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Jeweled Love por Era_X

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Notas del fanfic:

One shot para los amantes de Legend of Mana.

Nombres y situaciones basadas tanto en el juego como en el manga, incluyendo el nombre del personaje principal masculino.

Legend of Mana (seiken densetsu en oriente) pertenece a square enix y todos los personajes que aparecen en el fic también.

La lluvia caía sobre la escasa naturaleza que bordeaba al Palacio de Jade.

 

Fue insólito, a pesar de las advertencias que habría recibido el joven, de no llorar por un yumi, sucedió de igual modo, petrificándose el cuerpo del muchacho de cabellos de oro, y a su vez, un milagro cubrió la habitación, un milagro llamado “Teardrop crystal”, la que resucitaría, así, a todos los individuos que habían perecido al serles arrebatados de sus alhajas bajo la mano de la cazadora de joyas…

 

Llovía incesantemente, ya que los corazones de todos los yumis presentes deseaban de la forma más pura y humilde devolverle la vida a aquel ser que les había salvado y, entre ellos, ocultos y silenciosos ojos vidriosos, observaban la escena. Culpables, melancólicos, afligidos de lo ocurrido.

 

Ya varias veces le había dicho que no se entrometiera, pero no había escuchado, era una persona o sumamente estúpida o muy humilde, una persona que, a pesar de la rudeza con que fue recibida por parte de él, se había quedado a su lado para ayudarle, ganando su confianza y llegando a sentirlo casi como uno más de su raza…

 

Florina, su alteza, luego de lo sucedido, había propuesto a todos los yumis, recién despertados de la muerte, que ayudaran a su salvador a volver a la vida… Comenzando así una lluvia dolorosa, llena de sentimiento, hambrienta de justicia. Una lluvia que indicaba que el corazón de un yumi estaba llorando por alguien, y ese alguien era aquel chico de rubios hilos sedosos que caían por sobre sus hombros, delicados y finos, suaves y tersos cabellos oro...

 

El cuerpo del chico, que se había convertido en piedra, ahora volvía a la normalidad gracias al poder de los yumis, cayendo, inconsciente, al suelo. En ese momento, su alteza, Florina, pedía que alguien le llevara a descansar a una de las habitaciones, cuando Elazul, yumi de verdoso cabello y mirada acusadora, poseedor de un corazón de lapislázuli, aquel que habría involucrado a ese joven en toda esta historia y ahora se arrepentía, le levantaba del suelo y, en sus brazos, se lo llevaba a un lugar cómodo para descansar y despertar del shock.

 

No mucho tiempo había pasado cuando esa figura, tan inocente, despertó, recostado en una cama, cubierto con una manta de color claro. Observó en todas direcciones y logró divisar una silueta familiar, la silueta de ese yumi que se acercaba a él.

 

-Ya has despertado –Elazul le miraba con culpabilidad. Quizás Toto, el muchacho de brillantes cabellos rubios, no tenía idea de lo que había pasado, pero el yumi de Lapislázuli  había visto y sentido la desesperación de ver como una persona ajena a su raza, se convertía en piedra por su culpa.

 

- Elazul… -dijo Toto –Dónde estamos…? –su mirada viridian se clavó en los ultramarinos ojos de Elazul, el yumi. Esa mirada tan descaradamente inocente que le carcomía el alma, aquella mirada que lo redimía de toda culpa y perdonaba hasta el más graso error. Una desgraciada mirada que peor le hacía sentir…

 

-Tranquilo –contestó Elazul sentándose al lado de él –estamos en mi habitación.

 

-¿Qué ocurre?... Te ves… triste… –Toto trató de posar su mano en el hombro de su amigo, pero fue rechazado de inmediato por éste, con un manotazo.

 

- Quiero que te largues ya…

 

-Pe… pero ¿hice algo malo? Si estás molesto conmigo por algo que hice, lo siento, pero no recuerdo nada desde que nos encontramos con Alexander en el palacio y…

 

-… Cállate… - ¿Algo malo?, ¿eso dijo?, ¿él? ¡Qué demonios pasaba por la cabeza del rubio!, era imposible que hiciera algo malo y no le perdonase después de todo lo bueno que había hecho por él. Elazul escondió su ojo visible bajo su verdoso cabello –Es suficiente, ya has hecho demasiado por nosotros y…

 

-Es normal –dijo Toto, sereno, sin pensarlo dos veces –somos amigos –sonrió.

 

Esa sonrisa, esa proterva sonrisa lograba hacer de todo, hasta hacer que su voluntad de hierro flaqueara ante aquel sinuoso gesto.

 

-Basta –dijo, seco, Elazul –porque somos amigos… quiero que te vallas.

 

Algo en su pecho dolió, sintió como su voluntad trataba de quebrantarse, su garganta se apretó tanto que le dolía hablar. Aquella palabra, “amigo”, era una espina del porte de Domina en su joya y, extrañamente, estaba tiritando de una manera que ni él entendía.

 

- Tú… tú no quieres que me ocurra algo, ¿no es así? –Elazul levantó la mirada –Porque te preocupa mi bienestar ¿no?

 

Elazul asintió con la cabeza baja, no podía hablar, sentía que su voz se quebraría si habría la boca, sus ojos punzaban, pero el rubio sonrió, algo incómodo, mas lo trató de hacer ver natural.

 

-Comprendo –dijo, inmediatamente, Toto –siendo así… -titubeó –no  quiero incomodarte más. Volveré a casa… -bajó su mirada, no quería que el yumi percibiera la tristeza de ésta –pero ya sabes donde encontrarme si necesitas ayuda –Toto se había levantado de la cama y estaba en la puerta de entrada a la habitación, dándole la espalda a su amigo, quien no se había movido en absoluto. Toto sintió que su cuerpo pesaba, no podía voltear la mirada para despedirse, de alguna manera eso le dolía mucho más de lo normal. Quiso cerrar los ojos y desfallecer en el momento que estuvo parado al lado de esa puerta.

 

Fue eterno el silencio de la habitación, la quietud, la incomodidad y su amigo no había emitido palabra alguna, ni un gesto, ni un movimiento, sólo un suspiro, entrecortado y casi inaudible llenó la habitación, así que decidió partir, lento, callado, sin fuerza…

 

Al cabo de unos minutos, Elazul se levantaba de donde estaba y salía corriendo a la puerta, para ver si lograba localizar con la mirada a su recién encaminado amigo, mas, no fue fructífera su acción, y entre la multitud, el chico con cabellos de oro, se había perdido.

 

Debería haber salido corriendo tras él cuando pudo, pero no. Su mente no respondió como debió y simplemente se paralizó ante la posibilidad de no volverle a ver, para no involucrarlo en otra situación peligrosa como la anterior… Temía por ello sin entender bien el por qué.

 

 

Varios días habían pasado desde que Toto se había reencontrado con Bud y Lisa, en casa, sus dos pequeños aprendices de hechiceros. Pero, al momento de verlo volver, los dos niños notaron que algo extraño le pasaba a su maestro. Aquella chispa que lo caracterizaba se había ido… había desaparecido, se había marchitado con la lluvia de lágrimas…

 

 

 

-Maestro –dijo un día Bud –ya que no ha salido en días ¿por qué no me acompaña a visitar a los siete sabios?

 

¿Qué había dicho?, ¿sabios? Quizás ellos podrían averiguar la causa de su malestar, de aquel dolor que le estaba punzando desde que había salido de Bejeweled City, y así, partió con Bud a ver al más cercano de los sabios, Gaeus, que se encontraba en Luon Highway.

 

 

 

Se habían perdido, se notaba que la cabeza del maestro de Bud se encontraba en otra parte, ya que en algún momento habrían salido del camino principal y ahora se topaban con la entrada de una cueva oscura, como su mirada, así que sin preámbulo alguno, Toto, decidió volver y tratar de encontrar el camino central otra vez, encontrándose así, con aquellas ratas que en algún momento trataron de arrebatarles sus posesiones.

 

Cuando aquello pasó, él aún no había conocido a Elazul, sólo le había visto una vez, pero su rudeza le había ahuyentado. En aquel momento Toto no buscaba problemas con nadie, sólo se dedicaba a ayudar a la gente que lo necesitaba, siempre y cuando estuviera dentro de sus facultades el poder ayudar.

 

Para aquel momento, Elazul, su recuerdo, no dolía tanto…

 

Pasaron de largo a aquellas sabandijas. Ni siquiera podía empuñar bien su espada, así que decidió darles unos lucres y continuar su silencioso camino.

 

Bud, por su parte, se encontraba muy incómodo, la mirada, la postura, el actuar de su maestro, habían cambiado, hasta más pálido estaba, sus ojos se encontraban siempre vidriosos, como si un gran abatimiento le poseyera y apretara por dentro. Su vista ya no era decidida, ya no era aquella persona que infundía respeto, si no, más bien, lástima. Luego de haber dado tanta felicidad a otros, él sufría quizás porqué cosa.

 

Sentía tanta culpa, Bud, si lo hubiese acompañado esa vez sabría lo que le pasaba, pero su maestro le infundía tanta confianza que no necesitaba de la ayuda de nadie para estar bien, y llegar sano y salvo después. Sin embargo, esta vez lo necesitó, y nadie estuvo ahí para dársela… ¿cuándo acabaría el sufrimiento del rubio? Esperaba poder vivir para averiguarlo…

 

De pronto se vieron de frente con una piedra gigantesca que les saludaba con un “bienvenido, hijo mío” y les levantaba con su poderosa mano de roca para poder verles mejor.

 

-¡Gaeus! –dijo Bud, sorprendido – ¡soy un aprendiz de hechicero y quisiera ilustrarme con tu sabiduría para llegar a serlo!

 

Los emocionados ojos del niño conmovieron al gran sabio de roca, quién respondió a su petición con un consejo solo audible a los oídos de Bud, ya que Toto continuaba sumido en aquellos pensamientos, confusiones, sentimientos dolorosos y pesados para su alma.

 

-…estro… maestro… -aquella mirada baja del chico de cabellos dorados como el sol, se encontraron de frente con la vista violeta de su aprendiz, despertando, así, de sus reflexiones –el sabio… le habla, maestro.

 

¿Sabio?, ¿qué sabio?, ¿habían llegado ya?, no recordaba en qué momento había sucedido aquel acontecimiento, pero era así, estaban sobre la mano del sabio y él ni se había percatado de nada, y ahora el sabio le hablaba…

 

-ha… lo siento… no estaba pendiente de nada –trató de reír, pero no pudo, así que desvió la mirada de forma instantánea.

 

-Veo que tu alma se está apagando, hijo.

 

Apagando, eso era. Toto ya no estaba viviendo la vida feliz que llevaba antes, incluso con todas esas heridas, el estar con aquella gente y ver la cara de felicidad que ponían cuando el cometido de cada quien se cumplía, era lo suficientemente satisfactorio como para vivir feliz así. Pero ahora todo era distinto, su alma pesaba como nunca, y sus fuerzas se gastaban con el paso de los días…

 

Pequeñas lagrimillas sobresalían de los profundos ojos verdes del rubio. Bud, el aprendiz, estaba confundido. Su maestro sí lo estaba pasando mal, y una pena le envolvió el cuerpo.

 

-Ma… estro…

 

-Ya no es necesario que sufras, hijo –continuó el sabio –tu corazón te está indicando lo que debes de hacer, pero aún tú no lo entiendes. Debes volver y entregarte a lo que diga tu destino, hijo mío. Sé fuerte y no decaigas, luego de tu respuesta, tu corazón se calmará…

 

Las lágrimas fluían de sus ojos como gotas de lluvia, incesantes, espesas, dolorosas. Su cuerpo se abatió, cayendo de rodillas al suelo envuelto en un mudo llanto. No podía decir palabra alguna, su cuerpo temblaba, no podía mantenerse sereno, le era imposible. Sólo gemía y trataba de callar su tristeza con las manos…

 

-Tranquilo, hijo mío, para volver a ser lo que antes solías ser debes desahogarte. Aquí no hay más que personas que te aman y se preocupan por ti, no calles tu agonía…

 

El chico de rubios cabellos comprendió lo que sucedía, buscó y sintió las pequeñas manos de su aprendiz, quien preocupado, le sostenía de los hombros. Cayó, así, al regazo de éste y rompió aquel forzado silencio…

 

Igual que un día de tormenta, el regazo de Bud se empapaba con gotas provenientes de una herida mayor. No sabía qué hacer. Sus manos sólo podían acariciar parte del cuerpo de aquel rubio ser, pero deseaba poder entrar en sus sentimientos y arrebatarle de lleno aquel pesar que le tenía tan mal, quería, con su poder mágico, intervenir su alma y reconfortarle interna y completamente en un cálido abrazo.

 

Nunca supuso que vería tan afectado a una persona, hasta que de un momento a otro el silencio embargó, otra vez, el lugar.

 

-Su mente está muy cansada –retumbó la voz del sabio –pero más lo está su corazón. Descansen aquí, hijos míos, yo velaré por ustedes dos…

 

La atmósfera del lugar cambiaba de a poco, ya no era tan incómoda como se encontraba antes y se podía respirar de manera más abierta y tranquila…

 

 

 

En casa ya, Toto era perseguido por Bud.

 

-Maestro, déjeme acompañarlo –rezongaba el  pequeño.

 

-No es necesario, ya estoy mejor –El rubio le sonrió. Definitivamente estaba mejor, pero no del todo recuperado –además, creo que esto debo afrontarlo solo.

 

-Pero… maestro…

 

-Tranquilo, después de esto… todo volverá a la normalidad.

 

Bud miraba de forma incómoda a su maestro, no sabía qué cosa le había causado ese malestar y le molestaba no saberlo, quería sentir que podría ayudarlo en algo, sin embargo, su maestro le pedía comprensión y discreción.

 

Qué podía hacer, la mirada de su maestro le cautivaba de forma descomunal, y no pudo negarse a hacer guardia en la casa junto a su hermana, Lisa.

 

-Bueno, me voy. Cuiden de Lil’ Cactus mientras yo no estoy. Volveré pronto.

 

La silueta de su maestro comenzaba a desvanecerse en el frondoso bosque que rodeaba la casa, mientras era seguido por las miradas de sus dos aprendices de hechiceros.

 

 

 

Con el pasar del tiempo y de las distintas sendas que le llevaban a su destino, el rubio iba prácticamente perdiendo el control de sus emociones. Sentía que debería llegar rápido, se visualizaba frente a su Némesis, pero al momento de verse frente a él ya no sabía que hacer y pensaba que era mejor no ir, le daban unas ganas monumentales de devolverse, sin embargo, no quería padecer esta agonía por más tiempo, necesitaba liberarse de todo eso de la forma más rápida y pronta posible.

 

Pasó su viaje pensando cuando pronto vio, frente sí, el gran  portón que caracterizaba a la gran Ciudad Enjoyada.

 

Sus manos temblaban, pero su espíritu estaba decidido a hacer lo que debía hacer ahora, ya que si titubeaba y desertaba ahora, después ya sería muy tarde.

 

Entró.

 

Una enorme ciudad, llena de vida, se abrió ante sus ojos. Caminó dentro y todos los yumis le saludaron muy cordialmente, todos le recordaban y le agradecían, algunos llegaron a darle pequeños presentes, otros a agradecerle de forma verbal, otro simplemente saludaban a lo lejos, pues se encontraban ocupados en sus quehaceres diarios.

 

El rubio se sintió pleno, no había puesto atención cuando se fue de la ciudad, que muchos se habían despedido de él de muy alegres maneras, no había visto todas esas sonrisas que le hacían sentir tan bien. Su emoción era tal, que se sintió preparado para todo.

 

Pearl, la yumi acompañante de Elazul, se encontraba en el mercado de la ciudad. Su mirada parecía perdida, confundida, esperanzada en encontrar algo, pero ese algo no llegaba nunca a ella, hasta que le vio.

 

-¡Hermano Toto! –Hacía mucho tiempo que no lo llamaban de ese modo y su corazón saltó de dicha, parecía que todo volvía a ser como antes -¡Que bueno verte de nuevo! –Pearl le abrazó, y el rubio correspondió el abrazo –Quería verte.

 

-La verdad, yo también quería verlos…

 

-Estoy muy preocupada por Elazul, hermano. Desde que te fuiste que está muy mal y…

 

¿Elazul, mal?, que demonios, eso era casi imposible, él era muy fuerte, nada podía batirlo. Se preocupó y preguntó de forma inmediata su paradero, enterándose que desde su partida, Elazul no habría salido de su habitación.

 

Corrió en la dirección correcta a la habitación de Elazul, entrando en ella estrepitosamente. El yumi, que descansaba en su cama, se sobresaltó por el golpe de la puerta en la pared de su habitación, cuando vio que una persona entraba muy agitadamente en ella, y cerraba la puerta no muy sutilmente, detrás de sí.

 

-¿Pero qué de… -su frase fue cortada por lo que vieron sus ojos. El muchacho de cabellos tan dorados como el sol volvió, estaba frente a él, mirándolo fijamente.

 

-¡Elazul! –dijo Toto, mientras corría a abrazar al yumi –Pearl me dijo que no encontrabas muy bien, ¿qué te pasó?, ¿por qué no me avisaste? –el abrazo que el rubio le daba a yumi era muy cercano, demasiado apretado, tanto, que el yumi pudo sentir los agitados latidos del muchacho de cabellos oro.

 

-To… to… -atónito, el yumi, no creía aún que ese chico estuviera junto a él abrazándolo. Esto no podía ser, había regresado. Se supone que él no vendría si el yumi no lo llamaba, pero había retornado y le abrazaba como a nadie -¿qué… haces aquí?

 

-Tenía que verte –la voz de Toto era muy decidida, algo traía entre manos y eso no le gustó al yumi, así que lo alejó de sí inmediatamente.

 

-¿Qué demonios quieres ahora? –el tono de Elazul hizo flaquear el corazón de Toto, ya no estaba seguro de hablar de forma directa con el peliverde o no, pero si no lo hacía habría venido por nada.

 

-Bueno… -comenzó –verás, yo vine porque… -Toto trataba de buscar refugio visual en alguna parte del suelo de la habitación del yumi –desde  la última vez que nos vimos mi vida ha sido una agonía diaria, no comprendo bien lo que pasó, ni sé lo que va a pasar, pero… quería hablar contigo por eso… al final de mis meditaciones lo único que resultaba de todo era una gran vacío que me carcomía por dentro… Yo, la verdad… quería que me detuvieras el día que salí de aquí… –los ojos del rubio se habían comenzado a empapar, pero Elazul estaba atónito, ésta era una faceta que nunca había visto del rubio. Era su parte más débil que él le estaba enseñando al yumi, casi mostrando su total confianza y confidencialidad.

 

-Un momento… -dijo Elazul, el yumi -¿qué quieres decir con eso?

 

-¡No lo sé! –el rubio cerró los ojos fuertemente, provocando que algunas lágrimas cayeran al suelo.

 

-¡No llores, idiota, te volverás piedra de nuevo!

 

-¡No me importa!, si puedo dejar de sentir esto que… -su voz se quebró y soltó pequeños suspiros para ver si se podía calmar.

 

-Oye, no llores… -dijo Elazul, mientras posaba su mano sobre la cabeza del rubio, quien estaba arrodillado al lado de la cama –no soporto verte así… -la dura y fría mirada de Elazul había cambiado, estaba completamente llena de sentimiento, como si en algún momento más se fueran a convertir en agua y cayeran de sus cuencas.

 

Toto, por su parte, había tomado la mano que Elazul había posado en su cabeza y la habría dirigido a su rostro.

 

-No quería irme esa vez.

 

-No quería que te fueras.

 

-¿Por qué no me detuviste?

 

-Soy un idiota, lo sabes…

 

-Elazul…

 

-Perdóname… -Toto había levantado la mirada para dirigirla al yumi, mientras pequeñas gotas de rocío caían por sus mejillas y eran atrapadas por la mano del chico de verdoso cabello.

 

-¿Esto está mal, Elazul?, No comprendo nada de lo que está pasando, ni siquiera sé el por qué de mis lágrimas. ¿Hay algo malo en ello?

 

-Toto… -el chico no entendía para nada lo que le estaba ocurriendo y por eso era todo ese dolor que sentía. Eso era muy malo, debía saber de qué se trataba todo para comprender a lo que se estaba arriesgando, sin embargo, como hombre y como yumi… dudaba si eso era correcto también. -… ven acá… -al final dijo el yumi.

 

El rubio se sentó al lado de Elazúl, mientras le miraba. El yumi pasó un dedo por los labios del chico de ojos verdes, haciendo que éste retrocediese.

 

-Ela… ah… -aquella caricia había bastado para cambiar el ambiente. El pecho del rubio se notaba agitado y se había retirado un poco hacia atrás.

 

-No comprendes que es lo que me quieres decir con las palabras que me dijiste ¿cierto? –Toto movió la cabeza de forma negativa muy apenado por su ignorancia. El yumi suspiró frustrado y golpeó su frente con la palma de su mano –Toto… de verdad que eres un… -no  quiso terminar la frase, no quería que el rubio se sintiera peor de lo que ya estaba, además ¿si le explicaba todo lo que ocurría en él y lo tomaba a mal?, o ¿como si quisiera burlarse de su inocencia en el tema?… ¿y si al final se espantaba de todo aquello?. ¿Saldría corriendo y no le vería nunca más…?

 

-No comprendo nada –afirmó el rubio –pero no me importa, quiero saber que, siempre que lo necesite, estarás ahí para abrazarme –un rubor cubrió el rostro del rubio. Estaba avergonzado, muy avergonzado, no entendía las palabras que decía, pero era lo que estaba sintiendo.

 

-Pero… ¿y si no quiero abrazarte? –las palabras del yumi fueron como una estaca en el pecho del rubio, lo que provocó que espesas lágrimas cayeran por las mejillas de él.

 

-No sé…, no sé nada –Toto se limpiaba las lágrimas con sus guantes rojos, de tal modo que parecía un niño pequeño, desconsolado y triste –pero… si no estás conmigo… no sé qué voy a hacer… me duele… me duele mucho…

 

-Toto… -Elazul tenía miedo, pero, de todos modos abrazó a Toto, quien se aferró a su pecho, llenando su joya con lágrimas, lágrimas que refrescaban su presea y le daban fortaleza a su decisión. Sintió que el rubio sólo podía ser abrazado por él para sentirse bien, para estar en paz.

 

No necesitaba un abrazo, necesitaba su abrazo.

 

-Quiero abrazarte… ¿puedo hacerlo…?

 

-Claro que sí… -su respuesta fue muy serena, como del corazón, el yumi se estaba abriendo a Toto, y le estaba dando la confianza de volver a estar a su lado, de nuevo…

 

-Quiero quedarme contigo… siempre…

 

-¿Dejarás de llorar si es así?

 

Toto asintió, entonces las manos del yumi llegaron al rostro, completamente escondido y húmedo del rubio y le levantó, suavemente, hasta que quedaron viéndose de frente.

 

-Elazul… -el rubio se ruborizó, una brisa suave entró por la ventana de la habitación, y las sábanas de la cama del yumi se menearon soltando un aroma tenue, luego cayeron inertes con él.

 

-Toto… -las ropas que cubrían los brazos del rubio se tensaron, como en un agarrón, lo que provocó que se moviera de su sitio la prenda. Instintivamente los dos cerraron los ojos mientras sus rostros se juntaban, generando un roce entre ambos, un roce del cual los dos necesitaban probar su sabor, sentir su aroma, ese aroma que les llamaba a seguir y conocerse mejor.

 

 

Los dos jóvenes se observaban, mientras el yumi despojaba los brazos del rubio de sus largos guantes rojos, los que se deslizaban con sutileza por la docilidad del muchacho. Su pecho se notaba agitado y sus manos estaban nerviosas, rozando, con la yema de los dedos, las mantas que cubrían la litera del peliverde, mientras que los labios de éste se encontraban explorando la zona del cuello y clavículas del rubio. Sus labios carmín permanecían entreabiertos para dejar pasar el oxígeno de forma más cómoda, pero mientras más lo hacía, más rojos y abiertos se iban poniendo. Las mejillas de Toto parecían fresas maduras y sus húmedos ojos los cerraba a ratos.

 

-Ela… ah… zul… -su espalda se contorsionó un poco cuando el yumi llegó al sector del pecho del rubio, y las manos del chico de ojos color viridian subieron, instintivamente, sobre su cabeza, que se encontraba a poyada en la almohada de la cama del peliverde –Ngh… ah… ¿qué… qué se supone… que debo hacer…?

 

Elazul levantó la mirada

 

-Quedarte callado –musitó secamente y continuó en lo que estaba, incrustándose lentamente en su pecho, mientras sus manos seducían parte del abdomen del rubio.

 

-Pero… no… no puedo… ngh… ahh…

 

-Entonces gime, justo como lo estás haciendo… de verdad que me dan ganas de escucharte hacer eso.

 

Empalagosamente la habitación se fue llenando de los pequeños sonido emitidos por el rubio de ojos verdes, al cual de a poco le iba cubriendo, el yumi, con pequeñas caricias, roces y tiernos besos por todo el sector del pecho, mas cuando él llegó a la zona que entra a la espalda por el costado del rubio, los músculos de éste se tensaron dejando desprovisto de defensa alguna el sector de su cuello al tirar su cabeza hacia atrás, lo que el yumi aprovechó, para atacar directo al lóbulo de la oreja de su amante.

 

Al acercarse al lugar sintió como su cabello llevaba el aroma de cada una de las aventuras que había pasado con él, cada una de las discusiones y el apoyo inconmensurable que le había brindado. El olor de aquella húmeda cueva, las antorchas de Tower of leries, el calor de Geo y la risa de los niños al salir de la escuela.

 

Tantos recuerdos que había olvidado en tan poco tiempo, pero las memorias que ahora hacía eran mucho más maravillosas que las que ya había vivido.

 

De pronto Elazul se encontraba con un impedimento, las manos del rubio se encontraban sosteniendo el pelo del yumi, lo que le impedía moverse con libertad, y no pudo pensar en otra cosa que cubrir aquellos abiertos labios del rubio, posando la piel húmeda de su boca contra los del rubio, esperando ser recibido amablemente, insistiendo con su lengua por alguna suave entrada, encontrándose de lleno con otro cuerpo húmedo, que, a juzgar como era, se trataba de la lengua del muchacho, consumando entre los dos un primer beso completamente especial, que llenó los sentidos de ambos, tranquilizando al rubio y permitiendo al yumi continuar con su expedición a un lugar donde nunca se había aventurado a ir.

 

Por primera vez, en todo el tiempo que se había encontrado en esa habitación, se había percatado que las sábanas de aquel mórbido colchón eran claras, casi blancas, pues hasta unos instantes antes sólo había dirigido su húmeda mirada hacia aquel ser que le causaba estremecimientos continuos y deseos de seguir siendo tocado y acariciado, como hasta ahora.

 

El yumi se distrajo un rato con la cinta del acople que tenía en la cintura el rubio, pero cuando la encontró y desató con la paciencia de un demonio, logró divisar las caderas de Toto, que tímidamente aparecían a través del límite que le señalaba el pantalón del chico de ojos verdes, quien no había dudado en dejarse hacer por el yumi.

 

Los dedos de, el ahora despojado de su toca, Elazul, serpenteaban por el borde del pantalón del rubio muchacho, cuando, suavemente se recostó sobre el pecho de su amante, percatándose así, Toto, que en algún momento, que no sabía cuál, el yumi se había desposeído de la parte superior de sus ropajes y le era posible sentir directamente en él, la joya del pecho del peliverde.

 

Toto abrazó a Elazul, mientras trataba de acallar su agitada respiración, en tanto mordía su labio inferior.

 

Le era complicado manejar lo que estaba experimentando, ya que era su primera vez haciendo algo así. Pronto sintió las yemas de Elazul explorando su rostro, llegando a sus labios, y sin entender el por qué, abrió la boca permitiendo la entrada de dos de los dedos del yumi, los que comenzó a lamer y saborear con urgencia, su boca estaba inusualmente húmeda, más de lo normal, y al sacar los dedos de ésta, el yumi, no tardó en introducirlos bajo el pantalón del rubio, encontrando así un habitante completamente despierto y pendiente a cada movimiento de la mano del yumi.

 

-¿¡Ha!? ¡Elazul!

 

Toto abrió súbitamente los ojos y buscó el brazo que conducía a aquella descarada mano, que sin preguntar, ni anunciar, había de tocarlo tan impetuosa y firmemente, mas cuando logró divisarla, el rostro de su magnánimo amante apareció frente sí, golpeándole los sentidos con aquella corroída fragancia que desprendía su cuerpo, entregándole otro desgarrador beso, que, hambriento, aceptó con mucho ímpetu.

 

Los dedos del rubio muchacho habrían de desaparecer entre los verdosos cabellos del yumi, apresándolo a su boca cual manantial en medio del desierto.

 

¿Cómo era posible que el yumi lo hiciera sentir tan bien? Pero para ese momento ya nada le importaba, pues con lo estúpido que se había sentido al huir frente a la primera exclamación de aversión del peliverde, decidió no dar paso atrás en ésta, su última encrucijada mentalizada por el rubio, y dejó que las cosas continuaran de forma fluida, sin titubeos ni dudas. Estaba dispuesto a hacer lo que el poseedor de la joya le pidiera y no miraría atrás.

 

 

Pronto se vieron dos cuerpos sobre un mullido colchón, sin que ningún tipo de tela u accesorio se interpusiera en el nuevo estudio de ambas siluetas.

 

Ya no había tiempo para perder en rituales extraños ni nada, ambos se habían dado lapso suficiente para retroceder, pero ahora ya era demasiado tarde para los dos, ya no se podía flaquear, no había permiso de decir que no, estaban claustros de su decisión y continuarían hasta el desenlace.

 

Frotando sus cuerpos, uno contra el otro, encontraron y provocaron el primer roce de sus extasiados sexos, que, sin importar lo que ocurriera, gritaban porque se hiciera más y más fuerte este sentimiento que tenía cada uno de los muchachos.

 

Sumido entre las extremidades del rubio muchacho, Elazul, el chico de verdosos cabellos, desesperado buscaba desatar ese afanoso regodeo del muchacho de los ojos viridian, buscando, con su mano, alguna entrada disponible para él, insinuándole al rubio, con un tenue movimiento, que abriera sus piernas, dejando un espacio suficiente como para poder explorar toda esa área del muchacho.

 

-Mmmhh…

 

Las manos del rubio se encontraban cubriendo su boca, pero el chico de verdes hebras, con su mano libre, quitó la protección que había en la zona baja del rostro de su amante, depositando en él un interminable beso que ayudó a destensar al chico, para poder hacer mejor su labor.

 

Humedeciendo continuamente la zona, para no provocar algún tipo de dolor o daño, de a poco fue preparando a su joven enamorado para los pasos siguientes.

 

-Quisiera ser uno contigo… -dijo el yumi, de forma muy sensual.

 

-Elazul… -Toto, quien mantenía su mirada húmeda, le abrazó del cuello y abrió un poco más sus piernas, dando a entender al yumi que tenía toda la aquiescencia del muchacho de cabellos oro de hacer lo que necesitaba hacer con urgencia –no quiero hacer esto con nadie más que tú…

 

El muchacho de la reliquia se posicionó de tal forma que estuviesen cómodos los dos cuerpos, asentando su miembro en la entrada de su bello amante, quien no hizo insinuación de no quererlo así, así que, el yumi prosiguió por empujar de a poco, dentro de su pequeño y enjuto enamorado, quien, al sentir aquella presión dentro de sí, se aferró con fuerza al pecho de su, ahora, dueño de sentimientos.

 

Pequeños quejidos se escaparon de la boca del rubio, provocando así, la preocupación del peliverde.

 

-¿Te duele? –dirigió su mirada al rostro del muchacho y vio como pequeñas lágrimas escapaban de sus ojos –si… si te estoy haciendo daño… deberíamos de…- fue interrumpido por su esbelto amante.

 

-N… no… no es necesario… yo estoy bien… sólo es extraño…

 

-Toto… -no pudo evitar abrazarle tiernamente.

 

De a poco, retornó a su acción, pero con más cuidado que la vez anterior, logrando así, poder entrar completamente en él, mientras que los pequeños ruiditos que emitía el rubio se transformaron en un quejido entre doloroso y placentero.

 

-Aaahh!! –Toto cayó al mullido colchón, agotado y, a su vez, agitado por el primer esfuerzo.

 

El yumi, preocupado, acariciaba y besaba continuamente parte de la frente y cabellos de su enamorado, mientras sentía como las manos del rubio buscaban un lugar donde sentirse refugiado. El yumi las cogió con una de sus manos libres y se las llevó a su boca para besarlas.

Estaba extasiado, tanto que creía que no se podría controlar si comenzaba a moverse, pero mantenerse quieto podría comenzar a provocarle dolor a su muchacho de dorados cabellos, así que, de a poco comenzó con un leve movimiento constante, no sin antes lubricar parte de su miembro y la entrada de su amante.

 

Podría permanecer así toda su vida. De a poco el dolor se iba esfumando quedando solamente aquel placer que le inundaba y no le dejaba maniobrar bien sus emociones.

 

-Quédate conmigo… -dijo el yumi, en un momento de romanticismo extremo. El chico de cabellos dorados quedó completamente pasmado, le parecía irreal que el yumi le hiciera tal proposición. La personalidad del peliverde nunca le había permitido sacar a relucir sus sentimientos como debería ser, por lo que su ser se congeló.

 

-¿Q… Qué? –el chico de ojos viridian miraba fijamente al joven de la joya, quien trataba de cubrir su evidente rubor con las hebras que caían desde su cabeza.

 

-Quiero que te quedes para siempre a mi lado… Toto… -el yumi se limitó a abrazar a su acompañante

 

-Ela… aaaahhh… -el yumi había comenzado a moverse de forma un poco más brusca que la inicial, causando que el chico de blanca piel soltara gemidos que cada vez iban haciéndose más fuertes y sonoros.

 

No se arrepentiría, lo sabía, porque era lo que había buscado durante mucho tiempo, era lo que deseaba y lo que estaba dispuesto a seguir, no importaban los obstáculos, ya que su corazón le exigía continuar escuchando aquellos ruidos que el rubio joven emitía al hacer el amor con él. Buscaba, desesperadamente, tocar su piel que, a pesar de haber pasado por tantas batallas, continuaba suave y tersa, envidiable para cualquier persona, mientras que el muchacho de ojos verdes era inundado con una felicidad absoluta. Era exactamente esto lo que su corazón estaba buscando, con aquella persona tan especial, y aunque nunca se imaginó que pasaría con alguien de su mismo sexo, estaba pleno y feliz. No había nada que pudiese desear en ese momento, ahora que su vida comenzaba de nuevo con un desconocido giro inesperado, cosa que le asustaba pero le mantenía ansioso por averiguar qué podría pasar con los nuevos sucesos que se avecinaban, mas en ese mismo instante se centró en disfrutar cada segundo de ese lapso tan intenso con el ser que más amaba en este mundo, el yumi de la joya de lapislázuli, Elazul…

 

 

 

~owari~

 

 

Era-X

Marzo 1, 2012

TotoXElazul

Notas finales:

Muchas gracias por leer =)


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