Formas de conquistar
I. Indirectas
Sus sueños, en esa ocasión, por primera vez, lo alegraron. En él, se encontraba sentado en una enorme mesa que, aunque quisiese vislumbrar con su vista, parecía infinita. Apenas su estómago hubo rugido, hambriento, aparecieron sobre esa mesa una cantidad, nada despreciable, de platillos, como si se tratase de la fastuosa cena de un rey.
Sin saber que probar primero, optó por lo que tenía más a mano: un conejo asado. Pero, apenas hincó el tenedor en la tierna carne chamuscada, el conejo habló:
— Allen, ¿sabías que a los conejos les gustan los brotes de habas?
¿Qué le podía importar eso a él?, pensó, tratando de ignorar esa vocecilla. Por su parte, ese pedazo de carne, con la grotesca forma de un conejo, se levantó y reiteró su pregunta:
— Allen, ¿sabías que a los conejos les gustan los brotes de habas?
Dándose cuenta en qué tipo de situación se encontraba, decidió despertar. Ese sueño estúpido terminaba ahí. Allen entreabrió los ojos, molesto, ya que había notado quien era el culpable de ese extraño cambio en su sueño. Lavi lo había despertado— con esa pregunta de los conejos y los brotes de habas— sin ninguna consideración.
Apenas se hubo desesperezado un poco, notó que el traqueteo del tren parecía tan vivo como antes de que se durmiese, lo que significaba que aún no llegaban a su destino. Ser consciente de ello, lo fastidio un poco, pues durante los días anteriores, había tenido misiones constantes, costándole muchas horas de sueño que ahora le faltaban. Le daría su merecido a Lavi por haberle despertado, pero no en ese instante. Por ahora, sólo le interesaba dormir un poco más.
— ¿Lo sabías, Allen?— reiteró su pregunta, haciendo un énfasis extraño en ella.
— No, no lo sabía— respondió el menor, un poco fastidiado, cerrando los ojos de nuevo y tratando, con ello, de conciliar el sueño otra vez.
— ¡Vamos, no te duermas!— gritó Lavi, zarandeándolo—. ¡Pareces anciano!
Ante esa provocación, el exorcista albino abrió los ojos con violencia, mientras se los frotaba para terminar de despertar.
— Cómo te decía— prosiguió el aprendiz de Bookman, ignorando la expresión mosqueada de su compañero—, a los conejos les gustan los brotes de habas, porque los encuentran lindos y deliciosos.
— ¿Y?— espetó el caucásico, sin comprender el por qué Lavi lo demandaba de esa forma, sólo para decirle esa estupidez.
— Espera Allen, que ya termino. A diferencia de los conejos, los gatos odian a los brotes de habas, ¿cierto Yuu?— concluyó el pelirrojo, lanzándole una mirada inquisitoria al japonés.
Por primera vez, ante la mención de su nombre de pila, Kanda no se deshizo en insultos y amenazas de asesinato hacia Lavi, sino que sonrió, burlón, y dijo—. Sí. Los odian porque son molestos.
Allen los miró, extrañado, sin entender a que iba la conversación, que parecía no tener ni pies ni cabeza. Lavi, por su parte, tampoco le dio tiempo para comprenderlo, arrojándose sobre él y abrazándolo como si el quinceañero se tratase de un peluche de felpa muy mullido.
— Así que, ¡quédate conmigo, brote de habas!
— ¡Eh! ¡¿Tú también me llamas así, Lavi? ¡Y mi nombre es Allen!— lo corrigió el menor, molesto ante el apodo, mientras caía sobre el asiento del compartimento, con Lavi estrechándolo.
El pelirrojo, al ver la reacción de Allen, se dio cuenta que no había captado la indirecta.
Tratando de animarse pensó que, tal vez, era mejor así.
Fin drabble I. Indirectas
Por: Nana Walker