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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

El Lobo me devoraría por completo…


…bajo mi propia voluntad.

 

Una masa oscura y amorfa salió detrás del arbusto donde se encontraba Carla. Figuraba a un perro callejero, eso, hasta que la bestia salvaje salió a la luz y dejó ver su gris pelaje.

Entonces aulló a la luna llena: Auuuuuu

— ¡Es un lobo!—gritó aterrorizado Lolo.

Babeante, la fiera caminó cautelosamente alrededor de Carla, acechándola, esperando el momento perfecto para atacar.

—Yo te salvaré, pero no te muevas —intenté tranquilizar a Carla, que temblaba desprotegida.

El lobo reaccionó al sonido de mi voz y pasó a mirarme a mí, con esos ojos feroces y profundos.

Me paralicé ante su mirada.

Atraído, lentamente movió sus patas grises hacia mí, sin apartar aquella mirada tan...

—¡¡Huye!! —me jaló del brazo Lolo y me hizo reaccionar, deshaciendo ese hechizo ocular al que había sido sometido.

Comencé a correr, con todo el esfuerzo que mi cuerpo pudo ofrecer. El suelo estaba húmedo y mis pasos resbalaban. La neblina apenas me ayudaba a distinguir adónde me dirigía, por lo que confié en la orientación de mi amigo y seguí su reverso a trompicones.

Escuché claramente los jadeos hambrientos del depredador a mis espaldas. Corrí desesperadamente para huir de sus afiladas garras, pero inevitablemente mi velocidad disminuía a cada paso.

“Es el fin”, pensé, al sentir mis pies cansados y pesados.

De pronto, la pierna de Lolo cayó en una alcantarilla rota y quedó atrapado en ella. Cuando menos me di cuenta ya lo había dejado atrás. Frené al oír su grito de auxilio. Volteé pausadamente, temeroso de ser testigo de su sangrienta muerte.

Vi al lobo correr velozmente hacia mi amigo...

Me puse las manos en la boca, horrorizado, temiendo lo peor, cuando extrañamente el animal lo esquivó, saltando sobre él, como si Lolo sólo se tratara de un obstáculo obstruyendo su camino.

Me quedé descolocado, sin comprenderlo.

Y entonces...

El lobo vino hacia mí...

No sé, pero algo me decía que ese animal nocturno sólo quería comerme a mí, que era yo, su principal objetivo.

— ¡Auxilio! —grité mientras huía desesperadamente.

Di vuelta en la esquina de la calle "Ilustres" y me topé de frente con un grupo de adolescentes. Me abrí camino entre ellos y seguí escapando.

—¡¡Huyan!! —les advertí gritando y sin dejar de correr.

Miré a mi revés, sobre mi hombro, y por segunda ocasión fui testigo, de cómo el depredador evadía a los demás y continuaba buscándome a mí y sólo a mí.

¿Era yo su presa principal?

Pasé cerca de un callejón. Me detuve en cuanto lo vi.

En medio de esa amenazante oscuridad di mis primeros pasos, sumergiéndome en ella...

¿Pero qué estaba haciendo? ¡Sabía perfectamente que no había salida!

...y seguí caminando, pasando un pestilente contenedor de basura...

¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué me voy guiando por este camino tan estrecho?

...unas ratas salieron de unas bolsas negras y se cruzaron entre mis pies, las esquivé echando un brinco y comencé a correr, adentrándome más en ese camino mortal, en esa trampa...

¡¿Por qué mis pasos se dirigen hacia una senda cerrada?!

...Mi pantalón se salpicó al pisar un charco de agua estancada y tropecé con una botella que tintineó...

¡Pero yo mismo me estoy acorralando! ¿Por qué mis piernas no me obedecen? ¡Es como si estuviera haciendo un acto suicida! ¡Cómo si estuviera ofreciéndome voluntariamente al depredador!

Y entre más mi mente decía que no, mis piernas más andaban buscando la muerte..., impulsado por una fuerza ajena a mí...

Llegué al final del baldío. Me detuve frente a un muro de ladrillo. Miré su gran altura. Maldiciendo, golpeé con mi puño su dura textura.

Estaba atrapado.

Entonces escuché detrás, el bramido de la bestia, que supo erizarme la piel...

No había adónde ir.

Me giré, resignado a mi destino y nos encontramos, frente a frente...

El lobo y yo.

— ¿Es a mí a quien quieres? —le grité.

El cuadrúpedo aulló al tiempo que un rayo partió el cielo, corrió hacia mí y con su peso me arrojó al suelo húmedo.

Quedé atrapado bajo la bestia...

 

Babeante y violento me acechó. Yo contuve la respiración, mientras mi pecho brincaba violentamente.

Rostro a rostro nos miramos. Nuestros ojos se conectaron, y fue cuando me perdí en su mirada, fiera, asesina, pero a la vez, tan compasiva y extrañamente... hermosa.

Me hipnotizó tanta gentileza en sus ojos, que olvidé por unos instantes que pertenecían a una bestia, y hasta creí, que ser devorado por él, era una caridad que el lobo estaba accionando por mi insignificante existencia en esta vida.

Lanzó un feroz gruñido que me hizo volver al miedo y aprecié, los filosos colmillos que traspasarían mi carne y embriagarían a mí ser, de un dolor insoportable. Y entonces, mi vida terminaría ahí y de esa manera.

Antes, afortunadamente pude sentir cómo una fría llovizna cayó de pronto, envolviendo todo mi cuerpo, refrescándolo, y a la vez calando cruelmente mis huesos, como mil cuchillas penetrando toda mi piel.

Resignado, cerré los ojos, sintiendo las gotas acariciar mi rostro y esperé mi fin.

Fue entonces que…

 

El Lobo me devoró completo…

…bajo mi propia voluntad.

 

 

*~Capítulo: Te quiero~*

 

Verle a él, precisamente a él, saltar por mi ventana, provocó que la respiración se me escapara de pronto.

Y todo dentro de mí se sacudió con violencia.

—Adrián… tú… has venido… —balbuceé con sobresalto y con las pupilas dilatadas.

Ya comenzaba a sufrir con creces los efectos de su inesperada presencia. Sentí cómo una escandalosa agitación alteraba mi respiración y de cómo mis entrañas se encogían.

  Su silueta, de pie ahí, fue para mí una escena tan simbólica, que me la guardé en la mente para siempre. A espaldas de Adrián, el viento invernal soplaba violentamente, y a través de las agitadas cortinas sacudidas por el aire, se colaba a la habitación la rutilante y plateada luz de la luna llena.

El Lobo, criatura nocturna, me sonrió camuflado en la oscuridad: Parecía sentirse cómodo  bajo las sombras, de la misma manera como lo está un lobo en su paraíso nocturno. En su hábitat. En su elemento. ¡Pero qué magnífica armonía me pareció la relación entre Adrián y la noche! Contemplé reflejada la noche en sus rebeldes cabellos y en sus ojos, que umbríos como tinieblas, me atraparon e hipnotizaron; e incluso, llegué a la conclusión de que Adrián era en sí, la misma noche: Misterioso, apacible y romántico. Peligroso, elegante y erótico.

 Luego de haber irrumpido de manera aparatosa en mi habitación, el semblante de Adrián lucía sereno y violento al mismo tiempo. En sus ojos se reflejaban una vehemente decisión, parecían tener la intención de no reparar en nada, y un “hasta aquí” demandaban. Los tratos frívolos habían acabado y no repararía en formalidades estúpidas, en acciones encaminadas por la cordura, parecía estar harto de tantas restricciones.

 Los impulsos ahora le gobernaban…no había cabida ya para la razón. Era un hombre que se había dejado dominar por su bestia interior.

Con la respiración descontrolada, noté cómo el Lobo fue acercándose hacía mí, con la misma cautela y elegancia de un depredador que está a punto de atacar a su presa, de hacerla suya, a aquella presa que había tenido en la mira desde hace tiempo y que la fue acorralando hasta dejarla como lo está ahora: desprotegida y a su merced.

Pero esa parte oscura suya, que en momentos parecía gobernarle, contaba con una contraparte con más luz. Era como una bestia nocturna, sí, pero una bestia con un brillo límpido, cariñoso y humano en sus pupilas, dicho brillo que estaba oculto bajo su expresión fruncida y endurecida, invisible para los que no saben ver de verdad.

—He venido a rescatarte… —rompió el silencio, emotivo, con las pupilas dilatadas.

Lo miré un tanto confundido y abatido.  ¿Qué es lo que había dicho? ¿Rescatarme? ¿Adrián se había creído esa patética, absurda e infantil mentira mía que le inventé por teléfono?

 Me cubrí la boca con las manos como muestra de asombro. ¡Había venido a rescatarme de ladrones imaginarios! Y he de admitir, que aquel proceder suyo logró conmoverme un poco y fue la causa de que mis mejillas comenzaran a tornarse rojas.

— ¿Rescatarme…?—tímido, me mordí los labios y desvié la mirada con actitud mimosa.

Pero, más allá de parecerme cautivante el hecho de que hubiera acudido en mi ayuda como un príncipe que apresurado cabalga hacia la torre para rescatar a la princesa del dragón, comencé a reparar en la situación, ¡siendo consciente de que estaba metido en un grave aprieto! Y me sentí repentinamente patético, puesto que… ¿ahora de qué manera le confesaría al Lobo que todo el asunto de los ladrones sólo fue un invento mío a causa de mi desesperada intención por alejarlo de esa mujer? ¿Se reirá de mí cuando lo  averigüe? O… ¿se enfurecerá conmigo? ¿Me hará pagar mi mala broma?

Y palidecí de pronto, temeroso ya de su reacción y de las próximas consecuencias de mis actos infantiles. Había jugado imprudentemente con la bestia aulladora y a tal acción, habría una reacción.

Fruncí los labios y pasé saliva, él se acercaba cada vez más a mí, bajo su aura pretenciosa, en un vaivén un tanto elegante, con pasos firmes y pausados, acortando esa distancia que separaba a nuestros cuerpos, mismos que comenzaban a ponerse inquietos. Comencé a angustiarme terriblemente. ¡¿Cómo lograría salir de esta situación?! Además, ahora de que he aceptado la fatídica realidad de que lo quiero irremediablemente y en contra de toda razón, me era más difícil tenerle cerca sin sentir mis rodillas flaquear ante él.

¡Lo quería, lo quería…! Y bajo esa circunstancia, —tras esa revelación de mis sentimientos por él a través del extraño sueño—, ahora no sólo temía las acciones del Lobo, ¡sino las mías!, de lo que yo pudiera consentirle hacer conmigo. Con anterioridad, incautamente ya le había permitido que me robara algunos besos y a consecuencia de ello mi boca se infectó de él. Inevitablemente desde ese primer roce, yace en mí la estela de su esencia, que quedó impregnada en mi saliva y en toda mi cavidad bucal. Todavía persiste su veneno en mí, expandiéndose, contaminando mi organismo entero. Y hoy, temo no poder contenerme y lanzarme a sus labios sin más, desesperado por sentir de nuevo su veneno recorrer y raspar mi garganta, ese néctar tan letal, que me hace desfallecer y flotar; esa droga, que sé de antemano que me causa daño, pero de la que necesito abastecerme, aunque me lleve hacia el camino de la perdición. Y por ello esta vez me negaba a caer en la trampa de su boca, tropezar en ese mismo error, e incluso en uno más grave y trascendental, en algo que conllevara a una acción más allá de los besos… pues soy consciente de que poco a poco, ha ido mermando mi fuerza de voluntad, esa que me mantenía a salvo de él. Ahora, esa barrera que yo mismo he puesto entre ambos y que nos ha mantenido alejados, se encuentra ya tan débil, que está a punto de derrumbarse, de irse abajo…en este preciso momento.

Me encuentro temeroso de mí mismo, de no poder seguir gobernando mis sentimientos, pues recientemente me siento incapaz de acallarlos más. Están gritando bajo mi piel…

— Ángel, ¿fuiste tú quien me marcó, cierto? — Indicó Adrián acentuando su voz al verme callado y abstraído—. Me dijiste por línea telefónica que trataba de una emergencia, y es por ello que estoy aquí ahora. Vamos, di algo.

Dejando a un lado mi batalla interna para no cometer una estupidez y besarle, atendí tardío a sus palabras e instintivamente me encogí de hombros, bajando a la vez la mirada hacia mis inquietas pantuflas aterciopeladas de panda. Me mordí la comisura de los labios. Que mencionara mi llamada telefónica me hizo sentir tan avergonzado, ese caprichoso e imprudente acto mío que lo hizo conducir preocupado a casa en plena madrugada creyendo que estaba en peligro y que ahora mismo lo tiene aquí, en mi habitación, entre preocupado y molesto.

Tragué saliva. ¡Qué chiquillada la mía! ¡Y todo esto impulsado por un sentimiento absurdo que se asemeja a lo que llaman celos!

— Tú me invocaste. Acudí al llamado. Y heme aquí… ¿Exactamente de qué quieres que te rescate? —Él siguió acercándose lentamente. Y a cada paso que accionaba hacia mí, sentía que se me escapaba un ápice de paz.

Antes de que lograra acercarse lo suficiente como para tocarme, Adrián se detuvo en seco, en medio de la habitación, a sólo unos cuantos pasos de mí, y desde ese punto, me analizó con la mirada, rastreando con sus negras pupilas, cada detalle de mi holgada pijama blanca con estampados de conejitos y lunas crecientes. Ruborizado, me hice pequeño mientras sus curiosas pupilas reparaban en el infantil estampado de mi ropa de dormir. Me fue embarazoso que me encontrara justamente llevando estas prendas. ¡Estaba consciente de que este tipo de pijama no era exactamente provocativo ni que avivaba un deseo sexual!

Avergonzado, inflé las mejillas y desvíe mi vista hacia la nada, hacia un objeto inerte en mi habitación, pero no fui capaz de ignorar al Lobo por más tiempo e involuntariamente mis pupilas no tardaron en buscar las suyas entre la oscuridad, atraídas inevitablemente por ellas. Nuestros inquietos ojos no tardaron en coincidir e intercambiaron miradas significativas. Al contacto, nuestras pupilas se pusieron brillantes, dilatadas, inundadas ya de emociones intensas; tan luminosas, como cuando se mira a alguien de quien estás perdidamente enamorado.

Un tanto alterado, me encogí de hombros y escondí mis pálidos nudillos bajo las mangas de mi pijama, ya que, así como me encontraba conmovido por su presencia, al mismo tiempo, sentía los nervios de punta y apenas si podía analizar con claridad la situación en la que me encontraba; eso, hasta que de manera repentina caí en la cuenta de todo:

Estábamos frente a frente, a oscuras y en mi habitación, a las dos de la madrugada, sin nadie más en casa, y él mirándome de manera tan intensa. ¡Qué oportuno para el depredador y qué desafortunado para su presa!

 Sentí una escalofriante sensación de peligro que me recorrió el espinazo y que me alertaba de que huyera mientras tuviera oportunidad. Sin embargo, para mi desventaja, me encontraba lo bastante petrificado e hipnotizado como para accionar algún movimiento de escape.

La presa nunca estuvo tan inofensiva para el depredador como en ese momento.

 Ni tan dispuesta…

—Caperucito —me llamó el Lobo, con un toque de alteración en su voz, suspirando bajo las sombras.

Al escucharle referirse a mí con el sobrenombre que él mismo me impuso, provocó en mi pecho cierta agitación descontrolada. Sí, me refiero a ese cariñoso “Caperucito” entonado con voz sutil y que había dejado de pronunciarlo desde que se distanció de mí, sustituyéndolo por un simple “Ángel” que resaltó la indiferencia y frialdad de su trato hacía mí. Pero ahora, de nuevo me llamaba Caperucito, y curiosamente, que me dijera así, había dejado de molestarme. Sin darme cuenta, comenzaba a acostumbrarme al apelativo, aceptaba ese rol, y comenzaba a creer que quizá, yo era realmente el Caperucito de ese Lobo feroz…

Pero, ¿los personajes de este cuento realmente podrán llegar a ser un día enamorados? ¿El depredador y la víctima?

—Caperucito —Adrián esbozó una ligera y cálida sonrisa al verme sumiso y ruborizado, como un gesto de aceptación del alias—. Mi Caperucito…

El motociclista se quitó sus guantes de conducir y tentativo estiró su brazo. Después de una pausa, dirigió su mano a mi rostro y me tomó sorpresivamente de la mejilla.

 Me alteré ante su tacto. Las yemas de sus gélidos dedos posados en mi cara, se deslizaron hasta mis labios entreabiertos y rosados, acariciando estos con insinuación, por lo que alarmado alejé bruscamente su mano de mi boca.

—Qué haces… —balbuceé escandalizado y retrocedí un paso.

Adrián tensó la quijada ante mi acto de rechazo y mi pretensión de huida, quizá preguntándose si realmente sería posible que llegara el día en que esta situación cambiaría.

Y sí, ¡escapaba!

Pero no lograría salvarme, no esta vez…

 A cada paso suyo accionado hacia mí, yo fui retrocediendo uno. Sus botas de militar se dirigían con firmeza hacia adelante para darme caza, mientras que mis pies dentro de mis pantuflas se dirigían hacia atrás con torpeza. Con afán, pretendía huir de él, pero lo que no sabía, era que justamente Adrián estaba acorralándome, el Lobo estaba llevándome directamente hacia donde él quería, hacia su trampa. Inconsciente de ello, seguí retrocediendo, hasta que irremediablemente tropecé con mi propia cama. Intenté sostenerme de algo y evitar caer, pero Adrián decidió ayudarle a la gravedad y con su mano sobre mi pecho, me empujó levemente hacia el colchón, provocando así que cayera inevitablemente en esa textura acolchonada, entre sábanas revueltas y sobre mi peluche Filipo.

Estaba atrapado  en su red. En el punto sin retorno…

 

Sabiéndome expuesto e indefenso ante la desventajada postura en la que me hallaba, presuroso me dispuse a levantarme, pero el Lobo me lo impidió cuando fue subiéndome lentamente sobre mi cuerpo…

 Ante tal acción, parpadeé varias veces intentando reaccionar por si se trataba de una alucinación, pero no, realmente ahí estaba yo, tendido en la cama, sometido por el cuerpo del pelinegro. Sí, ahí estaba Caperucito, tan pequeño, tan frágil, tan vulnerable.

Me asusté y me conmocioné al percatarme del parecido que tenía esta situación con el sueño que hace mucho tuve, en donde un Lobo me acorralaba en un callejón oscuro de la ciudad y yo terminaba dejándome devorar por él; sueño que Lolo perjuró se haría realidad.

Temblé bajo mi pijama de conejitos. Y repentinamente, después de tantos años, creí necesitar de nuevo mi inhalador para el asma.

¿Era el fin de Caperucito Rojas? ¿Sería devorado por el Lobo Feroz?

Hincado sobre mi cuerpo, Adrián inmovilizó mi torso con sus rodillas, colocándolas en cada una de las laterales de mi cadera. Intenté tranquilizarme y no tomar tan en serio su acción. Quizá el Lobo pretendía sacarme un susto y bromeaba como siempre lo hace con situaciones serias. O simplemente quería darme una lección. Después huiría por la ventana, arrancando en su motocicleta plateada y sumergiéndose así en la espesa noche.

Sí. Sólo era Adrián intentando alterarme.

— Adrián… ¿podrías quitarte de encima? —Balbuceé y reí con nerviosismo—. No juegues así, no es divertido.

Pero la sonrisa se me borró súbitamente cuando él me miró con una expresión determinada, y posteriormente llevó sus desesperadas manos hacia sus vaqueros, haciendo el amago de desbotonar estos…

— ¡¿Qué diablos haces?! —inquirí ya con cierta exaltación cardiaca y perturbación en mi rostro.

—Lo que planeo hacer… —detuvo un momento la intención de sus manos sobre su pantalón y me miró con sus ojos serios y nocturnos—… es simplemente cumplir mi promesa de hacerte mío.

—Qué insinúas con ello… —pregunté, con la voz quebrada.

— ¿Debería ser más específico? —Sonrió e hizo un ademán irónico—. Bien, lo seré…

Adrián inclinó su rostro sobre mí y me susurró suavemente al oído:

—Voy a follarte. Voy a follarte toda la noche.

Engrandecí los ojos al escucharle y entré en pánico, sin lograr articular palabra alguna, mientras una oleada de sensaciones sacudía todo mi cuerpo.

— ¿Por qué te asombras? ¿Acaso habías olvidado en qué consistía la última promesa que te hice? —me escrutó con sus inquietas pupilas azabache, como si estuviera reprendiéndome el olvidar algo tan importante.

— ¿La última promesa? —obtuso y con algo de timidez, desvié la mirada.

—Sí, ¿la recuerdas? Te la hice justo aquí, en tu habitación, la última vez que vine a verte —recalcó.

Fingí demencia, pero mi mente se hizo a la tarea de invocar a la perfección las palabras de esa noche:

«Me alejaré. Pero no vuelvas a mostrar en tus actos algún indicio que me hagan creer que realmente sientes por mí eso mismo que yo siento por ti, porque de ser así, no me detendré y haré caso omiso a tus súplicas, para hacerte mío…»

—Sé que la recuerdas…—sus pupilas encararon las mías cuando estas se empeñaban en evadirlo.

—Tal vez la recuerdo, pero vagamente… —bajé la mirada y me mordí los labios.

—Y también has de recordar que “puedo ser un hombre que rompe las reglas…

…mas no una promesa” —completé la oración. Y el temor se avivó, cuando reparé en el significado mientras recitaba dichas palabras, cuando caí en cuenta del destino que me deparaba: Adrián no me dejaría escapar esta vez. Me haría suyo, me lo estaba prometiendo.

A sabiendas de ello, comencé a forcejear desesperadamente debajo de él, intentando escapar de sus oscuras y retorcidas intenciones. Intenté defenderme, pero el Alfa me sostuvo con firmeza de las dos muñecas para evitar que le arañara el rostro, mientras que al mismo tiempo, pataleé incesantemente hasta que, a consecuencia, boté lejos una de las pantuflas que llevaba puesta.

 Lo intenté, pero el peso de su cuerpo sobre el mío, me inmovilizó y evitó que pudiera erguirme. Y cuando hube agotado mi fuerza física en vano, enervado, no hice más que mirarlo, asustado y palpitante. Estaba totalmente sometido por él.

—Déjame ir. Por favor —pedí, aún agitado por el esfuerzo previo.

—No lo haré —reiteró, con firmeza.

— ¡¿Estás diciendo que procederás a esto en contra de mi voluntad?! —me exalté e intenté de nueva cuenta liberar mis muñecas de sus puños.

— ¡En ese concepto tan bajo me tienes, ¿cierto?! —Gruñó, apretando los dientes—. ¿Crees que soy un violador? ¿Crees que intento violarte?

— ¿Y qué otro nombre debo ponerle al acto que deseas efectuar? ¡Dímelo tú, Adrián Villalobos! —Enfaticé, encolerizado.

Él suspiró con frustración.

—No confundas las cosas. No haré nada más a menos que tú me lo permitas.

— ¿Entonces por qué me retienes? ¿Por qué demonios lo haces?

— ¡Te estoy encarando! Ya que tú, nunca darás la iniciativa. Soy yo el que siempre tiene que hacer el primer movimiento para que se den las cosas entre nosotros, mientras que tú, te escondes detrás de tu miedo disfrazado de rechazo. He tenido que hacerlo siempre yo, para que te sientas deslindado de toda responsabilidad, ya que de esa manera, puedes seguir culpándome a mí de los besos que te robo pero que al final terminas correspondiéndome. Quieres besarme y no lo haces, pero dejas que insista yo, para poder excusarte de que te obligué a hacerlo cuando está muy claro que lo querías. Lo sé porque lo he sentido. Las caricias de tus labios te delatan. Sabes mentirte muy bien a ti mismo, pero no a mí. Es por ello, que estoy dando esta iniciativa tan delicada, porque tengo la absoluta convicción de que tú lo deseas tanto como yo —Y sus pupilas volvieron a iluminarse—. Sé que esto es mutuo, soy plenamente correspondido por ti. ¿O seguirás negándolo? ¿Hasta cuándo? ¡Vamos, acéptalo de una vez, si tienes los cojones para hacerlo! ¡Y dejémonos de estos estúpidos forcejeos! ¡De este vano sufrimiento!

Lo miré, abatido, tragando saliva. Él esperaba una acción mía que le diera la razón y así un consentimiento que le permitiera continuar con aquello que se proponía. Pero no hice más que quedarme quieto, debajo de su cuerpo, incapaz de dar el paso hacia la rendición absoluta.

Apretó las encías ante mi silencio, harto y frustrado de mi indecisión y cobardía. Y ya lo bastante alterado, el Lobo exclamó:

— ¿Entiendes ahora por qué tomo estas medidas?—Exclamó con las manos, resaltando con ellas mi postura de sometimiento en la que me encontraba: tendido en la cama y debajo de su cuerpo—. ¿Acaso me has dado otra opción? Hago esto porque estoy seguro que si yo no doy el primer paso, tú no lo harás, nunca, bajo ninguna circunstancia; no serías capaz de tomar la iniciativa y entregarte a mí aunque se tratara de nuestra última noche en la tierra, ni aunque en estos momentos, te estés muriendo de amor, al igual que yo. Eres un testarudo que jamás cederá a voluntad propia. Te sacrificarás y nos condenarás a ambos. Se nos iría la vida entera, nos haremos viejos si me decido a esperar a que tú procedas por sí solo. Eres un cobarde, el miedo de amarme te domina. Contigo las cosas tienen que ser así, debo acorralarte para que enfrentes tus sentimientos, a ti mismo, ya que de otra manera, si no te sostengo con fuerza, huirás, por el hecho de que no has aprendido a aceptar lo que sientes. ¡No tienes los cojones! ¡Soy solamente yo quien siempre debe actuar para estar juntos! ¿O estoy errado? ¡No voy a permitir que nos sigas haciendo infelices a los dos con tu indecisión! Actuaré a consecuencia, por nuestra felicidad.

Mis pupilas comenzaron a humedecerse y mi mentón comenzó a temblar.

—Ya esperé demasiado. Demasiado tiempo ha estado el Lobo detrás del arbusto, aguardando, conteniendo sus impulsos, su hambre de ti. Has agotado mi paciencia. Te prometí que te haría mío si llegabas a mostrar en tus actos algún indicio que me hiciera creer que realmente sientes por mí eso mismo que yo siento por ti. Y bien, ya has hecho tu parte, has demostrado que me quieres. Ahora yo estoy aquí, para cumplir la mía.

— ¿De qué  estás hablando? ¿Por qué estás tan confiado de que yo siento lo mismo por ti? ¿Cuál acción mía te hizo creerlo a tal punto de estar tan seguro y ponerme en esta situación, para dar este paso tan delicado? —Le grité, alarmado, aterrado de que haya encontrado una prueba contundente que no me dejara aparentar más esta inevitable realidad.

—Dejando a un lado los besos que me has correspondido plenamente, tu llamada de esta noche también es un ejemplo de ello.

— ¿Ah? —Lo miré abatido.

—Cuando llamaste, parecías desesperado por encontrar la excusa perfecta para hacerme venir, para arrancarme de los brazos de la chica…

— ¡Estás equivocado! —gimoteé, con los ojos encharcados.

 Él  me miró con dureza.

— ¿Equivocado? Dime entonces, ¿dónde están esos supuestos ladrones por los que me pediste ayuda y por los que me salté las señales de tránsito para llegar hasta aquí lo más pronto posible? ¿Dónde están? ¡Dime!

—Yo… —Boqueé, sin logras articular palabra alguna, sin encontrar una excusa válida o lógica mientras sorbía mis lágrimas.

— ¡Fuiste tú quien me imploró que viniera! ¡Parecías desesperado, me suplicaste que llegara lo más pronto posible! ¡Y aquí estoy! ¡Aquí estoy maldita sea! ¡A petición tuya! ¡Si no me quieres como dices, no juegues conmigo entonces, no me llames, no invoques a esta bestia! ¡Ya te había dejado ir, ¿acaso lo recuerdas?! ¡Te habías librado de mí por fin! ¿Entonces qué intención tuvo tu llamada? ¡Habla! ¡Habla carajo!

Tartamudeé:

—No te mentí, mi llamada fue para pedir auxilio, los ladrones estaban aquí antes de que llegaras —sin planteármelo detenidamente, seguí en vano con la patética mentira pese a que sabía que era insostenible—: Luego de amenazarme y someterme, los ladrones bajaron a la cocina y…

— ¿Y se prepararon un emparedado mientras veían la tv? —Esbozó con tono sarcástico—-. Dime Ángel, cuando me llamaste, ¿creíste que era lo demasiado idiota para que yo pensara que era verdad todo este teatrito tuyo?

El idiota me sentí yo al escucharle decir eso. ¡Estaba tan avergonzado por haber actuado tan infantilmente y con tanta obviedad! Así que no hice más que rendirme y aceptar mi derrota. Mordí con saña mis labios y giré mi rostro para no tener que seguirle mirando después de verme descubierto en la farsa. Pero Adrián me tomó del mentón, enderezando mi rostro, para posteriormente añadir:

—Pero, más allá de basarme en esa mala actuación telefónica tuya del supuesto robo a tu morada, sabía de antemano que era una mentira por el hecho de que anticipadamente ya esperaba tu llamada…

Aquello me sacó por sorpresa.

—  ¿Qué? ¿A qué te refieres? —lo miré, impactado—. ¿Sabías que te llamaría?

El Lobo suspiró hondamente antes de responder. Tenía el semblante de alguien que no sabe cómo confesar su pecado. Pero al final habló, con decisión y firmeza en su voz:

—Lolo y yo hicimos una cuartada. Estaba todo planeado para incitarte a que me llamaras o me buscaras. Si realmente yo te importaba, lo harías; ese fue nuestro razonamiento. —Endureció la quijada—. Es por ello, que no sólo puedo desmentir tu cuento sobre los allanadores de hogares, sino que dicho cuento tuyo fue también para mí una confesión que demuestra de alguna manera lo que sientes por mí.

— ¿De qué rayos estás hablando? —Comencé a exaltarme y a indignarme. Esto ya sonaba muy mal, pero necesitaba que fuera más específico—. ¿Cuartada? ¿Incitarme a llamarte? ¿Una confesión de lo que siento por ti?

—Hoy en la tarde, elegí la Gran Plaza como mi destino con la única intención de verte. No es un lugar que suelo frecuentar para que puedas decir que es común haberme encontrado entre la gente que hace sus compras navideñas, o entre esos chicos “de bien” que llevan a sus novias para una cita perfecta. Si abandoné los sitios de mala muerte y anduve por esos rumbos “de luz”, fue a sabiendas de que ibas a estar ahí…

— Estás diciendo que… —dejé inconclusa la oración y lo miré con cierto asombro  reflejado en mi rostro.

—Sí, fui yo quien le pidió a Lolo que te llevara a las Maquinitas Universe con engaños para que no sospecharas nada —carraspeó la garganta—. Contacté a tu mejor amigo por red social y le pedí ayuda. Verás, yo me daría una vuelta por esos rumbos a la hora exacta para encontrarte. El plan consistía en que creyeras que nuestro encuentro había sido ocasional. Pero la realidad es que todo estuvo calculado.

— ¿Exactamente qué lograrían con todo esto? —Apreté la quijada, conteniendo mi enojo.

Adrián se quedó pensativo, buscando las palabras correctas, pero me adelanté, y hablé en su lugar:

 —Entonces todo aquello que hablamos en la plaza, ¿fue una mentira? ¡Lo que me dijiste de la chica! ¡Sobre que habías renunciado a mí! ¡Claro que lo fue! ¡Una mentira! —exclamé ante su silencio delatador.

El Lobo asintió con la cabeza, confirmándolo.

— Efectivamente, todo fue una mentira, y no me siento orgulloso con ello. Sé de antemano que fui muy duro con las palabras que dije cuando nos sentamos en esa banca. Pero, ¿realmente creíste que me había rendido contigo? ¿Que el Lobo se rinde así de fácil? ¿Que tengo la capacidad de superarte de un día para otro? ¿O que eres reemplazable? ¿O que me importas una mierda? Dime, ¿cómo diablos puede ser eso posible? —y soltó una risita amarga—. Más allá de darle una lección a tu orgullo, inventé lo de la chica principalmente para hacerte reaccionar y hacerte actuar a favor de lo nuestro, esperando que te decidieras de una vez, y actué utilizando ese método que precisamente no era de mi agrado, ante la razonada conclusión de que tratándose de un chico tan obstinado como tú, era esa la única manera de hacer que aceptaras los sentimientos que siente por mí: de la manera más difícil, cuando me vieras perdido. Ese plan era mi última esperanza, mi última jugada en el tablero antes de marcharme definitivamente de tu vida. Y mientras hablábamos en la banca, aguardé la esperanza de que me detuvieras después de todo lo que dije, y así, me evitaría seguir con esa mierda de plan, pero tu orgullo y tu miedo, seguían controlándote, así que después de que me viste en la moto con la chica, me dirigí a mi apartamento, y ella, que también era cómplice de todo esto, se puso a jugar baraja en mi mesa, mientras que yo, sentando en el alféizar de mi ventana observando la noche, me fumaba un cigarrillo, aguardando con el celular en la mano a que llamaras… esperando que los celos te hicieran actuar de una vez por todas, luego de  creerme perdido.

Al instante, sentí cómo mis emociones negativas comenzaban a exaltarse gradualmente mientras el Lobo iba explicándome los detalles de la trampa que preparó tan detalladamente para mí y con el apoyo de mi mejor amigo. ¡Ambos habían conspirado en mi contra! ¡Y caí!

—Pero, ¿cómo es posible que jugaran así conmigo? ¿Quién les dio el derecho de lastimar de esa manera  mis sentimientos? ¿De experimentar conmigo? —Exclamé—. Puedo esperar de ti que uses ese tipo de métodos sucios, ¿pero de Lolo? ¿Cómo pudo hacerlo?

—A un hombre tan celoso como yo le cuesta aceptarlo, pero he de admitir que Lolo te quiere tanto que no le importa que te enojes y dejes de hablarle, él hará lo necesario con tal de asegurar tu felicidad. Lolo sólo intentó empujarte hacia ella, porque al igual que yo, sabe que me quieres. ¡Así que, a mí tampoco me importa que te enojes! ¡Era el único recurso que encontré para vernos juntos! Y admito que a veces, un hombre enamorado y desesperado, se ciega y no actúa correctamente para obtener lo que quiere... pero, ¿acaso tu actitud obstinada me daba otra opción?

— ¡Nada los justifica! —Comencé a forcejear—. ¡Son un par de idiotas!

—Quizá este detalle te haga mermar la culpa que le echas a Lolo en esto. Verás, él me contó que al salir de la plaza estuvo a punto de revelarte todo el plan cuando te vio tan afectado durante el camino de regreso a casa, pero tú le cortaste las palabras cuando charlaban en el jardín y le azotaste la puerta. Después de ese incidente, fue cuando me llamó al celular, me manifestó que estaba preocupado por ti, que lo habías tomado muy mal y que incluso te habías tropezado y lastimado. Me advirtió también que si yo no hacía algo al respecto, él lo haría para tranquilizarte. Le dije que no se preocupara, que yo lo remediaría, así que, en pocas palabras, el llamado de Lolo, fue lo que verdaderamente me hizo conducir hasta tu casa y es la razón verdadera por la que estoy aquí justo ahora. Y tiempo después, cuando tú me llamaste para expresarte sobre los supuestos ladrones, ya me había adelantado a los hechos, pues ya había bajado al garaje del edificio, alistaba mi motocicleta y me abrigaba para salir. Así que, dejemos fuera a Lolo en este asunto. Yo asumo toda la responsabilidad.

— ¡Cállate! —Comencé golpear violentamente el pecho de Adrián mientras gimoteaba— ¡Los odio! ¡Los odio! ¡Los odio!

—Sé que no fue la mejor manera, pero cuando por fin me llamaste al celular, desesperado, inventando excusas absurdas para alejarme de la chica, supe que mis acciones habían surtido efecto, logrando esa reacción, esa revelación que buscaba en ti, esa prueba tan preciada de que me quieres y que eres capaz de celarme y de que no estarías dispuesto a compartirme con nadie más. A través de la línea te escuché, por primera vez, luchando por mí, luchando por hacerme venir y tenerme cerca. Dime, ¿tuve que ponerte en esa situación y hablarte duro, y que me creyeras perdido, para que reaccionaras e hicieras algo al respecto?, ¿por qué me hiciste recurrir a esos recursos tan desagradables? —me lo reprochó, oprimiendo sus facciones faciales mientras yo continuaba golpeado su pecho para intentar apartarlo de mí.

— ¡Te odio! Te o… —Dejé de golpear su pecho y me solté a llorar. Me rendí ante el llanto.

Patético…

No podía más. Había llegado a mi límite.

Atiborrado de lágrimas, me cubrí el rostro con el antebrazo para que no me mirara así de mal como me encontraba. Con los ojos enrojecidos, hipé. Lloraba como un niño pequeño, con sobresalto, con sentimiento. Lloraba porque Adrián tenía razón: Tuve que pasar por todo aquello para ser capaz de encarar mis propios sentimientos. Tuve que sentirle lejos, para desear tenerle cerca…y actuar para aferrarlo a mi lado.

—Caperucito… —Preocupado y afectado ante mi repentino colapso emocional, Adrián liberó esa opresión de mi cuerpo que me mantenía en contra de mi voluntad en la cama, y lo suficientemente sereno y compresivo, me tomó delicadamente del brazo con el que me cubría la cara, y lo fue retirando pausadamente de ella; oculto detrás de ese brazo, mi semblante desastroso lo esperaba.

Y fue así, como nuestros rostros se reencontraron, en medio de esa oscura habitación y el rayo de luna como reflector. Todavía hipando como un niño pequeño, encaré al motociclista y aprecié sus salvajes y a la vez gentiles ojos lobunos mientras que lágrimas seguían humedeciendo mis mejillas, mejillas que se encontraban irritadas y rojas de tanto llorar. Estaba hecho todo un desastre emocional. Mi apariencia en ese momento era  un cuadro patético de admirar. Pero no me importó mostrarme deshecho, hecho añicos, si era Adrián el único testigo quien miraba.

—Escúchame Caperucito… —habló con enternecimiento y afectación—. Sé que más allá del orgullo, estos rotundos rechazos tuyos se deben principalmente a que estás aterrado de tus propios sentimientos. Pero escucha, yo también lo estoy. Estoy asustado. Esto de amar a otro chico, es nuevo y complicado para mí también. Me ha creado todo tipo de conflictos y he tenido que hacer sacrificios. He luchado contra mí mismo, mis propios intereses y mi… pasado. Mi pasado, sobre todo. —Me miró con las pupilas dilatadas—. Sin embargo, no me importa el precio, ni el miedo, ni las consecuencias, ni nada de lo que esto conlleve. Tomaré todos los riesgos, sólo para poder estar contigo...

Sentí cómo mis entrañas se me estrujaron violentamente al escucharle.

—Y reitero, no es mi intención violarte, sólo intentaba… acorralarte de tal manera para que fueras capaz de encarar y aceptar tus sentimientos. Pero no, no voy a hacerte el amor. No sin tu consentimiento. Y no, no es mi intención retenerte más tiempo en contra de tu voluntad—Y apartó las manos de mí—. Al final, no importa cuántas cosas diga o haga, tienes tú la última palabra, tienes la decisión y así el poder absoluto de que lo nuestro sea un hecho.

Una lágrima resbaló traviesa por mi rostro.

El Lobo se inclinó sobre mí:

—Te pido que seas valiente por favor. Por ti. Por mí. Por nuestra felicidad. Te preguntarás por qué soy tan insistente, porqué no planeo esperarte cien años. Y es porque no estoy seguro si los viviré. Mira…—Adrián se llevó una mano al costado y se lo palpó levemente por encima del cuero oscuro de su chaqueta, mostrando a su vez un leve visaje de dolor en su rostro—. ¿Recuerdas la herida que me hicieron recientemente con una navaja?

— ¿Ya te ha… sanado?—Balbuceé acongojado e inmediatamente también pasé a mirar la herida de su labio inferior hecha en la misma pelea.

—Estoy bien, estoy bien —le quitó importancia—. El punto que deseo resaltar con esto, es que esa herida, como otras tantas que me han hecho a lo largo de los años, son para mí un cruel recordatorio sobre la fragilidad de la vida. Las situaciones riesgosas a las que me he enfrentado desde muy joven al ser parte de una pandilla y de llevar una vida decadente en la calle, me han enseñado de que nadie tiene asegurado el día de mañana. Y cada día que pasa, morimos un poco sin que lo sepamos, y nuestro orgullo, miedo e inseguridades se llevan de nosotros un tiempo muy preciado que no se recupera, y a veces, cuando por fin nos decidimos a vivir, a ser felices, nos damos cuenta de que ya es demasiado tarde. Pero hoy estamos vivos, Caperucito. El destino ha decidido conspirar a nuestro favor haciéndonos coincidir. Entonces, ¿por qué no estar juntos hoy que podemos, hoy que respiramos, hoy que somos jóvenes aún? Hoy, que la vida no lo ha permitido.

Lo miré fijamente mientras hablaba y noté que el Lobo ocultaba otro motivo debajo de ese exasperado discurso, debajo de esa insistencia suya que no logré descifrar aunque me esforcé en intentarlo; algo que lo tenía abatido, algo que parecía no darle las condiciones para esperar más. Y se hallaba desesperado. Segundos después, luego de tragar saliva, Adrián apartó la mano de su herida y continuó:

—La vida que llevo me ha impedido mirar a largo plazo. Quizá por ello soy un tonto temerario que se deja manejar por sus impulsos como si fuera el último día de su vida. Y no afirmo que sea la manera más correcta y prudente de actuar, pero Caperucito, no puedo quedarme quieto y esperar cuando se trata de nosotros; no quisiera que llegara un día donde me lamente el no haber estado juntos, y es por ello, que en sí, he venido a rescatarte esta noche; no de ladrones imaginarios, he venido a liberarte de ti mismo, de tus propios miedos y de tu orgullo que no te permiten amarme con libertad. Verás, cuando me llamaste, me percaté que tu miedo y orgullo eran los verdaderos secuestradores que mantenían prisioneros a tus sentimientos, fue la voz de ellos los que me pedían ayuda, quienes se estaban manifestando. Por ello, destruiré a tu orgullo y a tus miedos esta noche…sólo tienes que dejarte salvar…dejarme liberarte.

Intenté hablar, pero al no lograrlo atragantado por mis propios sollozos, simplemente me dirigí a él con las pupilas inundadas, y con mis labios sorbiendo mis lágrimas.

 Fue así que las palabras cesaron y cayó el silencio sobre nosotros. Dejándonos llevar por la intensidad del momento, con nuestras emociones a flor de piel, sostuvimos la mirada un par de segundos, hipnotizados uno del otro. Inevitablemente, esa tensión que al principio se debía al enojo, fue transformándose en tensión sexual.

Sin romper aquella profunda conexión visual, el Lobo fue inclinando su rostro sobre el mío mientras sollozaba. Se sintió la tensión en nuestros cuerpos al instante del acercamiento facial e intentando apaciguar nuestros sentimientos ya descontrolados, acudimos a la estrategia de la respiración para frenar así nuestros avivados instintos, mientras nuestras frentes descansaban una en la otra y nuestras narices se frotaban mimosas, mirándonos a la vez, nuestras bocas entreabiertas y jadeantes.

Sabía que su intención era besarme, y aunque en un principio yo mismo me advertí del peligro que conllevaba volver a tocar sus labios, era yo mismo quien al final, decidió ignorar su propia advertencia.

«Sólo tienes que dejarte salvar…»

«Salvarte de ti mismo…»

Así que cerré los ojos y sollozante aguardé bajo la oscuridad de mis párpados a que sus labios me atacaran.

Para mi sorpresa, esta vez su boca no fue brusca, pues cubrió la mía de manera tan sutil, que en un principio el tacto se sintió superficial, casi ausente; fue como el beso de un fantasma, un beso del viento. Tan liviano. Tan espiritual. Tan tenue.

Nuestros labios permanecieron sellados, quietos y rozándose durante unos segundos, sintiéndose, reconociéndose, en sabor y textura, posados sutilmente uno encima del otro, como una caricia grácil. Posteriormente, el Lobo apresó de manera delicada mi labio inferior y lo sorbió, al igual que la humedad de mis lágrimas saladas. En respuesta a ello, entreabrí mis labios y comencé a moverlos al ritmo pausado que me dictaron los suyos, acariciándolos con delicadeza, sintiendo su magulladura en ellos. Los labios de Adrián estaban barnizados con el frío de la noche, pero mi boca no tardó en calentarlos.

Sedientos y ansiosos por sentir más, succionamos nuestros labios. Y me bebí su saliva como si de agua bendita se tratara.

 

Un momento…

¿Será que este beso es algún tipo de aprobación de mi parte para que Adrián continúe con su cometido de esta noche? ¿Es el beso una afirmación de mis sentimientos por él? ¿El declive de mi voluntad? ¿Ahora cómo detengo esto si su lengua ya no me deja ni pensar?

—Uhm…—gemí dentro de sus labios. Y me dejé guiar por el fatídico camino al que me estaba conduciendo su boca.

¡Tantas veces que me dije a mi mismo que Adrián no me convenía, que no debía confiar en alguien como él, se lo repetí tantas veces a Carla y juzgué de estúpidas a todas aquellas personas que se había enamorado de un fuck boy como él, burlándome incluso de su vana esperanza de esperar una relación estable con una estrella porno. Patético, ¿cierto?!

Y ahora, sin percatarme, dejé de escuchar mi propio consejo, mi propia advertencia para bajar la guardia ante él y amarle.

Escandalizado interrumpí abruptamente el beso y reparé en lo rojo de mis mejillas, reacción física que inevitable se avivó después del reencuentro de nuestras bocas.

Contemplando mi ya mejorado semblante, Adrián sonrió levemente y se tomó la delicadeza de borrar con sus dedos cualquier estela de humedad que haya dejado las lágrimas en mis mejillas.

—Te ves de mejor ánimo —sonrió con reparo—. Dime, ¿aún sigues molesto conmigo?

—Jamás dejaré de estarlo —Desvié ligeramente el rostro, avergonzado.

Con un movimiento que fue impredecible para mí, estiró su brazo buscando una de mis manos y atrapó dos de mis dedos que se encontraban escondidos bajo las mangas de mi pijama de ositos. Los apretó dentro de su puño.

Me encantó la sensación que me provocó la piel fría, áspera y varonil de su grande mano, y del ademán tan sutil y delicado con el que tomó mis dedos y se aferró a ellos.

— Espera… ¿tienes fiebre? —Preguntó al percatarse de la calidez en mis dedos.

—No —hice un mohín negando con un movimiento de cabeza —Quizá es porque hace poco tomé una ducha caliente.

—Ya veo… —Adrián apretó más mis dedos. Parecía disfrutar la tibieza de mi piel y se apresuró a tocarme la frente también, despejándome los húmedos mechones aún aromatizados por el champú de princesas que usé de mi hermana.

Me sentí tan mimado y solté un involuntario suspiro ante la acción de su cariñosa mano en mi castaño cabello.

Por mi parte, también pude percibir que Adrián se había duchado recientemente, aunque el viento invernal le haya secado el cabello durante su viaje en moto y aunque su ropa siguiera llevando impregnado ese ligero olor a cigarrillo. Supongo que aquel olor a nicotina era ya parte natural de su esencia.

Nos miramos, y de pronto, sin previo aviso, cuando apenas me recuperaba del beso anteriormente dado, a través de una acomedida impetuosa, su impúdica boca me robó uno más y mis finos labios desaparecieron dentro de su cavidad.

Me besó con bravura y su lengua comenzó a excederse.

Mis labios, que todavía eran inexpertos, fallaron ante su destreza e inevitablemente respondí de manera entorpecida a sus lamidas. Sin embargo, el Lobo no le tomó importancia a la inexperiencia de mi proceder y continuó devorándome la boca como si no hubiera un mañana. Dicho beso, fue conduciéndonos paulatinamente a un estado febril del que nuestros cuerpos comenzaron a reaccionar. Las manos de Adrián me tomaron de la cintura y sus yemas me desgarraron la tela de mi pijama como si quisiera hacerla trizas.

—Adrián, espera…—pedí cuando su lengua pasó a lamer la curva de mi cuello.

Él no atendió a mi súplica y metió una de sus manos dentro de mi camisa de dormir.

Me sobresalté al sentir su mano recorrer la tibieza de mi vientre delgado y pálido. Arqueé la espalda y me estremecí mientras sus dedos, ciegos bajo la tela, exploraban con su tacto mi piel.

—Adrián…—delirante, seguí suplicando—Detente…

De pronto, su mano alcanzó a rozar accidentalmente una de mis tetillas. Cerré los ojos y sentí cómo esa parte se erizaba pese a lo superficial de su caricia.

¿Qué había sido esa reacción corporal mía?

Sujetándolo del antebrazo, impedí que la mano de Adrián continuara jugueteando dentro de la tela e hice que la sacara de ahí. Pero aquella acción de mi parte no le impidió continuar…

Tendido en el colchón, miré cómo Adrián se deshacía de su chaqueta de cuero, luego,  se desprendió de su camisa de resaque exponiendo así su torso trabajado, esos brazos y ese abdomen marcados.

Mi respiración iba aumentando de velocidad.

 Además de su melena descuidada, pude notar ese crucifijo con cuentas de obsidiana que rodeaba su cuello y colgaba de su pecho, ese mismo objeto religioso que le había comprado una mañana de domingo.

Pero… ¿cómo lo obtuvo si Machete era quien se lo había quedado?

Sentí cómo se me estremeció el pecho ante tal sorpresa. Y aunque las pupilas se me iluminaron, fingí poca importancia en ello; fingí incluso no haberme percatado del objeto. Sin embargo Adrián averiguó inmediatamente que miraba el rosario, lo tomó entre sus manos y añadió:

—Te dije que Machete no es un chico malo, sólo le encanta aparentar serlo.

—En realidad me es irrelevante —hice un mohín y desvié la mirada.

Además del crucifijo, también pude notar con más claridad su herida de navaja en el abdomen: esta vez la tenía cubierta por parches nuevos y limpios.

Me mordí lo labios, y mientras me esforzaba por sacar de mi cabeza la perfección de su pecho desnudo frente a mí, Adrián continuó con el desprendimiento de ropa.

 Ignorando mi pánico, se apresuró en desabrocharse la hebilla de su cinturón. Se desbotonó y se bajó la cremallera con premura, como si dejar trascurrir un segundo fuera ya una pérdida valiosa de tiempo.

Fue cuando pude apreciar su ropa interior y en ella el prominente bulto que ocultaba sus vaqueros. Se marcaba perfectamente en la tela el tamaño y la figura redondeada de su miembro, mismo que poseía una sobresaliente protuberancia, y que por ende, me alarmó al instante.

—No sigas… —imploré casi como un jadeo, y tembloroso, me levanté y puse mis manos en su pantalón desbotonado para evitar que se lo quitara. Estaba inquieto y Adrián notó mi nerviosismo, que empeoraba considerablemente.

Nos quedamos en silencio, sentados uno frente al otro, respirando agitadamente con mis manos aferradas a su pantalón, estrujándolo, en un constante tragar de saliva.

Recargué mi frente con la suya, y avergonzado, mantuve la mirada abajo, hacia mis manos, que se aferraban a su pantalón. Me temblaban los dedos escandalosamente, y mis bocanadas de aire eran escandalosas.

Me miró desafiante y a la vez mordaz. Su mirar turbó la quietud de las cosas que nos rodeaban y su mano acariciando mi rostro quebró la poca serenidad que poseía. Ya era imposible regresar, me sentí en medio de un huracán y no quería volver a la calma. Algo dentro de mí me empujaba a ceder a ese febril deseo de lo prohibido.

Adrián, relajado, aguardaba. Una simple decisión mía y los dos iríamos al cielo o al mismo infierno. El momento era uno y total.

—Dime algo… —dejé escapar un hálito—-. Pareces muy dispuesto a esto, pero, ¿tu miedo es realmente nulo que no te preocupan las consecuencias? ¿O lo que vaya a pensar el mundo si se entera?

Como respuesta, Adrián sonrió amargamente y extendió las palmas de sus manos ante mí para que las apreciara: estaban vacías.

—No tengo nada que perder, sólo tú—añadió.

Engrandecí los ojos al escucharle.

Con la misma respiración alterada, Adrián bajó su mano al cuello de mi camisa y lo atrapó con su puño. Me inquieté al captar el movimiento y la intención de su mano, manteniéndome aún con la mirada en sus vaqueros y el cuerpo inmóvil. Tragué saliva cuando la mano de Adrián que estaba sobre mi cuello, fue descendiendo y desbotonando con lentitud mi camisa de dormir —un botón a la vez—, hasta dejar expuesto una parte de mi blanquecino pecho.

Seguí inmóvil, respirando atropelladamente, aferrando mis dedos a su pantalón.

 Adrián estaba desvistiéndome y eso me hizo temblar.

Olfateando mi temor, el Lobo me tomó del mentón y me enderezó el rostro para que lo mirara y así, de alguna manera transmitirme paz. Hipnotizado por los ojos de mi depredador, respiré hondamente y me dejé besar cuando su boca me acechó. Recibí el beso sin ningún tipo de forcejeo y dejándome guiar por su lengua, me envolví en sus movimientos hasta que aturdido por el sabor de su saliva, liberé inconscientemente mis manos de su pantalón que impedían su cometido.

 Interrumpiendo el beso, Adrián decidió aprovechar el entorpecimiento de mis sentidos de ese momento para desprenderme completamente de mi camisa de dormir y arrojarla lejos de la cama.

Carente de la prenda, me encogí de hombros, avergonzado de mostrarle la nimiedad de mi piel.

—No —Intenté cubrirme.

Retomando el beso, la boca de Adrián me atrapó con su pericia. Y cerrando los ojos, me dejé perder por ella hasta hallarme recostado en el colchón de nuevo.

 Cuando menos me di cuenta, su cuerpo yacía de nuevo sobre mí…

No había vuelta atrás. Todo estaba pasando igual a ese sueño que tuve hace mucho…

Resignado, cerré los ojos, y esperé mi fin.

 

El Lobo me devoraría por completo…

…bajo mi propia voluntad.

 

 

Notas finales:

El siguiente capítulo estará pronto. Ya llevo ventaja. Gracias por seguir aquí.


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