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Erase una vez por cucaracha

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Notas del capitulo:

haaaaaaaaaaaaaaaaa

Ahí está. Donde siempre ha estado. Al frente, al lado, en el pasillo del fondo, por la ventana, en su mente, en cualquier parte pero no en sus brazos. Y ahí es donde lo necesita…. Y lo necesita ahora, no mañana que quizá sea tarde. No cuando se vaya con ese. Y no se irá. No puede… no debe… no se lo permitirá.

Maldito perro etéreo, corrosivo, volátil, frágil, desesperante… y adictivo.

Le ha seguido a todas partes. No le deja. No deja a solas ni a su sombra. Vigila sus sueños, sus pasos, sus ojos. Por completo. Y le dan ganas de encerrarlo en una jaula… o en su cuarto, lo que suceda primero. Ahora, con más ansias, con más desesperación. Ha visto su cuerpo desnudo y no ha sido a través del lente de una cámara, no, fue en vivo y a todo color, en la clase de deportes, en los vestidores. No ha sido el único pero eso no es lo importante (un poco frustrante quizá) ni, por poco, lo más alucinante. No sabe (ni quiere) lo que sentía o miraba Mokuba al drogarse pero cree qué él, de hacerlo alguna vez, probablemente alucinaría con el perro desvistiéndose lento, suave, tímido, como cuando se abre un paquete especialmente valioso y frágil… y con cada prenda cayendo, el aroma (ya no olor) de Joseph impregnándolo todo….o quizá a Joey en el baño (y no esas duchas de agua helada que suele darse día si y día también). En su baño, su cama, su… y ahí otra vez se ha perdido.

Lo recuerda de nuevo. Claro, nítido. No podría olvidarlo jamás. Es el vestidor de nuevo, el día del examen físico. El entrenador ordena medir, pesar y chequear a detalle, deben estar en ropa interior. El que esté listo que pase al frente. Todos cuchichean, nadie se mueve. Su cerebro hace “click”. Joseph. Discretamente busca un casillero para guardar sus cosas, el casillero junto al perro. Los “amiguitos” hacen bromas pero todos siguen fingiendo que se desnudan, las ropas siguen en su lugar. Observa fijamente, a detalle. Se percata. Primero el nerviosismo, la inseguridad en los ojos dorados. El titubeo que baila en las largas pestañas. Las pálidas manos, temblorosas, quitando el primer broche del saco del uniforme, el más difícil. En este punto mientras el broche va desprendiéndose la respiración en los pulmones de un imperceptiblemente atolondrado Kaiba se ha detenido. La misma mano, la pálida y temblorosa, recorre con los dedos el cierre del saco y lo baja. Cuatro universos fueron creados durante el tiempo que tardo en bajarlo. Se quita el saco, y en el primer botón de la camisa, se detiene. A alguien le van a explotar los pulmones de tanto aire contenido, ese mismo alguien que no se percata de nada porque ¡lo puede jurar! Con una mano sobre sus cartas, la otras sobre su compu y las dos sobre el cuerpo de su hermano: Joseph lo ha mirado. A través de ese bosque de finas pestañas, ha levantado ligeramente el mentón, los párpados han temblado en lentos pestañeos. Joey lo ha mirado. Con ese mar de oro encendido. Y uno a uno los pequeños botoncitos blancos fueron separados de su ojal.

Y Kaiba ya no distingue entre morir de un infarto o morir de asfixia, en ese momento estaba sufriendo las dos cosas. Y es que Joey está levantando la camiseta, y el vientre está siendo revelado, para cuando el ombligo veía la luz el cerebro de Seto Kaiba sólo repetía: cierra la boca, ciérrala, ciérrala. El abdomen, el pecho y sus… (y la saliva de boca y garganta se secó) pezones. Y la tela blanca subió por el cuello, la cabeza y quedó, floja, colgando del brazo izquierdo de Joseph.  Y después el pantalón se escurrió por las caderas, las piernas….¡las ´piernas! Los pies y finalmente Joey estuvo listo para ser devorado. Y Kaiba está seguro de haber alucinado esa última parte cuando al dar un paso al frente el perro sonrió, ya no tenía nada del nerviosismo inicial, sonrió, colgó su pantalón en su casillero y se dio la vuelta. Y caminó con la espalda firme y orgullosa de ser la primera en pasar al frente.

Seto Kaiba se enamoró. Por milésima vez. Perdidamente. Beberá de sus manos lo que sea, besará la planta de sus pies y cada uno de sus dedos si Joey se lo pide. Y no fue porque su cuerpo en 3D era demasiado ardiente para creerlo ni para contenerse. Tampoco porque sus ojos le dijeron claramente que sabía todo cuanto Kaiba hacía en “secreto”. No, no fue por nada de eso. Fueron las marcas. Lo hacían real. Dudó, si, al principio, cualquiera lo haría ante la idea de mostrarse desnudo. Pero lo hizo, caminó soberbio, mostrándole al mundo que no se doblegaría ante las cicatrices ni moretes ni a la historia de violencia que había bajo cada una de ellas. Al ver esa espalda erguida avanzar al frente, marcada y lacerada pensó en sí mismo, en su pasado, en la vida de su hermano y en la condición que lo encontró. Las huellas que Mokuba tenía no las borraría ni el jabón ni los tratamientos, la vergüenza en los ojos de Moki, el miedo y la frustración por tener cada una de ellas seguiría acosándolo hasta el fin sus días. Amó al perro por su valentía,  tener los huevos bien puestos donde van y vivir a pesar de la vergüenza. Esto es Joseph Wheeler, decía esa espalda, tómalo o hazte a un lado. Y Seto Kaiba quería tomarlo, todo de él.

No le contestó a nadie las preguntas. A todos les sonrió con la sonrisa más complicada que le conocía (y le conocía todas). Decían dos cosas : primero métete en tus asuntos y después métete esa lástima por donde ya sabes. A sus amigos les dijo que eran de guerra. Pero él sabía, sus cámaras no sólo captaban los momentos cuando Joey se masturbaba, sino, también aquellos momentos cuando su padre borracho, drogado, perdido descarga en el cuerpo de su hijo lo que le carcome el alma. Y Joey nunca gime ni llora ni se retuerce ni ruega ni suplica ni se desmenuza en la miseria, autocompasión o lástima. Siempre lo mismo. Recibe la paliza, se ducha en agua fría y olvida y sigue adelante. Y él enloquece y lo ama y lo desea y desespera. Mokuba ni con todo su apoyo puede olvidar, él tampoco puede, ni con todo su poder, dinero e inteligencia. No hay olvido ni alivio ni venganza. Uno no se puede desquitar con los fantasmas y tampoco con los inocentes. Y lo admira, y lo calma el recuerdo de Joey desnudándose. Sueña con esa espalda marcada, erguida, orgullosa…. Poderosa…. Demasiado bella, demasiado real, demasiado lejana.

Su imperio, poder, dinero y todo lo demás por pasar su lengua en esa espina dorsal, por toda ella. Sus días por contar las marcas con los labios. Y entregaría todo, las patentes y hasta el polvo de KaibaCorp por marcar los dientes en esa nuca. Halar con fuerza su cabello mientras succiona la piel de su clavícula, la quijada, los pómulos y, por supuesto, su boca. Y si, para este punto ya no sabe si piensa, sueña, alucina o se ha vuelto a quedar perdido….

Notas finales:

no tengo excusa ni justificación


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