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Un mundo para nosotros por szukei

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 Capítulo nº4: "Esos ojos que son tuyos y míos"

 

 

 

- Según el informe del Coronel, el doctor Romney debería estar en la capital de Xing.

 

- Pero hermano, no sabemos nada sobre él.

 

- Descuida, Al, haremos algunas preguntas hasta que lo hallemos.

 

Las calles de Xing eran muy distintas a las de Ametris. Aquí habían muchos más habitantes, las calles estaban repletas de gente, y todo tenía un aire mucho más rústico de lo que en verdad debía ser una ciudad capital. Personas y gallinas caminaban como iguales, los mercados ambulantes parecían salir debajo de las calles y negociar con los demás de forma infinita, el olor a especias e incienso resultaba en una atmósfera pesada y molesta, y, por supuesto, no habían alquimistas estatales con sus característicos uniformes azules.

 

Ed se sentía como un pez fuera del agua, no había absolutamente nada que se resultara familiar a su vida en Ametris, incluso pensó que los habitantes de Xing considerarían la alquimia como un tipo de brujería en vez de una ciencia. Sería bastante gracioso imaginar cómo reaccionarían al ver una de las transmutaciones suyas, casi podía escuchar sus gritos de asombro cuando les dijera que estaban en presencia de uno de los alquimistas más jóvenes y poderosos de Ametris.

 

Al, de pie junto a su hermano que fantaseaba con su fama inexistente, hojeó la carpeta que les había entregado el Coronel. Según los últimos seguimientos hechos al doctor Romney, éste ejercía como médico para la familia real de Xing, la dinastía Yao. Si Romney seguía con ellos, entonces sería fácil encontrarlo, sólo debían preguntar por el palacio del Rey, o algo así.

 

- Hermano, creo que deberíamos ir hasta el palacio real.

 

- ¿Palacio... real? ¿Acaso este país todavía se rige por monarquías?

 

- Así parece, y el doctor Romney es el médico del Rey.

 

- Vaya, esto se pone cada vez más interesante.

 

- ¿Crees que nos recibirán, hermano?

 

- Es probable. Después de todo, no queremos a la realeza, sino a Romney.

 

Los hermanos caminaron a la par por un mercado repleto de vendedores ambulantes que recibían más clientes de los que podían abarcar. Ed intentaba pasar con paso firme, pero nadie parecía prestarle atención, quizás porque era extranjero, su cabello y ojos lo delataban, o tal vez porque era... digámoslo en voz baja... demasiado pequeño para ser visto.

 

El rostro de su hermano se había vuelto rojo, sabía que pronto comenzaría a gritar fanfarronadas y se abriría paso por encima de los pobres vendedores y sus clientes, así que con mucho cuidado, se puso derecho, y caminó despacio, haciendo notar su presencia. Todos en el mercado percibieron el andar de la armadura viviente y su rubio acompañante, quien daba pasos exagerados y hacía pucheros con la boca.

 

- Al, mira a lo lejos. ¡Es una carroza!

 

- Tal vez le pertenezca al Rey.

 

- Vamos, debemos alcanzarla.

 

Cortésmente, Al le pedía permiso a los mercaderes para poder pasar, en cambio, Ed los empujaba sin mucha delicadeza hasta que ambos lograron llegar a una calle bastante ancha, donde antes habían visto a la carroza. Buscaron en todas direcciones, y notaron que, muy a lo lejos, la carroza iba acercándose a un cerro, en cuya cima había un edificio colosal de aspecto dorado.

 

"¡Allá va!" se dijo a sí mismo Ed, y comenzó a correr con todas sus fuerzas. La carroza estaba tan lejos de ellos que si la perdían de vista por unos segundos, se confundiría con los demás carros y jamás la volverían a ver. El crugir de la armadura que era su hermano lo seguía de cerca, ambos daban zancadas gigantes y aunque tenían claro que no alcanzarían la carroza a ese ritmo, al menos la esperanza de encontrar el palacio real les daba la fuerza para seguir con la carrera.

 

Anduvieron y anduvieron por casi un cuarto de hora, hasta que con un hilo de alma se encontraron frente a la tan ansiada edificación. A pesar de sus gruesos muros y portones, los detalles pintados en ellos suavizaba la apariencia del palacio. Habían flores grabadas en los enormes portones bañadas en pintura dorada, y de fondo, un color rojo manzana que parecía ser la base de todas las paredes de aquél hogar. Y detrás de toda esa decoración gloriosa, se encontraba la presencia hipotética del médico al que habían ido a buscar con un propósito: que dijera todo lo que sabía de la alquimia.

 

- Hermano, ¿cómo entraremos?

 

- La entrada principal queda descartada, seguramente la usan para recibir invitados o personas autorizadas. La única opción que se me ocurre es colarnos por algún enrejado o algo.

 

- O quizás podríamos buscar una puerta de servicio.

 

- Mmm, no me convence mucho. Los guardias podrían creer que tratamos de escabullirnos para robar, y por la diferencia de idiomas no creo que podamos salir fácilmente de una situación así.

 

Y como un regalo caído del cielo, detrás del enrejado apareció la silueta de una joven de cabello negro y gafas, que estaba vestida con un suéter negro con cuello de tortuga y mangas largas, un pantalón gris, y unas botas militares. Llevaba en sus manos un cuaderno con notas de aspecto ordenado, y las recitaba en un acento exótico y melodioso. A su alrededor permanecían de pie y con rostro serio unos viejos vestidos de monjes, con trajes azul marino, y con collares rojos. Y un poco más lejos, un hombre con una enorme túnica blanca, con sutiles bordados plateados, que permanecía bajo una sombrilla sujeta por una chiquilla delgada.

 

El corazón de Ed comenzó a disminuir el pulso, y su respiración se agitó abruptamente. No sabía bien qué hacer, ni decir, sólo se encontraba ansioso porque por fin podría estar frente a frente al hombre que podía cambiar su vida y la de su hermano, y que tenía el poder de volver todo atrás y traer sus cuerpos perdidos por aquella ciencia caprichosa.

 

Un impulso incontrolable lo llevó a enredarse contra la reja, y comenzó a forzejearla para poder entrar. Los monjes, aterrorizados por la brusquedad de los actos del alquimista, se marcharon despavoridos hacia el interior del palacio, mientras que la chica de negro lo miraba con ojos desconcertados, sin saber bien qué hacer. Sin embargo, a pesar del alboroto, el hombre bajo la sombrilla no pareció verse afectado, su cuerpo continuaba dándole la espalda al rubio, quien estaba a punto de estallar en llanto por la impotencia de la brecha linguística.

 

- Hermano, basta ya. Necesitas calmarte.

 

- ¡No voy a calmarme, Al! ¡No quiero calmarme! ¡Quiero que ese malnacido se digne a mirarme y me diga dónde demonios está Romney! ¡Quiero que nos devuelvan nuestros cuerpos, quiero que todo sea como antes!

 

Su voz había subido de volumen, y ahora gritaba tratando de contener las lágrimas. Tantos años, tanto tiempo desde aquél día en el se juró a sí mismo traer de vuelta el cuerpo de su hermano menor, con algo de suerte el suyo también, pero el peso más considerable que había arrastrado consigo era el de haber involucrado a su hermano y haberlo hecho perder contra su voluntad lo último que les iba quedando: su propia carne.

 

El viento comenzó a soplar más suave, más refrescante, y con ese aire nuevo que lo abrazaba, Ed se incorporó con firmeza y levantó los ojos del suelo. Estaban nublosos, sí, pero no le fue difícil notar que se habían topado con otros. Unos ojos oscuros, brillantes, que parecían ser los de Roy cuando pensaba en Riza, pero millones de veces más joviales, más fervientes.

 

Esos ojos, aquellos ojos que en unos segundos le comunicaron que ya no debía seguir sufriendo en silencio, pertenecían al hombre bajo la sombrilla, el cual más que hombre parecía ser un joven que no superaba los diecisiete años.

 

Esos ojos... eran del príncipe Ling Yao.

Notas finales:

Lamento la demora, pero hace poco comenzaron mis clases en la universidad así que tenía poco tiempo disponible.

Espero que les haya gustado, y que me dejen algunos reviews :3


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