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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

«Nos abrazamos, rodeados de las coloridas flores del jardín de mamá. Sonreí y bajé la mirada con la timidez de un niño mientras me aferraba a su chaqueta de cuero.  Él me levantó del mentón con delicadeza y nos miramos un momento; posteriormente, se inclinó sobre mí, sumergiendo su rostro dentro de mi capucha roja y nos besamos en esa oscuridad que nos proporcionó intimidad…»


Espera… ¿qué?


¡Qué son estas escenas románticas con él! ¿De qué va la historia de mi vida? ¿Qué retorcida dirección está tomando esto? ¡Adrián y yo éramos rivales! ¡Ambos peleábamos por Carla!


Imagínenlo, es como si en un cuento de hadas aparecieran dos apuestos caballeros que están próximos a enfrentarse por el amor de una princesa. Y de pronto, en medio de su lucha bravía, de la nada arrojan sus espadas… ¡y se besan entre ellos!; mientras que la princesa los mira horrorizada y decide acabar con su vida arrojándose desde el balcón ante lo absurdo del universo.


¿Podría alguien tener la mente tan retorcida como para desviar una historia de amor entre un chico y una chica de esa manera?


¿Podría ser esa mi desastrosa historia? 

 

 

Capítulo 20: Adrián, el chico no creyente con un crucifijo en el pecho

 

La claridad de la mañana me hizo abrir los ojos. 

Sorpresivo, tragué saliva al hallarme aferrado a su pecho.

 Había recibido el amanecer cobijado entre sus brazos...

Parpadeé un par de veces, con estupor. Y entonces lo vi, tendido en mi cama, el cuerpo desnudo de Adrián: Después de haber devorado a su presa, el Lobo Feroz se encontraba sumido en un profundo sueño. Por otro lado, el ingenuo Caperucito Rojas, contemplaba el peligroso faz de su acompañante, preguntándose en qué momento se había enamorado perdidamente de su depredador.

Sobresaltado, respiré atropelladamente y me fui levantando lentamente conforme me iba despabilando, siendo cada vez más consciente de la situación, recordando poco a poco, todas aquellas locuras que hicimos anoche, provocando así, que entrara en un pánico repentino.

«Anoche… él y yo…»

— No, no es posible—reí nervioso y sacudí la cabeza en negación—. Debe tratarse de una broma. Sí, una broma muy pesada. O quizá estoy en algún tipo de trance. Estoy alucinando. Esto es un sueño —Intenté convencerme mientras  buscaba controlar el temblor que comenzó a atacar a mis manos.

Y por si la situación ya no fuera lo suficientemente bochornosa, de pronto, bajé la mirada y me percaté que al igual que Adrián, también me encontraba  completamente desnudo, tal y como diosito me había traído al mundo.

Y se me subieron los colores al rostro.

— ¡Ah! —eché un grito cubriendo mis partes íntimas, me desequilibré y caí de espaldas de la cama, golpeándome la cabeza contra el suelo.

—Eso dolió mucho… —hice un puchero y me sobé la mollera.

— ¿Qué ha sido eso? — Alertado por mi repentino grito, escuché a Adrián removerse entre las sábanas—. Caperucito, ¿está todo bien? —Bostezó desde la cama, la bestia devoradora de vírgenes.

¡Nada estaba bien en todo este asunto!

—Esto no está pasando…  —murmuré lúgubre e inflé las mejillas mientras me sobaba la cabeza, ahí, tirado en el suelo, con la espalda torcida y con las piernas hacia arriba, recargadas en la parte frontal de la mesita de noche.

— ¿Dónde estás? No logro verte —Preguntó.

—Aquí abajo —Murmuré, aún con el puchero formado en mi boca.

Quería desaparecer. Poder ser invisible. Escurridizo me hubiera escondido bajo la oscuridad de la cama si no fuera por el fantasma y las arañas que ahí habitaban y que me aterraban. Así que, tímido ante mi desnudez, aproveché que podía ver la punta de la sábana colgando de la orilla del colchón y la jalé de un tirón para cubrirme con ella antes de que el Lobo lograra encontrarme tendido en el suelo, en esa postura tan lamentable y que apreciara mi cuerpo desnudo y pecoso ante la oportunidad que le brindaba la claridad de la mañana. Jalé y jalé la delgada tela con desesperación. Y cuando hube obtenido toda la sábana en mi poder, me envolví en ella y me momifiqué de pies a cabeza sin dejarme ni un resquicio para respirar.

Se preguntarán qué rayos estaba haciendo, el porqué me ocultaba bajo una sábana como una vil cucaracha. Pues adivinaron, evitaba a Adrián. No me sentía capaz de verlo a la cara después de todo lo que había pasado entre nosotros. ¿Cómo podría después de las perversiones que habíamos hecho con nuestros cuerpos? Apenas podía hablar sin tartamudear y mis mejillas estaban ardiendo a consecuencia del conocimiento total de nuestros arrebatos nocturnos. Mis entrañas se encogían ante los vagos recuerdos de aquellos besos y caricias que se dieron en los lugares más prohibidos y recónditos. Me sentía tan avergonzado de todas las obscenidades que me había permitido hacer por aquel chico pandillero, que me era imposible mirarlo a los ojos de nuevo. No me sentía con el valor de hacerlo más. ¡Quizá nunca!

En mi mente todavía puedo oírme a mismo, puedo oír los gemidos quejosos y delirantes que el Lobo le arrancó a mi boca; mi voz acaramelada al gritar pidiendo que lo hiciera más lento, o cómo no paré de salivar mientras él me sodomizaba. 

Anoche, también lo había escuchado gemir a él, gruñir, carraspear de placer… deleitarse quizá ante la sensación que le provocaba el deslizarse dentro de mi cálida estrechez. Recuerdo su pene, el grosor y la erección de este, el cómo se sentía tenerlo dentro, tan duro y firme como un bate de béisbol. 

— ¡No! —Lloriqueé dentro de la sábana— ¿Cómo fui capaz de permitirle…?

Ni siquiera podía llamar las cosas por su nombre en voz alta. Y sacudí con violencia la cabeza.

—Caperucito… —Me llamó de pronto.

Engrandecí los ojos al escuchar la cama rechinar cuando se hubo bajado de esta y posteriormente sus pies descalzos acercándose.

— ¡Trágame tierra! ¡Dios… ¿por qué?! ¡Ah! —Bajo la sábana, en posición fetal, me encogí de hombros mientras apretaba mis ojos con fuerza. Y como lo hacen las zarigüeyas dejé de respirar para hacerme el muerto esperando lograr que el depredador perdiera interés.

—Caperucito —Me llamó de nuevo. Y pude percatarme de su silueta desnuda acuclillándose frente a mí gracias a la delgada tela de la sábana—. Sobre anoche… —Decía, con tono bastante serio.

Él, ¿qué pretendía hacer? 

Acaso…

— ¡No intentes hablar sobre lo que pasó!—Le exigí, respirando a bocanadas—. ¡No seas un desvergonzado!

Hubo un segundo de silencio, y no sé por qué tuve la impresión de que yo no era el único que se sentía distante e incómodo, y sobre todo, de alguna manera, afectado por lo acontecido recientemente entre nosotros.

¿Habremos cometido un error fatal?

Después de una pausa, Adrián carraspeó:

—Amaneció demasiado pronto y me temo que no podré quedarme por mucho tiempo más. Pero antes de irme, me gustaría que dejáramos claras algunas cosas para marcharme más tranquilo —me descubrió una parte de la cabeza, acariciando mi cabello—. ¿Podemos hablarlo?

Hice un mohín bajo la sábana.

—No quiero. No ahora —Contesté con voz tímida y me hice bolita, abrazándome el estómago.

—Pero hay cuestiones que…

—Por favor… —supliqué.

—Sólo quiero asegurarme de… no haberte lastimado  —Señaló con afectación—. Saber si no te arrepientes.

Parpadee.

¿De qué rayos estaba hablando? 

Decidí no tomarlo en cuenta y evadí la posible preocupación del Lobo para sólo centrarme en lo avergonzado que me hacía sentir el tema y de mi incapacidad para abordarlo.

—Déjame en paz —Respiré con agitación.

—¿Te lastimé? ¿Te gustó? ¿O te dio… asco?

—Estoy bien —Tragué saliva—. ¿Contento?

—No. Quiero que me lo digas directamente, a los ojos. Necesito estar seguro.

—¿Por qué sigues empeñado en hablarlo justo ahora? No quiero hacerlo —Hice una rabieta.

Él soltó un largo suspiro.

—Está bien —Apretó los dientes y me volvió a cubrir la cabeza con la sábana—. No quiero forzarte. No más.

Pude ver a través de la delgada tela al crucifijo que colgaba de su cuello oscilar por su pecho desnudo cuando se inclinó para ponerse sus calzoncillos.

Desvié la mirada inmediatamente, pudoroso ante el erotismo de la escena. 

— ¿Puedo usar la ducha? —Preguntó.

—Está abajo —Indiqué.

— ¿Vienes conmigo?

— No...—Farfullé, avergonzado.

—Debí suponerlo, no dejarás que pase como en esas películas estúpidas de amor. Ya vuelvo.

Falto de aire, me descubrí la cara después de oírlo salir de la habitación. 

Recostado ahí en el suelo, resoplé y me mordí los labios, sintiéndome repentinamente culpable ante la posibilidad de que quizá estaba arruinando las cosas entre nosotros con mi actitud huidiza. Bañarnos juntos pudo haber sido una gran idea, pero no tenía el valor de ir hasta ahí y meterme a la ducha con él, ni aunque una parte dentro de mí lo deseara con todas sus fuerzas; pude haber sentido de nuevo su piel desnuda contra la mía, ese roce, esa fricción de nuestros cuerpos abrazándose bajo el chorro de agua de la regadera… Pero no pasaría a consecuencia mía.

Así pues, pretendiendo evadir el hecho de que solía ser un idiota y de que no estaba enfrentando la situación de manera madura y que yo mismo truncaba mi felicidad, intenté ponerme de pie y levantarme del suelo, pero al ejecutar el primer intento, por alguna “misteriosa” razón… 

¡No pude pararme! 

—Ah...~—Solté un quejido al sentir mi cadera partida en dos.

 Y cuando pretendí levantarme por segunda vez, tuve que sostenerme de la mesita de noche para lograr hacerlo. 

Al cabo de unos segundos, con esfuerzo apenas lo logré.

— ¿Qué me pasa? —Cuestioné asustadizo ante aquello tan nuevo que se suscitaba en mí; la expresión de mi rostro dibujaba visajes de dolor y mis piernas temblaban como flanes. 

Y repentinamente comprendí que era mi cuerpo sintiéndose extraño e indispuesto a causa de las secuelas de mi primera vez.

Rayos…

Y me avergoncé ante la dificultad que me costó dar eficazmente un paso sin que me ardiera o que evitara no cojear. Y me asombraba más el hecho de que aún pudiera conservar la habilidad de avergonzarme después de todo lo que pasó entre el Lobo y yo durante la madrugada. Y no, no me apetecía saber cómo iba a reaccionar Adrián al verme así, con dificultades para caminar; quizá le parecería divertido.

¡Definitivamente no quería que fuera testigo de algo tan vergonzoso!

Me aferré al mueble; analicé la situación junto a mi lamentable estado físico y llegué a la pronta conclusión de que quizá era mejor que el Lobo se marchara sin despedirse y dejar los asuntos personales a tratar para después, para cuando ambos hubiéramos tenido tiempo suficiente de digerir lo que acababa de pasar entre nosotros. Mordí mis labios. No es que no quisiera decirle un hasta luego, o bendecirle antes de que saliera de casa con una amorosa promesa de volvernos a ver pronto. Pero… por ahora, no me sentía preparado para enfrentarlo. No en tan pésimas condiciones. Además, ¿qué debía hacer si me pedía un beso de despedida? ¿Con qué coraje dárselo si ni mirarlo a los ojos me creía capaz?

Sí, era un cobarde. Definitivamente no estaba preparado para enfrentar lo que viene después de haberle dicho un te quiero…

Necesitaba tiempo para digerir toda locura derramada anoche. Aún me parecía un sueño. Lo sentía tan irreal, que cada cinco segundos acudía a pellizcarme el brazo.

Suponiendo que el Lobo ya estaba duchándose en ese momento, pensé en aprovechar su ausencia y así evitar a toda costa tener otro contacto directo con él. Estaba empeñado en evitar que fuera testigo de mis lamentables condiciones físicas y psicológicas. Reafirmando mis intenciones, caminé como mejor pude y desnudo anduve por toda la habitación recogiendo las pertenencias de Adrián esparcidas en el suelo: Su camisa, chaqueta, pantalón, botas, teléfono célular, billetera, sus guantes de conducir, un encendedor y varios cigarrillos sueltos. Posteriormente caminé hacia la puerta de la habitación cargando todo aquello, pero durante el trayecto el pantalón de Adrián se me zafó de las manos y se quedó tirado a mitad del camino sin que yo me percatara al momento.

—Debo hacerlo de esta manera por nuestro bien emocional —Intenté convencerme que era lo mejor para ambos y arrojé afuera del cuarto todas sus pertenecías y cerré la puerta detrás de mí, le puse seguro a la perilla y recargándome en la puerta, me deslicé hacia el suelo, respirando agitadamente.

Fruncí los labios, sentado en el suelo. ¿Era esta una reacción mía demasiado inmadura e imprudente? 

Realmente sí quería besarle y mirarlo otra vez, pero me sentí incapaz de atender a mis propios deseos...

Sentado en el suelo, me abracé mis desnudas rodillas y escondí mi rostro entre ellas.

 

Anoche, por fin había tenido mi primera vez…

Había dejado de ser un chico virgen…

 

A decir verdad, no ejercí el rol en la cama que siempre esperé tener, pues fui yo el sometido… contrario a los planes y fantasías que aspiraba tener en mi vida íntima, pues siempre me imaginé desempeñándome desde la perspectiva de un acto sexual totalmente heterosexual, cuya figura, es la más aceptada y normalizada en la sociedad, y la única que recibí como ejemplo en la educación sexual para jóvenes que se imparten en la escuela. Por ende, jamás me di la oportunidad de plantearme opciones más diversas para descubrirme, ocasionando a la vez, que lo de anoche fuera sorpresivo y desconocido para mí, e incluso alarmante.

Aún así, he de admitir... que no me fue desagradable tomar el lugar de una mujer durante el acto...

Me abracé con más fuerza de mis piernas y me regocijé, con las orejas calientes.

Me sentía distinto. Definitivamente algo había cambiado en mí, en lo más profundo de mi ser. Pero aún no podía asimilar las cosas con claridad, me estaba pasando justamente como cuando se tiene un cambio drástico en tu vida que te sacude con violencia y te mantiene ensimismado en ti mismo por un tiempo antes de reaccionar cuerdamente.

 Ahora mismo, mis pensamientos eran una bola de estambre en mi cabeza difícil de desenredar.

Haber intimado sexualmente con otra persona, estaba teniendo un efecto impactante en mí, porque pese a que ya tenía dieciocho años, psicológicamente todavía no había madurado del todo, lo que podría significar que todavía no era un adulto mentalmente; dentro de mí, todavía era ese párvulo simplón que sólo pensaba en mirar durante todo el día series animadas por la TV, y que, repentinamente, sin que se lo esperara, fuera penetrado analmente apenas la noche anterior sin previa preparación mental.

Antes de anoche, mi cuerpo estaba dormido, pero Adrián lo despertó, con sus caricias. 

Despertó… mi sexualidad, que antes dormía en los brazos de la inocencia.

Me miré las manos. No dejan de temblar. Ni mis labios.

Estaba hecho un caos. Era todo un manojo de nervios. ¡Y no quería que Adrián me viera así! ¡No quería que se percatara del gran impacto que dejó en mí!; lo tan afectado que me encuentro, y que intuyera que ya me tiene en sus manos, las locuras que sería capaz de hacer por tan sólo otro beso suyo, y sobre todo, lo tan enamorado que ya estaba de él...

Tampoco deseaba que se preocupara de mi ensimimiento, de mis repentinas inseguridades y de mi incapacidad e inexperiencia para reaccionar ante esto tan nuevo para mí, que me llevaba al pánico, y por ende, a una actitud inmadura. 

Pero, ¿cómo saber reaccionar a todo esto, si nunca antes me había pasado?

Me encogía de timidez ante los eróticos recuerdos de anoche -el sonido persistente en mi cabeza de la cama rechinar (ñeec, ñeec, ñeec) al ritmo de nuestros cuerpos ( clap, clap, clap)-, cuando escuché a Adrián tocando la puerta.

 Fueron dos golpecitos bajos: « toc,toc, toc».

— ¿Ah? —Engrandeci los ojos, ya que no esperaba que volviera de la ducha tan pronto.

—Ábreme —murmuró, luego de intentar girar la perilla y hallarla con seguro.

Me puse de pie atolondradamente, me gire hacia la puerta y me abracé  de ella respondiendo:

—Es mejor que… te vayas —tragué saliva y sentí un nudo en la garganta.

El Lobo se quedó en silencio un momento y después de carraspear la garganta, expuso:

—Ya veo que has arrojado mis prendas afuera de tu habitación porque no te atreves a mirarme a los ojos. Y para evitarlo a toda costa estás botándome de tu casa como a un intruso. He de admitir que ha sido una excelente jugada cerrar la puerta para que no entre, pero te has olvidado de devolverme mi pantalón…—Dejó escapar un suspiro—. Y supongo que no querrás que salga de tu casa en calzoncillos y así generar intriga entre tus vecinos; aunque para mí no hay problema de que sospechen que dormí contigo. Ni siquiera Carla, que vive cruzando la calle.

— ¿Qué dices? —Boqueé absorto.

—Ya te dije, hace falta que me devuelvas mis vaqueros.

Miré sobre mi hombro para corroborar sus palabras, y efectivamente, vi tirado a unos cuantos pasos detrás de mí, ¡al dichoso pantalón de Adrián! Esa maldita prenda estaba estropeando mis planes de evasión.

— ¡Maldición! —Expresé apretando las encías.

 Aunque a estas alturas ya debería estar acostumbrado a fracasar cuando se trata de escapar del Lobo y del hecho de que soy demasiado talentoso para meterme en situaciones incómodas.

—Pero… mi pantalón no es el verdadero problema para ti, Caperucito —Murmuró—. Verás, iba bajando las escaleras para dirigirme a la ducha, cuando tuve que devolver mis pasos al percatarme de que se escuchaba ruido abajo, proveniente de la cocina…

—¿Eh? ¿De qué hablas? —Viré los ojos—. ¿Intentas decirme que hay alguien más en casa a parte de nosotros?

Y evité reír. 

—Sí. Eso intento decirte. Vaya, qué listo eres —Señaló con sorna.

¡Bah! ¿Pueden creerlo? ¡Ya se estaba inventando historias imposibles para tentarme a abrir la puerta y encararme! Seguro quería avergonzarme, ponerme en una situación interrogatoria, obligarme a hablar de lo  que no quería, de lo que no estaba preparado a enfrentar. Pero Adrián no contaba con el hecho que era de mi conocimiento que mi querida madre no volvería a casa hasta más tarde, pues ella y Eli se encontraban muy lejos de aquí, y eso, lo sabía mejor que nadie. La casa estaba sola. Era justamente por ese detalle, que había permitido que Adrián se quedara a dormir.

—Buen intento, pero no caeré en tu trampa —Le di la espalda a la puerta y me crucé de brazos, recargándome levemente en ella—. Mi madre no volverá sino hasta hoy por la tarde. Así que invéntate otra excusa más creíble y quizá caiga en tu juego la próxima vez —Le saqué la lengua, en dirección a la puerta, aunque él no podía verme hacerlo.

—De verdad, hay ruido en la cocina —Insistió, con entereza—. Se escucha como alguien preparándose un guiso. 

Con algo de fastidio, respondí:

—Adrián, mamá se fue con la tía, quien vive muuuy lejos, y apenas son las nueve de la mañana. Dime, ¿por qué ella volvería tan temprano? No creo que haya querido despertar a Eli en plena madrugada para viajar y de esa manera alcanzar a llegar para prepararnos el desayuno. Tambén debes saber que mamá extrañaba mucho a su hermana y no tendría por qué acortar su estancia pudiendo pasar más tiempo allá conviviendo con ella. —Y reí con tono absurdo.

—Se escucha ruido en la cocina —continuó firme—. Y si piensas que tu madre no pudo haber llegado esta mañana por las causas que mencionas… ¿te parece más factible creer que volvió desde ayer en la noche? Quizá surgió un imprevisto que la hizo viajar antes.

Deshice mi postura relajada al escucharle.

— ¡Mientes! —Exclamé nervioso, cortando mi risa súbitamente—. ¡Deja de torturarme! ¡De casi obligarme a salir! ¿Acaso no sabes lo que tus palabras estarían significando de llegar a ser verdaderas? ¡Estarían insinuando que mi madre estuvo aquí toda la noche mientras nosotros, nosotros...!

“Mientras nosotros hacíamos las cosas más sucias…” 

“Mientras nosotros aplaudíamos en la habitación...”

—Iré a averiguarlo —Avisó.

Y escuché sus pies descalzos alejarse por el largo pasillo.

Abracé la puerta con desesperación y pegué el oído en el resquicio vertical de esta intentando escuchar algo proveniente del otro lado. 

Su broma comenzaba a quebrantar mi tranquilidad.

En eso…

— ¡Adrián! —Escuché a lo lejos la voz de mamá exclamando sorpresivamente y el sonido metálico de un utensilio de cocina estrellándose contra el piso.

Me quedé estupefacto. Sin respirar. Contrapuesto.

 Estaba congelado. Fue como si me hubiera caído un balde de agua fría en la cabeza.

¡Adrián decía la verdad, mamá estaba en casa!

 ¡Y por si fuera poco, el Lobo había ido a investigar en calzoncillos!

Después de oír los pasos del Lobo bajar las escaleras, no alcancé a escuchar nada más, salvo susurros incomprensibles. 

— ¡NO PUEDE SER! —Me jale los cabellos—. ¡ESTOY ACABADO! ¡ESTE ES EL FIN DE TODOS LOS TIEMPOS, TAL Y COMO LO PREDIJO LA BIBLIA! 

En pánico total, me dirigí lo más rápido posible hacia la cama y cogí mi pijama para vestirme a la brevedad posible, pero antes de meter una de mis pálidas piernas dentro de esta, noté que había dejado sobre la tela algunas manchas que parecían ser de fluidos corporales derramados anoche...

—¡Ah! —Me escandalicé y arrojé la prenda lejos de mí, misma que expedía un olor extraño.

Avergonzado de aquellos rastros pegajosos, intenté ignorar el hecho —aunque no lo lograra del todo— y me dirigí al ropero para buscar ropa limpia. Elegí un pantalón chándal azul marino y una playera blanca, que fue lo primero que encontré, pero me miré en el espejo los brazos y el cuello ¡y tenía marcas rojizas por todas partes! Así que me puse mi ya usual sudadera roja con todo y capucha antes de salir hacia mi trágico destino que me aguardaba junto a mamá. También me puse mis pantuflas, y pese a que no podía caminar correctamente, salí renqueando del cuarto y bajé con extremo cuidado las escaleras dirigiéndome hacia el comedor… soportando el dolor de mis caderas en silencio, limitándome a sólo apretar los dientes de manera ocasional.

Cuando hube logrado bajar todos los escalones cojeando, escuché a mamá preparando el desayuno en la cocina, pero a mi hermana Elizabeth la encontré en su silla de ruedas frente a la mesa, con los ojos brillosos y la baba escurriéndole de la comisura de los labios… ¡extasiada de ver al pandillero en ropa interior!

 Hipnotizada, la niña le echó un buen vistazo a las piernas del pelinegro y a ese abdomen marcado de ensueño.

— ¡No, Dios mío, por qué me haces esto! —Me llevé la mano a la frente—. ¿Cuánto más he de padecer? 

Y me abstuve de darme una bofetada para deshacer la pesadilla y despertar así en una situación menos absurda e incómoda.

—Soy tan afortunada por haber conocido al amor de mi vida a una edad tan temprana… —Suspiró la niña, sin dejar de apreciar al motociclista, quien en calzoncillos, desvergonzadamente se robaba la fruta del centro de la mesa y se paseaba por todo el sitio bostezando, rascándose el cabello y tarareando una canción mañanera de rock.

Adrián mordió una manzana y le guiñó un ojo a mi hermanita, tan despreocupado de la situación, ¡importándole un carajo que nos hayan pillado casi en el acto!

Al instante, él se percató de mi presencia y su boca dibujó una sonrisa traviesa.

—¡Vaya…! —El Lobo me miró divertido y se acarició la barbilla—. Hasta que sales de tu madriguera. Casi apostaba que nada ni nadie sería capaz de sacarte de tu habitación.

Fruncí los labios hasta convertirlos en una delgada línea. Era verdad que no planeaba salir de mi confinamiento, pero la situación me obligaba. Y me sobé la frente con preocupación.

 ¿Ahora cómo iba a explicarle a mi familia qué hacía el Lobo en calzoncillos merodeando por toda la casa a tempranas horas de la mañana fingiendo tocar una guitarra imaginaria y haciendo ese tipo de comentarios burlones?

Empuñaba mi mano, cabreado ante la fresca y nada pudorosa actitud del Lobo, cuando mamá salió apurada de la cocina con humo escapando detrás de ella.

Y palidecí de pronto ante su repentina aparición, adoptando al instante una postura rígida. 

Sentí la boca seca de golpe.

¿Qué demonios le iba a decir a mi madre? ¿Qué explicación iba a darle de esta extraña situación sin verme comprometido en nada turbio? 

Pensaba en cómo salvarme de esta loca situación, cuando…

—Ángel Rojas… ¿cómo amaneciste? —Preguntó ella con cierto aire de reproche y se puso de pie frente a mí, con una postura demandante.

—Yo… —Respondí tartamudeando oculto en la sombra de mi capucha roja—. ¿Por qué lo preguntas? —atine a decir junto con una risita nerviosa.

Ella levantó una ceja, perspicaz, como si supiera algo y esperara a que yo lo confesara, tal y como siempre lo he hecho con mis travesuras luego de sentir la presión de su mirada. Pero esta vez, no se trataba de una simple travesurilla...

«Mi vida ha terminado» Pensé, fatídico, pues a mi madre jamás se le escapaba nada.

Bajé la mirada y me mordí los labios, sin ser capaz de mirarla directamente y sin dar ni un paso hacia ella. Me quedé quieto con una postura tensa en mi posición.

 Sentí ganas de llorar ante la presión que se estaba presentando y mis ojos se cristalizaron.

Pero tomé aire y me mantuve fuerte. Sólo me quedaba fingir, mentir con astucia. Mi madre aún no sabía nada alarmante así que intenté conservar la calma. 

Respiré hondamente y de pronto…

—Adrián ya me lo ha contado todo —Dijo ella, y restregó energéticamente sus manos en su delantal de cocina.

— ¿Eh? —Absorto, levanté la mirada y comencé a respirar agitadamente— ¿Te contó “todo”?— La cabeza me dio mil vueltas y me puse la mano en la boca, conteniendo una arcada. 

Repentinamente indispuesto ante tal impresión, me sostuve de la mesita redonda que estaba junto a las escaleras y donde descansaba un florero, para posteriormente mirar a Adrián y parpadear con estupor, ¡sin comprender el porqué nos había delatado! ¿Acaso estaba loco? ¿En qué estaba pensando cuando lo confesó?

Por otro lado, eI chico motociclista, con toda serenidad me sonrió con una mano sobándose la nuca, para después añadir:

—Sí, le dije a tu hermosa madre que ayer extravié las llaves de mi apartamento y la noche se sentía más fría que otras veces, quizá por las fechas en las que estamos; y aprovechando de que pasaba cerca de tu casa, decidí pedirte asilo y así evitar pasar la noche en la calle y convertirme en un muñeco de nieve; tú amablemente me cediste morada y me dejaste dormir en tu habitación como los buenos amigos que somos —Sonrió, tan natural y confiado, aún con la mano en la nuca.

— ¿Ah? —Levanté una ceja, obtuso.

Mamá asintió. 

— ¿Ves Ángel? ¿Qué te costaba ser amable con Adrián desde un principio? —Se acercó y me dio un par de palmadas en la espalda—. Uy, estás muy rígido hijo, relájate que no te voy a castigar por ofrecer refugio a alguien que lo necesitaba, mucho menos a un joven tan agradable como él. Y deja de actuar como si realmente hubieras hecho algo malo. ¿Cuándo se te quitará lo melodramático? Casi vomitas sobre mi piso. No has matado a nadie. Bueno, al menos eso es lo que creo. Hasta no hallar el cadáver, sigues siendo inocente.

Y solté un resoplido. Sentí cómo el alma me volvía al cuerpo. ¡Estuve a nada de sufrir un paro cardíaco! 

—Señora Laura, de verdad, espero que no haya habido problema alguno que su hijo me compartiera habitación por una noche—. Mencionó el Lobo y se pasó la mano por su cabello oscuro y de corte de mohicana.

—Qué dices, al contrario —Le respondió ella con una sonrisa afable—. Además, ambos son hombres, de esa manera, no hay riesgo de embarazos no deseados...

Mi madre y Adrián se miraron un momento y se soltaron a reír: ¡¡¡JA,JA,JA,!!!

—¡Aj, mamá, no digas esas cosas! —con desagrado, comentó Eli desde la mesa mientras comía un pan con mermelada—. No involucres a Adrián con el tonto de mi hermano en ese tipo de situaciones, ¡me parece extraño e incómodo, por no decir perturbador!

Pretendiendo ignorar el comentario de mi hermana que me pareció un poco hiriente dadas las circunstancias ocultas debajo, tosí con nerviosismo mientras miraba a mamá y al Lobo reír de algo que me seguía causando pánico.

 Ella prosiguió con sus malos chistes:

—Cada vez que Lolo se quedaba a dormir con mi hijo les advertía a ambos, justo antes de que cerraran la puerta, que podían jugar a lo que quisieran, menos a las espadas… ¡JA, JA, JA! ¿Entiendes lo de “espadas”? —. Codeó al pelinegro con tono travieso.

— ¡JÁ! —Adrián fingió reír, pero pude percibir cómo levemente se curvó la línea de su sonrisa, torciendo esta como un ademán de fastidio. Y no me sorprendió para nada su reacción agria, pues desde que lo conozco, ha celado irracionalmente mi amistad con Lolo.

—Ustedes no jugaron a las espadas de carne, ¿cierto? —Mamá se puso las manos en la cintura, con el entrecejo fruncido.

—No, nosotros preferimos  jugar fútbol —respondió Adrián, tentativo.

—Y quién de los dos recibió los goles... —mi madre alzó una ceja con picardía.

 —¡Ja, ja, ja!

—¡Ja, ja, ja!

Sumergí mi rostro de vergüenza dentro de la capucha y trague saliva más de una vez a causa de los peligrosos chistes de mamá que no le importaba decir frente a mi hermanita pese a que estaban subidos de tono. Si al menos mi madre tuviera una idea de lo que realmente pasaba entre Adrián y yo, es seguro que no se pondría a decir esa clase de comentarios de doble sentido tan a la ligera. No le daría ni una pizca de gracia llevar los hechos al plano real. Al contrario, condenaría el acontecimiento como lo buen religiosa que es, y a gritos, sacaría a Adrián de nuestras vidas y a mí me metería a un lugar donde me pudieran “curar” de dicha “enfermedad mental” con oraciones religiosas.

Por otro lado, Adrián parecía tranquilo y divertido pese a la tensa situación que se vivía bajo las apariencias. De pie junto a él, me detuve a admirar, de soslayo, la destreza que suele poseer para conservar la calma, el cómo sabe aparentar tan bien para seguirle el juego a mamá con tal naturalidad que ella ni sospecha la realidad de las cosas. Era obvio que yo en su lugar me hubiera descubierto con mi inseguridad y nerviosismo. Pero Adrián era realmente talentoso para ello, aunque… si lo pensaba detenidamente, no me proporcionaba tranquilidad que Adrián supiera mentir tan bien, pues era una habilidad a la que yo podría estar expuesto y convertirme fácilmente en una víctima de sus mentiras, al fin y al cabo, el arte del engaño era un talento innato en el Lobo feroz, quien supo engañar a Caperucita Roja haciéndose pasar por su abuelita.

Aun así, había decidido confiar en este mi Lobo Feroz, en que nuestra historia podría ser muy diferente al cuento.

Con detenimiento, continué mirando involuntariamente embelesado, cómo Adrián conversaba y reía jovialmente con mamá, cuando de pronto, él presintió mi mirada y volteó hacia mi dirección con discreción. Al instante, de manera atolondrada giré mi rostro hacia la mesita redonda de mi costado, pero ya había sido demasiado tarde, él me había pillado observándole con un suspiro contenido, y lancé una maldición a voz baja.

—Tsk… —Chisté avergonzado al hallarme descubierto y le di un puntapié a la mesilla redonda, acción que provocó que el florero encima de este se desequilibrara y estuviera a punto de caerse si no fueran por mis manos que alcanzaron a sostenerlo justo a tiempo, aunque de manera atropellada.

Ante tal escándalo, Mamá y Adrián interrumpiendo abruptamente su charla y se centraron en mí.

«¡Ángel, sosiégate por Dios santo!». Me reprendí en mis adentros mientras me sacudía el agua del florero que había salpicado mi sudadera durante la atrapada.

—¡Eso, haz añicos el florero que me regaló Don Pepe y verás cómo te va! —Exclamó mamá con una mano en el aire, como reprimiendo darme una bofetada. 

—Lo lamento... —Inflé las mejillas y me encogí de hombros con timidez—. Afortunadamente el florero sigue con vida. Logré salvarlo.

En ese momento, Adrián accionó un paso hacia mí:

—¿Estás bien? —me preguntó, ciñendo el entrecejo.

Inmediatamente, su cercanía, su voz, y sus ojos, que coincidieron con los míos de manera directa por primera vez, luego de lo acontecido anoche, provocaron que mis mejillas se enrojecieran y que irremediablemente todo mi cuerpo se alterara.  

Lo miré, con las pupilas dilatadas, y balbuceé sin lograr concretar palabra alguna.

¿Cómo es que suelen pasarme justamente las cosas que yo me esfuerzo en evitar? 

Me refiero a que justamente había arrojado las prendas de Adrián afuera de mi habitación para no tener que ver su cara esta mañana, pero no, el destino decidió sacarme a fuerzas de la habitación, y ha decidido, en contra de mi voluntad, que debo encarar al Lobo, justo ahora, ¡sin estar preparado para algo tan vergonzoso!

—Hey, ¿estás bien? —El Lobo repitió la pregunta.

Después de un segundo logré reaccionar, rehuí la mirada y boqueando respondí:

—No, no estoy bien contigo en calzoncillos, ¡exhibiéndote por toda la casa frente a mi madre y hermana menor! Hazme el favor y vístete. ¡Ten algo de decencia! —. Bufando, me aparté de él y de mamá, alejándome lentamente hacia el comedor, con pasos muy precavidos par evitar el dolor que él había dejado sentenciado en mi cuerpo...

En eso, escuché a mamá reír a mi espalda, para después susurrar con tono gracioso:

—Cuidado, Adrián. Apenas llevan la primera noche ”durmiendo juntos” y mi hijo ya está dándote órdenes. 

Y se  soltaron a reír, de nuevo: ¡Ja, ja, ja!

Apreté los puños, intentando conservar la calma ante su comentario, pero esta vez no pude quedarme callado:

—Deja de decir esos chistes, mamá —la miré sobre mi hombro, quejumbroso.

Posteriormente devolví mi mirada al frente y di un “gran” paso hacia la mesa, olvidando por un segundo el malestar físico con el que había despertado esta mañana, por lo que un fuerte dolor se activó y di un fuerte alarido que escucharon todos los presentes y quizá hasta la vecina:

—¡Ayyy! ~

Silencio absoluto…

¡Trágame tierra!

—¿Estás... bien? — Preguntó mamá al cabo de unos segundos, detrás de mí.

Se me subieron los colores al rostro al suponer los pensamientos que podrían estar pasando por la mente del Lobo en esos momentos. 

Y evité voltear a ver su expresión, que imaginé socarrona.

—El día de ayer me... torcí el tobillo mientras andaba en bicicleta, mamá —. Comenté al azar mientras me mordía los labios y soportaba en silencio el dolor que me provocó el estiramiento de mi paso largo; pero nada más lastimado que mi dignidad.

Mamá dio un suspiro.

—Te he dicho que tengas más cuidado cada vez que te subas a esa bicicleta. Como sea, ya después te daré algo para la torcedura, ahora siéntate a desayunar —ordenó ella y agradecí que no hubiera sacado otro chiste de la reciente situación, pues era material que se prestaba para seguir haciéndome sentir apenado.

 Pero en esta ocasión, fue mi hermana Elizabeth la que se encargó de fastidiarme:

—Si quieres puedo prestarte mi silla de ruedas, hermano —Rió desde su sitio en la mesa—. Mírate, pareces necesitarla más que yo. Apenas y te puedes sostener de pie.

—¡No es para tanto! —La fulminé con la mirada. Y aunque la niña lo decía en broma, no me pareció descabellada su propuesta dadas mis lamentables circunstancias físicas.

Y con resignación, tomé el asiento más próximo en el comedor, inflando las mejillas.

—Vamos Adrián, únete también a la mesa —Invitó mamá con una sonrisa en los labios mientras caminaba a la cocina —Estoy preparando algo muy delicioso que debes probar. ¡Está para chuparse los dedos!

—Ya decía que olía muy rico, Doña Laura —Escuché al pelinegro expresar detrás de mí—. Realmente me avivó el apetito.

—¡No se diga más, siéntate joven, que ya regreso con la comida! —Y mamá desapareció detrás del umbral.

Rayos, rayos, rayos.

Con los puños oprimiendo el mantel floreado que colgaba de la mesa, respiré atropelladamente al ser consciente de que Adrián y yo desayunaríamos juntos, ¡después de todo aquello que pasó entre nosotros! Tal y como ya lo he mencionado un millón de veces, definitivamente no me atrevía a tenerlo cerca. ¡Era demasiado reciente! Demasiado reciente para convivir y fingir como si nada hubiera pasado, como si no nos hubiéramos dejado llevar por nuestros instintos más bajos hace apenas noche.

Nervioso, tragaba saliva cuando un escalofrío recorrió mi espinazo al presentir la presencia del pelinegro —tan espesa—, acercándose con lentitud en mi dirección. Lo escuché detenerse, justo detrás de mí, y durante un par de segundos sostuvo su mano en el respaldo de mi silla, como haciéndose sentir; acto seguido, con pasos certeros se dirigió al sitio vacío de mi derecha y recorrió dicha silla demasiado cerca de la mía antes de tomar asiento.

Me quedé quieto y con una postura rígida, siendo consciente de nuestra proximidad en el comedor. 

Intenté ignorar su presencia y su cercanía, pero, ¿cómo pasar desapercibido algo que me afectaba tanto?

 Y los recuerdos de anoche, se presentaron en mi cabeza, justo en ese momento...

Nuestras pieles desnudas abrazándose, y nuestras narices aspirando con fruición, el aroma de nuestros cuerpos sudorosos por el sexo...

—Estás sonrojado, hermano —Señaló Eli, quien estaba sentada frente a mí, al otro lado de la mesa.

—¿Sonrojado? A ver... —Recargando el brazo sobre la mesa, Adrián se inclinó hacia mí, mirando con descaro mi rostro y analizando detenidamente la expresión de este, mientras que yo, fijaba la mirada en la fruta inerte dentro del canasto, sintiendo cada vez, más caliente mi cara ante el escrutinio de sus ojos.

Tomé pues, el salero entre mis manos y jugué con él haciéndome el desapercibido, ¡pero Adrián no dejaba de mirarme! ¡De buscarme la cara! ¡Disfrutaba verme avergonzado, sumido en esta situación tan incómoda!

—¡Parece un tomate! —Se carcajeó la niña, señalándome con su dedo índice.

Contuve la respiración. Posteriormente, Adrián apartó sus ojos de mí, se erigió y se recargó en el respaldo de su silla, tan fresco.

—Hmm… tu hermano suele verse incluso más rojo, Lizy. Me ha tocado verlo... —Concluyó el pelinegro con insinuación, y agradecí por un momento de tenerlo lo suficiente cerca como para poder patearlo bajo la mesa. Así lo hice, le di un puntapié por lo que él se limitó a apretar la quijada y sonreir forzosamente.

—¡Este rubor en mi rostro es debido a la pena ajena que tú me haces pasar con tus acciones! —Hablé al fin—. ¡Te dije que te pusieras ropa! ¡Vas traumatizar a Eli! —Le gruñí.

—Vale, vale —Adrián levantó las manos en defensa y sonrió—. Pero antes devuélveme mis vaqueros, que no fui yo quien los secuestró. 

Rehuí la mirada y me mordí los labios. Había olvidado que no se los había devuelto… 

— ¡Ignora a mi hermano, Adrián! ¡Yo te doy permiso hasta de andar desnudo si quieres! —Ofreció mi hermana con avivado entusiasmo.

En ese preciso momento mamá salió de la cocina con los platillos en mano y no perdí oportunidad para delatar a mi hermanita menor.

—Madre, ¿has escuchado lo que ha dicho Elizabeth? —La acusé al instante en cuanto mamá se acercó al comedor.

—¡Sí y me apareció una gran idea! —Exclamó la del mandil y repartió la comida—. ¡Desnudo si Adrián así lo desea! ¡Lo importante es que se sienta cómodo! ¡Nosotras nos sacrificaremos! 

—Mamá, basta —lloriquee y casi sumerjo la cabeza en mi platillo.

—Hijo, ¡no seas egoísta! —Se rió ella y tomó asiento frente al Lobo.

—Gracias por su amabilidad Doña Laura, pero me quedo en calzoncillos —Adrián sonrió y posteriormente  carraspeó la garganta.

Y fue así, en medio de ese ambiente incómodo, que comenzamos a almorzar. 

Mientras mamá partía sus papas con el cuchillo, repentinamente pareció percatarse del rosario de obsidiana que colgaba del cuello desnudo de Adrián.

—Según recuerdo,  me dijiste que no eras creyente —Señaló confundida y apuntó el crucifijo.

—Fue un regalo —Dijo el pelinegro y siguió engullendo su comida.

—Vaya… —Exclamó mamá—. ¿Sabes lo que significa que te regalen un rosario?

Inquieto, miré alternativamente a ambos y le di un sorbo a mi licuado con frugalidad.

—No estoy seguro —Se rascó el cabello el motociclista.

—Significa que esa persona quien te lo obsequió, desea que estés bien, que nada malo te pase, y que el crucifijo sea el que te cuide en su nombre adondequiera que vayas. Bueno, al menos en nuestra familia, esa es la intención de un regalo así —y se vació más salsa picante en su comida.

—Interesante... —El Lobo dejó de masticar, se puso serio un momento, y aunque logré notar cierta intención de voltear a verme, se limitó a pasar saliva y continuó comiendo.

Por mi parte, me encogí de hombros, con timidez. Sin saberlo, mamá estaba poniéndome en evidencia.

—Muchacho, ya verás que ese rosario te protejerá de todo mal y te apartará de las situaciones de riesgo a las que puedas estar expuesto en un futuro, pues mirando tan sólo esas heridas en tu cuerpo, me dicen que lo has estado pasando difícil últimamente...

Adrián abandonó el cubierto y tragó con dificultad ante el comentario de mamá.

—Disculpa, no pude evitar no ver tus heridas, no quiero parecer indiscreta —Ella se apresuró en disculparse.

—No pasa nada —Adrián le quitó importancia con un ademán de mano.

—Cuídate mucho, muchacho —mamá lo miró maternalmente.

—Por fortuna, sé hacerlo —Sonrió de labios sellados y volvió a tomar el cubierto.

—¿Sabes a quién quisiera regalarle también un crucifijo? A mi hermana, para que rece todas las noches, a ver si así su situación mejora... —mamá lanzó un suspiro y se frotó la frente con un deje de lamentación. 

—¿Pasa algo con la tía? —dirigí mi atención a mi madre—. Pues ahora que lo mencionas, regresaste a casa…—me atraganté—...antes de lo esperado. 

Sentí de nuevo la preocupación estremecer mi estómago. 

—Ella está bien, hijo. Pero tuvo un problema grave con su esposo durante la fiesta de su cumpleños y discutieron; él nos corrió, a todos los invitados, por eso regresamos antes de tiempo.

—¿El esposo de su hermana le puso una mano encima? —Preguntó Adrián y levantó una ceja.

—No, no —Negó mamá.

—Como sea, si algún día necesita que yo vaya...

—Adrián, no seas tan amable —Entrecorté sus palabras y viré los ojos—. Dice mamá que sólo discutieron.

—Sí, todo está bien —reafirmó mamá—. Sólo fue un problema de pareja. Necesitaban tiempo a solas para tratar sus malentendidos. Y en cierta parte, me alegra haber vuelto a casa antes, así puedo atender mis encargos de costura rezagados. 

—Mamá, ¿a qué hora llegaste a casa? —tragué saliva—. No te escuché entrar…  ¿Fue a las siete u ocho de la mañana?

Mamá rió.

—No, llegamos en la madrugada, hijo.

—¡¿Qué?! —Parpadeé, y no pude ocultar mi asombro y preocupación.

—Sí, como a la una y cuarto de la madrugada. Había fiesta con el vecino, ¿cierto? Por un momento creí que la música provenía de nuestra casa, lo que me sorprendió, pues no eres de los chicos que hacen pachangas cuando los padres viajan. Y al llegar vi la motocicleta estacionada en nuestra acera, pero siendo sincera no esperaba que fuera la de Adrián, creí que pertenecía a uno de los invitados del vecino.

Absorto y con los nervios de punta, seguí interrogándola:

—Pero, ¿por qué no te escuché llegar? ¡Se supone que venías en el carro de mi primo y de su esposa embarazada! —me amedrenté —. ¡Debí de haber escuchado ese molesto ruido que hace el motor de su carro viejo cuando se estaciona!

—¡Por Dios, hijo! El vecino tenía fiesta, toda la calle estaba abarrotada de vehículos, y al no encontrar dónde estacionarse, tu primo nos dejó en la esquina de la cuadra y tuve que caminar desde ese punto hasta casa con tu hermana en silla de ruedas.

—Ahora tiene sentido que no las haya escuchado llegar... —Balbuceé, sombrío—. Además, con el alto volúmen de la música del vecino era casi imposible escuchar algo más…

—Y de seguro ya estabas dormido —Señaló mamá.

—¡Cómo un bebé! ¡También Adrián dormía! —Exclamé, con cierta alteración en mi voz.

—Agradece que mamá no subiera a esas horas a levantarte de la cama —Comentó mi hermana menor—. Estuvo a punto de hacerlo, hermanito. 

Giré el rostro hacia mi hermana, pálido como un muerto. ¿De qué rayos hablaba?

—¿Me necesitabas para algo a esas horas de la madrugada, mamá? —Le pregunté, luchando para que mi voz no se quebrantara.

—Es que la silla de ruedas se atascó en la entrada, no la podía mover y tuve que llevarme en brazos a tu hermana hasta la habitación. Y ya sabes que su cuerpecito está un poco pesado para mí e iba a pedirte ayuda, pero al final pude sola.

—Ya veo —Me retorcí las manos bajo la mesa. ¡Mi familia ya estaba en casa mientras Adrián y yo teníamos relaciones sexuales! ¡Mi madre estuvo a punto de subir a buscarme, cuando la puerta de mi habitación se había quedado entreabierta durante toda la noche! 

¡Ella casi nos descubre en el acto! ¡Adrián y yo nos salvamos por un pelo de rana calva!

—¿Estás bien, hijo? Me preocupa tu semblante. ¿Estás seguro que no escondes un muerto debajo de tu cama?

—Sólo me mareé un poco, mamá —Bajé la cabeza y respiré agitadamente. Me ponía mal pensar en las consecuencias fatales si ella hubiera decidido subir a mi habitación anoche. ¡Hubiera encontrado a Adrián, ahí, encima de mí! ¡Faltó poco para que pasara!

Comencé a luchar contra mí mismo para mantenerme estable y no dejarme vencer por el pánico, cuando Adrián me tomó de la mano bajo la mesa de manera furtiva. Y me enrojecí al instante ante su roce. 

Su dedo meñique se colgó del mío. 

Por medio de aquel simple tacto, sentí como si de alguna manera, Adrián estuviera haciéndome saber que los dos estábamos en esto, que no sólo era asunto mío, que no tenía porqué cargar con todo el peso yo solo, que era un secreto de ambos, una responsabilidad que compartíamos y que por ende, podía sostenerme de él, de su fuerza, apoyarme de su mano, literal y figurativamente. Y repentinamente... me invadió un intenso sentimiento de tranquilidad y bienestar. Sentirle, durante el almuerzo, me reconfortó, e incluso me despejó de todas esas inseguridades que me atacaron después de haber dormido juntos. Y me sentí valiente, repentinamente decidido y comprometido con lo nuestro. De un segundo a otro, mis sentimientos dieron un giro inesperado y ya no quería evitar más a Adrián. Deseaba seguir sintiendo su mano —pese a lo avergonzado que estaba—, de aquí a una eternidad.

Devolví el gesto y le sostuve la mano con fuerza y estremecimiento, consciente de que ahora, compartíamos un secreto, éramos cómplices de algo… de algo maravilloso. Era nuestro pecado y llevaríamos  juntos la condena.

Y no pude evitar que una sonrisa se me dibujara en los labios mientras que mi familia comía y bebía:

«Oh, nuestro secreto, que guardo en mí, tan dichoso y memorable, pese al dolor y la perversión que conllevó mi primera vez. Lo callaré, de la manera como un niño que esconde el haber saboreado unos caramelos sin el consentimiento de sus padres durante el reposo nocturno».

Invadidos por un repentino sentimiento desmesurado de felicidad, renovados de energía y entusiasmo, Adrián y yo nos miramos y nos sonreímos antes de soltarnos la mano que se aferraba y sostenía con sutileza bajo el mantel. Posteriormente, devoramos con vitalidad lo que quedaba de nuestra comida.

—¡Más por favor! —exclamamos al mismo tiempo con la boca llena, levantando el plato vacío como trofeo.

—Vaya... se estaban muriendo de hambre —asombrada, mi madre nos recogió los platos.

—Ustedes no son humanos —agregó mi hermana Eli, boquiabierta.

—Concuerdo con mi hija —sonrió mi madre—. Ustedes dos se están comportando muy extraño. Algo se traen entre manos.

El agotamiento físico siempre despierta un hambre voraz, y anoche nosotros habíamos gastado demasiada energía, por lo que nuestro apetito era casi inhumano. Así que nerviosos, Adrián y yo fingimos reír ante el comentario de mi madre y procuramos ser menos obvios.

 

Después de repetir comida, los cuatro nos quedamos reposando en la mesa durante un buen rato, platicando sobre temas triviales, y riéndonos de los chistes de Adrián pese a que eran tan negros como su alma misma. Todo fue diversión y ruido, hasta que el Lobo avisó que se le hacía tarde, fue entonces que se paró de la mesa, agradeció la comida, y se preparó para marcharse: Primero pasó al lavabo y después subió a la habitación a cambiarse; al final, él decidió esperar para ducharse hasta que llegara a su apartamento.

 Yo aguardé, sentado en el sofá, jugando al dominó con mi hermana en la mesita de la sala mientras él se alistaba para salir.

—¡Gané, de nuevo! —Celebró ella.

—Siempre ganas, no sé porqué te sorprendes —Fruncí los labios.

—Oye, Invitalo a dormir más seguido y te prometo dejarte ganar una partida —Persuadió ella y revolvió todas las piezas—. ¡Se veía tan rico en ropa interior!

—Quisiera que mamá te oyera hablar así —Mencioné malhumorado y me crucé de brazos.

—Y de quién crees que lo saqué —Se rió.

—¡Me voy! —Exclamó Adrián, quien apareció sorpresivamente y bajó rápidamente las escaleras.

Volteé a verle. Ya se había puesto sus vaqueros y su chaqueta de cuero. 

Se acercó hasta la mesilla de la sala y subió su bota para anudarla.

—¡Se sigue viendo rico! —Exclamó Eli.

—¡Deja de hacer eso, recuerda la edad que tienes! —Le gruñí a mi hermana.

—Ángel —Me llamó el Lobo, y lo miré directamente, tenía algo masticando en su boca—. Te agarré tu cepillo de dientes, espero y no te importe.

Ahora ya sabía lo que masticaba…

—¡Tú! —Lo señalé mientras escapaba de mí—. ¡Me vas a comprar uno nuevo!

 Elizabeth y Adrián se soltaron a reír. Bajé la mirada e inflé las mejillas. ¡Y el crío era yo!

—No molesto más —Se puso serio de repente, se sacó el cepillo dental de la boca y lo dejó en la mesilla—. Me voy ya.

—No, no te vayas, por favor—Lloriqueó la niña.

—Lo lamento, pequeña Lizy —Se acercó el motociclista y le besó la frente. Luego me miró—: Y tú, Ángel… me despides de tu mamá. Ya se demoró mucho en el cuarto de lavado. Supongo que está muy atareada. Le reiteras que el desayuno estuvo delicioso.

—Sí. Cuídate —Tragué saliva.

—Adiós —Caminó hacia la puerta y abrió esta.

«Necesitaba tiempo para digerir lo que pasó anoche y poder hablar de ello con Adrián...»

—Adiós —Respondí.

 Y él salió.

«No. No necesitaba tiempo»

—¡Espera!—Me levanté del sofá tan sorpresivamente que hasta Eli se sobresaltó—. Te acompaño a la salida.

—¿Seguro?—Levantó la ceja, extrañado.

—Debo asegurarme que cierres correctamente el portón —Balbuceé.

—Vale, tal parece que no estoy capacitado para ejecutar algo tan simple —Adrián sacudió los hombros, emanando una sonrisa burlona en su rostro.

Ignorando su comentario, me dirigí a la salida, e hice el mayor esfuerzo por caminar normalmente. Llegué hasta donde Adrián me esperaba sosteniendo la puerta, y juntos cruzamos el umbral, cerrándola detrás de nosotros. 

Allá afuera soplaba un fuerte aire invernal, pero los rayos del sol lograban sentirse lo suficiente para calentarnos. Cruzamos el jardín de mamá, en silencio, e incluso me retrasé unos pasos. Y lo seguí detrás, demorado, con los hombros encogidos.

—Qué linda mañana, ¿no crees? —Exclamó y me miró sobre su hombro, de soslayo, pero al ver que no obtuvo respuesta alguna a su comentario sobre el clima, siguió caminando y sacó de su bolsillo un cigarro, mientras que yo, luchaba por decir una palabra sin sentir abarrotada mi garganta.

¡Esta estúpida timidez que me domina! ¡No la quiero!

Adrián se detuvo en el portón, encendió el cigarrillo y se apresuró en fumarlo, casi con desesperación, como si hubiera pasado mil años desde la última vez que lo hizo. Dejó escapar el humo y me miró de pie, ahí, tan pequeño y contraído a causa suya.

—No te obligaré a hablar del tema. Te daré el tiempo que necesites, así que deja de esconder tu rostro dentro de esa capucha. Me voy —Abrió el portón y saliendo a la calle, se dirigió a su moto, que estacionada en la banqueta, lo esperaba.

«¡Di algo! ¡Habla ahora!» Me exigí a mí mismo, en el interior.

Levanté la vista y lo miré a punto de montarla, con el corazón latiéndome a mil por hora.

Cómo agradecerle que anoche me haya bajado las estrellas. Todas ellas…

Sentí un declive en mis rodillas. Y después de un gran suspiro con el que casi absorbo el mundo…

—Lo de anoche… —logré murmurar—, fue lo mejor que me ha pasado en la vida.

Atónito, Adrián apartó el cigarrillo de sus labios y se giró hacia mí, mientras mis mejillas se ponían calientes.

Le sostuve la mirada, con las pupilas dilatadas y el ritmo cardiaco alterado.

El Lobo arrojó al suelo su cigarrillo encendido y caminó apresurado hacia mí. 

Comencé a alterarme de sobremanera viéndolo acercarse con tanta vehemencia, y apenas pude respirar, cuando él me tomó de la mano, haciéndome dar la vuelta y me jaló al jardín de mamá. Me guió a trompicones entre las flores hasta lo más profundo de este, hasta llegar detrás del árbol. Ya ahí, miró el ventanal de la casa, y al cerciorarse que nadie miraba, me recargó en sus cristales. Ya teniéndome  acorralado en esa posición, se abalanzó sobre mí y me abrazó con estremecimiento. 

Aún cuando hicimos de todo durante la noche, seguí conservando el temor y la timidez, junto a esa inseguridad al momento de hacer contacto físico con él. Me mostré huidizo. Pero el Lobo, sin tomar en cuenta mis inseguridades, adhirió nuestros cuerpos, reclamándome como suyo.

—Ya estaba deseando, como un loco, sentir tu cuerpo una vez más —Susurró y me apretujó con tal fuerza que sentí su mano ceñir mi sudadera en mi espalda.

—No sólo fue el cepillo dental, sino que también usaste mi perfume, ¿cierto? —Hice un mohín—. Y como huelo, te has de haber terminado toda la botella.

—¿Cómo puedes preocuparte por eso en estos momentos? —Lo escuché reírse sobre mi hombro.

Y cerré los ojos. En verdad disfrutaba estar atrapado dentro de sus brazos.

—No sólo me llevo un poco de tu perfume, sino que, también traigo aún conmigo, el sudor de tu cuerpo. Su esencia. Tan tenue y rica, que hace que este Lobo entre en celo.

Me mordí los labios, con timidez.

Adrián me tomó del rostro con sus dos varoniles manos y me miró fijamente.

—Qué alivio escucharte decir que te gustó —Dijo.

Con las mejillas enrojecidas, pasé saliva. Él continuó mirándome a la cara.

—Desde hace mucho tiempo te deseaba, y con desesperación, pero… tuve miedo, temía lastimarte emocional y físicamente; miedo, de que te pareciera repugnante mi acto y que me odiaras toda la vida a causa de él. De verdad tenía miedo.

Engrandecí los ojos. «¿Adrián tenía miedo?»

—Caperucito…—lanzó un suspiro de alivio—. Tú, pese a todas las perversiones que te hice anoche, no has perdido esa inocencia que se refleja en tus ojos y que te caracteriza, que es parte de ti. E incluso ahora se acentúa más en tu semblante. Aún te sigues sonrojando con tan sólo mirarte. —Soltó una ligera sonrisa al mirar mi escandaloso rojo en mis mejillas—. Y me tranquiliza no haber arruinado algo tan bello. Es algo en ti que no podré quitarte. Nadie. 

Lo miré fijamente a los ojos, conmovido, y repentinamente, le robé un beso, breve y de labios sellados.

Apenas y sentí nuestros labios rozarse levemente, me alteré y me aparté al instante. 

Avergonzado de mi reciente acción, me encogí de hombros y desvié la mirada, acalorado de pena, había sido tan cursi, tan ridículo, tan imprudente de mi parte que me había arrepentido…

 Iba a disculparme, cuando él tiró de mi suéter hacia él, haciendo que mis labios chocaran con su boca. Esta los atrapó y ya no los dejó escaparse. 

—Ven aquí, que no me fue suficiente —demandó y metió su lengua en mi boca. 

Automáticamente cerré los ojos, desfallecido ya por el sabor de su saliva. 

Nos absorbimos los labios y nos mordimos durante un par de segundos.

Me dejaba llevar por los aspavientos de su boca, cuando Adrián detuvo abruptamente el beso.

—¿Estás bien? —Preguntó y se relamió los labios, húmedos por mí—. ¿ Estás llorando…?

Negué con la cabeza, sin embargo sentí mis ojos acuosos.

Él sonrió, de manera sutil.

—Yo también estoy conmovido, Caperucito —Me acarició la mejilla—. ¿Y sabes qué es lo mejor de esto? Que es el inicio de algo maravilloso. Nuestro inicio. Todavía nos faltan muchas cosas por vivir, así que no permitas que el miedo te limite, y arriésgate, a mi lado.

—Yo quisiera decirte… —Me mordí los labios.

—¿Qué cosa? —Me miró expectante.

—No estoy seguro que lo de anoche se vaya a… repetir —Y desvié la mirada.

—¿Y por qué no? —Serio, recargó su mano en el cristal del ventanal. Su cara parecía decir: “Hay destinos peor que la muerte”.

—Verás, dolió mucho y …

Adrián soltó una risita traviesa.

—Me he percatado que te duele un poco, por tu manera de caminar.

— Tsk… —Chisté, avergonzado.

Él respiró hondo y recargó su frente con la mía.

—Yo… quiero decirte que me hace muy feliz que anoche hayas sido valiente —Me miró con fijeza—. No sabes cuánto lo atesoro, y más, porque sé todo lo que esto conlleva y por el dolor físico que estás pasando. Es normal que duela. Pero tu cuerpo se irá acostumbrando. Lo prometo.

Bajé la mirada, apenado. Sin saber qué responder.

Repentinamente, sentí su mano tocando mi trasero. Lo masajeó.

—¿Te duele aquí? 

—Adrián, quita la mano de ahí —Respiré atropelladamente.

—¿Seguro?—Siguió masajeando y metió su pierna en medio de las mías, ocasionando que el roce de su rodilla alcanzara mi parte sensible y abultada del pantalón.

—Alguien podría… hm… vernos —hablé entrecortado, estremecido ya por su magreo.

—Podríamos escapar juntos si nos metemos en problemas —Me susurró al oído, sin dejar de mover su mano.

—Por favor, detente, no es el sitio indicado —Temblé, temeroso de que alguien de mi familia se asomara por la ventana o que un vecino pasara cerca de la casa. 

Él suspiró.

—Está bien, seré prudente —Y apartó su mano y pierna—. ¿Podemos al menos quedarnos abrazados por unos segundos más?

—Vale —Asentí.

—¿Y si me das otro beso? Uno largo.

—¿Estás demente?

—¿Eso es un sí o un no?

—¡Un no, idiota!

—Dime idiota de nuevo y lo lamentarás.

—Idiota.

—De nuevo.

—Idiota.

Y me apretó la mejilla como castigo.

Reímos.  

Las risas y los forcejeos infantiles nos llevaron de nuevo a los brazos del otro. Y nos abrazamos con fuerza, rodeados de las coloridas flores del jardín de mamá. Sonreí y bajé la mirada con la timidez de un niño mientras me aferraba a su chaqueta de cuero.  Él me levantó del mentón con delicadeza y nos miramos un momento; posteriormente, se inclinó sobre mí, sumergiendo su rostro dentro de mi capucha roja y nos besamos en esa oscuridad que nos proporcionó intimidad.

Me estremecí ante la absorción de su boca. 

Adrián es aquello que me eriza la piel.

Amo su actitud, incluso cuando me molesta. Amo que apeste a tabaco. Amo sus patillas, su manera melancólica de fumar. Amo el sonido de sus botas al andar, y cómo se siente la textura de su chaqueta entre mis dedos. Amo cuando frunce el entrecejo y se le arruga la frente, o cómo presiona la quijada cuando se enfurece. Amo esa manía de exprimirme las mejillas, que me cuente las pecas. Amo cómo me besa, su manera de hacerlo sin pedirme permiso y de manera rebuscada.

Amo cómo me siento cuando estoy a su lado.

 Me siento tan afortunado, que no sé qué hubiera sido de mí si no le conociera. Sólo sé que: Desde que dejé de esperar a esa chica que jamás llegó y abrí las puertas de mi corazón, apareció otra persona que desde su primer asomo en mi vida, logró poner mi universo de cabeza y está haciéndome sentir, después de mucho tiempo, lo que es estar enamorado. Me hace sentir embrutecido y absurdamente romántico...

*Chasquidos de lenguas*

Cuando concluimos el beso, el Lobo hundió su rostro en la curva de mi cuello, y descansó en mí, tal y como yo lo hice anoche en él, cuando usé su brazo como almohada hasta que nos sorprendió la mañana.

Lo dejé recargarse en mí hasta que él levantó la cabeza. Y suspiré profundo ante la tibieza de la bendición que me dio su beso en mi frente, haciendo a un lado mis rebeldes cabellos castaños.

—Esta noche pasaré por ti, saliendo de clases. Te llevaré a algún lugar especial y te diré algo muy importante —rodeó su brazo en mi cintura, cariñoso, y me quitó la capucha.

— ¿Muy importante? ¿Qué es lo que me dirás? —Tímido, bajé la mirada, farfullando.

Él soltó una sonora carcajada, y con su mano atrapó mi mejilla, exprimiéndola. 

—No seas tramposillo. Tendrás que esperar hasta la noche —y alejó su mano de mi ya irritado rostro.

—Vale, si no pretendes contarme, esperaré —Inflé las mejillas, mimoso, fingiendo estar molesto.

A él se le volvió a escapar una risita.

—Ven aquí —Me tomó del mentón y me acercó a su boca, envolviéndome en un beso húmedo. Intenté esta vez responder con pericia a su lengua, pero de nuevo fracasé y me sentí avergonzado. 

Ruborizado, alejé mi boca torpemente. Pero él no le dio importancia a mi inexperiencia.

—Me encanta que mis besos te sonrojen —Me acarició el cabello.

—Ya márchate, mamá podría salir en cualquier momento —Le acomodé la solapa de la chaqueta mientras hacía un mohín infantil.

Él resopló para después dirigirme una sonrisa.

—Está bien, te veré en la noche entonces —Me besó un ojo, el cual guiñé mientras él me tomaba de la mano y entrelazaba nuestros dedos — ¿Me esperarás afuera de tu escuela?

—Hmmm… —asentí con la cabeza, mimado como un crío.

Él le robó otro beso a mi boca antes de apartarse de mí, como si no hubiera sido suficiente.

—Te veo a la salida —Fue soltando varios dedos de mi mano, deslizándolos lentamente.

—A la salida —respondí, y él soltó definitivamente mi mano.

 Aquello me hizo sentir desolado.

Un nudo se formó en mi garganta, mientras él caminaba fuera del jardín, hacia el portón. Le seguí. 

Él salió a la calle y yo me quedé viéndolo, de pie en la entrada.

Adrián se montó en la moto, la prendió, y antes de arrancar, volteó a verme una última vez, y llevándose el rosario negro a la boca, besó su cruz plateada, lo sostuvo un momento entre sus labios, mirándome, y después... se marchó. 

Lo vi alejarse, hasta que su reverso dejó de ser visible para mis ojos.

Cerré el portón y regresé a casa, con el corazón agitado. Sentí que era plenamente feliz por primera vez en la vida. 

¿Así que esto es estar enamorado y ser correspondido…?

Entré, casi flotando. Y justo cuando cerraba la puerta detrás de mí...

—Ángel, ¿qué hacías en mi jardín? —Preguntó de pronto mamá, bajándome de mi nube de ensueño.

— ¿Eh? —Balbuceé, descolocado.

Volví de golpe a la realidad.

Acaso… ella… ¿nos había visto?

Y mi cuerpo fue recorrido por un escalofrío.

— ¿Por qué lo preguntas? —Fingí demencia.

—Porque llevas una espina de mi árbol enterrada en el brazo—señaló.

— ¿Eh? —Me miré el brazo, ¡y era muy grande!

— ¿Ahora te percatas? —Se frotó las manos sobre su mandil floreado.

— ¡Auch! —Exclamé—. ¡Quítamela, quítamela!—Pedí desesperado.

—No comprendo cómo hasta ahorita te comenzó a doler —Puso los ojos blanco y me la quitó de un tirón.

—Ni yo lo comprendo —Inflé las mejillas mientras me sobaba el brazo. 

Estar con el Lobo me hizo olvidarme de todo. Hasta del dolor físico. Qué patético…

— ¿Y qué hacías en mi jardín? —Insistió ella como la madre intensa que sabe ser—. Digo, si estuviste pisando mis plantas al menos quiero una explicación de tu parte. Puse el portón para que los niños no arruinaran mi jardín y parece que tengo uno en casa que no respeta mis preciadas cosechas.

—Buscaba mi pelota —Balbuceé.

—Pero acabo de ver tu balón en el patio trasero —Memorizó.

—Era una pelota de tenis —Atiné a decir junto a una risita nerviosa.

—Pero tú no practicas ese deporte —Debatió.

—¡La pelota es de Lolo! —Gruñí.

—Bien… ¿y dónde está la mentada pelota de la que hablas? —Se cruzó de brazos.

— ¡No la encontré! —Exclamé—. ¡Tal vez se la tragó tu planta venenosa!

—Estás muy raro esta mañana Ángel, ¡si tienes algo que confesar hazlo ahora antes de que yo lo descubra por mi cuenta!

—¡No es nada! —Vociferé y me alejé de ella. 

—¡Esta conversación quedará pendiente! —Me advirtió.

—¡Pero si no hay nada más que aclarar! —Añadí.

—Hermano, ¡ven a ver la TV conmigo! —Pidió Eli y esta vez la obedecí sin rechistar.

Me senté en el sofá junto a ella. Y en ese instante pasó un anuncio comercial de unas langostas bailarinas con su falda tutu que inevitablemente me hicieron reír. 

Estaba de muy buen humor. Realmente no sabía cómo ocultar esta sonrisa que se me marcaba involuntariamente en la cara, no sabía cómo contener esta emoción. 

Tomé un cojín y lo abracé con estremecimiento.

Definitivamente debía desahogarme, hablarlo con alguien. Si no lo hacía pronto, seguro explotaría. 

Quizá... ya era tiempo de sincerarme con mi mejor amigo y confesarle que estaba enamorado de un chico, y que ese chico era Adrián.

Sí, debía hacerlo. Aunque me fuera difícil y vergonzoso...

—Mamá, ¿puedo llamarle a Lolo por teléfono? Necesito pedirle que llegue más temprano a la escuela hoy. Necesito aclararle algunas cosas antes de que inicien las clases.

Ella me miró durante unos segundos antes de ceder. Al final, suspiró:

—Pero no te demores tanto en la llamada. Yo subiré al cuarto de costura mientras tanto.

—Sí —Presuroso, me levanté y corrí a coger el teléfono. Ya en mi mano, tecleé el número extraordinariamente rápido y me llevé el auricular al oído mientras sonaba—: ¿Aló? ¡Señora, buenos días, soy Ángel! ¿Está Lolo? ¿Me haría el favor de comunicármelo? Gracias, espero en línea...

Y me mordí los labios. Repentinamente, esto comenzaba a ponerme más nervioso de lo que esperaba.

 
Notas finales:

Gracias por leer. El capítulo que sigue lo subiré pronto. También quería decirles que leo todos los comentarios que me dejan y siempre me alegran el día.

¡Nos leemos pronto!


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