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Erase una vez por cucaracha

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Notas del capitulo:

Perdooooooooooooooooon por tardar tanto en actualizar, un problema cerebral intenso y tengo estupidez incurable, no prometo actualizar tan seguido pero si prometo no volver a desaparecer tan chacalosamente.

Por cierto, nomás para que lo sepan, los personajes de Yu gi oh no son mios, se resisten los condenados, es sin fines de lucro y de todos modos no creo que alguien quisiera pagar esto... pero el día que sean mios TENDRAN QUE PAGARME PORQUE NO SE LOS PIENSO PRESTAR JAJAJAJAJ WAJAJAJAJAJA

“Gracias por existir.  Porque tú estás en este mundo es que puedo seguir adelante en él yo también.  Deseo con desesperación que puedas encontrar la felicidad en tu camino y que cada proyecto de tu vida sea exitoso. Es lo mínimo que mereces por haberle dado un sentido a mi existencia. Gracias. JW”

Maldita sea.

Lo que estaba sobre el escritorio fue lo primero en caer. El escritorio fue volcado. El teléfono arrojado contra la ventana y los floreros se estrellaron en diferentes direcciones. Las botellas de los caros licores se estamparon contra el librero, las finas botellas explotaron en arcoíris multicolores de pequeños cristales para posteriormente ser pisoteados; los valiosos, exóticos y perfumados líquidos se mezclaron y quedaron adheridos a papel, madera, alfombra y pared por igual. Una de las sillas no resistió la presión del golpe contra la pared y cayó rota, las demás le siguieron segundos después. Los restos de madera se esparcieron por todo el sitio  y poco a poco se le fueron uniendo trozos de cerámica, cristal, papel, flores, tornillos y plástico. Algunas cosas tuvieron suerte y no fueron destrozadas a pesar de chocar una y otra vez contra lo poco que aún quedaba en pie: los cojines fueron unas de esas afortunadas cosas pero fueron arrojadas por la ventana y el resto de los sillones fue apuñalado con una botella quebrada. Las plumas volaron libres por toda la habitación como una pequeña fiesta de nieve y recorrieron todos los rincones juguetonas mientras los cuadros eran destruidos con meticulosidad y unos libros se estampaban pesados en la puerta.

Maldita sea.

 “Gracias por existir...  un sentido a mi existencia…”

Maldita sea

Necesitaba destrozar algo más, estampar la cara de él sobre el pavimento y esparcir sus sesos con sus zapatos, necesitaba arrancarle la ropa al estúpido perro y saciarse de él día y noche hasta el final de los tiempos, necesitaba dejar de sentirse miserable por un trozo de papel, necesitaba la saliva de Joseph en su boca, necesitaba dejar de pensar y a su vez planeaba múltiples formas de asesinar  a ese. Necesitaba calmarse. Había leído la carta una y otra vez incapaz de comprender que veía Joey en ese, un sujeto sinmérito alguno y no que Joey tuviese muchos méritos encima tampoco pero… pero era suyo… suy… o… ¿Cómo pudo trastornarse de ese modo? Reconocía que era un poco insana la necesidad de Joey cuando apenas tiempo atrás le aberraba todo cuanto tuviera que ver con el perro. El odio insaciable hacia él, hacia la persona que consideraba reunía todas las características de lo que más odiaba en el mundo. Era la viva expresión de todo lo que deseaba destruir.  Ahora se hallaba en una vorágine de deseo, culpa y decepción. Estaba ansioso.

Después de haber leído la nota sus noches se volvieron tormentosas ilusiones de Joey recitándole al oído, de Joey parado al lado de su cama, de Joey todo sonrojado y lloroso diciéndole cuando le deseaba. En sueños ya no era a él a quien se le declaraba, ahora siempre se detenía frente suya y después de confesarle su amor se arrojaba a sus brazos dispuesto a todo.  Era perfecto, sublime, ahí no existía él ni ningún otro, sólo ellos dos. Se despertaba aún más ansioso y desesperado tanto por sucumbir a sus instintos animales y olvidarse de todo inclusive de su hermano, Mokuba, que al final de todo era la causa principal de su odio hacia el mundo y en especial de su ansiedad hacía Joey.

Antes de acostarse, por las noches, recitaba las palabras de la nota como una letanía, una oración, rogando un día escucharlas de los labios de Joseph directamente en su oído, no pedía mucho, casi nada. Soñaba deseos reprimidos y al día siguiente se enfrentaba a la existencia de un Joey que babeaba por la existencia de otro cabrón. Todos los días se afirmaba así mismo que el perro era suyo y lo sería por siempre. Iba a la escuela, lo vigilaba y cada que podía se acercaba discretamente, permanecía quieto a su lado protegiéndolo sin saberlo con su sola presencia de las alimañas y poco a poco, al estar cerca de él comprendió cada detalle, cada cambio y por supuesto descubrió lo increíblemente equivocado que estaba al etiquetarlo. Cada día se aseguraba de dejarle claro al rubio que Seto Kaiba existía en el mismo mundo que él y esperaba dentro de su alma que el rubio también fuera feliz por su existencia.

Notas finales:

Mi mala suerte es tan mala, pero tan mala que incluso se atreve a abandonarme...


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