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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

El Lobo sonrió…


Comenzó a percatarse que "idiota",


era mi manera más pura y sincera de decirle "te quiero".

Advertencia: Contenido explícito. No apto para menores de edad.

 

Capítulo 19:

“Te quiero”

(Segunda Parte)

 

 Los besos —más húmedos que nunca—, nos habían llevado flotando a la cama de nuevo. Sin separar nuestras bocas, amartelados nos recostamos uno encima del otro. Bendita sensación fue aquella. Y envueltos en una ávida danza de lenguas, Adrián se abrazó de la desnudez de mi tibio pecho mientras este temblaba expuesto ante el viento invernal que se colaba por la delgada cortina de estampados caricaturescos. Pero ni el fresco viento me causó más escalofríos como lo hizo el crucifijo que colgaba del cuello de Adrián… Me estremecí cada vez que la punta del acero plateado del rosario rozaba la tibia piel de mi pecho al momento que el pelinegro se inclinaba sobre mí para besarme; esa cruz bendita que estaba siendo cómplice del impuro deseo de nuestros cuerpos. Quizá por ello, al sentir ese objeto rondar por mi piel, lograba alterarme de alguna manera. Al fin de cuentas tal objeto simbolizaba a la religión católica, doctrina que profesa mi familia y yo, y que castiga con el infierno la unión física de dos personas del mismo sexo.

Mi fe debía hacerme desistir, o mi temor a ser castigado con el fuego eterno. Pero el deseo era ya más fuerte que cualquier sentimiento de culpa. Un deseo cegado motivaba todas mis acciones. Caminaba entre la oscuridad, me dejaba caer a un precipicio con los brazos abiertos, confiado de que Adrián estaría abajo para atraparme. Así pues, mantuve los ojos cerrados y con la conciencia rendida, me dejé llevar por aquel momento que la vida me regalaba. No contaba más con la capacidad de pensar claramente. Ya era inevitable... Adrián no desistiría y yo tampoco tenía la fuerza de voluntad para evitar que esto sucediera.

 Los besos del Lobo habían penetrado todas mis defensas tan sutilmente…

Pero ni siquiera sus afables caricias que pretendieron tranquilizarme, lograron evitar que el miedo —ante el paso que daba hacia lo desconocido—, se encontrara presente en mí interior con toda su fuerza, ahí, mezclado entre las otras sensaciones, dándole un toque de sabor amargo a este sentimiento tan dulce de la dicha.

El miedo quebró toda mi serenidad. La hizo añicos.

—Adrián, espera… —Pedí escandalizado mientras mis frágiles dedos se aferraban con ahínco del fibroso brazo de Adrián, quien con sus labios, soplaba con un hálito cálido el hueco de mis clavículas provocándome así leves cosquilleos.

— ¿Mmm…? —Apenas respondió.

— ¿Qué es lo que estamos haciendo?— Me mordí los labios e intenté evadir el hecho de que podía sentir marcado, contra mi cadera, el montículo que sobresalía de la cremallera entreabierta de sus vaqueros.

—Amándonos…

— ¿Amándonos? —Cohibido, me encogí de hombros ante la fricción de nuestros cuerpos que pasaban por constantes roces; roces que me provocaban sobresaltos electrizantes, y algo más. Comenzaba a sufrir de sensaciones extrañas que amenazaban con sobrepasar mi cordura y agitaban mi respiración de manera salvaje. Me encontraba tan alterado que comencé a tomar bocanadas de aire.

Y como si todos aquellos íntimos contactos corporales por los que ya pasábamos no fueran suficientes, el chico pandillero me atrapó y me adhirió violentamente a su cuerpo, hasta sentirme apretado contra él. Y por la manera en que sus brazos me rodearon, tuve la sensación de que le parecían coquetas mis caderas.

Escucharle respirar tan cerca, escucharle tan agitado y sentir su mezclilla frotarse contra mi prenda de dormir… me arrastró al delirio.

« ¿Deberíamos parar?» Me pregunté en mis adentros mientras aún conservaba un ápice de razonamiento.

Con un deseo casi animal, el Lobo mordisqueó suavemente mi pecoso hombro y una de sus manos, merodeó por mi vientre, que era tan delgado y blanco como la nieve.

Algo en mí, quizá mi instinto de supervivencia, seguía empeñado en detener esto, ¡pero mis abstraídos brazos no reaccionaban!, no lo detenían y dejaban continuar a mi depredador con sus perversas intenciones. Podría él hacerme pedazos con sus manos, y yo seguía allí, pese a esa posibilidad…

Sus caricias, inicialmente tranquilas, comenzaron con un magreo más sexual y desesperado. Las yemas de sus dedos comenzaron a hundirse en mi piel como si fueran garras lobunas, me desgarraban, como si quisieran hacerme tirones la piel. Y cuando sus dedos pretendieron acercarse a un punto más restringido de mi cuerpo, mi piel reconoció su tacto y reaccionó con sobresalto a su pretenciosa intención. El rondín de sus dedos, me aventuró a aquella tarde después del partido de futbol, a todo lo que me hizo sentir. Esas caricias… se retomaban, dispuestas a ir más lejos esta vez.

Brotó de pronto, una súplica, un quejido.

—No… —Pedí, afiebrado.

—Sé que quieres hacerlo. ¿Lo ves? Eres incapaz de defenderte —señaló ante mi debilitada voluntad y mi escaso intento por escapar.

Quise contradecirlo, pero sólo logré hablar en monosílabos ante el paseo que se daban sus traviesos dedos por todo mi pecho. En mí, sólo había un continuo regocijar de sábanas.

Con la intención de alterar más mi estado físico y emocional, su mano comenzó a agasajar el largo de mis piernas a través de mi pijama, y sus caricias se concentraron más en mis firmes muslos, mismos que fueron entreabiertos por la rodilla de Adrián.

—Detente…—rogué, pero inmediatamente me calló con un beso. Mis labios, respondieron de manera tímida y torpe su ávido beso por varios segundos… cuando repentinamente acelerado, él alejó bruscamente su boca de la mía, y obligó a mi cuerpo entero a darse la vuelta, poniéndome así de espaldas, con la cara contra las sábanas.

— ¿Qué…? —Balbuceé absorto y nervioso, sin saber exactamente qué pretendía al dejarme en esa postura que me hizo sentir totalmente expuesto y sometido.

Y antes de que pudiera cuestionarle su atrevida acción, Adrián se restregó a mi curveada espalda, me besó los mechones sudados de mi pálida nuca y sentí a una de sus manos bajar pretenciosamente hacia mis sentaderas. Sin titubear, al llegar a ellas, el Lobo las masajeó con lascivia y exprimió la bien marcada circunferencia de mis glúteos.

Un cosquilleo electrizando recorrió todo el largo de mi espalda.

—Oye… qué haces —logré hablar, con las mejillas al rojo vivo. Él no me respondió con palabras, sin embargo, sentí su intención en su incipiente bulto viril bajo la mezclilla de sus vaqueros cuando este rozó mis nalgas…

—hmm— se me escapó un pequeño y poco audible gemido al sentirlo.

Aturdido por el impredecible sonido obsceno emitido por mi boca, Adrián no se contuvo más, se acomodó detrás de mí como si fuera a penetrarme; sentí cómo me ponía una mano en la cadera, y la otra, de un tirón, intentó bajar mi pijama, dejando así a la vista una parte de mis nalgas ya rojas por el roce. Escandalizado y temblando de miedo, a modo de reflejo, me subí el pijama rápidamente, me di la vuelta y levanté la mano, dispuesto a bofetearle ante tal atrevimiento. Pero Adrián me detuvo en el aire y atrapó mi muñeca dentro de su puño. Ruborizado, respiré atropelladamente mientras lo miraba a los ojos.

¡Era un sinvergüenza! ¿Y de espaldas? ¿Como si fuéramos perros?

—Eres un… —Me mordí los labios con saña y respiré agitadamente.

Y mientras el Lobo me sostenía, evitando mi vano intento de abofetearle, él logró sentir entre su puño la bandita que yo traía atravesada en la muñeca.

— ¿Te… lastimaste? —inquirió y con delicadeza paseó sus dedos sobre ella.

No iba a responder, ¡no después de lo que pretendió hacerme recientemente! Pero…

—Me caí en las plantas de mamá —respondí sin más, con aire distraído—. Ha sido sólo un raspón.

—Sé más precavido, por favor —me reprendió, gruñendo.

Curvé los labios ante su reprenda.

¿Escucharon? ¡Lo pide el chico pandillero que lleva heridas por todas partes!

Dejando a un lado el tema de la herida, Adrián hizo una pausa, dio respingo profundo y añadió con seriedad:

— ¿Estás muy asustado de esto? —Sus pupilas señalaron nuestra postura en la cama—. Digo, estoy sosteniendo tu mano para que no me revientes la mejilla.

— Yo…—tragué saliva.

— Que te haya puesto de espaldas e intentado llevar esto más lejos… ¿te hizo sentir intranquilo?

Balbuceé antes de responder con sinceridad…

—Me tomó por sorpresa. ¿Sabes? No soy un chico acostumbrado a este tipo de situaciones, a sufrir este tipo de asaltos, y, no sé si me siento preparado…—me ruboricé y me encogí de hombros.

—Caperucito… —clavó sus negros ojos en mí.

Giré la cara avergonzado, haciéndome el desentendido.

Para asegurarse de no lastimarme la herida, Adrián atenuó la firmeza con la que me sostenía la muñeca suavizando así la presión accionada de sus nudillos. Posteriormente fue abriendo su mano deshaciendo el puño, y fue deslizando la palma de su mano sobre la mía, hasta capturar y entrelazar nuestros tibios dedos.

—Déjame mostrarte de lo que te estás perdiendo, Caperucito —me susurró al oído y jugueteó con nuestras manos.

—Pero no estoy seguro de… —No pude terminar. Con aire distraído y actitud mimada, con mi mano libre tomé su cruficijo que colgaba de su cuello y enredé mis dedos en él. Al percatarme de la bobada que hacía, puse quieta mi mano y la bajé, con las mejillas infladas—. No estoy seguro…—Repetí.

— No pienses, sólo siente… —Hundió su rostro en el mío y sorbió con desmesura mis labios.

Mi mente se hizo papilla.

Debilitado, me dejé envolver por su boca, cayendo nuevamente en su perverso juego.

Y nos besamos, con los dedos de nuestras manos entrelazados.

 

Retomamos el ritmo y las caricias. Sus labios no demoraron en bajar a mi cuello y posteriormente a mi pecho. Ahí, su boca comenzó a succionar mis lunares y hacer trazos húmedos en mi pálida piel. Me estremecí al sentir su devoradora boca rondar por mi pálida desnudez, dejándome a su paso chupetones rojos y otras marcas notorias. Cada caricia suya que iba explorando mi cuerpo, iba dejando irremediablemente ese rastro de enrojecimiento en mi piel, al igual que una imprescindible vibración y un estremecimiento en cada parcela de mí, erizándome cada poro y haciéndome arquear mi espalda, sacudiéndome. El Lobo no tenía idea lo que su boca estaba provocando en mí… qué tan alto me hacía volar… Sin embargo, pese a la inevitable flaqueza que sufría ante sus manos, no pretendía liberarme, dejarme ser plenamente yo ante él, y exponerle los desastrosos efectos de sus caricias, para que así, se le subiera más el ego o para que tomara algún tipo de ventaja al ser consciente del gran poder que tiene sobre mí; de lo débil, lo vulnerable que me pone.

Y evité mostrarme afectado, suprimiendo mis expresiones, mis emociones, el temblor de mi piel, y lo estaba haciendo bien, pero repentinamente, dos de sus dedos atraparon una de mis suaves tetillas. ¡No lo esperaba! El lobo la presionó y exprimió mientras yo comenzaba a retorcerme de placer. Con la boca, sorbió mi otro rosado pezón y comenzó a lamerlo de manera circular, con la punta de la lengua, remojándolo con su saliva, para posteriormente morderlo suavemente con los dientes y estirarlo antes de soltarlo.

Fruncí los labios acallando un gemido, pero era inevitable que las reacciones de mi cuerpo se fueran haciendo más evidentes y que estas me delataran en determinado punto. Hablaban ya por sí solas.

Mientras la punta de su lengua jugueteaba con mis tetillas, su mano bajó, escurridiza, y masajeó la cara interna y externa de mi firme muslo derecho. Me tomó de él y subió mi pierna a su cadera, de tal manera que toqué con mi pie la punta del trasero de Adrián. Entretanto, sus labios, habían dejado ya hinchados, rojos e irritados a mis pezones ante las constantes lamidas.

Yo, ante sus múltiples ataques, sentí un cosquilleo intenso que se concentró en un solo punto de mi cuerpo...

 Atónito, me abracé del brazo de Adrián con más fuerza ante una repentina sensación de procedencia sospechosa: Algo comenzó a manifestarse, a lastimarme bajo mi pantalón pijama. Algo que se sentía incipiente en mi entrepierna. A cada caricia suya, a cada intento de acercamiento de su mano a la zona, aquello quería despertar. Lo sentí quemarme, ¡carcomerme! Era un cosquilleo martirizante y desgarrador que buscaba con desespero ser estimulado, neutralizado.

¿Es a esto lo que llaman excitación…?

«Piensa en gatos bebés, piensa en gatos bebés, piensa en gatos bebés, piensa en gatos bebés, piensa en…»

Intenté ignorar y sobrellevar la involuntaria reacción corporal, pero me fue inútil. Era tan intensa la sensación, que dolía. Hice una mueca de dolor. No, no podía con ello, necesitaba urgentemente que algo lo aliviara. Me sentía asustado, y pese a que intenté evitar que Adrián se percatara de mi angustiosa situación, él logró sentir la avivada manifestación de mi miembro cuando este rozó ocasionalmente su abdomen.

Rayos…

Casi al instante, Adrián bajó la mirada hacia aquel animado bulto, y aunque me sentía lo bastante avergonzado de ello, la necesidad comenzó a intensificarse a tal grado de volverse insoportable, a escocerme con tal ardor, que comencé a rogar muy dentro de mí, que las manos o la boca del Lobo, aliviaran de alguna manera el dulce martirio por el que estaba pasando.

Rogaba por una caricia suya…

Quería más de sus manos. Lo quería todo.

 Al ser consciente de la angustiosa situación por la que mi cuerpo me hacía pasar, relamiéndose los labios, Adrián bajó su mano hasta ese bulto que marcaba perfectamente la figura de mi miembro… y sin detenerse a pensar en mi estabilidad emocional, lo rozó superficialmente por encima de mi pijama, arrancándome así un respingo.

—Qué haces…—ruborizado cuestioné, pero fui acallado con un sobresaltado gemido.

—Lo que tanto necesitas y no te atreves a pedir…—y sus dedos comenzaron a bordear la figura de mi incipiente pene, dibujándolo.

—Espera…—mí cuerpo sufrió un espasmo y respiré entrecortadamente al sentir cada vez más la presión que ejercía el peso de su mano sobre mi parte viril.

 Posteriormente, su mano comenzó a masajearlo, a frotarlo suavemente, activando así la hipersensibilidad de este.

—Ah… ah… ah… —se me escapó un gemido entrecortado y arqueé la espalda cuando sus maravillosos dedos comenzaban a aliviarme esa escoses que martirizaba a mi miembro.

Me aferré con desesperación de su brazo, usándolo como un punto de apoyo.

No podía creer lo que sus manos estaban haciéndome. Me manoseaba y frotaba a través de mi pijama de tal manera que mi pene comenzó a palpitar de la excitación.

Pero no pasó mucho tiempo para que al Lobo le estorbara la tela, por lo que no dudó e hizo el amago de sumergir la mano ilegalmente dentro de mi pijama…

 —No…—jadeé, ruborizado hasta las orejas—Deja ahí, desvergonzado…

Sin esperar un consentimiento de mi parte, él deshiló el cordón de mi cintura que fruncía al pijama, y posteriormente, metió su mano dentro de la oscuridad de mi pantalón…

Y así fue como su mano hizo contacto de manera directa por primera vez con mi miembro viril. Me sobresalté ante el roce de sus ásperas y viriles yemas rondar sobre esa parte de mí, tan íntima, tan sensible, tan prohibida, tan erógena. Él lo atrapó con su puño, y extasiado lo agasajó y masajeó; primero mi escroto, luego el largo de mi pene, para después comenzar a masturbarlo, de arriba abajo.

Ceñí las sábanas. Las desgarré. Sentí cómo se me ponía dura al instante. Cómo se hacía más grande dentro de su mano.

 Él aumentó la velocidad de su puño.

—Ngm… —carraspeé mientras sus dedos frotaban la rosada y aterciopelada piel de mi pene; lo hacía de manera energética, como cuando bates una botella de champán y esperas que salga la espuma.

 Como llamas, sus caricias lamían mi miembro…y este quería explotar…

He de confesar que mientras su mano me masturbaba, incrédulo me pregunté en mi mente si de verdad estaba pasando esto, si alguien como yo —que inocentemente sigue temiendo que un monstruo aparezca dentro de su armario—, realmente no soñaba y estaba teniendo este tipo de experiencia sexual a lo que siempre creí ser ajeno y que imaginé que sólo le concernían a otros, a las personas guapas, estables, sociales y afortunadas. Incluso, al ser consciente de mi poco atractivo, más de una vez me imaginé muriendo virgen junto a mi mejor amigo Lolo. Y estaba de alguna manera resignado a ese destino.

Pero ahora…

Aún en proceso de asimilación, con estupor miré hacía donde la mano de Adrián se agitaba dentro de mi pijama. Con cierto grado de aturdimiento apreté los labios para evitar gemir. ¡Seguía empeñado en no hacerlo! Me avergonzaba la simple idea de que el Lobo escuchara lo que él provocaba que mi boca expresara; y tampoco quería darle esa satisfacción. Así que, sacudí la cabeza con testarudez e intenté ser silencioso ante ese placer que iba incrementándose gradualmente.

De esa manera, junto a las manos de Adrián recorriéndome lentamente, fui conociendo una de las partes más sensibles de mi cuerpo. Quizá crean ilógico que un chico de mi edad jamás haya explorado su cuerpo o que nunca se haya masturbado, pero he de asegurar, que si llegué a hacerlo alguna vez, fue de manera superficial ya que como saben, soy parte de una familia conservadora, con un arraigado deber religioso, por lo que mi exploración sexual conllevaba a un tabú, un cargo de conciencia que no me permitía darme la libertad de disfrutar mis menesteres en toda su plenitud, y ante cualquier sobresalto de excitación que me hubiera asaltado algunas noches me dignaba a suprimirlo e intentaba dormir, o me tocaba levemente, pero con pudor, e incluso muchas veces sobre la ropa, o me frotaba la entrepierna contra la almohada, sin ir más allá. Pero ahora, no solo estaba dejándome llevar por la excitación, sino que me estaba dejando masturbar energéticamente por una mano ajena…por la mano de él… del chico que tanto maldije y presumí odiar con toda mi alma.

Enajenado, boqueé con desesperación y arañé el brazo de Adrián cuando alcancé el éxtasis y me vine sobre su mano. Adrián suspiró satisfecho ante mi avivada erección y la explosión húmeda de mi pene que dejó pegajosos a sus dedos.

Inevitablemente, también había manchado mi pijama y mi vientre.

Avergonzado, intenté disculparme por ello, pero apenas si podía hablar. Respiraba agitadamente y mi rostro se encontraba perlado por gotas de sudor. Adrián, por su parte, sonrió orgulloso y muy satisfecho. Noté cómo se le elevaba el ego por los cielos al verme tan destrozado y débil a causa suya.

Lo maldije a baja voz.

Pero todo apenas iniciaba…

Adrián me fue bajando el pantalón y aunque al principio intenté negarme a ello, la realidad es que estaba tan falto de fuerzas, que apenas podía mover mi cuerpo.

El Lobo también se deshizo de las últimas prendas que llevaba puestas, y, pese a que desvié la vista para no mirarle, pude sentir la complexión atlética de su desnudez recostándose sobre mí.

Fue así, que nuestras pieles desnudas se sintieron. Nuestras auras opuestas se acariciaron.

Lancé un suspiro ante la pegajosa proximidad de nuestros cuerpos. La sensación me debilitó, me hizo flotar. Los roces de nuestras piernas entremezcladas entre las sábanas, hicieron que pudiera tocar el paraíso. Lo vi, envuelto en sus piernas…

Repentinamente, Adrián alejó su cuerpo del mío. Antes, él quería apreciarme… Sus ojos pretendían acariciar primero.

Crucé las piernas con pudor y recelo, cubriendo mis genitales ante su escrutadora mirada. Me abracé el pecho, al estilo mariposa, inseguro y avergonzado de mostrar mi cuerpo desnudo, y todos los defectos en él…

Temblé, con mis imperfecciones expuestas ante él, temeroso de mostrarle quién era yo en toda mi totalidad y no ser suficiente ante sus ojos. Así que, cohibido aguardé, con las piernas cerradas y abrazándome el pecho para cubrir mis tetillas ya erizadas.

 Pero él me apartó las manos, descubriéndome. Y me admiró… lanzando una mirada apreciativa.

Temblé, como nunca antes, ante su mirada clavada en mi completa desnudez… y me mordí los labios e hice un mohín, evitando llorar…

Es difícil cargar con lo que eres cuando no te gustas ni un poco y aun sabiendo que no puedes cambiar tu realidad, que no puedes escapar de ti mismo. Así es como me he sentido desde siempre respecto a mi aspecto físico, al cuerpo donde estoy atrapado, para toda la eternidad.

Mostrarme sin prendas, plenamente desnudo ante Adrián, era un paso muy difícil de dar, ya que jamás me sentí cómodo con mi piel ni con la figura de mi cuerpo. ¿Cómo podría sentirme tranquilo al mostrarme tal y como soy cuando mi piel había sido dibujada con el lápiz de los defectos? Y me transporté a aquellas tardes amargas, cuando mis compañeros de clase se burlaban por cómo lucía. Me señalaban por ser poco varonil y por tener una piel pálida y delicada, tapizada de pecas y lunares que encontraban repulsivos. Por eso, desde que tengo memoria, siempre he odiado mi aspecto físico. Lo odiaba por todos esos malos estragos que me causó durante toda mi vida. Detestaba mi apariencia, ya que por culpa de ella, pasé malos ratos de rechazo y burla. De indiferencia y crueldad. La odiaba porque me causó inseguridades irreparables y me hizo sentir menos. Me hizo, querer morir. La imperfección en mi piel siempre evitó que pudiera usar cómodamente mi short favorito, o una linda camisa de mangas cortas, o bañador en la playa. Odiaba mi apariencia porque por culpa de ella, nunca había podido mirar al sol de frente sin sentirme acomplejado, y temblaba bajo la claridad de la luz que exponía todos mis defectos. Odiaba mi imperfecto ser, porque siempre que fui comparado con otra persona, salí perdiendo; nunca fui la primera opción de nadie.

Desde mi apartado sitio en la escuela, solía observar a las demás personas, tan relucientes, tan perfectas, y siempre deseé que la belleza no fuera un privilegio sólo para unos cuantos. ¡Lo encontraba tan injusto!

Jamás me creí suficiente…Pero ahora, los labios de Adrián comenzaron a contradecir todo lo horrible que creía de mí. Ahora sus labios besaban cada uno de aquellos defectos que tanto odié de mi cuerpo. Aquellos que me causaron inseguridad, complejos, depresión, repudio a mí mismo.

 Mientras las caricias de sus manos iban recorriendo con sutileza cada parcela de mi piel, estas fueron curando cada una de mis inseguridades, logrando hacerme sentir por primera vez en la vida, que para alguien podía ser deseable. Su boca devorándome con desesperación, me confirmó que lo era, al menos para él.

Sus caricias fueron tan sutiles, que me hicieron llorar.

Estaban reparándome.

Y así, Adrián fue robándose mis miedos,

Difuminándolos con su boca…

 

Siempre deseé vivir bajo otra piel, pero hoy, por primera vez desde que nací, me sentí cómodo  al estar bajo la mía.

Será que al final, ¿Cupido tuvo compasión de mí? ¿De este patético chico lleno de defectos? ¿De este joven invisible del que nadie se enamora? ¿Es Adrián mi recompensa a tanto sufrimiento y rechazo? ¿A tanta soledad?

Ahora, todo es tan perfecto gracias a sus besos…

Tan irreal…

¿Estoy soñando acaso…?

Si esto es un sueño, no quiero abrir los ojos nunca más.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Mientras las manos de Adrián recorrían todo mi cuerpo, también fue para mí un autodescubrimiento. Este recorrido que efectuaba el Lobo, era un rastreo a fondo, más detallado y especializado, rastreo que, como ya mencioné antes, nunca me di la oportunidad de explorar en mí mismo ante el peso de mis valores religiosos y morales, y ante mi carácter tímido. Sus caricias, hacían un análisis profundo, estudiaba centímetro a centímetro mi piel; hacían una suma exacta de lunares, un conteo de mis puntos más sensibles; era un manual de pruebas experimentales para identificar sensaciones nuevas, reacciones y estremecimientos por los que antes, mi cuerpo no había experimentado y a lo que nunca se había visto sometido. No hubo un centímetro de piel, que se salvara de su boca.

Y pasamos así un largo lapso, descubriéndonos, sintiéndonos…

Fueron tanto los excesos a los que nos vimos sometidos, que llegó un momento en el que, agitados, nos quedamos quietos para recuperar la respiración. Y un poco de cordura.

Nos miramos intensamente, sin parpadear y nos expresamos tantos sentimientos a través del silencio, tan cómodo, tan sincero. Adrián jamás me había parecido tan apuesto como en ese momento, aunque su belleza fuera parecida a la de un demonio. Y ver su rostro, boca abajo, agitado y estilado de sudor, me hizo entrar en un deja vú que me transportó a aquella noche que nos conocimos, en el callejón trasero de Blue Rose, cuando bajo la lluvia, sus labios despertaban a mi alma dormida; era ese mismo rostro que ahora contemplaba, de nuevo sobre mí. Levanté lentamente mi mano con movimientos vacilantes y temerosos, hasta alcanzar a rozar su húmedo rostro, y titubeé, como si fuera a tocar fuego, como si fuera a quemarme al primer contacto con su piel.

Dispuesto a dejarme derretir por su calor, me armé de valor y después de pasar saliva, recorrí su rostro con una caricia grácil, inocente, y cariñosa, mientras respiraba atropelladamente. Sus facciones crueles y endurecidas, se suavizaron ante mí; él lo saboreó, dejándose perder por el tacto tibio que mis dedos le brindaron a su mejilla. Ensoñado entrecerró sutilmente los ojos, ladeando la cabeza y recargando su mejilla sobre la palma de mi mano, reposando su cabeza ahí por varios segundos, rindiéndose a mi tersura. Era un Lobo salvaje dejándose mimar como un cachorro. Lucia tan encantador que logró cautivar y estremecer mi alma. Era el rostro de un joven que saboreaba aquello que siempre le faltó en la vida: cariño.

Después de algunos segundos de reposo y paz en esa postura, aún con los ojos cerrados, Adrián giró el rostro y besó la palma de mi mano aún pegada en su mejilla, sin romper la penetrante conexión ocular que sostenía conmigo. Entonces mordisqueó intensa y suavemente mi mano, como si quisiera devorarla, pero con suavidad. Ya hambriento de mi piel, buscó a mi boca, para que esta, pudiera responder a las mordidas dadas, mientras me tomaba de la cadera y me acariciaba el torso blanquecino.

Me encontraba tan avergonzado de aquella intimidad que se había dado entre nosotros, que mis manos no fueron capaces de recorrer el cuerpo del Lobo, de sentirlo, de disfrutarlo tal y como él se servía del mío, con incontables perversiones y demasías. Y aquel roce de mis dedos sobre su mejilla, pudo haber sido la única caricia que me atreví a corresponderle esa noche, sin embargo, Adrián no pidió más y atesoró aquel pequeño gesto mío más que cualquier otro…

El Lobo se inclinó sobre mí, y al instante, nos dejamos envolver por la pasión que aguardaba por nosotros.

 Las caricias volvieron a ser febriles, abundantes y desesperadas. Como si no existiera un mañana para nosotros.

 

Adrián sorbió con desmesura mis rosadas y erizadas tetillas. Posteriormente, con gesto desesperado, me puso de espaldas por segunda ocasión, tendido sobre la sábana…

¿Acaso él iba a intentar…?

 Me abracé a mi peluche Filipo en busca de confortación.

Adrián se percató de mi nerviosismo y presintió los ojos de botón de mi peluche, por lo que sonriendo levemente, saludó a aquel objeto inanimado.

—Qué tal Filipo. ¿Estás preocupado por tu dueño? Vamos, no me mires así, que no le estoy haciendo daño. Te prometo… —pasó  mirarme a mí— que Caperucito estará bien en mis manos.

Escondí mi rostro en el peluche al escucharle y bufé, inflando las mejillas. Pero mi comportamiento infantil, no fue impedimento para que Adrián no continuara haciéndome pasar por experiencias adultas, y con la punta de su lengua, recorrió tibia y húmedamente toda la línea de mi espalda, llegando más allá de su final. El crucifijo colgado de su cuello también hizo notar su fría presencia sobre mi piel durante ese recorrido…

—Estás temblando demasiado —Dijo—. No temas, Caperucito.

¡Idiota! ¡Idiota! ¿Cómo podría evitar esa involuntaria reacción corporal mía con él haciéndome tales cosas?

Seguí aferrado a mi peluche, esperando su siguiente asalto.

 El Alfa sostuvo sus manos en la curvatura de mis caderas y entonces…

Él me mordisqueó una nalga, como si se tratara de una manzana, y sentí dibujarse sobre mi piel una sonrisa en sus labios por el hecho de encontrarla pecosa. (En sí, la mayoría de mi cuerpo era pecoso. Tenía unas cuantas acumuladas en los hombros, en el pecho y varias regadas en la espalda). Adrián parecía maravillado ante ello, era como si hubiera alcanzado tocar al fin, esas estrellas que fungían como pecas en el cielo de mi cuerpo.

Fue gracias a esa mordida, que el rubor de mis mejillas alcanzó una tonalidad exageradamente roja.

¡¿Podría él acaso atreverse a hacerme algo más vergonzoso que aquello?!

 

Superándose a sí mismo, el Lobo me incitó a que doblara las rodillas. De esa manera, mi trasero quedó elevado, mi espalda inclinada y mi rostro estampado en la almohada, posición en la que quedé totalmente expuesto.

Me preguntaba qué pasaba, cuando Adrián separó mis nalgas y sumió su rostro en medio de ellas.

—Oye, espera…—Balbuceé. Tuve la intención de detenerlo, pero repentinamente… sentí la punta de su lengua lamiendo los bordes rosados de mi cavidad anal.

 Un espasmo sacudió violentamente mi cuerpo y un gemido sobresalió de mi boca ante los escandalosos sorbos y lamidas sobre mi íntima zona.

—Nhg…~

La lengua de Adrián rozaba y presionaba mi rosado ano. Me removí inquieto ante la extrañeza que me provocaba tal sensación mientras su boca lamía ansiosamente ese estrecho pasaje de mi cuerpo. Absorbía con sus labios y chasqueaba la lengua sobre mi vía rectal.

Me mordí con saña el labio inferior intentando acallar esos gemidos que inevitablemente brotaron de mi boca sin que pudiera hacer algo al respecto…

—Uhm, ah… ~

Antes de que pudiera recobrar el aliento, me penetró con su talentosa lengua, haciéndome con ella las cosas más escandalosas. Y comencé a jadear inconteniblemente al sentir la desesperación en la que sus labios absorbían y devoraban mi ano.

De esa manera, su lengua jugueteó perversa y con destreza por mi resquicio hasta lubricarlo con su saliva. Con mis nalgas entreabiertas por sus manos, aguardé con un nudo en la garganta a que el dedo de Adrián se dirigiera hacia donde residía esa parte más íntima de mí. Separó su rostro, y entonces, con el dedo índice, comenzó a rasgar la rendija de mi recto, a sumergirlo dentro de mí; se fue deslizando y escabulléndose entre mi ranura anal; misma que esperó con pretensión silenciosa, hasta que sus yemas se decidieran a violar el sello incólume de mi virginidad, para que así, lograra encontrar dentro, en lo más profundo de mí, un deseo dormido, un área inexplorada manchada de fluidos, que ansiaba ser examinado por él.

Me retorcí entre las sábanas al sentir su inquieto dedo rasgando y sumiéndose cada vez más profundo en mi cavidad íntima, hurgando dentro de ella, deshonrándola, profanándola, misma que sufría la sensación de dolor al ser penetrada por primera vez. La sensación me abrumaba. Su gran dedo estaba desvirtuándome, arrebatándome la inocencia. La sensación me fue tan vergonzosa que me sobresalté, mientras él lo movía dentro de mí.

 Me removí bruscamente, con la intención de apartarme, pero él colocó su mano en mi cadera para mantenerme quieto.

—Sácalo, por favor…—imploré cuando hube sentido el dolor agudo de tenerlo todo sumergido; inmerso en mí.

En vez de obedecerme, comenzó a moverlo dentro, palpando mis paredes de carne con movimientos obscenos.

— ¿Lo sientes bien?

—hmm… —jadeé y no reconocí mi voz.

 Él lo siguió moviendo dentro, como una ganzúa, haciéndome un delirante masaje externo.

 Y entonces fui víctima de intensos espasmos y contracciones anales.

—Detente, deten…

Y cuando comenzaba a acostumbrarme al dolor y a la sensación extraña que me provocaba su dedo mientras pasaban los segundos, sentí uno más, penetrándome, duplicando el dolor. Estuve a punto de logar respirar, de sentirlo soportable, cuando un tercero se coló también.

— ¡Ah! —lancé un gritito y le supliqué que los sacara. Pero Adrián los siguió moviendo dentro con movimientos obscenos, mientras yo me regocijaba y me estremecía, aferrándome a mi peluche Filipo.

Ya lo suficientemente dilatado mi ano, Adrián deslizó sus húmedos dedos fuera de mí. Punzante, mi cavidad se abría y se contraría constantemente, ansiosa.

 Esa excitación que había dejado en mí, era desesperante e incluso martirizante.

Luego de que sus dedos juguetearan con ella, esa parte en mi cuerpo ya pedía una mayor estimulación, pedía ser penetrada por su miembro, y era tal la desesperación, que quería demandarlo a gritos.

—Por favor… —Solté un quejido.

—Por favor… ¿qué?

Callé y me escandalicé de sobremanera cuando miré sobre mi hombro a Adrián tomar su miembro erecto con su mano preparándose para la penetración. Su hinchado glande se fue asomando debajo de esa delgada y venosa piel que le cubría mientras él se frotaba, masturbándose. Posteriormente se hincó y se fue acomodando detrás de mí, dispuesto a comenzar esto que él perversamente pretendía hacer conmigo y que llevaba pretendiéndolo quizá desde hace mucho tiempo.

Logré decir una exclamación inarticulada, pidiendo que se detuviera, pero no llegué a formularla de una manera que fuera entendible.

—Adrián…—logré decir por fin, con el mentón tembloroso—No…

Noté cómo mis manos comenzaron a temblar sobre la sábana. Tenía miedo.

Pero, al mirar al Lobo, a su rostro sobre mí, me di cuenta por el reflejo de sus dilatadas pupilas, de yo no era el único: él de alguna manera, también estaba asustado.

Ambos teníamos miedo de dar este paso tan crucial. De equivocarnos. De lastimarnos. De arruinarlo todo. De dejarnos llevar por nuestros impulsos en plenitud. De llegar a un punto sin retorno. Temíamos a las repercusiones psicológicas y físicas que pudiera haber. Miedo… de hacernos un mal irreparable.

Sin embargo, me percaté de otra expresión y que él sólo reflejaba: el Lobo me miraba con un gesto de duda que rayaba en un sentimiento de culpa. Aquello reflejado en su rostro, ¿podría ser remordimiento? ¿Sería capaz de detenerse y dejarme ir ileso?

—Si no quieres hacerlo, aléjate ahora—Susurró, y sentí repentinamente cómo el peso de Adrián se liberaba sobre mí.

Tragué saliva.

¡Era mi oportunidad! ¡Mi momento de salvación! El depredador había tenido compasión de su presa y la dejaba marchar aún con vida…

Sí. Pude haberme levantado y huido en ese preciso momento, pero de alguna manera, ¡mi cuerpo me traicionó y no me obedeció! Se sentía acortado, afiebrado, tembloroso, mientras mi mente estallaba dentro de mí « ¡Muévete, es tu oportunidad!» y una intensa sensación de miedo se apoderaba y sacudía mi cuerpo.

Sólo me vi, cómo me limitaba a apretar el sudoroso puño sobre las sábanas, incapaz de moverme y hacerle caso a la razón y tomar el camino de la salvación. También intenté revelarme con la voz, pero mi garganta se encontraba anudada, abarrotada, y tampoco respondió. Fue una lucha contra mi propio cuerpo y deseo que no pude ganar ni por mi propio bienestar.

¡Por qué mi cuerpo está traicionándome de esta manera! ¡Por qué no responde!

No pude detenerlo. Mis deseos me sobrepasaban. Y lo peor del caso, es que era consciente de que estaba condenándome por propia voluntad al sufrimiento y la perdición. Supe desde un principio, que iba a sufrir. Era tan predecible.

Y aunque leí los letreros de advertencia, seguí avanzando por ese camino que me llevó al desbarrancadero…

—Cinco, cuatro, tres, dos, uno… —Adrián concluyó s conteo.

 No me moví. No fui capaz. Sólo temblé.

Adrián sería quien me deshonrara…

—Bien… —Suspiró—. Pero no voy a mentirte diciendo que no te dolerá hasta morir…—Me advirtió, con una sonrisa perversa dibujada en sus labios.

Balbuceé ante sus palabras y engrandecí los ojos al sentir cómo Adrián volvía a colocarse sobre mí.

Volteé hacía atrás por segunda vez y miré sobre mi hombro su pene, erecto e hinchado, y suprimí mis ganas de llevármelo a la boca; de lamerlo, de devorarlo como si fuese mi helado favorito. Sin embargo, apenado de mis repentinos y pecaminosos deseos internos, me apresuré a desviar la mirada, con las mejillas ardiendo mientras me mordía los labios, reprendiéndome por mis instintos involuntarios, obligándome a deshacerme de ellos.

Adrián se acomodó, y con una mano me tomó de la cadera. Inspiró hondo y soltó el aire lentamente. Con la otra sostuvo su miembro endurecido y ya crecido entre sus manos y rozó mi trasero con él.

 Lo azotó suavemente entre mis nalgas…

Gemí, sintiendo estremecerme. Estaba a punto de tener sexo vía rectal, aquel que durante los siglos ha sido tan satanizado por la religión y sociedad.

Y el miedo seguía latente. No se iba. Era un fantasma que no podía ignorar.

Rezaba una oración, cuando sin previo aviso, por fin pasó lo que más temía:

Sentí la punta hinchada de su pene forzando mi reducida y contraída cavidad anal…

 

Y en ese preciso momento supe,

que el amor dolía.

Y dolería de muchas maneras.

 

—Ahhh… — Las palabras se me entrecortaron y solté un gritito, cuando sentí su glande abriéndose paso por mi ano, obligándolo a desplegarse, a tomar un tamaño más amplio para darse paso.

Me atravesó, trasgrediendo la poca inocencia que me quedaba…

 

Su erecto pene se deslizó por mi rectal con un poco de dificultad pese a la lubricación previa de su saliva que habían dejado salpicados a mis glúteos.

Un matiz de amargura se dibujó en mi cara.

Su miembro todavía no entraba completamente en mí, pero la sensación comenzaba a ser demasiado dolorosa y a sobrepasar los límites de soporte de un chico primerizo como yo,  con un cuerpo tan delgado y débil.

—Duele… ah… —Solté un chillido, con el rostro completamente rojo.

 Adrián se apresuró en sacarlo lentamente de mi cuerpo ante mi quejido.

— ¿Estás bien? —preguntó.

Lágrimas cayeron de mis mejillas mientras abrazaba fuertemente a mi peluche.

—Estoy bien… — Contraje los labios, conteniendo los sollozos.

El dolor en el sexo era inevitable, era parte de, y estaba consciente de ello. Pero al sentirlo tan agudo, ya no estaba tan seguro si quería continuar…

Era mejor parar…dejar las cosas así.  

Temblando, me sostuve de la almohada y respiré a bocanadas, intentando reponerme y sobrellevar aquel dolor que seguí palpitante, dispuesto a dar la retirada, cuando de pronto, él me atrajo a su cuerpo con violencia, arrebatándome un apenas predecible quejido: había entrado en mí de nuevo, sin anunciarse.

Sentí el grosor aterciopelado de su pene deslizarse, moverse dentro de mí.

—Adrián no…—jadeé su nombre estremecido de placer.

Mi voz se encontraba congestionada por el llanto.

Lágrimas se me escaparon y me aferré con todas mis fuerzas a mi peluche Filipo intentando hacer más amena la sensación mientras él accedía lenta y tormentosamente en mí, pero el peluche no podía hacer nada para detener tal masacre, sólo se dedicó a mirar con sus ojos de botón cómo el Lobo iba penetrándome, sumiéndose por completo entre mis cremosos glúteos.

Nada de placer. Sólo dolor. Un intenso dolor, casi insoportable.

 La mayor parte del miembro de Adrián ya había entrado completamente en mí. Y cuando comenzaba a digerir el dolor que me generaba su estancia en mí, se avivó como una flama cuando el Lobo comenzó a embestirme, a deslizarlo dentro y fuera de mi cavidad, rasgando en el acto el contorno de mi ano con movimientos cadenciosos de pelvis.

—Uhm… ah… ah… — Los gemidos se me escapaban a través de monosílabos congestionados por el dolor. Emanaba de mí, sonidos guturales.

¡Duele, duele su estancia dentro de mí!

Apenas si podía reconocer mi propia voz, su matiz era poco habitual, agudo y delirante, con toques obscenos. Emitía sonidos catalogados que hacen los pasivos en cintas porno. Y mi cuerpo se retorcía debajo del suyo, y mi espalda se arqueaba sacudida por el deseo.

 Con las yemas de mis dedos rasgué la piel aterciopelada de mi peluche Filipo, regocijándome y apretando la quijada, húmeda por mis lágrimas.

—Sé que duele, aguanta Caperucito —jadeante, Adrián me alentó.

Yo si apenas podía maldecir su nombre. Sentía un dolor tan agudo, que mi boca solo se dedicaba a soltar grititos quejosos.

—Sácalo… ngh… — le imploré entre lágrimas y palabras entrecortadas.

Él no dejaba de empujar hacia adentro, alcanzando a cada salvaje embestida, más profundidad. Adrián estaba aniquilándome, aniquilándome tan sutilmente…

Mi cuerpo se sacudía violentamente a cada embestida. Mis cremosos muslos chocaban contra su pelvis, haciendo a la cama rechinar al ritmo de nuestros movimientos.

Pude haber detenido esta masacre poniéndome de pie o alejándome, pero me encontraba lo demasiado ocupado tocando las estrellas como para huir…

 

Con vigor y desenvoltura, empujó cada vez más profundo. Entonces —cuando me nos me di cuenta—, a cada segundo que trascurría la penetración, el martirio se fue bañando de un intenso y repentino placer. Placer hasta el delirio, combinado con dolor, ambos equilibrados. Cada uno era dado en las porciones exactas. Y de mi boca, comenzaron a brotar jadeos y gemidos de satisfacción.

 A lo lejos, el rumor de la fiesta del vecino que al principio camuflaba levemente las expresiones de mi boca que tanto me avergonzaban, terminó siendo insuficiente cuando mis gemidos comenzaron a ser más escandalosos y gritados.

¡Patético! Dejarme arrancar tales súplicas.

El placer era tal, que se me nubló la razón mientras ese dulce martirio recorría y sacudía cada parcela de mi cuerpo.

Pude sentir en sus arremetidas, su deseo por mí, casi animal.

—Estás tan apretado y  tan caliente —escuché rugir a Adrián bajo los constantes jadeos. Él sudaba y sus facciones delataban agotamiento.

Su pene, levemente curveado hacia arriba, alcanzaba a rozar las paredes sensibles de mi próstata y de esa manera estimulaba mi punto de placer, provocándome intensos micro orgasmos. Y cada roce de su miembro en dicha área, era un pasaje al cielo, un placer tan delirante que hasta mi cuerpo temblaba afiebrado ante el éxtasis total, y se agitaba con violentos espasmos. Tenía hasta tensados y enrojecidos los dedos de mis pies.

—Ugh, ha… —Escuché a Adrián gemir de manera varonil, carraspeaba la garganta y hacía sonidos guturales graves.

Me dio la impresión de que encontraba placer en mi delirio. Entre más yo gimoteara de dolor, él aumentaba más el ritmo de sus penetraciones.

—Para… ya —suplicante, logré articular entrecortadamente, sacudido por oleadas orgásmicas—, no te perdonaré nunca.

Todo era tan pegajoso, tan doloroso, tan estrecho, tan caliente.

Poseído por un deseo descontrolado, Adrián me embistió con más fuerza, aumentando el ritmo de la penetración y mi delirio. Sentía como inevitablemente mi cuerpo se sacudía y mis cremosas nalgas chocaban contra su pelvis a cada embestida dándole el sonido de aplauso. Me mordisqueó el pecoso hombro y besó mi sudorosa nuca, para luego susurrarme agitadamente al oído:

—Me quedaré, así, dentro de ti, para siempre.

Y nos quedamos adheridos durante varios segundos. Como dos animales en apareamiento, mientras él lo moldeaba dentro. Y como si de miel se tratara, más fluidos anales comenzaron a escurrirse de entre mis glúteos, que era un líquido cremoso y opalino, y expedía un olor extraño.

Había alcanzado la fase del delirio. Sacudido por el paroxismo, llegué a mi punto máximo de excitación. Adrián lo alcanzó segundos después, y lo sentí venirse dentro de mí.

Respirando agitadamente, el Lobo sacó su miembro y yo me giré, boca arriba. Las rodillas me temblaban. Agotado y deshecho, me dejé caer en la cama, con mis brazos abiertos y lánguidos. Extrañamente, me sentía relajado.

 

—Adrián… —le llamé entre jadeos.

—Dime, Caperucito.

Te quiero… —soplé con debilidad.

Adrián se detuvo y me miró.

— ¿Qué has dicho? —Preguntó atónito, sin darle crédito a lo que mi boca había profesado. Y un brillo fue iluminando sus pupilas.

Avergonzado, desvié la mirada e hice un puchero.

—Si no escuchaste, es tu problema. No lo diré de nuevo, idiota —Inflé las mejillas y le di un zape—. Idiota, idiota, idiota…

El Lobo sonrió…

Comenzó a percatarse que "idiota",

era mi manera más pura y sincera de decirle "te quiero".

 

Fue así como recibí a Adrián con los brazos abiertos y él se dejó caer sobre mí. Despojados de todo pudor, nos fundimos en un abrazo estremecedor, con nuestros cuerpos desnudos, tibios y trémulos. Nos mantuvimos entremezclados y atesoramos el sentirnos, uno al otro. Fue una experiencia que tuvo un efecto más allá de lo sexual. Ese abrazo, fue un acto desesperado de dos jóvenes, solitarios y rotos, que buscaban el verdadero amor, el pertenecerle a otra persona, pero sin dejar de ser libres. Éramos esos dos chicos refugiándose en el calor de otra persona que le proporcionaba una zona de seguridad, de confort, de una sensación de sentirse amado y reparado, así como un hogar al cual pertenecer. Lágrimas se deslizaron de nuestros ojos. Y nos aferramos en ese abrazo con fuerza, como dos amantes trágicos que se amaron en otra vida. Como dos almas destinadas que se reencuentran, luego de buscarse una eternidad…

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Yacíamos los dos, tan íntimos, tan emotivos, con la sensación de nuestros cuerpos a flor de piel, al contacto y roce de nuestra plena desnudez, sintiéndonos así después de tantas pruebas, después de herirnos tanto.

Esto era tan nuevo, tan maravilloso…

Pudimos echarnos a dormir en ese momento. Todo era tan perfecto. Pero la noche apenas iniciaba para este par de jóvenes enamorados…

Esta vez, el Lobo me mantuvo boca arriba. Con los hombros contraídos, me sentí tan pequeño y frágil en comparación de él, en donde la palidez de mi piel también discrepaba bastante de la suya.

 Era todo un párvulo a comparación.

 Adrián separó mis rodillas, y sosteniendo su miembro en la mano, buscó mi entrada todavía un tanto adolorida e irritada por la reciente penetración. Que ya lo haya hecho una vez, no significaba que los nervios hayan desaparecido del todo, al contrario, después de la primera experiencia, me puse el doble de nervioso el tener que repetir un acto tan doloroso.

Esta vez se aseguró de mirarme a los ojos. Mi rostro cambió ante sus pupilas, viéndose marcado por ademanes de dolor cuando sentí su pene presionando mi ano. Esta vez me lo metió de una sola estocada, por lo que lancé un fuerte y agudo alarido, y mi rostro se distorsionó por el dolor. Me ruboricé, ya que me fue vergonzoso  mostrarle esa faceta a Adrián que jamás nadie ha visto. Mostrarme excitado ante él.

Con mis brazos, rodeé el cuello de Adrián, abrazándome a él, estremeciéndome en él. Mis piernas hicieron lo propio y se abrazaron de su cintura. Con mi mentón reposado en su hombro, en un determinado momento, bajé mis manos a su espalda, esa varonil espalda, la miré y sentí en las yemas de mis dedos sus músculos trabajando, mirando a la vez su trasero moverse mientras me follaba, me horadaba. Sus embestidas fueron demasiado salvajes, como si quisiera poner a prueba mi capacidad de aguante.

 Me dejé llevar por el torrente de ese río de sensaciones e Intenté mostrarme sexy, pero las facciones infantiles de mi rostro definitivamente arruinaron mi cometido.

—Tu ano está rico… —Me jadeó en el oído y me mordió suavemente el lóbulo de la oreja mientras su sexy cuerpo se restregaba contra mí con energéticas embestidas que hacían delirante la penetración.

Evadí la mirada, mientras seguía gimiendo junto a su oído. Adrián pasó sus manos y las posó en mi trasero para profundizar aún más la penetración, apretándolo con fuerza. Me aferré desesperadamente a él, esperando que en Adrián, el dolor se aminorara y fuera soportable; que fuera él un tipo de consuelo a aquel martirio físico.

—No más… —supliqué entrecortadamente— ¡no más…!

La luna llena, que se colaba por la ventana, nos miraría amarnos hasta que el sol ocupara su lugar…

 

Notas finales:

Esa fue la primera experiencia sexual de Ángel. Y con el chico que solía odiar. Es por ello, que el pecoso debe hacerte una advertencia:

Cuidado a quien odias…porque podrías enamorarte perdidamente de él.

Gracias por leer. Si te ha gustado, deja tu comentario.

 Nos leemos muy pronto. Cuídate y que la Manada del Lobo te custodie en los días difíciles.


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