De Crueles e Inevitables Destinos
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Observar el cielo y suspirar era algo propio de las personas cuando alguien te gustaba. Pero no lo era cuando no te gustaba nadie, y mucho menos cuando en vez de observar el cielo, mirabas el logotipo del lugar que más odiabas en el mundo. Comida chatarra, no había cosa peor. ¿Por qué estaba ahí? Así, ya lo recordaba… él. Ese estúpido era el causante de toda su futura desgracia.
Bien dicen que lo que uno siembra, lo termina cosechando. Debió haber escuchado el consejo, aunque, ¿Cuándo en su vida le había hecho caso a un consejo de la rana? Esto era algo inevitable.
Soltando un nuevo y más largo suspiro tomó valor y decidió enfrentar las consecuencias con altivez y orgullo. Como buen inglés que era. Adentro todo estaba tal cual lo suponía: personas chillando y sonriendo como idiotas mientras tragaban y tragaban esos horripilantes alimentos con alto contenido de colesterol que más tarde se iban a introducir en su piel hasta, algún día, matarlos de un paro cardíaco. Asqueroso. Abominable. Totalmente predecible. El estúpido también era igual a todos ellos.
Fijó sus gélidos y hermosos ojos verdes en la otra esquina del establecimiento, donde una mesa larga y limpia se mostraba; y detrás de ella, sonriendo como bobo, y gritando quizá aún más fuerte que todas las personas allí reunidas, se hallaba su destino. Alfred F. Jones, la cruel parca que sin una oz para llevarse su alma, lo esperaba para un destino peor, mucho peor que la muerte.
Aceptando su final, sus pasos se dirigieron hacia el americano, quien al notar su presencia aumentó su sonrisa dejando ver sus dientes marca Colgate –blancos, brillosos y sin ninguna carie- y exclamó a todo pulmón, con la mayor de sus energías.
“¡Artie, dude! ¡Ya era hora de que aparecieras!”. Y todo se le hizo una ironía muy al estilo del karma –búrlate de los demás, y terminarás en el mismo lugar que ellos-. Causa y efecto, maldición.
Alfred lo abrazó como si fueran amigos de toda la vida –mentira total, a penas y conversaban lo suficiente para no llamarse desconocidos- y le puso una gorra y camisa en sus manos con esa terrible letra impresa a lo grande. Letra que simbolizaba ese horrible nombre mal escrito y roba inteligencias.
“¡Bienvenido al equipo, viejo! ¡Lo pasaremos super! ¡Ya verás cómo te diviertes!”.
Sí, he ahí la razón de su futuro suplicio. Frente a él, observando esos colores rojo y amarillo, se encontraba su persona reflejada en el espejo, con el uniforme del McDonald’s. Su trabajo a partir de ese momento.
La próxima vez que decidiera que era una buena idea apostar con el BFT, –conocidos por él como Francis “rana” Bonnefoy, Antonio “idiota” Carriedo y Gilbert “narcisista” Beilschmidt- borracho, y sin saber qué pasaría si perdía lo pensaría dos veces. Lo pensaría muchas veces y muy bien. Y solo rezaba para sobrevivir ese mes sin suicidarse, porque la revancha sería despiadada. Esos tres conocerían su lado malo y lo pagarían caro.
“Bienvenidos al McDonald´s, el lugar de las mejores hamburguesas, ¿Puedo tomar su orden?”.
Carísimo.
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The End
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