Nadine se echaba de nuevo  reír mientras Camus apartaba la mirada les hizo perder todo interés por lo que fuese que esa  demente le estuviese diciendo.

-Bueno, ya está bien, no es de buena educación hablag en una lengua que los demás no entiendan –dijo la mujer-. Bien. Lo he decidido. Vamos a intentag… Bogag esa expgesión tuya tan indifeguente y guetadora. Tú segás Benvolio, el sumiso y apacible pgimo de Gomeo. Un pegsonaje cgucial en la histoguia.

Era indudable que a Camus no le gustó nada aquella asignación, más no dijo nada. 

La mirada de Nadibe ahora se posó sobre Shaka, hacia el que caminó, por primera vez, con un paso normal. Y a diferencia del resto, Shaka la observaba acercarse con una sonrisa. Como si desease saber qué personaje iba a asignarle.

-¿Tú egues…? –Preguntó la mujer.

-Shaka.

-Oh, el místico Caballego de Viggo –añadió la mujer. Aunque eso de místico no pareció hacerle mucha gracia a Shaka, este no dejó de sonreír-. Bien. Tú songisa te ha libgado de que me ensañe contigo como con el guesto de tus compañegos –rió-. Pego… Me temo que tendgé que apgovechagme un poco de tu aspecto –declaró, ahora más seria-. Segás la Señoga Montesco. La madge de Gomeo. No es un pegsonaje especialmente guelevante pego… Gomeo tiene que teneg una madge –otra carcajada.

Ahora la mirada de Nadine se desvió hacia Aioros, al que escrutó, entrecerrando sus voraces ojos.

-Te pagueces mucho a mi Gomeo –observó la mujer.

-Sí, soy su hermano mayor –contestó el arquero, con una sonrisa de orgullo.

-Vaya, entonces debes seg Aiogos, el legendaguio Caballego de Sagitagio. Miga que bien. También sacaguemos pagtido de tu físico. Segás Montesco, el padge de Gomeo. Así nadie podgá poneg en duda sus gaíces. Al menos en la pagte que conciegne al padge.

Y volvió a romper a reír ella sola como una posesa, dándole esta vez una soberana palmada a Shaka en el hombro, haciendo que el pobre Caballero de Virgo a punto estuviese de perder el equilibrio.

Cuando dejó de reír, tan de improviso como había empezado, reanudó su lenta caminata al alrededor de los dorados. Parándose esta vez frente a DeathMask, el cual la dedico una mirada muy poco halagüeña.

-Vaya… Cgeo que tú y yo no vamos a llevagnos muy bien ¿no? –Rió la mujer.

-Piense lo que quiera –respondió el otro, con desdén.

-Esa actitud insolente y desgagbada solo puede decigme que egues DeathMask, el Caballego de Cánceg.

-Para servirla –contestó el mentado, con una burlona sonrisa y una cínica inclinación de cabeza.

Nadie rió.

-Nuestgo Caballego de la muegte es todo un bgomista –ironizó la mujer-. Aunque mucho me temo que no podgás haceg alagde de tu pendenciega actitud en mi obga, ya que vas a seg Megcucio, el íntimo amigo de Gomeo y Benvolio, y un paguiente del Pgíncipe. Y no te pgeocupes, no duga mucho.

-Se lo agradezco –dijo DeathMask, sin borrar aquella exagerada sonrisa forzada.

Ahora Nadine se situó frente a Aldebarán, que estaba situado junto a DeathMask, y le observó de arriba abajo, alzando las cejas, en actitud sorprendida.

-Vaya… ¿Y a ti donde te meto yo?

-A mí no me importa lo que tenga que hacer, mientras pueda ayudar –dijo el Caballero de Tauro, con su típica y bonachona sonrisa.

-Oh, un hombgetón tan ggande como su cogazón… ¡Me encanta! -Saltó la directora-. Debes seg Aldebagán, el fuegte pego afable Caballego de Taugo. Bien, segás el Ama de Julieta. Su nodgiza y confidente.

Todos tuvieron que hacer un gran esfuerzo por no echarse a reír mientras el bueno de Aldebarán enrojecía.

-Bueno… como usted diga –respondió el dorado, con timidez.

-¡No le veo la ggacia! –Protestó Nadine-. Da el pego solo con su actitud. Además… Siempge es bueno añadir un toque cómico en una tgagedia. La hace más llevadega –y le guiñó un ojo a Aldebarán-. Lo hagás muy bien.

-Si usted lo dice…

Ya casi estaban todos los caballeros presentes con su papel para la obra asignado, por lo que Nadine caminó esta vez directamente hacía Shura.

-¿Tu nombge?

-Shura.

-Shuga –repitió Nadine, con una sonrisa de oreja a oreja-. El fiel y devoto Caballego de Capgicognio. Dime, Shuga ¿Qué opinas de esto que estamos haciendo?

-¿Quiere que le sea franco?

-Pog favog.

-Me parece una soberana estupidez. No critico lo que hace, pero no es trabajo para Caballeros de la Orden de Atenea.

La sonrisa de Nadie se ensanchó aún más.

-Sí, me espegaba esa guespuesta. Te he dejado paga el final a pgopósito. Aunque no os lo cgeáis os he estado obsegvando a todos en todo momento y he notado que esto no te satisface demasiado. Aunque al menos tú te lo has tomado con más guesignación que tu compañego –y señaló con la cabeza a DeathMask-. Bien, el papel que he guesegvado paga ti es guecuguente pego no constante, y cgeo que podgás manejaglo bien. Tú segás Fgay Loguenzo, el sacegdote amigo de Gomeo, uno de los ejes de la tgama.

Entonces Nadine observó a su alrededor e hizo una especie de mueca de disgusto.

-Vaya… Paguece que ya todos tenéis vuestgo papel y aún me falta un pgíncipe Paguis.

En ese momento se abrieron las puertas y Shion y Dhoko irrumpieron en la estancia.

-Buenos días –saludó el Caballero de Libra-. Acabamos de llegar de nuestro viaje y Atenea nos dijo que pasásemos. Que estabais preparando una obra de teatro o algo así.

-¡Ahí está mi pgíncipe Paguis! –Chilló Nadine, con los ojos iluminados de la emoción.

-¿Cómo me ha llamado? –Cuestionó Dhoko, confuso.

Nadine se plantó ante él casi de un salto, y tanto Dhoko como Shion estuvieron a punto de dar un traspié debido a la impresión.

-Tú debes seg Dhoko de Libga –se volvió ahora hacía Shion-. Y tú Shion de Aguies, es Patriagca del Santuagio. ¡Vaya, es todo un honog conoceg a la míticos caballegos de la antigua Guega Santa!

Ambos caballeros intercambiaron una ceñuda mirada. No tenían ni la menor idea de quién era estrafalaria mujer, pero estaba claro que ella sabía muy bien quienes eran ellos.

-Usted debe ser… la directora de teatro de la que Atenea nos habló –dijo Dhoko, intentando sonar cordial a pesar de la impresión.

-Nadine Touvais, para segvigos. O… en este caso, paga segvigme vosotgos a mí –rió-. Supongo que Atenea os ha puesto al coguiente. ¿Pagticipaguéis en la obga?

-Bueno… -comenzó a decir Dhoko, algo dudoso-. Atenea nos lo ha pedido… así que…

-¡Pegfecto! –Le interrumpió Nadine-. ¡Pogque quiego que seas mi pgíncipe Paguis! Un pegsonaje, en mi opinión, muy poco valogado y sufgido en extgemo. 

-Esto…

Dhoko parecía no seguirla.

-Vamos a guepgesentag Gomeo y Julieta –le anunció la mujer, pletórica.

-Ah…

La mirada de Nadine se desvió ahora ha Shion.

-Vaya… Lo siento, queguido, pego todos los papeles pgincipales ya están cubiegtos.

-No se preocupe –dijo Shion, con una sonrisa que evidenciaba su alivio de haberse librado de todo aquello-. Yo me limitaré a observaros.

-Nada de eso –rebatió la francesa, como si Shion hubiese dicho algo verdaderamente grave-. Pog nada del mundo te pgivaguia de colabogag con nostgos. No al ggan Shion. Tú segás mi ayudante pegsonal. Como anteguiog Patgiagca tendgás buenas dotes de diguección. Además… -le observó un momento, en silencio-. Sí, tú podgás seg el boticaguio que le vende el veneno a Gomeo –se volvió de nuevo hacía todos los presentes-. Bien, cgeo que con esto hemos tegminado pog hoy. Intentagué que algunos de los Caballegos de Plata rellenen los huecos de los extgas. He dejado en el hall copias de la obga paga que la tengáis leída paga mañana.

-Disculpe –habló Milo-. ¿Quiere que la leamos entera para mañana?

Pog el amog de Dios! –Tronó Nadine, llevándose las manos a la cabeza-. Ni que fuese tan lagga. Tenéis lo queda de día y la noche paga leegla. Ni quiego escusas, tenemos solo una semana paga ensayag antes del estgeno.

-¿Una semana? –Repitió Shaka-. ¿No es eso muy poco tiempo para ensayar una obra de este tipo?

-En efecto queguido, y más si tenemos en cuenta que vosotgos nunca habéis actuado –se encogió de hombros-. Pego… Sois los Caballegos de Ogo ¿no? Nada es imposible paga vosotgos –ese último comentario más que como un alago les sonó a todos como una burla-. Bien, tened leída la obga paga mañana y tgatad de compgendeg a vuestgo pegsonaje. Ahoga tengo que ig a veg al otgo ggupo. ¡Au revoir! 

Y se marchó de allí, dando un sonoro portazo, y dejándoles a todos sumidos en un profundo mutismo.

-¿Alguien puede explicarme que acaba de pasar? –Rompió Milo el silencio.

-Que acaban de meternos en el mayor marrón que se haya visto, eso ha pasado –contestó DeathMask-. El tuyo en concreto viene con una faldita a juego.

-¡Muy gracioso!

-No os peleéis –medió Aioros.

-Aioros tiene razón –habló ahora Shaka-. Esto que estamos haciendo es deseo de Atenea. Y es algo muy importante para ella. No tenemos más opción.

-Cierto –dijo DeathMask, bajando la cabeza-. Perdonadme. Tenéis razón, no servirá de nada discutir entre nosotros –todos le dedicaron una sonrisa. Era inusual ver a DeathMask comprensivo y mucho menos arrepentido. Pero pronto alzó de nuevo su mirada asesina, que enfocaba directamente a Aioria-. Pero si podemos decirle un par de cosas al que nos ha metido en este lío.

Aioria retrocedió un paso. No sabía dónde meterse.

-¡Vamos, DeathMask, déjalo ya! –Le recriminó ahora Milo, en actitud cansina-. Tú mismo lo has dicho, mi problema es aún más grande. Además tu personaje al parecer no dura mucho en la obra.

-¡Me importa un rábano lo que dure! ¡Esto es una gilipollez!

-¡Bien! ¡Pues si tan poco te importa te cambio el papel!

-¡Ya, más quisieras! ¡¿Vas a decírselo tú a esa chiflada?!

-¡Deja ya protestar, pareces un crío!

-¡Prefiero llevar pañales a una falda!

-¡Pero serás…!

-¡Se acabó!

La imponente voz de Shion llenó toda la sala, y el silencio se hizo al instante.

El ex Patriarca dio un paso al frente y ninguno de los presentes se atrevió siquiera a pestañear.

-Como bien ha dicho Shaka esto es un deseo de Atenea, así que lo haremos lo mejor posible. Y si tanto os cuesta aprenderos unas pocas frases para luego repetirlas en voz alta al menos pensad que con esto no solo haremos felices a nuestra diosa, sino a muchas personas que ahora mismo están sufriendo. Personas que han perdido todo lo que tenían, incluso a sus familias y amigos. Y todo porque los Caballeros de la Orden de Atenea no actuaron con más rapidez. Por nuestra culpa Poseidón destruyó muchas vidas. Ahora está encerrado, sí, pero nuestra labor no fue ni mucho menos eficiente –hizo una pausa, y paseó su severa mirada por todos los presentes-. Decidme ¿Les negaréis también a esas pobres gente un momento de distracción en sus ahora tristes vidas? ¡¿Lo haréis?! –Nadie dijo nada. Es más, todos bajaron la cabeza, avergonzados-. Ahora marchaos. Recoged los textos en el hall e id a vuestros templos a leer ¡Vamos!

Todos obedecieron, incluso Saga. Puedo que Shion ya no fuese el Patriarca (Decisión que él mismo tomó) pero seguía siendo un símbolo incuestionable de liderazgo entre todos los caballeros. Y lo cierto era que aquello les había venido bien a todos. Nadine parecía actuar de forma inconsciente, pero Shion sabía muy bien lo que hacía. Esa reprimenda les había sentado muy bien a todos. Después de tantos días de paz resultaba agradable sentir que seguían siendo caballeros. Una buena dosis de disciplina no venía de vez en cuando.

Al final se quedaron solos en la sala Shion y Dhoko.

-¿No decías que se acabó de lo ser Patriarca? –Reía Dhoko.

-¿Qué quieres que te diga? Siguen siendo mis niños –respondió Shion, con una sonrisa.

Dhoko soltó una carcajada.

-Venga, vamos a deshacer las maletas ¡Ya planear el próximo viaje!

-Creo que ahora nos toca leer a Shakespeare.

-Aguafiestas… -gruñó el castaño.

 

Aioria esperó a que todo el mundo se marchase para iniciar su descenso hacía su templo. A pesar de las continuas insistencias de su hermano mayor de acompañarlo. Y tras algunas miradas fugaces de reproche (por parte de DeathMask, Camus, Shura, Milo y Afrodita), se quedó solo.

Con un largo suspiro tomó su copia de la obra y se encaminó a su templo, cabizbajo. Buena la había hecho esa vez. ¡¿Por qué seguía sin aprender la lección?! Desde que le pasase… lo que sea que le pasó, días atrás, nada de lo que intentaba la salía al derechas. Y ahora se veía a sí mismo en una situación extremadamente comprometida. Ahora tendría que hacer al protagonista de una obra de teatro, frente a quizá cientos de personas. ¡Y su pareja sería Milo!

Por si quedaba algún asomo de duda en su mente, ahora pudo confirmarlo sin riego alguno a la equivocación: ¡Aquello era un complot de los dioses en su contra!

En fin… Ahora tenía otros menesteres que atender. Debía ir a su templo de darle la comida a Shun. Estaba seguro de que al joven Caballero de Andrómeda le gustaría escuchar la noticia. Y así tendrían algo de qué hablar cuando se sobreviviese el incómodo momento del baño. 

Notas finales:

Espero que os haya gustado!


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