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Un mundo para nosotros por szukei

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Capítulo nº8: Un ave que vuelve a su nido

 


Al se había hecho una piedra frente a Hans, no tenía ni idea qué decir o hacer. Pero una sonrisa del científico lo descolocó más todavía, y esperó a que Hans le hablara primero, no quería meter la pata.


- Era una broma, niño... Yo sé que estás vacío por dentro, y no me refiero a tu alma.



- ¿Va-vacío?



- ¡Qué adorable eres! No es necesario que finjas conmigo. Digamos que conozco demasiado bien a los alquimistas como para no reconocer a alguien como tú cuando lo veo.



En ese momento, la puerta se abrió. De pie, Ed miró de reojo a su hermano, y luego posó sus ojos sobre el hombre de cabello revuelto. El príncipe Ling no estaba, pues se había encontrado con Yun en el camino, y ella lo condujo hasta el palacio, dejando a Ed siguiendo el camino por su cuenta. Fue increíble para Ed el haber encontrado la casa de Hans, pero más todavía fue encontrarlo hablando con su hermano sobre alquimia.



- ¿Qué es lo que sabe exactamente, Romney?


- ¿Y quién eres tú, enano?



- ¡No soy ningún enano! ¡Retira lo que acabas de decir, maldito demente!



Ed, enfurecido, se arremangó su traje rojo, y dejó ver su automail, el cual Hans no pudo evitar observar con atención. Le encantaba estar seguro de sus presentimientos, y esta vez no era la excepción.



- Enano, tu brazo es de metal...



- ¿Y qué con eso?


- Que tú y tu hermano realizaron una transmutación humana, la cual salió mal, y ahora esperan poder recuperar sus cuerpos con su propio sudor y esfuerzo, ¿o me equivoco?


Todo quedó en silencio, y Ed tragó saliva. Pensó en lo que había pasado ese día: la sangre, los gritos, la información entrando a presión en su cabeza, más sangre, su hermano...


- Tienes razón, estamos aquí para que nos ayudes a traer nuestros cuerpos de vuelta.


- ¿Y creen que yo los voy a ayudar así por las buenas? Después de todo, fueron ustedes los que rompieron el tabú, son ustedes los que deben reparar sus errores.



- Por favor, Señor Romney, en verdad necesitamos su ayuda.


- Lo diré otra vez, ¿porque debería ayudarlos?



- Porque sabemos que su hermano también pasó por algo similar, Romney.



Hans agachó la cabeza, y escondió su mirada con el cabello. Daba la impresión como si Ed hubiese encontrado su punto débil, y Hans no podía contra él. Al, por su parte, no tenía idea de qué estaba hablando su hermano, pero al ver a Ed, notó que la situación era demasiado seria. Si su hermano había hecho una acusación así, era porque era cierto, y porque iba en serio.


- Mira, niño, lo que haya ocurrido es asunto mío, y lo que pasó entonces es asunto mío también. No tiene nada que ver con ustedes. ¡Mi hermano hizo lo que hizo por necesidad, porque no había otra opción! ¡Él no era un niño caprichoso como ustedes que quería romper un tabú alquímico simplemente por querer hacerlo!


- ¡Y nosotros tampoco! Nosotros nos entrenamos día y noche, arduamente, para poder dominar la alquimia, con el objetivo de poder traer a nuestra madre de vuelta, y con una simple sonrisa suya estábamos conformes. ¡Tú habrías hecho lo mismo si hubiese sido tu hermano!



- ¡Tú sabes perfectamente qué fue lo que le ocurrió a mi hermano, alquimista del demonio! Jamás traté de traerlo de vuelta, porque a diferencia de ustedes yo sabía que los muertos no se podían resucitar, y eso me lo enseñó mi propio hermano. No podría ir en contra de sus principios, de los principios mismos de la vida. Jamás. No sería tan imbécil.


- Hermano, es suficiente. No creo que sea justo que el Señor Romney siga recordando algo así de trágico...



- ¿Y qué hay de nosotros, Al? ¿Crees que teniendo a la única persona que puede ayudarnos en frente debemos dejarla ir? Romney, maldita sea, sólo tú puedes ayudarnos. Te lo está pidiendo un chico que alguna vez fue inocente y desconocía los horrores de la naturaleza que rige el mundo, como alguna vez lo fuiste tú también.


Hans, a duras penas, se sentó en una silla de madera que estaba cerca de él, y se quitó las gafas para restregarse suavemente los ojos. Al pensó que estaba llorando, no podía imaginarse qué le había ocurrido al hermano del doctor, pero de seguro había sido algo terrible, un acto más allá de lo inhumano, algo que jamás se podría borrar de la memoria, como una cicatriz de un encuentro aterrador con la muerte...


El silencio quedó suspendido en el aire, y simplemente se oía a lo lejos el sacudir de las hojas acariciadas por el viento. Hans continuaba con los ojos cubiertos por sus largos dedos, y ninguno de los hermanos se había atrevido a moverse. Hasta que en eso, confiando en sus presentimientos, Ed carraspeó, y dijo con voz firme:



- Al, quédate aquí con el doctor Romney, por favor. Yo iré a arreglar las cosas con Yun, nos vamos a quedar en este lugar el tiempo que sea jodidamente necesario.


- Pero, hermano...



La capa roja de Ed se movió fugaz por la habitación, y desapareció detrás de la enorme puerta de madera, dejando a Al con un Hans todavía melancólico que no se dignaba todavía a cruzar miradas con su visitante. En ese preciso momento, Al recordó cuando él era niño, cuando estaba sentado junto a la tumba de su madre. Tenía frío, y hambre, sólo pensaba en irse a casa con su hermano, pero no lo hizo, porque Ed lo miró con ojos fervientes, decididos, y le dijo que la traerían de vuelta.



Sin embargo, ahora no pensaba lo mismo, había madurado, y sabía que si quería consolar a alguien, lo menos que debía hacer era sugerirle la idea de traer muertos a la vida. No porque fuese indebido o imposible, porque todos lo pintaban como un tabú, sino porque eso no era realmente un consuelo, era un parche para el dolor del alma, no reparaba nada, no mejoraba nada.



- Señor Romney, quizás no entienda bien lo que usted y su hermano vivieron, pero mi hermano y yo no estamos aquí para cambiar el pasado. Estamos aquí porque sabemos que cometimos un error, pero que querer volver atrás no es una solución. Nosotros vemos hacia el futuro, y usted es una persona sabia que de seguro puede ayudarnos con eso.


- Perdona, no soy nadie para recriminarlos por lo que hicieron, o el por qué lo hicieron. Somos parecidos al fin y al cabo. ¿Tienes tiempo para escuchar una historia de un pobre vago?



Sin decir nada, Al se sentó en el suelo, y asintió. Hans se acomodó en la silla, quedando de frente con la armadura, y dejando escapar un suspiro, comenzó con el relato de una de las épocas más oscuras de su vida: la muerte de su hermano Fyodor...

Notas finales:

FELICES PASCUAS A TODOS!! Disfruten este nuevo capítulo con algún huevito de chocolate que les hayan regalado! Ü


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