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Un mundo para nosotros por szukei

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Capítulo 25: "La alquimia de las almas humanas"


 


El sol había salido, y le daba en el rostro con rudeza. Quiso seguir en la cama, pero ya estaba despierto. Años habían pasado ya desde la última vez que durmió, y ya casi había olvidado lo bien que se sentía. Incluso agradecía poder sentir el molesto calor sobre su piel, cualquier sensación le resultaba grata después de haber pasado tanto tiempo desde la última vez que pudo sentir algo.


 


En vez de impulsarse para levantarse de la cama, se dio la vuelta y estiró los brazos. Notó entonces que su hermano estaba sentado a su lado, observándolo con ternura. Ambos sonrieron, y Ed desvió la vista. Había estado pensando en algo, que definitivamente no quería asumir, y mucho menos decirle a su hermano, pero debía comunicárselo. Tarde o temprano debía hacerlo, mas ese era el momento adecuado, al haber estado meditando sobre ello toda la mañana.


 


-  Me alegra que hayas recuperado tu cuerpo, y que estés en buenas condiciones


 


-  Se lo debo al Señor Romney, hermano... pero yo también me alegro


 


-  Escucha, Al... quizás esto no sea fácil de comprender, pero... debemos volver a Central


 


Al oír a su hermano, Al se acomodó en la cama, sentándose con las rodillas flectadas y mirando de frente a Ed. ¿Irse a Central? ¿Pero de qué estaba hablando? Pensó que su hermano se habría quedado en Xing por el rentanjustu, para aprender de él y traer su brazo y pierna de vuelta. Sin embargo, estaba pensando en regresar... no podía entender absolutamente nada.


 


-  ¿Volver a Central? Pero, hermano...


 


-  Fuimos enviados a Xing para cumplir una misión, y ya la hicimos. Entiende que ya no tenemos nada que hacer en este lugar, Al, debemos volver.


 


-  ¡Eso no es cierto, hermano, nuestra misión está incompleta! Todavía no aprendemos a realizar rentanjustu, y...


 


-  No, Al, nuestra misión era investigar los estudios de Romney, y creo que ya sabemos bastante. Además, él ya dejó muy claro que sus investigaciones no pueden salir a la luz. Vamos, Alphonse, ya no hay nada más en Xing.


 


-  Pero, hermano, yo no quiero irme.


 


Ed giró su cabeza hacia Al y lo miró fijamente, mordiéndose la lengua para no decir nada grosero. Comprendía bien que su hermano deseaba, con todo su corazón, quedarse en Xing y llegar a aprender y dominar el rentanjustu. Pero, no podían quedarse, ellos todavía eran perros de Central, y por mucho que quisiera complacer a Al, no había razón alguna para hacerlo.


 


Ninguno de los hermanos pronunció palabra alguna durante unos breves segundos que se les hicieron infinitos a ambos. Ed pasó una mano por su cabello, esperando simplemente a que Al entendiera bien la situación, y que accediera a marcharse de aquellas tierras en las que no había nada para ellos. Porque todo lo que tenían, bastante poco en realidad, estaba del otro lado del país, estaba en una ciudad donde las personas vivían como máquinas programadas y bien desconocían lo que era felicidad. Ambos, en Xing, en esa tierra tan lejana y distinta, conocieron lo que era esa sensación de satisfacción plena en sus corazones, pero ya nada más. Debían volver.


 


De pronto, Al levantó la vista y miró a Ed con unos ojos brillantes que hubiesen doblegado al más fuerte de los guerreros, al más firme de los tiranos. Y con tono firme, contrarió a su hermano por primera vez en muchos años.


 


-  Yo no quiero irme, hermano. Yo quiero quedarme aquí, en Xing, y aprender rentanjustu para traer de vuelta tu brazo y tu pierna... Y también quiero quedarme aquí por el Señor Romney, quiero estar a su lado.


 


-  Al, no seas ridículo, ¿piensas quedarte en este país mientras que en Central está todo lo que tienes?


 


-  ¡No estoy siendo ridículo, hermano! El Señor Romney es todo lo que necesito, de él aprenderé y me convertiré en un curandero experto en rentanjustu.Y juro que traeré de vuelta tu brazo y pierna, hermano. Pero lo haré aquí, en Xing, junto al Señor Romney.


 


Ed suspiró, y contuvo una sonrisa. Las pocas veces que Al le llevaba la contraria, una extraña sensación en el pecho lo llenaba de orgullo. Al no era de naturaleza rebelde, sin embargo, cuando había que consideraba realmente como justo o necesario, se transformaba en la encarnación del convencimiento. Por lo tanto, era lógico que acabara diciéndole que iba a quedarse, y Ed no deseaba detenerlo. ¿Quién era él, además de su hermano, para arrebatarle una oportunidad como esa, de crecer como alquimista, y como persona también? Era cierto que debían volver a Central, y que las razones de Al parecían ser infantiles, mas no podía ignorar que si algo había aprendido desde que llegó a Xing, era que el rentanjustu era una alquimia que no solo transmutaba cosas, sino almas. Y el alma de Al ya no era la de un niño, sino la de un hombre.


 


* * * * *


 


Estaba ya atardeciendo, el cielo se pintaba anaranjado a lo lejos, y ya el viento corría con más intensidad que antes. Había preparado todo para el largo viaje de vuelta hasta Central, y aunque no lo iba a acompañar, Al lo había ayudado a empacar. Se había decidido que Al se quedaría a vivir en la casa de Hans, por lo que el día también se les fue volando al ir determinando qué dejar en Xing y qué se llevaría Ed a Ametris.


 


Al momento de despedirse, ninguno de los hermanos lloró. El menor estaba conteniendo las lágrimas, con un esfuerzo sobrehumano, repitiendo en su mente las palabras de Ed diciéndole que volvería a visitarlo en cuanto acabara su informe de la misión de Xing. Hans no quiso involucrarse demasiado en la escena, pero cuando Ed se puso en frente de él para despedirse, éste le estrechó la mano, y luego, sin aviso, lo abrazó. Quizás Ed pensaba que el único que había aprendido algo en Xing era Al, pero no era cierto, Hans había aprendido a dejar atrás su pasado, y a seguir adelante con su vida. Eso no solo se lo debía al chico que le quitaba el aliento, sino también al alquimista de acero.


 


Sin mucho entusiasmo, sino más bien cortesía, Yun fue la que ayudó a Ed con su equipaje, llevándolo hasta el coche que había seguido aquella vez cuando llegaron a Xing, era el coche real. Ed pensó que era un gesto de amabilidad por parte de Ling, después de todo no lo había vuelto a ver desde que se encontraron en la casita junto al puente. Y de eso ya habían pasado algunos días.


 


Se sentó entonces junto a la ventana, apreciando la hermosa vista de la ciudad, y esperó a que el cocche comenzara su camino. Deseaba partir cuanto antes, tenía la esperanza de viajar durmiendo, ya estaba bastante agotado por tanto ajetreo durante el día.


 


-  Ya estamos listos para partir, joven Elric


 


-  De acuerdo.


 


La puerta se cerró, pero el coche no parecía moverse. Pensó que quizás estaba muy cansado como para notar el movimiento de las ruedas, y esperó algunos segundos, hasta que se desesperó y abrió la puerta de golpe, con ganas de gritarle a esa mujer por haberlo dejando esperando.


 


Pero apenas lo hizo, notó ante él un hombre común y corriente, que desprendía una presencia endemoniadamente conocida. Llevaba ropas de color marrón, con costuras mal hechas y algunos parches, aunque no daba pinta de vagabundo, más bien de alguien que alguna vez tuvo dinero y que ahora pasaba por una mala racha. Pero entonces, una sonrisa resplandeciente se le atravesó como flecha en el corazón, y un suspiro ahogado salió de su garganta. Era el mismísimo Ling Yao, el único ser en la tierra que lucía prendas de pordiosero de forma tan elegante como si de telas finas se tratara. Un jodido príncipe azul, pudo concluir.


 


-  ¡Hola, Ed! He hablado con Yun, así que te aviso que yo seré quien te lleve hasta la estación de trenes, ¿de acuerdo?


 


-  ¡Ling!


 


-  No te asustes, he mejorado en mis técnicas de conducir. De seguro ahora no se me hará tan difícil, y llegaremos en un abrir y cerrar de ojos.


 


El chico de cabello oscuro le guiñó un ojo, y se escabulló sobre los caballos, dando inicio a uno de los viajes más terribles para Ed. Ling tenía razón, acabó siendo un chofer excelente, tan excelente que Ed sintió que en unos pocos segundos habían logrado llegar a la estación. Y eso le resultaba terrible, sabía que se debía marchar a Ametris, pero ir más lento no le hubiese molestado en absoluto.


 


Curiosamente, ese día la estación estaba casi vacía. Las pocas personas que habían en los andenes estaban inmersas en su propio espacio, mirando hacia la nada. Ed entonces se puso nervioso, el ambiente era demasiado silencioso como para no dejar de pensar en la presencia de Ling a su lado, quien cargaba las maletas del alquimista con una sonrisa orgullosa.


 


Cuando Ed se sentó sobre sus maletas, Ling se paró a su lado. No lo tocó, ni lo miró, solo se quedó de pie junto a él, sonriendo como un niño pequeño. Ed no comprendía por qué sonreía de esa forma, y no podía evitar fijar sus ojos en ese chico de cabello oscuro, vestido con ropas remendadas, haciendose pasar por el hombre común y corriente que jamás sería. Porque Ling tenía la esencia de un príncipe hecho y derecho: era amable, respetuoso, sabio, valiente, decidido, empático... ¿Habría otro hombre como él en el mundo? Era obvio que no, que jamás encontraría a alguien que le llegara a los talones siquiera.


 


Un cosquilleo extraño lo recorrió por dentro, y se sonrojó.


 


-  Xing es un país bastante poblado... pero se sentirá vacío sin ti


 


-  No digas esas cosas, Ling, yo...


 


-  Lo sé, debes ir a Ametris, es algo que tienes que hacer. Lo sé, y además, yo no soy nadie para detenerte.


 


Y por primera vez en días, Ling posó sus ojos brillantes en los del rubio. Lo observó con detenimiento, sin decir palabra alguna, y entonces, movió su mano derecha a modo de despedida. A paso lento, el chico de cabello de noche se dió la vuelta, y comenzó a caminar hacia la salida de la estación, sin prisa, sin titubeos. Se iba alejando para siempre de Ed.


 


El rubio lo miraba, quieto, sin poder mover ni un solo músculo.


 


"¿Qué debo hacer?"


 


Sus ojos se nublaron, y apretó los dientes con fuerza. Se llevó los puños al rostro, y se restregó los ojos con esmero.


 


"Maldita sea, ¿qué debo hacer?"


 


Levantó la vista otra vez, y... no estaba ya. Ling se había marchado, sin duda alguna ya no estaba en la estación.


 


De pronto, un golpe de energía bombeó las venas del alquimista, y sin saber bien cómo ni por qué, se puso de pie y comenzó a correr hacia la salida. Su cabello volaba, se fundía con el aire que pasa junto a Ed, impulsándose más y más. No iba a dejarlo ir, no podía hacerlo.


 


A la mierda el coronel, a la mierda su informe, a la mierda Ametris... Ser un perro del estado ya no era lo que lo mantenía con vida, ya no quería seguir con eso. Su hermano estaba ahora completo, teniendo la felicidad que merecía junto al hombre que lo amaba de verdad. ¿Y él? Pensaba marcharse como imbécil a Central cuando en realidad, no podía negarlo más, lo único que podía hacerlo feliz estaba en esas tierras, y tenía nombre y apellido: Ling Yao.


 


El carruaje, a lo lejos, permanecía quieto. Divisó entonces a alguien de ropas oscuras acariciando uno de los corceles, y suspiró aliviado. Continuó corriendo, haciéndose paso entre las personas, que ya estaban empezando a aparecer, y notó que el carruaje se había puesto en marcha. "No, no, esto no puede estar pasando".


 


Logró llegar a la calle, y cuando vió que el carruaje ya estaba por doblar en la esquina, corrió con todas sus fuerzas para alcanzarlo. Por esos días en que solo se atormentaba con un amor no correspondido, por esos momentos en los que un muchacho hizo de él lo que un adulto ni siquiera intentó, por esos besos y abrazos con los que había transmutado su alma con ese príncipe de mirada optimista. Jamás, jamás lo dejaría ir.


 


-  Ling.... Ling, detén el carro...¡¡Cara de mono, detén el jodido carro ahora mismo!!


 


El grito había resultado más fuerte de lo que esperó, porque apenas lo hizo, la carroza se detuvo de golpe. Jadeaba tras semejante esfuerzo, pero también con nerviosismo, una parte de él se moría de miedo. Nunca había perseguido a alguien, nunca había intentado esforzarse por alguien, aparte de su hermano y de sí mismo. Pero ahí estaba él, conteniéndo las lágrimas frente a un chico de su misma edad que le había dado sentido a toda su vida en solo unas semanas. Se llenó de emoción otra vez al notar aquello, y entonces, lo abrazó por el cuello, y escondió su rostro.


 


-  Ling, escúchame con atención. Solo lo diré una vez, y espero que no lo olvides jamás... Yo... Yo... ¡te amo, Ling Yao! Y me quedaré a tu lado, no pienso marcharme a ningún lugar.


 


Para sorpresa del rubio, Ling lo abrazó por la cintura y lo atrajo hacia él. Pudo oír unos sonidos extraños, como sollozos, pero no estaba seguro. ¿Ling estaba llorando?


 


No imaginaba que era cierto, que el príncipe había estado conteniendo sus sentimientos por que sabía que Ed debía marcharse. Si le pedía quedarse, hubiese sido un problema, y lo que menos deseaba era ser una molestia para Ed. Pero allí estaban, los dos abrazados, como si no pudiesen estar sin el otro para poder vivir.


 


-  No tienes idea lo feliz que me haces sentir, Ed. Soy tan afortunado de que hayas decidido quedarte a mi lado, y te haré feliz. Lo prometo. ¿Recuerdas esa vez cuando te hize mío y te dije algo en mi idioma?


 


-  Dices varias cosas en tu idioma cuando te entusiasmas, Ling


 


-  Pero esa vez fue diferente. No estaba entusiasmado, estaba maravillado. Había notado lo que sentía por ti, y me hizo sentir muy contento.


 


-  ¿De qué hablas?


 


-  Aquella vez, lo que te dije fue: "Te amo, alquimista de acero"


 


Un suspiro asombrado salió de la boca del chico de cabello de oro, y cuando fijó sus ojos en los de Ling, sus labios se encontraron con los ojos, y no pudo evitar corresponderle.


 


-  Un mundo para nosotros.


 


-  ¿Un mundo de nosotros, no querrás decir?


 


-  No, Ed, un mundo para nosotros. Porque lo crearemos juntos, y en él viviremos el resto de nuestras vidas. Sea con un jutsu, sea con nuestras propias manos, o con nuestros corazones.


 


-  Ling...


 


-  Un mundo... para nosotros...


 


Su voz se extinguó mientras su lengua se introdujó en la boca de Ed, y luego de besarlo con pasión, se alejó de él. Pasó una de sus manos por una de las mejillas del alquimista, y le sonrió.


 


-  Wo ai ni, gang zhi lianjin shu shi.


 


-  Y yo te amo también, príncipe Ling Yao.


 


Puso sus manos en las mejillas de su amante, y ambos sonrieron como los hombres felices y completos que eran cuando estaban juntos. Porque el amor que ellos sentían entre sí era de los más maravillosos que el mundo enterno pudo haber visto. Un amor que iba más allá del género, más allá de la cultura, más allá del pasado... Un amor que con un beso creaba un mundo diferente, un mundo de ellos.


 


Un mundo para ellos.


 


"Un mundo para nosotros"

Notas finales:

Y ese fue el último capítulo del fic

Muchas gracias a todos por leer, y por haber estado tan pendientes a pesar de mis largos períodos de ausencia.

Espero que les haya gustado tanto como a mi, que se hayan emocionado con cada palabra que escribía pra ustedes.

Y ya saben, si quieren otra temporada, la chica del desafío, Shiminte, es la que debe guiarme. Porque este fic es para ella, y de ella también :)

 

Saludos a todos, y nos leeremos pronto si Dios eso desea~


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