Suspiró. Una, Dos Veces…
La iluminada ciudad se extendía ante sus orbes negros, brillando como cada noche e invitándolo a perderse entre aquellas calles que prometían uno que otro tipo de entretenciones. Sonrió altivo y vagó hasta llegar a un café poco concurrido, entre los suburbios.
“Romantic Coffee”
Leyó en el letrero principal, haciendo una mueca de resignación antes de entrar por simple curiosidad. El lugar era lo contrario a las afueras, donde la música sonaba en cada local, llegando hasta la calle.
-Bienvenido, Extraño –Le sonrió una chica desde el mesón. Observó a su alrededor, una pareja conversando al fondo del lugar, iluminados por las tenues luces que contrastaban con el color vainilla de las paredes y la madera oscura del amueblado. –Puedes Tomar Asiento, no vamos a Morderte.
Asintió, caminando hasta una esquina, al lado de la ventana. A los pocos minutos, apareció la chica a su lado, con la carta de selección entre sus manos y una sonrisa algo macabra en sus labios.
-Sólo quiero un Café. –Dijo simple él, rechazando la carta. –Sin Azúcar, que me mantenga despierto es lo único que pido.
-Chico duro ¿eh? –y volteó, tan rápido como llegó, desapareciendo tras la puerta que debía dar a la cocina.
La noche parecía día, sin embargo el ambiente rústico y silencioso le invitó a quedarse. Sacó de entre sus ropas un cuaderno pequeño y una plumilla aferrada a un lado y sonrió, acomodándose en su asiento. Su mano se movía por si sola sobre la hoja, relatando una historia que simplemente le pasó por la mente y no volvería, quizás jamás.
El sonido de la loza contra la mesa de madera le hizo levantar la vista, esperando encontrarse con la extraña chica que le miraría de manera siniestra y se alejaría riendo, sin embargo frente a él se encontraba un chico de apariencia nerviosa, que le hizo una venia respetuosa.
-Aquí está su Café, Señor… -Masculló En un tono de voz apenas audible- si necesita algo más, no dude en llamarme.
Quizás fue la apariencia del chico, que le creó un antojo de comer algo dulce. Ladeó el rostro algo pensativo y antes de que llegara al mesón le encargó un par de galletas, algo más confiando al ver que la pareja del fondo se preparaba para retirarse.
-¿A qué hora cierran aquí? –preguntó de la nada cuando el mesero llegó con las galletas. Un leve rubor en sus mejillas, producto del vapor que emanaba el café, o el hecho de andar de por aquí y por allá limpiando las mesas, pero quiso creer que aquél sonrojo lo había creado él.
-Cuando toda la gente se vaya... –respondió. Se veía algo cansado, por lo que el sentimiento de culpa lo acechó, se sintió inoportuno.
-Me Apresuraré entonces, no te preocupes –el mozo dio un respingo y se apresuró a negar con la cabeza, indicando que no era una molestia ni nada. Por un momento se sintió feliz, debía volver más seguido.
Terminó su café y comió un par de galletas, sin quitarle la vista de encima. Dejó sobre la mesa el pago de lo consumido y un poco más, y escribió con la misma plumilla de antes, sobre una servilleta limpia:
“Ya que no queda nadie, te espero afuera”
Volvió a guardar el útil lápiz y sonrió, dejando el papel improvisado a la vista para salir del pequeño café, escuchando apenas una voz femenina que le murmuraba algo.
-Adiós, Perfecto Desconocido.
Simplemente sonrió y esperó en las afueras, sentado en la acera de la calle, ya no tan concurrida pero no menos luminosa y espero, hasta que la última luz de ‘Romantic Coffee’ se apagó.
-Espero no Haber Tardado demasiado… -Se encogió de hombros al oírle y reprimió una sonrisa, “demasiadas para una noche” pensó, poniéndose de pie e invitándole a caminar…