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BOY LOVE BOY por Nanami Jae

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Notas del capitulo:

Conocí a Adrián y mi vida hizo ¡¡boom!!

 

Capítulo 4: Recuerdos que se van impregnando

 

 

 

Amanecí contemplando los rayos de sol que se colaron por mi ventana. No tenía que ser testigo de ello, pues debí de suicidarme anoche, cuando le conocí a él.

Me levanté de la cama y sacudí mi cabeza para no recordar lo sucedido, pero graciosamente inmortalizaba cada detalle. Al rustico Blue Rose, las luces coloreando mis prendas, la música obscena aturdiendo mis tímpanos, el humo superficial asfixiándome, el molesto olor a cigarrillo impregnado en el aire, y sobre todo, a él…

Él y su cuerpo, su danza, su erotismo, su atractivo faz, su aliento, su mirada que traspasa… que hechiza.

Aun si cierro levemente mis párpados, el recuerdo está ahí, persiguiéndome, alucinante e incoherente. No obstante, la escena de cuando nuestros labios se hicieron uno solo bajo la lluvia, esa es la más repetitiva y delirante en mí cabeza.

¿Por qué? ¿Me ha poseído la locura? ¿No es él, un chico?

En mis sueños, volví a experimentarlo y fue tan vívido y delirante que aún soy capaz concebir esa extraña sensación, la suavidad de sus labios rozarme, reposando en los míos y las gotas humedecer mi rostro bajo esa noche de luna.

—¿Esto te prueba que lo que sucedió ayer fue real? —inquirió mamá mientras me quitaba el termómetro de la boca.

—Desafortunadamente sí —deliré ante la enfermedad.

Me encontraba momificado en el edredón y sudaba bastante dentro de él. No podía respirar.

—Lo de anoche… —hizo una pausa mientras me colocaba un pañuelo húmedo sobre la frente—… no quiero que se repita, ¿te quedó claro, Ángel?— Y molesta me metió la pastilla a la boca, casi a la fuerza.

La medicina me dejó un sabor amargo, me asqueé e hice un mal gesto.

—No volverá a suceder —prometí, con una mueca graciosa en mi rostro.

Anoche, mamá estaba esperándome furiosa en la puerta de la casa. Iba a darme una dura reprenda, pero se quedó estupefacta al ver mi lamentable estado, y callando abruptamente los reclamos, se apresuró en llevarme dentro, y atender mis heridas. Mientras me restregaba la mejilla con hielos envueltos en un trapo, le conté -maquillando los hechos para que no se preocupara de más-, que un par de vagos me habían asaltado cuando volvía a casa, e íbamos a llamar a la policía, pero desistimos puesto que no había rastro alguno que seguir de los rateros. Molesta y preocupada, mamá me pidió explicaciones y una justificación a mi imprudente comportamiento, pero al mencionarle que Carla tenía que ver con todo esto, se negó a escuchar cualquier detalle que pudiera proporcionarle, y levantándose del sofá, exclamó: “¿De nuevo tiene que ver con ella?” Y se fue a su habitación, dejando por zanjado el tema.

Pero algo era seguro, aunque mi madre me hubiera exigido datos de lo sucedido, por nada del mundo se los hubiera dado. Bueno, quizá hubiera echado alguna mentirilla que ocultara debajo los verdaderos y devastadores hechos.

Ahora, estoy castigado por una semana. Nada de futbol, nada de videojuegos. Todavía no terminaba mi otro castigo y ya iniciaba con una sentencia nueva. Pero, ¿por qué siempre me cuida tanto? ¡No puedo escabullirme una sola vez y llegar después de las diez de la noche! Ya tengo dieciocho años. Soy mayor de edad. Debería ser más considerada. Además nunca le había dado problemas. Sería la primera y última vez…

 Y sí, he dicho, la última vez. Después de lo sucedido, me he prometido a mi mismo que no andaría nuevamente de noche, fuera de casa y sobre todo, no volvería a ese lugar, a Blue Rose, santuario del bastardo de Adrián. Evitaría rotundamente volver a tener otro desagradable encuentro con él. Planeaba no volver a verlo jamás…

Pero no tomé a consideración la decisión del destino.

 

*~~~*~~~*~~~*

 

Todo el día lo pasé en la cama. La fiebre bajó en la tarde. Al parecer, la chaqueta y el chocolate caliente que Adrián me ofreció esa noche, sí habían ayudado a que mi salud no se agravara de más, pero… no es que se lo agradezca. Para nada. Y también la hinchazón del golpe había bajado.

 Me sentí mejorado y me puse las pantuflas. Salí de la habitación aún con el pijama puesto.

Mientras bajaba las escaleras bostezando, vi a mi hermana Eli viendo la televisión sentada en el sofá de la sala. Pasé de ella y dirigí a la cocina y cogí de la alacena, una leche achocolatada en un pequeño envase de cartón y con un popote flexible incluido.

Me acerqué a Eli que miraba atenta la pantalla.

—¿Qué película estás viendo? —le pregunté embobado mientras sorbía ruidosamente la bebida.

Ante el escandaloso sorbido, ella volteó y me miró enfurecida.

—¡¿Por qué atacas todo alimento que tenga chocolate?! —se quejó y cruzó los brazos— ¡Esa bebida es un aperitivo que una niña de primaria consume a la hora de receso! ¡Por favor no ataques mis bebidas escolares!

Pero era inevitable. Tratándose de chocolate, jamás tendré remedio. Eli lo sabía perfectamente, así que evitó gastar más energías, y dejando las quejas a medias, continuó viendo el televisor, pero aún refunfuñando.

—¿Y mamá? —farfullé con el sorbete entre los labios.

—Fue a tu escuela —respondió con enfado.

—¡¿Qué?! —estallé casi atragantándome.

—Sí, fue a avisar a tus maestros que estás enfermo —inquirió—. Pero, ¿por qué tan exaltado? ¿Hay algo que ocultas? ¿Reprobaste una materia? ¿Te saltas las clases?

—Claro que no —carraspeé la garganta.

Decidí darle fin a esa peligrosa conversación y miré entretenido el televisor…

—¡¿Qué hace?! —me sobresalté de pronto— ¡¿Por qué demonios ese joven besó a una anciana?!—. Apunté estupefacto a la pantalla.

—¡No la está besando! —me dio un coscorrón y puso los ojos en blanco—. ¡Hace una maniobra para salvarle la vida! ¡Es un RCP! ¡R-C-P! —Me lo deletreó en la cara como a un retrasado mental.

—¿Eh? —engrandecí los ojos.

Entonces comprendí la acción de Adrián esa noche. El porqué tocó mis labios.

Recorrí mi boca achocolatada con las yemas de mis dedos recordándolo.

No fue un beso…

Lógicamente, ¿cómo pudo serlo? ¿Por qué alguien como el Lobo besaría a un hombre? Y sobre todo, ¿él? ¿A un chico como yo? ¿Acaso fui el estúpido más grande del universo fastidiándome al creerlo? ¿Reclamándole como una doncella ofendida?

Reí ante la ironía, sintiéndome el chico más tonto del universo. La realidad es que Adrián me salvó la vida y saber que le debo algo tan valioso, me enfurece.

Y me enfurece más, sentir aún su aliento en mi boca… Tan cálido… Con sabor a cigarrillo… Fluyendo por mis pulmones…

Me cohíbe, me hace sentir extraño e incómodo. ¿Pero cómo olvidarlo? Si el hecho de que siga respirando en este momento se lo debo a él y a esa sublime maniobra que utilizó en mí. ¿Cómo librarme de eso? ¿Cómo dejarlo desapercibido? Y entonces me muestro inconforme. Por qué no fue otra persona… por qué tuvo que ser él…

Ahora yo he quedado debiéndole una gran deuda que no quiero pagar.

 

Mientras me atormentaba con tales pensamientos dando vueltas en mi cabeza, el timbre de la entrada sonó haciéndome reaccionar.

—Ve a abrir —me ordenó Eli como si fuera un perro.

—¿Y por qué no vas tú? —inflé las mejillas, mostrándome ofendido.

—¡Porque no puedo caminar! ¡Tonto! —me miró de nuevo con esa expresión de fastidio y exasperación que le causa mis constantes idioteces.

Era cierto, je, soy el único que puede atender la puerta. Levanté el trasero con pereza del sillón y fui a atender.

Lolo apareció por la puerta.

—Qué tal, supe que no fuiste a clases porque te enfermaste —campante, entró a la casa y saludó a mi hermana Eli, la cual lo ignoró.

—¿Y tú no deberías estar en clase en estos momentos? —irónico, cerré la puerta detrás de mí.

—¿Crees que me concentraría en clases al saber que mi querido y mejor amigo está enfermo? Así que, vine a apoyarte moralmente —me dio un par de palmadas en la espalda—. Además no hice la tarea de Química.—Susurró.

Miré a Lolo envidiándolo, él puede faltar a la escuela las veces que le apetezca, ya que sus padres viven en su mundo y no se preocupan por eso, están demasiado ocupados con sus problemas como para exigirle que estudie.

—Pero ya estás fuera de la cama, ¿te sientes mejor? —preguntó.

—La fiebre ya bajó —afirmé.

—¡Entonces vayamos a jugar futbol! —regresó a la puerta.

Antes que pudiera responder a eso, o de menos considerarlo, inmediatamente Eli interfirió.

—Mamá castigó a Ángel —añadió desde el sofá—.Tiene prohibido salir a jugar  “eso” que ustedes llaman deporte.

Lolo se detuvo apesadumbrado y se rascó el cabello. Era una linda tarde. Bueno, a lo que se apreciaba desde el ventanal de la sala, no hubo lluvia y el sol comenzaba a asomarse entre las nubes.

—¿Y si jugamos en tu consola? —opinó como segunda opción.

Sonreí, era buena idea, quería retar a Lolo nuevamente en ese juego de luchas, ya que estoy seguro que los 30 rounds consecutivos que me ganó la vez pasada, fue suerte de principiante, pues yo no puedo ser tan malo, ¿o sí?

Pero Eli…

—Ángel también tiene prohibido encender la consola —objetó—. Y mamá ya aseguró esa “cosa” que ustedes llaman entretenimiento y que quema las pocas neuronas que les quedan.

Resoplamos.

—Pues vamos a mi habitación a ver de qué manera perdemos el tiempo —sacudí los hombros como última alternativa.

Lolo aceptó, pero Eli, negó con la cabeza una vez más.

—¿Y ahora qué? —pregunté irritado y di botes en el suelo.

—Mamá también castigó a Lolo y no puede venir a visitarte —dijo y noté el placer que tenía reflejado en su malvada carita al prohibirnos las cosas. Le causaba una enorme satisfacción el vernos sufrir.

—Eso es cierto —señaló él—. Me lo prohibió.

—¡Eso ya es demasiado! ¡Vamos a mi habitación, Lolo! —le invité a que me siguiera, y subí las escaleras delante de él con actitud rebelde, decidiendo violar la última y absurda restricción de mamá.

—Cuando mi madre llegue a casa, se lo diré... Lolo —contraatacó repentinamente a mi mejor amigo.

A Lolo se le erizó la piel al escucharla, ya que aunque lo negaba, todos sabemos perfectamente que le teme a mi mamá casi tanto como yo. Y quién no, digo.

—Entonces yo también te acusaré con nuestra madre y le diré sobre el “volante”—salí en defensa de mi amigo y le saqué la lengua.

Sí, quizá actué un poco infantil defendiéndome de este modo. Hay ocasiones que  creo firmemente que debo madurar pero la única forma de contraatacar a Eli, a ese diablillo, es hacerlo de la misma manera que ella lo hace.

—Hablando de ese volante, necesito que me lo devuelvas, más te vale que me lo devuelvas —dictaminó siniestra.

No es que una niñita haya logrado intimidarme, ¡qué va! pero en ese momento preferí huir rápidamente a mi habitación junto con mi amigo. Entramos y cerré la puerta con seguro.

—¿De qué volante hablaba Eli? —me preguntó Lolo mientras se recostaba en mi cama desatendida y que rechina bastante.

—Ningún volante en especial —hice un mohín—. Pero no se lo devolveré. —Crucé los brazos.

Jamás dejaría el anuncio de los shows eróticos del Lobo, en las manos inocentes de mi hermana menor.

—Dejando eso a un lado —Lolo se dio el sentón—. ¿Puedes contarme qué sucedió ayer con Carla? ¿Por qué volviste tan tarde para que tu madre enloqueciera? Digo, nunca haces esas cosas, eres lo bastante tranquilo y mojigato como para intentar algo atrabancado. ¿Qué te está pasando tan de repente?

¿Qué me está pasando? ¿Qué sucedió ayer?

Ayer, tuve un molesto encuentro con el novio de Carla, suceso que no planeo mencionar a nadie.

—¡Ah! ¡¿Qué es ese extraño color en tus mejillas?! ¡Estás sonrojado! —señaló impresionado Lolo, como si nunca haya contemplado ese efecto en mi rostro—. ¡Pues qué pasó anoche!

—¿Qué? ¡Claro que nada relevante, idiota! —balbuceé y sacudí mi cabeza antes de que el molesto recuerdo se hiciera presente de nuevo— ¡Nada pasó, nada!

Comencé a frotarme los brazos y reí con nerviosismo, haciéndome el desapercibido.

—Entonces…

—Hablando de… —intenté desviar un poco el tema con algo que me costaba decirle a Lolo pero que debía, pero no se trataba nada de Adrián, aclarando-… ¿recuerdas que llevaba puesto el padrísimo abrigo con el estampado de Mario bros que me confiaste y que ahorraste todo un verano para lograr comprarlo en la convención porque es un artículo de colección especial?

—¡Oh si! ¡Creo saber cuál dices! —dedujo sarcásticamente.

—Ese, ese —señalé.

—Claro que sé de qué prenda hablas, idiota —añadió serio y frunció la ceja.

¿Se había molestado? ¿Sospechaba algo? Ya comenzaba a imaginar cómo reaccionaría cuando lo supiera, dando vueltas como loco por todo el cuarto, lloriqueando y exclamando con dramatismo: ¿Por qué Ángel? ¡¿Por qué has dejado que se la llevaran?! ¡Debiste protegerla a costa de tu vida!

Otra opción sería que me obligara a trabajar de limpiabotas o vendiendo aspiradores de puerta en puerta hasta que lograra pagarle, o que simplemente me noqueara, me dejara de hablar y me odiara por el resto de su vida. Era justo.

Repentinamente mis pensamientos me hicieron sentir inseguro y me puse a cavilar sobre si era buena idea abrir la boca y perder a mi mejor amigo. Él es la única persona que ha permanecido a mi lado, es mi compañero leal, con el único que cuento en la vida.

—Respecto al abrigo… —señaló Lolo repentinamente—. Yo también quisiera decirte algo…

—¡Habla tú primero! —exclamé.

—Bueno —se encogió de hombros y comenzó a explicar—. Sabes que me fascina los videojuegos y Mario Bros, como a ti, y también sabes que anhelaba bastante comprarme ese abrigo de edición limitada y de alto costo que me dejó hambriento, cero maquinitas durante meses, para conseguirlo…

Yo me pasé la saliva aún más nervioso que hace unos segundos, pues ya no había duda que sería asesinado por las manos de mi mejor amigo.

Miré a la puerta. ¿Debería correr ahora que puedo?

—Pero aún así —continuó—… bien sabes Ángel, que nunca, ni una sola vez, usé el abrigo y la guardé en la oscuridad de mi armario. Entonces comencé a analizar las cosas y luego de ver tu cara emocionada cuando dejé que la estrenaras en el paseo escolar, pensé: ¿Por qué no regalárselo a mí mejor amigo? Digo, a mi me agrada ese abrigo pero jamás lo usaría afuera, en las calles, ¡dónde hay gente que me mira! ¡Gente que me conoce y que cree que he madurado! Y volví a analizar: Bueno, a mi amigo no le importa lo que piensen de él, no le importa si se ve demasiado infantil y ñoño luciéndolo, él lo usaría sin importarle que fuera un suicidio social, a él no le importa su reputación, y tal vez sea porque ya está demasiado dañada…

—¿Me estás diciendo que el hermoso y perfecto suéter de Mario Bros me pertenece?—le interrumpí, estupefacto.

—Todo tuyo —sonrió y recostó su cabeza en la almohadilla, con las manos bajo su nuca—. Pero por favor, no vayas a besarme por eso.

—¡¡¡Ahhh!!! —eché un grito.

Espantado, Lolo se puso de pie de un topetazo.

Comencé a dar vueltas por la habitación como un loco, lloriqueando y exclamando con dramatismo: ¡¿Por qué Lolo?! ¡¿Por qué?!

—Te dije que te lo obsequiaba —tartamudeó confundido—. Nunca creí que reaccionarias  así, creí que danzarías entre las flores de una verde pradera obra de tu imaginación.

—Era mío, mío, mío… —devastado, me aventé a la cama y estrujé la almohada—.Ya era mío… pero anoche me asaltaron en un callejón de muerte. A los delincuentes no les importó desprenderme del abrigo, aunque fuera un gran fan y me dejaron tirado en el frío en la noche lluviosa —.Sorbí la nariz.

—¿Te asaltaron? —preguntó alarmado.

Afirmé con un puchero.

 —Qué pena. Voy al sanitario —se rascó el trasero y salió de la habitación.

Resoplé entristecido. Una de dos, o no me había creído, o en verdad no le importaba ni un poco a mi mejor amigo.

Aguarde recostado en la cama, y a los pocos minutos él regresó. Desde mi posición le escuché haciendo alboroto mientras subía las escaleras y recorría el pasillo a toda velocidad. Y repentinamente,  abrió la puerta de topetazo.

—¡¿De quién es está padrísima chaqueta?! —fue lo primero que exclamó.

Me levanté de un brinco.

—¡¿Dónde demonios la encontraste?! —grité— ¡Estoy seguro que anoche la arrojé al cesto de basura que está en la cocina y le lancé un cerrillo encendido! —me jalé los cabellos.

—¡¿Que hiciste qué?! —vociferó—. ¿Sabes lo que cuesta y lo padrísima que está?! ¡¿Y lloras por un abrigo de Mario Bros poseyéndola?! ¿Estás demente?

—¡Mamá debió sacarla de la basura antes de que la consumieran las llamas! —gruñí y me llevé las manos a la sienes.

—¡Alabada sea tu madre por no dejarte cometer una estupidez! —se acercó y me dio un coscorrón.

—No me importa lo que le pase, porque esa chaqueta no es mía, es del imbécil del Lobo —irritado me crucé de brazos y desvíe la mirada.

Ignorándome, Lolo se puso frente al espejo emocionado, se midió la chaqueta de cuero y la lució una y otra vez frente al reflejo.

Al mirar a mi amigo de reojo, la imagen de Adrián invadió mi mente. Él, convertido en una caricatura minimizada, comenzó a pasearse engreídamente y con actitud petulante entre mis neuronas.

<<¿No soy un galanazo?>> Me guiñó el ojo, presumiéndome la chaqueta como lucia si fuera su propia piel.

—¡Una estúpida chaqueta no te hace ver más galán! —me quejé con el molesto inquilino en mi imaginación que poseía cuernos y una cola de demonio.

Lolo escuchó y me miró de reojo.

—Estás equivocado Ángel, la ropa que uses afecta mucho tu imagen, con ella das una perspectiva de quién eres o cómo deseas que los demás te vean o te traten. Un ejemplo, esta chaqueta me hace ver varonil, rudo, rebelde, intimidante, ya sabes, un chico malo y sobre todo, un galán. Estoy seguro que si me paseara con ella por todo el instituto, atraería miradas y la mayoría comenzaría a tomarme en serio, y de paso, rompería algunos corazones y los malos del salón se dirigirían a mí de esta manera: “¿Qué hay, amigo?”—explicó.

Nuevamente, todas esas características describieron y formaron la imagen exacta de Adrián en mi mente. Él en verdad, ¿tiene la sucia intención de mudarse a mi cabeza? Ya le estoy viendo con maletas, preparándose para su mudanza. ¡Se ha puesto cómodo, como si fuera su casa!

—¿Realmente quisieras ser un tipo así? ¿Engreído y rudo? —dije con desprecio total—. A mí me agradas como eres, sin esa chaqueta.

Lolo se la quitó.

—Anda, úsala tú —me la ofreció—. Te verás genial… o diferente, o lo que sea.

No, definitivamente no quería usarla de nuevo.

Anoche… la usé. Y aquel preciso recuerdo volvió a molestar mi mente, por más que lo evité. La escena de cómo Adrián al verme titiritando y enfermo, sin pensarlo se quitó la chaqueta, descuidándose a sí mismo, y con ella me arropó cálidamente, defendiéndome del despiadado frío, haciéndome sentir protegido y calmando así, el temblor de mis brazos. Adrián tuvo esas atenciones conmigo, aunque fui  grosero.

 A pesar de tratarse de él…

¡Argh! Su caridad hacia mí me irritó, me hizo sentir extraño e incómodo. Con esa actitud tan considerada, hizo parecer que el malo era yo, que hacia él, el cruel era yo, y que no tenía derecho de juzgarlo como lo hice antes, sin conocerlo personalmente, y todo porque se mostró contrario a su persona: compasivo, ¡misericordioso! ¡Un chico como él fingiendo ser eso, me parece tan inverosímil que no lo puedo comprender y me comporto escéptico!

Y después de conocerlo esa noche, y de ser víctima engañada de su hipocresía, sólo hay una cosa que puedo decir de él: No lo soporto. Le odio. Odio a la persona que salvó mi vida y que ruego al destino no nos vuelva a encontrar.

—No usaré esa Chaqueta —crucé los brazos.

Lolo se acercó a mí.

—Vamos, sólo para ver qué tal te ves. ¿No quieres conquistar a Carla? Usándola tendrías más posibilidad de que ella te volteé a ver. Créeme —me jaló del brazo hacia el espejo.

—¿Carla? ¿Mirarme? —se me iluminó el rostro. Lolo sabía perfectamente cómo convencerme.

Sin mas, cogí la chaqueta, pero con algo de violencia y la miré con un odio profundo.

—¿Acaso la chaqueta te hizo algo muy personal para que le mires así? —inquirió—. ¿Te insultó? Porque déjame informarte que las prendas no hablan, y no tienen sentimientos.

—El problema no es la chaqueta, sino el dueño —aclaré con aborrecimiento.

Poco convencido metí los brazos a las mangas a la chaqueta y la lucí sin tantos ánimos, cabizbajo, enfadado y farfullando maldiciones para mí mismo.

Me sentí incómodo, como que me picaba la fragancia de Adrián aún impregnada en ella. Y entonces con algo de antipatía, me observé al espejo con la chaqueta puesta.

Hmmm…

Me decepcioné. Sólo era yo frente al espejo. Yo y mi apariencia simple.

Ese tipo de ropa no iba conmigo, definitivamente no era mi estilo.

¿Por qué no puedo verme tan genial como él? Lucia patético a comparación, y eso me hizo odiar más a Adrián y quizá envidiarlo un poco.

Resoplando, metí distraídamente la mano en uno de los bolsillos de la chaqueta, cuando sentí algo dentro. Con mi puño atrapé y saqué el objeto.

—¿Qué es esto? —amplié la palma de mi mano.

Lolo se acercó a mirar.

—¡Señor condón! —saludó Lolo con una mirada y sonrisa brillante.

—¿Señor qué…? —como un loco, maniobré la envoltura mientras saltaba sobre mi mano, evité tocarlo, como si fuera a ensuciarme, como si me manchara de pecado con sólo rozarlo, hasta que lo dejé caer al suelo, y me palpé el corazón, sobresaltado.

Me mantuve a distancia del Sr condón y a la ofensiva, indignado y pudoroso ante tal objeto.

—¿Qué haces? ¡Ni siquiera está usado, ni abierto! —rió.

Un condón. Era natural que alguien como él lo llevara encima, ¿cierto? Y continué fulminándolo con la mirada.

—El chico de la chaqueta… ha de practicar el sexo —señaló Lolo maravillado.

Me pareció notar que lo envidiaba.

—Es un sucio… —espeté.

—El condón habla bien de él, ¿no crees? —comentó—. Eso muestra que se protege y es responsable para no embarazar a ninguna chica.

Yo sólo lo veía como un depravado que intentaría propasarse con Carla, de hecho, es lo más probable que lo haya intentado ya, y mi corazón se acongoja de tan sólo pensarlo. Y me enfurece como no tienen idea.

—Lo único que considero, es que es un vil pervertido —insistí.

—¿Vil pervertido? Pero si sólo es sexo, una necesidad natural en el ser humano —señaló Lolo—. En las etapas de la vida del hombre, la reproducción es una de las…

Mis mejillas se enrojecieron. ¿Por qué hablaba de eso? ¿No tenía ya suficiente con las clases de sexología que me imparte obligadamente la preparatoria? Quizá sea común que dos hombres se perviertan con ese tipo de conversaciones, pero Lolo y yo éramos una pareja de amigos bastante peculiar, y nunca hablábamos de sexo entre nosotros, pero aún así, teníamos cierto tipo de complicidad silenciosa… sabíamos todo uno del otro, hasta lo que callábamos y lo que nos empeñábamos en ocultar… Bueno, casi todo.

 Así que, como era de esperarse, ese “tema” no se había tocado hasta hoy.

Él contempló mi gesto de desagrado.

—Acaso… ¿consideras al sexo un acto impuro y asqueroso? —se asomó entre mis ojos que no dejaban de contemplar el anticonceptivo.

No respondí nada. En verdad esto era incómodo y vergonzoso.

Algo inseguro, metí la mano en el bolsillo izquierdo para ver cuál otro objeto sucio cargaba el vulgar del Lobo dentro de la chaqueta.

¿Con qué otro “vil” objeto me toparía dentro? ¿Podría haber otra cosa peor que un condón?

Sumergí la mano, jalé el objeto y…

—Una tarjeta —dije y miré su reverso sin tanto interés.

—¿De qué es?

—De un gimnasio, o algo así —señalé y la arrojé al piso sin darle importancia.

En eso, escuché a lo lejos la espeluznante voz de mamá que me erizó la piel.

—¡¡Ángel!! ¡¡Lolo!! —la escuché llamarnos desde la sala.

Lolo y yo nos miramos entre sí y nuestros rostros se pusieron pálidos. Mamá había llegado y Eli la había puesto al tanto de todo.

—Me escaparé por la ventana —se aceleró Lolo.

Yo le apresuré, arrempujando con mis manos su espalda, pero él se volvió repentinamente y cogió el condón del suelo.

—¿Qué haces? —pregunté absorto.

—Nunca se sabe cuando lo necesitaré —señaló y lo guardó en su bolsillo—. En la mayoría de las ocasiones, el sexo sucede sin que lo planees. Y un hombre precavido vale por dos.

Eso era absurdo, Lolo no ha tenido ni una enamorada en toda su vida. Una desgracia que yo también padezco.

Él bajó por el árbol con la agilidad de un chimpancé.

—Me siento como un amante escapando de la habitación de una dama —se burló—, luego de haber robado su “virtud”.

Lo miré con antipatía, me despedí con la mano y dándome rápidamente la vuelta, salí de la habitación, y me dirigí a la sala. Aún sentada en el sofá, Eli esperaba atenta apreciar cómo me reprenderían. Hasta le puso en modo silencioso a la TV. Mamá salió de la cocina, y yo temblé, creí que iniciaría con reclamos, pero en vez de eso, repentinamente ella me miró con ojos de una adolecente enamorada.

—¡Esa chaqueta es bonita! —señaló sonriente—. Cuídala, accidentalmente la encontré en la basura. ¿Es de un amigo tuyo? Es una prenda muy intimidante.

—¿”Amigo”? —repetí irónico y me la quité con furor—. ¡El dueño de esta chaqueta no es mi amigo!

—Eso es lógico —interfirió mi hermana—. Ángel no tiene amigos que vistan tan bien.

Le lancé una mirada asesina. Ella rió.

—Como sea —dijo mamá—. La devolverás, ¿cierto?

¿Qué había dicho? ¿Devolverla al Lobo? No tenía intenciones de hacerlo, tampoco de conservarla, por eso la había echado al cesto de basura. Lógico, ¿no?

Y la arrojé al suelo. Estaba a punto de pisotearla cuando…

—¡¿Qué haces?! —exclamó y rápidamente la sacudió luego de recogerla—. ¿Acaso es tuya para que decidas tirarla y maltratarla?

—¡No! —respiré exaltado.

—¡Entonces llevaré esta preciosa chaqueta a la tintorería y luego la devuelves!

—¿A la tintorería? —pregunté incrédulo.

¿Por qué llevaríamos y gastaríamos en tintorería por la chaqueta del Lobo? ¡Ninguno de nosotros, nunca jamás, nos hemos dado el lujo de enviar nuestra ropa a la tintorería! ¿Por qué la de un desconocido sí? ¿Por qué la de Adrián sí? ¡No tenemos dinero de sobra! ¡Y lo ordenaba la misma persona que se negó a darle esos servicios a mi viejo y percudido traje de graduación, que lleno de polillas, tuve que usar en la ceremonia de fin de curso de la secundaria!

Pero a mamá le gustó tanto la chaqueta que lo decidió así. Y después de que ella decide algo, ya no puedo objetar.

—¡Aún recuerdo que Enrique usaba una parecida en la preparatoria y lucia tan sexy! ¡Todas moríamos por él! ¡Ay! —embelesada, contempló la prenda.

—¿Quién es el tal Enrique? ¿Acaso papá no era el más sexy para ti en ese entonces?—inquirí celoso—. ¿No fue el amor de tu vida?

Mi madre no respondió y huyó cobardemente a la cocina.

 

 

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Era viernes. El reloj marcaba la una y treinta y ocho de la tarde. Me encontraba en el comedor, sin apetito. Luego de jugar con la sopa de letras, formando oraciones como “Muere Lobo”, de pie di el último sorbo al caldo, y apresurado tomé mi mochila del sofá. La sentí más ligera al colocarla en mi espalda, y eso se debe a que el último día de clase, nunca llevo demasiado material escolar y es un descanso.

Frente a la puerta me ajusté las mangas largas de mi camisa de leñador, me abroché mi chaleco negro y coloqué en mi rebelde cabellera un gorro de color oscuro también.

Mamá se acercó y esculcó las bolsas delanteras de su mandil, desde donde las monedas tintineaban.

—Es para que pases por la chaqueta a la tintorería, ayer la llevé y dijo que la tendrían a partir de ahora en la mañana —informó.

—¿Debo ir “yo” por ella? ¿Ahora? —hice un mohín, irritado.

—Sí, sí, ya sabes cómo es la dueña, con tantos pedidos extravía las prendas con facilidad si no las recoges a tiempo.

—¡Pero debo ir a la escuela! ¿Pretendes que después que la recoja, la cargue dentro de mi mochila todo el santo día? —protesté.

—No sé, es tu problema. Hazle como quieras.

Miré las pocas monedas regadas en mi pálida palma.

—Pero, ¿por qué me das hoy tan poco? Necesito más, debo darle al maestro de arte para las pinturas de acuarela —señalé.

—Te lo he rebajado —aclaró.

—¡¿En qué?! —me exalté.

Insisto, si no le daba al maestro para el material, me quedaría sin trabajar durante la clase, y lo más seguro es que me mandara a esperar de pie en el corredor.

—En la chaqueta.

Un momento…

—Dices que, ¿yo pagaré con el dinero que me toca, lo de la tintorería?

—Claro, a ti te prestaron la chaqueta, no a mí.

Cabreado, salí de casa o y azoté la puerta detrás de mí. Ni siquiera dejé que mamá me besara -lo sé, soy un chico rudo-. Era el colmo pagarle la tintorería a Adrián. Además no tenía sentido, pues no le regresaría la chaqueta, y a él… ¡jamás lo volvería a ver!

Caminé hacia la parada de bus y pasé frente a la tintorería. Iba a ignorarla, cuando una idea invadió mi cerebelo…

Le extravié el abrigo de Mario Bros a Lolo, y debo compensárselo tarde o temprano, y a él le fascinó la chaqueta de Adrián. Fastidioso, ¿no? Pero sería buena idea obsequiársela. Aunque… con tan sólo pensar que comenzaría a ver a mi mejor amigo todos los días con la chaqueta puesta, se me revolvió el estómago. Es algo que no toleraría ¡no, no y no!

Aún así, al final, irónicamente la recogí. Digo, si ya había pagado por la tintorería, ¿por qué no sacarle provecho al menos una vez y hacer feliz a un amigo?

—Ángel, no sabía que tenías tan buen gusto por la moda —comentó la hija de la dueña del establecimiento cuando le pedí la prenda.

—Yo no lo creo —Dije entre dientes y le arrebaté la chaqueta.

 Nunca había sido tan irrespetuoso, pero el hecho de que a todo el mundo le guste la chaqueta de Adrián comenzaba a irritarme.

Él está transformándome en una bestia. Tan dulce y tierno que suelo ser.

Caminé hasta la parada del bus y estrujaba la prenda mientras que molesto, la cargaba. Estuve a punto de guardarla en mi mochila, cuando vi a lo lejos venir a Carla.

Carla…

¡Ah! Rápidamente me cubrí el rostro y guardé la chaqueta echa bola en mi mochila. Anoche yo, ¡¡¡anoche yo!!! Dios, después de lo que hice me temo que jamás llegará el día en que pueda ver nuevamente a  la cara a mi amada Carla.

Comencé a sudar mientras más se acercaba, no sabía qué iba a decirle cuando ella preguntara el motivo de mis acciones de anoche, aunque ya era más que obvio: ¿Por qué me seguiste? ¿Por qué intentaste protegerme de Adrián? ¿Hiciste todo eso porque te gusto? Aún no contaba con el valor de responder a ninguna de aquellas interrogativas.

Y cuando creí que era el final, entonces vi el autobús acercarse y brincando como chapulín le pedí la parada. El chofer me abrió la puerta, era ese mismo conductor que jugaba a las carreras con otras rutas y que se pasaba los altos. Normalmente, suplico bien sujeto a mi asiento que baje la velocidad y evite que yo y los demás pasajeros choquemos y fallezcamos violentamente, pero en esta ocasión, ¡qué importaba morir ahora! así que, le induje al loco conductor que hiciera lo de siempre, que arrancara y huyera a la velocidad de un rayo para que Carla no alcanzara a abordar.

Así fue, Carla no tuvo oportunidad. De hecho, ni siquiera se molestó en alcanzar el transporte. Tomé asiento aliviado mientras que los demás, cogían sus celulares y les avisaban a sus familiares que estaban a punto de sufrir un accidente vial y que no serían capaces de sobrevivir a la velocidad a la que íbamos.

Me sentí aliviado al encontrarme lejos de Carla, lo cual era irónico ya que nunca había intentado huir de ella, sino todo lo contrario. Digo, soy el tonto que planea encuentros “improvisados” con ella y ahora, evito a toda costa encontrármela. Sí, el universo es absurdo. Aunque, ¿hasta cuando podía seguir huyendo?

Llegué con el cabello alborotado a la preparatoria y hasta el gorro se me había caído durante el extremo recorrido en autobús. Si, había sobrevivido, y sólo porque el destino quería hacerme enfrentar a Carla y también hacerme testigo de cuando ella y Adrián se casen y formen una familia…

¿Qué demonios estoy diciendo? Quizá sobreviví para evitarlo.

Cruzaba la cancha de futbol para ir al edificio de aulas cuando…

—¡Rojas! ¡Rojas! ¡Rojaaas!

Miré a mis espaldas. Era el maestro de historia llamándome por mi apellido.

Se acercó corriendo, exaltado y extremadamente sudado. Se acomodó los anteojos, tomó aire y luego habló:

—Sobre el paseo al museo que organicé hace días, ¡¿por qué huiste?! ¡¿Adónde fuiste?! ¡Pudo pasarte algo!

—Tranquilícese maestro, sólo fui a… pasear —respondí, y me mordí la comisura de los labios.

—¡No tenias derecho a marcharte sin un permiso de tus padres! —vociferó y su mal aliento llegó hasta mí.

—Pero ya soy… mayor de edad —balbuceé.

—¡Entonces madura y actúa como un adulto!

—¿No cree que está exagerando un poquito? No llevó de paseo a un grupo de niños de primaria, sino a preparatorianos. ¿Cree que a estas alturas, aún son necesarios los permisos firmados por nuestros padres? —-hice una mueca.

—¡Eso díselo a tu madre! —exclamó.

—¿Eh? —inquirí, traspuesto.

—¡Ayer vino a verme y estaba muy molesta porque te deje marchar el día del paseo!

Cruelmente apenado, le pedí disculpas al maestro por la sobreprotección de mi madre hacia mí.

—Ella me sugirió que te diera un castigo ejemplar para que no lo volvieras a hacer, y le haré caso a su insistencia.

—¿Qué? Pero… —intenté debatir.

—Ya sabes lo que deben hacer los castigados en mi materia, así que al terminar las clases te veo en mi oficina, le hace falta una buena sacudida y una barrida, y sacar la basura, y limpiar las telarañas y…

Maldición… ni siquiera limpio mi habitación. Pero no tuve de otra que ceder.

—Entonces lo veré más tarde —me despedí y salí corriendo.

Llegué extenuado al salón, donde me encontré a Lolo en su pupitre. Se emocionó cuando le dije que le traía un regalo.

—¿Por fin me obsequiarás tu consola de videojuegos? —se llevó las manos a la boca, conteniendo la emoción.

—¿Estás loco? Te daré algo que no necesito en mi vida —confesé.

Lolo se desanimó un poco, pero luego de ver lo que llevaba dentro de mi mochila, se hincó y me besó la mano diciéndome repetitivamente que me amaba. Eso me causó escalofríos.

—¡La usaré ahora mismo! —gritó glorioso.

Lo detuve.

—Es tuya, pero hay una condición —advertí.

—Qué condición —me miró irónico, esperando que no saliera con una tontería que lo arruinara todo.

Bajé la voz:

—No podemos arriesgarnos a que Carla nos vea con la chaqueta de su novio —meneé la cabeza—. Por ello no puedes lucirla en el instituto o cerca de casa. Así que, conociéndote, la usarás pese a mis advertencias, por lo que te la daré cuando hayamos salido de clases y hasta que cada quien se dirija en su respectivo hogar.

—Pero… —Lolo hizo un puchero, lo cual se veía inadecuado en él—. ¿Seguro que no puedo usar la chaqueta del novio de Carla?

—¿Novio? —le miré cabreado.

—Tú lo dijiste, que era su novio.

—¿Yo? ¡Pues lo omito, lo omito! —me di leves palmadas en la boca como reprenda.

—Pero lo es, ¿no? Tendrás que aceptarlo tarde o temprano, Ángel.

No, no quería hacerlo.

—Entonces… —me puse serio—. Debo hacer algo para que deje de ser su novio inmediatamente.

Estaba decidido.

 

A la mitad de la clase, salí del salón y me dirigí al sanitario bajo el permiso de la maestra. Iba caminando cuando al lado derecho de la puerta de los baños miré a un chico de tercero besando a una jovencita de primer año. Sin pedirlo, fue testigo de cómo se tocaban sus labios suavemente. Los observé hasta que su imagen comenzó a distorsionarse.

Entonces ya no eran esos labios los que se tocaban… eran los míos y los de Adrián. Me sobresalté, sacudí la cabeza, y la escena se esfumó. Me puse rojo y me recargué en la pared para reponerme de esa falsa ilusión, de ese letal recuerdo. Y me reprendí por seguir malinterpretando ese acto del Lobo:

“Aquella madrugada lluviosa en el callejón, no fue un beso lo que expresó en mí, sólo una maniobra para rescatar mi insignificante existencia”. Debía tenerlo claro y saberlo me tranquilizaba, pues como sea, Adrián no me arrebató mi valiosa primera vez. Afortunadamente, no  he experimentado en su boca, lo que eso significa y aún tengo la oportunidad de saberlo. Pero esta vez, con la persona indicada y en el momento indicado.     

 

   

*~~~*~~~*~~~*

 

 

Todo el día me escondí de Carla, refugiándome detrás de todo lo que me encontrara en el camino, hasta que las clases concluyeron.

—No vayas al castigo del maestro, no lo notará —me aseguró Lolo, el experto en correctivos.

Me planteé si en verdad quería ser igual de tramposo que él...

—¡Ok! —acepté y campantemente caminé a la salida, sin remordimientos.

Pero al primer paso me detuve en seco y me volví.

—¿Qué sucede? —me preguntó—. No me digas que no te atreves a escaparte.

—Dime Lolo, un novio normal recogería a su novia a las puertas del colegio al terminar las clases, ¿no?

—Efectivamente, la mayoría de los estudiantes se encuentran con sus respectivas parejas a las afueras de la escuela —señaló—. ¿Pero a qué viene eso?

—¿Y si el Lobo está afuera, esperando a Carla? —mi corazón se aceleró al pensar en esa posibilidad.

—Ángel… —Intentó decirme algo.

—No quiero presenciarlo, prefiero ir a mi castigo y salir tarde, cuando todos se hayan ido, que apreciarlo —dije.

—Tú sabrás —resopló.

—Entonces nos vemos, ya luego te entrego la chaqueta —me despedí.

Llegue a la oficina del profesor un poco demorado, él estaba sentado en su escritorio calificando exámenes de otros grados; la mayoría de ellos reprobados.

—Pásale Rojas —me miró de reojo a través de sus lentillas—. Ponte a  sacudir al igual que ellos —señaló al fondo a un puñado de jóvenes polvorientos y hacendosos.

Yo me asomé tímidamente desde el marco de la entrada. Un chico rubio y apuesto estaba coordinando a cuatro chicos. Engrandecí los ojos al reconocerlos: ¡Era Diego y sus amigos!

—Pe-pero Diego, ¿qué haces aquí?—pregunté absorto y me adentré al lugar.

Digo, él es la persona más caritativa que conozco. ¿Acaso lo castigaron por ser tan bueno? ¡Adoptó un cachorrito!

—¿Y tú quién eres? —frunció el entrecejo, recorriéndome con la mirada a cuerpo completo.

—Eso no importa, ¿qué haces aquí? —seguí sumergido en lo absurdo. ¡El ayuda a las ancianitas a cruzar la calle!

—¿Qué hago aquí? ¿Tú qué crees? —rió y sus amigos también lo hicieron, pareciéndoles lo más obvio del mundo.

—Sí chaval, de seguro Diego sólo vino para echarte una mano con tu castigo — me comentó su amigo sarcásticamente. Un sarcasmo que no pude ver.

—¿En serio? ¿Viniste a ayudarme? —inquirí agradecido—. En verdad eres un alma de Dios, eso de tomarte la molestia de…

Ellos soltaron una tremenda carcajada. Yo reí con ellos, ¿les parecía yo una persona graciosa y simpática?

 

Media hora después:

Salimos todos enterregados de polvo. Eran las ocho y treinta minutos de la noche.

—Para la próxima, pórtense bien —aconsejó el profesor cuando él, campante se iba todo limpio y descansado a casa.

Exasperado me sacudí la ropa y tosí ante la nube de polvo que se alzó. Sí que tomaría en cuenta su consejo, jamás escaparme de una excursión escolar sin autorización. Bueno, al menos de que vuelva a tratarse de una emergencia que involucre a Carla.

Caminé detrás de Diego y sus amigos hasta el portón de salida.

Me paralicé al dar el primer paso afuera. Carla estaba sentada en la acera de en frente, sola, volteando hacia acá…

Me pasé la saliva, y quedé paralizado, con un “¡rayos!” detonando en mi mente.

—¡Carla! ¿Por qué sigues aquí preciosa? —le saludó repentinamente Diego y se acercó a ella—. Me parece perfecto que me hayas esperado, ya que necesitamos hablar de muchas cosas, nena…

Era mi momento de huir. Diego me había dado salida. ¡Es tan buena persona! Me cubrí la cara con un cuaderno, caminé sigilosamente y de puntillas. Quizá no me había visto, ella nunca me ve.

—Ahora no, Diego —se negó rotundamente ella y lo hizo a un lado—. Con quién me urge hablar en este momento, es con Ángel.

Al escucharla, me detuve, quedé congelado, con una estatua de hielo, vibrando.

Ella se acercó a mí antes de que decidiera dar un paso más.

—Ángel y yo tenemos muchos asuntos que aclarar —dijo y me quitó la libreta de la cara.

Y entonces supe que no podía escapar más, que era el fin, que el momento que había esperado y planeado desde que la conocí, llegó…

¿Qué tanto cambiara mi vida después de esto? ¿Luego de que ella sepa que la amo?

Dios, ¿Por qué a mí?

Notas finales:

Gracias por seguir aquí ^^


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