Lazos que lloran.
Paz. No existía nada más. Su mente, su cuerpo, su alma… Todo rebosaba paz. Una emoción tranquila, sosegada, suave… Un sentimiento únicamente cálido. No se sentía corpóreo, sus sentidos físicos habían desaparecido, y sin embargo, él existía… y había muchos más como él. Flotando en paz.
Los recuerdos de lo que una vez él había sido casi habían desaparecido. A veces le asaltaban destellos, una cabellera oscura, unos ojos negros, un chispazo naranja… pero la mayoría de ellos eran inteligibles. Sabía que guardaban un secreto, un algo que despertaba en él un profundo sentimiento, pero no podía descifrar qué era, y además… ansiaba tanto la paz.
Allí se sentía amado, querido, cuidado, protegido. Como si una enorme carga que siempre hubiera llevado consigo se hubiese desvanecido. No recodaba el cómo, el cuándo, el dónde, el qué o el por qué. No importaba. Nada importaba.
Y sin embargo, importaba algo. Un nombre que no podía vocalizar, una sensación demasiado dolorosa para manifestarse en ese lugar, un sacrificio demasiado terrible para llevarlo a cabo.
Paz. Paz. Paz. Ansiaba la paz, deseaba la paz, necesitaba la paz… el silencio, la quietud… ¿Por qué renunciar a ello? No lo haría. Jamás lo haría. Pero allí estaba aquellos ojos, persiguiéndole de nuevo, a veces negros y a veces ensangrentados, clamando por ayuda, por socorro… Y a él, ¿quién lo socorrió? ¿Quién lo socorrería?
Y entonces un recuerdo, perturbadoramente claro.
"¿Puedes elegir entre Sasuke y Konoha?"
"Te he dado algo de mi poder, espero... que nunca tengas que utilizarlo."
Y aquel nombre… Sasuke… Sasuke… Sasuke…
Y por más que lo intenta, la paz se desvanece. Odio, dolor, miedo vienen a ocupar su lugar. Y él sufre, sufre horrores, porque por más que lo intenta no logra regresar. Y finalmente, todo desaparece envuelto en la oscuridad.
La noche es fría. No llueve, pero la humedad carga el ambiente. Ellos son cuatro, y cada uno de ellos se encuentra en un lugar diferente. Sienten diferente, piensan diferente, sufren diferente… mas de algún modo, es el mismo hilo quien los une, quien los mueve, y los cuatro se encuentran atados al otro por cadenas invisibles que fluctúan al son de la misma brillante luna.
...
Naruto…
Tumbado sobre el tejado de su edificio, a la tibia luz de las estrellas y de la luna contempla el horizonte. Y recuerda. Han pasado ya algunos días pero para él pudo haber sucedido esa misma tarde. Recuerda y analiza cada una de sus frases, de sus promesas. No se arrepiente de nada pero se pregunta si debiera haber dicho y hecho algo más.
Lo ve a él, serio, sereno y poderoso, dibujado sobre el cielo; y sin entender del todo por qué, su corazón se estremece. No es la primera vez que le ocurre. A veces pasa, como durante su entrenamiento con Jiraiya, cuando despertaba tras un sueño invisible de matices oscuros con el corazón latiéndole fuerte, o cuando se quedaba paralizado ante la imagen de un beso, y a sus labios retornaba aquel sabor a alfeñique agridulce. O cuando Sasuke lo rodeó con sus brazos durante aquel primer encuentro, y él pensó que moriría feliz a cambio de ese abrazo.
Si, porque él era su amigo. Pero no un amigo como los demás. Más que amigo. Curiosamente la palabra hermano ya no tan sonaba bien. Era su amigo, su hermano, y más qué eso… Porque no haría por nadie más lo que estaba dispuesto a hacer por él.
Se pregunto si tal vez debiera de habérselo explicado. ¿Por qué? Había preguntado. Porque eres mi amigo. Pero no. Había algo más, aunque no supiese definirlo, siquiera entenderlo. Quizá, si se lo hubiese confesado, Sasuke…
¿A quién quería engañar? Sasuke jamás habría regresado con él a la villa. Nunca. Y sin embargo, más allá de esa verdad, sentía como si su corazón pudiese anhelar otra cosa, algo distinto, más privado. [Que le reconociera, que lo amara, que lo necesitase con desesperación.] Algo que por más que quisiera, aún no estaba listo para entender.
...
Sasuke…
Llevaban días estancados allí, en otro de los apestosos escondites de Akatsuki. Tumbado sobre el catre, totalmente a oscuras a excepción de aun mísera luz plateada que se filtraban por un pequeño hueco trabado justo a la altura del techo. Qué más daba. Sus ojos aún no se recuperaban de la operación y no tenía prisa por moverse de allí.
Aun así le disgustaba aquel silencio porque, sin él quererlo, su mente se ausentaba y regresaba una y otra vez a lo ocurrido hacía unos días. Y es que hubiera sido tan fácil, tan fácil…
Había sentido odio, contra Kakashi y contra Sakura. Había deseado matarlos. Había sentido molestia, y una pizca de lastima al comprobar que Naruto todavía no rendía con él, y que seguiría insistiendo en perseguirlo. Y un minusculo rincón de su ser, también había sentido agradecimiento, alegría, esperanza… Si, esperanza. Esa que ya había perdido.
Y hubiera sido tan fácil…
Su ofrecimiento había sido sincero. De alguna manera, la muerte no parecía tan mala venida de las manos del cabeza hueca. Porque él estaba podrido, y tarde o temprano sucumbiría al morir, y el descanso eterno se hacía casi deseable en su mente, y cuanto antes sucediera menos gente sería asesinada por él en su venganza. Venganza contra el mundo. No contra la villa, no contra los ancianos, no contra el Hokage. Venganza contra el mundo.
Y quizá estaba loco. Si, probablemente hubiera enloquecido. Pero la sola idea de matarlos a todos le producía un placer superior que no se podía comparar con ninguna otra cosa. Un placer… y un dolor. Y él era, probablemente, la única persona de entre todas a la que pudo perdonarle la vida. Y se había ofrecido a morir por él.
Tan fácil…
¿Por qué? Porque eres mi amigo.
Sasuke ignoraba hasta que punto hubiese llegado Naruto por salvar a los demás. Le gustaba creer… que no tan lejos. Pero el rubio había elegido su opción. Puños, combate, enfrentamiento. Moriremos los dos. Y a él le parecía bien, lo agradecía casi...
Porque hubiese sido tan fácil abandonarlo todo y huir con él, si un misero te quiero hubiera escapado de sus labios…
...
Sakura…
Aquella noche no conseguía dormir. Las delicadas sabanas rosas que otrora la hacían sentir cálida y protegida repelían hoy sobre su piel incomodándola. A través de las rendijas de la persiana todavía podía visualizar la luna, brillante y sobria, en su estado completo.
Los estaba perdiendo, a los dos. Y era una sensación que no lograba apartar de su cabeza.
Cuando era niña, jamás hubiera imaginado que las cosas se desarrollarían de tal modo. Sasuke era quien importaba y Naruto… Naruto sólo un payaso que la perseguía. Y después, cuando Sasuke se fue, creyó que moría de tristeza.
Pero se aferró a su promesa, y siguió adelante. Porque ahora confiaba en Naruto, y Naruto lo traería de vuelta porque se lo había prometido. Y cumpliría su palabra.
¿Cuánto tiempo hubo de transcurrir para entender que esa promesa no valía nada? Quizá todavía le costara entenderlo. Porque Naruto… Naruto traería a Sasuke de vuelta, pero no porque se lo hubiera prometido. Naruto traería a Sasuke de vuelta porque sin Sasuke Naruto no era nada. Misteriosamente, lo necesitaba a él para completarse, para sentirse lleno de vida. Lo necesitaba a él, no a ella. Y lo más probable, es que ni siquiera él mismo se hubiese percatado todavía.
Eran los pequeños detalles los que lo dejaban claro. A veces, mientras el grupo charlaba, ella podía ver como su ojos se ausentaban, y el brillante azul se volvía opaco, y él ya no estaba con ellos. A veces, cuando se sentaba a su lado y le habla, y él ni siquiera se daba cuenta de ello, pues su corazón y su mente te habían ido lejos. Muy lejos. A veces…
Y él odiaba a la gente que se mentía a sí misma. ¿Pero acaso no era mejor así? Mentirse, engañarse, forzarse a sí misma a aferrar un viejo sentimiento y no soltarlo nunca. Mejor quedar anclada en el pasado, que perseguir un futuro que no se realizaría nunca.
Porque por más que le costase admitirlo, por más que él aún no lo admitiera, su corazón… ya estaba ocupado.
...
Itachi…
Sufrimiento. Sufrimiento. Sufrimiento. La presión en sus pulmones era demasiada. La tierra lo rodeaba, no podía respirar. Necesitaba salir de allí, ya.
Sus puños golpearon contra la madera que lo aprisionaba hasta traspasarla. Su cuerpo escaló por aquel agüero, mientras la tierra lo devoraba. Sus nudillos sangraban. Siguió ascendencia por la oscuridad mientras partículas de arena y seres vivos se colaban en su boca. La mente le daba vueltas; no tenía conciencia de nada. No sabía su nombre, ni su identidad. Lo único seguro era que tenía que escapar de ese lugar, y el instinto le decía que la salida estaba hacía arriba.
Finalmente una corriente de aire fresco sus sentidos. Lo había conseguido, era libre, podía respirar. Sus pulmones se ensancharon a base de oxígeno, y su mente fue ganando claridad.
En la soledad del lugar, la Luna quedaba, único testigo, de cómo Itachi Uchiha regresaba a entre los vivos.