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Erase una vez por cucaracha

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Notas del capitulo:

Mmmm pues nada, estoy haciendo una campaña conmigo misma llamada "la cabeza en el cielo, los pies en la tierra" y no sé trata de nada fuera de lo ya conocido: si me es imposible creer en algo escrito, no se debe a que eso sea malo, increible o culpa del escritor, sino que es culpa mia por tener tan poca imaginación, es mi culpa por no poder imaginar que tal situación o "x" pueda llegar a ser. En otra palabras, dejaré de estar chingando con frases como "eso no puede ser" " eso no puede pasar" "eso es imposible". Es un cambio de actitud, más que nada, enfocada a ver porque critico tanto lo que critico y a respetar lo que los demás escriben. Más adelante les comentaré de que trata.

Y es que él quiere estar cerca del perro. Quiere respirar su aliento. Besar su frente. Beber de él, saciar la sed con él, vivir de él, por él, para él… con él. Pero el perro se aleja. Va en busca de los sueños de ese idiota, busca otra realidad diferente a la que él le ofrece. Todos los días han sido un infierno, en su mente al iniciar el día siempre el repaso de los acontecimientos, por la mañana: Mokuba herido y asustado, Mokuba enfermo y encerrado, Mokuba rehabilitado, Mokuba en casa, Mokuba en la escuela, Mokuba normal. Por las noches: Wheeler sonriendo, Wheeler frente a él confesando sus sentimientos, Wheeler siendo Wheeler, Wheeler y la carta, Wheeler sentado frente a él en la biblioteca, Wheeler compartiendo el almuerzo, Wheeler quitándose la ropa… y en ese punto ya está alucinando, lo sabe pero no le importa.


Y es que él lo desea. Se ha acercado a Joey, son amigos, son cercanos…son. Ya no es sólo el perro, el enemigo, el vago, el mimado. Sabe que Joey, el cachorrito, no es ningún mimado, que la mayor parte de sus sonrisas son inventadas para salir del paso, sabe que el cuerpo de Joey tiene cicatrices que no deberían estar ahí, en esa piel tan anhelada. Sabe que en algún lugar del mundo hay una madre sin alma capaz de dejar atrás un hijo sin remordimientos sólo porque se parece al padre, sabe que en otra parte del mundo hay una niña pelirroja que pronto no podrá distinguir entre el color de su pelo y el negro eterno de la noche, que en algún punto del mundo está el padre de Joseph reclamando hasta la última gota de alcohol que haya. Sabe. Y duele. Porque la mayor parte de las cosas que sabe Joseph no se las ha dicho, Joseph no le dice nada.


Y es que él quiere protegerlo. Incluso de él mismo, de sí mismo, de él, de todos y del mundo. El mundo de Joey es tan frágil. Siempre está caminando sobre un hilo para no saltar sobre la yugular de nadie. Se controla, respira y sueña. Ahora está cerca de Wheeler, De Joseph, de Joey, del perro, del cachorro, del vago, del gamberro, del amigo, del hermoso ser humano que puede llegar a ser. Cerca de cada una de las caras del rubio, de todas sus facetas, incluso de las que cree que están guardadas bajo llave en una caja de metal bajo su cama desarreglada en el pequeño cuarto bajo la escalera de su destartalada casa que no hace nada por cumplir las funciones de hogar.


Y es que el desea saber todo de él que lo sigue, lo acosa, lo vigila. Nadie tocará lo suyo, sólo él. Ya no se cuestiona sobre lo que siente: amor, obsesión, deseo, ambición, necesidad. Lo siente todo y ya. Ya no hay remordimiento por haber invadido su privacidad. Ya no hay vergüenza por la necesidad de Joey, ni miedo ni nada, sólo el dolor de saber y saber. Joey es tan físico que lo tiene al alcance de la mano pero tan digital que lo ve a través de una cámara. Joey es tan cercano a él como la fotografía que tiene bajo la almohada y en el buró junto a su cama. Y es que Joseph no se deja. Él se acerca y el perro se va. A veces cree que es un juego absurdo de tira y afloja. A veces cree que ya lo ha perdido para siempre. A veces sueña y cree que aún lo odia. A veces cree que Wheeler no sabe que existe. Y cuando la angustia y el dolor le carcomen, cuando ya ni la presencia y seguridad de su hermanito lo mantienen tranquilo, cuando está al borde del colapso, de la crisis y de destruir el mundo a base de bombas, entonces y sólo entonces el cachorrito regresa a él, le sonríe, le regala caricias que parecen de amor y vuelve a caer en el letargo que es respirar la vida de Joseph Wheeler.


Y es que lo ama. Ama cada poro de su cuerpo, cada cabello de esa atolondrada cabeza, cada bello de esa piel también amada, cada uña y partícula de pelusa que ha tocado su cuerpo. Ama los garabatos que hace pasar por letras, las pestañas coquetas que cubren sus ojos también coquetos, ama hasta el polvo que sacude de su ropa. Le ama con la misma intensidad que algún día ya olvidado le odio por ser un perro callejero demasiado feliz ante sus ojos. Le ama que está dispuesto a todo por poseerlo, a él, todo él. Dispuesto a todo, menos, a cederlo.

Notas finales:

¡ho! me he topado con casos de mala suerte un poco slidos de panza, por ejemplo, el señor del autobus que tomé un día que y creí que me iba mal. Al subir al autobus, inmediatamente, es detenido por agentes de transito, logró salir indemnde....y se fue tranquilo hatsa unos cuanto kilometros adelante, por donde yo iba a bajar, chocó, golpeó al carro de enfrente y tuvo que pagar....y me bajé pensando que quizá hay personas a las que la mala suerte las persigue ¡todo el día!


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