– Ya está lista – dijo el chico dejando la pluma que sostenía con la derecha. Acercó el sobre a su boca y lamió el borde para poder cerrarlo – ¿Puedes decirme por qué dejamos a esos cuatro hasta el último?
– Para reunir toda la inspiración posible – explicó el moreno.
– ¡Pero si todas dicen lo mismo! – señaló las dos cartas que había sobre la mesa.
– ¡Bueno, se nos olvidó! – dijo el mayor encogiéndose de hombros.
El peli rojo rodó los ojos y negó.
– Deberían de haber sido los primeros… por cierto, esa idea tuya de escribirlas a mano no fue la más brillante – se quejó con el ceño fruncido.
El de ojos negros no protestó, pero extendió una mano, haciendo una mueca de dolor. Él también había escrito muchas cartas y había terminado con las de los hermanos.
– Nos va a dar osteoporosis – se burló y su prometido rio con él.
– Bueno ya – se levantó de la silla del comedor – para de hacer le vago y lleva estas cartas al correo.
– Ya es tarde, puede que esté cerrado.
– Si está cerrado te regresas, pero ve de una vez.
– Bueno, bueno – aceptó para evitar discutir.
– Aunque… estoy preocupado – anunció el ojiverde.
– ¿Por qué? – preguntó su novio, acercándose.
– Faltan apenas dos semanas ¿qué tal si tienen otra cosa que hacer ese día?
– ¿En verdad crees que no cancelarían cualquier cosa que tuvieran? – se acercó más y tomó al menor de la barbilla – No se perderían nuestra boda – dijo Sai sonriendo.
– Tienes razón, gracias. Sin esos cuatro no sería lo mismo – recalcó Gaara.
– Para nada.
Se quedaron mirándose unos minutos, hasta que el pelirojo grito.
– ¡Anda ya al correo!
– ¡Ah, sí! – Sai se volvió y fue hasta la puerta, no sin antes tomar las cartas – No tardo, mientras, anda a hacer la cena.
– Sí, sí – Gaara respondió por responder y movió una mano, echándolo de la casa.
Ya habiéndose ido, el pelirojo se tumbó de nuevo, pero esta vez en el sofá.
– ¿Qué estarán haciendo? – se preguntó apoyando la cabeza en su palma – he, he, he – se rio solito.
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Al otro lado de la aldea:
Minato yacía de lado sobre la cama con las piernas abiertas. Naruto estaba acostado atrás de él. Con su brazo izquierdo sostenía la pierna del otro en algo y aprovechaba para masturbarlo mientras lo penetraba con fuerza.
No era que acostumbraran a cambiar de roles, pero esa noche simplemente había sucedido. Sin decir ni hacer nada, fue el mayor quien abrió los muslos para recibir al otro.
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Aún más lejos, en la hoja:
Sasuke se encontraba a cuatro patas sobre su cama. Itachi, atrás de él, lo sostenía de la cintura para impulsarse y lograr entrar todo lo que podía en el cuerpo de su amante. Su cabello, usualmente recogido en una coleta, caía suelto por su espalda y hombros, haciéndole cosquillas a Sasuke.
Este miraba el anillo de compromiso que brillaba en su dedo, en la mano izquierda y pensaba que dentro de poco sería su hermano quien se encontrara a cuatro patas ante él. Dentro de poco...
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Gaara se carcajeó.
– Conociéndolos estarán imitando a los conejos – dijo entre risas.
– ¡Ábreme, Gaara! – gritó el pelinegro aporreando la puerta – ¡Está lloviendo!
– ¿Ya tan rápido? – dijo al abrir la puerta.
– Me fui corriendo – explicó el mayor entrando y sacudiéndose – Envié dos halcones.
– ¿Por qué? Hubieras podido ir con Naruto y Minato a pie perfectamente. – No quería separarme mucho de ti – dijo como si nada – Además, pensé que estarían follando, como no tienen nada que hacer.
Gaara rio y negó con la cabeza, enternecido por su manera de decir las cosas a la ligera.
– ¿Qué? ¿Qué dije?
– Nada, nada. Vamos a preparar la cena juntos, no tardaste nada – tomó al otro de la mano y se dirigió a la cocina – Así que la carta estará por llegarles.
– Sí.
– Espero que el halcón no los interrumpa – dijo el pelirojo sin pensar en lo que decía.
CONTINUARÁ…