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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

 

Desde cuando él es la causa de que sueñe despierto…

Desde cuando él evita que pueda dormir…

Desde cuando él ha sacado a Carla de mis pensamientos…

Desde cuando él se ha adueñado plenamente de ellos…

“Me gustas”

Ha sido mi primera declaración de amor.

“Me gustas”

Pero, ¿acaso no escuchó aquella noche en el gimnasio lo patético que soy?

Entonces por qué…

“Me gustas”

¿No se percató que soy un chico? ¿En verdad, ha decidido ir contra natura de esa forma?

“Me gustas”

Y lo más importante…

¡¿No mencioné que duermo con peluches y uso calzoncillos de súper héroes?!

 

 

 

Capítulo: Caperucito Rojas y el Lobo Feroz

 

 

El insomnio amenazaba con no dejarme dormir esta noche.

Que no lograra conciliar el sueño, se lo debía a él.

Todo se lo debo a él…

Y eso me pone bastante irritado. ¡Sumamente irritado! ¿Y cómo no estarlo? ¡Primero tiene el descaro de robarse mi primer beso y luego me dice “me gustas” obligándome a escucharlo; ocasionando  así, que mis intentos de tomar la siesta esta noche sean en vano.

Entre penumbras, me estremecí en la cama, con miles de interrogativas en mi cabeza.

¿A qué está jugando? ¿Hasta dónde desea llegar con esto? ¿Qué pretende realmente? ¿Desea confundirme? ¿Alterar aún más mi estabilidad emocional? ¿Hacerla un caos? ¿Volverme loco?

Lo está logrando satisfactoriamente…

Abracé a mi oso Filipo y lo presioné con fuerza, conmocionado.

¿Por qué mi corazón intenta escapar de mi pecho?

¿A qué se deben estas palpitaciones tan aceleradas?

A él…

A su perfecta confesión…

A ese beso que continua tatuado en mis labios…

Maldije a baja voz, al no lograr tranquilizar mis descontrolados pulsos cardiacos y estos pensamientos que, de rojo escarlata, colorean inevitablemente a mis mejillas.  

Por qué… ¿Por qué continuo vagando en ellos sin lograr evitar que me atrapen y me envuelvan?

 

 

Por más que me ordeno a mí mismo "no pienses más en él…"

Contradictoriamente al segundo de eso, es lo primero que hago...

Y me explayo en los recuerdos y detalles de su persona…

 

 

Observé el techo de mi habitación, dejando escapar uno más de los tantos suspiros.

¿Por qué estos pensamientos me son agradables?

Por qué no me incomodan…

Qué es esta calidez tan abrigadora que envuelve mi alma…

Acaso, al sumergirme por unos momentos en su confesión, ¿me he olvidado de cuánto le odio? ¿Cuándo esa irritación hacia su persona comenzó desvanecerse tan efímeramente con tan solo haber pronunciado aquella simple, pero mágica palabra?

 

Me gustas…

No es él…

¿A quién maldije su existencia, sin antes conocerle personalmente siquiera?

No es él…

 ¿El novio de Carla? ¿El chico que me está arrebatando el amor de la chica que he estado enamorado la mayor parte de mi vida?

No es él…

¿El joven pecador, pandillero, superficial, mujeriego que tanto he juzgado y desacreditado?

No es él…

¿A quién tanto odio? ¿Y a quién debería odiar más?

No es él…

¿Un chico?

Pese a todo,  contradictoriamente…

Exasperado sacudí la cabeza empeñándome en despejar a esa persona que merodea persistente en ella. Pero continua siendo inevitable, Adrián ha invadido mis pensamientos en su totalidad, avasallándolos, sin permitirle a nadie más entrar en ellos.

Ni siquiera a Carla…

Él… Solo él en mi cabeza…

Se alojó entre mis neuronas desde el primer momento que mis ojos le contemplaron, cumpliendo con la peligrosa amenaza de permanecer ahí y no marcharse jamás…

Con mis manos me  froté el rostro con frustración, al no lograr espantar a ese molesto y terco inquilino fuera de mis pensamientos.

Mi mente parecía no estar calificado para ello…

 Parecía rendirse automáticamente ante ellos…

¿Su beso y declaración están logrando ponerme de esta manera tan desastrosa?

Cada vez peor.

¿Qué está haciendo él con mi cordura?

Extrañamente, desde nuestro primer encuentro, mi mente y corazón han sido vulnerables ante sus actos y palabras, logrando un inexplicable efecto en mí.

 

¿Cómo lograr protegerme de sus actos sublimes?

 

—El saber que son falsos. Que son una trampa —musité, respondiéndome a mí mismo—. Y que le odio.

Entonces reí divertido.

—Para qué me molesto con todo esto, si sólo está jugando, si sólo está mintiendo —murmure sarcástico, sintiéndome ridículo y desusado al creerlo posible por unos instantes—. Todo esto no tiene coherencia alguna. Alguien de su calaña, lo único que puede hacer es jugar con los sentimientos de los demás y mentir vilmente. ¿Piensa que soy tan ingenuo y que logrará hacerme confiar en las palabras que sus labios profesaron? ¡Sólo son blasfemos! ¿Cómo puede acreditar algo tan ilógico como que “¿una persona puede cambiar sus preferencias sexuales de un momento para otro?” ¿Y que alguien como él, puede enamorarse de alguien como yo?

Eso es imposible…

Intenté convencerme de ello.

Pero…

¿Qué era esa necesidad desesperada de negarlo?

¿Miedo?

Ese miedo nuevamente intercalándose entre mis huesos…

Miedo de que Adrián no sea tan malo como lo  he juzgado…

Miedo de que él me simpatice…

Miedo de que su confesión me llegue a cautivar…

Miedo a…

Repentinamente la puerta se abrió y mamá apareció por el umbral, liberándome de mis propios enredos.

—El convivo era para ti y desapareciste abandonando a tus invitados en casa —me reprendió.

— ¿Te refieres a los invitados que obligaste a venir? —la piel lanuda de mi peluche hizo inaudibles mis palabras.

— ¡Dime dónde estabas! —insistió y me miró autoritaria.

¿Dónde estaba?

Con Adrián…

—Salí a caminar un poco —señalé con las mejillas calientes y me fui metiendo bajo la colcha, ocultándome, sin soltar a Filipo de mis delgados y escuálidos brazos.

— ¿A caminar? —Ciñó el entrecejo—. ¿No estabas lastimado de la espalda como para hacerlo?

—Sólo quise tomar un poco de aire —cubierto bajo el edredón, me encogí de hombros—. Estaba sofocándome al estar todo el tiempo encerrado en casa—Agregué.

Ella descubrió mi cabeza con algo de violencia.

—Entonces si ya te sientes apto como para salir “a tomar aire” aún en tu condición —ensalzó lo último y la escuché dirigiéndose a la salida—, no demoraré más los días de tu recuperación y regresarás a la escuela este lunes. También me ayudarás nuevamente con los deberes de la casa y le avisaré a la terapeuta que no venga más porque ya estás bastante recuperadito —Finalizó y dio el portazo.

Resoplé airado, mientras que comenzaba a reclamarle a ese Adrián imaginario, con el que sin darme cuenta, estaba acostumbrándome a charlar; por lo que quizá eso asegure que muy pronto necesite de un psiquiatra.

Si tan solo Adrián fuera simplemente una obra de mi torcida imaginación… pero no, es una realidad de la que no puedo escaparme.

— ¿Lo ves Lobo? Por haberme “raptado de esa manera anoche” mamá me ha reprendido y gracias a ti haré todos mis deberes cuando aun me duele la espalda —reí sarcástico—. Y por si te parece poco, el lunes asistiré a clases, cuando tenía planeado seguir simulando mi inestabilidad para evadir los exámenes que harían esta semana los profesores. Dime, ¿y aún así quieres que crea en tu declaración amorosa? ¡El equivocado eres tú que no ves como atormentas y complicas mi vida!— Hice una rabieta y me regocijé en el colchón, que por consecuencia, hizo que cayera de la cama embrollado en el edredón.

El único escudo que tengo para protegerme de todas sus sublimes y usurpadoras acciones y declaraciones, es el odio, aquel  único sentimiento que acredito sentir por él y que supera a todo lo demás.

Y sobre todo, que mi corazón no le corresponde…

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Ayer fue una hermosa tarde de domingo, con mucho ajetreo afuera. El sol se dignó a salir luego de las incesantes lluvias. Fue un día perfecto para salir a practicar futbol con mis amigos y correr eufórico por una pradera rodeado de colorida flora pero, sin opción tuve que permanecer esclavizado entre cuatro paredes, estudiando ardua y tediosamente para los exámenes del día siguiente, con la única oportunidad de asomar mi cara en breves ocasiones por la ventana para  que los débiles y escasos rayos de sol, que lograban llegar desde ahí pese a la sombra bloqueadora del árbol, le regresaran un poco color, a mis ya pálidas mejillas que lucían más blancas que de costumbre.

Y todo porque Adrián me obligó a escucharle…

Pero esta mañana de lunes, el cielo también predecía un día soleado y cálido. Me levanté más temprano de lo acostumbrado. Las cómodas atenciones en cama infortunadamente habían terminado. Mamá me gritó desde las escaleras avisándome que la lavadora ya estaba lista, a lo que inmediatamente cogí mi cesto de ropa sucia y bajé aún con pantuflas de panda al cuarto de lavado.

—Recuerda que cuando se vacíe el agua sucia y vuelva a caer limpia, es cuando debes agregar el suavizante ¿eh? —Señaló con énfasis—. También quiero que ahorita vayas al cuarto de tu hermana, que te espera sentada en su cama para que la traslades a su silla, por favor —Me apretó del hombro y salió. 

—Deberes y más deberes —Erguido, maldije para mi mismo mientras que arrojaba con desgano las prendas de color al electrodoméstico. Después de varias camisas polo, jeans entubados y uno que otro calzoncillo y calcetín infantil y colorido, cogí la última pieza del cesto, observando aquel gravoso y pesado abrigo de payaso que usé el sábado y que ocasionó que luciera más  ridículo que de costumbre. Pero cuando lo extendí entre mis manos, me percaté que su nariz pomposa y tintineante había desaparecido, dejando así, sin gracia a la prenda. Supuse prontamente que pudo haberse extraviado durante el forcejeo de esa noche con Adrián. Hice una mueca ante tal posibilidad y activando la lavadora salí refunfuñando de ahí. No es que valorara o me agradara el abrigo, al contrario, lo detestaba, pero tan sólo con el hecho de saber que Adrián era el culpable de su ahora desperfecto, extrañamente me irritaba bastante que haya perdido su nariz.

Yo sí lo mato…

Aún presionando con fuerza los puños por ello, me dirigí a la sala en donde mi madre se abrigaba  para salir.

—La señora Martha amablemente vendrá de nuevo a cuidar a Eli y se hará cargo de ella durante la tarde, sólo has la comida antes de irte a la escuela, por favor—indicó apresurada.

— ¿Es todo?—Pregunté con hastío.

— ¡Ah! Y he dejado crepas recién hechas en la encimera. Le sirves las que quiera tu hermana y un vaso de leche por favor —miró las manecillas del reloj de pared que marcaban las ocho treinta, y cogiendo sus gravosas bolsas con las prendas ya trabajadas dentro de ellas, salió deprisa.

Frotándome mi castaño cabello y lanzando un largo bostezo al aire, me guié hacia el pequeño cuarto de mi hermana.

— ¡¿Por qué has tardado?! —Me reprendió al instante en el que aparecí bajo su puerta—. ¡Coge los zapatos blancos y pónmelos!

Se había levantado de mal humor…

—Sí —Resoplé adentrándome en esas paredes rosas, rodeándome de esas repisas llenas de juguetes usados y maltratados.

Aún me dolía la espalda así que, con algo de esfuerzo me acuclillé hasta la caja floreada de calzado que se asomaba bajo la cama. Cogí los pares y me hinqué frente a ella tomando delicadamente su pequeño pie, como lo haría el príncipe a Cenicienta para colocarle su zapatilla de cristal, mientras que Eli me daba con violencia sus calcetas. Delicadamente se las coloqué, igual que sus zapatos cuando…

—No sé por qué debo ponerme calzado. Dime, ¿de qué me sirve tener tantos pares tan hermosos y de diferentes colores, a los que no se les gastan las suelas ya que no puedo caminar con ellos? —musitó.

Me congelé al escucharle y una daga se atravesó justo en medio de mi corazón.

— ¿Por qué has amanecido así? —Titubeé intentando no ser afectado por sus palabras. Era rara la vez que Eli se mostrara sensible frente a mí. Pero era natural y saludable a su edad y en su lamentable condición, ¿no? Aunque nunca haya presenciado verla llorar, al menos no después del accidente  automovilístico y la sepultura de papá.

Eli siempre ha sido fuerte, pero ahora, es como si se hubiera quebrado de repente…

— ¿Sabes por qué no asistí a la escuela? —Inquirió con voz ahogada.

—Por qué —dije con voz apagada, ya bastante afectado.

—Porque hoy es el festival para las competencias deportivas y lógicamente yo no pude participar en ninguna de las disciplinas que se manejan en mi instituto. Y tanto que me fascina el atletismo… —Lanzó un suspiro desalentador.

No supe qué responder, sólo un nudo yacía en mi garganta. Era el peor hermano que Eli pudo haber tenido, ya que no solo no podía hacer nada por su situación, sino que tampoco podía darle un aliento siquiera. Uno que le aliviara un poco, que le reconfortara. No era bueno para ofrecer palabras de esperanza, ya que tampoco yo las encontraba frente a esa tragedia que la marcó a ella y a esta familia para siempre.

— ¿Quieres una paleta de bombón? —Es lo único que pensé para subirle los ánimos y la miré con los ojos húmedos.

Entonces ella me respondió la mirada con un gesto de ternura, mismo que también se había hecho inexistente en ella y que me tomó por sorpresa apreciarlo de nueva cuenta después de mucho tiempo, y que extrañaba.

—Dime, ¿harías lo que fuera para que tu hermana sea completamente feliz? —Me preguntó con las pupilas dilatadas, mientras que yo la abrazaba para acomodarla en aquella silla de ruedas de la que inevitablemente era prisionera.

—Por supuesto —Respondí aun sin estar seguro de mis posibilidades—. Soy capaz de construirte unas alas, para que puedas volar —Titubeé intentando contener el llanto.

—No quiero unas alas para volar, ni siquiera unas piernas nuevas para caminar… —pausó ella.

—Qué otra cosa deseas —pregunté con los ojos ya inundados de lágrimas—. ¿Qué otra cosa deseas aparte de volver a caminar? ¿Volver a tener a nuestro lado a papá? ¿Eso quieres? ¿Lo extrañas tanto como yo?

Las pequeñas y cálidas manos de mi hermanita me tomaron de las mejillas.

— Sólo has que tu amigo Adrián se case conmigo. Entonces seré la persona más dichosa en este mundo.

— ¿Eh? —fruncí el ceño mientras era testigo, de cómo su entristecida facción se transformaba a una pícara.

Tardío exploté, reaccionando a su comentario.

— ¡Todo menos eso! ¡Jamás permitiría que “ese” se convirtiera en un miembro de esta respetable familia! ¡Olvídate de Adrián!

—Pero tú dijiste que harías lo que fuera por…

— ¡Todo menos eso!— Repetí interrumpiéndola.

Insatisfecha, cruzó los brazos.

—Está bien, no hagas nada por ello, que puedo hacerlo sola —señaló airosa—. Sólo encárgate de invitarlo a casa y yo me ocupo de todo lo demás —Rió de nueva cuenta con esa picardía reflejada mientras se frotaba las manos con astucia.

— ¡Jamás cruzará las puertas de esta casa! ¿Está claro? —Le advertí con el dedo índice—. ¡Jamás!

—No uses la palabra “jamás” que no sabes qué deparará el futuro —viró los ojos.

—Un momento… —me puse a pensar llevándome la mano al mentón—. ¿Todo el drama anterior sobre tu incapacidad fue actuado para chantajearme con eso?—Inquirí bufando.

Ella rió, afirmándolo.

Lancé un grito de frustración.

— ¡En verdad no comprendo como a ti, a Carla y al resto del mundo les gusta tanto ese desalineado y joven pandillero! ¡En verdad que no y me molesta bastante!

 

*~~~*~~~*~~~*

 

A medio día bajé al comedor, ya casi preparado para irme a la escuela. Apresurado me dirigí a la cocina y descolgando el delantal de flores de la pared  me lo coloqué, apretándomelo con las cintas por detrás, hasta lograr amoldarlo a mi delgada figura.                                                                          Me remangué las mangas de mi camisa y me lavé minuciosamente las manos en el fregadero con jabón líquido. Luego me acerqué y abrí la nevera para buscar opciones de qué platillo cocinar. Se me ocurrían tantas combinaciones para experimentar…

— ¿Eso es el lomo completo de una vaca? —Arrugué el entrecejo al mirar cómo ese cuerpo despellejado abarcaba todo el espacio de allí dentro—. ¿Por qué nuestra nevera parece nuevamente el congelador de la carnicería de Don Pepe?

Resoplé. De nuevo comeríamos carne, y no porque tengamos los recursos para darnos el lujo de consumirla todos los días, ya que mamá sólo podría darnos sopa con el dinero que gana con las prendas y cortinas ajenas que cose y que apenas logra estabilizar el sustento de esta familia. Su cuarto de costura está situado frente al mío en el segundo piso, espacio que anteriormente era la habitación de mi hermana Eli, pero que después de sufrir el accidente y ser incapaz de volver a subir escaleras, se mudó abajo, a un lado del cuarto de mi madre, donde anteriormente era un sitio de almacenamiento.                                                                                                                                     

Hay noches que no puedo dormir por el ruido escandaloso de la máquina de mamá, que en ocasiones se desvela trabajando en sus encargos cuando estos se le acumulan. Por ello, he insistido durante años que me deje trabajar —pese a que no soy bueno en nada—, para lograr aportar algo de dinero a la casa, pero me lo niega rotundamente, pidiéndome que sólo me concentre en estudiar. Ella siempre intenta tranquilizarme diciéndome lo mismo, que la excelente pensión de papá y la aportación mensual de aquel tipo rico y caritativo que atropelló a él y Eli, son necesarios para nuestro sustento diario. Y hasta para nuestros estudios, ya que aquel señor se ofreció dadivosamente a pagarlos, incluyendo mi fiesta de graduación. Bueno, era lo menos que podía hacer luego de arrebatarnos a papá y dejar a Eli en silla de ruedas para toda su vida.

Pero entonces, ¿por qué siempre tenemos carne insaciable en nuestra nevera como si fuéramos ricos? No poseía alma detectivesca, así que preferí ignorarlo y  seguí cortando la verdura sobre la tabla de madera, cuando Eli entró en su silla apresurada a la cocina.

—Huele delicioso —olfateó—.  ¿Qué preparas? —. Intentó husmear la cazuela que ardía a fuego lento sobre la estufa.

—Albóndigas, te encantarán ya verás —dije y abrí un poco más el gas, intensificando las llamas.

—Quién diría que alguien como tú tendría destreza en algo, ¡hasta cocinas mejor que mamá!— Expresó maravillada, frotándose ya el estómago.

—Je, me halagas —sonreí sonrojado—. Sólo no lo menciones frente a ella, lastimarías su elevado orgullo de chef y yo pagaría caro por ello —señalé con expresión lúgubre.

—Y quién diría, hasta el mandil de flores de mamá te va mejor a ti. Luces muy coqueto en el — Rió.

—Eli… —la nombré molesto.

Ella salió divertidísima de ahí, triunfante de haberme hecho fastidiar.

Pero yo era el tonto por no esperarlo. Era lógico que no me halagara sin burlarse de mí después.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

La tarde era perfecta… asoleada y calurosa, de modo que me di el gusto de usar esa camisa a cuadros con mangas cortas que tanto me gusta y un pantalón pesquero de mezclilla, sacando a relucir mis casi inexistentes y claras pantorrillas.

—Pierde cuidado Ángel, que yo cuidaré de tu hermanita —sonrió la señora detrás de mí, mientras que yo salía de casa.

—Debería cuidarse usted de ella —murmuré—. Pero como sea, ya es su problema —. Colgando mi raída mochila a la espalda cerré la puerta, haciendo sonar ese ruidoso adorno colgado arriba de ella.

 

Afuera, los rayos solares se posaron en mi escuálida piel, abrasándola. Concentrado en los apuntes del examen en mi mano, recorrí el colorido jardín de mamá, memorizando en voz baja, los puntos más sobresalientes del tema. Sin necesidad de mirar, abrí y cerré ese ruidoso portón, recorriendo brevemente con mis pupilas la información de las hojas. Daba mi primer paso fuera, cuando pisé una de las agujetas de mi calzado. Malhumorado, me llevé el papeleo bajo el brazo y me acuclillé un momento para hacer un nudo firme cuando un escalofrío recorrió mi espinazo.

Pude sentir una potente mirada fija en mí y que me atravesaba.

« ¿Quién podría encontrarse fuera de mi casa acosándome?» Pensé divertido por un instante.

Un momento… esa mirada se sentía a la de él, no podía estar equivocado…

Mis ojos se dirigieron sobre mi costado, temerosos de ser testigos de su presencia…

Y en efecto, él estaba ahí, con actitud engreída, al otro lado de la calle, vistiendo como un vago.

Me sonrió de media boca, con el mentón elevado y con ese parche en la nariz que adornaba aún su cara.

¡¿Qué hacía aquí?! Me sobresalté e inevitablemente los apuntes resbalaron de mi brazo y se esparcieron en el suelo. Algo en mi interior encendió la luz roja y todo dentro de mí se convirtió en un apocalipsis. Con rapidez y torpeza comencé a levantar mis apuntes, mientras que nervioso le miraba con el rabillo del ojo, acercándose peligrosamente a mí.

Y cuando menos lo esperaba…

—Ángel…

Mi corazón se detuvo un momento cuando le escuché pronunciar mi nombre y mis claros ojos se abrieron, sorpresivos.

¿No acostumbraba decirme “damisela con pecas” y otros de sus tantos estúpidos apodos que me adoptó? No sé por qué, pero que me llamara por mi nombre me molestaba e incomodaba a un más… y si se atrevía a decirlo nuevamente yo…

—Ángel…

Lo hizo y vibré bajo mi ropa.

Temeroso, amarré mis agujetas con torpeza y me erguí rápidamente, intentando escapar antes de que se acercara más y fuera demasiado tarde. Pero mis piernas habían dejado de responder luego de verle, olvidándose de cómo caminar.

 Él esbozó una sonrisa burlesca al contemplarme en ese estado tan desastroso, igual a una desesperada y asustadiza presa intentando huir de su depredador, y sin poder hacerlo de una manera efectiva.

— ¿No piensas saludarme? —Inquirió—. Eres un maleducado. Y luego dices que yo soy el que no tengo modales.

No respondí nada. Apenas había accionado dos pasos para mi salvación cuando…

—Espera… —murmuró detrás y me atrapó del brazo, impregnando de su alucinante aroma todo mi alrededor.

Me detuve y me giré hacia él, soltándome bruscamente de su agarre y le miré con recelo.

— ¿A qué has venido? ¿Qué hacías afuera de mi casa merodeando como un vil acosador? – Chasqueé los dedos.

— ¿Qué hacía fuera de tu casa? —Rió irónico—. Creí que había sido lo suficiente específico en el parque. ¿Por qué te sorprende ahora? —. Señaló divertido.

—No sé a qué te refieres —desvié la mirada, fingiendo ignorancia y poca importancia.

—No te preocupes, no me molestaría repetirte todas mis palabras —Hizo una mueca burlesca— Una, veinte o mil veces. Tú solo pídemelo.

Repetirme sus palabras…  han sido más que suficientes las veces que ya las he reproducido en mi cabeza durante las noches pasadas. Una y otra vez. Como si se tratara de un CD de música, de una canción de moda que aunque te molesta, no puedes evitar tararear. A sus palabras, les debo mis horrendas ojeras adornando mis ojos.

Palabras que me rehúso a creer y a caer bajo su embrujo…

—No he venido a secuestrarte —comentó sacándome de mis pensamientos—. Así que no actúes como si fuera a hacerlo. Puedes estar tranquilo. Aunque… —se llevó la mano al mentón y rió maliciosamente—, sería una excelente idea, así me dejo de tantas complicaciones.

— ¿Qué? —Me sobresalté y estrujé mis apuntes con mis puños, sintiéndome expuesto, en extremo peligro.

Él me palmeó  la espalda.

—No te preocupes, sólo he venido a llevarte a la escuela —aclaró, sonriendo amplia y luminosamente.

¿Eh?

 Un leve enrojecimiento coloreó  mis mejillas. Debía ser sólo irritación por el caluroso día.

— ¿Llevarme a la escuela? —me encogí de pronto—. No te lo he pedido y no es necesario, así que… ¡déjame en paz! —Ordené e inflando mis mejillas comencé a caminar con tanta fuerza y coraje que parecía aboyar el pavimento de la banqueta con cada uno de mis pasos.

Pero Adrián me siguió detrás. No sé por qué me sacó de sorpresa que lo hiciera. Era lógico en él ser persistente y molesto, ¿no?

Él me alcanzó y caminó a un lado de mí. Yo le fulminé con la mirada. Debía detenerlo antes de que me siguiera hasta la escuela y entrara a clases conmigo.

Tomé valor, me giré y lo encaré, lo doble de molesto y decidido que anteriormente.

— ¡No soy gay! ¡No me gustan los hombres! ¡Compréndelo! —Farfullé, respirando agitadamente y con la boca seca.

Pero Adrián sólo sonrió despreocupadamente, mientras se mordía el plateado piercing atravesado en su grueso labio inferior.

¿Acaso había dicho algo gracioso?

—A mí tampoco me gustan los hombres, sólo tú…

Me ruboricé de pronto al escucharle. Todo mi rostro lo hizo y de un rojo vivo.

 

 

Ahí estaba de nuevo él, luciendo exquisitamente y expresando esas causantes de mis locuras…

 

 

Por qué empeñarse en la odiosa costumbre de sorprenderme con ese tipo de palabras, tomándome con la guardia baja, ocasionando que mi cuerpo reaccione de la manera más extraña y desusada.

Y de nuevo esa interrogativa se asomaba…

¿Cómo lograr protegerme de sus actos y palabras?

Cómo evitar sobresaltarme y conmocionarme ante ellas…

Cómo evitar que me afecten. Palabras que, en vez de escapar por el otro oído y perderse en el viento, se acumulan en mi pecho.

Cubrí mis sonrojadas mejillas con el antebrazo. Ellas estaban ardiendo debajo, y no deseaba que él se percatara de los escandalosos y patéticos efectos que logra provocar en mí.

—S-sólo déjame en paz —balbuceé e intenté retomar mi camino y olvidar lo último, pero antes de que pudiera hacerlo, sus fortalecidos brazos que se lucían gracias a su camisa sin mangas, capturaron mis hombros. Estos inmediatamente se vieron pequeños bajo sus grandes manos y se sintieron frágiles ante la presión accionada de sus dedos.

—Lo dije aquella noche. Podría llegar muy lejos ahora mismo y poseerte si hago las cosas a mí manera —estrujó con insistencia mis tímidos hombros, ansioso, ideando no sé qué depravaciones en su cabeza.

Rehúye la mirada, sin lograr encararlo. Mi cuerpo estaba totalmente tensado.

—Pero, lo repito… —sonrió, suavizando sus manos—. Haré una excepción contigo, para conseguirte de la forma correcta, aunque no sepa realmente cómo se hace —Se frotó el cabello con algo de frustración—. Y puede que cometa algunos errores. Así que, no me lo hagas complicado —Ordenó con un apretar de dientes.

—Claro que no te lo haré complicado… —Expuse—. ¡Te lo haré imposible! —me zafé bruscamente de sus manos y precedí de él apresuradamente.

Pero el Lobo pretendía ser aún más molesto y tomándome de la etiqueta en el cuello de la camisa,  logró detenerme de golpe por segunda ocasión.

—Me gustas, ¿crees que te dejaré escapar? —sonrió sarcástico—. Al menos no con vida —.  Y mostrándose frente a mí, hizo una mueca cínica, bloqueándome el paso y cubriendo el sol con su cabezota, sumergiéndome bajo su imponente sombra.

«Me gustas» Lo había dicho de nuevo y con tanta facilidad.

¿Cuántas veces más planeaba repetirlo? ¡Debería no hacerlo tan a la ligera! No estaba acostumbrado a que me dijeran ese tipo de cosas. Y menos un chico…

 Él no era a quién se le escapaba el sueño a causa de ello y se regocijaba en sus enredos mentales…

—Sólo debo seguir evitándote. No me importa si debo hacerlo un millón de veces o el resto de mi vida —Con la mirada abajo, lo rodeé y seguí con el intento vano de huir, de escapar desesperadamente de sus artimañas, que tenían el poder de persuadirme.

— ¿Te olvidas que estás tratando con un conquistador profesional? Y con el mejor de toda la cuidad —detrás de mí, lo susurró desde mi nuca. Pude sentir su cálido aliento en ella–. Me llaman Lobo principalmente porque soy un depredador nocturno, que sabe cómo acorralar bien a sus presas, para luego… devorarlas.

Me sobresalté, sin evitar que mi cuerpo reaccionara inmoderadamente.

¿A qué vino esa amenaza?

—Ya he preparado tu carnada —continuó martirizándome— Una  de la que no te podrás resistir, y que te hará caer en mis colmillos.

— ¿Carnada? —me detuve, contrariado, mientras que mis ojos lo miraban asustadizos.

 A lo que me puse a pensar seriamente… ¿traerá escondido por ahí una caja de chocolates con relleno cremoso?

—Y no, no es una jodida caja de chocolates —me miró irónico después de una pausa.

Una de dos, este chico lee mis pensamientos, o soy demasiado predecible…

— ¿Dijiste carnada? —Repetí divertido e incrédulo—. ¿Qué cosa me haría permanecer obligadamente a tu lado?—. Resoplé burlesco.

Entonces, una dulce voz se escuchó a lo lejos, llamándome de la misma forma como en mis sueños lo ha hecho incontablemente.

— ¡Ángel! —Agitó alegremente la mano, desde la parada del bus, mi bella rubia… Carla.

—Ahí tu carnada —Señaló con la mirada y sonrió.

Yo volví mis claros ojos a él, absorto.

— ¡Eres un…! —Censuré a tiempo mi boca y detuve aquel puño que alcanzó a rozar sus atractivas y cínicas facciones.

Era un genio. Es consciente que mi talón de Aquiles, es Carla.

¿Podía jugar más sucio que eso?

Él reía triunfante mientras que yo empuñaba con fuerza mis manos, impotente.

Cruzamos juntos la calle, acercándonos a Carla. Él lo hizo triunfante mientras que yo le seguía sin opción, lanzándole maldiciones por lo bajo.

—Han tardado chicos —nos recibió ella sonriendo.

Alcé una ceja. ¿Ya estaba esperándonos?

—Adrián se ha ofrecido amablemente llevarnos todos los días a clases —me avisó conmocionada—. ¿Qué te parece?

Estuve a punto de apelar ante esa estúpida idea, cuando detrás de mí, Adrián colgó sus brazos  sobre mi cuello y respondió en mi lugar.

—Por supuesto que le parece perfecto. Somos amigos, y nos hemos vuelto muy cercanos—accionó una sonrisa malintencionada, a la que, al parecer yo sólo puede percibir—.  Además no gastará más en esos molestos cupones de transporte. Y con lo mal que manejan esos choferes que ni siquiera se dignan a usar jabón.

Y entonces bajó sus brazos, rodeando comprometedoramente mis caderas.

Me ruboricé al sentir detrás, el leve roce de su pantalón. Y contuve la respiración.

— ¡Ya veo! —se alegró ella al observarnos tan “amistosos”.

Yo reí entre dientes, siguiéndole el sucio juego a Adrián, soportando sus traviesas manos en mí, jugueteando con mi cuerpo; acción que extrañamente, me provocaron cosquilleos electrizantes e inevitables espasmos.  Y necesitaba urgentemente que parara de hacerlo…

— Ángel, de pronto tu rostro se ha irritado por los rayos del sol. ¡Está como un tomate! —señaló Carla.

—Es mejor que busquemos sombra —puntualicé.

—Sí, hace calorcito —se adelantó, abanicándose el rostro con la mano.

Si supiera la retorcida realidad escondida bajo esta supuesta cercana amistad… Yo mismo estaba aterrado en mi interior, fingiendo sonreír mientras que Adrián frotaba insistentemente su mejilla contra la mía, como una demostración cariñosa e inocente. Era bastante incómodo, no… ¡insoportable! fingir llevarnos bien y el estar adherido a él de esta forma, cuando en realidad deseaba lastimarlo y mantenerme a una distancia lo suficiente alejada para ni siquiera verle. Pero qué podía hacer al respecto, yo fui una de las primeras personas que le certifiqué a Carla, ser  súper amigo de Adrián, condenándome yo mismo con tal afirmación y que en estos momentos, me llevaba al carajo. Pero cuando Carla se distrajo un momento de nosotros, aproveché para alejar violentamente al Lobo de mí, y de paso, sumergirle un puñetazo en el abdomen como reprenda por sus atrevimientos y también una advertencia silenciosa. Pero a él no le importó y se alejó mientras reía.

 

Caminamos en dirección al parque. Deseaba desesperadamente deslindarme de la situación. No estaba dispuesto a que Adrián me llevara a la escuela todos los días. Mucho menos en  su riesgosa moto y  con los tres a bordo de ella.

Quería sabotear su maléfico plan. ¿Pero qué podía hacer? Froté estresado mi cabellera sin encontrar una pronta solución.

Al final no se me ocurrió nada, mi mente estaba adormilada así que, cabizbajo los seguí con pasos demorados, deseando jamás llegar a mi destino si el Lobo iba a estar ahí. Choferes que no usaban jabón y que se cruzan los altos era una idea más tentativa ahora.

Adrián sacó unas llaves del bolsillo trasero de su pantalón de mezclilla y se acercó a un maltratado carro noventero, marca “GOL” y de color azul.

—Suban —nos motivó y abrió la puerta de este.

Me quedé quieto unos instantes, preguntándome qué le había ocurrido a su moto de chico malo, mientras que Carla se adelantaba y tomaba lugar adelante, en el copiloto. Tímido y sin opción, abrí una de las puertas traseras del auto e ingresé. Dentro, el aire era bochornoso y sofocante. Apestaba a tabaco y tosí molesto. Adrián bajó inmediatamente los cristales de las ventanas ofreciéndonos ventilación natural. Llevé la mochila a mis piernas y pese a que iba solo allá atrás, evité usar demasiado espacio, mientras que él echaba andar la carcacha y Carla se retocaba su sofisticado peinado por el espejo retrovisor lateral, sonriéndole coquetamente a su reflejo.

Resoplé, al no haber sido capaz de salir huyendo cuando aún había oportunidad. 

—He llevado mi motocicleta al mecánico para que la pongan guapa —indicó de pronto Adrián, dando una información que nadie le pidió—. Un amigo muy terco al que no le gusta verme andar a pie me ha prestado su auto mientras me la entregan. Ahhh, y debo admitir  que es cómodo —. Expresó extasiado.

—Qué amigo tan atento —señaló Carla.

Yo sólo le miré desde atrás con fingida indiferencia, mostrándole lo poco que me importaba.

—No es recomendable andar de pie por las calles, es muy peligroso… —agregó.

¿De qué diablos hablaba? ¡No había peor amenaza que él!

—Cierto y más después del reciente ataque que sufriste —le apoyó Carla.

Yo ceñí el entrecejo.

— ¿De qué hablan? —pregunté haciéndolos triunfadores por haber atrapado mi interés.

—Un chico salvaje ha golpeado en la nariz a Adrián… —me respondió ella.

El rostro se me nubló al escucharla, ese chico salvaje que mencionaba con tanto rencor, era yo.

—El curita que llevo ahora, es el recuerdo temporal de su puño en mi rostro —lo presumió él como un trofeo.

¿A qué persona le causaba orgullo una herida hecha por otro? Era un completo loco.

—Quién lo hizo debió ser un completo imbécil. Una bestia —se molestó Carla.

Yo carraspeé la garganta.

—Alguna razón tuvo que haber tenido para que Adrián haya impulsado a ese pobre chico a quebrarle la nariz —Le señalé, intentando defenderme.

«Aparte de componérsela» Dije en mis adentros.

—Sí, supongo que su envidia ante mi perfecto rostro era suficiente motivo —sonrió más él.

— ¿Eso crees? —Le fulminé con la mirada—. Quizá ese chico se encontraba frente a un peligro inminente y no le quedó de otra más que defenderse.

—Como haya sido, ¡sólo espero y lo atropelle un tráiler por intentar estropearle la nariz a Adrián! —exclamó Carla.

Adrián soltó una carcajada.

Un momento, había escuchado decir que, ¿mi amada deseaba que me atropellara un tráiler? ¡Pero  era de mí de quien hablábamos!

Y así recorrimos las primeras cuadras lentamente. Me sorprendió que Adrián manejara tranquilo y respetara las reglas de vialidad. Portarse rebelde sobre ruedas era algo en él, o de menos es lo que yo comprobé la vez que me subí a su moto. Esa noche, se comportó como un loco suicida y juro que casi vi pasar mis últimos momentos de mi vida frente a sus riesgosas acrobacias. Hubiera sido verdaderamente una tragedia haber muerto a su lado y por su causa. Entonces… ¿por qué esta vez decidió valorar su vida y la nuestra? Aunque eso no lo limitó a lucirse en esta ocasión. Engreída e imprudentemente, iba usando únicamente su mano derecha en el volante, mientras que la otra vagueaba fuera de la ventanilla del auto, haciéndoles señas arbitrarias y amistosas a otros conductores y dándoles amablemente el pase a peatones.  ¿Qué le impulsaba a esforzarse por ser amistoso y amable? Acción que no encajaba en alguien que llevaba usando un intimidante colguije de calavera en el cuello y dibujado en todo su rostro la maldad pura.

Aún en amarillo, Adrián se detuvo frente a ese semáforo parpadeante y esperó a que marcara completamente el rojo. Carla decidió aprovecharse de la pausa y  sus uñas purpuras hicieron un suave masaje en la pierna, sobre esos vaqueros que rotos de las rodillas lucia el pelinegro. Y con el otro brazo acarició amorosamente su nuca y acechó su boca…

Giré mi cabeza inmediatamente, con el corazón estremecido, antes de que sus jadeantes labios se unieran y mezclaran, evitando que mis ojos se convirtieran en el cruel testigo de su beso.

Presioné mi puño. Había olvidado completamente que Carla y Adrián eran novios.

Y al parecer él también lo olvidó, cuando me dijo todo aquello tan bonito…

¿Acaso me sentía lastimado y traicionado?

Dirigí mi vista fuera, en la gente que pasaba y en los locales de ropa, mientras que inevitablemente oía los escandalosos sonidos de sus labios absorberse. En un arrebato de incomodidad, tomé la manija de la puerta e intenté abrirla desesperadamente, queriendo escapar en vano de esa situación. Pero la puerta estaba bien cerrada.

Carla apartó bruscamente sus labios de los de él al escuchar mis forcejeos.

— ¿Sucede algo? —me preguntó, volteando hacia atrás, mientras que Adrián carraspeaba la garganta y  arrancaba de nueva cuenta bajo la luz verde del semáforo.

—Sólo probaba que sirviera el seguro de la puerta —contesté apenado. Ella parecía no comprender, por lo que extendí mi mentira—. Hace unos meses mi abuelita tuvo un terrible accidente a causa de eso. Ella tomó un taxi para ir a visitarnos, se recargó en la puerta del auto y esta se abrió… entonces mi abuela salió disparada de ahí.

—Descanse en paz tu abuela —se persignó Adrián, sin apartar la vista al frente.

—Ella sigue con vida —le dije entre dientes. Él rió divertido mientras se disculpaba, fingiendo seriedad.

— ¿Cuántos huesos rotos? —preguntó Carla mortificada.

—Ninguno —me digné a contestar sin pensarlo detenidamente.

—Mis respetos, tu abue es indestructible, una sobreviviente extrema —siguió burlándose él.

Yo solo bufé. Estaba tan molesto, que de mi cabeza salía humo, quizá no tanto por sus comentarios sarcásticos sobre mi abuela sino…

Por ese beso…

Agité mi cabeza, intentando convencerme que la aparición de este sentimiento lastimero, era ocasionado por celar a Carla, a quién amo, y no por el hecho de sentirme traicionado por Adrián y sus palabras…

¿Por qué me sorprende viniendo de alguien de su calaña? Era de esperarse, estamos hablando del imbécil de Adrián, la estrella porno número uno de la cuidad. Además, no debía importarme, sabía que él jugaba desde un principio y sus sentimientos me molestaban, fueran falsos o no.

 

Carla continuó coqueteándole al Lobo durante el camino. Jugaba con el oscuro cabello de él y lo hacía sonreír. Y yo, sólo comencé a ser un incómodo tercio ahí. Algo que estaba de más. Esbocé molesto, no recordaba que el camino a la escuela fuera tan largo y tedioso.

Asomaba la cabeza por la ventanilla para sentir el aire, cuando sentí  el acecho de Adrián.  Él me observaba a través del espejo retrovisor interno. Me mordí los labios, mientras intentaba evitar a toda costa esos  ojos  serios e intensos que eran capaces de ordenarme a responderles, sin necesidad de usar la voz. Y fracasé al evadirlos, ya que aunque no les correspondiera completamente, los sentía devorando cada parte de mí.

Me encogí tímido escondiendo mis manos entre mis piernas, ya bastante afectado ante su discreta pero potente mirada.

A Carla la llevaba a un lado, muy cariñosa…

 ¿Por qué empeñarse en mí?

Tenía su novia y eso no le daba el derecho. ¡Era un cínico de lo peor!  Pero sus actos inmorales eran consecuencia de su naturaleza, y por el hecho de vivir en las calles, aprendiendo de ellas.

— ¿Puedes desviarte por esta privada? —Pidió Carla de pronto y el Lobo asentó, distrayéndose por unos instantes de mí— Hay una papelería cerca. Olvidé comprar el material para mi clase— Aclaró tímida.

Adrián dio un brusco viraje que me obligó por unos momentos a aferrarme con fuerza de mi asiento y se estacionó improvisadamente en un lugar no indicado, dejando encendido el motor. Carla bajó veloz y yo intenté seguirle, prefería acompañarla en su breve compra, que permanecer  a solas atrapado en el auto con el patán del Lobo. Pero fui estúpidamente lento y Adrián puso el seguro de la puerta evitando así, que huyera.

Crucé los brazos, molesto, mientras él continuaba observándome por el espejo retrovisor, inspeccionándome minuciosamente mientras se acariciaba la barbilla. ¿Qué observaba con tanto detenimiento y esmero en mi simple apariencia? ¿Eran los leves raspones en mis delgadas  y claras rodillas ocasionadas por el futbol y que ahora eran descubiertas por el pantalón corto que llevaba? ¿O mi corte de cabello? ¿Esos rebeldes mechones que se me vienen al rostro y que han ocasionado varios de mis tropiezos por las calles? ¿O quizá mi camisa a cuadros? ¿Tenía algo en particular contra las camisas a cuadro? ¿Tal vez le era desconcertante la palidez de mi piel y sus diminutos lunares? ¿O de nuevo eran mis pintorescas pecas? ¡Se ponen rojas ante el sol si eso era lo que le inquietaba!

En verdad que su mirada lograba ponerme bastante tenso...

 Tímido, comencé a morderme mis escasas uñas, mirando a cualquier lugar, con aire distraído, fingiendo no tomar en cuenta a su par de ojos negros sobre mí. Pero a cada segundo estaba haciéndose  insoportable, y antes de gritarle ya harto de que parara, él habló:

—Existen dos poderosas razones por las que no he terminado mi relación con Carla —y se giró hacia mí, conectando sus ojos a los míos con suma seriedad.

Y ahí estaba de nuevo, diciendo cosas que nadie le pregunta e interesa.

—Entonces… dedícate a ella y a mí deja de acosarme y decirme mentiras —le pedí, también serio.

—Te lo diré por segunda vez en este día, que no está en mis planes dejarte en paz —se mordió los labios—. Y no han sido mentiras.

— ¡No finjas más! —Exploté y dirigí mi puño a su rostro. Tenía que hacerlo pagar por intentar jugar con los sentimientos de ambos.

Pero él lo detuvo, capturando con fuerza mi muñeca.

—Duele —gimoteé.

 Él giró mi brazo y obligó a mis dedos a abrirse.

Entonces abandonó ese pequeño objeto tintineante y suave en mi extendida y pálida palma.

—Cógelo, es la nariz del sádico payaso que está impreso en tu ridícula sudadera —hizo una mueca burlesca—. Creí que era una pelusa molesta cuando se pegó y se aferró en mi chaqueta aquella noche.

Gruñí, tomando aquella nariz roja por la que tanto me quejé al creerla extraviada, y me lleve las manos  al bolsillo, refugiándola dentro.

 —De nada —los gruesos labios del Lobo dibujaron una tenue sonrisa.

Achiqué los ojos malhumorado, sin mostrar ni una pequeña muestra de gratitud, no tenía por qué hacerlo, al fin y al cabo, Adrián sólo reparaba el desperfecto que causó en mi abrigo. Además dejó adolorida mi muñeca y…

Besó a Carla…

Ella volvió y entró al auto apresurada.

—La papelería no contaba con el material —se quejó estresada—. El encargado me dijo que sólo podría conseguirlos en los grandes locales del centro.

—Puedo llevarte —Adrián se ofreció inmediatamente.

—No llegaríamos a la escuela a tiempo —caviló ella.

—Entonces… — respondió él sonriendo—, sólo falten a clases.

Refunfuñé. ¿Qué tipo de solución era esa?

Pero Carla pareció maravillada con la idea.

—Cierto, sirve que me salvo del pegajoso experimento química —sonrió satisfecha.

—No sé —murmuré detrás—. Hoy presentaré varios exámenes y…

—Yo los presentaré hasta el día de mañana —señaló Carla extrañada.

— ¡Vamos, no seas aguafiestas! —Pidió Adrián—. Podríamos irnos a pasear. Los llevo a donde me pidan. O sólo que Ángel, sea de esos chicos raritos y mataditos que se esfuerzan por recibir reconocimientos de “asistencia perfecta”, o  simplemente esté asustado porque es su primera vez que saltará las clases —Señaló con tono burlesco, incitándome.

— ¡Nada de eso! ¡Me las he saltado desde preescolar! —Fingí, comportándome ofendido— ¡Soy un chico rebelde!

—Entonces faltemos, por favor —me imploró ella con las pupilas dilatadas.

Era incorrecto pero, ¿cómo negarme ante la insistencia de Carla y quedar mal ante ella? Además, cuando me pide algo, no importa de lo que se trate, cedo automáticamente, sin detenerme a pensar. Podría recorrer la cuidad desnudo si me lo pidiera.

—Está bien —me desinflé.

Ella se regocijó desde su asiento, emocionadísima.

— ¡Aprovechemos que es un día caluroso y vayamos por helados! —Exclamó, mientras que Adrián sonreía victorioso, por habernos encaminado hacia el  pecado.

 Indudablemente era hijo de Satán…

Yo estaba nervioso.  Era la primera vez que me saltaría las clases. ¿Debía acaso ocultarme el rostro mientras recorro las calles para que las personas no vayan con el chisme a mi madre y que ella me someta a sus extremos castigos medievales cuando se entere?

¿Desde cuándo alguien como yo cometía acciones rebeldes y alocadas como esta?

Lo único de lo que estaba seguro, es que Adrián era una muy mala influencia. Gracias a él estaba cometiendo mi primer rebeldía. Lo más recomendable era retirarme de su compañía y evitar tratar con él. Si esto fue sólo en el primer día, ¿terminaría cometiendo mayores crímenes gracias a Adrián en un futuro no muy lejano?

 

Sí, y el peor de los crímenes…

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Adrián recorría las calles con una actitud de altivez.  Su presencia era como un imán que atraía miradas. Todas ellas…

 Carla iba a su lado, tomándole orgullosa del brazo. Pero eso no evitó que las chicas que pasaban, se detuvieran para mirarle sin prohibición. Yo les seguía detrás, sintiéndome peor que un asesino por haberme saltado las clases y de paso, debía soportar la petulancia de Adrián. Pero lo que me irritaba más que cualquier otra cosa, era lo  bien que lucían juntos. Eran indudablemente la pareja perfecta…

Sí, quizá era una hermosa tarde parecida a verano, pero nótese la pequeña nube en mi cabeza nublando mi cielo, lanzando rayos y mojando mi infortunada existencia con su implacable tormenta.

Pero al momento de acceder a esa gran heladería, un  arcoíris surcó mi cabeza desapareciendo esa molesta nube gris, haciéndome olvidar cualquier remordimiento o pena que me aquejaba anteriormente por haberme saltado las clases… 

Maravillado, corrí eufórico a una de las mesas como todo un chiquillo de cinco años, sin detenerme a pensar en ese momento por las apariencias… aunque era seguro que me lamentaría después. 

El lugar era muy colorido, lo que lo hacía perfecto para mí, y tenían puestas canciones de “Barney”.

— ¿Hace cuánto que no venía a una heladería? —Suspiré recordando momentos agradables de mi niñez.

Por otro lado, Adrián entró al lugar como si fuera su casa, espantando a uno que otro niño que se le atravesaba, haciéndoles correr y protegerse en los brazos de su madre. Y sólo a causa de su mueca de pocos amigos y  su caminar de busca pleitos.

Ambos se acercaron a la mesa circular que elegí y el Lobo tomó asiento de una manera inadecuada, pero bastante cómoda.

 « ¿No le habían enseñado a sentarse debidamente?». Molesto, pensé en mis adentros.

Carla arrastró una silla y la colocó muy pegada a la de Adrián, yo diría que bastante y recargó su cabeza en el hombro de él.

Al contrario de ella yo permanecía sentado lo más lejos posible, pero no podía evitar tenerlo frente a mí, compartiendo la misma mesa y el mismo aire. Le lancé una mirada inquisitiva mientras él bostezaba.

Definitivamente él y el lugar no coincidían…

 En verdad, ¿prefería permanecer en esta heladería con música y estampados infantiles rodeándole?

¿No le preocupaba perder su fama de chico matón frecuentando este sitio?

 ¿No optaba por un salón nocturno que perder el tiempo aquí?

Pero a él, parecía importarle poco.

¿Qué era lo que  lo retenía en este lugar en el que no cuadraba?

¿Era tanto su deseo de fastidiarme?

Adrián  por fin notó mis ojos en él. Inmediatamente los desvié, con aire distraído.

¡Qué! ¡Sólo observaba lo patético que lucía sentado entre tantos colores y estampados infantiles!

Carla tomó la única carta de menú y pretendió verla, mientras que Adrián comenzaba nuevamente sus ataques de miradas contra mí…

 Batallas que nunca lograré ganar…

 Así que, como ya un mecanismo natural, me encogí en la silla y escondí mis manos entre mis piernas, avergonzado, pero a la vez, molesto.

Qué otra cosa podía hacer…no tenía el valor de encararlo.

«Sólo debes soportarlo». Pensé. Pero él aumentó la fuerza de sus ataques.

Sin resentimientos me miraba sin ningún pudor, sonriendo y disfrutando el hacerme sonrojar. Vigilaba con recelo cada movimiento mío, y me lanzaba gestos coquetos con aquel cinismo reflejado en su rostro y esa mueca retadora y desvergonzada…

Yo, sólo acumulaba todo el coraje en mi puño bajo la mesa, impotente.

“He aquí al insípido personaje que en capítulos anteriores se quejaba de falta de atención y por ser invisible. Y que ahora, al ser presa de los ojos de Adrián, prefiere mil veces volver a ser Gasparín”.

— ¿Un sitio junto a la ventana? —Preguntó Carla, rescatándome y rompiendo la tención que se estaba desarrollando a mí alrededor.

—Sí, de esa forma puedo devorar el helado y presumirle a los niños que vaya pasando por la calle —señalé travieso.

— ¿Devorar helado y presumirles a los niños? —El Lobo esbozó una sonrisa burlona.

—Corrijo, eso haría si tuviera diez años —reí avergonzado.

— Pareces maravillado por el lugar —se acariciándose la barbilla—, más que cualquier niño en el lugar. Y pensar que te rehusabas a faltar a clases…

Inmediatamente borré mi sonrisa y molesto le miré.

Al ausentarme en los exámenes, cabía la gran probabilidad de reprobar las materias. Y todo porque abrió la boca y sonsacó a Carla. Porque él no asistía a la escuela, ¿deseaba que el resto  también truncara sus estudios?

Aunque, si logró salirse con la suya… ¿por qué no sacar ventaja de la situación?  

Entonces con perversas intenciones en mente, miré las opciones en la carta del menú cuando  Carla me la facilitó, buscando el helado más grande y costoso de la lista, consciente de que Adrián había prometido hacerse cargo de la cuenta.  

Estaba decidido a aniquilar su economía, atacar sin piedad su cartera para que no le quedara  ganas de invitarme más. Reí como un villano en mis adentros. Pero la verdad es que carecía de malicia y astucia.

« ¿Qué tanto dinero puede llevar un vago como él en su bolsillo?»

Estaba dispuesto a descubrirlo.

—Yo quiero el  helado Jumbo —señalé perspicaz.

— ¿El Jumbo? —dejó escapar una risita burlesca—. ¿No es demasiado para un ser humano? ¿Acaso eres un monstruo?

Le maldije en voz baja.

—Puedes pedir el jumbo, no hay problema —fingió esa sonrisita amable que tanto me enferma—. Al fin y al cabo no seré yo quien me infle como un globo.

—Yo quiero el pequeño —dijo Carla, con algo de timidez.

—Yo iré a prepararlos —se levantó el Lobo, esforzándose por seguir fingiendo ser amable—. ¿De qué sabor lo quieren?

Yo le fulminé con la mirada. Era obvio que de chocolate, ¿eran necesarias las palabras?

—Bien… —captó él—, ya traigo uno de chocolate y el otro de… no sé, de pistache, ¿está bien?

—Bien —respondí quejumbroso.

— ¿Cómo has descubierto mi sabor favorito? —preguntó Carla ruborizada.

—Eres mi novia, es lo menos que debía saber, ¿no? —guiñó el ojo y se retiró.

— ¿No es un amor? —maravillada, Carla se volvió hacia mí.

Carraspeé la garganta.

—Sí… —afirmé entre dientes, casi a la fuerza. No sé por qué me costó tanto mentir.

Minutos después, el Lobo regresó junto con toda la tensión.

—Aquí tu helado Jumbo —me dijo y dejó caer un enorme barquillo que hizo retumbar la mesa.

Miré el preparado, las  esferas del helado tenían algo muy singular que no las hacían apetecibles para mis ojos…

¡No eran de chocolate!

Por otro lado, Carla recibió su helado con satisfacción y antojo.

—Chocolate, mi favorito —ella se frotó las manos.

Fue cuando capté el juego de Adrián. ¡El de chocolate fue para ella desde un principio!

— ¿Y no has preparado uno para ti, amor? —le preguntó la rubia dándole una primera probada a su pedido. Y mi boca se hizo agua al contemplarla.

—No me apetece —dijo él—. Ustedes disfrútenlo… —sonrió astuto y malintencionadamente.

¡Por supuesto que yo no lo disfrutaría!

 Resignado por unos momentos, tomé la cuchara y comencé  picar la textura y a jugar con ella, sin tantos ánimos,  ya que por más que lo miraba, no me parecía apetecible el color verde que llevaba el helado.

Hasta que caí en la cuenta de que no tenía por qué comerlo  si no me apetecía, ¡y más si era el interminable jumbo!

—A mi no me gusta el de pistache —arrojé la cuchara y miré inconforme a Adrián.

Él sonrió, como si ese hubiera sido su objetivo desde el principio. ¿Era venganza por haber pedido el preparado más caro de la lista?

—Hace unos momentos he preguntado los sabores y me has dejado elegir a mí sin objetar —memorizó.

—Pues no lo quiero —demandé.

—Es porque quizá jamás lo has probado. No sé por qué las personas se empeñan en pedir los sabores clásicos de los helados si hay tanta variedad de ellos. Anda, pruébalo, quizá sea de tu agrado.

—No lo haré —y crucé los brazos, mientras que el helado Jumbo comenzaba a derretirse lentamente ante mis ojos y los de él.

— ¡He pagado por el, así que lo harás! —refunfuñó.

— ¡Oblígame! —Le reté, consciente de que no se atrevería a hacerlo frente a Carla.

Ella se divertía, y había comenzado a grabarnos con su celular, preguntándose cómo el problema de un simple helado había llegado tan lejos.

—Parece  una riña entre niños —Rió.

—Hazlo —Adrián se puso de pie autoritario y  golpeó la mesa.

—No y no —hice un puchero, como un infante a su madre cuando le quiere obligar a comer verduras.

—Que lo hagas… —con sus manos me tomó de la cabeza e intentó sumergirme en el barquillo, mientras que yo me resistía. Pero al final, mi  rostro de alguna manera se resbaló accidentalmente durante el forcejeo y se sumergió en el helado de pistache.

Un molesto frio invadió cada musculo facial, que entumecido quedó al instante.

— ¡Pero qué te ha pasado en la cara! —señaló divertido Adrián, cuando saqué mi cara toda estilada del barquillo.

Carla celebró tal acontecimiento entre risas. Indignado, me levanté de la mesa e intenté patear con fuerza la pierna de Adrián bajo la mesa pero fallé, y me golpeé con la pata metálica.

—Solo fue un accidente, no te molestes —escuché que él me decía—. No ha sido mi intención.

Me  levanté como pude y comencé a caminar a tientas, buscando las mesas próximas para no tropezar con ellas y con la gente que iba pasando. Pero gracias al espeso helado acumulado en mis parpados, lo hice repetidamente. Parecía un monstruo que destruía todo a su paso, más aterrador que  Gotzilla destruyendo Nueva York.

Después de tantos obstáculos, logré llegar al sanitario prácticamente a ciegas guiándome por mi tacto. Ahora sentía la frustración por la que pasaban las personas sin vista.

Un mundo sin luz debía ser aterrador…

Divisé borrosamente el lavamanos, alumbrado bajo un potente bombillo. Caminé aprisa y abrí el grifo. Me froté con fuerza la cara con el agua, maldiciendo al Lobo a cada segundo.

— ¿Y aún continúo dudando de que su llegada a mi vida no es más que una tragedia? Primero me dice que le gusto y luego hace esto. ¿Está bien de la cabeza? —Murmuré molestoso para mí mismo.

— ¿Es mi nombre el que murmuran tus labios? —escuché una voz a mis espaldas, y que pude identificar al instante.

No podía ser otra persona más que él…

— ¡Es porque te estoy maldiciendo idiota! —Grité sumergido en el lavabo.

Le escuché reírse.

—Pero qué forma la tuya de comer helado —se burló—. Lo había visto una vez, con un bebé de ocho meses.

Cerré la lleve y con la cara estilada de agua, me erguí y le miré por el reflejo del espejo, detrás, acercándose peligrosamente a mí. Me giré de inmediato pero ya era demasiado tarde, estaba atrapado entre el lavamanos y él. Atrapado de nuevo bajo ese afán suyo de invadir mí espacio personal, de violarlo…

Hasta lograr rozarme…

—Por qué lo haces, acercarte a mí de esta manera —titubeé.

—Porque de esta forma puedo apreciar con más precisión tus adorables pecas. Y con lo que me encanta verlas sonrojadas. Y más cuando yo soy el causante —musitó suavemente.

Inmediatamente me cubrí el rostro con el antebrazo cuando mi enrojecimiento se intensificó más a causa de sus palabras y de su acercamiento.

— ¿No te das cuenta de que estás violando mi espacio personal? —Irritado le reclamé debajo de mi brazo—. Eres la primera y única persona que ha tenido el descaro de hacerlo. Y sin pudor alguno.

—Qué puedo hacer, soy un invasor… —y retiró mi brazo del rostro para lograr contemplarme—.  Y de la misma forma, invadiré tu vida, tus pensamientos y tus sentimientos hasta que ellos cedan y me pertenezcan. Y es un placer también poder ser el primero en todo en tu vida…

Mis piernas se  imposibilitaron y amenazaron con doblegarse al escucharle.

—Apártate, alguien puede venir —retuve su pecho latente con mi mano.

—He puesto el anuncio de precaución en la entrada. Ahora mismo los comensales suponen que el servicio de limpieza está trabajando.

— ¡Aun así apártate! —Insistí.

—No hasta que me contestes… ¿cómo te las estás pasado en nuestra primera cita? —Jugueteó.

—No es una cita —aclaré irritado—. Y si lo fuera, lo estuvieras haciendo terriblemente mal.

— ¿Eh? —Sonrió.

— ¡En verdad pareces un primerizo! Déjame darte algunos consejos —carraspeé la garganta bastante serio mientras él seguía riendo—. Primero, nunca debes equivocarte con el sabor del helado de tu acompañante y mucho menos estampárselo en su rostro. Créeme que es muy molesto. Segundo y lo más importante, en una cita, debes asegurarte que la mesa sea sólo para dos…  —y desvié la mirada.

Sabía a qué me refería con lo último, por lo que intentó justificarse al instante.

—Yo…

— ¡Así que deja de jugar con Carla y conmigo! —Exclamé antes de que pudiera hacerlo e intenté abrirme paso.

Él me retuvo y suspiró resignado.

—Está bien, te diré las dos razones por las que sigo con ella.

—No es necesario —seguí intentando escapar.

— ¡Escucha! —Vociferó autoritario—. En primera, Carla apostó todo por nuestra relación. Por ello, sus amigos y amigas le han abandonado. Todo el mundo le ha abandonado. Se ha quedado sola y lo único que posee ahora, es a ti y a mí. No puedo, no ahora, abandonarle también como los demás, mucho menos cuando fue por mi causa. Y la segunda razón y la más importante… —hizo una pausa y me miró seriamente—. Tú la amas… y si ella se entera que mi corazón se lo has robado tú, te odiará, y me culparás a mí, y jamás me lo perdonarás. Lo que quiero decir es que…, yo no tengo nada que perder con esto, pero si en verdad te molesta que siga con ella… —sonrió de lado—… eso puede arreglarse ahora mismo.

— ¿Eh?— Me alarmé.

—Digámosle ahora mismo que tú me gustas, vamos —me tomó de la mano y me arrastró hacia la salida.

— ¿Estás loco? —Desesperado intenté frenar mis pasos, derrapando las suelas de mi calzado en el piso.

—Yo no tengo nada que ocultar y si lo hice hasta ahora fue pensando en ustedes, pero a mí no me cuesta ser sincero y hablar de frente. Y si confesándole a Carla que me gustas es la única manera para que me creas que en realidad me interesas y que voy en serio, entonces, simplemente debo…

— ¡No!  —Le detuve  de la muñeca, jadeante—. No le digas… —musité con la cara al suelo, suplicándole.

Sus dedos me tomaron del mentón y me levantaron el rostro. Entonces me miró:

—Sólo tienes que darme un ,y en ese momento terminaré a Carla. Así que, por favor, no te tardes y enamórate de mí —. Me liberó y  sin más, se salió de ahí, dejándome abrumado.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Me demoré unos minutos en el sanitario hasta que se regularizó mi respiración, y luego regresé a la mesa con Carla cuando sentí que podía actuar normal, como si no hubiera pasado nada.

—Adrián se ha adelantado, nos espera fuera del local —me avisó la rubia—. Ya ha pagado la cuenta de los helados.

—Bien —fingí sonreír.

— ¿Desde cuándo ustedes se llevan así? —Rió ella—. Son muy divertidos.

—Ni siquiera yo sé cuando iniciamos a llevarnos así — dije entre dientes y viré los ojos.

 

Salimos de la heladería. El Lobo estaba recargado en la pared, fumándose un cigarrillo. Ni siquiera se percató de nosotros. Estaba sumergido en su mundo y parecía frustrado por la manera en que presionaba su puño.

Le observé en silencio por unos instantes y refunfuñé. Con lo que odiaba el tabaco y las personas viciosas a él…

 Adrián anidó el humo del cigarrillo dentro de su boca entreabierta y luego lo dejó escapar suavemente junto con un suspiro.

Esa forma de fumar…

Ese porte…

Ese perfil…

Esa forma de vestir, a la de un vago…

Me perdí en su imagen.

—Adrián… —Carla lo llamó e inmediatamente él reaccionó, al igual que yo.

El pelinegro tiró y pisoteó el cigarrillo bajo sus botas militares.

—Suban al auto —sacó las llaves y nos encaminó.

A penas habíamos arrancado, cuando Adrián recibió una llamada a ese celular de un modelo tan viejo, que supuse que estaba peleado con la tecnología.

—Don Fernando —contestó seriamente.

Yo le lancé una mirada desaprobatoria desde el espejo retrovisor. A lo que sabía, no debía llamar y manejar al mismo tiempo y más si llevaba dos valiosas vidas abordo.

—Estoy manejando, voy a colgar —dijo, respondiéndome la mirada.

¿Acaso podía leer mi mente?

 

Después de eso, nos fuimos a un centro comercial donde pasé toda la tarde sin hacer nada, tiempo que jamás recuperaría, mientras que Carla y él hablaban y se abrazaban sentados en una banca.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Carla y yo caminábamos a casa ya en penumbras. Adrián nos había dejado en el parque y se había marchado velozmente en el auto.

Había empezado a hacer frío. Me frotaba los brazos mientras que fascinada Carla miraba el firmamento. El cielo tenía algo en particular esa noche, algo que un despistado como yo no percató, al igual que muchas cosas en mi vida.

—Gracias por habernos acompañado hoy —me sonrió ella de pronto antes de entrar a su casa.

—No ha sido nada —con las manos en los bolsillos, me despedí con un ademán de mano.

En verdad sí había sido mucho. Esperaba que lo valorara.

Me adentré a mi hogar, refugiándome de la  noche y fingí haber tenido otro rutinario día de escuela. Ojala hubiera sido así. Tomé del cuarto mi sudadera roja con capucha atrás y me abrigué con ella. Esta había sido recién lavada, por lo que aun olía al suavizante. Y estaba muy suave…

Bajé a la sala, y me arrojé al sofá aún con escalofríos. Al parecer mis fosas nasales habían succionado demasiado helado de pistache y llegado a mi cerebro, congelando mis neuronas. Tomé uno de los cojines  y lancé un grito de frustración  en su acolchonada textura. No aprobaba que Adrián invadiera mis días de esa forma y que tuviera planeado seguir haciéndolo.

Pero… ¿estaba siendo demasiado ingenuo al creer que algún día sería capaz de librarme de él?

—Y qué tal te fue en los exámenes —preguntó mamá saliendo de la cocina.

Palidecí de pronto.

—Bien, supongo —reí nervioso.

Al menos tenía a quién culpar por ello si reprobaba.

Y cuando creí que el mal día había concluido y que podía simplemente irme a descansar, el destino decidió contradecirme, como siempre…

 El timbre de la casa sonó como un mal presagio. No podía explicar esa mal impresión que me causó.

Aflojerado, me levanté del sillón pero mi madre se me adelantó.

—Espero a  la señora de las colchas —me informó—. Seguro que es ella. Yo atiendo.

—No, ha de ser Jenny quien llama a la puerta. Olvidé mi oso de peluche en su casa y quedó de venir a devolvérmelo hoy —apareció repentinamente mi hermanita Eli en su silla de ruedas.

 

¡Ojalá hubiera sido la señora buscando sus colchas o Jenny con el oso, o un asesino sádico, no importaba!  Pero quién apareció bajo la entrada de mi hasta ahora tranquilo hogar…

¡Fue el Lobo!

Cuando le vi de pie en la puerta saludando a mi madre, mi cuerpo dejó de reaccionar durante varios segundos y me faltó la respiración.

— ¡El chico de volante! —Exclamó mi hermanita cerca de mí, liberándome de mi petrificación— ¡Te has lucido esta vez hermano! ¡Te he pedido apenas esta mañana que le invitaras a casa, y ya está aquí, frente a mí!

Y cuando menos lo esperé, me tomó del brazo y me jaló hacia abajo, besándome la mejilla.

— ¿Qué ha sido eso? —Le pregunté asombrado, ¡porque a ella le daba asco besarme!

Pero Elizabeth no se esperó para responderme y se dirigió a toda velocidad hacia la entrada.

Entonces posé mi mirada sobre un Adrián sonriente y espontáneo bajo mi puerta.

—Hola señora, soy amigo de Ángel y…

¿Amigo? Ceñí el entrecejo.  ¿Se atrevía a blasfemar de esa manera?

Me levanté del sofá y corrí hasta ahí, intentando evitar que esa conversación prosiguiera y que ese tipejo se involucrara más con mi familia,  pero ya era demasiado tarde, ya que mi lujuriosa madre había sucumbido desde el primer instante ante los encantos de Adrián. Ante su malvado hechizo.

Mamá se limpió las manos con su delantal y lo saludo eufórica, mientras que al mismo tiempo llevaba su cabello detrás del oído de forma tímida y coqueta a la vez.

—Pásale, pásale jovencito —sonrojada lo tomó de una mano y Eli de la otra, jalándolo dentro de nuestro sagrado hogar.

¿Qué? Sólo porque era apuesto, ¿mamá invitó a un completo extraño a nuestra casa, exponiéndonos a Eli y  a mí y a ella misma? ¿Y si hubiera sido un delincuente? ¿No había notado que vestía como uno? 

Con las hormonas alborotadas, ambas le guiaron hasta la sala aun sujetándolo fuertemente de las manos y lo sentaron en aquel mullido sofá, como si él no pudiera hacerlo por sus  propios méritos.

—Eres bastante apuesto —le halagó fascinada mamá, mientras le pellizcaba las mejillas y le hacía arrumacos—. Eres como un chico rebelde de mi década. Uno de esos chicos rudos con chaquetas de cuero que se adueñaban y atemorizaban las calles de la cuidad —suspiró anhelada—. Si tan sólo tuviera menos edad y menos peso…

—No me molestaría un poco de experiencia —Adrián le regresó el coqueteo.

Mamá casi se desvanece  al escucharle. ¡Sus mejillas estaban hirviendo!

Intenté no vomitar. Debía ser una pesadilla. ¡Y la peor de todas! Así que me pellizqué el brazo, pero el dolor que me causó me dijo desafortunadamente que enfrentaba una realidad.

Que todo mundo lo amara ya era suficiente, pero, ¿mi familia también?

Me acerqué molesto a Adrián. ¿Acaso tenía el maquiavélico plan de convertirse en mi padrastro?

Él parecía bastante cómodo, y  entretenido observaba cada rincón de mi casa, con actitud de posesión.

— ¡Mamá sácalo de aquí, él no es mi amigo, solo una chusma! —Presioné mis puños—. Y al parecer no tiene buenas intenciones.

— ¡Cómo me pides eso! ¡No seas maleducado Ángel! —Me reprendió— ¡Es mi invitado ahora! —Me dio un jalón de cabello.

Me sobé mi cabeza mientras Adrián sonreía triunfante, en ese sillón que parecía ya más su torno de poder.

Bufé  y con actitud rebelde cogí uno de los panecillos achocolatados de la canasta que estaba centrada en la mesita de la sala, dispuesto a darle un gran mordisco. Pero mamá me dio un fuerte manotazo obligándome a soltarlo de nueva cuenta entre los otros.

—Los panecillos son una muestra de gratitud para doña Martha, que me ha hecho el favor de cuidar a tu hermana, no para un glotón como tú —rezongó.

—Se ven deliciosos, señora —Inquirió Adrián echándoles un vistazo—. ¿Usted los hizo?

—Sí, yo los hice, coge los que gustes —sonrió amable.

Nada limitado, Adrián tomó justamente el panecillo que anteriormente había tomado y le dio un gran mordisco, justo en mi cara.

Yo estaba que ardía de coraje, conteniéndome de tener éxito esta vez  y destrozarle su nariz.

—No sabía que mi hijo tuviera otro amigo —tomó asiento a su lado y lo cogió de las manos, sacándole platica—Y eso me tranquiliza un poco, porque acá entre dos, que Lolo fuera el único y que se la pasara todo el tiempo con él encerrado en su habitación, y que durmieran juntos, me hacía tener sospechas perturbadoras —sonrió nerviosa—.  Con decirte que en los bailes escolares siempre asistieron como si fueran una pareja. Y creí que esa era la causa de que nunca les conociera una novia.

La piel se me erizó de pronto al escucharla. ¿Había tenido esa idea de Lolo y de mí desde siempre? ¿Qué retorcidos pensamientos habitaban la mente de mi madre?

—Recuerdo… —continuó con su peligrosa  narración—, un día que  llevaba a Ángel al preescolar y me dijo que quería casarse con Lolo. Tiró de mi vestido y me insistió hasta las lágrimas que le diera permiso.

— ¡Mamá! ¡Deja de contarle cosas sobre mí que no le incumben a nadie! —ruborizado le reclamé.

— ¿Y quién es Lolo?  —Alzó la ceja Adrián, con mucho interés—. Quisiera conocerlo.

—Es su mejor amigo, son inseparables, ¡seguro que un día tienes la oportunidad de conocerlo!

—Estoy ansioso —el pelinegro se frotó las manos, lúgubre.

—Pero dejando a un lado los temas sin importancia, ¿por qué no me hablas de ti? ¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes? ¿Y tu color favorito? ¿Qué tipo de ropa interior acostumbras usar? ¿Te animarías a vivir un romance prohibido con una mujer mayor, así como yo? —y mi madre se retocó el peinado con la mano.

— ¡Mamá para de una vez! —le pedí ruborizado.

— ¡Pero qué tonta soy! —exclamó ella—. No te he ofrecido nada de beber, y ya te estoy coqueteando.  ¿Te apetece alguna soda?  ¿Y ya cenaste? Ángel ha preparado unas albóndigas en la tarde, si gustas te las recaliento y…

Antes que Adrián pudiera opinar ante ese bombardeo de interrogantes bastante extrañas, el timbre sonó por segunda ocasión, y esta vez yo tuve que ir a atender, puesto que mamá estaba muy ocupada faltándole el respeto a la memoria de nuestro padre coqueteando con  alguien que podía ser su hijo.

La señora de las colchas me saludó en cuanto abrí la puerta.

— ¡Mamá te buscan! —le avisé, pero ella estaba tan maravillada con el Lobo que casi tuve que jalonearla hasta la entrada para que reaccionara.

—Ahora vuelvo joven. Te quedas en tu casa —le dijo toda atolondrada y dirigió a su cliente escaleras arriba, hasta su cuarto de costura.

—Ni creas que te daré a probar de mis platillos —le murmuré cuando mamá desapareció de nuestra vista.

—No te preocupes, no tenía intenciones de enfermarme del estómago —sonrió.

—Eres un…

En eso, Eli apareció detrás de mí a toda velocidad, atropellándome con su silla de ruedas.

— ¿Me lees un cuento? —le pidió a Adrián, presionando el libro con sus manos y con las pupilas dilatadas.

¿Desde cuándo a Eli le interesaban las narraciones infantiles? ¿Había llegado tan lejos de poner esa excusa para conseguir atención de ese vago?

Adrián aceptó cálidamente y se puso de pie, intentando cargarla. Hice el amago de detenerlo, y estuve a punto de decirle que no lo hiciera, que podía lastimarla, pero él la abrazó de la forma adecuada y con extrema delicadeza, como lo haría un enfermero y la trató como a una princesa.

Eli sonrió con las mejillas ruborizadas, completamente feliz, sintiéndose soñada.

—Yo… —balbuceé—, iré a lavar los trastos—. Huí inmediatamente.

 

En la cocina:

—Idiota, idiota, idiota, idiota, ¿cómo te atreviste a entrar a mi casa? ¿Y conquistar a mi madre y hermana? —Estrujaba los vasos mientras los tallabas con furor. Le hice grieta a uno de vidrio y me astillé el dedo.

Chupándome la herida, me acerqué a la puerta y husmé por la rendija.

Y entonces… me enfrenté con la perfecta imagen de Adrián, leyéndole cariñosamente el cuento a mi hermana menor, que sentada en sus piernas, imaginaba cada una de sus palabras narrativas.

¿Desde cuándo esos dos seres diabólicos lucían tan adorables juntos?

 

De alguna manera, Adrián lograba ser involuntariamente encantador…

 

Me llevé la mano al pecho intentando calmarlo.

No, no había posibilidad alguna…

Una persona no puede cambiar sus preferencias sexuales de un día para otro…

Ni siquiera a causa de un beso…

 Ni una declaración…

 Ni un chico lindo leyéndole un cuento a una niña…

 

Miré de nuevo por la rendija. Mi pecho seguía inquieto al observarle.

Algo en él lograba asustarme…

Pero al mismo tiempo, algo en él lograba cautivarme…

 

Me di un respiro espantando cualquier pensamiento y me dirigí a ellos.

— ¡Hermano! —Me habló ella cuando aparecí en la sala—. Adrián ha dicho que caperucita se parece a ti.  ¡Y vaya que es cierto! —. Se carcajeó.

— ¿Tú has dicho eso?—Miré iracundo a Adrián.

Él me enseñó la ilustración de la página.

—Caperucita tiene unas adorables pecas  y rubor en sus mejillas, iguales a las tuyas —señaló a la caricatura.

—No es verdad —crucé los brazos—. No nos parecemos ni un poco.

—Y mira… un feroz lobo la acosa entre los árboles, con la oscura intención de devorarla. Le comprendo, se ve apetitosa—se lamió los labios y me miró.

Pasé saliva ante sus indirectas y desvié la vista.

—Pero en la versión del cuento  de Eli —farfullé—, el lobo no logra cumplir su cometido. El leñador se hace cargo de ese perro rabioso.

—Y eso lo hace poco interesante —se puso molesto.

—Iré a traer otro cuento entonces —propuso Eli—. Tengo miles. “El lobo y los tres cochinitos” está entre ellos.

—Me parece perfecto —Adrián la devolvió a la silla de ruedas y ella se apresuró a su habitación más veloz que una carrera de caballos.

Él se dispuso a esperar a que volviera cómodamente, y subió una bota a  la mesilla de la sala.

Yo le ordené con la mirada a que la bajara, pero contradiciendo mis órdenes subió la otra bota.

Antes de que pudiera obligarlo, mamá me gritó desde la segunda planta.

— ¡Cariño! ¡Me demoraré! ¡Hazme el favor de llevarle los panecillos a doña Martha! —Ordenó.

— “¿Cariño?” —Evitó reír Adrián.

—De esa forma me llama mi madre, ¿algún problema? —Me quejé.

—Ninguno —contuvo la risa.

Pude haber renegado ante la orden de mamá, ya que doña Martha tiene un gato que siempre ataca mi rostro cada vez voy a visitarla, pero no lo hice esta vez, porque era la excusa perfecta para espantar a Adrián de mi casa. Así que, cogí la canasta de la mesilla y con la mano izquierda,  tomé  la manga de la chaqueta del Lobo y lo arrastré hasta la salida sin siquiera preguntarle. Él se dejó llevar sin resistencia alguna.

Ya afuera, aseguré la puerta con llave, esperanzado que los acosos de mi madre le hubieran espantado lo suficiente para que Adrián que no deseara volver nunca más pero…

—Me agrada tu familia. Me  quedo con ella —sonrió.

— ¿Eh? —Balbuceé absorto.

¡En verdad estaba demente! ¡Era mi familia y no se la ofrecía a nadie! ¡Y menos a él! Además, qué persona en su sano juicio deseaba ser parte de la alocada y anormal de mi familia. Yo mismo intenté cambiarla varias veces en mi niñez yéndome a vivir con los vecinos. Pero como sea…

—Ellas sólo son mías, ¿está claro? No porque te traten mejor que a mí, signifique lo contrario —se me nubló el rostro.

—Eres bastante envidioso —acentuó Adrián—. ¿No eres capaz de compartirlas conmigo?

— ¡He dicho que no! —debatí.

Sin mas, me propuse ignorarlo, y cuando daba mis primeros pasos hacia la calle,  Adrián se colocó detrás de mí y con sus dos manos, cubrió mi cabeza con la capucha del abrigo rojo que llevaba puesto.

—Mira —señaló con su dedo índice el firmamento— Hay luna llena. Y está más cerca y luminosa que nunca. Sé precavido… Caperucito Rojas —Musitó y me helé.

Un momento…

¿Caperucito Rojas…?

¿Era un nuevo y molesto apodo que adoptó para mí?

— Precavido, ¿por qué? —Me hice el irónico y con aire molesto comencé a andar por ese camino empedrado hacia el portón, rodeado de la flora de mamá con la canasta de panecillos en mano.

Travieso, Adrián se escondió detrás del pequeño árbol de obelisco y desde aquel punto, comenzó a acosarme secreta y perversamente.

— ¿Sabes por qué tengo los ojos tan grandes? —susurró entre las hojas.

Con aire distraído fingí ignorarlo, sin la intención de seguirle el juego.

¿En serio planeaba hacerlo? ¿Tanto le afectó el cuento?

Y dice que yo soy el que debo madurar…

Para verte mejor… —se respondió a sí mismo, sobreactuando su voz.

Viré los ojos y seguí por el sendero, con las dos manos sosteniendo el asa trenzada de la canasta.

— ¿Sabes por qué tengo las orejas tan grandes? —Escurridizo, se cruzó hacia el rosal de mamá y se refugió allí.

Le lancé una mirada furtiva. De pronto comenzaba a sentirme expuesto…

Para oírte mejor… —musitó entre pétalos y espinas, y siseó suave y prolongadamente, ocasionándome escalofríos.

Esto ya no estaba siendo divertido…

— ¿Sabes por qué tengo la boca tan grande? —Dijo, logrando inquietarme y mis piernas comenzaron a vacilar.

— ¿P-para qué? —Balbuceé con el corazón ya palpitante en la mano.

Repentinamente, hizo su aparición  frente a mí, robándose mi respiración.

—Para besarte mejor…

Él hundió su rostro en mi capucha y…

Me aterré y cerré los ojos, presionando el canasto, descargando  toda  tensión  en mis manos.

Entonces… lo escuché sonreír

— ¿Por qué has puesto tan tenso y has estrujado de esa manera las facciones de tu rostro?— Se carcajeó y pellizcó mis mejillas, llenándome de dolor.

—Detente —Hice un visaje de dolor y abrí los párpados.

Él liberó mis mejillas y siguió riendo mientras que yo, aún conmocionado lo miraba cruzando el portón, alejándose de mí, con actitud triunfal luego de haberme asustado de esa manera.

Me toqué los labios con las yemas de mis dedos.

¿Por qué mi boca de pronto estaba comenzando a sentirse tan insatisfecha y ansiosa?

¿Qué era lo que mis labios estaban esperando?

 

Qué él los atacara sin mi consentimiento…

Y los devorara…

Descarada y desvergonzadamente…

Como la última vez…

 

Agité la cabeza, retractándome de inmediato, al percatarme de mis retorcidos pensamientos.

¡Pero sí apenas le conozco! ¿No son estas, reacciones y sensaciones mías, muy prematuras? ¿E inadecuadas?

Una persona no puede cambiar sus preferencias sexuales de un momento para otro…

Yo estoy cruelmente enamorado de Carla. No puede él llegar de pronto y sustituir sentimientos que llevan existentes en mi interior desde mi niñez.

 

Soy un invasor…

 

Pasándome la saliva, intenté recuperar esa cordura perdida, debilitada ante sus peligrosos y molestos  juegos.

— ¿Sabes cuál es el verdadero final de Caperucita? —Inquirió de pronto, recargando sus brazos en ese portón balanceante—. Pero el final de la versión original… —. Aclaró.

— ¿Cu-cuál? —tartamudeé.

Adrián sonrió de medio lado, maliciosamente.

—El lobo la devora…

Notas finales:

 

Saludos, espero hayan disfrutado de este capítulo.


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