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La victoria del amor depende de uno mismo por Paz

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Notas del fanfic:

Otro más de mis fanfics antiguos, aún continuo con el año 2003.

La victoria del amor depende de uno mismo

Basado en Slam Dunk de Inoue Takehiko

Hana X Ru

By Paz

 

25 de diciembre, Nueva York

¿Qué tienen de especial estos días? ¿Por que la gente esta contenta? Meditaba un chico moreno, de ojos azules contemplando el discurrir de los viandantes por las calles iluminadas y cargados con paquetes de regalos, veía rostros sonrientes y niños felices que caminaban de la mano de sus padres.

Así lo veía él mientras contemplaba el discurrir de los viandantes por las calles iluminadas para la ocasión, cargados con paquetes de regalos, con rostros sonrientes y niños felices que caminaban de la mano de sus padres.

El frenético deambular de la gente entrando y saliendo de los distintos comercios, que iluminados y con guirnaldas de colores se volvían más llamativos, y que permanecían abiertos a pesar de la hora, lo que evidenciaba que los rezagados podían aprovechar para hacer sus compras en el último momento.

Nunca le gustaron esas fiestas porque siempre las pasaba solo, sus padres, constantes viajeros nunca estaban en casa, tal vez para no ver que tenían un hijo que necesitaba de ellos y del que no sabían como tratar.

Tampoco le gustaba acordarse de que su cumpleaños se acercaba para recordarle que pronto tendría veintitrés años.

Un año más, pensó con desaliento.

Caminaba con cuidado, esquivando a la gente que apresurada le llevaba por delante sin ninguna consideración y también para evitar resbalar en la fangosa aguanieve en que se había convertido la nieve pisada una y otra vez.

-Por qué tuve que venir a Nueva York? Ahora mismo podía estar tranquilamente en el interior de mi piso, delante de la chimenea encendida o durmiendo tranquilo se lamentaba olvidando por unos instantes del motivo que le había llevado a esa populosa ciudad.

De pronto un nombre galvanizó sus sentidos, solo por él estaba allí.

-¡¡Vamos, Hanamichi!!! –gritó una voz juvenil con un resto de risa.

A pocos metros él le vió. Allí estaba la persona que le quitaba el sueño, parado ante un escaparate, se trataba de una librería y parecía estar muy absortó en lo que allí exponían, un chico rubio se colgaba de su espalda.

-¿Vas a comprarme un regalo?

-No. El tuyo ya te lo dí pedigüeño, este es para un amigo.

-Es ese amigo al que quieres ver?

-Si.

Se ubicó de forma que él no pudiera verle, enrolló su bufanda, por encima de su boca para protegerse del frió y también para pasar desapercibido.

No aún, debía esperar que su amigo le dejara solo, metió las manos en los bolsillos y sus dedos palparon el pequeño paquete que llevaba consigo, sacudió los pies para entrar en calor.

Durante años se había negado a si mismo ser feliz, sabía lo que quería, más el temor a ser rechazado selló sus labios. Ahora, la soledad se le hacia cada vez más pesada y necesitaba sentirse amado. Por eso estaba allí, había viajado durante toda la tarde y cuando finalmente llegó a su apartamento, le dijeron que había salido y no sabían si iba a regresar, se sintió mal, la desilusión llenó de dolor su pecho, recorrer tantos kilómetros para buscar a la persona que amaba desde su juventud y no encontrarla era doloroso y frustrante.

Aunque todavía no tenía la seguridad de ser aceptado, estaba dispuesto a afrontarlo y por eso llevaba consigo ese pequeño envoltorio, un regalo para Hanamichi, y ahora la casualidad le ponía frente al pelirrojo.

Esta vez no estaba dispuesto a dejarle escapar. Le hablaría. Le diría que le amaba, que le amó desde el primer día. Que había sido un cobarde, pero ya no. Todo lo más que podía conseguir eran golpes e insultos por su parte y a eso estaba acostumbrado.

Volvió la mirada hacia donde esta Hanamichi y se sobresaltó al ver que no estaba a la vista, su mirada recorrió la calle en ambas dirección sin verle, creyó que le había perdido cuando se fijo que su amigo estaba parado a escasos metros de la librería, seguramente que había entrado. Se tranquilizó, dando un suspiro de alivio.

Aunque como siguiera mucho más tiempo ahí parado, iba a quedarse helado, pensó, sacudiendo manos y pies para entrar en calor. Hacia un tiempo infernal, durante toda la mañana estuvo nevando y ahora al anochecer el frío persistía.

Observó al verle salir que los años transcurridos desde que no le veía le habían dado madurez suavizando al tiempo sus rasgos, aún de perfil reconoció su rostro, además como olvidarlo, cuando su corazón le recordaba día tras día.

Ese corazón que no sabía que tenía y que  comenzó a latir acelerado cuando pasó a escasos centímetros de su lado, le vió girar el rostro y durante un par de segundos sus miradas conectaron creyendo que le había conocido, más enseguida volvió el rostro hacia su amigo y siguió caminando en dirección a Central Park.

Comenzó a andar siguiéndoles, intentando no perderle de vista entre aquella multitud, algo difícil, porque la altura del pelirrojo destacaba por encima de muchas cabezas al igual que él.

No fue consciente del tiempo que llevaban caminando, toda su atención estaba en el muchacho que caminaba diez metros por delante de él.

El amigo de Hanamichi parecía bastante alegre, y su paso levantaba algunas sonrisas, aunque otros inmersos en sus asuntos, le ignoraban por completo.

Se sorprendió cuando les vió tomar una de las avenidas de Central Park, pronto les vió acercarse a un grupo de cantores que amenizaban a los espectadores con canciones navideñas. Estuvieron allí durante poco más de una hora, luego, cuando los cantores comenzaron a dispersarse, se fijo que un adolescente se acercaba a ellos y saludaba efusivamente al pelirrojo mirándole embelesado, después los tres marcharon, cuando estuvieron fuera del parque, los dos muchachos se despidieron del pelirrojo y marcharon dejándole solo.

Durante un minuto quedo sin reaccionar, al ver que se volvía hacia donde él estaba  y caminaba seguro. Entonces recordó que ya había pasado a su lado y no le conoció, así que reemprendió sus pasos dispuesto a pasar de largo, para  reemprender su seguimiento en cuanto se adelantara unos metros.

-Vamos, Kitsune, ya has caminado solo durante mucho tiempo. –dijo deteniendo su avance y echándole el brazo por los hombros en un gesto amistoso cuando llego a su altura.

Quedo impactado y sin poder reaccionar.

-¿Me reconociste? –susurró aún impresionado.

-¿Cómo no conocer tú mirada? Solo sentí curiosidad por saber que hacías allí parado y encogido de frío. –dijo obligándole a mover los pies con una leve presión de su mano en su espalda- Vamos, necesitas tomar algo caliente.

Poco después estaban los dos sentados frente a frente en el cálido y ensordecedor ambiente de una cafetería, con sendas tazas de café acompañadas de unas raciones de tarta de fresa.

-Esta deliciosa –levantó la voz el pelirrojo para hacerse oír.

-Siempre te ha gustado el dulce… -recordó Rukawa.

-Qué te trae por aquí? Creí que estabas en Maine. –que él supiera donde estaba era un punto a su favor.

-Sigo allí, vine unos días a Nueva York aprovechando estas fiestas.

-Tiene lugares interesantes para visitar.

-No me interesan. –dijo rotundo.

-No? Que te trajo aquí entonces, si puede saberse.

-Una asignatura pendiente.

Sakuragi le miró sorprendido. Tenía entendido que ya había acabado sus estudios.

-No ese tipo de asignaturas –le aclaró al ver su desconcierto- Un asunto personal.

Hanamichi le hizo un gesto a la camarera que se acercó.

-Aquí no se puede estar.  Si quieres podemos ir a mi casa. –Pagó la consumición- Vivo a unas manzanas de aquí.

Volvieron a enfrentarse al frío de la calle.

-Es por aquí.

-Lo sé.  –Su mirada quedo fija de la suya, curiosa- Esta tarde estuve en tu apartamento. Me dijeron que no sabían cuando volverías.

-Fuiste a saludarme? Es todo un detalle. –en ese instante no cayó en la cuenta de cómo era que conocía su dirección.

-Quería hablar contigo.  –guardó sus manos sin guantes dentro de los bolsillos. El tiempo en Maine era mucho más cálido.

-Has venido desde tan lejos para hablar conmigo?  -vió su gesto de asentimiento- Debe tratarse de algo muy importante.

-Para mi si.

-Bueno, lo conversaremos en casa.  ¿Cuántos días pensabas quedarte? ¿Tienes lugar donde dormir? –preguntó rápidamente dando largos pasos para entrar en calor.

-Aún no. –contaba con quedarse con el pelirrojo si este le ofrecía un hueco en su casa.

-No importa, tengo una habitación vacía, puedes ocuparla el tiempo que quieras. –ofreció.

-Gracias. Acepto.  –se apresuró a acceder.

Cuando llegaron, el conserje al verlos juntos dijo.

-Ha encontrado a su amigo. –Comentó al verle entrar acompañado y mirando hacia Sakuragi añadió- Sin querer le dí un susto a su amigo. Creía que no iba a regresar.

Hanamichi le miró curioso.

-Esa era mi idea –rió alegremente- Un amigo siempre merece ser bien recibido.

-Lamento haber estropeado tus planes –dijo cuando llegaron al piso.

-No importa, prefiero tu compañía.  –no le aclaró que él era su plan, posó el paquete sobre un mueble del salón- Ponte cómodo, tengo encendida la chimenea, es eléctrica así que puedo dejarla así todo el día sin preocuparme de más.

Rukawa se quito su abrigo y la bufanda, debajo llevaba una traje de color negro y un jersey de lana.

-Venías preparado –dijo al acercarse para recoger su abrigo y la chaqueta del traje que curiosamente no tenía cuello ni solapas. Al verle tuvo que reconocer que vestía con elegancia, su apostura debía atraer a todas las chicas. Sin saber porque ese pensamiento le molesto. Ya había olvidado el sentimiento que le provocaba reconocer la admiración que despertaba a su paso Rukawa. Siempre se sintió resentido por ser el mejor y quien más admiración levantaba.

-A medias. –se acercó hasta la chimenea adelantando sus manos hacia el calor, este invadió sus miembros,  se sintió a gusto allí.

Se sentaron en sillones individuales junto a la chimenea.

-Lamento no disponer de una cena adecuada para esta noche. –dijo Hanamichi mirándole.

-No importa. No tienes necesidad de alimentarme. No vine por eso.

-¿A qué has venido?

Rukawa le observó en silencio. Su actitud le recordaba al muchacho que fue. Parecía molesto y no sabía porque. 

-Creo que ya conozco la respuesta. Siento haberte molestado –se levantó dispuesto a marchar.

-Discúlpame si he sido grosero. –se levantó y le tomó del brazo consiguiendo que volviera a sentirarse- Quédate, por favor! Te prometo estar amable y simpático. Seré un anfitrión modelo.

Una sonrisa distendió los labios de Rukawa. Hanamichi sintió como si recibiera un golpe en el estomago, verle sonreír le dejo sin aliento. Por Kami, su rostro resplandece, si sonriera más a menudo tendría a hombres y mujeres a sus pies. Verla le hizo comprender que él debía ser el primero en arrancar una sonrisa de esos labios y ese pensamiento aplacó su anterior inquietud.

-Deberías sonreír más a menudo, Rukawa.

-No suelo tener motivos para hacerlo –confesó.

-¿Y ahora?

-Tú siempre has conseguido hacerme reír –reconoció.

-¿Siempre?

-Si.

-Nunca te he visto.

-Ni tú ni nadie. Solo lo hago interiormente.

-Ah, comprendo. El Rey del Hielo tiene que mantener su imagen.

-Podría ser, solo que no tengo ninguna imagen que conservar. Soy así.

-¡Qué triste! ¿Quién te hizo así?

-La vida…, las personas…, yo mismo… no se, tal vez todos un poco. –se encogió de hombros con cierto desanimo.

Esa noche, al calor de la chimenea, Hanamichi y Kaede hablaron acerca del pasado y de sus sueños y poco a poco empezaron a conocerse mejor.  Cuando se dieron cuenta empezaba la claridad del nuevo día.

-Vamos, Kitsune, te estas quedando dormido… -le tomó del brazo y le condujo hacia su dormitorio, después de enseñarle el resto del apartamento para que conociera su distribución e hiciera uso de lo que considerara necesario, le dejó uno de sus pijamas deseándole felices sueños.

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Hana llamo suavemente a la puerta del dormitorio de su invitado, al no recibir contestación abrió y entró con cuidado.

Se quedo un rato contemplándole dormir. Sabía que no tenía sentido seguir negándoselo. Reconoció el sentimiento que sentía por él, que una vez más salía de su pecho para florecer con fuerza.

-Ai shiteru, Kaede… -acarició sus cabellos revueltos y salió tan silenciosamente como había entrado.

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26 de diciembre, Central Park

A las diez de la mañana un adormilado joven asomó su cabeza en la cocina, encontrando al pelirrojo muy atareado.

-Buenos días… -saludó volviéndose de espaldas para ocultar un descarado bostezo.

-Buenos días… -respondió con una amplia sonrisa- Siéntate, tengo tu desayuno en un instante.

-Por mi no te molestes, con un café tengo suficiente.

-No es ninguna molestia. Además anoche fui descortés contigo, no te ofrecí cena y tienes que estar hambriento. Aquí suele hacerse algo especial y bueno, como no contaba con estar en casa, no hice nada. Hoy es diferente, -le acercó un plato con tortitas dulces, caramelo líquido, tostadas calientes, mermelada, zumo de naranjas exprimidas en cuanto le sintió llegar, café o té, panecillos calientes, huevos revueltos, salchichas y tiras de jamón entreverado.

Rukawa abrió mucho los ojos, ante la cantidad de comida que ponía delante suyo, ante la vista de tantos alimentos, se dio cuenta que estaba realmente hambriento y comenzó a servirse de todo ante la satisfacción del pelirrojo.

Se sentó frente a él.

-He pensado que no te puedes marchar de aquí sin conocer la ciudad, así que prepárate, porque te llevaré a verlo todo.  Si te das prisa, en acabar con todo, tendremos tiempo de ir a patinar.

-Lo siento, no puedo. Soy bastante torpe y si me caigo…. Aún no estoy repuesto de mi lesión y tengo que tener cuidado.

-Es cierto… leí que te habías lesionado.  Lo siento, lo había olvidado. Entonces, veras como se divierte la gente. Necesitas distraerte, nada de seguir pensando en el basquetball.

Rukawa asintió, sin decirle que para él se había acabado el juego de competición. Una hora después paseaban por una calle peatonal adornada con hermosas fuentes y conjuntos florales acordes a las fiestas navideñas.

Hanamichi le iba contando todo lo que sabía sobre los edificios o la zona por la que pasaban, hasta que finalmente desembocaron en la pista de patinaje sobre hielo, detrás se veía la impresionante estatua de Prometeo y el árbol de Navidad más grande del mundo.

Encontraron un hueco cerca de la pista y Rukawa se quedo allí sentado, mirando a los patinadores, observó parejas de enamorados, jóvenes adolescentes y pequeños de todas las edades que pasaban un agradable momento luciendo sus habilidades y como no de pronto, una centella paso por delante de su ojos haciéndose notar. Intento ignorarlo. Volvió a pasar, balanceando una pierna como si fuera en patinete. Fingió no haberle visto, durante la siguiente pasada, Hanamichi iba haciendo giros y pequeños saltitos, se notaba que tenía práctica porque no había ningún titubeo en sus movimientos. Realmente era fantástico. Su siguiente intento de llamar su atención, los dos sabían que ya la tenía, fue patinar hacia atrás,  Kaede ya no pudo seguir evitándola y dejo escapar una alegre carcajada. Hanamichi que seguía patinando de espaldas perdió el equilibrio y cayó sentado sobre la dura pista.

Asustado por su seguridad corrió hacia el borde, acercándose lo más próximo  a él que le permitía la barandilla.

-Te has lastimado? –inquirió preocupado.

-¿Por qué te reíste? –inquirió levantándose y sobándose el trasero, aún maravillado por el milagro de oír al Kitsune reírse con tanta naturalidad. Era un milagro verle sonreír y reír en tan corto espacio de tiempo.

-Porque eres un payaso.  ¿Vas a seguir haciendo el tonto? –interrogó serio.

-Creo que por hoy tengo bastante. Recuerdo que te gusta la música, vayamos al Central Park, dan una serie de conciertos, con motivo de las fiestas. Normalmente es en verano cuando  el público puede asistir gratuitamente a los conciertos y operas, hoy es algo extraordinario. Espera voy a cambiarme los patines. Vuelvo enseguida.

Media hora después le encontró rodeado de jovencitas que le miraban encantadas al ser reconocido. Cuando le vieron a él al instante se vió rodeado de admiradoras, las sonrió a todas, firmó autógrafos y con una encantadora sonrisa las despidió.

-Marchémonos antes que vuelvan a reconocerte –dijo riendo.

-Y me lo dices tú que se han ido corriendo a tus brazos.

-Es que chicos lindos como nosotros no deberíamos salir a la calle. ¡Somos irresistibles! –reía alegremente al ver la expresión sorprendida de Rukawa.

-Alguna vez hablas en serio?

-Siempre hablo en serio –le pasó el brazo por los hombros con toda familiaridad y siguió haciendo bromas, algunas a costa de él, otras sobre si mismo.

Atravesaron los distintos caminos Rukawa se sorprendió que a pesar del frío que hacia el lugar estaba lleno de paseantes o deportistas.

Pero lo que más le llamaba la atención, era la actitud de Sakuragi, actúa con él como si fueran amigos de toda la vida, y bien sabían los dos que nunca lo habían sido y que posiblemente, cuando le hablará de su asunto, le saque a patadas de su casa.

Hanamichi observa el rostro de Rukawa y le nota triste, preguntándose que es lo que le preocupa. ¿Acaso ese asunto que quiere tratar con él? No iba a  apremiarle a hablar. Cuando él  se decidiera, él estaba ahí para escucharle. Posiblemente, es a causa de su lesión. Tiene que sentirse muy solo, cuando ha acudido a mi, realmente es triste vivir sin amigos, yo lo seré y le haré ver que podemos ser más que dos conocidos que se encuentran por unos días.

-Mira ahí tenemos un espacio libre –le señala un pequeño hueco bajo el resguardo de un frondoso árbol que milagrosamente ha mantenido el suelo seco. Se sentó con la espalda apoyada en el tronco y le hizo un gesto para que se siente delante de él, no muy seguro de si iba a aceptar.

Rukawa no duda ni un instante, es más enseguida se apoya en su pecho y susurra:

-Ummmh que cómodo respaldo.

-Todo tuyo, Kitsune. –le susurra al oído.

-Gracias.

La orquesta da comienzo a su repertorio, junto a ellos todo es silencio, abstraídos con los sones que suenan de violines, oboes, tubas, platillos y muchos otros instrumentos que la distancia no les permite ver, pero si reconocer sus tonos.

Rukawa sigue la música con los dedos, marcando sobre la rodilla de Hanamichi que es lo que tiene bajo la palma de su mano.

Durante dos horas se suceden partituras de Beethoven, Bach, Vivaldi, Verdi, Strauss.

-Te estoy agradecido… -murmura Rukawa con los ojos entrecerrados.

-¿Por qué?

-Porque es hermoso.

-¿Tú eres hermoso… -se le escapó.

-¡¡¡Eh!!!!!  -echó hacia atrás la cabeza para mirarle.

-Quiero decir que es hermoso que pienses así –se apresuró a aclarar, intentando salvar el lapsus sufrido.

Rukawa asintió volviendo su atención a la música. Se reacomodó para apoyar la cabeza en su hombro. Se sentía estupendamente allí, a su lado, con sus manos sobre las suyas para proporcionarle calor. Su cuidado le enternecía. 

-Las tienes heladas –dijo como si leyera sus pensamientos.

Asintió falto de palabras.

Fue un día completo, pasearon, corrieron, hablaron, visitaron famosos edificios y finalmente, subieron al mirador del Empire, Rukawa quedo sin aliento cuando el ascensor subió los ochenta pisos en menos de un minuto, y aun sin recuperarse tomaron el siguiente que les llevo seis pisos más arriba hasta el mirador, ellos salieron a la terraza exterior, a pesar del frío. Desde allí vieron la ciudad a sus pies.

-Es increíble.

-Si quieres podemos subir al piso 102, estaríamos al pie de la antena más grande del mundo, por lo menos es lo que dicen ellos.

-Creo que por hoy ya he tenido bastante.

-¿Te has asustado? –le provocó riendo.

Y Rukawa le demostró que no era así y cuando estuvo arriba no se arrepintió. Aquello era monstruoso pero increíble.

-67 metros de alta y 70 toneladas de peso, sirve a todos los canales del área metropolitana –le explicó Hanamichi mientras veían la estructura de acero.

-¡Genial!! –se paso los brazos por delante protegiéndose del viento que allí soplaba fuerte.

-Vamos, por un día ya esta bien –dijo pasándole el brazo por los hombros y atrayéndole contra su costado.

Rukawa se sentía tan a gusto que no protestó. Haría cualquier cosa que él le pidiera, como si quería ir a la luna.

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27 de diciembre

-¿Que tienes pensado para hoy? –preguntó mientras tomaba su desayuno.

-Por la mañana un paseo en barco, luego improvisaremos sobre la marcha.

-¿Paseo en barco?

-Si, te gustará.

Rukawa lo miró en silencio, pensó que yendo con él le gustará cualquier cosa. Esa situación le resultaba francamente idílica y temía romper la hermosa relación que estaba surgiendo en ellos si el hacia su declaración. Esperaría hasta el último día, así al menos, si le rechazaba, tendría bellos recuerdos de Hanamichi y él juntos para seguir adelante con esas vivencias.

Esa mirada triste le rompía el corazón, quería abrazarlo fuerte y consolarle, decirle que estaba a su lado, que nunca permitiría que nada le entristeciera.

-Alegre esa cara, que no voy a llevarte al matadero. –dijo alegremente- Solo es un viaje. –intento animarle, su sonrisa le recompensó.

Durante tres horas recorrieron toda la isla de Manhattan, una guía iba explicando lo que se veía desde tierra, él solo miraba ocasionalmente hacia la costa, aunque no se sentía muy feliz y mucho menos animado, poco después de comenzar la travesía comenzó a sentirse mal y ponerse más pálido de lo que ya era.

-Hanamichi, creo que me estoy mareando.

-Lo siento. No sabía…  -su palidez le sobresaltó.

-Tranquilo, yo tampoco.

-Quieres que te traiga algo?

-Si tomo algo más, será peor. Me quedaré aquí quieto. -Se sentó en un banco, junto a la ventanilla e inclinó la frente en el cristal, el frío le alivió un poco.

-Ven, apóyate en mí –dijo pasando su brazo por su espalda y manteniéndole junto a su costado, sintió el ahogado suspiro de Rukawa y su suave respiración en su cuello.

Cuando concluyó la excursión, Hanamichi resolvió volver al apartamento, parando a un taxi que les llevo sin dilación.

-Lamento haber estropeado tus planes…

-No lo sientas… ahora, acuéstate y solo piensa en recuperarte. Te traeré un té para que te asiente el estomago.

Rukawa se dejo cuidar por el pelirrojo que se mostró atento con él, pendiente de sus menores deseos, hasta que se quedo dormido y ya no despertó durante el resto de la tarde.

A las diez viendo que seguía durmiendo se acostó él.

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31 de diciembre, Nochevieja.

Los dos últimos días había sido una carrera contra el tiempo, un frenesí de locos. Hanamichi llevándole de un lado a otro enseñándole todo lo que la ciudad ofrecía al viajero, vieron museos, recorrieron Central Park en un simón, después de la experiencia en el barco, Hanamichi desistió de llevarle a conocer esta vez desde el aire Manhattan. Claro que el helicóptero podía descender más rápido que el barco. Aun así decidió no proponerlo. En cambio, si le llevo a conocer Chinatown, estuvieron en el zoo del Bronx donde Rukawa se divirtió como un chiquillo, dando la impresión que era la primera vez que iba a uno. Se sintió feliz de haber acertado con su gusto.

En esos días fue descubriendo que bajo el Rukawa taciturno, había otro, más asequible y confiado, ansioso de cariño y él estaba dispuesto a dárselo.

-Este tensai es un cocinero excelente. –presumió como en los mejores años de su adolescencia- La cena de esta noche será para chuparse los dedos.

-Tendré que tener cuidado, no sea que me aficione a tu comida y no desee marchar –dejo caer.

-No me importaría.

-En serio?

Aha.

Rukawa no se atrevió a seguir insistiendo en ese tema. No quería esperanzarse para luego llorar.

Hanamichi tenía razón su cena fue pantagruélica y quedaron ahítos.

-Espera, un instante…, tengo algo para ti –murmuró Hanamichi.

Al poco rato, Rukawa le vió regresar con un paquete, al ver la bolsa que apartaba reconoció el paquete con el que salio de aquella librería la noche en que le encontró.

-¿Para mí? –preguntó sorprendido, recordando que le había oído decir que era un regalo para un amigo. No podía tratarse de él y sin embargo, su corazón latió acelerado.

-Si…, cuando lo ví me acorde de ti.

-“La caza del zorro” –leyó Kaede y al instante soltó una alegre carcajada- ¿A quién querías cazar?

-A cierto zorrito esquivo.

-Ah y lo has cazado. –ya no había dudas, él sentía lo mismo.

-Creo que si.

-No fui sincero contigo. No vine solo por unos días, tenía intención de establecerme aquí.

-¿Y habías pensado donde quedarte?

-Bueno… hay un cazador de zorros intentare dejarme cazar.

-Kaede…

-Hanamichi…

Escuchar sus nombres de sus labios, les resultó dulcísimo, se acercaron despacio, Hanamichi acarició su rostro que lucia una esplendida sonrisa.

-Así quiero verte siempre, no quiero ver la tristeza en tu rostro.

-Nunca más la veras, porque ahora tengo la certeza que necesitaba. Vine para decírtelo, porque no quería pasar más tiempo solo, porque te amaba demasiado y había perdido demasiado por cobardía. Ai shiteru, Hanamichi.

-Ai shiteru, Kaede.

Un tierno beso les unió y desde lejos, empezaron a escucharse el repique de campanas que anunciaban la llegada del nuevo año.

-Yo también traje un regalo para ti –se desprendió de sus brazos y fue a buscarlo.

Al instante regresó con un pequeño paquetito que puso en las manos de Hanamichi. Quien rompió la envoltura para encontrarse con un estuche negro, al abrirlo, en un fondo de terciopelo rojo, un anillo de plata repujado con las iniciales de ambos.

-Y el tuyo…? –un brillo de lágrimas asomó en sus ojos.

-Lo tengo conmigo… -de una cadena que llevaba al cuello, colgaba un anillo idéntico. Lo sacó y se lo dió. Hanamichi se lo puso en su dedo y él hizo lo mismo con el suyo.

-Son preciosos. Como sabías que aceptaría?

-No lo sabía.

-Mi hermoso Kitsune, eres demasiado bueno para dejarte escapar. –una sonrisa traviesa asomó en sus labios- Feliz cumpleaños, Kaede.

-Es cierto, hoy es el día más feliz de mi vida y nunca más pensaré que no debería haber nacido, porque sino no te tendría a ti, mi querido, Do’aho.

-A quien llamas Do’aho? –preguntó con una media sonrisa al tiempo que se echaba sobre él.

-A ti, ¿ves a alguien más? –inquirió a su vez.

-Solo a un kitsune que busca pelea.

-¡¡Ah si, y como se la darás? –preguntó provocativo.

-Así, -cayó sobre él y comenzó a besarlo, y acariciarlo, suaves gemidos y suspiros se escaparon de sus gargantas y sus corazones latieron al unísono una canción de amor. Su historia de amor empezaba esa noche.

Fin

De 31 de diciembre de 2003 a 1 de enero de 2004 02:40 a.m.

 

Quise hacer algo especial  para Rukawa en el día de su cumpleaños. ¡¡Feliz Cumpleaños, Kaede!! Mi chico favorito.

 

Paz

Notas finales:

Creí haberlo corregido correctamente, pero al parecer han quedado algunos acentos sin poner... disculparme si veís más gazapos de esos.


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