Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Íntimos desconocidos por lorZii

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Ante todo, quisiera pedir perdón por mi nula capacidad para escribir, espero que me entendáis, llevo unos 5 años sin escribir más que lo necesario para los trabajos del instituto y posteriormente la universidad, y no considero que mi nivel de redacción sea excepcional. Aun así, he sentido la necesidad de retomar esta afición con una historia que llevaba madurando desde esos tiempos en los que dejé de escribir por desgana y agotamiento. Por tanto, sólo quería pediros, lectores, que si encontráis cualquier punto a mejorar, por favor me lo comuniquéis, y que disfrutéis en la medida de lo posible de esta historia de amor que va de lo más amargo a lo más dulce.

Notas del capitulo:

Sé que en este capítulo no dejo ningún pie al yaoi, y quería pedir perdón por ello de antemano, pero me sentía en la necesidad de ahondar un poco en la situación familiar del protagonista y narrador para poder comprender mejor su punto de vista, tanto por los lectores como para permitirme empatizar mejor con el personaje.

Ya empezaba a escuchar esos terribles gritos fuera. Esos reproches y golpes, esos objetos cayéndose de los muebles, y esos llantos de mujer derrumbada por el dolor que le produce la persona a la que amó. Sólo una fina puerta de madera me protegía de todo eso, pero sabía que en cualquier momento vendrían a por mí. No podía soportar la presión, yo también empezaba a llorar y temblar como un flan, temiendo, aguardando la paliza que vendría a darme mi padre. Trataba de fingir que no importaba, que todo estaba bien, escribiendo en mi cuaderno, como si fuese ausente a todas esas insoportables muestras de violencia. Tenía que entregar un trabajo importante mañana y apenas podía pasar de la mitad, ya que cada vez mi progenitor estaba más y más desquiciado, sólo nos veíamos cuando entraba en mi cuarto a pegarme, a veces a puño limpio, otras, dándome latigazos con su cinturón, rompiéndome el brazo, o lo que en ese momento se le ocurriese.

El momento había llegado. Mi madre por fin había dejado de gritar por el dolor de los golpes, y unos firmes pasos se acercaban a mi puerta. Temblaba cada vez más, sentía unas irrefrenables ganas de vomitar, la presión me pudo y me hice una pequeña bolita en la silla. Él entró por la puerta como un monstruo desatado, y atinó a gritar “TODO EL DÍA VAGUEANDO”. Se acercó un poco más, y aunque trataba de alejarle pidiendo clemencia, no atendía a ninguna clase de razones. Estaba ido, como siempre. Me pegó y no sé ni durante cuánto tiempo. No quiero saber ni durante cuánto tiempo, realmente. Tristemente no puedo decir que lloré como nunca había llorado, puesto que estas palizas, estos dolores eran continuos, diarios, incluso algún día llegó a venir 3 veces a propinarme una paliza. Me dejó tirado en el suelo, sin preocuparse por mí. Yo rezaba por no tener nada roto y porque mi madre estuviese bien. Ella no merecía esto. Si al menos él estuviese aquí… Pero no, ya no estaba, tenía que asumir su pérdida, que él ya no podría protegernos ni aplacar su ira. Tampoco ponerse en medio para permitirnos huir. Él ya no… Ya no estaba conmigo.

Seguí llorando nervioso hasta que transcurridos unos minutos ese señor gritó desde la entrada “ME VOY AL BAR” y cerró la puerta de entrada de la casa con un sonoro portazo. Pocos segundos después mi madre entró por la puerta de mi habitación, pidiendo perdón ante todo. Esa era casi la única palabra que le escuchaba a diario. No pude reprimir las lágrimas y me levanté a abrazarla en un desesperado intento por parecer fuerte… Por parecer él. Y darle fuerzas a ella también. Todo era inútil. Ella no dejaba de sollozar, ahogándose en su propia pena, y yo no pude hacer otra cosa más que derrumbarme con ella.

-          ¿Sabes? –Murmuró con un fino hilo de voz propio de una moribunda- Echo de menos a Touya-chan…

-          Calla –Le puse la mano en la boca con especial frialdad, y empezando a llorar como un bebé poco después- Así nunca podremos superar esto… -Proclamé hundiéndome cual aventurero solitario sobre un mar de arenas movedizas.

-          Tu padre es bueno, yo lo sé, perdónale, ¿vale? Está fuera de sí, no sé qué le pasa –Excusó mi madre al maldito maltratador que no paraba de hacernos imposible la vida.

-          No le defiendas, mamá. Sabes que no puedes más, ni yo tampoco. Deseo con todas mis fuerzas irme de aquí, para no volver, y si no lo hago es por no dejarte sola con él –Me recorrió un escalofrío y una lágrima por mi rostro que se añadió a la gran colección de las derramadas esa misma tarde- No me perdonaría si te pasase algo.

-          Pero no tenemos otra cosa –Pronunció tras un doloroso suspiro y me abrazó como solía hacerlo cuando era pequeño. Ya no podía dejar de llorar, sentía como si esta vez el daño que me hiciese físicamente diese igual, lo que importaba es el daño que nos estaba haciendo en nuestro autoconcepto ese hombre con las continuas palizas y vejaciones.

-          Siempre hay otra cosa… -Susurré acariciándole el pelo y levantándome aguantando el dolor para seguir haciendo el trabajo, tratando de que mis lágrimas no estropeasen lo que ya llevaba hecho.

Ella se fue, cerrando de nuevo la puerta, mientras que yo no pude más que volver a hundirme, apartar los papeles como pude y llorar sobre el escritorio recordando a mi hermano Touya. Hace ya casi dos años que falleció, cuando iba a entrar en la universidad. Por si acaso, no murió de las constantes palizas de mi padre, que él también recibía, sino de un accidente del cual todavía no sabemos bien las causas. Al menos sabemos que su fallecimiento fue en el acto, y eso me consuela un poco. Saber que Touya no sufrió hasta su último aliento es algo que, aunque no pueda reflejarlo mucho, me hacía feliz. No soporto el sufrimiento ajeno, y con mi hermano no sería una excepción, él siempre me lo había dado todo y más, aunque apenas nos llevásemos dos años, había hecho de padre conmigo, aunque aún fuera un niño, y la verdad es que siento que lo hizo bastante bien. No se lo merecía, no se merecía nada de lo que le pasó.

Nuestra vida siempre era así, día tras día. Para él no existían ni días laborales ni festivos. No existía otra rutina más que esa, y siempre deseé que acabase, pero no de la forma en la que seguramente lo haría. No pasó mucho más tiempo, al día siguiente la vida tal y como la conocía cambió. Mi padre llegó completamente bebido a las 5 de la mañana, despertando a todos los vecinos y a mí, como siempre, exigiéndole a mi madre tener relaciones sexuales con él. Ella se encontraba realmente mal, había estado vomitando antes de ir a dormir, así que se negó. Y no importó lo mucho que fuese a mi cuarto a tratar de detenerlo, él volvió a desatar su ira contra ella y contra mí. Pero esta vez fue distinto. Golpeó tan fuerte a mi madre que la mandó contra la pared y empezaron a caer libros de un estante sobre su cabeza. No se movía. No podía moverse, por más que tratase de apartar esas páginas escritas de su cabeza esquivando a duras penas los golpes de mi padre. Sentía que debía llamar a una ambulancia, pero mi padre no me iba a dejar y tenía que proteger a mi madre de lo que ese hombre pudiese hacerle inconsciente. Tuve suerte, relativamente. Él cayó profundamente dormido bajo los efectos del alcohol pronto y yo pude llamar al número de emergencias temblando y llorando. Sólo pude atinar a decir las palabras “Mi madre está mal, le han dado una paliza y no se mueve”.

Apenas tardaron unos minutos en llegar unos sanitarios a casa, a los cuales abrí con la cara completamente descompuesta, sin preocuparme ni de vestirme mientras, y con evidentes restos de haber llorado mucho tiempo. Mi cuerpo apenas respondía, tenía unos temblores que apenas me impedían moverme. Una chica me tendió una manta y me acompañó.

-          ¿Puedes decirme qué ha pasado? Tranquilo, ya todo está bien, estamos nosotros –Sonrió, tratando de que creyese sus palabras y pudiese explicarle qué ha pasado correctamente. Saqué fuerzas de flaqueza, cuanto más tardara en explicar lo que le había pasado a mi madre, antes podrían atenderla como corresponde.

-          Mi madre… le pegaban, golpeó la pared… Libros en su cabeza… No se mueve… -No pude gesticular más que esa vaga descripción de lo sucedido, volvía a temblar, y la señorita me recolocó la manta para taparme un poco más.

-          ¿Quién le pegó? –Preguntó algo preocupada.

-          Ese gordo borracho que está dormido… -Proclamé volviendo a derrumbarme, cayéndome al suelo de rodillas como peso muerto esta vez.

-          Ven, ¿puedes llevarme a tu habitación? –Me levantó como pudo y me hizo acompañarla a mi dormitorio. Aún seguían los papeles de mi incompleto trabajo sobre la mesa. Pensaba madrugar para acabarlo antes de ir a clase, pero en este momento me daba igual todo lo relativo a la escuela, aunque realizar este trabajo pudiese permitirme ir a la universidad. La cama, revuelta, signo de que había estado durmiendo en ella. El resto, aparentemente recogido, podría decir- ¿Podrías vestirte? Puedes acompañar a tu madre al hospital si quieres.

Oír la palabra “hospital” se me clavó en el corazón como un puñal. Mecánicamente me puse el primer pantalón que encontré en el armario, el clima aún era lo suficientemente fresco como para que dormir con una camiseta se agradeciese, por tanto sólo poniéndome los zapatos al  salir de casa estaba más que vestido. La señorita me explicó que era una psicóloga, y me realizó una serie de preguntas, tratando de esclarecer lo sucedido. Le expliqué aun con esfuerzo que ese señor era mi padre, y que desde hacía años mi madre y yo sufríamos un fuerte maltrato físico y psicológico, pero que no nos habíamos atrevido a denunciar. Mis palabras fueron más que suficientes como para que el par de agentes de policía que también se habían personado en mi casa se llevasen esposado a mi señor padre aun en evidente estado de embriaguez. La psicóloga se acercó a hablar con ellos, y se acercó con la cara un poco larga a mí de nuevo.

-          Lo siento, pequeño. Los señores agentes me han dicho que sólo podrán retener a tu padre 3 días, ya que no hay ninguna denuncia previa. –Tenía que haberle denunciado, es lo que me repetía continuamente. Pero yo no podía denunciar, mi denuncia carecería de validez apenas al no haber cumplido todavía la mayoría de edad. No pude hacer más que volver a llorar, esta vez sin lágrimas ya que echar. Me tendieron un vaso de agua, que bebí como si no hubiese tomado en días, y perdí la noción del tiempo y de mí mismo. –Sígueme- Dijo antes de llevarme con ella a la ambulancia.

Apenas recuerdo pequeños instantes, como flashes de esas angustiosas horas. Todos los médicos y enfermeros tratando de estabilizar a mi madre, poniéndole oxígeno, tratando sus heridas, sin apenas poder distinguirse entre las nuevas y las producidas en anteriores palizas. Un enfermero trataba de curarme a mí también pero me negaba por todos los medios. Al cabo de unos minutos no pude hacer más y tuve que dejar que me vigilase todas las heridas y morados que tenía por prácticamente todo el cuerpo, sin poder dejar de mirar lo que estaba pasando mi madre. Sabía que estaba viva, lo sabía, pero ella no hacía nada para demostrarlo. Eso me dolía mucho más que los golpes. Más que una puñalada.

El siguiente recuerdo que tengo es el de despertar ya bien entrado el día en una silla de una habitación del hospital. Miré a mi alrededor y allí estaba ella. Mi madre, tirada en una cama, conectada a múltiples máquinas, que sólo servían para mantenerla viva y además, asegurarse de que era así. No podía ver a mi madre así, no podía creérmelo, y me alejaba de allí dando erráticos pasos hacia atrás, como el que ve a un monstruo dispuesto a atacarle y desgarrarle las entrañas. Me detuvo un médico contra el que me choqué, y me giré a una gran velocidad.

-          Es usted familiar de esta paciente, ¿verdad? –Preguntó el médico con semblante serio, ataviado con una bata cuaderno y unos papeles en la mano. Yo asentí como pude, sin mediar palabra- No tengo buenas noticias, ¿podría acompañarme un momento? –El doctor colocó su mano en mi hombro tratando de alejarme de mi madre, a la cual le dediqué una última mirada antes de salir de esa habitación. Me arrastraron a una sala algo más abierta, con pintas de sala de espera, donde me hicieron sentarme cerca de una señorita que me resultaba familiar. Parecía la psicóloga de anoche. Pude predecir que vendría lo peor, pero no quería creerlo, hasta que lo escuché de boca del médico – La paciente está en coma –Musitó.

No pude creerlo, estaba lleno de rabia y pena. Incredulidad. Dolor. Necesitaba huir, no podía dar crédito a lo que escuchaba. Me levanté sin mediar palabra y corrí hacia la habitación en la que estaba mi madre tumbada en una cama de la que no podía despertar, llorando a moco tendido.

Al volver a verla pude entender que era verdad, realmente estaba comatosa, no podría volver a verla reír como hacía años que no lo hacía. No podría volver a abrazarme y tratar de consolarme. No podría protegerla. No podría protegerme. Estaba sola, y yo sentía que también. Volví a derrumbarme a los pies de la cama, ya sin apenas consciencia. Me dolía que mis últimas palabras hacia ella fueran esas. Me dolía demasiado no poder haber hecho más por ella, porque viviera sin miedo.

En mis divagaciones llegué a la conclusión de que yo sería el siguiente. Y que tenía que huir de ahí. A donde fuese.

Notas finales:

Espero que os haya gustado y os insto a corregirme fallos, darme todos los consejos que me queráis hacer llegar, y, en definitiva, a que no sea un loco colgando una historia sin evolución, sino aprender a mejorar.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).