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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

Y entonces me di cuenta que un chico me atraía...

 

 

 

CAPÍTULO ESPECIAL 1

Don Fernando

 

Mi nombre es Fernando Ruiz. Y soy una de las personas más cercanas a Adrián.

¿Cómo es que mi camino logró cruzarse con el suyo, pese a que pertenecíamos a  mundos totalmente diferentes?

Para responder a esa pregunta, será necesario hablar un poco sobre mí.

Digamos que provengo de una familia poderosa, muy bien posicionada económicamente y me dedico a dirigir una de las empresas más importantes del país: La  reconocida marca de cosméticos “Beauty”.

 Como me lo demanda el cargo que ejerzo, la mayor parte de mi vida la pasé en cenas de negocios cerrando contratos, estrechando manos influyentes, bebiendo champán y fumando puros en restaurantes lujosos. Soy una persona estricta, de carácter fuerte; difícil de tratar, aborrezco la mediocridad y siempre espero altas expectativas, hasta de la propia vida. Las cosas simples me aburren y las extraordinarias son las únicas que hago dignas de mi valiosa atención.

Durante toda mi vida, siempre cuidé mi imagen ante la alta sociedad y enorgullecí a mi familia, a mis apellidos, buscando engrandecer mi fortuna sin importar que en el proceso aniquilara mis ideales personales. Siempre inquebrantable, firme y soberbio; intimidante por mi voz grave y mi físico impresionante: de piel bronceada, gran altura y una fría mirada reflejada en mi par de ojos grisáceos.

 Mi edad actual es de treinta y seis años, pero todo inició años más atrás, cuando debía firmar un contrato complicado para fusionarme con otra poderosa empresa que traería grandes ganancias a la mía. Fue entonces cuando le propuse matrimonio a la hija del negociante para cerrar el trato. Ella era rubia y sensual, con unos perfectos senos y nariz de cirugía. Y sobre todo, era millonaria. Pero para mi disgusto, también era demasiado débil y delicada. En la intimidad, no podía jugar rudamente con ella, descargar toda mi potencia, ser violento. Sus chillidos eran molestos y el sexo terminaba siendo insatisfactorio. Aún así, no tuve otra opción que resignarme a esos encuentros sexuales tan poco emotivos. Lo importante, era el beneficio lucrativo que me conllevaba tener esposada a esa mujer.

 

No. No estaba en los planes de un importante negociante, de un hombre tan materialista como yo, el enamorarse, el dejarse llevar por sentimentalismos, pero supongo que no pude hacer nada al respecto cuando él apareció…

Una noche, anduve recorriendo en mi carro deportivo del año, las calles bajas y peligrosas del centro de la cuidad, buscando a uno de mis clientes para cobrarle el 30% restante de su adeudo. Esa noche entré por primera vez a Blue Rose. El bar estaba abandonado, sólo había unos cuantos borrachos dormidos sobre las mesas. Me senté en un banquillo y me aflojé la corbata. En un lugar así pude dejar toda apariencia por un momento y relajar mis facciones y mi postura; hasta me tomé una cerveza barata, que no sabía tan mal.

El lugar fue de mi agrado. Hablé con el deudor, él ya no podía pagar más dinero y para evitar que lo enviara a prisión, me ofreció lo último que poseía: El propio bar Blue Rose. Así, resumidamente, el sitio me perteneció -digamos, que fue un gustito que decidí darme, para poder llevar una segunda y oculta vida-, y visité el local cada vez que deseaba escapar de mi mundo y de mi mujer.

Pero para mí infortunio, el bar no avanzaba económicamente. Estuve a punto de irme a la quiebra.

— ¿Y si contrata a Trixzy? —opinó mi empleado mientras pasaba la franela con ímpetu sobre esa abandonada barra de bebidas con una postura un tanto jorobada.

— ¿Trixzy? Menudo nombrecito —le fumé a mi cigarrillo—. ¿Y esa zorra mueve bien el culo?

—Es muy popular, señor —señaló—. Si ella y sus amigas presentaran algún tipo de entretenimiento en este lugar, conseguiría la clientela que desea. Montar shows tal vez le ayude a revivir este ambiente muerto y de abandono total por el que pasa su bar, ¿no le parece?

Me froté mi barbilla oscura de candado, bastante interesado.

— ¿Podías localizar a la tal Trixzy por mí? —pedí mientras me levantaba del banco.

—Claro, es fácil de encontrarla. Después de la media noche, ronda las calles de abajo —recogió mi copa.

—Bien —me despedí con la mano en alto.

Pero entonces miré el reloj en mi muñequera y me volví.

—Olvídalo, yo buscaré a esa mujer —avisé y salí de ahí. Aún era temprano como para volver a casa con mi mujer, y preferí dar una vuelta a ver si encontraba algo interesante, que regresar con ella y soportar sus molestas quejas y sus caprichos de niña mimada durante toda la noche. 

Y vaya que tomé una buena decisión.

Esa madrugada recorrí lentamente las calles con una mano en el volante, mientras que con la derecha sostenía un cigarrillo. La noche era bastante fría, pero las putas parecían cómodas con esas minifaldas en la esquina. Me acerqué a una de ellas para pedir indicaciones. En base a lo que averigüé, recorrí un par de cuadras más y con la referencia que me dieron de sus rasgos físicos y del tipo de ropa -un abrigo rojo de cuero- logré localizar a Trixzy y a su amiga en un callejón poco iluminado, donde tenían atrapado a un hombre, intentando propasarse con él.

Entonces asomé la cabeza por la ventanilla de auto.

—Tenía sabido que los hombres nos cogíamos a las putas y no ellas a nosotros —señalé ceñudo ante la extraña escena que se exponía frente a mí.

Ambas voltearon y detuvieron sus manos lujuriosas del cuerpo. El supuesto “victimado” se acomodó la camisa y salió a la luz de la lámpara para exponerse así, ante mis típicos desinteresados ojos.

Entonces vi por primera vez a Adrián…

—No estaban intentando abusar de un hombre, sino de un niño —corregí, un poco irónico y asombrado.

—Un niño muy precoz —acentuó Trixzy acercándose hasta mi auto y recargándose sobre la base de la ventanilla—. Ese adolecente lo tiene grande, sabes a que me refiero ¿no? —Pasó su mano por mi corbata y enredó sus dedos en ella de manera insinuante—. A parte de que es lindo.

—He estado buscándote. Eres Trixzy, ¿cierto? —cambié de conversación.

—Sé los servicios que buscas —acarició mi barba de candado y acechó mis labios.

—Apártate, tu perfume barato me causa nauseas —volteé la cara y coloqué mis ojos en ese joven, que seguía siendo acosado por la otra chica.

— ¿Entonces en qué puedo servirte? —alejó su mano de mí, ofendida.

—Soy el nuevo dueño de Blue Rose y supe que mueves bien el culo, por ello quisiera considerarte para que hagas presentaciones en mi pequeño negocio.

Ella comenzó a reírse enfáticamente.

— ¿En ese jodido sitio? No me interesa, gracias —y se alejó, subiéndose a la banqueta, con un lento movimiento de caderas.

—Entiendo —arrojé lejos la colilla del cigarro, que pasó rozando sobre el hombro de la puta, impactándose en el suelo.

Iba a marcharme de ahí, cuando una voz jovial me llamó detrás, con suma desesperación.

— ¡Yo quiero empleo! —vociferó.

No me detuve, y comencé a echar a andar el auto, pero el chico corrió detrás de él, y caminó con pasos apresurados a un lado de mi ventanilla; al ritmo de los neumáticos.

— ¿De qué planeas trabajar? —pregunté irónico mientras le miraba de reojo.

—No sé, de lo que sea, ¡no me importa! Sólo deme trabajo, podría… limpiar las mesas —insistió, respirando entrecortadamente mientras trotaba.

—No puedo contratar a un menor de edad en un bar para adultos, ¿entiendes? No está permitido. Me meterías en serios problemas legales, ¿lo sabes?

Él siguió insistiendo aún así, y sus piernas persiguieron con más aferro mi ventanilla. Bajé disimuladamente la velocidad, adaptándola a los demorados pasos del chico. En ese momento, mi auto apenas caminaba.

—Además, ¿para qué necesitas empleo? Un joven como tú debería estar en casa, durmiendo para mañana asistir al colegio —le reprendí, como si me importara, como si él fuera asunto mío—.Y abróchate esa bragueta, que aún la tienes abierta —Señalé con pudor, carraspeando la garganta.

—No voy a la escuela —confesó mientras se subía el cierre con trabajos—. Me expulsaron.

— ¡Pues no puedo darte empleo, ¿entendido?! —vociferé—. ¡Deja de presionarme!

Él se detuvo sin insistir más y yo arranqué, dejándolo atrás, mirándolo disimuladamente, como quien no quiere, por el espejo retrovisor. Y escuché claramente cómo me gritaba: “¡qué te den hijo de puta!” mientras su silueta se iba haciendo más pequeña en la distancia.

Quizá en ese momento fingí poca importancia, y negué mi afectación, pero la realidad era que ese chiquillo me dejó intranquilo y no dejé de pensarle a partir de esa ocasión. Le pensé tanto, embriagado tanto de él, que días después, sin que pudiera resistirme, consumido ya por una fuerte ansiedad, dejándome llevar por arrebatados impulsos que jamás me caracterizaron, volví a esa misma calle y a la misma hora, con la esperanza de encontrarlo.

Lo había visto poco y tratado poco, de hecho lo había evitado, pero aquello fue lo suficiente para despertar un inexplicable interés muy especial en mí, uno que no pude ignorar y que ocasionó que alguien como yo, fuera a buscarle personalmente a ese sitio de muerte.

La amiga de Trixzy estaba ahí y le pregunté por el chico. Ella me dio inmediatas indicaciones.

De ahí, me fui a buscarlo y lo encontré en una carrera de motos clandestina.

—Hola —le saludé entre la muchachada, con el cigarrillo colgando de los labios.

Una joven muy guapa lo tenía abrazado del hombro.

—Ah… usted —me reconoció, e hizo una mueca.

—He venido a hablar contigo sobre el empleo —señalé mientras sacaba el encendedor de plata del bolsillo.

— ¿Me permites linda? —se apartó de la joven y caminó hacia mí, con recelo.

Yo prendí mi cigarrillo.

—Primeramente… ¿cuántos años tienes? —interrogué.

—Tengo…

Antes que respondiera le advertí que no mintiera.

—Trece años —resopló.

—Bien, bien. ¿Y cuál es tu nombre? —continúe.

— ¿Es ya la entrevista formal del trabajo acaso? ¿No te faltan unas hojas, un bolígrafo y una oficina donde anotar mis datos? —Sonrió de medio lado—. Mi nombre es Adrián pero todos me llaman por mi apellido.

— ¿Y cómo te apellidas? —le fumé a mi cigarrillo.

—Villalobos —elevó la barbilla, presumiendo.

—Bien. Necesito un mesero en el bar, Adrián Villalobos —le dije y carraspeé la garganta.

— ¡Perfecto! ¿Cuándo inicio? —preguntó energético y sacando las manos del bolsillo, se las frotó, ansioso.

—Si te interesa, debes acompañarme ahora mismo —aclaré—. He estacionado mi auto por allá.

— ¿No puedo esperar siquiera a que inicie la carrera de motos? —inquirió.

—No —le negué y me adelanté.

Él me siguió sin opción y sin despedirse de la chica.

 

Y así, inició mi vida junto a él.

Aún recuerdo su primer día en Blue Rose, con su delantal blanco, limpiando la porquería de las mesas y trapeando el vómito en el piso que dejaban los alcohólicos. Desde ese entonces me acostumbré a tomar asiento cada noche y contemplar su esfuerzo mientras trabajaba, pues algo en él me llamaba la atención, misma que cada día, se intensificaba más.

A los tres meses llegó Trixzy y sus muchachas a trabajar, y no es que la popularidad del bar haya mejorado mucho con sus shows, ya que, más bien eran chicas las que visitaban con más frecuencia el lugar porque el jovial mesero de cabellos oscuros les parecía sexy y enigmático.

Sí, Adrián fue un Casanova desde temprana edad.

Una tarde llegué a Blue Rose antes de que abriera las puertas al público, Trixzy estaba en el escenario practicando su coreografía mientras que una chica tatuada y de aspecto gótico estaba sentada a la mesa con jeringas, agujas, alcohol y algodón entre otros utensilios. Adrián estaba sentado junto a ella, recostado con los ojos cerrados sobre el respaldo de la silla plegable, esperando a que le hiciera una perforación. Le saludé de lejos con la mano, y abriendo un sólo ojo, él también se apresuró en hacerme un gesto vago con la mano a modo de respuesta. Satisfecho, entonces me dirigí con pasos sonoros al despacho para administrar las ganancias económicas que el bar acumuló por aquel mes. A los quince minutos, incapaz de concentrarme, regresé al escenario y me acerqué a él. Adrián estaba con la lengua afuera esperando que le atravesaran la aguja. La chica lo penetró y entonces comenzó a brotarle mucha sangre.

Comencé a preocuparme cuando no paraba. No pude evitarlo. Y se me crisparon los nervios.

— ¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Por qué no le para la hemorragia mujer estúpida?! —clamé y golpeé la mesa, hecho una bestia.

Sentía que me ahogaba.

—Sé lo que hago —respondió ella—. Tranquilícese por favor.

Adrián asentó con la cabeza, diciéndome que se encontraba bien.

Me apacigüé, respirando al fin, y con las manos en las caderas.

—Lo cuida usted mucho, ¿verdad Don Fernando? Es como si fuera su padre —comentó ella—. Es tan conmovedor…

Lo que dijo aquella chica gótica, me puso a pensar: ¿Adrián como mi hijo?

 

    Esa vez, Adrián habló extraño durante toda la noche por su reciente piercing en la lengua. También llevaba uno en el oído y la ceja.

Esperé en mi despacho hasta que Blue Rose cerrara. Eran las cuatro de la madrugada y Adrián ya estaba listo para marcharse por la puerta de emergencia.

— ¿Vas a casa? —lo alcancé.

—Así es —respondió mientras se abrigaba para salir—. Ya he apilado las sillas —Señaló.

— ¿Y te marchas a esta hora? ¿Solo? —interrogué con voz grave—. Es tarde, puede pasarte algo.

—No actúe como si estuviera preocupado por mí. Además siempre lo hago, y me sé cuidar y…

—Aún no eres un adulto, así que no me vengas con esa mierda —le interrumpí—. A partir de hoy puedes quedarte a dormir en Blue Rose si te apetece, para que no tengas que volver a casa a esta hora todos los días, puedo dejarte las llaves —esculqué y agité mis bolsillos.

—Se lo agradezco, pero no quiero que el bar se convierta en mi hogar, aparte de que no siempre voy a casa saliendo de aquí. Voy a divertirme con alguna chica, ¿me entiende? —me codeó como un gesto de complicidad y picardía. Abrió la puerta.

—Está bien —me rendí— Pero esta vez, acéptame llevarte a dónde vives —.Saqué las llaves del carro.

Él no se negó más.

El chico se impresionó mucho al ver lo tan lujoso que era mi nuevo auto por dentro, y acarició anonadado las pieles de los asientos. Le gustó e incluso más que el deportivo.

Durante el camino en carretera, encendí el estéreo y puse mi CD favorito. Tenía la ilusión que él lo escuchara.

— ¿Te aburre la música clásica? —le pregunté con una sola mano en el volante, luciéndome.

—Es relajante, supongo —respondió, sacudiendo los hombros.

—La sonata se llama  “Claro de luna” —sonreí y aumenté más el volumen. La melodía estaba llegando a su punto más dramático y exclamativo.

En eso…

— ¡Wow! —Brincó del asiento—. ¡Esta botella es de vino fino!

—Me impresionas, sabes de marcas —comenté.

El asentó con la cabeza y sin esperar consentimiento, le quitó el sello a la botella y le dio un gran sorbo.

—Este chico… —reí—. ¿Y qué tal?

—Suaveeee —expresó extasiado—. Lo más delicado y sublime que mi garganta haya pasado jamás.

Y logró arrancarme una carcajada.

 

Cuando llegamos a nuestro destino, estacioné el carro a la orilla de un mirador. Debajo, se podía apreciar la colonia en la que Adrián vivía: los suburbios. Un lugar de maleantes.

— ¿Desde cuándo vives solo? —le pregunté recargándome sobre el capó del coche.

—Hace poco —no quiso especificar.

El chico era tan reservado y tan misterioso, que moría por descifrarle. Tenía cierto aire melancólico, y la dura mirada que me trasmitían sus oscuras pupilas, me decían que su vida había sido difícil y que sufrió mucho en el trayecto antes de llegar a este momento.

Yo prendí un cigarrillo y le fumé.

—Sigo diciendo que eres muy joven para todo esto —dije, intentando buscar una respuesta a todo el enigma que era él para mí.

Él se acercó descaradamente a mí, y me arrebató el cigarrillo de los dedos.

—Quizá, pero aun con mi edad, ya he madurado y soy autosuficiente —le sorbió a mi cigarro profundamente—. No necesito de nadie…

Inevitablemente comenzó a toser un segundo después, expulsando el humo.

— ¿Es la primera vez que fumas?  —pregunté.

—No, pero apenas estoy iniciando y me hace falta algo de práctica —confesó con un apretar de dientes.

—Y… ¿por qué te ha dado por fumar?

—Por… una chica.

—Vale, me lo creo, pero hay otra razón, creo presentirlo —señalé, especulativo.

—Tal vez…

— ¿Podrías decirme? No querrás que me quede con la incertidumbre.

Adrián miró el cielo estrellado y le dio otra calada al cigarro que colgaba de sus labios antes de responderme:

—Para hacerme daño. Para contaminarme por dentro, poco a poco, mientras lo disfruto.

 

 

Esa ocasión, con Adrián frente a mí, de pie, a la orilla de ese mirador, con su cabellera danzando por el aire de madrugada, charlando conmigo hasta el amanecer sobre temas triviales… ya no pude mentirme a mismo.

Un adolecente me atraía. Me volvía loco. Me tenía a sus pies.

Desde esa madrugada que lo conocí a fondo, le brindé mi apoyo incondicional, y como no le convencí de volver a la escuela, me di el tiempo de verlo todas las tardes antes que Blue Rose abriera, para darle clases privadas en mi despacho. Adrián era muy inteligente y dedicado, por lo que simulé que el hecho de que lo hubieran expulsado del colegio, fue por rebeldía, desinterés de su parte por el estudio, pero no por falta de talento intelectual.

Pasaron los años, y él iba madurando y favoreciéndose físicamente con el tiempo, provocando con cada día que transcurría, crecer la homosexualidad en mí, una que ya existía en mi pasado y que evadí, pero que Adrián avivaba con tan sólo contemplarle. Aún así, mantuve mi distancia. Una persona como yo, no lo hubiera hecho, jamás, pues estoy acostumbrado a tener lo que ambiciono y jamás me limito, pero Adrián siempre fue la excepción a todo, ya que fue la primera cosa valiosa que poseí y aunque suene débil en mi, “temía” perder si me le insinuaba.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Su carrera de bailarín en el bar inició a sus dieciséis años de edad, una noche cualquiera en Blue Rose, cuando atendía las mesas de unas chicas que deseaban ligarlo.

— ¿Por qué te comenzaron a decir Lobo? —le pregunté mientras se acercó a la barra en donde yo me encontraba a coger la bebida que el barman ya había preparado para su pedido.

—Por mi apellido, supongo —señaló— Además, desde siempre me han llamado así. Pero ahora, me dicen Lobo por otras razones más —.Sonrió pícaramente y cogiendo las copas rebosantes se marchó.

Minutos después, en esa mesa, afectados por el ambiente entusiasta del bar, la ebriedad y la música, las chicas atolondradas incitaron a Adrián a que se subiera a la mesa a bailar. Él las complació, y a un alto grado de sensualidad, que sus fans se acaloraron y demandaron más. Entonces le ofrecieron billetes para que se quitara las prendas. El lanzó lejos su camisa -el ejercicio debajo de ella comenzaba a marcarse en su pecho y brazos, haciéndolo lucir bastante apetecible-, pero la locura llegó a su límite cuando descubrieron el tamaño de su miembro marcado sobre su bóxer, un tamaño que hasta a mí me dejó boquiabierto.

Esa noche ganó lo de un mes en un sólo tirón. Pensé en invitarlo a celebrar y cerré el bar más temprano. Lo encontré en los baños, estaba intentando intimar con una chica.

—Te llevaré esta vez a casa, vamos —le ordené mientras sus manos husmeaban bajo el vestido.

Él chistó malhumorado, y luego me siguió, sin mas.

Manejé hasta su colonia, me detuve en el mirador de aquella vez, y salimos del auto.

Saqué una botella de champán.

— ¿Qué estamos celebrando?—levantó una ceja.

—De tu nuevo trabajo en Blue Rose.

— ¿A qué te refieres? —preguntó incrédulo.

—Te contrato como bailarín —le pase la espumosa botella ya abierta y una copa que hurté de las estanterías de mi bar.

—Estás bromeando…

— ¿Quieres ganar lo de ahora? —le interrumpí—. Mientras veía a las chicas ofrecerte tanto dinero para que te desnudaras, se me ocurrió esta idea. Vamos, yo te apoyo. Descubrí que puedes hacerme ganar más dinero que la inservible de Trixzy, que no atrae ni a las moscas —. Le animé y le palmeé la espalda.

—No sé —dudó—. Suena muy descabellado.

—Vamos, ¿para qué has estado trabajando todo este tiempo? —pregunté.

—Mi meta más próxima es comprarme una moto —señaló—. Pero, lo que deseo más que a nada, es irme de este jodido lugar…lejos… al extranjero. Abandonar mi pasado. Huir de él.

 

Esa noche estaba a punto de confesármele, de llevarlo a un hotel de paso y hacerlo mío, pero me inmovilicé, por el miedo de perder aquello que había entre los dos, aunque no fuera exactamente lo que quería de él. Quería más. Quería todo.

En un principio, contuve mis sentimientos porque era un niño cuando le conocí, y ahora lo hago, porque sé de sus amoríos con mujeres y cada cuando se las coge, cosa que me deja en claro que no tiene preferencias homosexuales pero… principalmente no he cruzado el límite, esa delgada línea que me separa de la gloria, porque he formado ante él una figura de padre. Y eso soy para él, un padre. ¿Cómo distorsionar esa imagen que tiene de mí con mis deseos retorcidos? ¿Y si se alejara de mí? ¿O me odiara?

No lo soportaría…

 

Hoy en día, Adrián ya ha cumplido los veinte años. Ya es un adulto. Todo un hombre.

Yo seguiré a su lado, esperando un día poder decirle que lo deseo…

Por el momento, aguardaré en silencio, hasta que llegue el momento conveniente de ejecutar mi movimiento.

 

Firma: Fernando Ruiz. 

Notas finales:

Agradezco que sigan mi fic, saludos.


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