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Vitamina G por Marbius

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Notas del capitulo:

Tomsina & Billarina, conciertos, sangre.

Lo chistoso no da gracia

 

—Diosss, qué hice para merecer este castigo… —Musitó Gustav al azotarse la cabeza contra la mesa por milésima vez aquella mañana. O quizá en no tantas ocasiones, pero el chichón que se le formaba en plena frente aseguraba que menos de quince golpes no eran.

—No repliques. Recuerda que tienes que comer por tres –le recordó Bill, que en su nuevo papel de segundo padrino o madrina primera en todo caso, le servía al rubio una nueva tanda de cereal con frutas que rebosando en leche, lucía deliciosa. Y no que Gustav no la apreciara, pero de nueva cuenta el pantalón le amenazaba con estallar si se atrevía a una cucharada más de lo que fuera—. Gus –le advirtió con tono de madre regañona—, no es tu salud la que está en juego…

—Exacto –interrumpió Tom a través del bocado que le daba a un par de tostadas francesas.

—… Sino la de Tomsina y Billarina –finalizó el menor de los gemelos.

—¿Uh? –La cabeza de Gustav se disparó de la mesa a la cara de Bill que para nada se burlaba de aquellos nombres; al contrario, parecía serio—. Perdón, ¿qué has dicho?

—Que tienes que comer por tres porque… —Empezó con tono monótono antes de que Tom soltara una carcajada que le hizo ahogarse con lo que traía en la boca—. No le veo lo gracioso a lo que dije –replicó con acidez Bill, al inclinarse sobre su gemelo y darle unos no muy débiles golpes en la espalda.

—¿Tomsina? ¿Billarina? –Gustav se talló las sienes con la yema de los dedos pensando que dos nombres más feos no se podía encontrar en el mundo. Aparte de sonar como alguna nomenclatura que se le pondría a una mascota, le recordaba a los nombres de los gemelos, lo que ya de primera mano, era obvio que Bill pretendía que fuera—. Me niego. Antes muerto.

—¡Gusss! –Chilló Bill para a continuación morderse el labio inferior con fuerza—. Vamos, ¿a poco no molan? Yo también quiero participar en tu embarazo y creo que como el más apto y con mejor gusto de nosotros tres, los nombres los podría poner yo.

—¿Tú? –Se burló su gemelo—. En serio, ¿tú?

—¿Algún problema? –Mano en la cadera y pretencioso acento, Bill terminó con su masaje de espalda para iniciar junto con su gemelo un duelo de miradas asesinas que para ser a las nueve de la mañana de un día libre, era demasiado agotador por ser tan temprano.

Por ‘número-que-fuera’ vez, Gustav azotó la cabeza contra la mesa. Con aquellos dos, lo mejor era resignarse que no había de otra para salir indemne.

—Chicos –vaciló al ver que dos pares de ojos idénticos lo acuchillaban en la espera de sus siguientes palabras—, tómenlo con calma, ¿sí? Tenemos cinco meses para decir que nombres escoger así que no se apresuren. Hay tiempo.

—Tenemos que ponerles nombres ya –exclamó con horror Bill. Se llevó una mano justo encima del pecho, encima del corazón para darle énfasis a lo que iba a decir—. Leí en Internet que ponerle nombre al bebé antes de que nazca fortalece los vínculos madre-hijo. Además, tenemos que tener algún nombre con el que llamarlas. No quiero que sean ‘las niñas’, ‘las gemelas’ o… —Bufó—. Lo que sea. Me niego a que no sean dos individuos separados.

Gustav se contuvo de rodar los ojos. Por muy barato que estuviera aquel argumento, un pinchazo leve en el vientre bajo le indicó que Bill tenía la razón.

—¿Qué tal…? –Tom empezó, antes de verse silenciado por su gemelo.

—Olvídalo. Nombres de bailarinas exóticas no. Tiene que ser uno que simbolice algo como fuerza. ¿Qué opinan de Catalina? –Ignoró los ‘ugh’ que le llegaron en coro—. ¿Roberta? –Rechazo automático—. ¿Alexandra? ¿Sophie?

—Dormí con una Sophie cuando estábamos en el Schrei tour –fue el comentario ensoñador que soltó Tom y Gustav tuvo que contenerse de soltar una risita sardónica al ver que Bill le daba una patada con todas sus fuerzas a su gemelo.

Ver a aquel par en sus primeros escarceos amorosos no era ni la mitad de chocante que en un principio creyó que iba a ser. Empezando porque aquel par sólo llevaba avanzada la relación en el plano sentimental. Ambos sabían lo que el otro sentía y en base a ello trabajaban el camino por delante, pero en vista de que apenas llevaban dos días de avance, no era mucho lo que había cambiado.

Por decisión unánime, los tres se comprometieron a mantener aquel asunto en secreto al menos hasta ver en qué progresaba o cómo sorteaban lo que viniera. Gustav, que no sentía que tuviera vela en aquel entierro, en su momento acepto no muy convencido de si era lo correcto, pero tranquilo de que fuera del ocasional lazo estrecho que ya tenían antes, poco había cambiado.

—¿Dulcinea? ¿Zamara? ¿Chloe? ¿Anastasia? ¿Stephanie? –Con cada nombre, el desconcierto de Gustav aumentaba. Bill parecía haber tenido la lista de antemano que sucediéndose una tras otra, las palabras de su boca salían como agua de una presa—. ¿Lo ven? Feos. Por eso…

—No les voy a poner Tomsina y Billarina –gruñó el baterista al ver para dónde iba todo—. ¡Ni de coña! –Sentenció, al ver que el menor de los gemelos parecía dispuesto a usar su infalible puchero de niño mimado para conseguirlo.

—¿Y si les ponemos algún nombre con G a las dos? –Tom se encogió de hombros—. Ya saben, por Gustav y por… Georg.

Al instante supo que había cometido un error. La expresión de Bill se hizo dolida como quien observa un accidente de vehículo y no puede hacer nada para ayudar. Después se transformó en la cara que pone cualquiera al morder un limón, mientras denegaba con la cabeza de lado a lado para evitar a toda costa el desastre. Más preocupante que él, que no era el afectado, fue Gustav. Éste tomó el color de la cera al dejar caer la cuchara en el cuenco del cereal y removerse incómodo en el asiento.

—Tom –siseó Bill de mala gana—. Shhh…

—Está bien –habló monocorde Gustav—. La idea me gusta. Sólo que no sé muchos nombres con G.

—¿Geraldine? –Sugirió Bill en un falso tono alegre.

—¿O Glenda? ¿Graciela? –Tom esbozó una media sonrisa—. Aún hay tiempo para pensar.

—Mientras no sea…

—Tomsina –dijo Bill.

—O Billarina –terminó Tom. Ambos aliviados de ver que Gustav continuaba comiendo con un poco menos de amargura que antes.

 

Aquella misma mañana, a Georg lo despertaron las voces subiendo y bajando de tono que por toda la casa se dejaban escuchar sin compasión de la hora en la madrugada que era.

Al encarar el reloj, los números le indicaron que apenas eran las nueve con veinticinco minutos; no madrugada, ok; sí muy temprano para él. Demasiado temprano, enfatizando lo último. “Genial”, pensó, al hundir la cabeza en la almohada y con tristeza tratar de encontrar algo en ella que aún tuviera rastros del aroma de Gustav.

Aquel era ya su quinto día durmiendo en camas distintas, habitaciones distintas y no es que los contara, pero sí, lo hacía con la agonía de un prisionero que lleva la cuenta sin saber con qué medida, los días restantes para su ansiada liberación. La diferencia era que en su caso no veía el día finalpuesto que si estaba en esa situación era por su culpa y la de nadie más.

Rodando a un costado, maldijo al reloj por no haber avanzado ni un minuto antes de cerrar los ojos y tratar de dormir de un rato más. Lo que era imposible con el ruido que las voces de los gemelos, algo raro para la hora que era, producían. Paredes delgadas o un sistema de calefacción que conectaban la casa entera; fuera lo que fuera, acarreaba las voces excitadas de ambos.

Georg consideró un instante la idea de levantarse para darles un par de gritos y ponerlos en su lugar, pero la opción de luego regresar a la cama y encontrarla vacía y helada no le seducía en lo más mínimo. Empezando porque esa ni siquiera era su cama, sino la del cuarto de invitados. Un colchón criminal que amenazaba con apuñalarlo usando un resorte salido cada que se movía, un par de sábanas rasposas como lijas y polvo por doquier eran el castigo que al parecer recibía.

Oficialmente, ese era su cuarto. Que hasta entonces él y Gustav hubieran compartido una cama era ya otro asunto.

Lo que más deseaba era arrastrarse al lado de Gustav, de rodillas si el dramatismo lo requería, y en su regazo acurrucarse hasta el fin de los días. Lo extrañaba que dolía y estrujando la almohada como si aquella fuera el salvavidas que necesitaba, se negaba a llorar. Por orgullo al menos, que si estaba en aquel predicamento era porque él imbécil era él, no Gustav. Eso le quedaba claro.

Aunque Gustav, hasta cierto punto tenía la culpa de no haberle dicho lo del embarazo antes, también estaba en su derecho de mantenerlo en secreto cuanto quisiera, pues era su cuerpo y el bebé que ahora se desarrollaba en su interior nada tenía que ver con él. Lo que si lo pensaba bien, era una parte más de lo que lo tenía ahora con las mejillas húmedas y el cuerpo frío bajo las mantas.

No tenía ni cómo estar furioso pues aquel embarazo era un imprevisto. Gustav en ningún momento después de haber terminado de una vez con Bushido había regresado con él así que no podía culparlo por una infidelidad que de manera técnica no existía por mucho que la criatura fuera del hombre mayor. Lo que se carga como restos de una relación no tiene que ver con ésta en sí, sea el corazón roto, recuerdos amargos o un bebé que no tiene la culpa desde antes de nacer...

Siendo razonable consigo mismo, era él quien se comportaba como un cabrón cualquiera. Gustav merecía ser comprendido, tener en quién apoyarse y Georg se tuvo que recordar con una aguda punzada en el pecho, que antes de pareja, ellos habían sido mejores amigos. Algo de ello le confería la obligación de velar por él y preocuparse por lo que le pasaba. Siendo que ese sitio ahora lo ocupaba Tom, no pudo sino usar el dorso de la mano para limpiarse las lágrimas y tratar de calmarse.

—Control, Listing. Control –se dijo a sí mismo al sentarse en el colchón y con hombros caídos, apoyar los codos en las rodillas.

Con un largo suspiro que le costó toda su fuerza de voluntad, se puso en pie para enfrentar el día.

 

—… Ganchos A y B en posición de mariposa. Prosigue con… —La imagen se congeló por orden de Bill, que control remoto en la mano, soltó un exagerado ruidito de exasperación con la boca.

—El mío no luce como el suyo –y tiró el ganchillo y una bola de estambre que en sus manos, pretendía ser la próxima chambrita de bebe 1G como había bautizado a la primer bebé. Tom se encargaba de 2G en un intento no tan desastroso, pero igual fracasado, su labor de tejido no se asemejaba en lo mínimo a lo que el video instructivo aseguraba era fácil de hacer—. Damos asco –se lamentó—. Ahora las bebés de Gustav no tendrán nada de ropa que ponerse para cuando nazcan.

—No somos pobres, ¿sabes, Bill? –Le recordó su gemelo al apartar lo que llevaba avanzado en el tejido y abrazarlo. Viendo que seguía decepcionado de sus labores manuales, le besó con cuidado detrás de la oreja, justo en el nacimiento del cabello.

El estremecimiento que obtuvo como premio valió la pena el haber sorteado la vergüenza.

—Uhm, Tomi… —Un rubor se extendió por el cuello del menor de los gemelos que tomando coraje recién adquirido, se giró por un beso en labios que apenas fue un simple roce.

La relación que mantenían, al menos la nueva, la que los involucraba románticamente era algo nuevo para ambos. No tenían más de una semana y los avances físicos no superaban un par de abrazos calurosos y unos cuantos besos atrevidos que a fin de cuentas eran nada en lo referente a la intimidad que podrían llegar a tener en un futuro no muy lejano.

Con un tanto de pesar, entonces Tom se separó y Bill no puso objeciones al escuchar los pasos que se acercaban desde el segundo piso y que en cuestión de segundos, delataron a su dueño: Georg.

Ambos lo miraron con ojos entrecerrados como rendijas. No muy contentos con él, pero a instancia de Gustav, tampoco con el permiso de reclamarle nada. En su lugar, retomaron a la labor de ganchillo para hacer dos primorosas chamarras que en pantalla lucían preciosas pero que en sus manos no pasaban de ser enredijos de estambre en tonos rosa y amarillo.

Georg pasó a su lado rumbo a la cocina y en vista de que estaba siendo ignorado bajo la ley de hielo, no dijo ni ‘Buenos días’ cuando llegó el rellano debajo de las escaleras. En su lugar, se sentó a la mesa de la cocina y tomando los restos de una pizza que habían comido unos dos o tres días antes, acabó con ellos en tres bocados perezosos.

Luego de ello permaneció sentado por horas o al menos eso creyó, hasta que el teléfono de la casa sonó. Por la voz, era Bill quien contestaba y por el tono contrito con el que decía ‘sí, claro, por supuesto’ y de nuevo ‘sí’, aquel era David con no buenas noticias.

Lo que se confirmó cuando el menor de los gemelos entró en la cocina y sin dignarse a darle una mirada cual si fuera la más mísera cucaracha del mundo, le informó que en una hora tenían una reunión en la sala. “Importante”, agregó, antes de salir de la habitación usando el codo frío para indicarle que no pensaba perdonarlo en un tiempo cercano.

Georg pensó que se lo merecía. Con pesadez, al cabo de un muy largo rato y no antes de escuchar las llantas en la cochera, se puso de píe para enfrentarlos a todos.

 

—Esto no puede tardar más –dijo David Jost como primeras palabras apenas estuvieron los cuatro miembros de la banda juntos en la sala.

Sentado él en una silla, los observaba a todos desde sus posiciones. Por órdenes de los gemelos, Gustav descansaba en el sillón de una plaza y usando el puff para mantener las piernas en alto porque de días atrás se quejaba de cansancio en éstas. Enseguida, estaban Bill y Tom, acurrucados uno en el otro y más allá, ocupando el último asiento, se encontraba Georg con aspecto de no querer estar ahí.

Todos juntos contuvieron el aliento esperando las siguientes palabras de Jost, que por la manera en la que se atusaba el cabello con nerviosismo, planeaba hablar de aspectos sumamente desagradables.

—Como bien saben, estamos de paro temporal. Temporal como ustedes saben –saboreó cada letra el decirla –implica que vamos a regresar en cualquier momento y eso tiene que ser ya. La discográfica está perdiendo dinero y ustedes también –apuntó como si fuese lo más preocupante, lo que en su caso sí era a menos que deseara que los altos mandos le patearan el trasero con botas de acero.

—Al cuerno el dinero –protestó Tom—. ¿Qué pasa con Gustav? Él no puede salir a dar conciertos así. Está embarazado, Dave, algo que deberías notar y tomar en serio. No es seguro que toque la batería ante un público enorme en su estado.

—Es un médico y no tú quien va a decidir eso –contestó David con voz fría—. Además, sólo estamos retrasados en una semana respecto a las fechas originales.

—¿Y es que esperas tenerlo un mes así? Gustav necesita reposo y tranquilidad, no ser sobre explotado como niño chino porque a la disquera le importa más el dinero que uno de nosotros.

—Tom… —Intentó apaciguarlo Gustav, pero el mayor de los gemelos se negó a escuchar.

—Que me besen el trasero, Gus. No es justo. –Estrelló el pie contra el suelo—. Aquí todos tenemos que ser firmes por tu bien.

Jost pareció sorprendido ante la repentina explosión de Tom, quien usualmente era calmado y no se entrometía en asuntos que no eran los suyos. Por fortuna para el hombre mayor, su teléfono sonó y tomó aquello como una excusa para pensar una táctica a continuar. Saliendo de la habitación, los dejó solos.

—No pienso aceptar que nos digan esto –siseó Tom a través de los dientes, apretando los puños hasta que los nudillos se le tornaron blancos—. Tampoco te puedes quedar callado –enfrentó a Gustav, que parecía disminuido al acariciarse el vientre en un gesto inconsciente—. Cualquier cosa te puede pasar en el escenario.

—Pero sólo tendría que estar sentado –murmuró—. Además, las fans…

—Esto no es por heroísmo –se cruzó de brazos Bill—, tampoco puedes pensar en ellas antes que en ti o que…

—Lo sé, lo sé –le interrumpió Gustav con voz lastimera. Eso lo entendía a la perfección. Las niñas iban primero, antes incluso que él, pero veía aún tan lejano el día del parto que no entendía cómo un par de fechas más podrían estropearlo todo. Incluso David mismo lo había dicho, que una vez terminada la última tanda de conciertos lo siguiente sería prepararse para el nuevo álbum, lanzar los sencillos, hacer el trabajo sucio. Nada físico. Tendrían entonces tiempo de sobra y él podría dar a luz a las bebés sin tener que arruinarle más la vida a sus compañeros de banda o a las fans.

—Gus, por favor. –Sujeto de ambas manos por cada uno de los gemelos, el baterista denegó.

Desde su sitio, Georg quiso decirle también que aquello era un grandísimo error, que forzarse no iba a conducir a nada bueno; demonios, tal vez si era él quien le decía eso empeoraría todo. Gustav podía ser terco como una mula con tal de no hacer lo que los demás querían, incluso si en ello salía lastimado él. En lugar de hablar, se aferró a su asiento con uñas y dientes para controlar el impulso de abrazarlo y hacerle ver que no era buena idea.

Para su ayuda, en cierta desventaja, Jost regresó a la habitación con los labios tirantes en una delgada línea que indicaba todo menos buenas noticias.

—Todos fuera –indicó con un crujir de nudillos—, menos Gustav. Tengo que hablar contigo.

—¿No pretenderás amenazarlo para que siga con esta tontería? –Estalló Tom al ponerse de pie y sujetar a su manager del hombro con rudeza. Bill a su lado saltó e intentó interponerse.

—Hey, los dos –los aplacó con ojos grandes de miedo—. Por Dios, no son un par de niños. Necesitan calmarse, es por el bien de Gustav. Ninguno de los dos ayuda en nada si se lían a golpes en la sala. ¡Es inmaduro, por Dios! ¡Tom, David, basta! –Gritó harto de una vez.

El baterista se puso de pie, harto de una vez de ser tratado con tanta delicadeza. No era de cristal, si podía llevar a cabo aquel embarazo, claro que podía hablar con David a solas. Ya estaba en edad de tomar sus decisiones y con áspero tono se los hizo saber a todos.

—Hablaremos en mi habitación –le dijo al hombre mayor.

Los dos, a paso lento pues a Gustav le costaba subir las escaleras a causa de su redondeado vientre que le descontrolaba el equilibrio y que era equivalente a querer caminar en la cuerda floja, se encontraron en pocos minutos en la habitación del rubio. Sin esperar permiso pues no lo necesitaba, Gustav se sentó con pesadez sobre el colchón para darse un masaje en el estómago. Jost, no muy seguro de cómo decir lo que tenía que decir, decidió que lo mejor era ir al grano.

—Ha llegado un paquete para ti al estudio. Más bien un pequeño regalo y un bouquet de flores. Vienen con una nota de Bushido. –Las mejillas de Gustav adquirieron un tono carmesí que se intensificó con cada oración que Jost decía apresurado, como si fuera algo reprobable y de lo cual avergonzarse—. Mira Gus, no es mi asunto en lo más mínimo pero Bill se ha involucrado y tenemos qué hacer algo para acallar los rumores. Esto no ayuda.

—Los conciertos… —Gustav empezó con temblores en el cuerpo—. Los vamos a hacer. En serio. Salimos cuando digas. Cuanto antes mejor.

—¿Es seguro? –Por primera vez en la noche, el hombre mayor lucía verdaderamente consternado por lo que le pasaba el rubio. No era para menos siendo que lo quería como a un amigo o como a uno de los cuatro hermanos pequeños que llevaba a cuestas. Hasta él podía ser un cabrón desalmado cuando de cuestiones de dinero y trabajo se hablaba, pero por nada del mundo haría algo que pusiera en riesgo tanto su vida como la del bebé que llevaba a cuestas.

—Es que después no se va a poder más… ¿Te digo las nuevas noticias? –Gustav dejó de mirarse las manos sobre el regazo para alzar el rostro y con ojos húmedos de llanto contenido, balbucear sus siguientes palabras—. Son gemelas, un par de nenas.

—Oh… —David dio un paso atrás no muy seguro de qué decir.

—Sí, yo dije lo mismo… —Se enjugó el baterista los ojos con el dorso de la mano—. Vaya idiota que soy, espero ellas no sean como yo. Quiero que sean mejores que el desastre que yo soy.

Jost decidió que callarse era una buena opción. O al menos lo era hasta llegar a la parte técnica. –Necesito hablar con la doctora que te atiende, un certificado médico de salud y que por favor te cuides. También intentaremos mantenerte en bajo perfil. Tenemos aún ocho fechas por venir y un par de entrevistas que serán en locaciones que nosotros escogeremos…

—Dave, calma. –El rubio suspiró—. ¿Puedo pedir algo?

—Supongo que sí. –David recordaba a su hermana mayor cuando había estado embarazada de su primer sobrino; una pesadilla rodante que tenía las peores ocurrencias de comida en la madrugada y que lo llamaba a él y no a su marido porque no tenía corazón para despertarlo. Peor que eso, Gustav no podía ser.

—Quiero lo que… —El baterista se tironeó del borde de la camiseta que le ceñía el estómago más de lo que parecía cómodo—. Lo que Bushido me ha mandado.

Jost parpadeó pero no dejó ver lo que pensaba en ello. –Haré que te lo entreguen más tarde.

 

“¿Hay algo que yo tenga qué saber?” rezaba la pequeña tarjeta. Gustav la giró y al otro lado encontró la firma de Bushido. –Que estoy embarazado, idiota. Son gemelas y tuyas –murmuró para sí, antes de recostarse mejor en la pila de almohadas que le ayudaban a mantenerse semi sentado y estirar las piernas. De las flores que venían unidas a la tarjeta, Gustav decidió deshacerse sin miramientos; del regalo, hesitando en un principio, lo abrió para encontrar una pelota de béisbol que escondió dentro de un calcetín.

Mejor olvidar; las rarezas de aquel hombre eran muchas, Gustav lo sabía.

Por recomendación de Sandra había estado leyendo un par de libros referentes al embarazo y aunque en parte la lectura resultaba informativa cuando no interesante, no era lo que prefería antes de irse a dormir. Le daba por tener pesadillas de cesáreas con cicatrices monstruosas y bebés muertos, amoratados o cercenados por algún descuido médico en el quirófano que como en la última noche, lo habían despertado bañado en sudor frío.

No que la pequeña nota de Bushido fuera mejor, pero le daba algo más en qué pensar. Estúpido Bill y sus arranques de ira asesina que ahora se encontraba sin sueño viendo como el reloj marcaba más de medianoche. Si no fuera por él, nada de eso pasaría y hasta podría estar dormido sin ser consciente de lo muy cansado que estaba pero de lo poco que podía dormir.

Casi leyendo sus pensamientos a través de muros, un par de golpes tímidos a su puerta lo hicieron esconder a tiempo la tarjeta bajo la almohada antes de que dos pares de pies corrieran a su cama y se sentaran en ella con confianza.

—Leche tibia –dijo Bill con dulzura—. Te ayudará a dormir.

Gustav la tomó agradecido para darle un sorbo. Adicionada con una cucharada de azúcar, la leche sabía a gloria cuando la degustaba y ésta le bajaba por el paladar rumbo al estómago. Tibios destellos que de momento no eran más que contracciones y que al cabo de un par de segundos, reconoció como las primeras señales físicas que sus bebés daban de estar vivas.

—¿Un gas? –Preguntó Tom, que atento a las más mínimas reacciones del baterista, sabía cuando se acercaba una ventosidad. Gustav solía poner esa cara de concentración cuando estaba a punto de liberar una tripa de su presión.

—No, creo que… Ahí. ¡Otra vez! –Se volteó a los dos gemelos—. Creo que están pateando… Aquí… —Guió la mano de Bill que ya buscaba por encima del bulto en su vientre con delicadeza—. ¿Lo sientes?

—No siento nada… Espera, ahí… ¿Es eso? —Bill dejó que Gustav midiera la presión y en efecto, justo donde la yema de sus dedos tocaban, se sentían espasmos—. No lo puedo creer.

—¿Puedo tocar yo también? –Tom parecía dispuesto a montar un berrinche si la respuesta era un no, así que Gustav tomó la mano del mayor de los gemelos y la colocó en otro sitio al lado de su estómago—. Wow –exclamó al cabo de unos segundos, cuando el primer golpe se hizo presente.

—Billarina es fuerte –chilló Bill de la emoción. Al ver que Gustav fruncía el ceño, agregó—: hey, sin caras feas. Tienes que elegir nombres si quieres que las deje de llamar así.

—Pensaré unos cuantos –giró los ojos el baterista. Bostezó. La leche tenía en él un efecto narcótico que por lo visto se estaba quedando dormido de la nada cuando minutos antes estaba con el insomnio en su máxima potencia.

Al verlo deslizarse en el país de los sueños, ambos gemelos hicieron intentos de irse a sus habitaciones, pero Gustav los hizo desistir de ello con una simple petición de quedarse.

Se sentía solo. Muy solo. No se encontraba en aquel colchón sin Georg rodeándolo con brazos fuertes a su alrededor. Dormir con él era genial; el sexo no tenía comparación pero extrañaba como nunca despertar y encontrar que hasta dormidos no podían estar separados.

Así, con un gemelo a cada lado, olvidó pesadillas de complicaciones de parto, de problemas con Jost, de la gira que se les venía encima, de la falta de Georg… Por encima de todo, del secreto que escondía bajo la almohada y que quemaba con su simple pregunta.

 

—Ya había olvidado lo pequeñas que eran las literas –gimió Gustav al intentarse poner de lado sobre el colchón y fallar miserablemente—. La espalda me mata, ou.

—Es esa barriga –apuntó Tom sin malicia—. No puedo creer lo que ha crecido en un par de días. ¿Has estado tomando vitaminas radioactivas o qué?

Bill, que entraba al autobús para subir su última maleta, la de los zapatos, le dio un codazo a su gemelo. –No seas cruel –le gruñó—. Tomsina y Billarina necesitan crecer. Yo pienso que serán altas así que…

—Claaaro, una cantará y otra tocará la guitarra –murmuró Gustav con burla. La idea no que fuera mala, pero si de pronto a una de las niñas le daba por pintarse el cabello o hacerse rastas, lo tomaría como señal maléfica y las llevaría a exorcizar—. Carajo, no lo soporto. –El baterista se acomodó sobre su espalda para toser—. No puede ser, ni siquiera puedo estar acostado sin sentir que me ahogo. Esto es el infierno. Sigan mi consejo, nada de embarazos. Usen condón siempre.

—Entendido –corearon los gemelos.

Usando el brazo para taparse los ojos, Gustav intentó en lo posible permanecer quieto en su litera para no darle pie a sus incomodidades que como los días que pasaban y los centímetros de vientre, crecían a niveles descontrolados.

Empezando con los calores y las comezones a horas y en lugares poco aconsejables de mostrar, no creía capaz de dar un concierto sin perder el aliento. Al ritmo que iba, rezaba no dejar caer una de las batacas o se las vería negras para encontrarlas, que dentro de poco no sería capaz de verse los pies detrás del estómago. Las gemelas crecían como la mala hierba, y aunque Gustav solía respingar por ello, cada que podía se daba el tiempo de disfrutar de la compañía que le otorgaban.

Ellas eran un amor, lo que las acompañaba una plaga. Aunque si era honesto consigo mismo, valía la pena despertar con mal aliento por un antojo de madrugada como eran los camarones con plátanos y cajeta encima sólo por poder sentir las débiles pataditas que ya se comenzaban a apreciar con mayor nitidez.

Perdido en pensamientos, también en una exploración por un mejor acomodo dado que la espalda le chillaba de dolor, casi se fue al suelo al rodar y encontrarse que el borde del colchón estaba más cerca de lo que creía en un principio.

Aferrado entonces al borde de madera que rodeaba el pequeño cubículo, se sobresaltó tanto como para casi volver a caer cuando la voz de Georg diciendo “Cuidado” con verdadera preocupación, se dejó oír.

En ningún momento Gustav había apreciado la llegada del bajista, que por el ceño fruncido que portaba, de seguro tenía ya rato.

—Te duele la espalda –habló. Las primeras palabras desde hacía una semana y días que no se dirigían ni los buenos días. Gustav se contuvo de girar los ojos, o de soltarse a llorar. Las dos opciones no le convencían, así que con la mejor delicadeza que podía dado su estado, intentó sentarse.

—Ugh –resopló con esfuerzo dado que de pronto el tocarse las rodillas era un esfuerzo equivalente a querer llorar.

—Patético –sentenció Georg con un atisbo de esa burla que entre los dos, un mes antes, degeneraba en una sesión de besos suaves—. Deja te ayudo.

En dos pasos, Georg estuvo al lado de Gustav y con toda delicadeza tiró de él hasta tenerlo sentado, con las piernas abiertas y respirando en pausadas inhalaciones. —¿Mejor? –Preguntó aún sin soltar las manos de Gustav, que por el tibio contacto, se tornaron sudorosas de nerviosismo.

—Gracias –y antes de poder decir algo, Bill entró de nuevo, esta vez llevando una maleta que contenía accesorios. Bastó con ver la oscuridad repentina en su faz para que aquel par se separara y tomara rumbos diferentes. Georg afuera, ya sacando un cigarrillo para tranquilizarse y Gustav recargándose contra el borde de la litera.

—¿Qué demonios fue eso? –Cuestionó Bill apenas el bajista se alejó lo suficiente como para no oírlos—. Pensé que no se hablaban.

—Pensé lo mismo –repuso Gustav con su mejor voz de ‘aquí-no-pasa-nada-así-que-olvídalo’. Falló mucho puesto que Bill se sentó a su lado y golpeó sus hombros cariñosamente—. ¿Qué?

Bill pensó en las palabras de días antes que le había dicho Tom. La regla de ‘no te inmiscuyas dándole partido a nadie’ y se mordió los labios. Gustav no era víctima, sí, sufría como una con ese embarazo pero de ahí a ser un desvalido, la distancia era enorme. Convertir a Georg en el malo de aquella historia tampoco ayudaba y decirle a Gustav que la manera en la que el bajista actuaba era la incorrecta por no mandar al cuerno la paternidad de las criaturas y aceptarlas como las suyas empeoraba la frágil paz sobre la que la banda entera caminaba como hielo recién formado. Un paso en falso y al abismo de agua negra.

Definir el bien y el mal en una situación en la que sólo el factor del desastre arruinaba lo bello, no tenía caso emitir juicios apresurados. Siguiendo a Tom al pie de la letra, Bill se tragó sus palabras. En su lugar, pensó positivamente que quizá, sólo quizá, aquel acercamiento podría traer felicidad de nuevo.

Sólo tal vez…

—¿Quieres maíz tostado? –La sonrisa de oreja a oreja que Gustav esbozó, le dijo a Bill todo—. Ok, pero no extra mantequilla y sin salsa que te da agruras.

—Sí, mamá –consintió Gustav—. Sólo una cosa…

—¿Mmm? –A medio camino rumbo a la cocina, Bill se dio media vuelta para encontrar a Gustav sonrojado hasta las orejas—. ¿Qué pasa?

—Ayuda… Para salir de aquí… —Gustav se talló el cuello—. Ya sabes, enorme ballena varada en la playa… No me puedo levantar solo.

 

Una semana después, tras dos conciertos finalizados, ambos en España, Gustav suspiraba con placer al hundir un par de fresas en mayonesa y comerlas con fruición.

A su lado, los gemelos que miraban sin saber que gesto de asco expresaba mejor las náuseas que les producía ver que Gustav no sólo comía con placer rayano en lo obsceno, sino que además masticaba con tanta rapidez que lo más profético sería pedir otra orden a servicio de habitación.

—Voy a pedir también una botella de Pepto-Bismol–murmuró Bill contra la bocina en espera de que en servicio a la habitación le contestaran.

—Nah, esto es lo que mi cuerpo pide –dijo Gustav al chuparse los dedos de las manos uno por uno—. Las bebés están de acuerdo conmigo.

—Ja –desconfió Tom—. No tardan en comenzar a patear en venganza.

—Otra orden en camino –interrumpió Bill al volver a la cama enorme sobre la que los tres descansaban y apoyar la cabeza en los muslos de su gemelo.

—No creo estar despierto para cuando llegue –bostezó Gustav cubriéndose la boca con el dorso de la mano—. Estoy tan cansado que podría dormir hasta que el próximo concierto llegue. Incluso podría dormir a través de él.

—Uh-uh, Gusti tiene sueño –canturreó Bill al dejar su sitio y acomodársele al baterista en la espalda. Lo cubrió con un brazo por la cintura.

—Gusti tiene gases –gruñó el baterista al dejar salir uno y hacer que Bill se cayera de la cama al sentir aire caliente en el estómago—. Gusti quiere… Dormir…

Un ronquido que le siguió confirmó que en efecto, estaba dormido y a la manera en la que estaba durmiendo por culpa del embarazo, iba a despertar hasta la mañana siguiente.

—¿Qué vamos a hacer con la comida? –Preguntó Bill al alzarse del suelo y con los codos apoyados en el colchón, quedarse pensativo.

—Olvidar la mayonesa y ver en Internet una página de ropa de bebé. Nuestras chambritas apestan así que… —Tom se encogió de hombros—. Incluso hasta podemos hacer que les borden los nombres. –Interpretó el silencio de Bill—. Ok, haremos eso cuando Gustav tenga nombres, pero ¿entonces qué…?

El beso que lo silenció habló con eco. Intercambiando miradas cómplices, arroparon a Gustav bajo las mantas; Bill le dio al rubio un beso en la mejilla, Tom uno en la frente; ambos dejaron una botella de agua al alcance del baterista y con pies ligeros salieron de la habitación a la suya propia.

 

—¡¿Quién carajos es usted?! –Chilló Jost al abrir la puerta que llevaba al compartimiento de las literas y encontrar a una mujer desconocida de espaldas e inclinada sobre Gustav. Sin pensarlo, tomó lo primero que encontró a mano y que resultó ser una bota de Bill, para amenazarla.

—¿Jost? –Gustav ladeó la cabeza para ser visible a través del cuerpo que lo cubría—. Es mi doctora –agregó al ver que su manager no parecía dispuesto a creerlo y mantenía la bota en algo, como muy dispuesto a asestar un golpe directo si no se aseguraba de que la vida de su baterista no corría peligro en manos de alguna fangirl loca.

—Me llamó Sandra Dörfler y soy especialista en ginecología y obstetricia –se presentó la mujer al darse media vuelta con aspecto incrédulo al arquear una ceja, de que un hombre mayor la amenazara con calzado y no con algo más contundente.

—Dave, cálmate. Es una revisión de rutina. Ella vino desde Alemania por eso así que siéntate, por favor –siseó el rubio avergonzado—. Ella ya casi va a terminar.

—Uhm, ok. –Depositando la bota en el suelo, David enfiló de vuelta por donde había venido.

—Ese hombre tiene cara de tener un ataque cardiaco en cualquier segundo –murmuró Sandra al anotar unos últimos datos en su tablilla, una vez que Jost desapareció—. Va a ser triste tener que darle la noticia de que ya no puedes seguir trabajando.

—¿Qué? –Gustav se intentó incorporar, pero dado lo estrecho del espacio en el que estaban y la barriga que tenía a una semana antes de los cinco meses, era una labor titánica sino es que imposible—. Tienes que estar de broma. No podemos parar el tour a una semana de terminarlo. Son dos fechas más y ya se cancelaron una vez.

—¿Dónde está Tom? ¿O Bill? –Preguntó Sandra con exasperación—. Ellos me van a escuchar mejor, no tú. No es asunto de si quieres continuar o no porque son órdenes médicas.

—Me siento bien para seguir –aseguró Gustav—. Por favor, si no, va a ser más difícil explicar por qué hemos cancelado y todo mundo se va a enterar de que yo… Ugh, eso. –Se tapó la cara con las manos. Lo sabía, en algún punto se tenía que hacer público su embarazo pero quería retrasar el día hasta el fin del mundo. No sólo era que todo mundo se iba a enterar, sino que Bushido, siendo el hombre impulsivo que era, podía reaccionar de las maneras más sorpresivas. Gustav tenía tanto miedo de las posibilidades que ni siquiera podía pensar en ellas.

—En algún momento alguien se va a enterar –le intentó convencer Sandra al bajarle la camiseta para cubrirle el vientre y proseguir—. Incluso si consigues esconder el embarazo, las niñas van a crecer y en algún momento alguien va a dar con ellas. Ser honesto desde el principio resulta casi siempre mejor al final.

—Lo voy a pensar…

—Y lo de los conciertos…

—También lo voy a pensar. –El rubio hizo de lado los argumentos de Sandra de que el estrés podía desencadenar un episodio peligroso; la migraña que ahora sufría con regularidad era el indicador más fiel de sus niveles de estrés. Que le palpitaran ya las sienes, hablaba por sí solo—. Eres mi doctora y aprecio tus recomendaciones pero al final decido yo. Y no te permito hablar con los gemelos de esto.

—¿Confidencialidad médico-paciente, uhm? –Sandra denegó con tristeza al asentimiento que Gustav uso para confirmarle su rotundo ‘sí’—. Ok. Entonces suerte.

 

Chistoso.

Gustav se sentía chistoso. Del tipo no que ríes, sino acosado por una sensación corporal que cuando se sentó en el banco enfrente de la batería para el último concierto de la gira, le hizo esbozar una mueca de dolor por los piquetes de alfiler que sentía. Un ramalazo agudo como una aguja que circundó la parte baja de su vientre y lo hizo sisear al lado de Häns, el técnico de sonido encargado de ayudarle.

—¿Pasa algo? –Atentó a sus reacciones, Gustav se preguntó por milésima vez cómo era que se percatara de cada capricho con respecto a su set y no se diera cuenta de su estado. Häns era uno de esos casos de distracción total a menos que fuera enfocada en su trabajo, lo que dado el caso, era complacer a Gustav si los platos estaban a cinco centímetros de su lugar o no.

—N-no –tartamudeó Gustav con mariposas en el estómago. Si eran las niñas o nervios por ser aquel el último concierto, no lo sabía a ciencia cierta—. Agua –habló al fin—, quiero agua.

Häns asintió mientras bajaba del escenario e iba por el pedido.

Aún sentado, Gustav cerró los ojos como un ritual que siempre antes de tocar respetaba. Lo que por primera vez en años no pudo hacer del todo, preocupado de la hormigueante sensación que comenzaba a sentir en la tirante piel del estómago.

 

—Sales en cinco minutos –anunció una de las chicas temporales a Gustav.

Aquel era su tiempo para descansar. Los gemelos presentaban su show, In die Nacht tocándose para luego incluirlos a él y Georg para el cierre del concierto como siempre era.

La única diferencia siendo que por primera vez quería quedarse en el sillón y dormir en lugar de volver a salir al escenario. Levantarse de la silla le había costado horrores porque las piernas le habían fallado miserablemente y la acuciante sensación de dolor en el bajo vientre era como estar experimentando una cesárea sin anestesia. O eso creía. Mejor no comprobarlo al menos en unos meses más.

—Ten. –Saltando ante una botella de agua helada que Georg le colocó en el cuello, Gustav murmuró un ‘gracias’ tímido que le entintó las mejillas de un pálido rosa.

Así que mientras bebía, se dedicó a observar por el rabillo del ojo a Georg, que con el bajo en brazos, tocaba alguna escala musical o lo que fuera. Su ritual incluía siempre tocar en práctica, quedarse silencioso y concentrado en el bajo.

Tenerlo tan de cerca, casi como si nada entre ellos dos hubiera pasado, le dio un apretón al corazón.

Cierto, ya no estaban en malos términos. Un par de veces incluso habían hablado como si nada hubiera pasado en el último mes, pero resultaba evidente cuán doloroso era para ambos ignorar el hecho de que su relación no era la misma. Por no mencionar que mirarse a los ojos era incómodo y bajar la mirada era recordar que Gustav cada día se ponía más y más… Pues embarazado.

—Uhm, Georg… —No muy seguro de qué decir, Gustav se quedó mudo al ver que la atención del bajista estaba sobre él.

Quería decirle lo mucho que… ¿Qué lo extrañaba, lo quería de vuelta, que…? Tragando saliva, Gustav se sintió bañado en sudor frío y la botella que aún sostenía en manos fue a dar contra el suelo derramando su contenido por el piso.

—¡Gus! –Al instante Georg estaba de pie y el bajo olvidado.

—Un minuto para… —La chica de los recados se llevó una mano a la boca al ver que la escena no era la misma que había visto la última vez que entró en la habitación—. ¿Qué le pasa? –Preguntó al acercarse y ver que Gustav estaba pálido como el papel y brillante por el sudor.

—Estoy bien –balbuceó Gustav—. Sólo necesito… Necesito… —¿El qué? Ni él lo sabía. Cerró los ojos un segundo y después abrirlos fue lo más difícil que alguna vez tuvo que hacer en la vida. Escuchó susurros apresurados, expresiones alteradas, un grito y luego nada.

Aquella nada oscura y evolvente que relacionaba con las prisas. La inexistente brisa que soplaba por encima de él y le producía frío. Encima de todo ello, la mano que apretaba la suya pero que luego desapareció y lo tuvo a solas asustado, llorando por ayuda.

 

—… Fue un desastre –captó Gustav las palabras. La voz provenía de Jost.

—Dave, no es su culpa.

—Tampoco mía pero la disquera quiere la cabeza de alguien rodando por el suelo y no será la mía. Si realmente no podía estar dando conciertos debió haberlo dicho.

—Como si lo fueras a escuchar –fue la amarga contestación.

—¡Claro que…!

—Alto. Está abriendo los ojos…

Lo primero que Gustav enfocó fue una cara desconocida que le sonreía.

—¿Quién es usted? –Preguntó con voz ronca—. ¿Dónde está…?

—Vas a tener que calmarte, muchacho –dijo el hombre, un tipo de unos cuarenta y pico que ya portaba las sienes repletas de canas. La manera en la que dijo ‘muchacho’, casi con burla, hizo que Gustav lo detestara al instante—. Aún estás bajo los efectos del tranquilizante.

La imagen mental que tuvo Gustav de aquello fue un dardo clavado en su trasero como si él fuera un elefante y algún cazador furtivo lo hubiera sedado. Claro que él no tenía marfil, pero entonces recordó que llevaba a las niñas a cuestas y en un impulso de llevó las manos al vientre. El tamaño seguía siendo el correcto y aunque el susto duró menos de medio segundo, Gustav soltó un sollozo al darse cuenta de lo que había pasado.

—Te desmayaste… —Dijo Bill al acercarse y con expresión preocupada, soltarse a llorar—. Perdón, es que fue horrible, Gus.

De lo que más tarde se enteraría el baterista era del tumulto que se formó a la salida, de las dificultades de encontrar una ambulancia que cruzara la ciudad por completo y la confusión que se generó al sacar su cuerpo inerte y descubierto a la vista de todos.

—¿Cuánto tiempo tengo aquí? –Los ojos de todos eludieron los suyos. Gustav se intentó incorporar pero la mano del doctor lo detuvo—. Quiero a Sandra aquí. ¡A Sandra! –Gritó al quitárselo de encima con un empujón débil.

—Tienes que calmarte –dijo Tom al acercarse—. Estuviste a punto de tener un aborto.

—N-No pude ser cierto… —Escaneó la sala en búsqueda de algo que desmintiera aquella terrible noticia, encontrando sólo caras tristes. Bill era quien peor lucía con la ropa del concierto aún puesta y aspecto cansado. Tom no estaba en mejores condiciones con una manga rota, que como se enteraría después, fue ocasionada en la huída de emergencia que todos habían tenido que hacer al salir en la ambulancia una vez que el caos se desató. Jost, en la esquina del cuarto, hablaba por teléfono en quietas frases que revelaban su preocupación. No quería ser él. Entonces se dio cuenta de que alguien faltaba—. ¿Y Georg?

Bill le tomó la mano. –Está donando sangre. Empezaste a sangrar justo después de desmayarte.

Gustav cerró los ojos ante aquella vergüenza que lo bañó de pies a cabeza.

—Quiero ir a casa –murmuró con cansancio. Las lágrimas comenzaron a fluir libremente. No le importaba, que ellos tuvieran eso porque él por dentro sentía chistoso.

No de reírse, sino de un extraño sentimiento. Con los gemelos abrazándolo, el tranquilizante aún en su sistema y todo en el mundo siguiendo su curso, volvió a caer dormido.

 

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