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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

Y cuál fue mi sorpresa, que al mirarme las manos, encontré la palma de esta humedecida de lo que parecía ser, vestigios de una lágrima.

Me quedé observándola, incrédulo.

No, no podía ser…

Pero ahí estaba, como muestra contundente de mis sentimientos por él…

 

 

Quizá evadía al Lobo a toda costa, porque algo en mí sabía a la perfección, que irremediablemente él estaba incrustándose en mi corazón, encarnándose en él, y evitaba tal cosa. Tal desastre. Tal condena.

— Entiendo. Lamento abrumarte con tan retorcidos sentimientos. Y si ellos sólo te importunan... ¿para qué seguir conservándolos entonces? Así pues, los aniquilaré…

Adrián se dispuso a salir precipitadamente de mi habitación. Le retuve del brazo antes de que cruzara el umbral de la puerta. Antes… de que fuera demasiado tarde.

Mis dedos se aferraron a su manga con fuerza y la estrujaron.

Incliné la cabeza, respirando escandalosamente, cuando una súplica, apenas audible, se escapó de mis labios:

 

Quédate.

Engrandecí los ojos, sorprendido de mi mismo por haber contado con el valor de dar ese paso, por haber escuchado salir de mi boca, esa súplica.

 Olvidando mis anteriores palabras hirientes, él se volvió, conmovido hacia mí, casi al instante, y me tomó de las mejillas, acercando su ansiosa boca a la mía con la amenaza de tomarla, de devorarla, de hacerla completamente suya.

Respiramos agitadamente y nos miramos profundamente, intentando contener nuestros instintos salvajes e irracionales que comenzaban a dominarnos, a entorpecernos, a nublarnos la razón.

Adrián sintió mis labios temblar ante el tacto gentil de los suyos. Los envolvió gentilmente, para después absorberlos apasionadamente.

El Lobo se convirtió en fuego, en el cual me dejé consumir.

Pero entonces, antes de que pudiéramos deshacernos de nuestras ropas, y de aliviar esas sensaciones corporales que comenzaban a abrumarnos y que nos conducían a la locura… abrí los ojos, y contemplé el amargo amanecer asomándose por mi ventana…

Sólo había sido un sueño.

¡Un jodido sueño!

 Adrián se había ido, y no, no fui lo suficientemente valiente como para haberle pedido que se quedara.

 

 

*~Capítulo 18: Llamada de emergencia~*

 

 

—Ese sueño de nuevo… —musité, levemente adormilado y con cierto acongojo.

De alguna manera, mi mente seguía recriminándome por la decisión que tomé respecto a Adrián. Me castigaba con sueños y se robaban la paz.

Lo primero que hice al poner un pie fuera de la cama, fue notar mi aspecto demacrado reflejado en el espejo de mi guardarropa. Daba verdadera pena. Y todo se lo debía a esa resiente angustiosa ensoñación, que solía levantarme de la cama con sobresalto; muchas de las ocasiones me despertó en plena madrugada y después de ello, era incapaz de volver a conciliar el sueño. Estaba a un paso de convertirme en un ser insomne. En un demente. Por alguna razón, no lograba descansar en plenitud, y comenzaba mis días sin fuerzas, lánguido, decaído.

Al parecer, no sólo mi mente lo hacía con sueños, sino mi cuerpo también me recriminaba por mi decisión, y protestaba por no haber atendido a sus deseos carnales.

Decidí pues, darme ánimos y olvidar dicho sueño que me pareció tan real y que seguía rondando en mi cabeza, agobiándome. Tenía que aceptar el hecho de que Adrián ya había salido de mi vida. Y quizá esta vez sea definitivamente. Llevaba semanas enteras sin saber de él, desapareció, y decidiendo ignorar el pinchazo de dolor que esto me provocaba, me aferré a la idea de que olvidarnos y distanciarnos, era lo mejor para ambos. Y de alguna manera, supe ignorar el dolor, anestesiarlo un poco, al fin de cuentas era un experto en engañarme a mí mismo; seguía aferrado a fundamentos tales como «no me importa», y «no me afecta» o los que más solía utilizar como mis autoengaños más efectivos: «no le quiero» «le odio» «es un hombre» «él me arrebató a Carla» «sólo es un jugador».

 

Todavía sin lograr despabilarme del todo, descalzo caminé como un borracho hacia mi ventana frotándome los ojos, y es cuando me percaté de ese detalle que no me ayudó en nada para que mi día fuera mejor, y por fin desperté de topetazo, bastante escandalizado. Se trataba de mi planta, que estaba marchitándose. La analicé de cerca con gesto preocupado y el corazón acongojado. Las ventiscas de noviembre habían estado muy violentas últimamente, por lo que les atribuí a ellas el mal que ahora sufrían sus tallos. Sin embargo, al asomarme a la ventana noté que esta mañana estaba más soleada que las anteriores, por lo que no perdí tiempo y coloqué a la maceta donde pudieran llegarle las cálidas brazadas, esperando que con ayuda de ellas tuviera una pronta y satisfactoria recuperación. Nada mejor que los rayos solares para reanimarla, ¿cierto?

Sin embargo, pese a la manifestación del sol, se expiraba ligeramente ese aire fresco de la navidad, y en las calles, ya se escuchan a las personas ensayar sus villancicos. Y por si todo esto no fuera suficiente, mamá también me confirmó la casi pronta llegada de las festividades decembrinas, puesto que, cuando bajé a la sala, me encontré las lucecitas y los adornos del árbol regadas por todo el piso.

Pero más allá de los accesorios del nacimiento, al bajar de las escaleras, me encontré a mamá sentada en el sofá, sosteniendo melancólicamente el álbum familiar, que se encontró justamente entre las polvorientas figuras navideña cuando sacaba estas de la caja de cartón y les pasaba la franela. Y gracias a ese hallazgo, mamá decidió dejar de lado su labor doméstico, y ahora se encontraba hojeando el álbum, siendo empapada por los recuerdos.

 Me acerqué a ella, me senté en la bracera del sillón y me cerní para apreciar un poco.

—Eres demasiado parecida a tu hermana, mamá. Siempre lo he dicho —señalé asombrado la fotografía—. Son como dos gotas de agua.

—Lo sé, y acabo de recordar que mañana será su cumpleaños.

— ¡Cierto! ¿Irás a visitarla? —pregunté—. Hace mucho que no visitas a mi tía Enriqueta. ¡Y tanto que la quieres!

—Me temo que este año tampoco podré. Tengo demasiados encargos de ropa que atender como para darme el lujo de visitar a mi familia —Cerró el álbum de un golpe, y se llevó la mano a la frente como un gesto de cansancio y suspiró—: Si tan sólo alguien pudiera echarme una mano…

Torcí los labios antes de ofrecerme voluntario. Me lo pensé durante un largo lapso si soy sincero, pero al final, decidí ceder, y apoyarla. No tenía alternativa. Mucho menos cuando ella añadió: «Si tan sólo tu padre estuviera con nosotros… Si tan sólo no me hubiera dejado con toda esta carga para mí sola…»

Así que tomé la parte de responsabilidad de hijo que me tocaba. Como debía ser.

—Yo podría coser las prendas que tienes pendientes —dije, con un rechinar de dientes, soltando aire resignadamente—. Así podrías ir a ver a la querida tía y quedarte de visita los días que quieras. También puedo hacerme cargo de cuidar a mi hermana Elizabeth. Sólo que, de ser así… tendría que faltar a menos un día a la escuela, ya que la pila de prendas es demasiado alta y estamos acostumbrados a hacer entregas inmediatas a nuestros clientes…

Y cuando creí que mamá cavilaría concienzudamente si rechazar o no mi propuesta, puesto que seguía sin creerme lo demasiado autosuficiente o capacitado como para quedarme solo en casa pese a que ya era mayor de edad, ella se decidió, para mi sorpresa, en sólo un segundo.

— ¿Hablas en serio, cariño? ¡Te tomo la palabra! ¡Con dos días y una noche serán suficientes! —Exclamó emocionada y me pellizcó una mejilla—. ¿Debería hacer ya la maleta? El cumpleaños ya es mañana… ¡Tengo tantas cosas que contarle a mi hermana! —se levantó energética del sofá y se dirigió directo al teléfono para marcarle a mi tía Enriqueta y contarle así la buena nueva.

Solté un respingo, pues había conservado la esperanza de que no me tomara la palabra y evitar así el arduo trabajo de costura que me aguardaba. E incluso, ya comenzaba bostezar y sentir la fatiga, y eso que todavía no iniciaba.

En eso, apareció mi hermanita, quien había escuchado todo. Y no parecía contenta con lo que le había tocado de todo esto:

—Ángel, no me quedaré a tu cuidado, ¿acaso quieres que muera de inanición? —Viró los ojos—. Además, necesito vacaciones y descansar de tu molesta presencia. Cualquiera que conviviera contigo todos los días a todas horas comprendería la urgencia de huir de ti por al menos un par de días. Así que, a mí también me parece una gran idea asistir al cumpleaños de la tía.

—Pero… ¿y la escuela? —debatí—. Mamá no dejará que faltes. No tú, cuando debes entregar tu proyecto de Ciencias Naturales.

—Pues debo informarte que estoy de suerte —elevó el mentón, engreída, mientras se acicalaba su hermoso cabello castaño—. ¡Se suspendieron las clases! Todo el salón irá a una excursión por dos días, en el bosque. Ya sabes, comerán malvaviscos junto a una fogata y convivirán con ardillas y osos.

— ¿Y por qué no irás tú a la excursión? —Fruncí el entrecejo—. Suena divertido, ¿no lo crees?

Elizabeth me miró iracunda.

— ¡Sí que eres un tonto! ¡Es el bosque, el suelo es agreste, escalarán montañas, laderas!  ¿Cómo podría asistir a ese tipo de paseos una niña en silla de ruedas? Lo siento, ¡pero mi silla no es “a todo terreno”! —Y me hizo la seña de “Loser”.

—Tienes razón, lo lamento —me mordí el labio inferior. ¡Era el peor hermano del mundo y un idiota además!

—Es por eso que he decido ir con mi madre a visitar a la tía y a mis primas del alma. Detesto su compasión expresada por mí, pero me dan postres todo el tiempo y me prestan sus muñecas, así que, no es tan malo al fin de cuentas —sonrió satisfecha y se dio la vuelta en su silla de ruedas para irse a continuar con sus deberes matutinos.

Yo también decidí dejar de hacerme el vago, y me fui a almorzar, ya que debía alistarme para ir a la odiosa escuela.

Por fortuna, el resto del día transcurrió rápido en los salones de clases y sin ninguna relevancia que lamentar.

 

Al día siguiente…

 

 Con un gesto de fastidio, vi a mi primo Eduardo de treinta años estrechándome la mano a la puerta de mi casa. Se preguntarán porqué mi apatía hacia su persona. Digamos que nunca he tenido buenos recuerdos de él, ya que, cuando yo era sólo un niño, él solía inventar pretextos para poder acariciarme las piernas, o me adhería al endurecido bulto de su short bajo el agua de las albercas, y se frotaba contra mi trasero de una manera que siempre me causó una sensación desagradable y desconcertante para mi edad, oscura intención suya que nunca llegué a comprender del todo, y que ingenuamente lo consideré como un simple juego; un juego que no me gustaba jugar. No con él.

— ¡Cuánto tiempo! —el susodicho me dio un abrazo efusivo y me palmeó la espalda.

—Gracias por ofrecerte a llevar a mi madre y a mi hermana en tu carro hasta la casa de la tía —rechiné los dientes, fingiendo una sonrisa y me aparté de mi primo al instante.

Él le quitó importancia con un ademan de mano.

—No es nada. ¡Todo por mi querida familia! ¿Y tú por qué no irás?

Hice un gesto perezoso y me rasqué el cabello. Él logró comprenderlo.

— ¡Cómo siempre! Eres muy apartado de la familia. Y dime, ¿ya tienes novia? —me tomó del hombro e inclinándose sobre mi cara, me susurró con voz insinuante y de complicidad.

— ¿Eh? —Me ruboricé, alarmado.

—Vamos, ya estás en edad de merecer… —detonó con picardía.

— ¿Merecer qué? —Inquirió de pronto la esposa de mi tío, que entraba en ese momento y dejaba su bolso en la mesita de la sala, acariciándose a la vez la base de su vientre abultado de ocho meses de gestación—. Ángel siempre ha sido tan inocente como un niño, ¿y tú quieres arruinarle esa virtud? —se lo reprochó ella con recelo.

Mi primo resopló fastidiado.

—Está bien, mujer, pararé. Pero aunque no lo pervierta yo, alguna otra persona lo terminará haciendo, así que, ¿cuál es el punto aquí?

—Puede ser, pero en todo caso, a ti no te corresponde esa parte —le debatió su mujer, malhumorada.

—Yo… —intervine avergonzado—, le avisaré a mamá que ya están aquí. ¿Quieren un vaso con agua antes? Pueden tomar asiento en el sofá mientras esperan a que los atienda. ¡Ya vuelvo!

Y así, me zafé del incómodo tema del que deseaba profundizar mi primo. Él siempre había manifestado interés en mis asuntos personales e íntimos y me desagradaba mucho su curiosidad, esa picardía hacia mí. Además, no es que tuviera mucho que contar al respecto… No un chico como yo, que carecía de intimidad amorosa. Aunque, últimamente, desde que apareció Adrián, he comenzado a experimentar nuevas experiencias…

 Abandoné pues la sala con las mejillas ruborizadas. Ese incidente con el Lobo en mi habitación no contaba como intimidad amorosa, ¿o sí?

—No volverá a pasar, así que estaría bastante bien si comenzara a olvidarlo—murmuré para mí mismo mientras entraba a la cocina y me estrujaba el estómago con las manos.

Recordar aquellos besos que compartimos era suficiente para estremecer mis entrañas y ponerme mal mentalmente. Y yo buscaba superarlo.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Media hora después, me despedía de todos de pie junto al portón. Mamá y Eli me dijeron adiós desde los asientos traseros del carro, mientras que mi primo y su esposa embarazada, se despidieron de mí desde los asientos del conductor y el copiloto.

—Espero vernos pronto pri-mi-to, y tener la oportunidad de pasar más tiempo juntos, como en los viejos tiempos —dijo Eduardo con cierto tono de voz que no supe interpretar, pero que me causó desagrado y me hizo sentir incómodo.

—Vale —le respondí sin más, siguiéndole el juego y dándole poca importancia al asunto, al fin de cuentas era poco común que nuestra familia tuviera contacto con él. Y anhelaba que pasaran muchos meses antes de coincidir en una reunión familiar.

— ¡Pórtate bien! —me advirtió mamá desde la ventanilla trasera, segundos antes de que arrancaran.

—Lo haré —hice una mueca, despidiéndome con un apagado ademán de mano.

Cuando hube perdido de vista el auto de mi primo en la distancia, entré de nuevo a casa –que había quedado muy silenciosa y desolada-, y dirigiéndome hacia el cuarto de costura de mamá, me encerré ahí. Había optado por empezar de una vez con el trabajo acumulado, para tener así la tarde libre y salir a pasear como Lolo me había sugerido, aprovechando que mamá me permitió faltar al menos este día a la escuela con tal de que terminara sus encargos de costura.

Suspiré hastiado mientras encendía la máquina de coser.

—Salir a pasear… ¿y adónde demonios vamos a ir? —señalé con fastidio.

 En sí, la propuesta de mi amigo no me pareció muy atractiva en un principio, pero después de cavilar un poco al respecto, resolví que era justo lo que necesitaba hacer en estos momentos. Sí, debía dejar que me diera un poco el aire y distraerme. No era una opción viable quedarme en mi cuarto sin hacer nada y de esa manera dejar divagar mis pensamientos pesimistas y deprimentes. Necesitaba salir urgentemente a algún lugar para despejarme y así no pensar en Adrián y en lo que realmente me provoca su ausencia: Una sensación dolorosa que me escocía el pecho.

Miré la hora del reloj en la pared antes de iniciar con la primera costura. Las manecillas marcaban las doce del día y tenía planeado trabajar dos o tres horas sin intervalos de descanso. Después comería algo y me metería a la ducha.

— ¡Bien! ¡Manos a la obra! —me arremangué las mangas, repentinamente motivado.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

A las seis en punto de la tarde, Lolo pasó por mí a la casa. Ya listo y bien peinado al estilo punk, mi mejor amigo aguardaba junto al portón algo impacientado. Me apresuré pues, y me abrigué con un suéter antes de salir, pero me pareció ineficiente para el frío que hacía afuera, así que me regresé y tomé rápidamente mi lanuda chamarra del perchero que estaba junto a la puerta, y me la puse encima del suéter. Por último, metí las llaves en uno de mis bolsillos de mi pantalón, y cerrando la puerta detrás de mí, corrí hacia Lolo.

Él me recibió con una sonrisa, se la devolví y cerré el portón con candado. Posteriormente me acerqué a un auto blanco que estaba estacionado frente a mi casa y fingí abrir la puerta del piloto.

—Vamos, sube a mi auto —jugueteé con Lolo.

— Es el auto de tu detestable vecino, ¿cierto? —preguntó el chico punk y viró los ojos.

—Sí —afirmé con fastidio.

— ¿Y entonces qué hace estacionado frente a tu casa?

—Ah, porque el vecino tiene visita, y sus invitados han estado usando el frente de mi casa como su estacionamiento exclusivo durante todo el santo día. Dan unos arrancones horribles. Es tan fastidioso… y me temo que todo esto se prologará hasta la madrugada, pues ya sabes que a mi vecino le encanta hacer fiestas, sin importar que sea entre semana. Y sabes lo ruidosos que son.

— ¡Ni que lo digas! ¿Recuerdas aquella vez que todo ebrio aceleró hasta tu jardín y destruyó la mitad de las flores de tu madre?—me apoyó Lolo en mi inconformidad y se cruzó de brazos—. Mientras no vuelva a pasar algo parecido esta vez, todo bien.

—Es por eso que me urge escapar de casa —fingí—.  ¿Y adónde vamos a ir?

—A la Gran Plaza —el chico punk sacó sus boletos de trasporte de estudiante.

— ¿Qué? —exclamé—. Pero creí que iríamos aquí cerca, al local del “Chino” a jugar videojuegos, y no al centro de la ciudad.

— Verás, “Maquinitas Universe” ha abierto un local en la Gran Plaza, y dicen por ahí que ya tienen el nuevo videojuego de “Guerra Sangrienta 4”. ¡Es el único lugar a la redonda donde lo tienen disponible por ahora, y tenemos que ser de los primeros en jugarlo!

Mis pupilas tomaron la forma de un corazón. Para un par de chicos como nosotros, no existía nada más importante en el planeta que ser los primeros en jugar Guerra Sangrienta 4.

— ¿Y por qué seguimos perdiendo el tiempo en este lugar? ¡Vamos! —Lo jalé del brazo.

Y entusiasmados, nos dirigimos hacia la parada de bus, rozándonos nuestros hombros a cada paso.

—Oye Lolo… —le miré—, ¿pero no tendrás problemas por haber faltado hoy a clases? En cambio a mí, mamá me dio permiso, sin embargo a ti…

—Ángel —me devolvió una mirada irónica—, mi situación familiar no ha cambiado y no cambiará. A mis padres les importa un comino lo que haga con mi vida, bien puedo abandonar la escuela, convertirme en un drogadicto y perderme en el vicio y ellos seguirán ignorándome, valiéndoles sorbete lo que me pase.

Fruncí los labios para después añadir:

—A mí sí me importas, y mucho —lo miré tiernamente y lo sorprendí con una abrazo amistoso, aun a sabiendas que a mi mejor amigo jamás le han gustado los abrazos. Especialmente los míos.

— ¿Podrías devolverme mi delgado cuerpo?—torció la boca y viró los ojos.

—Lo siento —Me aparté al instante sonriéndole cálidamente.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Mientras recorríamos los pasillos de la Gran Plaza devorándonos un bollo caliente de chocolate, contemplábamos anonadados que en la mayoría de los locales ya comenzaban a exponerse ofertas navideñas, y en el epicentro del lugar, se adornaba un árbol colosal con cientos de esferas rojas y una luminosa estrella en la punta que parecía rasgar a ese cielo violeta que ahora nos cobijaba. Me maravillé ante dicha escena, pues les estaba quedando precioso. Y el olor a pino fresco y a madera cortada, rápidamente invadieron mis fosas nasales y sorbí el aroma con fricción. Era simplemente exquisito, una caricia para mi nariz.

 Seguí caminando… y repentinamente me detuve frente a un aparador de ropa y me di cuenta que las chamarras y todo tipo de abrigos habían subido a un precio exorbitante, al igual que las bufandas y los gorros de lana. Y todo aquello, sólo significaba una cosa: ¡Diciembre estaba a la vuelta de la esquina! ¡Y me hacía ilusión de que se acercara la navidad! Puesto que, a pesar de ser ya un chico de 18 años de edad, todavía me sentía como todo un crío entusiasmado por que llegara la noche buena y así poder desenvolver los regalos.

También pude contemplar, que al igual que muérdagos, había una amplia variedad de tentetiesos de Santa Claus entre otras figuras navideñas adornando los cristales de los escaparates de las tiendas. Y para la iluminación, había farolillos de papel, de llamativos y alegres colores con forma de estrellas.

Cálido ante ese ambiente navideño, seguí recorriendo anonadado los locales que se relucían por sus atavíos decembrinos, hasta que por fin llegamos a las tan esperadas “Maquinitas Universe”. Las pistolas de rayos láser se escuchaban desde el umbral entre otro tipo de sonidos artificiales pertenecientes a los videojuegos. Nos dirigimos directamente a la caja que tenía un letrero que decía “Oferta Navideña”, y nos apresuramos a cambiar todas nuestras monedas por fichas de juego.

Éramos los únicos adultos ahí, pero no nos importó ni un poco.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 Después de una hora disfrutando de una repleta variedad de juegos de pelea y de guerra...

Exasperado, me esculqué los bolsillos de mi pantalón, pero estaban vacíos. Me había gastado ya todas mis fichas, y la mayoría de una manera miserable: ¡Ese niño de siete años me había sacado de combate más de una docena de veces! ¡Era un as para la palanca! Aunque sus victorias las atribuí más a “suerte de principiante”. Hice una mueca, totalmente derrotado, y sin alternativa alguna, me dispuse a mirar cómo Lolo pasaba al siguiente episodio de ese sanguinario videojuego de apocalipsis zombi, pero como ya lo había visto jugar ese mundo tantas veces, me aburrí al instante, y hasta me pillé bostezando, por lo que me distraje un momento y mis pupilas miraron los alrededores del establecimiento, en busca de una distracción más satisfactoria para curar la hiperactividad y la ansiedad que comenzaba a sufrir. Fue entonces, mientras miraba a mí alrededor, que apareció Adrián ante mis ojos.

 ¿O creí verlo…?

Repentinamente sobresaltado ante dicha aparición, divisé su reconocible reverso andar por los pasillos, mezclado entre toda esa gente que pasaba apresurada con sus bolsas de compra. Pero había tanta gente, que en un parpadeo que mis ojos ejecutaron, lo perdí de vista, y Adrián desapareció de pronto, de la misma manera instantánea como había aparecido ante mis ojos miel.

Me froté las pupilas, como si estas no me funcionasen bien.

 ¿Alucinaciones mías, o había sido él en realidad? ¡Tenía que averiguarlo!

—Lolo —jalé al susodicho de la manga, aún con el corazón estremecido mientras él jugaba—. ¿Te importaría si te dejara solo un momento? Verás, me ha dado algo de frío e iré por una bebida caliente —y me froté insistentemente los brazos.

—Vale. Y ya que vas… me traes de paso una a mí también. Este lugar parece un congelador —me pidió, sin dejar de mirar la pantalla y de presionar con ímpetu las palancas. Se reflejaba los colores chillones de las imágenes en sus concentrados ojos. Se notaba frustrado. E incluso rechinaron sus dientes. Quizá la dificultad del juego comenzaba a sacarlo de sus casillas.

—Sí, te traeré algo caliente —asentí con la cabeza, y salí de ahí, huyendo como un rayo.

— ¡He perdido! ¡He perdido! —escuché a mis espaldas que mi mejor amigo se quejaba y lamentaba con una incompresible desesperación.

Luego de cruzar el umbral del local de maquinitas, desesperado, seguí la dirección que creí ver que tomó Adrián, y revisé cada rostro que me rodeaba esperando encontrarme con sus ojos negros. Pero había tanta gente pululando de un lado a otro, apresurada, que comencé a fracasar en mi cometido, quedando inevitablemente atrapado en una avalancha humana. El clima tampoco ayudó, ya que el aire invernal comenzó a pegarme fuertemente en mi cuerpo pese a que llevaba doble abrigo. Me froté pues los brazos, titiritando, mientras paseaba la mirada por todo el sitio, buscándole ya, con suma desesperación. Pero, después de quince minutos de una agotadora y vana búsqueda, llegué a la conclusión de que sí, mis ojos habían creído haberlo visto por un momento. Me hicieron una mala jugada. Definitivamente había sido nada más que alucinaciones mías, un engaño de mi mente, sólo un espejismo causado por mis desesperados y ocultos deseos por verle; deseos que sigo sin ser capaz de admitir.

Teniendo muy claro la jugada de mi mente, me dispuse pues a abandonar toda esperanza de encontrarle, y con algo de desilusión me di la vuelta, girando sobre mis propios pasos para volver al local de maquinitas con Lolo, pero de pronto, mi hombro chocó contra el de alguien que iba pasando en ese momento a un lado de mí.

 —Disculpe —dije con voz apagada, sobándome el hombro. Y entonces engrandecí los ojos cuando miré la cara de esa persona.

—Adrián…. —palidecí.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Sentados en la misma banca, yacíamos los dos, callados y distantes. Una violenta oleada de aire invernal se arremolinó sobre nosotros y sacudió nuestros rebeldes cabellos; los míos eran tan claros y los de él tan oscuros que hacían contraste. Presioné los ojos y me abracé el estómago, quejándome de frío, mientras que Adrián parecía inmune a las inclemencias del tiempo cubierto con esa chaqueta de cuero, que crujía al menor movimiento de sus músculos bajo ella.

— ¿Qué haces aquí? —le reproché sin pensarlo, como si fuera eso lo que realmente quería decirle, o como si la Gran Plaza no fuera un espacio público en donde puede venir cualquiera que se le pegue la gana, o como si yo no hubiera invocado su presencia con mis ocultos y fuertes deseos por verle.

 Y aunque expresé estar molesto por su aparición, en lo más profundo de mi interior, consideré este acontecimiento, como una asombrosa coincidencia que el destino me había concedido. Como un regalo anticipado de navidad; como una nueva oportunidad para corregir mis errores pasados.

— ¿Qué hago aquí? —El Lobo chistó malhumorado al escucharme—. ¿Cómo puedes seguir culpándome de los caprichos del destino? No es que yo lo haya querido así —me miró duramente—. Además, al parecer la ciudad es muy pequeña, y no hay muchos sitios adónde ir. No es que esté siguiéndote, ¿comprendes?

Tenía coherencia lo que decía. Fui yo el tonto que se había dado mucha importancia creyendo que Adrián estaba aquí a causa mía. Además, ¿de qué manera él habría adivinado que yo iba a venir  hoy a la plaza? Imposible. Además, comúnmente en este horario, suelo estar todavía en clases, a excepción de hoy que falté, y él bien sabe mi hora de salida, así que en definitiva  Adrián no tendría manera de saber que yo estaría aquí justo ahora.

—Tienes razón —agaché la cabeza y contraje los hombros—. Yo… soy un tonto y no sé lo que digo. No me hagas mucho caso —y me mordí los labios, sintiéndome el idiota más grande del mundo.

—Bien —carraspeó la garganta, circunspecto—. Ya que has entendido que esto sólo fue una “infortunada” coincidencia, debo marcharme. He venido acompañado, por lo que comprenderás y me disculparás si me marcho ahora.

— ¿Acompañado? —le miré devastado. Sus palabras fueron como cuchillas incrustándose en mi pecho—.  ¿Infortunada coincidencia has dicho?

El Lobo resopló, como si le molestara dar detalles y se retorció las manos.

—He venido con una chica —Tragó saliva—. Al final de cuentas, he concientizado nuestra situación desde aquella última vez que nos vimos, y me di cuenta que yo tampoco estoy dispuesto a condenarme a una relación así, gay, anormal. Sería demasiado complicado y tormentoso para nosotros, ¿no crees? Además, tan sólo la idea de dos chicos amándose, es enfermizo, muy retorcido ¿cierto? ¡Debemos evitar tal abominación! Estaríamos actuando contra la reproducción humana, contra la naturaleza y la moralidad.

Balbuceé.

« ¡Aquella noche realmente no quise decir eso!». Grité en mi mente, pero fui incapaz de expresarlo en voz alta. En vez de ello, me dediqué a seguir escuchándolo, con los ojos cristalizados:

—Es por eso que… he decidido darle una nueva oportunidad al sexo femenino. He decidido enderezar mi orientación sexual, volver al sendero. Y te agradezco, Ángel, por abrirme los ojos. He de admitir que siempre tuviste razón al respecto: Yo tampoco deseo seguir enamorado de ti por mucho más tiempo. De un chico. No ha sido bueno para mí bienestar físico y mental.

— ¿Estás hablando en serio…? —Sus palabras seguían clavándose en mi pecho. Cada vez más profundamente. Comenzaba a desangrarme.

Él bajó la mirada al suelo y asintió levemente con la cabeza.

—Fue mejor así: darnos por vencidos. Quizá esto no es más que una clara advertencia…

Devastado ante sus palabras y su frialdad, miré a Adrián, sin comprenderle del todo.

— ¿Advertencia? —tragué saliva.

—Del destino, que está gritándonos que lo nuestro no está destinado a ser; una advertencia que nos da la vida, de que no podemos estar juntos. De que no estamos predestinados. Quizá, hasta yo también he estado equivocado y confundido con lo que he creído sentir por ti. Además… ¿por qué seguir esperando por ti cuando cualquiera puede brindarme el cariño que tú me prohíbes? ¿Por qué debo seguir aferrándome al rechazo que me tienes condenado? Como ya te dije hace un momento: Después de varios días razonando concienzudamente nuestra situación, he resuelto que es mejor que, lo que sea que fuera que estuviera a punto de pasar entre nosotros, no siguiera su curso. No sé, quizá si le hubiéramos dado una oportunidad a todo esto tan absurdo, iba a llevarnos directamente a la destrucción. Quizá nuestra historia hubiera sido desafortunada. El destino nos está previniendo, y se nos está adelantando, evitándonos una pérdida de tiempo, por lo que hoy, antes de que fuera demasiado tarde, o antes de que estuviéramos lo bastante involucrados, ha decidido abrirnos los ojos y distanciarnos, ya que al cabo, no estábamos hechos uno para el otro, y esto iba a terminar mal. Es por eso, que he decidido escuchar su advertencia y alejarme de ti. El mayor problema de todo esto, aparte de que me odias, es porque somos dos chicos, ¿no? Es una realidad que no podremos cambiar. Y aún en pleno siglo XXI, la homosexualidad sigue siendo abominable, antinatural, pecaminosa, motivo de burlas y el blanco perfecto para los que les gusta juzgar. Y si ambos nos hemos desviado un poco del camino, dejándonos llevar por todo esto, sólo hay que volver a tomar la ruta recta, ¿no es así? Así pues, no me queda nada más que desearte suerte con Carla mientras yo me hundo en el paraíso de la perdición que sólo me brinda los cariños fáciles y efímeros.

Hice un deje triste cuando él terminó de hablar. Volteé y lo contemplé. El aire invernal jugó con su cabello en ese momento, y él lucia tan apuesto y tan incansable ya para mí, o al menos, eso me hizo sentir.

Él no me contestó la mirada y se dispuso a mirar el colosal árbol de navidad durante varios segundos, sumido en sus pensamientos. Y yo me hice más pequeño.

Luego, él prosiguió:

—Sin tener nada más que decirte, me marcho ahora, pues como ya te dije antes, alguien está esperando por mí. Cuídate Ángel—. Se levantó de la banca y dispuesto a marcharse, dio un primer paso decisivo.

Por alguna razón que no puedo explicar, no soporté el hecho de que hubiera decidido rendirse y que hoy, ¡estuviera abandonándome! No pude soportarlo, y sin proponérmelo, como un reflejo involuntario, le detuve de la manga, tal como lo hice repetidamente en mis sueños, cuando él se disponía a salir de mi habitación luego de que le hube rechazado.

 Agaché la cabeza y respiré agitadamente, con las mejillas enrojecidas. Un «quédate» colgó de mis labios, intentando salir, pero... me lo tragué, y quedó colgado en mi garganta, aferrado, hasta que se deslizó por ella casi a la fuerza sin poder ser expresado a viva voz, sin que Adrián lo escuchara.

Por un momento, tuve la impresión de que el tacto de mi mano presionando su brazo lo había logrado alterar al menos un ápice, pero el rostro del Lobo lucia lo demasiado imperturbable, como para poder confirmar semejante cosa.

— ¿Qué haces? —Con semblante serio, inquirió Adrián al sentir que le sujetaba con fuerza—. ¿Necesitas algo de mí? ¿Tienes alguna objeción de que yo me marche?

Se mostró expectativo.

—No… —aquella respuesta había sido realmente un “sí” disfrazado de “no”.

— ¿Seguro? —frunciendo el entrecejo y con cierta ironía en su mirar, Adrián bajó la mirada hacia mis manos, mismas que se aferraban a su manga con tal fuerza y desesperación que casi provocaban que su cuerpo se desequilibraba y se cerniera hacia mí.

— Seguro —inflé las mejillas—. Puedes marcharte cuando quieras.

— ¿Entonces podrías soltarme? —Apretó los dientes, reacio a mi agarre—. Estás enganchado a mí, y me es imposible caminar de esta manera.

— ¿Ah? —Sorprendido y totalmente avergonzado, bajé la mirada, percatándome a la vez, de que mis dedos casi le desgarraban la piel a su chaqueta.

 Mi boca siguió callando y pese a que necesitaba seguir aferrándome a él, a su brazo de esa manera para no contemplarle marchándose, mis dedos, al final, liberaron su brazo, deslizándose con un movimiento de desilusionada resignación.

—Yo, lo siento. No sé qué me pasó. Hasta he arrugado la manga de tu chaqueta, ¡qué tonto soy! Vete ya. No te entretengo más —me disculpé, farfullando mientras me tocaba la cabeza, preguntándome qué rayos me había pasado, a qué se debían esas reacciones físicas involuntarias en mí que intentaban evitar que se marchara.

 Un nudo yacía en mi garganta.

—Vale. Adiós —con aire indiferente, me hizo una leve inclinación de cabeza y comenzó a caminar, a alejarse de mí.

¡Él se marchaba! ¡Directo a los brazos de una chica, que bien sabrán consolarlo y hacerlo olvidarse de mí!

Tragué saliva y mordí mis labios, impotente.

Presionando su puño con fuerza y sin mirarme siquiera, el Lobo siguió su rumbo, sin volverse ni una vez, hasta mezclarse entre la gente.

Ahora, era él quien se marchaba, quien me dejaba…

¿Pero qué demonios estaba pasando? Él no debería renunciar a mí tan fácilmente.  ¡Él debía volverse e insistirme como siempre lo ha hecho, como es su maldita costumbre! ¡Él debía darse la vuelta y besarme a contra de mi voluntad!

¿Dónde estaba ese ladrón de besos, ese amante de lo ajeno…?

Pero el Lobo no se volvió.

Inmediatamente me llevé el puño al pecho, preguntándome  por qué nuevamente  aquel dolor comenzaba a surgir en mí. Solté un suspiro y el viento entonó un murmullo tan melancólico y desconsolador que me estremeció el corazón. Fue como si entonara para nosotros, la canción de la despedida.

El viento fue en sí, el sonido del adiós.

Sin mas, me di la vuelta y caminé hacia la dirección opuesta que tomó Adrián. Seguro que Lolo ya me esperaba impacientado en el local de maquinitas.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

En cuanto llegué silenciosamente hasta la máquina donde Lolo seguía jugando, este presintió mi presencia  y me echó un leve vistazo con su visión periférica mientras que a la vez, mataba zombis.

— ¿Ángel qué te pasó? Tan sólo mírate, es como si hayas vuelto del inframundo. ¡Pareces un alma en pena! —soltó una risita sin despegar la mirada de la destellante pantalla.

—Me encuentro de maravilla. No sé a qué te refieres —evadí su pregunta y resoplé desalentadoramente.

—Y a todo esto… ¿dónde están las bebidas calientes? ¡Estoy congelándome!

— Las olvidé… —Me mordí el labio inferior.

— ¡Pero a eso fuiste! ¡Y demoraste mucho en volver!

—Lo siento, me distraje viendo las tiendas —me encogí de hombros—. Hay muchos gorros de lana muy llamativos. Y sabes que amo los gorros de lana.

Lolo volvió a mirarme de reojo.

— Está bien, te perdono —Sonrió con reparo—. Deja que se termine mi partida y vamos por las bebidas, que al cabo ya estoy usando mi última ficha y la horda de zombis no tarda en acorralarme y devorarse mi delicioso cuerpo virtual.

—Vale —respondí sin tantos ánimos.

De esa manera, me quedé quieto mirándolo jugar durante varios minutos, o eso aparentaba hacer, ya que en mi interior, no dejaba de pensar en la imagen del Lobo marchándose entre la multitud de la plaza.

Y una duda brotó de repente:

¿Realmente Adrián venía acompañado? ¿O sólo estaba tomándome el pelo para hacerme celar y sentirme atormentado?

Presioné con fuerza mis pálidos puños bajo las mangas de mi abrigo, y comencé creer en la remota posibilidad de que todo era sólo una vil mentira suya para tentarme, ponerme a prueba. Sí, de eso debía tratarse, ya que, ¿cómo el Lobo sería capaz de reemplazarme por alguien más de manera tan fácil y en tan poco tiempo? Es imposible. Nadie deja de querer a una persona de un día para otro.

 ¿O sí…?

Aquella sensación de inexplicable tristeza que me provocaron sus palabras recientemente dichas, de alguna manera fue convirtiéndose gradualmente en un sentimiento de rabia, desbordante y peligroso al sentirme engañado respecto al tema de la chica. Sin embargo, respiré profundamente e intenté reprimir mis bravías emociones, y lo logré con éxito por varios minutos, eso hasta que llegué hasta el punto donde ya no pude más y estallé.

— ¡Ese zombi! —Señalé la pantalla de la maquinita.

« ¡Ese zombi se parece al idiota de Adrián!»

 Sin previo aviso, hice a un lado a Lolo y le arrebaté la partida, poseído ya por un espíritu maligno. Comencé a presionar los botones, lanzando una ráfaga de balas contra ese pobre ser que pagaba por el pecado de llevar un look parecido al del Lobo.

— ¡Espera, estás desperdiciando mis municiones! —Lloriqueó Lolo—. ¡Detente!

Yo hice caso omiso y continúe disparándole a quema ropa a ese zombi que literalmente ya estaba hecho papilla.

— ¡Muere imbécil, muere! —Exclamé con tirria.

 ¿Su intención era ponerme celoso y hacerme sentir inseguro y por eso inventó lo de la chica? Quizá lo que más me enfurecía, era porque de alguna forma, él habría logrado su cometido.

Al percatarse de que no escuchaba razones y de que estaba a punto de desprender los botones, Lolo se acercó cautelosamente a mí y me tomó del hombro.

— Ángel, tranquilízate, sólo es un juego.

—¡¡ESTOY TRANQUILO!! —Crispé.

Lolo se frotó la frente, con estrés.

—Ya es suficiente —intentó arrebatarme la palanca—. Salgamos afuera.

—Espera…todavía no acabo —intenté aferrarme a la máquina.

—Ángel, ya estás siendo comido por los zombis.  Ya es imposible salvar esa partida.

— ¡Bien! ¡Vámonos! —apreté las encías y solté la palanca.

De esa manera, mi mejor amigo me guió hasta la salida, pero incluso ya fuera del local, seguí escupiendo palabrotas a diestra y siniestra.

—A ver, tranquilízate ya —el chico punk me tomó del rostro con sus dos esqueléticas manos y comenzó a darme un masaje circular en las sienes.

Repentinamente, comencé a sentir una incomprendida paz, y mi cuerpo se puso lánguido y mis ojos pesados.

—Tengo sueño — sin previo aviso me lancé sobre el chico punk y enganché mis brazos sobre su cuello, depositando el peso de todo mi cuerpo sobre el suyo. De alguna manera, las manos de Lolo siempre provocaban un efecto hipnotizador en mí, un amortiguador de dolor. Siempre me dejan en estado sonámbulo, y el efecto surte de golpe, tal y como sucedió esta vez.

Lolo me dio palmaditas en la espalda con el afán de despabilarme cuando me sintió repentinamente adormilado.

—Hey, ve a dormir a tu cama, y no sobre mí —carraspeó la garganta.

—Lo lamento —Me aparté de él con un deje triste mientras me limpiaba la baba.

—Ahora vamos por las bebidas —dijo—. ¿Te parece bien?

No tuve otra opción que ceder y asentí con la cabeza.

Nos acercamos pues, a un puesto a comprar ponche de frutas. Darle el primer sorbo a esa bebida caliente hizo más ameno el frío. Pero no me ayudó para esa “molestia” que aquejaba mi pecho. De hecho aquello iba intensificándose a cada segundo transcurrido.

—Lolo… —le llamé dándole a la vez un pequeño sorbo a mi ponche—. Ya vámonos a casa, ¿quieres? No estoy muy animado, y no me siento muy bien de salud. Además, mis manos siguen congelándose y mis mejillas también. Si no me crees, siéntelas —puse mi mano sobre su rostro lleno de perforaciones y él arrugó sus facciones al instante de sentir mi palma.

—Aléjala de mí —se quejó erizado por el frío.

— Y bien, ¿pudiste notar que tu mejor amigo está a punto de convertirse en un muñeco de nieve? Vámonos ya a casa por favor —le jalé de la manga, implorándole como un niño pequeño a una madre.

El chico punk me miró con un atisbo de sospecha, como intentando adivinar el motivo verdadero de mi repentino decaimiento y de mi locura allá en los videojuegos.

—Está bien, vámonos —resopló sin mas—. Porque de hecho estás tan congelado, que pareces un muerto… ¡No! ¡No me toques de nuevo! ¡Aleja tu mano de mi rostro!

—Bien —Hice un puchero y bajé la mano.

Y nos dirigimos a la salida de la Gran Plaza. Todas las personas parecían felices con la temporada de navidad que se avecinaba. Sus semblantes eran brillantes y amorosos. Pero yo había perdido repentinamente esa chispa de dicha y calidez. Lolo apresuraba mis demorados pasos, cuando comenzó a escucharse por todos lados, las noticias de la radio que decían que este año estaba haciendo más frío que los anteriores, y nos pedían a los ciudadanos, a modo de precaución, que nos abrigáramos bien cuando saliéramos de casa para no coger resfriados o enfermedades respiratorias a causa del fresco clima.

Caminábamos pues por el bulevar en dirección a la parada de bus, cuando repentinamente vi a Adrián por segunda vez. Él estaba montado en su motocicleta, dando la vuelta por la calzada, detenido frente a la luz roja del semáforo, esperando arrancar. Engrandecí los ojos al percatarme de que llevaba consigo a una chica de piel bronceada y que logré reconocerla al instante: ¡Dafne! La misma chica con quien lo vi esa noche cuando fui a buscarlo al bar, y de la que Carla tenía sospechas. Tal  chica… se aferraba a él de la cintura con fuerza y le mordisqueaba el oído.

Totalmente quebrantado ante dicha escena, tiré el ponche que en ese momento bebía.

— ¡Ángel, casi te quemas y a mí también! ¿Estás bien? —escuché vagamente exclamar a Lolo al lado de mí, que echó un brinco para no salpicarse.

Sin reaccionar al llamado de mi amigo, seguí con la mirada perdida en el mismo lugar un largo rato, e incluso cuando la luz del semáforo cambió a verde y Adrián desapareció velozmente en la distancia…

Ese algo que estaba lastimándome terriblemente el pecho, fue intensificándose cada vez más, hasta el punto de hacerse insoportable, de arrebatarme el aire y sofocarme.

Se suponía que lo de la joven no era verdad, que yo no era un chico reemplazable. Se suponía que era un invento suyo para ponerme a prueba y sentirme inseguro…

 

*~~~*~~~*~~~*

 

En cuanto llegué a casa, abrí el portón del jardín y pasé de él con demasiada premura.

— ¿Qué es lo que te pasa? —Me alcanzó a detener del brazo mi mejor amigo—. Sabes que no te dejaré ir así. ¡Estás muy exaltado!

Pero yo me solté bruscamente de su agarre.

—Nos vemos mañana en la escuela —dije con la voz estrangulada, y me cubrí la cara con las manos, para después echar a correr. Pero antes de poder llegar a la entrada de mi hogar, el gato de la señora Ruiz apareció de entre la oscuridad, cruzándose entre mis pies, y evitando pisarle la cola, tropecé y caí violentamente de bruces, sobre algunas plantas de mamá. Bajo mi estómago, se escuchó el crujido de una de las macetas haciéndose añicos: Eran los preciosos tulipanes que tanto había cuidado mamá.

Me levanté lentamente y destanteado, hecho un desastre, tambaleándome y gimoteando. Por alguna razón mis fuerzas se encontraban enervadas, y mis extremidades se sentían débiles, totalmente entumecidas.

— ¡Ángel! —Lolo corrió a socorrerme, pero yo le detuve a medio camino y le advertí que no se acercara.

—Estoy bien —dije con la voz quebrada.

—Pero estás sangrando de la manga de tu abrigo —advirtió alarmado—. Y tienes los ojos hinchados y rojos.

— Te he dicho que estoy bien. Vete a casa… —sorbiendo la nariz, le exigí con la cabeza inclinada hacia el suelo y con el rostro cubierto por mis mechones de cabello.

— ¿Es por Adrián? —inquirió de pronto, para mi sorpresa.

Engrandecí los ojos y mis manos temblaron escandalosamente.

Entonces exclamé furioso como respuesta:

— ¿Qué te hace pensar que ese idiota tiene el poder de ponerme así de mal? —Apreté la quijada con fuerza—. ¡No le des tales méritos!

Sin mas, me di la vuelta, saqué mis llaves y abrí la puerta temblorosamente, con mi ropa y mis mejillas cubiertas de tierra y de ramitas.

— ¡Espera Ángel, antes debo decirte algo! —Escuché desde mi espalda a mí amigo.

 —Ahora estoy ocupado —dije, cerrando la puerta detrás de mí y emprendí una carrera escaleras arriba.

Ya en mi habitación, me desprendí de mi chamarra y la arrojé lejos. Me senté en el borde de la cama respirando exaltadamente, con las manos cubriendo mi rostro. Y cuál fue mi sorpresa, que al mirarme las manos, encontré la palma de esta humedecida de lo que parecía ser, vestigios de una lágrima.

Me quedé observándola, incrédulo.

No, no podía ser…

Pero ahí estaba, como muestra contundente de mis sentimientos por él…

Tras esa lágrima, cayó otra, y otra, y otra, y otra. Intenté retenerlas, pero estas yacían sobre mis mejillas en grandes cantidades sin que yo pudiese hacer algo para evitarlo. Dichas lágrimas, terminaban su recorrido dentro de mi boca, ¡y sabían tan amargas! Me cubrí la cara con mis manos berreando, ahogado ya en un llanto incontrolable.

 

 Aquel auto convencimiento que me decía que la distancia entre los dos era lo mejor para ambos, ya no era capaz de consolarme, y el cuento de que lo odio ya no me lo tragaba ni un poco. Ya no fui capaz de engañarme a mí mismo: Estaba celoso y me dolía la distancia y la frialdad que Adrián tomó hacia conmigo. Fue como si ya no le importara… Como si hubiera dejado de quererme de pronto… Pero… ¿no era eso lo que buscaba desde que él apareció en mi vida? Que el Lobo me dejara en paz, que diera su retirada. Entonces, ahora que la ha dado, ¿por qué estoy tan molesto? ¿Por qué me duele tanto algo que se supone no me importa?

 

¿Puede ser que realmente lo quiero?

 ¿Estoy perdidamente enamorado de él?

 

Con el corazón estremecido, sacudí la cabeza en desacuerdo e intenté convencerme de que no era así. Intenté desesperadamente seguir mintiéndome, e ignorar los gritos desesperados de mi corazón, que reclamaban por él.

—No —sorbí la nariz—. No le quiero. No le quiero. No le quiero. ¡No le quiero!

Me desgarraba el pecho intentando deshacerme de esos sentimientos cuando escuché vagamente que sonó el teléfono desde la sala. Al principio ignoré el aparato, pero este fue persistente, así que no tuve otra opción, y limpiándome las lágrimas con las mangas de mi abrigo, me puse de pie y salí apresuradamente de la habitación. Posteriormente bajé de las escaleras aún con los ojos húmedos e hipando, y tomando el ruidoso teléfono que descansaba sobre la mesilla junto a la sala, presioné el botón verde y me lo llevé al oído, pero antes de poder decir algo, mamá se adelantó, sin permitirme siquiera soltar un monosílabo.

— Hijo, soy yo. Te hablo desde la casa de mi hermana  —me pareció notar que mamá usaba un tono bajo de voz —. Marqué para saber cómo estás. Dime, ¿cómo va todo por allá? ¿Ya cenaste? ¿Ya estabas metido en la cama?

Me tallé los ojos.

—Estaba en eso —dije, aún con voz estrangulada.

— ¿Estás llorando? ¿De nuevo?

—No —intenté normalizar mi voz y carraspeé la garganta.

—No me mientas, Rojas Montes. No a tu santa madre. ¡Tu voz te delata!

—Mamá, ¿podrías simplemente dejarme en paz con todo esto? Sólo estoy pasando por una etapa complicada, una etapa emocional que comúnmente sufrimos los jóvenes a esta edad. Estaré bien, lo prometo. Ahora sólo quiero ir a dormir.

—Está bien, cariño.

—Gracias —solté un suspiro.

—Sólo no olvides ducharte antes, ni ponerte tu pijama, sabes que odio que duermas con tus camisas y luego las dejes con pliegues y con pelusas de almohada.

—Sí, me pondré mi pijama sin falta —hice un deje triste.

—Más te vale.

—Sí. Oye mamá, antes de que cuelgues, debo confesar que me parece muy sospechoso que todo se escuche muy silencioso por allá. Creí que justamente ahora estarían festejando la fiesta de cumpleaños de la tía.

Mamá bajó todavía más la voz hasta convertirla en susurros:

—Ahora mismo estoy en la habitación de tu tía. Llamo de incógnito. Allá en la sala se formó un ambiente muy pesado. Verás, mi hermana está discutiendo con su marido, de nuevo. Tanto, que pararon la música. Me temo que la fiesta ya terminó.

— ¿Volverás hoy a casa entonces?

—Quisiera, pero aun en carro, se hace tres horas de camino a casa. Además, ¿ya viste la hora que es? No viajaré en carretera a estas horas de la noche  a exponer a tu hermana Eli. Tendré que esperar hasta mañana. Llegaríamos a medio día. Así que cuídate y haz todo lo que te dije mientras no estoy.

—Sí, no te preocupes por mí —volví a sorber la nariz—. Y espero que la situación con mi tía no pase a mayores.

—Buenas noches, cariño.

—Buenas noches mamá.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Después de colgar la llamada, atendí mi pequeña herida en la muñeca que me hice al caer sobre la maceta y posteriormente decidí ir a cenar algo ligero antes de irme a la cama. Así pues, con actitud apagada me preparé un emparedado mientras miraba desinteresadamente en la tele de la cocina un programa de paga que le hacía promoción a una aspiradora para el hogar:

“Si usted es una de las primeras diez personas en llamar, le daremos un descuento del 40% y el costo del envío será totalmente gratis”.

En sí, tenía la mirada perdida y los movimientos de mi quijada eran mecánicos a la hora de masticar; carentes de energía.  Sin mas, apagué el televisor como un reflejo, sin ser absolutamente consciente de ello, al igual que la mayoría de mis acciones ejecutadas en esos momentos.

Con el mismo desánimo, posteriormente me cepillé los dientes y me di una ducha rápida. Parecía una patética marioneta con sus cuerdas lánguidas, como un cuerpo sin alma ni emociones, hueco del fondo. Tomé el teléfono inalámbrico por si mamá volvía llamar, y subí a la habitación, secándome el cabello de la misma manera desinteresada y robótica.

Siendo poco consciente de mi mismo y de mis actos, me puse contra apenas mi pijama de ositos, e incluso olvidé ponerme calzoncillos bajo mi pantalón pijama y me abroché mal los botones de mi camisa de dormir. Por último, me dejé caer en el colchón, con mis piernas colgando de la base. Miré el techo, hice un puchero, y dejé caer una lágrima más. Y contaba con muchas más como esa por derramar…

Por si fuera poco, elambiente a mi alrededor tampoco ayudaba en nada para que me sintiera mejor de ánimos, pues la casa nunca había estado tan vacía y silenciosa. Tan quieta. Y eso me hizo sentir devastado. La música de la fiesta del vecino se escuchaba a lo lejos, pero ni siquiera eso, logró alterar la sensación de soledad en casa.

Realmente hoy sería una larga noche para mí…

Miré el techo de mi cuarto, invadido repentinamente por pensamientos fortuitos.

—Adrián… —susurré—. Ahora mismo estás con ella, ¿cierto?

Sentí cómo mi corazón se aceleraba rápida y escandalosamente al pensar en esa posibilidad.

— Dafne iba abrazada de ti en la moto. Podrías decirme, ¿adónde la llevabas? —Pasé saliva—. Es posible que… ¿a tu apartamento? ¿Estás acostándote con ella justo ahora…? Al fin de cuentas, eres esa clase de chico, ¿cierto? Te acuestas con cualquiera. Al menos es lo que se dice de ti por todos lados, es lo que tú mismo afirmaste ya hace mucho.

Cerré los ojos con fuerza, intentando no pensar en esa devastadora posibilidad. Los cerré una y otra vez,  intentando dejar mi mente en blanco, y lo logré durante varios segundos, pero no tardó en aparecer de nuevo la mentada inquietud y me hizo cosquillas, exaltándome a través de estos pensamientos:

Claro que estás acostándote con Dafne, pues según lo que supe, esa chica ha estado esperando durante mucho tiempo esta oportunidad. ¿Por qué la dejaría pasar?

Dejé de mirar el techo y giré lentamente mi cara hacia la mesita de noche, divisando el teléfono inalámbrico descansando sobre su base de madera bronceada.

Y de pronto, en plena quietud nocturna, me surgió una vehemente determinación.

— ¡Averiguaré si estás con ella! —Me di el sentón abruptamente y con el corazón sobresaltado —Sí, ¡tengo que averiguarlo!—. Me puse de pie, metiendo mis rosados pies dentro de mis pantuflas aterciopeladas de panda, y luego tomé el teléfono entre mis manos, mismas que temblaron. Sólo era cuestión de llamarle y de inventarme una tontería para justificarme.

Así pues, con desesperación, comencé a buscar por toda la habitación el número de celular del Lobo que estaba justamente escrito en el reverso de ese volante donde promocionaba sus shows nocturnos y que una vez le arrebaté a mi hermanita; ese mismo papel que me llevó a él, y que fue el inicio de todo. ¡Sabía que no lo había tirado!

Busqué en las estanterías, en los cajones, en las cajas de zapatos, en el papelero. ¡Pero nada!

Y justo antes de darme por vencido, fue un alivio para mí encontrarlo aun debajo de mi cama, en el fondo, entre mis zapatos. ¡La escoba nunca llegaba hasta ese punto!

Cogí el tan ya maltratado y empolvado volante. Lo desdoblé con rapidez y encontré, como todavía recordaba, atravesando la información del show, con plumilla de tinta roja, el número privado del celular de Adrián, que fue escrito de manera apresurada.

Entonces, sostuve con firmeza el auricular entre mis manos, y temblorosamente presioné el botón de descolgar. Di un profundo suspiro para armarme de valor, y posteriormente comencé a marcar los dígitos que me dictaba el arrugado volante, estremecido por la adrenalina. Todavía no tenía en claro lo que iba a decirle, con qué excusa me defendería, sin embargo, me dejé llevar por mis impulsos, ya que si pensaba detenidamente en mis actos, acabaría por no llamarle siquiera. E incluso, no tenía claro qué me ganaría con todo esto. ¡Absolutamente nada! Pero realmente necesitaba hacerlo para clamar tan sólo un ápice esta ansiedad que ya me devoraba por completo.

Terminé pues de marcar el último número, y me llevé el auricular a la mejilla, mordiéndome los labios mientras aguardaba. Escuché claramente desde el otro lado de la bocina que entró al instante la llamada y que comenzaba a timbrar. Escandalizado, me puse a dar vueltas por toda la habitación como una gallina sin cabeza. ¿Qué debía decirle? ¿Qué rayos debía decirle? ¿De qué manera excusar mi llamada? Y me mordí los labios con más saña.

—Quizá si finjo ser otra persona, no tenga porqué darle ningún tipo de explicación. Al fin de cuentas, lo único que quiero saber es si está con ella o no ahora mismo. Sólo eso… —Intenté convencerme a mí mismo de ello, e indeciso me pellizqué los hoyuelos de mis mejillas con el dedo índice.

En eso, se escuchó una interferencia, y posteriormente, la voz de Adrián contestándome la llamada:

“¿Hola?”

Me paralicé al escucharle. Esa voz suya siempre me pone la piel erizada. Me estremece. ¡Rayos, y había comenzado a sudar repentinamente!

 Me  trabé y me quedé sin habla.

— ¿Hola? —Adrián insistió ante mi silencio—. ¿Hay alguien ahí?

 Esta vez, logré tomar aire y solté lo primero que se me vino a la mente:

— ¡Quisiera pedir una pizza mediana de pepperoni a domicilio!

Recuperé aire después de gritárselo y aguardé expectante unos segundos tras la línea.

— ¿Disculpa? —respondió Adrián, algo confundido.

— Llamo a la pizzería, ¿cierto? —continúe improvisando—. Dígame, ¿podría ordenar ese paquete que además de la pizza, incluye una soda gratis?

Escuché cómo el Lobo soltó un exasperado suspiro a modo de respuesta y posteriormente mencionó:

—Te has equivocado de número, Ángel. ¿Por qué eres tan imbécil? —y me colgó sin mas.

Quedé con el mentón desencajado.

— ¡Me llamó imbécil! ¡Se atrevió! —hice una rabieta y me senté en la base del colchón. Agitado, me froté la frente mientras miraba mis pantuflas de panda y luego reaccioné—: Un momento… ¿había dicho Ángel? ¿Él había reconocido mi voz? ¡La reconoció! ¡También el número! ¡Él conoce el número de la casa! ¡Rayos!

Me puse de pie nuevamente y gesticulé, con las manos en el aire:

— ¡Definitivamente sí soy un imbécil!

Bien, la llamada fue un rotundo fracaso, fue hasta patético, lo admito, ¡pero no me había dado por vencido! ya que, si soy sincero, más allá de querer averiguar si en ese momento se encontraba en compañía de la chica, también buscaba alguna manera de sacarlo de ahí, ¡lejos de las sucias intenciones de esa mujer!

No me malentiendan, no es que buscara que él… estuviera a mi lado, pero por alguna razón que desconozco,  tampoco  me apetecía verlo con alguien más…

Me levanté de la cama y comencé a caminar de un lado a otro, pensando en una mejor excusa que usar para llamarle.

—  ¡Seguro que se me ocurre la idea más brillante jamás inventada, e infalible!

Me apresuré en volver a marcar, convencido de que tal vez era un genio y que hasta ahora seguía sin percatarme de  mi talento.

— ¿Sí, diga…? —contestó Adrián malhumorado, quizá al corroborar por el número que era yo quien volvía a llamar.

—Adrián soy yo, Ángel…

Me interrumpí a mi mismo cuando escuché la voz de una  sexy mujer en el  fondo: “¿Qué haces Lobo? Cuelga esa llamada y ven aquí”.

Reconocí al instante que se trataba de Dafne, y sentí de nuevo esa molesta punzada en el pecho. ¡Deseaba con todo mí ser que Adrián no estuviera con ella! ¡Y debía hacer algo para impedirlo!

—Eh… yo… —balbuceé, intentando decir algo brillante.

—Ángel, estoy ocupado ahora —me interrumpió—, ¿por qué no buscas por ti mismo el número de la pizzería? Debo colgar, Hablamos lueg…

— ¡Espera…! —me mordí los labios. No había pensado todavía qué decirle. Entretenerlo por unos segundos no bastaba, tenía que encontrar una excusa lo bastante fuerte que lo obligara a abandonar el lugar. ¡Tenía que sacarlo de ahí!

—Estoy con una chica, ¿entiendes Ángel? —me reprochó el Lobo, dispuesto a colgar—. Así que si me disculpas…

— ¡Necesito que me rescates! —Grité de pronto—. ¡Han entrado a robar a casa y ahora soy un prisionero! ¡Los maleantes están abajo, me han encerrado en mi habitación!

Respiré agitadamente, estupefacto, al ser consciente de mis propias palabras.

¡¿Qué fue lo que había dicho?!

Adrián se mantuvo en silencio luego de haberle expuesto mi patética mentira. Sí, retiro lo dicho, sobre que soy un genio. ¡Pues era la excusa más estúpida que se me pudo ocurrir! ¡Es obvio que Adrián jamás creería semejante tontería! ¡Lo arruiné todo! ¡Lo arruiné todo!

Basándome en lo patético que había sonado aquello, y dejándome llevar por el silencio de Adrián y por este nudo en la garganta que me la dejó agarrotada, no hice nada más que… colgar la llamada. Y lo hice sin despedirme o justificarme, sólo apreté el botón abruptamente.

Derrotado y dramatizando, me dejé caer sobre la cama.  ¡Era un estúpido! ¿En qué momento creí que eso era una idea brillante?

Es obvio que no se la creyó. Es obvio que no vendrá…

Desganado, apagué la luz de mi habitación y me recosté, lamentándome y castigándome mentalmente por ser un idiota y por haberme expuesto con esa etiqueta de tonto ante Adrián una vez más. Tampoco me dejaba tranquilo el hecho de que Adrián pudiera malinterpretar el motivo de mis llamadas, y que creyera que se debieron a celos por parte mía. Pero, lo que lamentaba incluso más que todo lo anteriormente mencionado, era el no haber logrado mi cometido, y evitar así que el Lobo pasara esta noche al lado de esa chica.

 

15 minutos más tarde…

Después de lanzar mil suspiros desalentadores al techo, por fin logré ignorar ese dolor albergado en mi pecho y me abandoné al subconsciente, quedándome  profundamente dormido y con el teléfono en mi mano ya inerte.

Lo que no esperaba, es que durante esa breve siesta iba a soñar algo, y que ese sueño, sería muy distinto a los otros:

Me vi de pie, en medio de una habitación iluminadamente blanca. Había tanta claridad, que me irritaba la vista. En esa amplia habitación, no había nada, excepto yo, y una lámpara junto a una banca de parque, y en esa banca, sentado un peculiar hombrecillo que estaba oculto bajo una gabardina larga y un sombrero que le sombreaba el rostro.

—Hola, Ángel —el extraño alzó la vista hacia a mí.

— ¿Qué es este lugar? —balbuceé confundido.

—Estás en tu interior —respondió el hombre.

— Ya veo. ¿Y tú qué haces aquí? —elevé una ceja.

—Pertenezco aquí. Me mudé hace poco —sacudió los hombros.

— ¿Y quién eres exactamente? —Lo miré, expectante.

—Soy «aquello» que sientes por Adrián —se rebulló en la banca.

— ¿Qué has dicho? —engrandecí los ojos.

—Me has puesto varios nombres y me has disfrazado de «Odio», y de «Orgullo». E incluso me has vestido de «Miedo» también. Pero no soy ninguno de ellos; sólo son un vil disfraz para cubrir lo que realmente soy.

Sentí cómo mis manos comenzaron a temblar escandalosamente.

— ¿Cuál es tu nombre entonces? —Reclamé, con las pupilas dilatadas, sin saber si estaba preparado para escucharlo.

El hombre se puso de pie, y se acercó lentamente hacia mí. Cuando hubo llegado a mi altura, me miró fijamente y con su mano, me acarició suavemente de la mejilla.

—Mi nombre es «Amor…» — El hombre sombrío se quitó el sombrero y la gabardina, mostrando lo tan hermoso que era…

Un par de lágrimas cayeron inevitablemente de mis ojos. Y el corazón me latía fuertemente.

—No me ocultes más —me pidió con una sonrisa y me secó el rostro con sus yemas.

Conmovido, comencé a gimotear. Estaba ante mis ojos una verdad, que siempre estuvo ahí, pero que ahora que fui capaz de aceptarla, logré verla con claridad.

Quería hacerle mil preguntas a ese ser frente a mí, pero de pronto, cuando no creí que otra cosa pasaría, se escuchó un estruendoso ruido que hizo temblar las paredes blancas de mi interior, y ese sonido pertenecía a algo que conocía a la perfección, pero que en mi subconsciente, no fui capaz de reconocer…

— ¿Qué es eso? —Volteé hacia todos lados, un tanto alarmado.

—No temas. Es la señal —respondió el Amor.

— ¿Señal? —seguí sin entender.

El Amor especificó:

—Ese sonido, no es más que la señal de que ha llegado la hora de que me reconozcas, la hora de que hagas frente a tus verdaderos sentimientos.

Se formó una repentina ventisca, que me alzó y me arrastró fuera de esa habitación. El Amor me sonrió desde su posición, ese cálido gesto en su rostro fue lo último que vi antes de salir de esa blanca habitación.

Y de pronto, me vi despierto,  recostado en la cama de mi oscura habitación, bañado en lágrimas y con una clara y repentina  convicción de mis sentimientos por Adrián…

Me apreté el estómago: Sentí mariposas.

De pronto, el sonido que antes me hubo sacado de esa peculiar ensoñación se  escuchó nuevamente. Pero esta vez pude identificarlo:

 Era el  rugido de una motocicleta en mi jardín…

Pasé a mirar el reloj encima de mi mesita de noche: Eran las dos de la mañana.

Me levanté sobresaltado mientras un faro iluminaba los cristales de mi ventana y traspasaba las delgadas cortinas azules. A tientas me puse mis pantuflas de panda y con el corazón en la mano, me quedé de pie en medio de la oscura habitación, esperando…

 La moto dejó de sonar y su luz delantera se desvaneció. Posteriormente, se escuchó cómo crujían las ramas del árbol como de alguien trepándolo. Después, divisé una sombra que saltó hacia el alféizar de mi ventana; y ese alguien la forzó hasta abrirla. Las cortinas se abrieron junto a los cristales… y apareció la silueta de Adrián. Él dio un pequeño salto e irrumpió en mi habitación.

Verle a él atravesar mi ventana, provocó un efecto estremecedor en mi pecho.

—Adrián… tú… —balbuceé con sobresalto y ruborizado a la vez.

Detrás de él, el viento invernal soplaba violentamente, y a través de mis agitadas cortinas se colaba la implacable y plateada luz de la luna llena.

—He venido a rescatarte. —Dijo mientras se acercaba lentamente hacia mí, como un depredador bajo las sombras—. Y también a cumplir mi promesa…

Notas finales:

Gracias por seguir aquí.


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