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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

 

Y entonces…

 sentí una frenética necesidad,

de no soltarle la mano nunca…

Le quité la tapa al rotulador negro y marqué las fechas con un círculo ovalado imperfecto.

El calendario me decía que Adrián apareció en mi vida un día lluvioso en el mes de agosto. Cuando apenas arrancaba mi tercer año de preparatoria.

Ya han pasado tres meses desde entonces y ha llegado noviembre, junto con el frío y la pre-navidad.

 

Capítulo: Odio y resentimiento

 

Miré con escepticismo mi planta en aquella macetita. El profesor de Biología nos había dejado elegir una del invernadero como proyecto bimestral y todo alumno debía comprometerse con cuidarla y entregarla en óptimas condiciones. Y todo, para inculcar a los jóvenes el significado de la responsabilidad. Escuché que en la clase de sociales tenían planeado darnos un muñeco llorón y hacernos pasar así, por padres prematuros.

Sin mas coloqué la macetita al pie del alféizar de la ventana, para que los rayos solares acariciaran sus ásperos y diminutos tallos y luego la regué mientras le hacía cariñitos. Por consiguiente, intenté acariciarla con la yema de mis dedos cuando…

--¡Auch! --me llevé el dedo a la boca y lo succioné ruidosamente. Esa traviesa plantita tenía una espina escondida entre su colorido follaje y me había pinchado el dedo. No sé, pero lo salvaje de su naturaleza me recordaba bastante al idiota de Adrián.

Suspiré preocupado cuando la tomé entre mis manos, elevándola a la altura de mis ojos.

 ¿Qué tan difícil era cuidar una planta? Mamá tenía docenas de ellas en su jardín y sabía de antemano que solo necesitaban de tres principales vertientes para que tuviera un crecimiento saludable: rayos solares, agua y cariño.

Invadido repentinamente por la motivación y la determinación, me dediqué a podarle cuidadosamente las hojas ya marchitas con unas tijeritas especiales, y le añadí un poco de fertilizante con un cuentagotas antes de montarme la mochila e irme a la escuela a cumplir con mis obligaciones.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Hoy tocaba orientación sexual, o como todos dicen: “tocaba ir al cuarto oscuro”. Por alguna extraña razón, en esa clase todo compañero ofrece una admirable atención e interés. A mí en cambio me parece que el orientador es un loco pervertido que disfruta de hablar de sexo de la manera más sucia posible, a jovencitos tiernos e inocentes que aun no saben mucho de la vida. Digamos que le falta delicadeza para tratar esos temas; tacto.

Y esa clase en particular, logró dejarme perturbado y probablemente traumado para toda mi vida.

-En una sola sección, ¡el recto es penetrado doscientas cuarenta veces! --enfatizó--. Y claro, estamos hablando de un promedio regular. Pero un hombre ejercitado y en condición, ¿será capaz de ofrecer una cantidad más alta?

Risitas pícaras y murmullos se comenzaron a escuchar por lo bajo en cada rincón del aula. Y por alguna extraña razón que no logro concebir, tuve la ligera impresión que era yo, ¡el único petrificado en la sala ante tal dato! Mi rostro se encontraba distorsionado por la angustia y el horror, y las piernas me temblaban como flanes mientras que el resto de mis compañeros  mostraban el semblante de un excavador que ha encontrado una piedra preciosa. O un médico la cura del cáncer.

--Ángel Rojas  --me señaló el orientador y se acercó hasta mi butaca. ¡Rayos! ¡Mi cara tuvo que delatarme!-- ¿Se encuentra bien? ¿Por qué está tan pálido? ¿Necesita un trago de agua para que pueda digerir la realidad con más facilidad? --.Me apretujó el hombro mientras los demás se carcajeaban alrededor de mí, como hienas.

Logré recuperar el aire sólo hasta cuando el timbre sonó. Pero mis piernas continuaron paralizadas sin lograr reaccionar efectivamente al primer intento de caminar.

Salimos de la orientación de sexología. ¿O debería decir de criminología? Digo, ¿doscientos cuarenta veces? ¿No equivale eso a una masacre despiadada? ¿El cuerpo femenino era capaz de soportar un martirio así? ¿Los hombres éramos capaces de tal hazaña?

Resoplé, al menos en esta ocasión el orientador no había hecho demostraciones gráficas de las posiciones más comunes del kamasutra encima de su escritorio con ayuda de su muñeca inflable apodada: la candente Bizzy, su fiel compañera desde que su esposa lo dejó.

Esta vez, solo nos regaló un condón y un folleto, con más información sexual e ilustraciones, por si no era ya suficiente para darle vuelo a nuestra imaginación ya pervertida de por sí.

Pero… ¿doscientas cuarenta veces? ¿En serio?

Palidecí nuevamente y agité la cabeza intentando pensar en otra cosa, como en tiernos conejitos saltando por praderas. Se supone que las mujeres deberían ser las únicas inquietas con esa información, pero entonces, ¡¿por qué yo lograba sentir el miedo de ellas?! A mi mejor amigo, a diferencia de mí, la información pareció darle súper poderes. Le hinchó el pecho y le elevó la barbilla. Parecía bastante orgulloso. Era como Clark Kent, pero sin que le debilitara la kriptonita. Todo un ser indestructible.

Caminaba junto con “súper Lolo” por el pasillo descarapelando un plátano, cuando el resto de los compañeros pasaron volando al baño; como sucede cada vez que salimos del cuarto oscuro.

--No sé por qué sigue logrando sorprenderme que lo hagan  --achiqué los ojos.

 Pero somos jóvenes, y las hormonas están a todo lo que da.

Lolo me miró sudando y sus piernas comenzaron a bailar de lo inquietas que se encontraban.

-¿Sucede algo? --le pregunté cuando dejó su reproductor de música al cuidado de mis manos.

--Sostenlo, que yo también debo ir al baño con urgencia. Y por favor, ¡que tu lengua deje de hacer eso con el plátano que no es el momento indicado, desconsiderado! ¡De veras que eres un inconsciente y un insensible!

Aparté lentamente el plátano de mi boca y con aire irónico lo vi desaparecer a toda velocidad desabrochándose la cremallera del pantalón durante el camino. Y suponiendo que se tomaría su tiempo para desahogar sus necesidades viriles, me adelanté a la clase de música sin él.

 

 Más tarde llegó Lolo plenamente relajado al salón de música, como si encerrado en alguno de los cubículos del baño, hubiera hecho un pequeño viaje a las estrellas y vuelto al mundo terrenal en tan solo unos minutos y con ayuda de sus habilidosas manos.

Con pasos dancísticos se sentó detrás de mi butaca, entonando una canción pegajosa con efusiva alegría. Parecía más… relajado, y de muy buen humor. Hasta reluciente.

El maestro comenzó la clase dibujando en la pizarra algunas notas musicales y luego me miró a mí,  o a lo que llevaba recargado en mi pupitre.

--Rojas, veo que traes de nuevo tu guitarra. ¿Qué te ha hecho retomarla? --abandonó el gis.

La clase prestó atención en mí, esperando una respuesta.

--Nada en particular, profesor --me mordí los labios y me encogí de hombros, decidiendo dar por sajando el tema.

Captando el hecho de que no me apetecía especificar, el maestro lo dejó pasar y se dirigió a su escritorio.

--¿De casualidad ese “nada en particular” se llama Adrián? --me murmuró Lolo desde mi espalda.

Fue tan claro y tan obvio, que ni siquiera pude mentirme a mí mismo, y no se me ocurrió nada qué decir para cubrir la verdad, así que tomé un lápiz y decidiendo ignorarlo, comencé a copiar en mi cuaderno lo de la pizarra. O al menos lo intenté.

-- He dado en el clavo, ¿cierto? --emitió una sonrisita.

-- Déjame en paz, ¿quieres? --resoplé y tomé la goma de borrar. No presté atención a lo que escribía y me di cuenta de que habían sido puros garabatos sin sentido aparente.

--¡Lolo! --lo señaló el profesor--. ¿Podrías dejar de chismorrear con la comadre y enseñarle a la clase tu avance con la flauta?

Mi amigo se levantó de un salto y sacó de uno de sus tantos bolsillos el mencionado instrumento.

--Mi nivel en la flauta es tan alto, que ya logro hipnotizar las serpientes que tiene mi tío en su tienda de mascotas exóticas  --dijo y con su brazo imitó los movimientos del rastrero reptil--.El siguiente nivel serán humanos. Creo que será más interesante. Podría convertir a cualquiera en mi sirviente para que me dé comer en la boca, ya que, alimentarme a mí mismo, ¡es tan fastidioso, y  tan desgastante el procedimiento de plato, cuchara, boca!

--Mejor consíguete una novia que haga eso --argumentó el chico del fondo y todos soltaron a reír.

--¡De qué hablas Francisco! --debatió uno--. Si ya tiene a Rojas para que lo alimente.

Y las carcajadas explotaron. Me llevé pesadamente la mano a la frente y Lolo resopló con su flauta en la boca, arrancándole un bufido desafinado al instrumento.

Que nos emparejaran, también sucedía en la escuela y aunque ya estábamos acostumbrados, seguía fastidiándonos que lo hicieran. Al parecer todo el mundo solía tomar a mal nuestra muy cercana relación. Acaso una amistad entre dos chicos, ¿tiene algo de extraño o de sospechoso?  ¡Vaya que el mundo está loco!

--¡Silencio por favor! --el maestro inmediatamente los hizo callar y lo agradecí enormemente. Tomó un puñado de hojas y comenzó a repartirlas ordenadamente fila por fila.

--Lo que les estoy repartiendo son la letra de los villancicos de este año. Unos cantarán en el coro, otros tocarán en la banda navideña y el resto de ustedes repartirá ponche mesa por mesa metidos dentro de un traje de duendecillo ¡Ja, ja!... Rojas… --me nombró mientras me hacía entrega de mi hoja--. ¿Crees poder tocar la guitarra?

--No estoy seguro --hice una mueca.

--Te evaluaré ahorita mismo --me entregó un estribillo para que lo siguiera--Toca “campanas de belén” por favor --. Puso sus manos en la cintura.

Cogí la guitarra y batallé en acomodar correctamente mis brazos en el acústico; en buscar una posición cómoda que facilitara mi ejecución. Pero ese fue tan solo el primer tropiezo hacia el camino de mi fracaso. Mis dedos vacilaron mientras escudriñaba las notas en la hoja y sintiendo la presión del maestro que observaba cada uno de mis movimientos, no tardé en equivocarme y convertir una canción navideña en un sonido amorfo, lo que me hizo llega a la pronta conclusión, de que mi participación en la posada escolar solo sería coser los deshilachados disfraces navideños, y cantar las notas agudas en el coro.

--Creo que me apresuré en tener esperanzas en ti. Si tienes suerte, te dejaré tocar el pandero --comentó el profesor y continuó repartiendo el material.

--Sí… está bien --resoplé y bajé la guitarra, con la moral por los suelos.

--Espera… --se volvió--. Mejor te vestirás de duendecillo y repartirás ponche junto con el chico que se hurga la nariz.

--Supongo que soy bueno repartiendo ponche  --ruyí el lápiz, sarcástico--. Y que me veré simpático de duendecillo, con calzado en pico y un gorro tintineante.

--Me aseguraré de tomar fotografías para el recuerdo --susurró el chico punk.

--Y yo te mataré si lo haces --le respondí.

--Habrá cámara de vídeo --añadió el profesor desde atrás de la fila.

--Ya veo. Trágame tierra --recosté mi mejilla en mi libreta.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Salí al receso abrazándome fraternalmente de Lolo.

--Creo que volveré a abandonar la guitarra --bufé--. No me ha salido ni un acorde durante la clase. Ni los más sencillos. He hecho el ridículo. Es más fácil sentarme y apreciar a los que sí les fue otorgado el talento. Estoy destinado a ser el público que le toca aplaudir a otros --señalé entre dientes--. La guitarra no es para mí.

-- La cocina te sienta bien --sacudió los hombros mi mejor amigo--. Cada persona tiene su propio escenario donde puede brillar y la cocina es el tuyo. Quizá la sartén es tu instrumento que sabes tocar bien.

Suspiré. Me sentiría más orgullososi tuviera habilidades más “varoniles” y “geniales” que me ayudaran a ser popular, a ser aceptado. Las chicas tienen pósters en sus paredes de un integrante en una banda, y no de un chef que les cocina rico.

--Gracias Lolo, pero por algo no me inscribí a las clases particulares de cocina que imparte la maestra Sandi, lugar donde sólo se paran la chicas que se la pasan horneando galletitas para sus futuros esposos --fruncí los labios.

--Yo me comería tus galletas --puntualizó Lolo--. Sería un placer para este caballero.

Lo miré haciendo una educada inclinación con cierto aire burlesco.

--¡Claro! ¡Te preparé galletitas y con forma de corazones para que los de la clase continúen tachándonos como una pareja amorosa! ¡Y qué dices que te las de en la boca!

--Entonces… ¿es un no? --al estómago de Lolo pareció no gustarle la idea--. ¡Vamos! ¡Sólo hablo de unas inofensivas y deliciosas galletas!

--Es un rotundo no. Piensa, ¿qué dirían de un hombre rodeado de un ambiente femenino? ¡Sería el primer chico y probablemente el único en tomar esa clase!

--Toda la vida has horneado galletas. Y usando el mandil floreado de tu mamá --puntualizó--. Siempre estuve ahí para presenciarlo, no puedes negarlo. Soy un testigo.

--Sí, pero en casa, donde nadie me ve, ¿captas?

--Pero si ese es el verdadero tú, ¿por qué no mostrárselo al mundo? --me tomó del hombro.

--Porque al mundo no le gustaría mi verdadero yo si se lo mostrara.

--A mí me gusta cómo eres.

--A ti te gusta comer mis galletas, que es diferente.

Lolo parecía querer debatir arduamente al respecto, cuando apareció Carla sin previo aviso, interceptándome en el pasillo e interrumpiendo abruptamente nuestra conversación.

La rubia me saludó rápidamente y me tomó de la mano, sin permitirme atribuir a su saludo y sin siquiera dejarme reaccionar a su repentina aparición.

--Qué pa…

--Acompáñame  --entrecortando mis palabras, me jaló del brazo y me raptó, arrastrándome entre el tráfico de estudiantes; sin darme explicaciones y sin permitirme despedirme de mi mejor amigo.

--Necesito hablar urgentemente contigo  --fue la única pista que decidió darme mientras andábamos a prisa. Y no tuve de otra que dejarme llevar por su humectada mano.

Nos sentamos en una banca bajo la sombra de un árbol. Prácticamente fue ella la que me sentó. Se rebulló impaciente en el asiento y me miró, desesperada.

--Sé que te he pedido muchos favores y tú, me has apoyado incondicionalmente en cada una de las veces. Estoy muy agradecida. Y hoy, más que nunca, necesito de ti --habló tan rápido, que apenas logré captar su mensaje.

--¿Qué… qué es lo que sucede?  --pregunté, tartamudeando. Parecía bastante desesperada y supliqué arduamente en mi interior que no fuera nada referente al Lobo. Las cosas siempre terminaban mal y de una manera inesperada cuando se trataba de él.

--Hay una chica llamada Dafne, una morena de fuego que ha andado detrás de Adrián mucho antes de que fuéramos novios  --se mordió las uñas y farfulló bajo ellas--. A lo que me han dicho, se conocen desde niños.

Ahí estaba, ¡se trataba de Adrián nuevamente! ¡El destino buscaba implicarme una vez más!

--Y… --titubeé.

--Y sucede que alguien me ha dicho que justamente hoy, Adrián se encontrará con ella. Y bueno, ¿recuerdas que sospechaba que alguien estaba interfiriendo en nuestra felicidad? ¡Pues estoy casi segura que es ella quien me está arrebatando el amor de mi novio!

--Entiendo pero… ¿yo qué puedo hacer?  --hice un ademán de impotencia con las manos.

--Que vayas hoy, a su punto de encuentro. Yo no puedo escaparme. Mi padre estará esta noche en casa y has de saber que me cuenta los minutos que tardo en llegar de la escuela.

--¿Cómo dices, que vaya yo? --tuve la impresión que no había escuchado bien y que malinterpretaba sus palabras.

--¿Has visto películas sobre espías? ¿No quisieras ser un Sherlock Holmes contemporáneo?

--¿Quieres que espié al Lobo? --pregunté alarmado y tragué saliva. Ella me respondió con un asentimiento de cabeza-- Pero es que… verás… no creo que sea necesario y prudente. Y soy yo el menos indicado para tal misión, créeme. Podrías hablar con él al respecto. Dicen que la comunicación en las parejas y que la confianza es vital para… --. Comencé a jugar con mis pulgares.

--Por favor… --me tomó las manos y me miró desesperada, con las pupilas dilatadas--.Confío en Adrián… pero no en esa mujer fácil, y necesito asegurarme que ella no se balanceé sobre él aprovechando la situación.

Suspiré profundamente después de mostrarme renuente. Sabía a qué me comprometía si le daba un sí. ¿Pero cómo negarme si siempre he sido irremediablemente condescendiente con todo el mundo? ¡Odiaba ser tan buena persona hasta el extremo de la idiotez! Además, se trataba de Carla.

--Está bien --dije, a sabiendas de que estaba condenándome con mis propias palabras. De que estaba cavando mi propio hoyo, de nuevo. Y me sobé la cabeza. Repentinamente comenzaba a darme una fuerte jaqueca.  Me preguntaba, cuáles serían las fatales consecuencias en esta ocasión por no saber decir que no.

 Odiaba mi manera de ser, definitivamente.

--¡Gracias! --se abalanzó sobre mí y me envolvió en un abrazo--. ¡Sabía que podía contar contigo!

--No… es… nada… --rechiné los dientes, gritando de impotencia y frustración en mi interior.

 --Eres tan dulce y gentil, que si no estuviera locamente enamorada de Adrián, es seguro que me fijaría en ti… --me miró con ojos brillosos, tomándome de las mejillas.

--¿Lo dices en serio? --parpadeé varias veces. Eso sí que me pilló desprevenido. Carla había dicho las palabras, que nunca esperé que saldrían de su boca.

--¡En serio! ¿Ya te han dicho que tus pecas son lindas? ¡No las ocultes bajo la bufanda! ¡Seguro que más de una chica cae rendida a ellas!

Al escucharla, no pude hacer otra cosa que sonreír con timidez como respuesta.

Adrián ya me había dicho con anterioridad que son lindas. Quizá… no me mentía.

--Mira --sacó atolondradamente de su mochila un cuaderno con pasta floreada y una lapicera con tinta aromática de zarzamora--, esta es la dirección de la taberna donde se verá con ella. Está localizado a sólo unas cuadras del apartamento de Adrián. Él vive en la colonia vecina a la nuestra. Es un trayecto muy corto desde nuestras casas, así que no es necesario que pagues trasporte, no te preocupes. Nomás ten cuidado --se mordió los labios--, hay mucho pandillero, pero la mayoría le tiene respeto al Lobo, así que sólo tienes que decir que lo conoces y se frenarán. Pero sólo si es necesario, ya que no creo que alguien con un rostro tan infantil como el tuyo sea una amenaza para ellos. Un hámster luce más peligroso que tú --sonrió y se apartó el rubio fleco de su cara, como lo harían en un anuncio de champú--. Infortunadamente, las patrullas ya no se dan la vuelta por esos lugares pero despreocúpate, hace mucho tiempo que no descuartizan a nadie por esos rumbos.

--¿Descuartizar dijiste? --la miré con gesto horrorizado--. ¿Estás segura que ya no ha habido víctimas?

--Sí. Y está es la dirección exacta del departamento de Adrián por si la necesitas --siguió escribiendo velozmente, añadiendo un emoticon sonriente en la esquina de la hoja para darle un carácter simpático a la nota--. Su habitación está en el quinto piso. Suerte.

Balbuceé con la dirección en mano, a sabiendas que no había un punto de retorno, de que no podía echarme para atrás como el cobarde que soy.

 “Hace mucho tiempo que no descuartizan a nadie por esos rumbos”.

Y lloré como un bebé.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Salimos de clases.

 Lolo leía en voz alta la dirección en ese pedazo de papel y de vez en cuando olfateaba el aroma a zarzamora que había quedado impregnado en cada letra, mientras yo me aferraba a su lánguido y tatuado brazo, zarandeándole e implorándole que me acompañara hasta ese peligroso lugar.

--No puedo acompañarte. Debo ayudar a mi padre con una mudanza. Ya sabes, cargar cajas y mobiliaria hasta el cansancio. Seré su burro de carga y sin paga --refunfuñó.

--¡Pero qué dices, si nunca lo has obedecido en nada de lo que te pide!

--Amenazó con asesinarme si no lo ayudaba, y esta vez parecía determinado en hacerlo. No quiero arriesgarme.

--¡Anda! ¡Soy tu mejor amigo! ¿No deberías apoyarme en todo y estar a mi lado en los momentos más difíciles? --hice un puchero.

Lolo detuvo su andar en seco.

--¿Estás utilizando nuestra amistad como chantaje? --me miró, con una ceja levantada y se acomodó su mochila con figuras de calaveras a la espalda.

--Eso hago idiota  --balbuceé bajo mi tejida bufanda.

-A ti no te importa que mi padre me asesine, ¿cierto? Quién es el mal amigo entonces.

--Tal vez… yo --fruncí los labios, dándome por vencido.

--En verdad lo lamento Ángel, pero mi padre me necesita y…

-Te entiendo --entrecorté sus palabras--.Debes ir con tu padre, a ver si así, vuestra relación mejora un poco.

--Sabes que eso nunca pasará --entornó los ojos.

--Como sea. Iré… solo.

Me encorvé apesadumbrado y él me miró.

--Sí, te tocará ir solo, pero que esto te sirva de lección: No te comprometas con algo que simplemente no quieres hacer y que represente un riesgo para ti. Aunque sea Carla quien te lo pida, por Dios. Primero el parque de diversiones, ¿y luego esto? --miró su reloj de muñequera y me entregó la dirección--.Debo irme ya.

--Largo de aquí, anda --lo ahuyenté con la mano y dándole la espalda, tomé el camino contrario a él; el más oscuro y tenebroso camino, que más bien parecía conducirme a Silent Hill.

Comenzaba mi andar a paso lento apretujando la dirección en mi puño, cuando…

--¡Ángel!

 Di media vuelta y vi a Lolo correr agitadamente hacia mí, con el celular pegado al oído.

Se detuvo jadeante a mi altura.

 --¿Qué pasa? ¿A quién llamas? ¿Me contratarás un guardaespaldas para que me proteja? --lo ataqué con miles de preguntas.

--No llamo a nadie de importancia --se mordió los labios--. Rayos… ¡me envió a buzón de voz! --presionó el botón de colgar suspirando profundamente--. Escucha, te acompañaré hasta ese lugar, pero tú te quedarás y yo me volveré inmediatamente, ¿de acuerdo? --. Palpó la pantalla del celular para mirar la hora.

--Hubiera preferido un guardaespaldas. Y que fuera negro, que son los más intimidantes y confiables. Pero supongo que me conformo contigo --sacudí los hombros.

 --¡Deja de quejarte y comienza a caminar! ¡Debemos apresurarnos! --exclamó y me llevó del brazo--. Ya después tendremos una seria plática sobre ser independiente, de cómo aprender a cuidarse a sí mismo, y sobre todo cómo decir que no a chicas guapas como Carla. También me encargaré de llamarle a tu madre y decirle que estarás en casa mía y llegarás tarde.

Bajé la cabeza y sonreí mientras caminaba.

--Gracias Lolo. Sabía que no me abandonarías. Te… quiero.

El chico punk entornó los ojos al escucharme.

--Si continuas, ocasionarás que vomite. O peor, ocasionarás que el Lobo me mate y para tu información, quiero seguir viviendo. ¡Todavía no practico el sexo!

--No es por inquietarte, amigo --respondí lúgubre--, pero tengo la ligera sospecha que… moriremos  vírgenes.

Y ambos, nos dimos palmadas en la espalda como consolación.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Guiándonos por la hoja que me dio la rubia, nos encaminamos a la aventura. Y después de veinte agotadores minutos de caminata, por fin llegamos a nuestro destino, pero claro, no antes de constantes contratiempos y de casi perdernos.

Tuve la impresión de que todo el tiempo caminamos en zigzag.

¡Ese maldito Lolo! ¿Por qué presume saber el camino cuando en realidad no tiene ni la más mínima idea y su sentido de la orientación es nulo?

--¡Llegamos!! --celebró mi mejor amigo levantando las manos con júbilo.

--Sí, ¡pero después de un siglo! --me crucé de brazos, quejumbroso. Pero casi al segundo, cambié la frustración por una leve y resignada sonrisa.

Que Lolo estuviera a mi lado apoyando mis locuras, era lo que importaba.

Miré a mi mejor amigo, ahí, de pie, tocando un bajo imaginario, y mi sonrisa se amplió más.

Lolo es tan raro como un ovni, y tan leal como una mascota, que estoy seguro que si los otros realmente lo conocieran, estarían celosos de que fuera mi mejor amigo y no el suyo.

 Y se me hinchó el pecho de orgullo.

-- Ahora debo marcharme. En estos momentos mi padre ha de estar hecho una cabra al ver que no llego --Lolo me tomó del hombro--. Cuídate y… me saludas a Adrián. Dile que tiene mi permiso si decide por fin hacerle caso a sus instintos y robarte un beso.

-- ¡¿Pero qué dices?! --le reprendí. 

Lolo soltó una risa floja mientras se alejaba de mí.

-Aunque está más que claro que ese desvergonzado no necesita del consentimiento de nadie. Ni siquiera del dueño de los labios que quiere besar…

--Se atreve, ¡y le rompo la nariz! ¡Es una promesa! --presioné mi puño, mismo que en vez de lucir amenazante, se veía pequeño y frágil.

--Lo haría aunque le rompas la nariz. Y lo sabes tanto como yo. Es un riesgo… que estaría dispuesto a tomar.

Me limité a decir algo, porque sabía de antemano que Adrián era capaz de aquello y de más…, pero para mi sorpresa y mi desconcierto, él seguía respetando y esperando por mis labios.

Él… estaba cumpliendo su promesa.

 

“Tal vez soy un chico que rompe reglas, mas no una promesa. Es algo que debes saber de una escoria como yo a la que tanto juzgas y desprecias. Te respetaré y esperaré por ti”.

 

El celular de mi mejor amigo comenzó a timbrar. A juzgar por su reacción, su anterior intento de llamada que lo había enviado directo a buzón, por fin le era de vuelta. Nervioso, se despidió de mí con un ademán de mano y se apresuró en atender su celular.

Algo dentro de mí, me hizo pensar que era su padre quien le marcaba, preguntándose por qué todavía no llegaba, y oré en mi interior para que Lolo no tuviera problemas por mi culpa.

Lo contemplé hasta que las sombras de la noche se tragaron su delgada silueta.

 Y la tranquilidad me abandonó junto con él.

Me sentí expuesto y sumamente nervioso al apreciar mi alrededor. Y cómo no iba a estarlo, si me encontraba solo, en un lugar desconocido e inhóspito. Lejos de casa. Con una noche espectral reinando el firmamento bajo mi cabeza.

Las posibilidades de que pudiera pasarme algo malo eran altas, y un estremecimiento recorrió mi espalda.

De pie y con el vahó escapando de mi boca, contemplé desde un punto lejano la taberna “los dejados”, y el bullicio propio de los ebrios se escuchaba hasta el otro lado de la calle. Jalé aire y crucé hasta la acera de enfrente, apresurándome a ese lugar que no parecía lindo, ni de fiar, pero que ya buscaba con ansia adentrarme en él para escapar de la noche y de aquellos hombres en la esquina, que no parecían amigables y que me miraban como leones a la carne fresca.

<>. Recordé las siniestras palabras de Carla, y  rogué por encontrar inmediatamente a Adrián. Extraño, ¿no creen? Por un momento creí que él sería mi salvación ante cualquier posible acontecimiento desafortunado que pudiera pasarme.

Con actitud cohibida, me quedé de pie frente a la entrada de la taberna los dejados; con un constante fruncir de labios y mirando la punta de mis vans blancos con figuritas de cerezas.

Armándome de valor, traspasé esa puerta de madera podrida que cedió sumisamente a mi leve empuje. Oculto bajo mi bufanda tejida, me planté dentro de aquel desagradable lugar, y agradecí de no ser muy llamativo y de no causar así, ni el más mínimo interés en nadie.

 Suspiré aliviado. Ser un chico que pasa desapercibido ante los demás no es tan malo en ocasiones.

 Bajo el umbral, me encogí de hombros y por alguna extraña razón me temblaban las manos.

Desde la entrada, recorrí el lugar con la mirada, buscándole a él…

A Adrián.

Y estando allí, de pie, una vocecilla proveniente de mi interior me susurró al oído diciéndome que no me dejara engañar y que no me disfrazara de buena persona, porque no me encontraba en ese lugar sólo porque Carla me lo haya pedido, que eso, era una mentira vil y absurda. Ya que…

Algo en mí, buscaba al Lobo, buscaba verlo desesperadamente, por necesidad propia.

Ayudar a Carla sólo era una excusa perfecta para convencerme a mí mismo de que lo hacía por obligación. Pero yo… en el fondo verdaderamente quería verlo y asegurarme, por mi bienestar más que por cualquier otro, que el Lobo no coqueteara con esa mujer.

Asustado de mis propios pensamientos, sacudí la cabeza intentando espantar esas posibilidades, cuando una voz me habló desde la nuca:

--En esta taberna, no contratamos a músicos nuevos.

Conteniendo la respiración miré desde mi hombro y me encontré con el rostro barbudo y avejentado de un hombre.

Solté el aire aliviado, ya que por un momento, creí que había sido Adrián pillándome y sorprendiéndome con sus típicos comentarios sarcásticos.

Suspiré una vez más al no haber sido así, y me acomodé la guitarra que atravesaba mi espalda.

--No he venido a tocar  --sonreí nervioso-- He venido a… -- eché otro vistazo al lugar, ¡buscando algo que me dijera qué demonios estaba haciendo ahí, aparte por cabeza hueca, claro! -- He venido a… ¿beber? --. Me mordí la comisura de los labios. Ni yo mismo me sentí lo demasiado convincente, ¡porque era obvio que no iba a beber ni una gota si no era ponche de frutas! Pero el barbudo pareció creerme y su semblante severo logró suavizarse al escucharme.

--¡Entonces qué esperas! ¡Pásale! --me dio un empujoncito entusiasta que me desequilibró y casi me hace caer.

Le obedecí y con pasos vacilantes y tímidos, caminé entre las mesas, siendo capaz de sentir aumentar rápidamente la adrenalina a cada paso accionado.

El lugar no era lo suficiente grande, por lo que casi al instante, mis ojos obtuvieron el afortunado hallazgo y lograron encontrarlo.

Adrián estaba en la mesilla esquinada del fondo, atendiendo una llamada en su celular. Se encontraba apartado de todos, y la soledad era la única que fiel le acompañaba.

Su peligroso mirar, fungía como advertencia para que toda persona guardara distancia.Y vaya que lograba el efecto deseado, puesto que nadie usaba las mesas cercanas al Lobo.

Adrián, era el joven que todos querían evitar por seguridad propia.

A diferencia de los demás, mi pecho experimentó una extraña sensación de alivio cuando le vi. El hecho de encontrarme con un rostro conocido estando rodeado de tipos rudos y muy lejos de casa, naturalmente me hizo sentir más tranquilo. Su presencia me trasmitió serenidad, aunque en realidad fuera él… el mayor peligro que se encontraba a mil kilómetros a la redonda.

 

Teniendo en cuenta de que el Lobo no tenía que percatarse de mi estancia, intenté ser lo más cauteloso posible, mientras caminaba con pasos ligeros y precavidos. ¡Pero qué creen! Así es, mis piernas se apresuraron en cometer una estupidez e imprudentemente trastrabillé con la pata de la silla de un señor que barajeaba una partida de póker. Hice tal estropicio, que me delaté de la manera más ruidosa posible, ante todos los de ahí reunidos.

Pálido e inmóvil, y sosteniendo mi cuerpo con una sola pierna, sudé la gota gorda y dirigí mi rostro hacia Adrián, creyéndome descubierto por él. Pero para mí tranquilidad, él parecía demasiado desinteresado con lo que acontecía a su alrededor, como para prestar atención a las torpezas cometidas por mis piernas. Y sus ojos, no se distrajeron ni un poco. Tal vez ese tipo de incidentes solían ser muy comunes en un lugar así como para dejarse sorprender por ellos; estábamos hablando de residentes ebrios que solían marcharse arrastrándose de ahí, si no es que a puñetazos contra sus propios compañeros de mesa.

--¿Te encuentras bien señorita? --me comentó un señor desde una mesa cercana, mirándome con ojos pervertidos; con esa misma mirada sucia que dirigen los albañiles a una mujer sexy cuando pasa frente a la construcción.

--¿Señorita? --repetí, con un parpadear de ojos.

Una de dos, el tipo ya estaba demasiado ebrio como para alucinar y confundirme así con una chica, o yo realmente tenía muy marcados mis rasgos femeninos.

¡Sólo aprecien las consecuencias de beber demasiado vino!

Indignado, me dirigí al señor con la voz lo más ronca posible, como hablaría un verdadero hombre:

--¡Estoy bien y soy un chico!  --carraspeando, lancé un escupitajo al suelo y pretendiendo rudeza, me alejé con la garganta adolorida, a llama viva,  sintiendo cómo el tipo ebrio me miraba el trasero durante el trayecto y se lo saboreaba.

Con un estremecimiento recorriéndome la espalda, me apresuré a la barra y me subí al banco jadeante, dándole intencionalmente la espalda a la mesa donde se encontraba el Lobo para que no lograra distinguir mi rostro infantil y pecoso entre la docena de cicatrizados. Y maldije, con el puño sobre la barra por el hecho de encontrarme ahí. ¡Ser sherlock Holmes no era tan divertido como yo creía! ¡Y mucho menos si mis torpes piernas se empeñaban en delatarme con Adrián!

Me encorvé, devastado, intentando no dejarme llevar por mis desesperados deseos y largarme de allí, olvidando la promesa que le hice a Carla. Solo pensaba en que esto debía parar y que Lolo tenía razón: debía aprender a negarme. Debía dejar de hacerle favores a Carla y me prometí que este sería el último con el que le ayudaría. No quería seguir metiéndome más en su relación. Por intentar hacerlo, es porque ahora estoy envuelto en una situación extraña con su novio. Es por lo que ahora me encuentro aquí, en un lugar equivocado, con sentimientos que no deberían ser míos.

--¿Qué le sirvo? --un hombre con delantal apareció detrás de la barra cuando yo me lamentaba del sendero que estaba tomando mi vida.

--Más tarde ordenaré algo. Estoy… esperando a alguien --mentí improvisadamente y jugué con mis  pulgares bajo las mangas de mi abrigo.

--Bien --el hombre sacudió los hombros y continuó restregando la franela sobre la madera caoba de la barra con movimientos mecánicos, mientras yo comenzaba a devorarme las uñas del nerviosismo, y movía frenéticamente una de mis piernas.

Las ganas de largarme de ahí, estaban consumiéndome.

Me obligué a tranquilizarme y me dediqué a observar mí alrededor con aire curioso y distraído.

Fue cuando miré encima de mí y me llevé una grata sorpresa:

Muérdagos colgaban sobre mi cabeza. La taberna se había adelantado a la época navideña, y tales adornos le daban un toque cálido a ese lugar de muerte. Pero no es que ese detalle haya logrado que me sintiera cómodo y seguro en ese sitio. Seguía pensando que no pertenecía ahí.

Inquieto, comencé a matar el tiempo. Observaba con detenimiento mis cutículas, o el simpático estampado de gatitos en mi abrigo. También me hallé jugando con mi castaño cabello oloroso a champú, que terminó siendo más entretenido y relajante de lo creía. Bueno, al menos lo fue en una situación así. Pero lo que verdaderamente estaba haciendo, era evadir el asunto que realmente me tenía ahí: Adrián.

Debía buscar indicios de infidelidad.

Y si soy sincero, no deseaba ser testigo de ello.

Resoplé y masajeé nerviosamente mis muslos antes de decidirme a voltear  hacia atrás y espiar furtivamente cada uno de los movimientos de Adrián.

 Ilusamente, no sabía que un astuto depredador, siempre está atento de su alrededor y se percata cuando es acechado…

Giré discretamente la cara y miré desde mi hombro. Y justamente alcancé a presenciar que una chica muy guapa y de tez bronceada que regresaba del sanitario, llegaba a su mesa y tomaba asiento junto a él. El lobo la recibió cariñosamente, pasándole los brazos por los hombros y bebiendo alargadamente de su vaso.

Me giré inmediatamente hacia la barra, negándome a creerlo, y un sentimiento extraño comenzó a molestarme el pecho. Un sentimiento al que me negué rotundamente de darle el nombre de “celos”.

El desasosiego tomó posesión de mi cuerpo e impostergable, volví a mirar hacia atrás, por segunda vez, ansioso por lastimarme más.

Ellos reían, abrazados.

--¿Pero cómo se atreve? --murmuré enrabietado.

Esto dejaba de ser asunto sólo de Carla ¡y se estaba convirtiendo en algo personal conmigo!

Pero antes de que pudiera malinterpretar más la situación y dejarme llevar plenamente por mis estúpidas conclusiones sin fundamentos estables, en esta ocasión, tres hombres se unieron a la mesa de Adrián, haciendo bromas y chocando sus vasos entre sí.  

Observé sus movimientos esporádicamente por varios minutos. Aquello sospechoso, ya era una reunión amistosa, donde todos abrazaban fraternalmente a la chica. La presencia de terceros me hizo mermar inmediatamente mis pensamientos ante una posible infidelidad y me giré hacia la barra, más sereno, más aliviado.

 Recargué mis codos sobre la barra, hastiado, preguntándome si realmente mi presencia era necesaria, ya que Adrián no parecía particularmente interesado en ella. Al menos no de manera romántica.

Adrián había pasado la prueba.

--¿Ya está listo para ordenar algo de beber?  --se me acercó el joven del otro lado de la barra.

--Aún no --hice un ademán con la mano para ahuyentarlo y miré hacia atrás por tercera vez:

Adrián se levantaba del asiento y con una sonrisa dibujada en sus labios, caminaba hacia mi dirección…

Y sentí como si hubiera recibido un duro golpe.

--¡Maldición! --me volteé violentamente con el pecho agitado. ¿Acaso me había… descubierto?

Escuché mi corazón palpitar.

--¡Estoy listo para ordenar! --me dirigí desesperado al joven de delantal que acomodaba una botella de vino en una de las estanterías frente a mí--. ¡Sírvame ya por favor!

 Escuché detrás de mí, el sonoro y demandante sonido de las botas de Adrián golpeando el suelo, manifestando su acercamiento, mientras que con parsimonia, el cantinero se restregaba las manos en su delantal blanco y caminaba tormentosamente lento hacia mí. 

--¿Qué le sirvo, niño? --bostezó el hombre--. Lindos los estampados de gatitos en tu abrigo.

La fragancia del Lobo se impregnó en el aire. Tan peculiar, que sólo Adrián podía oler de esa manera tan exquisita.  

--El mejor vino que tenga --atiné a decir y sudando frío, señalé aquellos vasitos de vidrio tallado que estaban embrocados y que formaban una pirámide--. ¡Y no soy un niño, tengo dieciocho años y una credencial de elector que lo acredita!

En eso, sentí una mano recargarse en mi hombro derecho, quemándome la piel.

--¿Caperucito?

Me estremecí enteramente al escucharlo. Reconocí el apelativo, más sin embargo… su voz tenía una extraña resonancia.

No sonaba al Adrián de siempre.

Volteé lentamente mi rostro hacia mi derecha, y me topé con el mismísimo Lobo.

 El joven de cabellos negros recargaba su antebrazo en la barra y un cigarrillo que colgaba de sus labios, se desbarataba en cenizas.

El Lobo estaba ebrio, pude asegurarlo desde el primer instante. Sus piernas parecían firmes y su postura era formidable. Pero su voz lo delató. Era más grave y jocosa. Toda raspadita e intimidante que logró ponerme los pelos de punta. Un timbre más debajo de lo normal; que le dio gravedad y lo hizo sonar pretencioso. Hasta meloso.

--Caperucito… --gruñó, y me estremecí.

El Lobo me había descubierto, y no se me ocurrió nada más que fingir asombro e incredulidad.

--A… ¿Adrián? ¿Qué haces aquí? ¡Je! --farfullé, con las manos sudorosas.

Él soltó una risotada irónica que me molestó bastante y luego destruyó sobre un cenicero cercano, lo poco que quedaba de su cigarrillo.

--Qué haces tú aquí  --preguntó con acento neutral, y no supe distinguir si me lo estaba reprochando o no.

--¿Yo? --reí nerviosamente.

--Sí, tú --uno de sus dedos tocó la punta de mi nariz, provocando que la arrugara.

Y cuando menos lo vi venir, acercó su cara a la mía, buscando que mis ojos color miel le respondieran. Ellos, que no sabían mentirle.

Y sopló lentamente sobre mi rostro, soltando el aire paulatinamente…

 Ahora no sólo su voz le delataba que estaba bebido, sino también su aliento.

Tímido, desvié la mirada hacia el vasito que en ese momento me entregaba el joven cantinero, y lo cogí, enseñándoselo a Adrián, y poniéndoselo frente sus ojos negros y burlescos.

--¡A qué más! A estos lugares se viene a beber y a fumar ¿no?

--Exacto --torció la boca--. Es por eso que te pregunto qué haces aquí.

Su voz fue más demandante.

Balbuceé como el idiota que soy, y pasaron varios segundos antes de que se me ocurriera algo qué decir.

 --He venido a… experimentar --logré añadir, con un nudo en la garganta.

--¿Experimentar? --pareció divertirlo y se le escapó una risita vaga e irónica.

--Fuiste tú quien me dijo que aún me hacía falta mucho por vivir y muchas sensaciones por sentir, ¿o no? Así que, he decidido hacer algo al respecto. Y… siempre me he preguntado qué se siente embriagarse --le testifiqué y tensando graciosamente los labios, me acerqué el vasito de vino a la boca pretendiendo darle un trago, pero tan solo el fuerte olor a alcohol lastimó mis fosas nasales y me mareó, haciéndome retroceder con graciosas  muecas muy marcadas en todo mi rostro.

Digamos que mi relación con el vino nunca ha sido buena. Hace muchos años atrás, mientras Lolo y yo jugábamos “a ser mayores” le di un pequeño sorbo a la botella de vino que era de mi padre y que mamá escondía en su alcoba. Para resumir las cosas y evadir los detalles vergonzosos, terminé inconsciente, tendido en la alfombra, con Lolo corriendo en círculos, desesperado e ideando dónde ocultar mi cadáver.

Y tan sólo con recordar ese sabor ácido y amargo del vino quemándome la garganta, y su potente olor dilatando las aletas de mi nariz, me hizo sentir nauseas.

 Pero ante la miraba apremiante de Adrián, me aguanté las arcadas y me apresuré en mostrar determinación y altivez.

Pero no hablaba en serio. ¡Ni loco! Sólo pensaba en la manera de deslindarme de la situación.

Levanté el vaso y meneé un poco su líquido antes de pretender tomarlo.

--¡A tu salud!  --intenté lucir guay, pero sólo logré tartamudear.

Y cuando estuve a punto de fingir darle un sorbo, Adrián me lo arrebató de las manos en cuanto el  vino rozó y remojó levemente mis rosados labios.

--No puedo permitir que bebas esto --sosteniéndolo en su puño, lo elevó con su largo brazo más arriba de su cabeza para que yo no lo alcanzara.

--Y por qué no, suenas como un padre que tiene el derecho de prohibirme las cosas --comencé a dar brinquitos y estiré mis brazos intentando alcanzar el vino. Pero de nuevo, esa maldita diferencia de altura me ponía en desventaja.

  --Dime Caperucito, ¡quién puede ser más indefenso que un niño o un ebrio! Y si permito que bebas, serás ambos.

--De qué demonios hablas --farfullé y dejé de saltar.

--Sólo que quieras que abuse de ti… entonces dejaré que bebas cuanto quieras.

--¡Nunca lo permitiría! --exclamé.

--Entonces evita ponerte ebrio frente a mí, que me harías la tarea fácil --sonrió de medio lado.

Dejé caer los brazos, derrotado. Adrián amplió su sonrisa.

-¡Lo beberé a tu salud! --enfatizó y se llevó el vino a los labios.

--¡No lo hag…! --intenté detenerlo pero fue demasiado tarde, Adrián se lo empinaba, con un solo y prolongado trago.

Con actitud triunfante, abandonó el vaso totalmente vacío al pie de la barra, sin haber dejado ni una gota en él.

Lo miré asombrado, cuando él carraspeaba la garganta y evitaba calcar esa mueca amarga que ya marcaba su rostro.

-¡Joder!  --gruñó-- Fue un vino bastante fuerte el que has pedido. Me ha quemado la garganta y me ha atarantado un poco --sacudió frenéticamente la cabeza--. Seguro que a ti te hubiera tumbado.

--¡Eso fue asombroso!  --señalé con la boca entreabierta.

--Gracias Caperucito --elevó el mentón, egocéntrico.

--No fue exactamente un halago --refunfuñé--. Ser un buen bebedor no lo considero una virtud o un talento de lo que enorgullecerse --me crucé de brazos.

--Ni yo lo creo --confesó, y suspirando, sacó su billetera levemente mareado. Cogió uno de a quinientos y se lo dejó en la barra al joven del delantal--. Cóbrate el vino que el chico ha pedido, Humberto.

El joven con delantal sonrió.

--Como ordenes, Alfa --le recibió el billete y le devolvió el cambio.

--¿Alfa? --pregunté--. ¿También te conocen de esa manera?

--Sí --Adrián asentó con la cabeza y regresó su cartera al bolsillo trasero.

--Uh --aparenté que me importaba poco.

--Ya está pagado --me miró--. Ahora…

--¿Por qué te metiste en donde no te llamaban? --le reclamé--. Simplemente no debiste beberte mi vino, ni pagarlo. Yo lo había pedido y a mí me correspondía…

--Y supongo que traías dinero para pagar algo que realmente no planeabas tomarte y que solo utilizarías como señuelo para cubrir el motivo por el que realmente estás aquí.

--Yo…  --titubeé, sin saber qué responder y terminé rehuyendo el rostro, avergonzado de mi mismo.

Sin que lo esperara, me tomó del mentón y me levantó la cara.

--Has venido a buscarme --demandó.

Engrandecí los ojos.

--¡No!  --exclamé alarmado-- Bueno… sí. Digo, ¡no! --me ruboricé y evadí su potente mirar--.Tal… vez.

--Y has traído la guitarra a lo que veo. ¿Quieres que te toque?

--¿Eh?  --me escandalicé.

--Una melodía, malpensado --me dio un dedazo en la frente.

--Ya sé, idiota  --hice un mohín y me sobé.

--¿Te ha gustado la serenata de la otra vez? --carraspeó la voz y la piel se me erizó.

Comenzaba a ponerme nervioso su tono ebrio. O el hecho de que se empeñara en aproximar insistentemente su cara a la mía y hablarme tan de cerca; por lo que se me hacía imposible no dejar de absorber su aliento embriagante.

--¿Serenata? No sé de lo que hablas --aparté sus manos de mi rostro y me giré hacia la barra, suspirando y evadiéndolo.

--Sabes perfectamente de lo que hablo --se acercó pretenciosamente a mí e inmediatamente me ruboricé.

La situación comenzaba a tomar un sendero riesgoso, por lo que yo…

-- Esto… ha sido un error --me sobresalté-- No sé qué hago aquí. Estoy en el sitio equivocado --señalé intentando tomar aire, y me ajusté mi mochila.

--En eso concuerdo. Este no es sitio para ti. Y no sé por qué ese tipo asqueroso no deja de mirarte --señaló con mordacidad y chocó violentamente su puño contra la barra de caoba. Su rostro se ensombreció y adquirió una expresión seria.

--De qué hablas --dirigí mis ojos hacia donde Adrián miraba y me percaté de que se trataba del hombre que anteriormente me había confundido con una chica. Él seguía dedicándome su plena atención.

Pasándome cautelosamente el brazo por los hombros, Adrián lo miró con esos ojos negros que hacen temblar almas y que cortan, como una filosa cuchilla. Y aunque el señor le ganaba al Lobo en años y masa corporal, no hizo más que ceder al instante ante la advertencia visual de un hombre más joven que él.

Denigrado, el corpulento hombre se dio la vuelta, con un miedo disfrazado de respeto y  pretendió seguir con lo suyo.

Asombrado, contemplé una vez más, los efectos que lograban causar las miradas de Adrián. Definitivamente tenían un fuerte control sobre los demás. Los hacía temer y retroceder.

Sus ojos podrían reflejar la furia del mar, o las aguas más tranquilas.

--Andando --repentinamente, el Lobo me tomó de la muñeca apremiantemente y me haló, haciéndome bajar bruscamente del banco donde me encontraba sentado.

Estaba sumamente molesto. Pero no exactamente conmigo.

Su sangre hervía. Aunque su sangre siempre ha sido caliente.

--¿Qué haces? --intenté rehusarme.

 Digo, quería marcharme de ahí, pero no de esa manera, siendo sacado por Adrián.

--Llevándote lejos de aquí. Es obvio --señaló con un rechinar de dientes.

--¿Qué… dices? --intenté zafarme.

--Que nos vamos ahora.

--¿Y… y tus amigos? --balbuceé--. ¿Los dejarás?

--Saben cuidarse solos. ¿Me has visto cara de niñero? --arrugó la frente.

--¿…Y la chica? --sentí repentinamente seca la garganta y detuve mis pasos. Y no sé por qué mi voz sonó a reproche.

Adrián elevó su ceja perforada, deteniéndose también.

--Ella también sabe cuidarse sola  --señaló--. No depende de mí.

--¿Pero ni siquiera les avisarás que te marchas?

--¿En serio crees ilusamente que el Lobo le debe explicaciones a los demás? --chistó--. Así que, andando. No tengo que darle cuentas a nadie.

Y de esa manera, me hizo caminar de nuevo sin preguntar mi opinión, apresurándome con su mano en mi espalda hasta la salida.

--Dime, ¿siempre haces lo que quieres? --rechinando los dientes, me dirigí a él en cuanto cruzamos la puerta.

--Así es. Me alegra que lo vayas entendiendo.

Chasqueé la lengua al escuchar su respuesta. Era bastante creído.  

Ya afuera de la taberna, el aire invernal nos dio un fresco recibimiento.

--Pues… ya que me has sacado fuera de ese lugar como si fueras el dueño y yo una peste, me voy  a casa --me dirigí a él, molesto -- Tú… puedes regresar adentro y seguir embriagándote como el vicioso que eres.

-Te llevaré a casa. Ya es tarde y estos rumbos no tiene porqué frecuentarlos alguien como tú, y sin compañía ¿En qué estabas pensando al venir aquí?

--Yo… --agaché mi cabeza, contraído ante sus regaños. Aceptaba que había sido imprudente de mi parte venir y buscarle.

--Pero es lo de menos ahora --suspirando, estiró su mano hacia mí--. Te ayudaré a cargar tus cosas. Parecen pesadas y estorbosas.

Levanté la cabeza y mis pupilas centellearon.

 Pero no tardé en hacer una mueca de fastidio.

-A quien deberías de llevar a casa, es a la chica. Y cargar el bolso de ella --me crucé de brazos--. Además, está bien que pienses que soy un debilucho enclenque que necesita ayuda, pero no es para tanto.

Vi a Adrián virar los ojos, con una mano en la cintura y con la otra sobándose la sien.

De alguna manera lograba sacarlo de sus casillas.

-Acompaña a la chica --insistí--. Como dices, es tarde y una mujer corre peligro a estas horas de la noche y en un lugar tan peligroso como este.

--Eso es asunto mío. Lo resolveré, pero tú, te irás conmigo --demandó.

--Pues… he venido solo y me voy solo. Yo no soy tu problema. No tienes porqué cargar conmigo --decidí seguir en mi terquedad.

-Si eres o no mi problema, eso lo decido yo. Te llevaré a casa y punto --me miró serio y esculcó los bolsillos de su pantalón--. Sólo deja le marco a Machete para que me devuelva la moto. ¿Puedes creerlo? Esta dándose una vuelta por toda la manzana para presumirle a la muchachada. Ha de estar muy desesperado por conseguir novia y quitarse lo virgen.

--No es necesario que molestes a tu amigo --fruncí los labios--, yo me voy solo. Además, jamás permitiré que dejes ir sola a casa a una chica.

Exasperado, Adrián decidió ceder un poco.

--¡De acuerdo! --se sobó la frente y luego me señaló con el dedo, advirtiéndome--. A petición tuya me aseguraré que uno de mis conocidos lleven a la chica a casa para que no se vaya sola, pero tú… me esperarás aquí, sin pretender huir, mientras yo arreglo ese asunto ¿entendiste? No quiero volver y tener que correr a alcanzarte y hacerte pagar caro por ello ¿está claro? No muevas ni un dedo.

Fruncí los labios para después ceder y asentir con la cabeza, como niño bueno, pero realmente planeaba huir ante la primera oportunidad, pese a que descubrí durante la persecución en los troncos acuáticos, lo veloz que eran las piernas de Adrián.

Vi al Lobo adentrarse a la taberna y decidí aprovechar para escapar…

 Sabía que pagaría caro por ello, pero aún así quise intentarlo.

¿Quién osaba desobedecer una indicación del temible pandillero Adrián Villalobos? 

Un idiota como yo.

Estaba a punto de escabullirme, de puntillas, cuando una chica de estilo gótico que caminaba a prisa, se cruzó repentinamente en mi camino, y se estampó conmigo.

Chocamos tan bruscamente, que nos hicimos daño.

--Idiota… --se quejó ella, sobándose la frente.

Me apresuré a disculparme, cuando reconocí su cara.

¡Era la joven que conocí en el gimnasio “perfection”, una amiga muy cercana de Adrián!

--¡Tú!  --me señaló con el dedo, reconociéndome también--. ¿Qué haces por aquí?

Estaba a punto de explicarle los desafortunados hechos que me llevaron hasta este lugar, cuando me interrumpió:

 -- Olvídalo, no me interesa. ¿De casualidad has visto a Adrián?

Torcí la boca.

--Está dentro --señalé la taberna.

--¿Sabes si ha estado bebiendo mucho? --preguntó, y si debo ser sincero, la expresión de su cara y la ansiedad en sus manos, estaban comenzando a alterarme.

--Sí  --respondí--. Se bebió mi vino y sabe cuántos más.

--Escucha atentamente --me tomó de los hombros y me miró alarmada--. Están en camino la pandilla los locos, vienen a beber a la taberna los dejados, y si el Lobo se encuentra con ellos, se iniciará una violenta riña. ¡Son seis de ellos y Adrián no está en condiciones para hacerles frente!

Balbuceé sin poder hablar, sobresaltado, intentado digerir sus palabras.

--Debemos de alejar a Adrián de este lugar sin que se entere y evitar así, que vaya él mismo a encararlos. ¡Ayúdame a pensar!  --me jaló del abrigo--. Apenas se está recuperando del duelo que perdió, como para hacerse de heridas nuevas.

No pude ocultar más mi desconcierto cuando la escuché y me alteré de sobremanera.

-¿Adrián esta herido? ¿Perdió un duelo? --negándome a creerlo, me mostré incrédulo--. Eso es imposible porque… estamos hablando del Lobo, ¿o no? No hay rival para él. Es invencible.

--Para tu información Adrián ha perdido más batallas de las que tú crees --respondió con tono austero--. De esa manera aprendió a defenderse: perdiendo. Y esto, es la vida real, pecoso, no una película donde el protagonista es invencible e intocable. Porque, aunque Adrián se empeñe en parecer un inhumano, es como tú y yo, con un cuerpo que sangra. ¡Está hecho de carne y hueso!

--Entiendo. Pero dime, él… no está tan grave ¿cierto? --pregunté angustiado.

Una opresión lastimaba a mi corazón hasta el punto de sentir que me sofocaba.

--¡Estará peor si no hago que se marche de aquí! --respondió exasperada.

-- Y si simplemente le dices que esa pandilla se dirige hacia acá… --pregunté tentativo --, así él estará prevenido y los evitará.

--No conoces suficientemente al Lobo, ¿cierto? --señaló con ácido sarcasmo--. ¡Es capaz de ir a buscarlos él mismo y ajustar cuentas! ¡Es un estúpido temerario y suicida!

Bajé la mirada y curvé los labios.

--¡Debo hacer que se largue de aquí, ya! --enfatizó con las manos--. ¡Pero no sé cómo! ¡Él no es fácil de persuadir! ¡Se dará cuenta si intento engañarlo! ¡Es un Lobo astuto que difícilmente engañas!

Suspiré profundamente antes de ceder:

--Creo que yo puedo hacer algo al respecto.

-¿Tú?  --elevó una ceja, sarcástica.

--Ajá  --jugué con mis pulgares--. Adrián insiste en llevarme a casa pero yo no quiero…

Al escucharme, la chica gótica se abalanzó sobre mí y me tomó de los hombros mirándome seriamente.

--Pues ahora, debes querer que te lleve a casa.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Adrián salió de la taberna buscándome.

En ese momento, bien pude estar huyendo, ya a kilómetros lejos de ahí, o si soy más realista, a media cuadra porque mis pulmones no me llevarían muy lejos. Pero prácticamente, estaría alejándome de él.

Pero no era así, estaba ahí, de pie junto a esa chica, esperándolo como un chico obediente y bien portado.

Al Lobo, pareció sorprenderlo encontrarme aún ahí, casi tanto como a mí.

--Caperucito… tuviste demasiado tiempo para huir --se acercó.

--Sí, lo tuve… --suspiré con aire melancólico al viento.

El pelinegro frunció el entrecejo y se dirigió hacia la chica junto a mí.

--Sonia, ¿qué haces tú aquí? --la miró con un atisbo de sospecha.

--Eh, yo… --se trabó ella--. Nada, nada. Aquí, buscándote para saludarte. Con eso de que eres tan cotizado --finalizó con una risita nerviosa.

El motociclista se puso las manos en la cintura.

--Buen intento, ahora dime la verdad.

¡Mierda, mierda, mierda!

Sabía que esa era la señal para entrar en escena.

--Adrián  --interferí yo--, no sé qué asuntos tienes que tratar con ella, pero debo informarte que yo sigo estando lejos de casa. Y si soy sincero comienza a asustarme este lugar, sin contar que mi toque de queda es a las nueve y ya me pasé de la hora. Mi madre va a asesinarme. Y bueno… tú mencionaste que me llevarías a casa, así que, por favor… --me mordí los labios.

--Por favor qué… --acentuó una ceja.

--Llévame a casa --le miré.

El Lobo me miró fijamente ante mi petición algo desusada. Definitivamente no sonaba a mí mismo; a algo que yo le pediría.

Mas sin embargo…

--Lo haré, pero sólo con dos condiciones  --sugirió él.

--¿Qué? --estallé--. ¡Soy yo quien debe poner las condiciones por dejarte llevarme a casa! -- Me abalancé sobre él para intentar ahorcarle, pero la chica me detuvo del brazo a tiempo, y me miró, recordándome a través de sus ojos que no me quedaba de otra más que ceder si quería alejarlo del lugar y así evitar que se topara con esa peligrosa pandilla.

Tomé aire profundamente antes de decidirme en bajar el puño y ceder a sus peticiones.

--Cuáles condiciones --rechiné los dientes.

--Si quieres que te lleve a casa, me dejarás cargar tus cosas.

Le expresé una mirada de extrañeza.

--Y La otra condición es… --pregunté, temiendo lo peor.

--Que nos vayamos cogidos de las manos.

--¿Queeeeeeee? --exclamó la chica, y su rostro detonó una clara estupefacción. Si hubiera estado bebiendo algo en ese momento, seguro hubiera escupido el líquido de la impresión. Estaba demasiado sorprendida al escucharlo pedirme tal cosa.  ¡Y quién no! Tal petición se prestaba a malas interpretaciones. Pero a Adrián, parecía tenerlo sin cuidado.

 Por mi parte, sentí cómo mis mejillas se ponían calientes y de cómo mi respiración se alteraba de manera escandalosa.

Pero antes de ponerme renuente ante su petición, la chica me apretó del brazo, recordándome nuevamente y suplicándome que cediera a esa bobería, aunque ella misma, no la entendiera.

Oculté mis fruncidos y finos labios bajo mi bufanda tejida, y jugué con mi lengua antes de aceptar.

 --Huh --susurré, sin saber si quiera si eso podía considerarse una afirmación. Apenas podía creer de que estuviera cediendo a tal cosa de tomarnos las manos.

Al escuchar mi tímida aceptación,  inmediatamente Adrián me desprendió de mi mochila y guitarra, y se las echó a cuestas.

--Vámonos  a casa pues… --dijo.

 Pero faltaba lo primordial. 

Mi mano estaba ahí, indecisa y nerviosa, oculta tímidamente bajo la manga de mi abrigo, esperándole…

Adrián estiró su mano hacia mí, consciente que alguien como yo, nunca daría el primer paso.

Pero sorprendentemente en vez de negársela, le cedí grácilmente mi mano cuando él decidió reclamarla.

Y cuando nuestros dedos por fin se rozaron y nuestras palmas se adhirieron, un sentimiento estremecedor se adueñó de mí, como una revelación. Una epifanía.

Ese tacto, esa sensación me fue tan inquietante…

 Como un Déjà vu.

Supongo que así se siente cuando le tomas por vez primera, la mano al amor de tu vida: Un sentimiento reconfortante y dichoso.

Mágico. Inefable. Lo más cercano a la felicidad que he experimentado.

--Andando --él me sonrió y entrelazó sus dedos con los míos--. Sólo caminaremos hasta mi departamento y ahí me devolverán la moto.

Asentí con la cabeza y comenzamos a caminar, alejándonos de la taberna y así del posible riesgo de toparnos con la pandilla los locos.

Quizá esa noche no besé a Adrián, pero que camináramos cogidos de las manos, con nuestros dedos acariciándose, fue aquello como un beso, tan íntimo, tan significativo.

Mientras andaba, no me dediqué a nada más, que a mirar nuestras manos entrelazadas. La mía estaba ahí, graciosamente pequeña y tan blancuzca. Tan frágil, que mis dedos parecían querer quebrarse; tan tímida, que mis dedos parecían querer esconderse bajo mis mangas.

Mi mano parecía la de una chica, así, unida y en contraste con la del Lobo, que era más grande y morena a comparación.

La de Adrián, sí era la mano de un hombre, y… se sentía cómoda.

Las magulladuras de sus manos, ahora que las miraba detenidamente y lograba sentirlas en sus nudillos y en su palma, eran la prueba de las difíciles batallas que ha tenido que luchar. Pero quizá también por eso se sentían tan fuertes y firmes.

Tan confiables… y tan sabias.

Seguí mirando nuestras manos, como si fuera un acontecimiento extraordinario, y descuidé el camino frente a mí, dejándome llevar confiadamente y a ciegas por el sendero que la mano de Adrián me conducía.

Nuestros brazos fungían como lazos, como una conexión que une a dos corazones.

--Tus dedos… están fríos --comenté, como si estuviera quejándome, pero no estaba muy seguro si realmente estaba haciéndolo--. Están ocasionando que sienta escalofríos.

--Pues tu mano es tan pequeña, que siento que se la estoy sosteniendo a un niño de cinco años --río--. Y eso, me hace sentir un pedófilo.

-Quieres morir, cierto --le miré, y una sonrisa se insinuó en mis labios.

 

Y entonces…

 sentí una frenética necesidad,

de no soltarle la mano nunca…

 

¿No es curioso, e inclusive absurdo,

que termines aferrándote de lo que deseabas escapar?

Quería sujetarme de él y jamás soltarme.

 

 

La chica gótica iba junto con nosotros, y no dejaba de mirarnos como si fuéramos un par de bichos raros. Una pareja poco usual. Estaba confundida por la extraña situación que sucedía frente a ella, y que le fue difícil de asimilar o de interpretar.

Callada, siguió nuestros pasos sin apartar su mirada inquisitiva de nosotros.

--Adrián… ¿podrías decirme cómo descubriste que estaba ahí en la taberna? --le pregunté. Me había atacado la curiosidad de saber qué fue aquello que hizo que me descubriera.

--Supe de ti antes de que cruzaras la puerta. Lolo me avisó que venías --señaló--. Aparte de que eres demasiado ruidoso, ¿sabías? Eso de que tropezaras con la silla fue tan… ¡épico!

-- ¿Lolo? ¿Cómo? ¿Cuándo? --me sobresalté.

--Me lo dijo por celular. Vi sus llamadas perdidas y luego se las devolví.

--¿Qué? --detuve mis pasos abruptamente-- ¿Desde cuándo ustedes dos se comunican? ¿Eh? ¿Desde cuándo son cómplices? ¿Desde cuándo conspiran contra mí? ¡Ya me lo pagará ese traicionero! --gruñí y solté una sarta de malas palabras y maldiciones.

--Vamos Caperucito, sólo es un buen amigo que se asegura de que estés a salvo, pese a que sabe de antemano, que te enojarás con él. Estaba preocupado por ti, e hizo bien en recurrir con la persona indicada.

Adrián me jaló para que continuara caminando.

--¿Ah, sí? ¿Y tú desde cuándo lo defiendes? ¡Creía que Lolo no te simpatizaba ni un poquito! --inflé las mejillas, quejumbroso.

--No me simpatiza, pero es un buen tipo, y es tu mejor amigo… --sacudió los hombros.

Rechiné los dientes. Esos dos habían formado una alianza. Conspiraban contra mí. Y me sentía muy molesto por ello.

--Adrián, la mano me está sudando, ¿podrías soltarme? Y una intensa comezón está atacándome. Quizá soy alérgico a ti --señalé  enojado, como alguien que ha descubierto que su mejor amigo fraterniza con el enemigo.

--Cumple con tu parte del trato --achicó los ojos.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Adrián caminaba por esas calles sombrías con la misma confianza de un lobo que se encuentra en su bosque.

Seguíamos de la mano y me sorprendía el hecho de que aún no estuviera inquieto e intentara zafarme.

Pasábamos cerca de un auto-baño abandonado, cuando...

--Ahí mataron a una mujer embarazada --señaló Adrián--.Y su fantasma se aparece a estas horas, sólo tienes que mirar fijamente hacia aquella rampa…

Sin captar el hecho de que sólo estaba bromeando cruelmente conmigo, me aferré a él como un niño asustado que se oculta tras las faldas de su madre, y tembloroso apreté los ojos.

Él soltó a reír ante mi reacción, y la chica lo miró perpleja, como si no conociera ese gesto en él.

 Ella observó al Lobo mientras se partía de risa…

 y no logró reconocerlo.

El Adrián que ella conocía, no era capaz de sonreír de la manera como ahora lo hacía. Y se preguntaba si un extraño como yo, era quien lo provocaba. Supe lo que pensaba, porque claramente se podía leer en sus pupilas.

 

--Hey, chaval, no hay ningún fantasma --me comunicó ella-- El Lobo está jugando con tus nervios. ¿Qué acaso no eres capaz de captarlo? --sonrió cautivada de mi inocencia.

Bufé indignado hacia Adrián.

--¡Debí suponerlo viniendo de ti! --y me alejé de él refunfuñando.

La amiga del Lobo me sonrió.

--Pero si quieres, yo puedo contarte una historia verdadera sobre el auto-baño abandonado --señaló la chica--. Como el hecho de que el Lobo y su manada hacían fogatas y se escondían ahí.

--¿Se escondían? --pasé a mirarla a ella y luego a Adrián--. ¿Esconderse de qué?

--Ah, ¿no lo sabías? De niño, Adrián fue un ladronzuelo, oficio que ejerció no por necesidad aunque sí la tuviera, sino por la satisfacción y la diversión que le ofrecía el hacer travesuras, de irrumpir la ley; por la adrenalina que le proporcionaba el huir pudiendo ser atrapado y cruelmente castigado. Y al final, las ganancias de sus riesgosas aventuras, terminaba repartiéndolas a sus compañeros callejeros que parecían necesitarlo más que él. Nunca le gustó su hogar. O su padre. Evitaba rotundamente aparecerse por ahí y se paseaba por las calles de la cuidad durante días, semanas, e incluso meses antes de regresar. Y si regresaba, sólo lo hacía para marcharse de nuevo. Con sus compañeros de calle logró reforzar un fuerte lazo de hermandad, eran como de la misma sangre, y más con un chico llamado…

--Ya basta de tanta habladuría ¿no? --Adrián la reprendió con la mirada.

--¿Tiene algo de malo mencionar a los muertos? --le preguntó ella.

--Sólo detente, que aburres --chistó.

Estuve tentado a insistir para que la chica continuara su relato, pero hasta un idiota como yo, logró notar lo delicado que se volvió tocar ese tema.

Pero ella era una chica con bastante información y decidí aprovecharlo de otra manera.

--Oye… --me dirigí a ella--. De casualidad conoces a una mujer morena y guapa…

Adrián pasó a mirarme.

--Un momento, ¿a ti por qué te interesa saber sobre Dafne? --me cuestionó.

--Dafne… --sonrió la chica gótica--. Sé sobre ella, pecoso, y te puedo decir lo que preguntes.

Y miró a Adrián, como retándolo. El pelinegro sólo resopló de resignación.

--Entonces  cuéntame --sonreí. Quizá esa era la fuente más confiable para saber con certeza si Adrián no tenía amoríos con ella. ¡Carla me premiaría por esto!

-- Bien --suspiró ella--.Esa chica ha estado toda la vida enamorada de Adrián. Abandonó su hogar y se mudó al otro lado de la ciudad sólo para seguirlo, ¿puedes creerlo?

--¿En serio? --suspiré conmovido e impresionado a la vez--. Nunca en la vida harán algo así por mí.

--Una vez, Dafne se le declaró, pero la rechazó porque en ese entonces el Lobo sólo pensaba con casarse con Emma -- añadió ella-- ¿o no? --se dirigió al pelinegro.

Adrián viró los ojos como respuesta.

--¿Quién es Emma? --pregunté.

--Su madrastra --se apresuró en responder.

--¿Su qué? --engrandecí los ojos.

--Como escuchaste pecas. Su madrastra fue quien le enseñó cómo tratar a una mujer en la intimidad. Fue su maestra en el sexo. Y vaya que Adrián fue un pupilo ejemplar. Aun era bastante joven para tener la suficiente experiencia, pero sin embargo, sus manos supieron desde un principio cómo hacer vibrar un cuerpo.

--Y… qué pasó --pregunté curioso, con las mejillas teñidas de rubor.

La chica gótica sonrió.

-- Al final, Emma abandonó a Adrián.

--¿Qué dices? --estallé.

--¿Crees que lo que la hizo marcharse, haya sido el tormento de su conciencia por haberse enamorado de un niño? Porque déjame decirte que en ese entonces el Lobo era muy joven, apenas estaba entrando en la etapa de la adolescencia, y la tipa ya se lo había echado al plato…

--Deja el pasado donde tiene que estar, Sonia --la miró Adrián--. Lo que menos necesito en estos momentos, es que invoques el recuerdo de esa mujer.

Yo miré al Lobo con la boca abierta.

--¿Estás diciendo que fue verdad? ¿Anduviste con una de las amantes de tu padre?-- inquirí, sorprendido--. ¿Con alguien mayor que tú? ¿Eras sólo un niño cuando eso pasó?

--¿También tú vas a empezar, Caperucito? --me reprendió--. Por qué mejor no vigilas tus pasos que ya van varias veces que te tropiezas.

--Entonces, ¡no me lleves por caminos tan agrestes! --refunfuñé e intenté por primera vez zafarme de su mano, pero esta me tomó con más fuerza y me hizo caminar más aprisa --Quiero saber más sobre la vida de Adrián --sentencié.

Adrián frunció el entrecejo, preguntándose el porqué de mi repentino interés. Pero ni siquiera yo lo sabía. Tal vez era mi necesidad por lograr comprender más, el misterio que para mí era el Lobo.

La chica sonrió. Sonia parecía encantada brindándome información de Adrián, y no le importaba el hecho de que esa persona caminara junto a nosotros.

--¿Ves mi tatuaje del brazo? --se levantó la manga de su blusa negra hasta el hombro para mostrármelo.

--¡Vaya! ¡Qué dragón tan bien detallado y realista! --exclamé.

--Me lo dibujó Adrián --levantó el mentón ella.

--¿El tatuaje?

--Sí, qué más.

--Pues… no es tan sorprendente si lo miras de cerca. Mas bien parece una lagartija --murmuré, inflando las mejillas.

Ella y yo soltamos a reír, y el motociclista se dignó a seguir caminando.

--Adrián trabajaba haciendo tatuajes --entrecortando su risa, la chica continuó contando--. Pero él no lleva ninguno en su cuerpo, ¿y sabes por qué? Porque dijo que llevaría uno hasta que encontrara algo verdaderamente significativo en su vida, como para llevarlo por siempre en la piel.

Seguimos caminando en silencio después de eso.

--Hmmm… ¿y en qué más has trabajado a parte de tatuar pieles? --está vez le pregunté directamente a él.

Los ojos del Lobo le dieron un breve recorrido a mi cuerpo antes de responderme.

--Prácticamente de todo Caperucito. Tenía que comer --carraspeó--. Durante un tiempo, fui Barman…

--¿Batman?

--¡Barman!

--Ah…

-- También electricista, fontanero, mecánico, mandadero, mesero…

--Vale, le haces a todo --entrecorté sus palabras.

--No me interrumpas --atrapó una de mis mejillas y la exprimió.

--¡Duele! ¡Duele mucho! ¿Por qué siempre tienes que recalar con ellas?  --hice muecas.

La chica gótica, que divertida nos apreciaba, comentó de pronto:

--Es extraño verlos comportarse así… --se puso la mano en el mentón.

--¿Así cómo? --elevé mi castaña ceja hacia ella, aún con los dedos de Adrián estrujándome el rostro.

--Así, como si estuvieran enamorados --sonrió la joven de negro.

--¡¿Eh?!

Alarmado, aparté la molesta mano de Adrián de mi mejilla, y luego pasé a mirarlo a él, que parecía no importarle lo que le escuchó decir.

--Cogidos de la mano y haciéndose ese tipo de arrumacos, logran pasar perfectamente por una encantadora pareja de novios --indicó enternecedoramente la chica.

Bajé la mirada y contemplé los dedos de Adrián, entrelazados con los míos. Y comencé a forcejear nuevamente.

--Adrián, ¿podrías tener la amabilidad de soltarme y aclararle a tu amiga que somos lo más lejano a una encantadora pareja de novios? --intenté desprender mi mano de la suya, pero el Lobo la presionó de tal manera, que evitó que lograra mover un solo dedo, y se limitó a reír.

--¡¡Su-el-ta-me!! --intenté liberarme, pero su mano era fuerte--. Y dile a tu amiga que… ¡ah, me lastimas mis deditos!

--Sonia --la nombró el Lobo entre leves sonrisas--. Caperucito y yo no estamos enamorados, mas bien somos un par de enemigos acérrimos, que se odian a muerte, ¿entiendes?

Jadeante, intentaba rescatar mi mano utilizando ambas, pero al parecer necesitaba más de una docena de manos para poder liberarme de la garra de un feroz Lobo.

Frustrado por mi debilidad y mi incapacidad, levanté nuestras manos unidas a la altura de mi cara, y las acerqué a mi boca, creyéndome por un momento, una piraña salvaje del amazonas.

--Si no me sueltas a la cuenta de tres, yo, Ángel rojas, prometo que te morderé, ¿te quedó claro? -- y abrí la boca, haciendo como si diera un gran mordisco.

Pero mi advertencia no logró borrar la sonrisa burlona y despreocupada de su rostro.

--Sí, sí, me quedó claro Caperucito --y me apretujó más mis frágiles dedos.

--Una, dos… y ¡tres!

Entonces, sin pensarlo, me llevé el dorso de su mano a la boca… y lo hice. ¡Lo mordí! Lo mordí con tal fuerza, que apreté las encías y estrujé el rostro.

Pero Adrián no tenía intenciones de liberarme y apenas mostró vestigios de dolor.

Miré su mano marcada por mis dientes y… por mi saliva.

 Él se la miró, divertido.

--¿Qué fue eso? --se mofó--. Dime, ¿aún conservas tus dientes de leche?

--¡Pero cómo logras ser tan resistente…! --bajé las manos, derrotado.

--Soy un hueso duro de roer, Caperucito. ¡Pero vaya! No tenía idea de que practicabas el canibalismo.

Estaba totalmente agotado y con actitud resignada y berrinchuda, no tuve más que aceptar el hecho de que estaría adherido a la mano de Adrián hasta que a él se le pegara la gana soltarme.

--Imbécil, devuélveme mi mano --le dije.

--Me pertenece todo el camino.

Miré a la amiga de Adrián.

--¿Te ha quedado claro de lo que realmente sentimos el uno por el otro?

--Ahora más que nunca ya no tengo dudas, Ángel --sonrió ella--, definitivamente están locamente enamorados.

Di de botes en el suelo.

--¡Adrián di algo! Ahora sí necesito que abras tu gran bocota parlanchina y digas una de tus tantas estupideces. Uno de esos argumentos persuasivos que te cargas y que suelen convencer a la gente.

--¿Y qué puedo decir, si ella ha decidido creer que somos una linda pareja de novios? --sacudió los hombros--. Me temo que no puedo hacer nada, Caperucito.

-¡Pamplinas!  --le jalé el cabello.

Ella sonreía. Parecía conmovida ante la escena que se presentaba frente a sus ojos.

--Ya he visto el casco de moto que ha comprado Adrián para ti --comentó la chica y la miré, sin comprender-- Al principio supuse que era para una chica, ya que es color rosa… --repentinamente, la mano de la joven me tomó de la mejilla-- Pero supongo que el rosa le va bien a tu tono de piel, Ángel --sonrió y sin más, apartó su mano de mi rostro.

--¿Un casco rosa? ¿Para mí? --pasé a mirarlos alternativamente.

Adrián pateó una piedra que se cruzó en su camino.

--Machete creyó que el casco era para una chica, por eso el idiota lo compró de ese color --aclaró el Lobo--. Así que lo lamento, tendrás que usarlo aunque sea rosa, Caperucito.

--¿Y quién te dijo que lo usaría, demente? --protesté.

Refunfuñaba, cuando de pronto Adrián detuvo sus pasos.

--Pero bueno, dejando el casco rosa a un lado, les comunico que por fin hemos llegado a mi apartamento de cinco estrellas --anunció y señaló frente a nosotros, a un viejo edificio, casi tan inclinado como la torre de Pisa que se encontraba cruzando la calle.

--¿Es aquí? --contemplaba aquel inmueble de fachada deteriorada, cuando Adrián me sonrió.

--¿Qué te causa gracia? --inflé las mejillas.

--Que ya no es necesario de que te sigas aferrando de esa manera a mi mano. Ya hemos llegado.

--De qué hablas… --pasé a mirar mi mano, que apretujaba con fuerza a la de Adrián.

Sonrojado, me apresuré en soltarme, pero el Lobo dejó unidos nuestros dos meñiques, que se mantuvieron entrelazados durante unos segundos más, antes de permitir que me liberara.

Y fue de esa manera, con un roce de meñiques, que nuestras manos se despidieron.

--¿Aquí estás viviendo? --pregunté, cuando mi mano volvía a pertenecerme.

--Sí, y mi cuarto está en el quinto piso --apuntó hacia arriba--. Es el de la ventana abierta con esa cortina azul marino que ondea el viento.

--Ya veo --desvié la mirada, haciéndome el desinteresado.

--Te invitaría a subir --me miró fijamente--, pero no puedo garantizarte que no intentaré nada. Y no me responsabilizo de lo que pudiera llegar a pasar.

Al escucharlo, la chica gótica que se encontraba de pie junto a nosotros, se atragantó con su propia saliva y comenzó a toser escandalosamente.

--¡¿Estás bien?! --me apresuré en darle palmadas en la espalda para ayudarle a recuperar aire, mientras intentaba explicarle que Adrián no lo decía en serio, que tenía esa mala costumbre de bromear con ese tipo de cosas, pero ella, en shock, se negó a escucharme.

 --Es mejor que me vaya a casa. Para darles privacidad --se apresuró en despedirse.

Adrián la atrapó en sus brazos.

--Qué atenta. Se te agradece --Adrián le dio un beso en la frente--. Me marcas cuando llegues a tu casa --le dio palmadas en la espalda.

--Adrián…no sigas con esto… --balbuceé--. Dile que estás bromeando.

--Sí, yo te marco cuando llegue a casa --le respondió ella al Lobo y se alejó de sus brazos --Hasta luego, Ángel, pásalo bien.

--¡Qué no es en serio! --le grité, pero ella se marchó rápidamente sin atender a mis desesperadas explicaciones.

 Y me alteré, cuando la vi desaparecer por la calle, huyendo despavorida, con ideas sucias y equívocas en la cabeza.

 Rayos… ¡El Lobo y sus imprudentes bromas!

--¡Aguarda que has entendido mal! --decidí ir tras ella, cuando Adrián me detuvo de la muñeca.

--Adónde vas…

Pasé a mirarlo a él con odio fundado en mis claras pupilas.

-- ¡¿Ya viste lo que has ocasionado con tus juegos?! ¿Qué pasará si ella cree que tú y yo tenemos una relación amorosa y se lo cuenta a todos? ¿Te pusiste a pensar en eso?

Adrián esbozó una sonrisa, con su típico aire despreocupado.

--De ella no debes preocuparte. Ya después me ocuparé de explicarle que todo fue una broma. Además, aunque fuera verdad, Sonia jamás traicionaría mi confianza y se llevaría el secreto a la tumba.

--¿Y qué me dices de mí? ¿Eh? Acaba de proporcionarme datos sobre tu vida no hace mucho tiempo sin conocerme lo suficiente. ¿En ese tipo de persona es en la que confías?

Adrián liberó mi muñeca.

--Lo hizo porque yo estaba presente y se lo permití. De lo contrario no te hubiera contado nada. Ahora tranquilízate por favor.

Fruncí los labios, todavía inseguro. Pero la joven ya se había marchado, y no me quedaba de otra más que confiar en las palabras de Adrián.

 

 

Sin más, cruzamos la calle y nos sentamos afuera del edificio departamental. En su sucia banqueta. Me abracé las rodillas y contemplé la luna. Tan luminosa y completamente hermosa, desde allá arriba, ella me devolvía la mirada.

Me quedé callado durante un par de minutos, pero tanto silencio comenzó a ponerme inquieto… Entonces miré sobre mi hombro derecho.

El chico con aires de grandeza que deseaba conquistar al mundo, se encontraba a un lado de mí, echado y patético en la mugrienta banqueta, poco atemorizante y con la guardia baja.

“No sé cómo en ese momento no fui capaz de mirar en sus ojos, su alma bohemia y la melancolía de sus días; y que su mayor ambición era tener la bendición de contemplar el cielo nocturno, sostener un económico cigarrillo entre los labios… y que alguien que le amara de verdad, permaneciera a su lado para siempre”. Para él, eso significaba conquistar el mundo y la idea de una familia no le era tan indiferente como yo creía.

Pero no, no pude verlo. Y quizá jamás lo haría…

 

Suspirando débilmente, aparté la mirada del Lobo y seguí apreciando la luna.

--Oye Caperucito… --le escuché llamarme--. ¿Quieres pasar a mi apartamento? Está haciendo mucho frío.

--No, gracias --hablé los dientes y achiqué los ojos--. No voy a arriesgarme.

Adrián encendió un cigarrillo y se cernió sobre mí.

--¿Seguro?

--¡Bastante! --levanté las manos, exclamando.

El de chaqueta de cuero sorbió el cigarrillo y dejó escapar lentamente el humo a modo de decepción.

Tosí escandalosamente, sobreactuando, cuando el humo invadió mis fosas nasales.

Pero él no me prestó atención.

Hecho un manojo de enojo, sin proponérmelo, le di un leve manotazo cuando se dispuso a darle otra calada al cigarrillo.

--No fumes --le reproché.

--¿Qué? ¿Me lo estás prohibiendo? --preguntó sin dar crédito aún. Frunció las cejas y dejó escapar una risita.

Farfullé antes de responder algo coherente.

--Es solo que… me parece repulsivo --dije.

Él se quitó el tabaco de los labios al escucharme, pareció sobresaltarse un poco y se reincorporó. Parecía casi devastado.

--Tú…tú… --me señaló con el dedo índice--. No sabes que comencé a fumar para conquistar chicas porque a ellas les parecía sexy y masculino que un hombre fumara, ¿y tú me dices que te parece repulsivo?

--E insano sobre todas las cosas. Destructivo. ¡Odio a las personas que fuman! Mi tío murió por sus estúpidos cigarros --me crucé de brazos.

Aunque he de admitir que a Adrián le daban personalidad. Le sienta bien fumar. Luce interesante. Y en definitiva, sexy. ¿No era eso lo que quería lograr? ¡Pues lo lograba bien!

Aun así, me comporté renuente y poco tolerante.

Para mi asombro, Adrián se apresuró en apagar el cigarro junto con un suspiro. Sin debatir.

La sorpresa se dibujó en mi rostro ante su acción. ¿Pueden creer que había cedido a una petición mía?

Mas sin embargo…

--No te creas mucho --arrugó la frente y me miró con ojos perspicaces--, como si tuvieras control sobre mí. Lo he apagado porque como sea, estás a mi lado y contamino tú alrededor. Sólo es por eso, ¿entiendes? No es que pretenda dejar el tabaco porque tú lo dices.

--¡Bien! --inflé las mejillas infantilmente. Y el silencio volvió a pasearse entre nosotros.

Me empeñaba una vez más en mirar la luna, cuando…

--Vaya… has logrado sorprenderme de nuevo.

--¿De qué diablos hablas? --volteé a mirarle, sin contar con la capacidad de ignorarlo.

--Siempre me sorprendes con un aroma nuevo. Hoy hueles a sandía.

--Ah, eso --me agarré un mechón de cabello distraídamente, que se empeñaba en encresparse--. Mi madre compró un champú con olor a sandía --me mordí los labios--. ¿Te… disgusta?

--Debes saber que tengo un serio problema con tus aromas --levantó su mano y la dirigió a mi cabeza. Sus dedos largos y grandes se enredaron en mi cabello--. Tal vez sea porque mi olfato es tan desarrollado como el de un Lobo. Y tus fragancias siempre terminan por… avivar mi deseo sexual.

--¡Qué dices… idiota! --me alarmé, y esperé una sonrisa suya que me testificara de que estaba bromeando. Pero seriedad y sinceridad plena es con lo único que me encontré en sus rasgos afilados.

--Sólo soy sincero. Sólo no me guardo las cosas.

--Eres un sinvergüenza, ¿lo sabías? Y un pervertido.

--Y no sabes cuánto.

--Mejor cállate, desvergonzado --hice un mohín.

Y me oculté bajo mi bufanda mientras su mano jugueteaba con mi cabeza y me la frotaba una y otra vez, esparciendo el aroma a sandía. Yo refunfuñaba como de costumbre, pero realmente lo disfrutaba en mi interior. El arrumaco de sus manos, me brindó una sensación agradable, adormecedora. Podría quedarme tranquilamente dormido si él continuaba.

Las caricias de sus dedos, fueron como un potente somnífero haciendo efecto. Y un sentimiento de decepción se adueñó de mí cuando él alejó repentinamente su mano de mi cabello. Fue como si el frío invernal de la noche, me atacará nuevamente, y de golpe.

-- Tú cabello es un desastre Caperucito --añadió con tono burlesco.

--Fue tu mano la que me despeinó --gruñí.

--Ah, tengo hambre  --el Lobo se echó para atrás abrazándose el estómago con un brazo.

Sin proponérmelo, esculqué los cálidos bolsillos de mi abrigo y tomé el paquetito de gomitas con figuras de pandas.

Lo pensé un momento, luego vacié en mi puño uno de ellos y los sostuve en la palma de mi mano extendida.

--Tengo una gomita por si…

Adrián se enderezó repentinamente y su boca atacó mi mano. Sólo miré cómo el pobre pandita era devorado ferozmente por él.

¡Por Dios crucificado! ¡Adrián era un asesino de panditas!

Miré mi mano vacía.

--Creo que eso no satisfará ni un poco tu hambre voraz.

--Esas cosas no saben tan mal --sonrió, lamiéndose sus carnudos labios-- Aunque me molesta que tengan una imagen tan enternecedora. Se parecen a ti. Eres tú multiplicado y minimizado, y comestible.

Viré los ojos. Él me arrebató mi paquete de gomitas y vació unos cuantos en su mano.

--Mira, dos pandas rojos se están besando --dijo y juntó a los dos panditas logrando que efectivamente, se besaran.

--Lolo y yo jugábamos con ellos y hacíamos ejércitos invencibles… --añadí melancólico.

--Mira, ahora practican el sexo --los colocó en posición del misionero.

--…pero no los terminábamos comiendo antes de tiempo --reí de mi propia anécdota.

--Se han unido otros dos y ahora es una orgia.  

--¡Adrián estás arruinando mi infancia! ¿Podrías parar?

--Está bien. Me quedo con la figura de beso --colocó a los dos panditas enamorados en la palma de mi mano--¿No es una bonita escena? --preguntó.

Al no recibir respuesta de mi parte, recostó por tercera ocasión en la banqueta y contempló el cielo.

Estábamos mirando el firmamento, cuando el sonido de un motor se escuchó acercarse a toda velocidad.

No tardó en aparecer, doblando la esquina, un hombre montado en la motocicleta de Adrián.

Se detuvo cerca de nosotros, alumbrándonos y cegándonos con el faro delantero.

Estacionándose, una gran y fornida silueta se bajó de la moto.

 Adrián se puso de pie y fue hasta ella.

--Enano --le saludó el Lobo.

¿Enano?

Aquel hombre le dobla la altura a Adrián.

Bajo la luz mortecina de la lámpara, pude apreciar a ese hombre de aspecto desaliñado y rudo. Usaba un piercing en su susurrante nariz, como la llevan los toros (Septum). Tenía rapada la cabeza y varias cicatrices en ella. Su chaqueta de cuero tenía picos metálicos en las hombreras y llevaba una manopla en su mano derecha.

--He venido a entregarte tu moto, Lobo.

--¿Y Machete?

--Se quedó con una puta.

--Ahora estoy preocupado --el pelinegro se sobó la frente con frustración.

--¿Por la puta?

--Por Machete.

--Ese chaval debe aprender a defenderse si quiere ser parte de la manada. ¡Ya me harté de que siempre tengamos que estarlo cuidando!

--Debemos hacerlo. Debemos cuidarnos unos a los otros --respondió Adrián con condescendencia.

--Bien, bien, iré a charle un vistazo --gruñó el hombre gigante.

--No te separes de él.

--Bien… --los ojos del temible hombre divagaron más allá de los hombros de Adrián, y me lanzaron una mirada desdeñosa cuando lograron rastrearme--. Ahora lo más importante… ¿quién es esa niñita virgen detrás de ti que lleva abrigo de gatitos?

 Tembloroso, me encogí de hombros.

--No te incumbe --le reprendió Adrián con mordacidad--. Dame las llaves y vete a buscar a ese idiota.

Enano resopló y le arrojó el llavero que el Lobo atrapó en el aire; y haciéndole la seña de honor que un militar dirige a una figura de alto rango, retrocedió, se giró y se marchó lentamente chasqueando los dedos.

Logré respirar nuevamente al ver desaparecer a ese hombre por donde había aparecido.

Adrián regresó a mi lado y sentándose a mi derecha, me sonrió.

--No pasa nada, es uno de los míos. Sólo que ya debería saber que no me gusta que metan sus narices en mis asuntos --se recostó en la banqueta y usó sus brazos como almohada.

--Ya es tarde. Mi madre me castigará --balbuceé y le eché un vistazo a mi reloj de muñequera de Bob Esponja--. ¿A qué horas piensas llevarme a casa?

--Tranquilo. Nada debe preocuparte si estás conmigo --cerró los ojos--. Quedémonos un rato más.

--¡Como tú no tienes una madre a quien darle explicaciones! --me sobresalté.

 Pero cuando me di cuenta de lo estúpido y cruel de mis palabras, me cubrí la boca, ya tarde, ya en vano.

--Yo… --estuve a punto de disculparme, cuando Adrián se dirigió a mí sonriendo:

-La tengo. Una madre. ¿Cómo crees entonces que nací, sonso?

Lo miré, él seguía sonriéndome desde el suelo donde se encontraba recostado.

Jamás me había puesto a pensar detenidamente en la madre de Adrián. Y en verdad quería saber algo sobre ella.

Me esforcé por imaginarme cómo era esa mujer, y a formularme preguntas como si el Lobo heredó de ella sus ojos o su cabello. O su carácter.  

Debía ser muy guapa la señora.

--¿Y ella dónde está? --farfullé, sin saber si era prudente formular esa pregunta, o si a él le  apetecería responderme.

Hace unos momentos reprendió a unos de sus hombres porque intentó meterse en sus asuntos, ¿o no?

Pero él me respondió sin chistar.

--En casa, supongo --sacudió los hombros mirando el firmamento estrellado.

Vale, eso no me dijo mucho, pero algo en esas palabras me hizo creer que al menos, su madre estaba con vida. Pero definitivamente algo malo había pasado, ya que sé de antemano, que Adrián infortunadamente no había crecido en un seno familiar.

Esperé que él añadiera algo más, pero no lo hizo.

Y el viento sopló, despeinando nuestras cabelleras.

--¿Y qué me dices de tu padre? --inquirí, sin saber desde cuándo me intrigaba saber más sobre él y su familia.

Aquello en particular, logró ponerlo de mal humor.

--¡No sé, escapé hace mucho! --respondió con desdén.

--¡Perdón si pregunté algo que no debía! --refunfuñé--. Y si soy sincero, ¡no es que me importe mucho!--. Me crucé de brazos e hice un puchero.

Suspirando profundamente, Adrián suavizó sus expresiones molestas y se relajó.

--Te presentaría a mi padre Caperucito, pero te enamorarías de él --gruñó--. Además, es un patán y nos sacaría a patadas de la casa. Él… no es muy agradable.

--¿Cómo… es él? --dije, mientras yo mismo intentaba crear una imagen en mi cabeza.

--¿Físicamente?

Asentí con la cabeza.

--Sólo mírame, Caperucito.

-- ¿A qué te refieres?

--Que soy idéntico a mi padre. Cuando lo veo, es como si me viera a mí mismo, pero con unos años de más encima. Me parezco tanto, que cuando vi una foto de él cuando era joven, me di cuenta que era yo, en otra época, viviendo otra vida.

--¿En verdad te pareces demasiado a él? --pregunté con encendida inquietud.

  --Sí, me parezco demasiado. Somos como dos gotas de agua --empuñó su mano--, y odio parecerme a él. Me repudia --. Se levantó repentinamente de la vanqueta y escupió con desdén.

En ese instante, no entendí el sentimiento del Lobo y hasta lo juzgué. ¿Odiar tanto parecerse a su padre, cuando eso lo hacía tan apuesto como una estrella de cine? Su cabello tan negro, y sus facciones tan estéticas y armoniosas, ¿por qué quejarse? ¡La naturaleza no pudo ser más bondadosa con su rostro y su anatomía! Su rostro podría ser inmortalizado en piedra y él… ¡lo odiaba!

--Pero mi padre no es el único que me heredó buenos genes --guiñó un ojo y volvió a tomar asiento junto a mí.

--Qué humilde eres --viré los ojos.

--Mi madre es muy guapa, ¿sabes? La mujer más hermosa del planeta. Y hace poco… acabo de conocerla.

--¿Eh? --exclamé sorprendido--. ¿Qué dices? --Pero luego me dediqué a fingir que no me importaba mucho.

-- De chaval me hizo mucha falta, pero ahora… la he recuperado. Y me siento feliz.

Bajé la mirada, y no sé por qué me sentí conmovido al escucharle. También me pregunté si el hecho de que estuviera ebrio, haya sido la causante de que me estuviera confiando algo tan íntimo como lo es su familia.

--Sucedió cuando Carla aún era mi amiga. Estábamos conversando en la barra de un bar céntrico, cuando dos gemelas intercambiaron miradas sugestivas conmigo. Después de unos minutos de indirectas --tragó saliva--, las tomé del brazo y salía con ellas del lugar, cuando repentinamente una mujer desconocida se paró frente a mí, y detuvo mi andar abruptamente. Era muy guapa, pero no recordaba haberla visto antes. Entonces le sonreí y le dije “¿quieres unirte al trío?” Error. Al escucharme, la mujer misteriosa se dirigió a mí con pasos apresurados y me volteó la cara con una fuerte bofetada. Golpea más fuerte que tú, Caperucito --me sonrió--. Luego de su injustificada reprenda, supuse que era una mujer con la que me acosté anteriormente, y habían sido con tantas, como para lograr identificarla. Eso creí hasta que la mujer se soltó a llorar y me dijo: “Eres igual a tu padre. Te has transformado en él. No debí dejarte a su lado. Ahora, sigues su ejemplo y  eres un mal hombre”. Luego de escucharla decir eso, abandoné a las gemelas y me fui a un lugar a hablar con mi madre por primera vez…

--¿Y qué pasó después? --pregunté, con aire distraído.

--Me contó que se enamoró a los catorce años, y de la persona equivocada. Mi padre le hizo pasar por los momentos más dolorosos y desagradables de su vida. La utilizó y pronto la desechó. Un día, cuando yo apenas podía gatear, papá abandonó a mamá y me llevó con él, muy lejos, donde  ella no pudo encontrarnos. Él no quería pertenecerle a una sola mujer, por eso escapó. Pero no entiendo porqué me llevó con él, si yo nunca le he importado. Aunque debo admitir que a sus putas les encantaba cuidarme y pasarse por madres. Pero claro, ninguna de ellas se comparó con mi verdadera madre. Ya lo mencioné, es muy hermosa, y humilde. Es una mujer de campo. Sus manos son fuertes porque es muy  trabajadora. ¿Ahora tienes una idea de cómo me dolió esa bofetada? Tiene una huerta donde siembra legumbres y maíz. No vive en la cuidad.

-- ¿El campo?

--Sí.

--Respira aires más sanos, ¿no crees? --comenté.

--Así es. Si un día quieres ir a conocerla, puedo llevarte, daríamos un paseo y nos perderíamos en los pastizales y…

--No sigas --achiqué los ojos. Tenía la ligera impresión que aquello conduciría a una fantasía erótica.

Adrián volvió a adoptar un semblante serio y grave.

--Regresando a lo de mi madre, esa noche que la conocí, se dedicó a reprenderme y hablarme sobre el valor de la mujer mientras me jalaba de los cabellos. Me decía que no eran objetos sexuales y me enumeró cada una de las razones por las cuales deberían ser valoradas. Yo hice oídos sordos a sus sermones, hasta que me hizo caer en la cuenta, de que lo mismo que yo hacía con otras mujeres, lo había hecho mi padre con mi ella. Y me dolió. Es cuando me di cuenta el ser tan mezquino que era. El destino se había vengado conmigo dándome una probada de mi propio chocolate, porque el hecho de que yo no haya crecido en un ambiente familiar, fue porque mi padre actuó como yo estaba actuando. Y me sentí molesto conmigo mismo al saber que, lo mismo que mi padre le hizo a mi madre, yo estaba haciéndoselo a otras mujeres, ¿y sólo para escapar de la soledad y llenar un vacío en mí? Hasta el momento siempre fui cuidadoso, ¿pero qué hubiera pasado si hubiera dejado hijos regados? Por fortuna me aseguré que no fuera así. Pero desde ese momento, fue cuando me lamenté parecerme a él. No pude evitarlo, mi padre siempre fue una influencia para mí, y cuando menos me di cuenta, era su viva imagen cuando me miraba al  espejo. No sólo físicamente. Era yo, cometiendo sus mismos errores, sus mismos pecados. Y no, no quiero ser como él…

 Sus manos sorprendieron mi rostro y  acunó mis mejillas.

--¿Qué haces? --pregunté alterado.

Él me miraba con ojos desesperados y suplicantes.

 --A diferencia de mi padre, yo sí quiero encontrar el amor. Yo sí quiero pertenecerle a una sola persona.

Me puse de pie, alarmado y me alejé de él, embriagado de su aliento a vino y tabaco.

Adrián me imitó y me siguió.

Me aparté lo más lejos que pude de él, dándole la espalda, con el corazón saliéndose de mi pecho.

Detrás de mí, escuché nuevamente el inquietante sonido de sus botas, acercándose, y mi respiración se entrecortó. Sus grandes manos se aferraron de mis delgados brazos, arrancándome con su tacto, la serenidad y la paz; alterándome de sobremanera.

Y su voz sopló sobre la curva cuello:

-- Siempre tuviste la razón, yo, Adrián, no sé nada sobre el amor, ni siquiera sé lo que es. Por eso quiero que tú me lo muestres. Jamás he amado a alguien y quiero que tú seas el primero. Y el único. Hazme un hombre de bien, Ángel. Permíteme enmendar mis errores del pasado contigo. Déjame aprender a amarte.

Sentí como mi cuerpo entero temblaba entre sus manos. La opresión utilizada de sus dedos en mis hombros era tan apremiante, que lograron desconcertarme, perturbarme.

Sentí en sus manos…

 su urgencia por amarme.

Y en mi pecho…

 el temor de pertenecerle…

Mis labios no dejaban de vibrar. Y después de varios intentos fallidos, por fin logré hablar, pero sólo… para volver a pronunciar las palabras equivocadas.

--Si quieres ser un hombre de bien, aprende de la historia de tus padres y no le hagas esto a Carla. ¡Ella es tu novia! Se fiel y no juegues más con ella. No se lo merece. Piensa en ella como tú madre --tragué saliva--Ella me mandó esta noche porque cree que la engañas, y aquí estás tú, diciéndome todo esto que le deberías estar diciéndole a ella, y pidiéndome que vayamos de la mano. ¿Crees que es justo para Carla? Si es cierto lo que me cuentas y has aprendido de tus errores, evitando parecerte a tu padre, honrarás tu relación con ella y… me dejarás en paz.

Hubo un silencio aplastante. La fuerza con la que las manos de Adrián me aprisionaban los brazos, se fue mermando hasta desaparecer completamente.

Él se apartó de mí, sin mas, tan liviano como el viento, y tan frío como lo es la misma ausencia.

--Tienes razón, Caperucito. Carla es mi novia, y no tengo por qué estar pidiéndote que me dejes amarte cuando tengo una relación amorosa con ella. Tampoco ha sido correcto que nos hayamos tomado de las manos como si fuéramos algo parecido a novios. Algo parecido a una pareja heterosexual.

Escuché el sonido de sus botas. Esta vez alejándose. No creí que él desistiría. Normalmente él insistiría.

Me giré sobresaltado, el Lobo caminaba hacia la motocicleta y no pude ver su rostro, sólo su espalda cubierta por el cuero oscuro de su chamarra. Desesperado lo seguí, y algo en mí, buscaba la manera de cambiar las palabras que dije. De retractarme.

--Adrián… --logré susurrar débilmente, intenté pronunciar ese nombre que ya me lastimaba el alma, pero un nudo en la garganta me lo impidió.

Adrián se tomó el casco de conducir que colgaba del manillar de la moto, y se lo puso, ocultando de esa manera, su rostro bajo su vidrio polarizado.

--Te llevaré a casa y cuando tenga oportunidad, veré a mi novia --dijo, y sonó tan indiferente, que me hizo sentir pequeño e insignificante. Miserable.

--Sí… --logré decir, con voz apagada, casi inexistente.

Corrí a tomar mi guitarra y mi mochila. Luego regresé con Adrián, que ya había encendido el motor. Me coloqué el casco rosa, monté la motocicleta, me aferré de sus caderas, y procuré no hablar durante el camino.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Cuando el Lobo me dejó al pie de mi casa, devolví el casco rosa y busqué ver su rostro, pero el casco que él usaba, era una máscara oscura que no me permitió hacer contacto visual con él, y quería apreciar, qué reflejaban sus ojos. Añoraba, dejarme perder en lo negro de sus pupilas. Una vez más.

En ese momento, mientras él se preparaba para marcharse, me dio la impresión de que todo acababa entre los dos. Eso en nosotros, que jamás tuvo un comienzo, pero que existió, que estuvo ahí, todo el tiempo, clandestinamente.

--Adrián… --hablé, con una necesidad ciega de detenerlo, pero mi débil voz, apenas se escuchó bajo el ensordecedor rugido de su moto. Se perdió en él.

Quizá… era mejor así.

Y se marchó, junto con la noche.

Devastado, atravesé corriendo el cuidado jardín de mamá y me detuve unos momentos frente a la puerta de mi casa, presionando mis puños.

Debería sentirme aliviado que todo haya terminado, ¿no?

 Entonces… ¿por qué mi corazón dolía tanto? 

No cené. Subí directamente a mi habitación. Me recosté en la cama y me hice ovillo. Apreté fuertemente mis ojos, intentando en vano de convencerme a mí mismo, que era lo mejor.

Que las cosas tenían que ser así.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Al día siguiente…

 

Mi madre visitó mi habitación a muy temprana hora. Entre sueños, alcancé a escuchar que me decía que debía ir a un mandado y que no almorzara tan tarde. Después de eso, logré dormir unos minutos más, hasta que escuché el timbre sonar.

--“Mi madre que olvidó algo, aparte de las llaves” --maldije, bostezando.

Abrí pesadamente mis párpados y a tientas me puse mis pantuflas de panda. Con el cabello enmarañado, bajé los peldaños de las escaleras, debilitado y con los ánimos decaídos.

Mis ojos seguían hinchados y enrojecidos. Mi corazón seguía doliendo. E inclusive más que ayer.

Con movimientos lánguidos llegué hasta la entrada y me froté los ojos.

Abrí la puerta, y para mi sorpresa, me encontré a Carla bajo el umbral, con el mentón tembloroso, y sus hermosos ojos azules cristalizados.

Desperté de topetazo.

--Buenos días Ángel  --la vi sonreír. O al menos intentar hacerlo.

--Hola, ¿qué haces aquí? --estrujé mis facciones faciales. El reflejo del sol me pegaba justamente en la cara.

-- He venido a ofrecerte una disculpa por haberte mandado hasta ese lugar en busca de Adrián.

Parecía bastante avergonzada de ello, por lo que me apresuré en sonreírle.

--No tienes por qué disculparte. Para mí fue un placer ayudarte. No ha sido nada --señalé con tono despreocupado.

--No. Fue una total imprudencia de mi parte pedirte tal cosa --dijo con voz severa y apretujó su cartera entre sus delgados y ansiosos dedos--. Adrián me ha reclamado. Me ha reprendido duramente por haberte mandado a ese lugar tan peligroso y a esas horas. Y me lo merezco. ¿En qué estaba pensando cuando te puse en riesgo de esa manera?

La voz de Carla amenazaba con quebrarse.

--En verdad, no tienes que disculparte --intenté calmarla.

Pero ella seguía sintiéndose culpable. Por lo que…

--Si te disculpo, ¿te sentirás más tranquila? --pregunté.

Ella asentó con la cabeza.

--¡Pues ya está, estás disculpada oficialmente! --le dediqué una luminosa sonrisa.

En eso, ella se aventó a mis brazos, acción que me tomó desprevenido y que casi me hace perder el equilibrio.  

Echó sus brazos a mi cuello y se aferró de mi delgado cuerpo.

--¿Estás… bien? --pregunté alarmado, sin saber exactamente qué hacer con ella sobre mí, con sus lágrimas ya humedeciendo mis hombros, y la presión de sus uñas aferrándose en mi espalda.

--Hay otra cosa que he venido a contarte --dijo con un hilito de voz.

--Dime… --hablé entrecortado, sin saber donde apoyar mis manos.

--Adrián ha terminado conmigo… --logró decir con voz estrangulada, para después romper en un llanto desgarrador e inconsolable.

Engrandecí los ojos al escucharla, incrédulo, obtuso, y una amalgama de sentimientos revolotearon en mi pecho violentamente.

 Y mi rostro, fue el reflejo de la total confusión…

Balbuceé, sin darle crédito a lo que mis oídos habían escuchado.

--¡Me ha dicho que no podía seguir mintiéndome, que comenzaba a querer a otra persona! --hipando, exclamó con voz ahogada.

No puedo explicar con palabras lo que sentí al enterarme de ello.

Opté por usar mis manos para acariciar su rubio cabello como un acto de consolación. Pero apenas podía percatarme de lo que hacían mis dedos, que se movían de manera automática, ya que mi mente divagaba en otra parte. Y no pensaba en nada más que… Adrián había terminado con Carla.

Ella no dejaba de derramar lágrimas. Estaba desconsolada. Y se aferraba a mí con todas sus fuerzas.

--Tú la viste anoche… ¿no es así Ángel? A esa chica que me arrebató a Adrián.

<> contesté en mí interior.

--Dime, ¿es muy bonita?

<>

--De seguro que ella le corresponde y en este momento ya están juntos…

 <<No.

Porque es un cobarde… >>

En un repentino arrebato, las uñas de Carla comenzaron a desgarrar mi espalda.

Me apretujaron con rabia.

 Estaban haciéndome daño…

--No sabes cuánto los odio. ¡A los dos! ¡Los odio con todas mis fuerzas!

 

Me asusté. Jamás la había visto tan lastimada, tan molesta.

Su alma cálida y bondadosa, ahora sólo albergaba…

Odio y resentimiento.

Notas finales:

No ha sido mi mejor capítulo, pero confío en que vendrán mejores, y que esta insuficiencia creativa, no durará para siempre y que mi fic verá mejores días.

Ahora, repacemos los puntos más importantes del capítulo:

*Ángel se tomó de la mano de Adrián, y conoció la felicidad.

*Supo de una parte de la vida del Lobo que pocos conocen.

*¡Adrián es un asesino de panditas! (si eres uno, corre mientras puedas D:)

*El motociclista terminó su relación con Carla por su Caperucito. Quiere hacer las cosas bien y no parecerse al promiscuo de su padre.

*La chica de sus sueños, Carla, ahora odia a Ángel con todo su ser, aunque no sepa que es exactamente a él.

*Caperucito está asustado porque ahora que el temible Lobo depredador se ha liberado de sus cadenas que lo ataban, no sabe cuáles serán sus próximos movimientos…

*Ángel lo sabrá, y más pronto de lo que cree, porque el capítulo tardará menos en publicarse que los otros (que tardaron siglos)

*Y lo más importante… la autora de este fic es tan sexy y está soltera :V


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